Ireneo, Contra herejes Liv.4 ch.34


4.4. Cristo mismo es la novedad del Nuevo Testamento: contra los marcionitas


34,1. Añadiremos algunas cosas contra todos los herejes, en primer lugar contra los marcionitas y sus semejantes, los cuales afirman que los profetas provienen de otro Dios: leed con más cuidado el Evangelio que nos han legado los Apóstoles, leed con más atención las profecías, y encontraréis cómo toda la obra, las palabras y la pasión de nuestro Señor se encuentran anunciadas en ellos. Pero tal vez se os viene a la cabeza pensar: ¿Entonces qué trajo de nuevo el Señor con su venida? Sabed que aportó consigo toda la novedad que había sido anunciada. (1084) Esto es precisamente lo que tiempo atrás estaba anunciado: que la Novedad habría de venir para renovar y dar vida al ser humano. Cuando viene el rey, sus enviados avisan de antemano su venida a los súbditos, a fin de que, preparándose, se dispongan a recibir a su señor. Y cuando el rey llega y ellos se llenan de la felicidad que se les había anunciado, los súbditos que de él han recibido tal motivo de gozo y la libertad que les ha traído, que se han alegrado al verlo, al escuchar sus palabras y gozado de sus regalos, ya no preguntan (al menos los que tengan sentido común) qué novedades aportó el rey más allá de lo que hicieron quienes anunciaron su venida: pues les ha traído su propia persona y ha entregado a los seres humanos todos los bienes prometidos "que los ángeles desean contemplar" (1P 1,12).

34,2. Sus servidores habrían sido mentirosos y no habrían sido enviados por el Señor, si Cristo no hubiese venido tal como ellos habían predicado, y si no se hubiesen cumplido sus palabras. Por eso decía: "No penséis que he venido a abolir la Ley o los profetas. No he venido a abolirlos, sino a darles cumplimiento. En verdad, en verdad os digo, el cielo y la tierra pasarán antes de que deje de cumplirse una iota o un acento de la Ley y los profetas, hasta que todo se cumpla" (Mt 5,17-18). En efecto, cumplió todas las promesas en su venida, y en su Iglesia sigue cumpliendo el Nuevo Testamento predicho por la Ley, hasta el fin de los siglos. Así lo predicó su Apóstol Pablo en la Carta a los Romanos: "Ahora, sin la Ley, se ha manifestado la justicia del Señor, de la cual dan testimonio la Ley y los profetas" (Rm 3,21). "El justo vivirá de la fe" (Rm 1,17). Y que el justo viviría por la fe, ya había sido anunciado por los profetas (Hab 2,4).

34,3. ¿Mas de qué manera los profetas habrían podido predecir la venida del Rey y anunciar de antemano la libertad que nos traería, anticipar todo cuanto Cristo hizo, predicó, y llevó a cabo en su pasión, y predicar el Nuevo Testamento, si hubieran recibido la inspiración profética de otro Dios que no conociese al Padre inenarrable (como vosotros alegáis), así como su Reino y sus Economías que el Hijo de Dios cumplió cuando vino a la tierra en tiempos recientes? Tampoco podéis decir que todas estas cosas sucedieron al acaso, como si los profetas (1085) hubieran hablado de otra persona, pero le hubiesen acaecido al Señor. Pues todos los profetas anunciaron estas cosas. Si le hubiesen sucedido a alguno de los antiguos, los demás no hubieran seguido predicando que habrían de tener lugar en los tiempos futuros. Además, no se encuentra ni entre los antiguos padres, profetas o reyes, alguno en el cual se hubiesen cumplido de modo preciso estas profecías.

Todos, en efecto, profetizaron los sufrimientos de Cristo, en cambio ellos estuvieron muy lejos de padecer de modo semejante a como habían anunciado. Y los signos avisados de antemano acerca de la pasión del Señor, no se verificaron en ningún otro: ni el sol se ocultó a mitad del día cuando murió alguno de los antiguos, ni se rasgó el velo del templo, ni tembló la tierra, ni las piedras se rompieron, ni se despertaron los muertos (Mt 27,45 Mt 51-52), ni resucitó alguno de ellos al tercer día, ni fue llevado a los cielos, ni se abrieron los cielos para él cuando fue asumido, ni los gentiles creyeron en el nombre de algún otro, ni alguno de entre los antepasados, al resucitar, abrió el Nuevo Testamento de la libertad. En consecuencia, sólo en el Señor, y no en algún otro, concurrieron todos los signos que los profetas habían anunciado desde antiguo.

34,4. Quizás alguno esté de acuerdo con los judíos en decir que el Nuevo Testamento se cumplió cuando Zorobabel reconstruyó el templo, después del exilio en Babilonia, una vez que el pueblo regresó después de setenta años. Sepa que entonces se restauró el templo de piedra dedicado a conservar la Ley grabada en tablas de piedra; pero no se les dio entonces ningún Testamento nuevo, pues se siguió usando la Ley de Moisés hasta la venida del Señor. En cambio, con la venida del Señor, un Nuevo Testamento se extendió por toda la tierra, según habían dicho los profetas, como una ley de vida que habría de reconciliar los pueblos en la paz: "Porque de Sion saldrá la ley y de Jerusalén la Palabra del Señor. El juzgará a muchas naciones, convertirá las espadas en arados y las lanzas en hoces, y ya no se prepararán para la guerra" (Is 2,3-4).

(1086) Si otra ley u otra palabra salidas de Jerusalén hubiesen traído tanta paz a las naciones que lo recibieron, por las cuales se hubiese juzgado a un pueblo numeroso, entonces parecería aceptable que los profetas habían hablado de algún otro. Mas si la ley de la libertad, es decir la Palabra de Dios que los Apóstoles, saliendo de Jerusalén, anunciaron por toda la tierra, ha provocado tal transformación que las espadas y las lanzas se convierten en arados y en hoces que él nos ha dado para segar el trigo (es decir que los ha cambiado en instrumentos pacíficos), y en lugar de aprender a guerrear aquel que recibe un golpe pone la otra mejilla (Mt 5,39), entonces los profetas no han hablado de ningún otro, sino del que ha realizado estas cosas.

Y éste es nuestro Señor, "en esto se verifica lo dicho" (Jn 4,37), pues él hizo el arado y trajo la hoz, es decir la primera siembra que consistió en la plasmación de Adán, y en los últimos tiempos el Verbo levantó la cosecha. De esta manera el fin se volvió a unir con el principio, y siendo el mismo Señor del inicio y del término, al final mostró el arado, es decir el hierro incrustado en el madero, para limpiar la tierra: pues el Verbo unido a la carne e incrustado en la figura humana, ha limpiado la tierra cubierta de cardos. En los primeros tiempos Abel representaba la hoz, para indicar la cosecha de los justos: "Ve cómo el justo perece y nadie hace caso, cómo se elimina a los hombres justos y a nadie se le mueve el corazón" (Is 57,1). Abel lo inició, los profetas lo anunciaron y el Señor lo llevó a término. Y lo mismo se diga de nosotros, porque el cuerpo sigue a su Cabeza.

34,5. Estos argumentos valen para convencer a quienes afirman que los profetas han sido enviados por otro Dios diverso del Padre del que proviene nuestro Señor, si es que de algún modo renuncian a tan grande falta de razón. Por eso hemos hecho todo lo posible por mostrar las pruebas de la Escritura, a fin de que, refutándolos en cuanto somos capaces con sus mismas palabras, los apartemos de tan inmensa blasfemia y de fabricar tantos dioses.


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4.5. Errores y actitudes de los valentinianos


(1087) 35,1. Los valentinianos y los demás que falsamente llevan el nombre de gnósticos, pretenden que algunas cosas que se hallan en la Escritura provienen del semen que salió de una Potencia Suprema; otros dicen que del Intermediario por medio de la Madre Prúnica; pero la mayor parte del Hacedor del cosmos, el mismo que también envió a los profetas. Contra ellos afirmamos que es muy irracional reducir a tan grande pobreza al Padre de todas las cosas, como si no tuviese sus instrumentos por medio de los cuales pueda anunciar las realidades del Pléroma en toda su pureza. ¿A quién le tendría miedo al punto de no ser capaz de dar a conocer claramente su propia voluntad, con toda libertad y sin mezclarse con el espíritu que cayó en penuria e ignorancia? ¿Acaso temía que muchos se salvaran, si abundaban quienes podían escuchar la verdad en toda su pureza? ¿O acaso no tenía el poder de preparar por sí mismo a aquellos que debían anunciar de antemano la venida del Salvador?

35,2. Cuando el Salvador vino a la tierra, envió a sus discípulos a todo el mundo a anunciar en toda su pureza tanto su venida como la voluntad del Padre, sin que ellos tuviesen en su enseñanza nada de común con la doctrina de los gentiles y de los judíos. ¡Con cuánta mayor razón estando en el Pléroma habrá enviado a sus propios predicadores para que anuncien al mundo su venida, sin tener nada en común con los profetas enviados por el Demiurgo! Mas en cambio, si cuando estaba en el Pléroma usó el servicio de los profetas de la Ley, y por medio de ellos reveló sus palabras, ¡cuánto más, habiendo venido a la tierra, usó el servicio de sus discípulos para anunciar por medio de ellos el Evangelio! ¡Que no nos vengan ahora con que no fueron Pedro, Pablo y los demás Apóstoles quienes anunciaron la verdad, sino los escribas, fariseos y quienes enseñaban la Ley! Pues, si al venir él envió a sus propios Apóstoles en el espíritu de la verdad y no en el espíritu del error, hizo lo mismo con los profetas: porque siempre es el mismo el Verbo de Dios.

Según sus hipótesis, discutiendo sobre la primacía del Espíritu, dicen que el espíritu de luz, de verdad, (1088) de perfección y de conocimiento tiene el primado; en cambio el Espíritu del Demiurgo habría sido un Espíritu de ignorancia, de penuria, de error y de tinieblas. ¿Mas cómo pudieron coexistir en el mismo la perfección y la decadencia, el conocimiento y la ignorancia, la verdad y el error, la luz y la tiniebla? Ciertamente sería imposible encontrar esto en los profetas, los cuales de parte del único Dios predicaban al Dios verdadero y anunciaban la venida de su Hijo; y mucho menos en el Señor, que no habló unas veces de parte de la Potencia suprema y otras de parte del Fruto de la penuria (348), ni enseñó al mismo tiempo la gnosis y la ignorancia, ni dio gloria unas veces al Demiurgo y otras a un Padre que estuviese sobre él, pues el mismo Señor dice: "Nadie cose un parche de tela nueva en un vestido viejo, ni se echa vino nuevo en odres viejos" (
Mt 9,16-17 Lc 5,36-37). Por consiguiente, que ellos o se abstengan de achacar a los antiguos profetas haber anunciado la novedad del Primado enviados de antemano por el Demiurgo, o escuchen la palabra del Señor que les arguye: "Nadie echa vino nuevo en odres viejos".

35,3. ¿De qué modo la semilla de la Madre que ellos enseñan habría podido conocer los misterios íntimos del Pléroma y hablar de ellos? Pues dicen que esa Madre, viviendo fuera del Pléroma, dio a luz a su semilla; y al mismo tiempo afirman que cuanto existe fuera del Pléroma está privado del conocimiento y habita en la ignorancia. ¿Entonces cómo la semilla concebida en la ignorancia podría anunciar el conocimiento? ¿O cómo la Madre misma habría sido capaz de conocer los misterios del Pléroma, puesto que habría carecido de naturaleza y forma determinadas, que habría sido arrojada fuera como un aborto, donde habría sido plasmada y recibido forma, y el Límite (349) le habría impedido entrar de nuevo, a tal punto que se mantiene excluida del Pléroma hasta la consumación, o sea fuera del conocimiento? Además se contradicen cuando afirman que la pasión del Señor es figura de la expansión del Cristo superior, por la cual éste se extiende hasta donde el Límite formó a la Madre, y ellos mismos se refutan al no poder continuar la semejanza de la figura. ¿Dónde al Cristo de arriba se le dio vinagre por bebida? ¿Dónde se le atravesó de modo que saliera sangre y agua? ¿O dónde sudó gotas de sangre? Y podríamos continuar con todo aquello que los profetas anunciaron sobre él. (1089) ¿Cómo la Madre o su semilla habrían adivinado aquellas cosas que no habían sucedido sino que estaban por venir?

35,4. Ellos añaden todavía que el Principio (350) declaró algunas cosas que están incluso sobre éstas, pero aquellas que la Escritura ha referido sobre la venida de Cristo los refutan. De qué cosas superiores hablan, se contradicen ellos entre sí, pues unos señalan unas, otros otras. Y si alguien quiere hacer la prueba, preguntándoles por separado aun a los mejores de entre ellos, acerca de alguna de estas cosas, se dará cuenta de que uno responderá que se han dicho acerca del Padre Primordial, o sea el Abismo; otro dirá que del Principio de todas las cosas, o sea el Unigénito; otro contestará que del Padre Universal, es decir el Verbo; otro hablará de alguno de los Eones que habitan en el Pléroma; uno más del Cristo, otro del Salvador. Si alguno de ellos tiene más experiencia, después de guardar silencio por largo rato dirá que lo revelado se refiere al Límite; alguien más afirmará que se ha querido significar la Sabiduría que mora en el Pléroma; otro, que se ha anunciado a la Madre que existe fuera del Pléroma; y finalmente alguno habrá que pretenda referirlo todo al Dios Demiurgo.

¡Tantas son las diversas interpretaciones que dan acerca de un mismo texto de la Escritura, de donde brotan sus diversas doctrinas! Todos ellos, cuando leen un mismo párrafo, enarcan las cejas, sacuden la cabeza, y dicen tener una palabra muy profunda que anunciar, pero que no todos son capaces de captar la grandeza de la idea que ella encierra, y por eso lo más propio del sabio es callar. Pues alegan que el Silencio Superior toma cuerpo en su propio silencio que ellos guardan. De esta manera todos se escapan, ya que conciben tantas sentencias diversas sobre cada punto, llevándose escondidas en el silencio sus propias armas.

Por eso, cuando se pongan de acuerdo acerca de lo que han anunciado las Escrituras, entonces nos será posible rebatirlos. Entretanto, ya que no tienen justas opiniones ni están de acuerdo en sus discursos, ellos mismos se refutan. Por nuestra parte seguimos como Maestro al único Dios verdadero, mantenemos la regla de la verdad para entender sus palabras, y todos afirmamos las mismas doctrinas. Pues sabemos que hay un solo Dios, Creador de todas las cosas, que envió a los profetas, sacó a su pueblo de Egipto, manifestó a su Hijo en los últimos tiempos, para confundir a los incrédulos y exigir el fruto de la justicia.

(348) Es decir, de parte del Demiurgo psíquico (ver III, 5,1; 10,1, etc.).

(349) Esto es, Horus.

(350) Authentía: el Principio, el Principado o la suprema Potencia.

4.6. Las parábolas muestran a un solo Dios y Padre


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4.6.1. Los viñadores homicidas


(1090) 36,1. El Señor no contradice esto, ni afirma que los profetas hayan venido de otro Dios, sino de su Padre, ni de otra substancia, sino del único y mismo Padre; ni que existe alguien aparte de su Padre que haya hecho cuanto hay en este mundo. El enseñó lo siguiente: "Había un padre de familia que plantó una viña , le puso un cerco, fabricó un lagar y construyó una torre. Luego la alquiló a agricultores y se ausentó. Cuando llegó el tiempo de la cosecha envió a sus criados a los viñadores para que cobrasen su parte del fruto. Los viñadores atraparon a los criados, a uno lo golpearon, a otro lo mataron y al tercero lo apedrearon. De nuevo envió a otros criados, más que los anteriores, pero les hicieron lo mismo. Por último envió a su único hijo, diciéndose: Quizás respetarán a mi hijo. Pero cuando los viñadores vieron al hijo, se pusieron de acuerdo: Este es el heredero. Venid, matémoslo y nos quedaremos con su herencia. Y habiéndole echado mano, lo arrojaron de la viña y lo mataron. ¿Qué hará el Señor de la viña a estos viñadores cuando regrese? Y le dijeron: Hará desaparecer a esos malvados y rentará su viña a otros viñadores que le entreguen el producto a su tiempo. Y el Señor añadió: ¿Acaso no habéis leído: La piedra que desecharon los constructores se ha convertido en la piedra angular: esto es lo que ha hecho el Señor, y es admirable ante nuestros ojos? Por eso os digo que se os quitará el reino de Dios para dárselo a un pueblo que produzca sus frutos" (
Mt 21,33-43).

Con estas palabras el Señor claramente dio a entender a sus discípulos que uno solo y el mismo es el padre de familia, es decir, el único Dios Padre, que hizo todas las cosas por sí mismo; pero son muchos los agricultores, de los cuales unos son insolentes y soberbios (Rm 1,30), no dan fruto y matan al Señor; otros, en cambio, obedientes en todo, dan fruto a su tiempo. Y este mismo padre de familia es el que primero envió a sus siervos, luego a su Hijo. El mismo Padre que envió a su Hijo a los viñadores que lo mataron, es el que envió a los siervos; pero cuando vino el Hijo mismo, dotado con la autoridad de su Padre, dijo: "Mas yo os digo". (1091) En cambio los siervos decían: "Esto dice el Señor".

36,2. Así pues, el mismo Señor al que ellos predicaban a los incrédulos, Cristo lo dio como Padre a aquellos que lo obedecen: a los primeros Dios los llamó para ser siervos de la Ley, a los últimos los elevó a la dignidad de hijos.

Dios, en efecto, plantó la viña de la raza humana, primero al plasmar a Adán y al elegir a los padres; a los viñadores les dio la Ley por medio de Moisés; la rodeó de una valla, es decir cercó la tierra que habían de cultivar; edificó una torre cuando eligió a Jerusalén; fabricó un lagar al preparar a los profetas como vasos del Espíritu. De esta manera envió profetas antes del exilio en Babilonia, y después del exilio les envió de nuevo más que los anteriores, para reclamar su parte del fruto, diciéndoles: "Esto dice el Señor Dios: Corregid vuestros caminos y vuestra conducta" (Jr 7,3); "Juzgad con rectitud y justicia, cada uno tenga compasión y misericordia de su hermano; no oprimáis al huérfano, al extranjero o al pobre; que nadie recuerde en su corazón el mal que le ha hecho su hermano" (Za 7,9-10); "Que no os guste jurar en falso" (Za 8,17); "Lavaos, purificaos, echad la maldad de vuestros corazones, aprended a hacer el bien, buscad la justicia, defended al oprimido, haced justicia al pequeño y a la viuda. Entonces venid y disputemos, dice el Señor" (Is 1,16-18); y también: "Cierra tu boca a la maldad y tus labios a la mentira. Apártate del mal y haz el bien, busca la paz y corre tras ella" (Ps 34,14-15).

Esto proclamaban los profetas, reclamaban el fruto de la justicia. Pero, como no les creyeron, al final el Señor envió a su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, al cual los malos colonos echaron de la viña y lo mataron. Por eso el Señor Dios ya no la mantuvo en el cercado, sino que la extendió a todo el mundo: la traspasó a otros colonos que le entregaran el fruto a su tiempo, le construyó una torre elevada y hermosa, pues en todo el mundo la Iglesia resplandece; le fabricó un lagar (1092) en todas partes, pues cada nación recibe el Espíritu. Dios justamente rechazó a aquellos que tramaron contra su Hijo, que lo echaron de la viña y lo mataron; por eso les cedió su tierra para que la cultivaran a las naciones fuera de la viña. Así lo anunció el profeta Jeremías: "El Señor reprobó y rechazó al pueblo que esto hizo, pues los hijos de Judá hicieron el mal en mi presencia, dice el Señor" (Jr 7,29-30). Y añade: "Os he puesto centinelas: ¡Escuchad la trompeta! Y dijeron: No escucharemos. Por eso han oído las naciones y cuantos apacientan sus rebaños entre ellos" (Jr 6,17-18).

En consecuencia, uno solo y el mismo es el Dios Padre que plantó la viña, que guio al pueblo, que le envió profetas, que le dio a su Hijo y que entregó su viña a otros viñadores que le entreguen los frutos a su tiempo.

36,3. Por eso el Señor decía a sus discípulos, a fin de prepararnos para ser buenos trabajadores: "Estad alerta siempre y vigilantes en todo momento, para que vuestros corazones no entorpezcan por comilonas, borracheras y preocupaciones profanas, porque de golpe os puede caer aquel día: pues llegará como un ladrón sobre cuantos habitan en la faz de la tierra" (Lc 21,34-36). "Tened ceñidas las cinturas y encendidas las lámparas, como siervos que esperan a su señor" (Lc 12,35-36). "Así como sucedió en los días de Noé -comían, bebían, compraban, vendían y se casaban, y nada advirtieron hasta que Noé entró en el arca, el diluvio se les vino encima y anegó a todos-, y como sucedió en tiempos de Lot -comían, bebían, compraban, vendían, plantaban y construían; hasta el día en que Lot huyó de Sodoma, llovió fuego del cielo y acabó con todos-, así sucederá el día en que venga el Hijo del Hombre" (Lc 17,26-30 Mt 24,37-39). "Velad, pues, porque no sabéis qué día vuestro Señor llegará" (Mt 24,42).

Anunció a un solo y único Señor, que en el tiempo de Noé envió el diluvio para castigar la desobediencia de los seres humanos, y en tiempo de Lot hizo llover fuego del cielo para castigar los muchos pecados de los sodomitas. De modo semejante en el día del juicio castigará la desobediencia (1093) y los pecados. Y dijo que ese día sería más tolerable para Sodoma y Gomorra que para la ciudad o casa que rechazare la palabra de sus Apóstoles: "Y tú, Cafarnaúm, ¿acaso piensas alzarte hasta el cielo? Caerás hasta el infierno. Porque si en Sodoma se hubiesen hecho los milagros que en ti tuvieron lugar, aún duraría hasta el día de hoy. En verdad os digo: el día del juicio será más tolerable para los habitantes de Sodoma que para vosotros" (Mt 11,23-24).

36,4. El Verbo de Dios es siempre uno y el mismo, la fuente de agua que salta para dar la vida eterna a quienes creen en El (Jn 4,14), pero seca al instante la higuera estéril (Mt 21,19). Envió justamente el diluvio en tiempo de Noé, para acabar con la raza malvada de aquellos seres humanos de esa época, los cuales ya no podían dar frutos para Dios, sino que se habían unido con los ángeles pecadores (Gn 6,2-4); y lo hizo para acabar con sus pecados, y al mismo tiempo salvar al modelo primitivo, es decir el plasma de Adán. El mismo en tiempo de Lot hizo llover del cielo fuego y azufre sobre Sodoma y Gomorra, "en testimonio del justo juicio de Dios" (2Th 1,5), a fin de que todos supiesen que "todo árbol que no produzca fruto será cortado y echado al fuego" (Mt 3,10 Lc 3,9).

El día del juicio universal será más tolerable para los habitantes de Sodoma que para quienes, habiendo visto los milagros que realizaba, no creyeron en él ni recibieron su doctrina. Porque, así como por su venida derramó mayor gracia sobre quienes creyeron en él y cumplieron su voluntad, de igual manera infligirá mayor castigo a quienes no creyeron; pues, siendo igualmente justo para todos, a quienes más dio, más exigirá (Lc 12,48). Cuando digo más, no me refiero a que haya dado a conocer a otro Padre, (1094) como de tantas maneras hemos probado; sino porque su venida derramó sobre el género humano una más abundante gracia del Padre.

4.6.2. El banquete de bodas


36,5. Tal vez haya alguien a quien no baste cuanto dijimos antes, para creer que uno y el mismo Padre envió a los profetas y a nuestro Señor. Esa persona abra los oídos de su corazón e invoque al Maestro, el Señor Jesucristo, a fin de que pueda escucharlo decir: "El reino de los cielos es semejante a un rey que celebró la boda de su hijo, y envió a sus criados a traer a los invitados a la boda". Algunos se negaron a obedecer: "De nuevo envió a otros criados, mandándoles: Decid a los convocados: Venid, he preparado el banquete, he matado los toros y otros animales cebados. Todo está preparado, venid a la boda. Pero unos los despreciaron y se fueron, otros partieron a sus campos, otros a sus negocios, y el resto cogió a los criados para golpear a unos y matar a otros. Entonces el rey, al saberlo, montó en cólera, mandó a sus ejércitos para acabar con esos asesinos, quemó su ciudad y ordenó a sus criados: La boda está preparada, pero los invitados no fueron dignos. Id, pues, a las puertas de los caminos, y traed a la boda a cuantos encontréis. Habiendo partido los criados, juntaron a cuantos hallaron, malos y buenos, y así llenaron de comensales la boda. Cuando el rey entró para saludar a los comensales, vio a un hombre que no llevaba el traje de bodas. Y le dijo: Amigo, ¿cómo has venido sin traje de bodas? Mas él calló. Entonces ordenó a sus siervos: Tomadlo de pies y manos y echadlo (1095) a las tinieblas exteriores: ahí será el llanto y el rechinar de dientes. Pues muchos son los llamados y pocos los escogidos" (Mt 22,1-14).

Con estas palabras claramente muestra al Señor de todas las cosas, y que el Padre es el único Rey y Señor universal, del que antes había dicho: "Ni jures por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey" (Mt 5,35). Y como desde el principio preparó la boda de su Hijo, en su inmensa bondad por medio de sus criados invitó a los antiguos al banquete de bodas; pero como no quisieron escuchar, de nuevo envió a otros criados a llamarlos; mas como otra vez se negaron a obedecer, y en vez de ello lapidaron y mataron a quienes les hacían conocer su llamado, acabó con ellos enviando su ejército y quemando su ciudad. Y en cambio invitó a personas de todos los caminos, es decir de todas las naciones, al banquete de bodas de su Hijo. Así lo dijo por boca de Jeremías: "Cada uno se aparte de su camino inicuo y cambie en mejor su obrar" (Jr 35,15). Y también: "Les he enviado a mis siervos los profetas, a la aurora y durante el día, pero sus oídos no me han escuchado ni obedecido. Les dirás estas palabras: Esta raza no escucha la voz del Señor ni acepta su enseñanza. La fe se ha apartado de su boca" (Jr 7,25-28).

El mismo Dios que a nosotros nos ha llamado por ministerio de los Apóstoles, es el que por medio de los profetas convocaba a los antiguos, como lo prueban las palabras del Señor. No fue uno el que envió a los profetas y otro a los Apóstoles, aunque unos y otros predicaron a pueblos diversos; sino que fueron enviados por el mismo y único Señor, al que todos anunciaron: unos llevaron la Buena Nueva del Padre, otros prepararon la venida del Hijo de Dios, y los últimos predicaron al que ya estaba presente entre "los que estaban lejos" (Is 57,19 Ep 2,17).

36,6. También nos enseñó que, fieles a nuestra vocación, debemos adornarnos con las obras de justicia, para que descanse en nosotros el Espíritu Santo; éste es el vestido de bodas, del que el Apóstol afirma: "No queremos despojarnos, sino revestirnos, a fin de que lo mortal sea absorbido en la inmortalidad" (2Co 5,4). Pues a quienes fueron invitados al banquete divino, (1096) pero por su conducta no acogieron al Espíritu Santo, se les echó a las tinieblas exteriores (Mt 22,13). Es muy claro que es el mismo Rey que invitó a todo tipo de fieles a la boda de su Hijo, a quienes ofreció un banquete incorruptible, es quien condena a las tinieblas exteriores a quienes no tienen el traje de bodas, es decir a quienes lo desprecian. Como en el Antiguo Testamento "la mayor parte de ellos no lo agradó" (1Co 10,5), así también en el Nuevo, "muchos son los llamados y pocos los escogidos" (Mt 22,14). No es uno el Padre que juzga, otro el que otorga la luz eterna y un tercero el que manda echar a las tinieblas exteriores a quienes no llevan el traje de bodas; sino que es uno y el mismo Padre de nuestro Señor, el cual llamó también a los profetas. En su inmensa misericordia también invita a los indignos, pero observa a los invitados para ver si llevan el traje debido que corresponda a la boda de su Hijo, porque no se complace en nada que sea malo o indebido. Como el Señor dijo al que había sido curado: "Mira que has recibido la salud. Ya no peques más, no sea que te pase algo peor" (Jn 5,14). El es bueno y justo, puro e inmaculado, y por ello no soportará nada injusto o abominable en su tálamo de esposo.

Este es el Padre de nuestro Señor, por cuya providencia todo sucede, y que administra todas las cosas con su mandato. Da gratuitamente a quien conviene, distribuye los dones según los méritos, y castiga con justicia a los ingratos insensibles a su benignidad. Por eso dice: "Mandó sus ejércitos para acabar con esos asesinos y quemar su ciudad" (Mt 22,7). Habló de sus ejércitos, porque todos los seres humanos pertenecen a Dios, pues "del Señor es la tierra y cuanto la llena, el orbe de la tierra y cuantos en ella habitan" (Ps 24,1). El Apóstol Pablo, a su vez, escribe en su Carta a los Romanos: "Ninguna autoridad hay si no viene de Dios, y todas las que existen, él las ha ordenado. Así, pues, quien se resiste a la autoridad, se resiste al orden querido por Dios. Así, quienes se resisten, ganan su propia condenación. Las autoridades no son de temer para quienes obran el bien, sino para quienes cometen en mal. (1097) ¿Quieres no temer la autoridad? Haz el bien y ella te alabará; pues ella es una sierva de Dios para tu bien. Mas si haces el mal, teme, pues no en balde lleva la espada. Porque es un ministro de Dios para vengar con cólera a quien obra mal. Por tanto, someteos, no sólo por la amenaza, sino también por motivo de conciencia. Por esta razón pagáis tributos: son, en efecto, ministros de Dios que de esta manera lo sirven" (Rm 13,1-6).

En todo caso, tanto el Señor como el Apóstol anunciaron a un mismo y único Padre, que dio la Ley, envió a los profetas e hizo todas las cosas. Por eso dice: "Envió a sus ejércitos" (Mt 22,7), pues todo ser humano, en cuanto humano, es su plasma, aunque no sepa que él es su Señor. Pues a todos concede la existencia aquel mismo que "hace salir su sol sobre los malos y los buenos, y manda llover sobre justos e injustos" (Mt 5,45).

4.6.3. Parábolas diversas


36,7. No sólo con lo ya dicho, sino también mediante la parábola de los dos hijos, de los cuales el menor se acabó su herencia viviendo en la lujuria con prostitutas (Lc 15,11-32), enseñó que uno y el mismo es el Padre que al hijo mayor no le regaló un cabrito, y en cambio mandó matar el becerro cebado para su hijo menor que había perecido y le mandó poner el mejor vestido.

Igualmente mediante la parábola de los trabajadores que a diversas horas fueron enviados a su viña (Mt 20,1-16) se prueba que el Señor es uno y el mismo, que llama a unos desde el principio de la creación del mundo, a otros algún tiempo después, a otros hacia la mitad de los tiempos, a otros hacia el ocaso de los tiempos, y a otros al final. El único Padre de familia que los llama quiere tener trabajadores en todos los tiempos. Porque una sola es su viña, y también es única su justicia. (1098) Uno es el administrador y uno el Espíritu de Dios que todo lo dispone. Así también uno solo es el salario, pues "cada uno recibió un denario" (Mt 20,9), que llevaba impresas la inscripción y la imagen del Rey, es decir la gnosis del Hijo de Dios que da la incorrupción. Por eso "pagó el salario empezando por los últimos" (Mt 20,8), pues al final de los tiempos el Señor se manifestará para hacerse presente a todos.

36,8. También el publicano que en la oración superó al fariseo (Lc 18,10-14): el Señor no lo alabó por haber adorado a otro Padre, ni por ello salió justificado; sino porque, con gran humildad, sin soberbia ni jactancia, confesó a este Dios sus pecados.

La parábola de los dos hijos a quienes mandó a la viña (Mt 21,28-32) también muestra a un mismo y solo Padre: el primero de los hijos primero contestó mal a su padre, pero luego se arrepintió, cuando ya no le servía arrepentirse; en cambio el otro de inmediato prometió a su padre que iría, pero al fin no fue, porque "todo ser humano es mentiroso" (Ps 116,2) y, "si tiene a la mano el querer, no tiene la fuerza de actuar" (Rm 7,18).

La parábola de la higuera de la que el Señor dice: "Hace ya tres años que vengo a buscar el fruto de esta higuera y no lo encuentro" (Lc 13,7), claramente indica su venida anunciada por los profetas: vino a buscar el fruto de los antiguos, pero no lo halló; y por este motivo la higuera fue arrancada.

Y, aun sin parábolas, dijo el Señor acerca de Jerusalén: "Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados, ¡cuántas veces quise recoger a tus hijos como la gallina bajo sus alas, pero no quisiste! He aquí que tu casa quedará desierta" (Mt 23,37-38). En la parábola había dicho: "Hace tres años que busco fruto", y ahora: "¡Cuántas veces quise recoger a tus hijos!". (1099) Todo esto sería una mentira, si no lo entendemos como referido a su venida que los profetas anunciaron, pues por primera y única vez vino a ellos. Mas, como es el mismo Verbo de Dios el que vino a los patriarcas a quienes eligió y visitó muchas veces por medio de su Espíritu profético, y el que ahora nos llama de todas las naciones mediante su venida, con razón afirmaba refiriéndose a todo lo que arriba hemos dicho: "Muchos vendrán de Oriente y de Occidente y se recostarán con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos, en cambio los hijos del reino irán a las tinieblas exteriores, donde habrá llanto y rechinar de dientes" (Mt 8,11-12). Mas si quienes de Oriente y Occidente crean en él se recostarán con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos para participar junto con ellos de su banquete, entonces uno y el mismo Dios es quien eligió a los patriarcas, visitó a su pueblo y llamó a los gentiles.


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4.7. El ser humano fue creado libre


Ireneo, Contra herejes Liv.4 ch.34