Agustin - Confesiones 609

Capítulo VI: Del infeliz estado de los ambiciosos, al través del ejemplo de un pobre mendigo que estaba muy alegre


609 Ardía mi alma en deseos de honores, de riquezas y de matrimonio, y Vos, Señor, os burlabais de mis ansias y proyectos. Padecía en semejantes deseos amarguísimos trabajos, siéndome Vos en esto tanto más propicio y favorable, cuanto menos permitíais que hallase dulzura en todo lo que no eráis Vos. Ved como os manifiesto todo mi corazón, pues habéis querido, Señor, que me acuerde de todos estos beneficios y os rinda gracias por ellos. Haced que de aquí en adelante esté mi alma unida a Vos, que la desembarazasteis de aquella tan tenaz y pegajosa liga de la muerte.

¡Qué infeliz era aquel estado de mi alma, cuando Vos teníais que punzarla en lo más delicado y sensible de sus llagas, para que dejadas todas las cosas se convirtiese a Vos, que sois sobre todas ellas, y convirtiéndose a Vos lograse su sanidad! ¡Qué miserable era yo entonces y de qué modo hicisteis que conociese mí miseria! Llego el día en que habiéndome preparado para decir en alabanza y presencia del emperador un panegírico, en el cual había de mezclar mentiras y lisonjas con que merecer el aplauso y favor de los mismos que sabían la falsedad de mis elogios, en aquel día, pues, en que mi corazón no respiraba sino estos cuidados, abrasado en los ardores de varios pensamientos que le angustiaban, pasando por una calle de Milán, eché de ver a un pobre mendigo, que después de bien harto, según creo, estaba retozando y alegrándose. Esta ocasión me hizo suspirar y decir a los amigos que me acompañaban muchos sentimientos y quejas de nuestras locuras, pues con todos nuestros estudios y conatos, cuáles eran los que entonces me afligían, estimulándome con los acicates de mis codicias y ambiciones a traer sobre mí la pesada carga de mí infelicidad, y haciéndola más pesada solo con traerla, no pretendía otra cosa ni aspiraba a otro fin que llegar a conseguir una alegre tranquilidad, adonde había llegado antes que nosotros aquel pobre mendigo, y acaso no llegaríamos jamás a conseguirla. Porque la alegría de una felicidad temporal, que aquel pobre había alcanzado ya con unos pocos dineros que le habían dado de limosna, esa misma era la que yo anhelaba y la que buscaba por tan penosos caminos y trabajosos rodeos. Es cierto que la alegría que aquel pobre gozaba no es la verdadera alegría, pero mucho más falsa era la que yo buscaba por los medios que me sugería mí ambición, y a lo menos aquel pobre estaba alegre y yo angustiado, él estaba seguro y yo temeroso.

Ahora bien, si alguno me pregunta qué querría mas, estar con alegría o estar con temor, respondería sin duda que más querría estar alegre. Y si me volviera a preguntar si quería mas ser tal como era aquél o ser tal como me hallaba entonces, escogiera primero ser lo que yo era, aunque tan lleno de cuidados y temores; pero esta elección la haría mí perversidad, no la recta razón fundada en la verdad. Porque el ser yo mas sabio que él no era la razón que me debía mover para anteponer mí estado al suyo, supuesto que de mí ciencia no sacaba yo gozo ni alegría, sino que me valía de ella para agradar a los hombres, no con el fin de instruirlos, sino solamente con el designio de agradarles. Por eso Vos, Dios mío, con el báculo de vuestra corrección y enseñanza quebrantabais los huesos de mí dureza.

610 Nadie diga, pues, que hay mucha diferencia en los motivos y causas que tiene un hombre para su alegría, pues que si aquel mendigo se alegraba con su embriaguez, yo deseaba alegrarme con aplauso y gloria. Porque ¿con qué gloria, Señor, había de alegrarme, siendo una gloria que no estaba en Vos? Que si la alegría de aquel pobre no era verdadera, tampoco era verdadera gloria la que yo buscaba y que entorpecía y trastornaba mí razón, más que al otro su embriaguez. Además en aquella misma noche había de digerir aquel mendigo el vino con que se había embriagado, pero yo había ya muchos días que dormía y me levantaba con mí embriaguez, y había de proseguir durmiendo y volviéndome a levantar muchos días sin desecharla.

Es verdad que debe considerarse la diferencia que hay entre los motivos y causas de la alegría; bien lo conozco, y lo sé, que la alegría que nace de la esperanza cristiana es mayor incomparablemente que la que provenía de aquella vanagloria. Aun bajo este concepto, entre mí y el pobre había una distancia y diferencia muy grande, conviene a saber, que él era actualmente más feliz que yo, no solo porque estaba rebosando alegría, al mismo tiempo que yo estaba lleno de cuidados que me arrancaban las entrañas, sino también porque él con buenas palabras había adquirido el vino y yo con mentiras buscaba mí vanagloria.

Estas y otras muchas cosas semejantes dije entonces a mis amigos, y en tales reflexiones que hacía con frecuencia consideraba cual era mí estado y cuan mal me hallaba; y en medio del sentimiento y tristeza que me causaba esto, duplicaba mí mal de tal modo, que si me sucedía alguna cosa favorable, tenía repugnancia a aprovecharme de ella, porque, casi antes de asirla, se me iba de las manos y volaba.


Capítulo VII: Como aparto a su amigo Alipio de la locura de los juegos circenses


611 Sentíamos y llorábamos estas cosas todos los que vivíamos junta y amigablemente, pero en especial, y con grandísima familiaridad y confianza, las trataba con Alipio y Nebridio, el primero de los cuales era como yo, natural de Tagaste, de las más nobles y primeras familias de aquel pueblo, si bien era más joven, pues había sido mí discípulo cuando comencé a enseñar en dicha ciudad, y luego después en Cartago. Éste me amaba mucho, porque me tenía por hombre de bien y docto; e igualmente amábale yo por su bella índole y gran muestra que daba de virtud, que aun en sus pocos años se descubría. Pero la impetuosa corriente de las costumbres de los cartagineses, aficionadísimos a vanos espectáculos, le había sumergido y llevado a la locura de los juegos circenses (53). Al mismo tiempo que él andaba miserablemente envuelto y agitado de estas olas, enseñaba yo la retorica en las escuelas públicas de la ciudad, pero él todavía no estudiaba conmigo entonces, ni me tenía por maestro, a causa de cierto disgusto que entre su padre y yo se había suscitado.

La noticia que yo tenía de su funesta pasión por aquellos juegos me afligía gravemente, por parecerme que estaban para perderse o ya podían darse por perdidas las grandes esperanzas que de él se tenían. Mas no tenía yo proporción alguna para amonestarle con la satisfacción de amigo, ni para apartarle de aquellos juegos con alguna reprensión, usando con él de la autoridad de maestro, porque yo juzgaba que en orden a mí estaría en la misma disposición que su padre, y a la verdad no era así. En efecto, posponiendo él la voluntad de su padre, en cuanto al resentimiento que había entre los dos, me había comenzado a saludar y a venir a mí aula, donde estaba un rato oyendo lo que yo explicaba y luego se iba.

612 Se me había olvidado en todas estas ocasiones el tratar con él lo que tenía pensado, para que su pasión ciega y violenta por aquellos vanos e inútiles juegos no apagase las luces de tan buen ingenio. Pero Vos, Señor, que con altísima providencia gobernáis todas las cosas que habéis creado, no os olvidasteis de Alipio, a quien habíais destinado para que fuese pastor (54) de vuestros hijos y ministro que les dispensase vuestros Sacramentos; y para que su corrección se atribuyese a Vos solamente, la obrasteis por medio de mí, pero sin saberlo ni advertirlo yo. Porque un día, estando yo en mí escuela, sentado en el lugar que acostumbraba y delante de mis discípulos, vino Alipio, me saludo, tomo asiento y se puso a atender a las cosas que yo estaba tratando. Por casualidad tenía cierta lección entre manos que, para declararla de modo que su explicación se hiciese más perceptible y gustosa, me pareció que era oportuno traer la similitud y ejemplo de lo que sucedía en los juegos del circo, haciendo burla y como satirizando a los que se dejaban cautivar de semejante locura. Bien sabéis Vos, Dios y Señor Nuestro, que por entonces no pensaba yo en sanar a Alipio de aquella contagiosa enfermedad, mas él tomo para si lo que yo dije y creyó que solamente lo había dicho por él. Y lo que hubiera sido para otro causa de enojarse conmigo, aquel prudente mancebo lo tomo por motivo para enojarse contra sí y para encenderse en amor vivo, verificándose lo que mucho tiempo antes habíais dicho e insertado en vuestras Sagradas Escrituras: Reprende al sabio y él te amara. Y ciertamente que no era yo quien le había reprendido, sino que Vos, Dios mío, que usáis de todos los hombres como de instrumentos, ya con advertencia suya, ya sin ella, con aquel justo orden que Vos solo conocéis, formasteis de mi corazón y lengua carbones encendidos con que cauterizar la podrida llaga que aquel joven de tan buenas esperanzas tenía en el ánimo para sanarle con aquel cauterio.

Solamente podrá callar vuestras alabanzas quien no considere vuestras misericordias; las cuales me obligan a que yo os confiese y alabe con lo más íntimo de mi corazón, acordándome de que al instante que él acabo de oír aquellas palabras, salió de aquella hoya profunda en que voluntariamente se había hundido y en que perseveraba ciego con aquel miserable deleite; y sacudiendo su ánimo con una fuerte templanza, saltaron fuera de él todas las manchas y lodos de aquellos juegos del circo, y no volvió jamás ni se acerco a ellos. Además de esto, venció la repugnancia que había en su padre para que yo fuese su maestro; y al fin, el padre cedió y se lo concedió. Volviendo a ser mí discípulo segunda vez, se hizo también compañero y participante de mí superstición, amando él en los maniqueos aquella continencia que aparentaban y que creía legitima y verdadera. Pero ella era fingida y engañosa, acomodada solo a cautivar almas sencillas y preciosas, que no sabiendo todavía llegar a lo profundo e interior de la virtud verdadera, son fáciles de engañar con el buen exterior de la virtud fingida y aparente.


(54) En Tagaste, donde San Agustín y Alipio habían nacido, fue creado obispo Alipio en el año 394, según el cómputo de Baronio, y se puede colegir de la epístola que en este mismo año escribió San Agustín a San Jerónimo. Fue Alipio el compañero más amado y amante de San Agustín en toda su vida, y como por seguir a Agustín se hizo maniqueo, por seguirle también se hizo cristiano, y a un tiempo recibieron el bautismo; le siguió y acompañó cuando se retiro a las cercanías de Milán; después le acompañó a Tagaste y a Hipona, y finalmente vivió y murió no haciendo los dos más que un alma y un corazón. De él habla siempre San Agustín con singulares elogios y esta puesto en el catalogo de los Santos, y reza de él toda la Orden de San Agustín en el día 16 de agosto.



Capítulo VIII: Como Alipio se aficiono a la loca diversión del juego de los gladiadores, que él mismo aborrecía antes


613 Continuando Alipio la carrera regular de los estudios, que sus padres le habían encargado mucho que siguiese, antes que yo se fue a Roma (55), para aprender allí el derecho, donde se dejo arrebatar increíblemente de una extraordinaria afición y ansia de asistir al espectáculo de los gladiadores (56). Porque siendo así que él aborrecía tales espectáculos y le horrorizaban, encontrándose un día de los que estaban dedicados a tan crueles como funestos juegos con unos amigos y condiscípulos suyos, que venían de comer, con una amigable y familiar violencia le llevaron al anfiteatro, no obstante que él lo rehusó y resistió fuertemente, y que les iba diciendo: Aunque a mí cuerpo le llevéis por fuerza a ese lugar y le coloquéis en él, ¿por ventura podréis obligar a mis ojos ni a mi alma a que atienda y mire tan barbaros espectáculos? Por lo cual yo estaré allí como si no estuviera, y de este modo triunfaré de vosotros y de tales espectáculos. Mas ellos, aunque oyeron esto, no desistieron de su empresa y le llevaron consigo, acaso deseando experimentar si podía cumplir lo que había dicho.

Habiendo llegado allá y tomado los asientos que pudieron, en todo aquel gran concurso no se veía otra cosa que deleites crudelísimos. Cerrando Alipio las puertas de sus ojos, estorbo que su alma saliese a ver tantos males, ¡y ojala que también hubiese cerrado enteramente los oídos! Porque en un lance de aquella lucha fue tan grande el clamor de todo el pueblo, que movido fuertemente de aquellas voces y vencido de la curiosidad (pareciéndole que estaba prevenido interiormente para despreciarlo, fuese ello lo que fuese, y quedar victorioso), abrió los ojos y recibió mayor herida en su alma que el otro a quien deseaba ver había recibido en el cuerpo. Así cayo él mas lastimosa y miserablemente que el otro a quien quiso ver, cuya caída ocasiono aquella gritería, que entrándole por los oídos, le hizo abrir los ojos, para que su ánimo, que entonces era aun mas presuntuoso que fuerte, fuese herido y derribado, y conociese que tanto era más flaco, cuanto más había presumido de sí mismo, debiendo solamente confiar en Vos. Porque luego que vio la sangre derramada, bebió también por los ojos la crueldad (57), pues no los aparto de aquel espectáculo, antes fijo en él la vista, y embebido en aquel furor, sin advertirlo se iba deleitando en la maldad de la pelea y embriagándose con tan sangriento deleite.

Ya no era verdaderamente el mismo que había venido, sino uno de los muchos que allí estaban y con quienes se había mezclado, y verdadero compañero de aquellos que por fuerza le habían atraído. Pero ¿qué hay que decir más? Vio, clamo, se enardeció y de allí llevo consigo la loca afición que le estimulase a volver, no solo igualando en esta afición a los otros que le habían llevado a él, sino aventajándose a ellos y llevando también a otros.

Pero Vos, Señor, con vuestra mano omnipotente y misericordiosa le sacasteis también de aquel abismo y le enseñasteis a que no presumiese ni confiase de sí mismo, sino de Vos solamente, aunque esto fue mucho después.


(55) Hacia fines del año 381 fue San Alipio a Roma y salió de allí acompañando a San Agustín el año 384, conque dos años más que nuestro Padre San Agustín estuvo en Roma San Alipio, y en ese tiempo fue cuando le sucedió lo que de él refiere nuestro santo Padre acerca de sus adelantamientos en los estudios, afición en los espectáculos, etc.
(56) Este espectáculo, originario de Etruria, les era muy delicioso a los romanos. Siempre en él había derramamiento de sangre humana y muertes de los que caían heridos, si los espectadores no les daban la vida, clamando y gritando para que no los acabasen de matar. Llego a dividirse Roma en dos partidos o facciones, apasionándose unos y declarándose por los luchadores que llamaban reciarios, o tracios, y otros por los mirmillones, que eran dos suertes de luchadores que había. Y aunque los unos y los otros fuesen la gente más vil y baja y las heces de la república, llego a estar la maldad tan aplaudida y la inhumanidad y barbarie tan patrocinada, que no solamente el vulgo y populacho, sino también la gente distinguida, la nobleza y los mismos emperadores se declaraban partidarios de alguna de aquellas dos facciones, como se refiere de Calígula y Tito, que se declararon a favor de los tracios o reciarios, y de Domiciano, que era apasionado de los mirmillones.
Como era tan grande la crueldad que se ejecutaba en estos espectáculos (pues se mataban los hombres unos a otros y se criaban, alimentaban y adiestraban para esto), siempre se tuvo por malo el asistir a tan cruel diversión, de que debían no solo abstenerse, sino huir con horror todos los cristianos. Teodorico, rey de los godos, la prohibió y quito enteramente.
(57) Éstos son los efectos que natural y necesariamente causan las diversiones crueles y sanguinarias, que son tan extremadamente opuestas a la blandura, piedad y compasión que debe hallarse en los corazones cristianos.



Capítulo 1X: Como en una ocasión fue Alipio preso por sospecha de un hurto


614 Todo este suceso se conservo en su memoria para que más adelante le sirviese de medicina, como también el otro lance, que siendo estudiante todavía y discípulo mío, le sucedió en Cartago, pues estando él al mediodía en la plaza repasando la lección que había de dar después, como se acostumbra para ejercitar a los estudiantes, Vos, Señor, permitisteis que los guardas de dicha plaza lo prendiesen como ladrón. Lo cual, Dios y Señor nuestro, no me persuado que lo permitisteis por otra causa o motivo sino a fin de que aquél que había de ser tan grande hombre comenzase a aprender desde entonces cuan necesaria es una madura consideración en el conocimiento de las causas y delitos de los hombres, y no determinarse a condenar un hombre a otro ligeramente, llevado de una temeraria credulidad.

Fue el caso que Alipio se paseaba solo delante de la casa del consistorio con sus tablas (58) y punzón de hierro, con que entonces se escribía, cuando hete aquí que un mozuelo del numero también de los estudiantes, pero verdadero ladrón, llevando escondida un hacha, se entro sin verle Alipio hasta los enrejados de plomo que vienen a dar a la platería y sobre las tiendas de los plateros y comenzó a cortar el plomo de aquellas rejas. Al ruido del hacha dieron voces los plateros que estaban debajo y enviaron a algunos que fuesen allá arriba y prendiesen a cualquiera que por casualidad hallasen. El muchacho, habiendo oído las voces de aquellos, se escapo dejándose allí el hacha, temiendo ser cogido con ella en las manos. Alipio, que no le había visto entrar, le sintió salir y le vio escapar corriendo. Deseando saber la causa por qué huía, se entro hasta aquel paraje y, hallando el hacha, se puso a mirarla y se estaba allí parado admirándose del hecho. Los que habían sido enviados a prender al ladrón encontraron solo a Alipio, que tenía en la mano el hacha, a cuyos golpes habían acudido ellos. Echan mano de él, le llevan por fuerza y, juntándose todos los inquilinos de dicha casa, se gloriaban de haberle cogido como a manifiesto ladrón, y desde allí le llevaban a presentarle al juez.

(58) Por aquel tiempo se usaba todavía escribir con un punzón de hierro, bronce u otro metal en unas tablillas que estaban enceradas, y en ellas con facilidad escribían. Éstas eran las que Alipio tenía en la mano cuando le sucedió este lance que refiere nuestro Santo.



615 Hasta aquí no mas llego la enseñanza que había menester, porque al instante, Señor, acudisteis a socorrer su inocencia, de la cual solo Vos eráis testigo. Pues cuando le llevaban a la cárcel o al castigo, les salió al encuentro un arquitecto, cuyo empleo principal era el cuidado de los edificios públicos. Los que le llevaban se alegraron de haberse encontrado determinadamente con aquél, que sospechaba de los inquilinos de las Casas consistoriales siempre que faltaba alguna cosa de ellas, para que conociese quién era el que hurtaba aquellas cosas.

Este arquitecto había visto muchas veces a Alipio en casa de un senador, a quien él solía visitar a menudo; así que le conoció, cogiéndole de la mano le aparto de aquel tropel, y preguntándole la causa de tan grave mal, le informo Alipio de la verdad del hecho. Entonces vuelto el artífice a toda aquella gente alborotada que se hallaba presente y se explicaba con furiosas amenazas, mando a todos que le siguiesen, y todos juntos fueron a la casa del mancebo autor del delito. Delante de la puerta había un muchachuelo de la misma casa, de tan poca edad, que fácilmente pudo declarar todo el suceso sin recelar que a su amo se le siguiese daño alguno, pues era paje de aquel mismo mancebo a quien había seguido y acompañado cuando iba a cometer su atentado. Habiéndole reconocido Alipio, se lo dijo también al arquitecto. Éste enseno el hacha al muchacho, preguntándole de quién era. Sin detenerse, respondió el chico: Es nuestra; y consecutivamente fue descubierto todo lo demás, según se le fue preguntando.

Así, recayendo el delito sobre los de aquella casa, y quedando corrida toda aquella multitud de gente que había comenzado ya a triunfar de Alipio, éste, que había de llegar a ser en vuestra Iglesia predicador de vuestra divina palabra, y juez que había de fallar en su diócesis muchas causas eclesiásticas, se retiro de allí mucho mas instruido a costa de su experiencia propia.


Capítulo X: De la bondad y desinterés de Alipio, y llegada de Nebridio


616 Hallé, pues, en Roma a Alipio, el cual se unió a mí con tan estrecho y fuerte lazo de amistad, que se partió a Milán en mí compañía, ya por no apartarse de mí, ya también por practicar allí algo de lo que había aprendido de jurisprudencia, facultad que seguía él mas por voluntad de sus padres que por inclinación suya.

Ya por tres veces había ejercido el oficio de asesor, mostrando tan gran desinterés que admiraba a los demás abogados, cuando él se admiraba mucho mas de los que anteponían el oro a la inocencia. También fue probada su buena inclinación con el cebo halagüeño de la codicia y con el duro y fuerte estimulo del temor, pues siendo en Roma asesor de un señor tesorero general del emperador por lo tocante a los tributos de Italia, había al mismo tiempo un senador muy poderoso, que tenía obligados a muchos con sus beneficios, y a otros muchos los tenía sujetos por el temor. Quiso este magistrado, según la costumbre que tenía de usar de su poder absoluto, que le fuese permitido hacer no sé qué cosa que estaba prohibida por las leyes, pero Alipio se le opuso. Le prometieron premios y se burlo de la oferta; le hicieron amenazas y él no hizo caso de ellas. Todos se admiraron de un ánimo tan nunca visto y extraordinario, que a un hombre de tanta autoridad y tan celebrado por la fama, que tenía innumerables modos de hacerle bien o mal, no desease tenerle por amigo, o no temiese tenerlo por contrario. Aun el mismo juez, cuyo asesor era Alipio, si bien no quería que se ejecutase lo que pretendía el senador, no se atrevía a negarlo abiertamente, sino que echando toda la culpa a Alipio, decía que no se lo permitía su asesor, porque a la verdad, si el juez lo hubiera hecho, Alipio se despediría y le hubiera dejado.

Lo que únicamente le tenía ya casi vencido por su afición a las letras era el poder emplear aquel caudal que le ofrecían en hacer que le escribiesen y copiasen varios códices de que forman su biblioteca, pero consultando con la justicia, se determino a escoger lo mejor, juzgando que le era más útil sujetarse a la equidad que se lo prohibía, que seguir su libertad y el poder que se lo facilitaba. Poco es esto, pero el que es fiel en lo poco, también lo es en lo mucho. Ni puede dejar de ser cierto lo que salió de la boca de vuestro Hijo, que es la misma Verdad, cuando dijo: Si en el uso de la riqueza injusta no procedisteis con fidelidad, ¿quién os confiara las verdaderas riquezas? Y si en lo ajeno no fuisteis fieles, ¿quién os querrá dar lo que es vuestro? Tal era entonces este mí amigo íntimo, y juntamente conmigo vacilaba sobre qué modo de vida habíamos de seguir.

617 Lo mismo le sucedía a Nebridio, el cual dejada su patria, que era cerca de Cartago, y dejada esta ciudad, que era donde él estaba lo mas del tiempo, dejada su hacienda, que era considerable, y dejada, finalmente, su casa y su propia madre, que no había de seguirle, no se había venido a Milán por otra causa que por vivir en mí compañía y ocuparse conmigo en el ardentísimo estudio de la verdad y sabiduría. Juntamente con nosotros suspiraba y vacilaba, dedicándose con ardientes deseos a inquirir la vida bienaventurada y a escudriñar acérrimamente las cuestiones mas arduas y dificultosas.

Así estábamos todos tres hambrientos y necesitados de enseñanza, y mutuamente nos comunicábamos nuestra pobreza y miseria, esperando de Vos que nos dieseis oportunamente el alimento que necesitaban nuestras almas. En todas las amarguras que vuestra misericordia esparcía sobre todas las acciones de nuestra vida mundana, queriendo nosotros averiguar la razón por qué las padecíamos, no se nos presentaban sino oscuridades y tinieblas, y nosotros para resistirlas no hacíamos sino gemir y exclamar diciendo: ¿Cuanto durara este estado? Eso lo repetíamos muchas veces, pero diciéndolo, no dejábamos nuestro modo de pensar y de proceder, porque no se nos presentaba alguna cosa clara y cierta, que dejadas nuestras confusiones y dudas, pudiésemos seguramente abrazar.


Capítulo XI: Trata Agustín de ordenar su vida


618 Me causaba muy grande admiración el contemplar cuan largo espacio de tiempo había pasado desde el año diecinueve de mí edad, en que comencé a enfervorizarme en el estudio de la sabiduría, proponiendo que después de hallarla, había de abandonar todas las vanas esperanzas y engañosas locuras con que se fomentan los apetitos y codicias de los hombres. Andaba ya en los treinta años de mí edad y todavía estaba atollado en el mismo lodo con el ansia de gozar de los bienes presentes, fugitivos, y que me destruían, mientras yo me decía a mí mismo: "Mañana encontraré la verdad: ya se descubrirá lo cierto y yo lo asiré fuertemente. Fausto esta para venir, y él declarara todas las dificultades. ¡Oh, qué grandes hombres son los académicos, enseñando que ninguna cosa se puede tener por cierta para el régimen de esta vida! Pero busquemos la verdad con mayor cuidado y diligencia, y no perdamos del todo la esperanza. Mira como no tienes ya por desatinos y absurdos los que antes te lo parecían en los libros eclesiásticos, sino que conoces que se pueden bien entender en otro sentido muy diferente y fundado. Pues me estaré quieto y firme en aquel primer grado en que me pusieron mis padres cuando era niño (59), hasta que se descubra claramente la verdad. Pero ¿dónde ha de buscarse? Ambrosio no tiene tiempo desocupado; yo tampoco tengo oportunidad de leer tanto. ¿Dónde iré a buscar los libros necesarios?, ¿con qué dinero y cuando los compraré?, ¿quiénes son los que me los darán?

"No obstante, es menester repartir bien el tiempo y señalar algunas horas para tratar de la salud del alma. Grande esperanza he concebido viendo que la religión católica no enseña lo que yo pensaba y vanamente reprendía. Los católicos instruidos y doctos tienen por un grande error el creer que Dios tenga la forma o figura de cuerpo humano; pues ¿por qué dudamos llamar a la misma puerta por donde se nos descubrió esto, para que se nos manifieste lo demás? Las horas de la mañana me las ocupan los discípulos; ¿y qué es lo que hago en las restantes?, ¿por qué no las empleo en esto?

"Pero ¿cuándo visitaré a los amigos poderosos, de cuyos favores y protección necesito?, ¿cuándo trabajaré los cartapacios que compran los estudiantes? Y finalmente, ¿cuándo repararé las fueras del cuerpo con el alimento y sueno, y las del alma con algún descanso de tan continuas tareas y cuidados?

(59) Esto es, el grado de catecúmeno.



619 "Piérdase todo y abandonemos estas cosas inútiles y vanas, y dediquémonos solamente a la investigación de la verdad. Esta vida esta llena de miserias y no tenemos certeza de la hora de la muerte. Si me acomete repentinamente, ¿en qué estado saldré de este mundo y adonde aprenderé lo que no he cuidado de aprender aquí? O por mejor decir, ¿no tendré que padecer allá por este mí descuido y negligencia?

"¿Y se sabe si la muerte misma, que nos corta el hilo de la vida, acabara también con todos nuestros cuidados? Conque también esto es menester averiguarlo y saberlo. Pero ¿qué?, no es posible que eso sea. No es en balde, no es sin utilidad y provecho que una autoridad tan eminente como la de la fe y religión cristiana esté tan extendida por el universo. Ni Dios hubiera hecho tantas y tan admirables cosas por nosotros, si con la muerte del cuerpo hubiera de acabar también la vida del alma. Pues ¿qué es lo que me detiene para que, abandonando todas las esperanzas de este mundo, me entregue totalmente a buscar a Dios y a la vida bienaventurada?

"Pero vamos despacio: también estas cosas terrenas son bien apetecibles y gustosas, no es pequeña su suavidad y dulzura, por lo cual no se ha de romper por todo tan ligera y repentinamente, porque seria cosa fea y vergonzosa volver a estas delicias del mundo después de haberlas dejado. Considera también que no es dificultoso que consigas algún empleo honorifico. Y entonces, ¿qué habría más que desear en este mundo? Yo tengo abundancia de amigos muy autorizados y así, cuando no haya otra cosa y te corra mucha prisa, se te puede dar el cargo de una judicatura con que podrás casarte con una mujer que tenga bastante dote para que no se desfalquen tus rentas y caudales, y éste seria el término de todos tus deseos. Muchos grandes hombres, y muy dignos de imitarse, siendo casados fueron muy dedicados al estudio de la sabiduría".

620 Mientras yo decía todas estas cosas, y como encontrados vientos combatían mi corazón todas estas imaginaciones y alternativamente le impelían de una parte a otra, se iban pasando los tiempos y yo retardaba el convertirme al Señor y dilataba de un día para otro el vivir en Vos, pero no dilataba el morir en mí mismo cada día. Amando la vida bienaventurada, temía buscarla en Vos, donde tiene su asiento; y así huyendo de ella era como la buscaba. Juzgaba que seria sumamente infeliz y desdichado si me privara de la mujer y no pensaba en la medicina preparada por vuestra misericordia para curar esta misma dolencia, porque no la había experimentado y porque creía que la continencia se había de alcanzar con nuestras propias fuerzas naturales, las cuales no las veía en mí, siendo tan ignorante que no sabia, según dice la Sagrada Escritura: Que nadie puede ser continente si Vos no le dais esta virtud. Y ciertamente me la hubierais dado, si con gemidos íntimos de mi corazón os la hubiera pedido, y con una firme confianza hubiera colocado en Vos todos mis cuidados.


Capítulo XII: Disputa de Agustín con Alipio acerca del matrimonio y del celibato o vida de solteros


621 Alipio me impedía el que me casase, alegando que era absolutamente imposible, si me casaba, que viviésemos los dos juntos y dedicados quieta y seguramente al amor y estudio de la sabiduría, como había mucho tiempo que deseábamos. Porque él aun en aquella edad era castísimo, y tanto que causaba admiración, pues aunque a la entrada de su juventud comenzó a experimentar el vicio opuesto, en lugar de atollarse en aquel lodo, quedo muy arrepentido y desprecio de tal suerte los deleites de la sensualidad, que desde entonces vivía con muy grande continencia.

Mas yo le contradecía, oponiendo contra su sentencia los ejemplos de aquellos que siendo casados habían continuado el estudio de la sabiduría, habían servido a Dios y conservado y amado fielmente a sus amigos. Pero a la verdad, estaba yo muy lejos de la grandeza de ánimo de aquellos que citaba: atado a la dolencia de mí carne con el mortífero deleite que me tenía esclavizado, arrastraba mí cadena temiendo ser desatado de ella; y al modo que una llaga se estremece solo con que la toque la mano que va a curarla, así desechaba yo los buenos consejos y palabras de Alipio, que eran como la mano que me iba a desatar de mí cadena. Además de eso, la serpiente infernal se valía de mí boca para hablar a Alipio; por medio de mí lengua tejía dulces lazas y los esparcía en el camino de su vida, para que se enredasen en ellos aquellos pies tan libres como honestos.

622 Porque admirándose Alipio de que un hombre como yo, a quien él tenía en gran concepto, estuviese tan preso con la liga de aquel deleite, que siempre que hablábamos de esto, le decía que de ningún modo me era posible el vivir sin casarme, y viendo también que yo me defendía al mismo tiempo que él se admiraba diciéndole que había mucha diferencia entre lo que él había experimentado muy ligera y furtivamente (de lo cual apenas ya se acordaba y por eso podía despreciarlo fácilmente y sin trabajo alguno), y los deleites de mí larga costumbre, que se cohonestaron con el nombre del matrimonio, no tendría razón de maravillarse de que yo me hallase imposibilitado de mirar aquella vida con desprecio; comenzaba ya él también a desear casarse, no vencido ni por asomo de aquel deleite, sino únicamente movido de la curiosidad. Porque decía que solamente deseaba saber qué delicias venían a ser las de aquel estado sin las cuales mi vida, que él amaba tanto, no me parecía vida, sino tormento. Y es que su ánimo, como estaba libre de aquella prisión, se espantaba de la esclavitud del mío y admirándose de ella caminaba por el deseo de experimentarla, hasta llegar a la experiencia misma, para caer acaso en la misma esclavitud que en mí admiraba, porque esto sería contratar con la muerte, pues quien ama el peligro caerá en él.

Ni a él ni a mí nos movía mucho al estado conyugal lo que hace decoroso y recomendable el matrimonio, como es la buena dirección de una familia y la procreación de los hijos, sino que lo que a mí me llevaba principalmente y con vehemencia era la costumbre de saciar la insaciable concupiscencia que me tenía cautivo y me atormentaba, y al otro la admiración era lo que le traía a ser cautivo.

En este estado nos hallábamos, Señor, hasta que Vos, que siendo infinitamente excelso, no desamparáis a los que hicisteis del lodo, teniendo misericordia de nuestras miserias, nos socorristeis por unos medios y modos maravillosos y ocultos.



Agustin - Confesiones 609