Agustin - Confesiones 623

Capítulo XIII: Hácense diligencias de que se case Agustín


623 Me instaban fuertemente a que me casase. Ya había llegado a pedir a una joven para mujer mía, y ya también me la habían prometido, procurándolo principalmente mi madre, para que después de casado recibiese el saludable Bautismo, al cual ella se alegraba de verme mas dispuesto y proporcionado de día en día, considerando que sus deseos y vuestras promesas se cumplirían con abrazar yo la fe. No obstante, Vos, Señor, no quisisteis darle a conocer en alguna visión qué suceso tendría el matrimonio mío que se trataba, aunque ella con grandes voces de su corazón os lo suplicase todos los días, ya por cumplir en esto su deseo, ya por haberla yo rogado que lo hiciese.

Bien veía ella en sueños algunas especies vanas y fantásticas, causadas en su imaginación por la solicitud y cuidado que ocupaba a su espíritu sobre este punto; y me las refería, no con aquella seguridad y confianza que acostumbraba, cuando eráis Vos quien le hablabais o manifestabais alguna cosa, sino haciendo muy poco caso de ellas y despreciándolas. Porque decía que en cierto sabor y gusto que no sabia explicar con palabras conocía la diferencia que había entre las revelaciones que eran vuestras y las que eran solamente sueños de su fantasía. No obstante, se trataba con instancia mí casamiento, y estaba pedida una mocita, cuya edad era casi dos años menos de los que se requieren para el matrimonio, y porque aquélla parecía a propósito, esperábamos hasta que cumpliese la edad competente.


Capítulo XIV: Determina Agustín instituir el método de vida común que él y sus amigos habían de observar


624 Muchos amigos, que en nuestras conversaciones abominábamos las inquietudes y molestias de la vida humana, habíamos premeditado y casi resuelto ya el vivir apartados del bullicio de las gentes en un ocio tranquilo, lo cual habíamos trazado de tal suerte, que todo lo que tuviésemos o pudiésemos tener lo habíamos de juntar y hacer de todos nuestros haberes una hacienda y masa común a todos nosotros, de modo que, en fuerza de una sincera amistad, no fuese una cosa de éste y otra de aquél, sino que de todos nuestros bienes se hiciese un cumulo y todo él fuese de cada uno, y todas las cosas fuesen comunes a todos.

Parecíanos que nos podríamos juntar como hasta unos diez compañeros, habiendo entre nosotros algunos muy ricos, especialmente

Romaniano (60), que era mí compatriota, y desde nuestra niñez amigo mío muy familiar, el cual por entonces había venido de África a nuestra compañía, traído de negocios graves que se le habían ofrecido. Éste era el que más instaba para que se pusiese en ejecución el plan de nuestra vida común y tenía su voto mucha autoridad para persuadirlo, por ser su riqueza mucho mayor que la de los demás. Habíamos convenido en que todos los años se habían de nombrar dos de nosotros, que como los anuales magistrados, cuidasen de todas las cosas temporales que nos fuesen necesarias, y los demás gozasen de una vida sosegada y quieta. Pero luego que comenzamos a pensar si este proyecto podía subsistir debiendo de haber mujeres en nuestra compañía (pues algunos de nosotros ya las tenían y otros queríamos tenerlas), todo aquel proyecto que diariamente íbamos perfeccionando se nos deshizo entre las manos, se desbarato y se dejo enteramente.

De aquí volvimos a nuestros suspiros y gemidos acostumbrados, y a seguir los anchurosos y frecuentados caminos del siglo, porque nuestro corazón estaba combatido de muchos y diversos pensamientos, pero vuestros juicios y decretos permanecen eternamente; en fuerza de los cuales decretos burlabais, Señor, nuestras disposiciones y hacíais que se fuesen cumpliendo las vuestras, para darnos el alimento en el tiempo más propio y oportuno, y extender vuestra liberal mano para llenar nuestras almas de gracias y bendiciones.

(60) Romaniano, paisano, amigo y bienhechor suyo, como se dijo en el capítulo XI del lib. III, es a quien dedico los tres libros que escribió contra los académicos, y el De vera Religione. Hace mención Agustín de las excelentes prendas que tenía Romaniano al principio de los lib. I y II contra los académicos. No obstante, sabemos que había un hombre poderoso y rico, cuyo nombre no se sabe, que perseguía a Romaniano y no le dejaba gozar de toda la tranquilidad que pudiera prometerse por sus circunstancias.



Capítulo XV: Toma Agustín otra amiga, en lugar de la primera, que se volvió al África


625 Entretanto se iban multiplicando mis pecados, y siendo violentamente arrancada de mí lado como estorbo para mí casamiento aquella mujer con quien yo estaba acostumbrado a tratar y en quien tenía puesto mi corazón, me quedo éste tan lastimado y herido que la daga todavía estaba fluyendo sangre.

Ella, después de hacer a Vos el voto de no conocer otro varón en toda su vida, se había vuelto al África, dejando en mí compañía un hijo natural que tuve de la misma. Pero yo, infeliz, que aun no tuve valor para imitar el de una mujer, pareciéndome mucha dilación la de dos años que habían de pasar antes de recibir la que había pretendido por mí mujer legitima, por no aguardar tanto tiempo y porque no era tan amante del matrimonio como esclavo del deleite lascivo, tomé amistad con otra, para que la continuación de mí mala costumbre conservase la enfermedad de mi alma y me la hiciese llevar entera o mas agravada cuando llegase al estado matrimonial. Ni por eso se me curo la llaga que se había hecho en mi corazón con el apartamiento de la primera amiga; antes bien, además de haberme causado agudísimos dolores con el ardor primero, después, empobreciéndose la llaga, cuanto más fría estaba, tanto dolía mas insufrible y desesperadamente.


Capítulo XVI: Como nunca llego a perder el miedo de la muerte y del juicio


626 Alabado y glorificado seáis, Dios mío, fuente inagotable de misericordia. Yo cada día me iba haciendo mas miserable y Vos cada día os ibais acercando mas a mí. Ya vuestra mano diestra y poderosa me iba a asir para sacarme del cieno y lavar todas las manchas y yo no lo conocía.

Ninguna cosa me estimulaba mas para salir del abismo profundo de los deleites carnales en que estaba atollado, que el miedo de la muerte y de vuestro juicio final, miedo que nunca se aparto de mi alma, no obstante la multitud de opiniones que seguí en otras materias. Decía, hablando con mis amigos Alipio y Nebridio acerca del fin que habían de tener los buenos y los malos, que por mí voto se hubiera llevado la palma

Epicuro (61) entre los demás filósofos, si no fuera porque yo creía ciertamente que después de la muerte le quedaba otra vida a nuestra alma, y el premio o castigo correspondiente a sus obras, lo cual nunca quiso creer Epicuro. "Dado caso que nunca hubiésemos de morir, les proponía yo, y que continuamente estuviésemos gozando de deleites corporales, sin temor alguno de perderlos nunca, ¿qué nos faltaría para ser bienaventurados o qué otra cosa habría que apetecer?". Y es que no conocía que este mismo modo de pensar era parte de mí gran miseria, pues por estar yo tan anegado y ciego, no se levantaban mis pensamientos hasta la luz de aquella purísima y soberana hermosura, que por sí misma merece ser amada, la cual no se ve con los ojos corporales, sino solamente con los ojos del alma. Ni siquiera consideraba, miserable de mí, el principio y fuente de donde dimanaba el placer y gusto con que yo trataba con mis amigos estas mismas cosas, aunque torpes y feas; ni tampoco sin ellos pudiera ser bienaventurado, según el modo de pensar que yo tenía entonces, por más que gozase de la mayor abundancia de deleites corporales. A estos amigos los amaba sin interés alguno y conocía que ellos me correspondían, amándome también del mismo modo.

¡Oh torcidos caminos de los hombres! ¡Desdichada el alma que se atreve a esperar que había de hallar mejoría alejándose de Vos! Por más vueltas que dé, atrás y adelante, a los lados, hacia todas partes, cuanto halle será tormentos, y solo en Vos encontrara su descanso. Vos, Señor, estáis siempre presente y prevenido para librarnos de todos nuestros lamentables extravíos y nos ponéis en el camino vuestro, y nos consoláis y animáis, diciéndonos: Ea, corred por este camino vuestro, y nos consoláis y animáis, diciéndonos: Ea, corred por este camino, que yo os iré sosteniendo, yo os conduciré hasta el fin y os colocaré en donde deseáis.

(61) Aquí se ve claramente que San Agustín era del numero de toda aquella multitud de autores antiguos que dijeron y creyeron que Epicuro había colocado la suma felicidad en los deleites de los sentidos; no obstante que algunos han querido disculparle, diciendo que colocaba la felicidad en el deleite del alma, que no estuviese acompañado de dolor ni pena alguna. Pero San Agustín y todos los antiguos dijeron lo contrario, y aun el poeta llama a un voluptuoso: Epicuri de grege porcum.




LIBRO VII

700 Explica las ansias de su alma, que se fatigaba en la imaginación del mal; como llego también a conocer que ninguna sustancia era mala; y que en los libros de los platónicos hallo el conocimiento de la verdad incorpórea y del verbo divino, pero no hallo su humildad y anonadamiento

Capítulo 1: Como Agustín todavía imaginaba a Dios al modo de un ente corpóreo, que estaba difundido por todas partes y llenando unos espacios infinitos


701 Ya todo el tiempo de mí adolescencia mala y perversa se había pasado y comenzaba el de la juventud, siendo yo cuanto mayor en la edad (62), tanto mas torpe en la vanidad. Aunque yo no acertaba a imaginar sustancia alguna que no fuese corpórea y semejante a lo que suele percibir la vista, no imaginaba, Dios mío, que tuvieseis figura de cuerpo humano, porque desde que comencé a oír y saber algo de filosofía, siempre había huido de semejante pensamiento; y me alegraba de haber hallado esta misma verdad en la doctrina y creencia de nuestra madre espiritual, vuestra Iglesia católica. Pero no se me ocurría alguna otra idea que poder formar de Vos; al paso que no obstante ser yo hombre, y tan mal hombre, intentaba llegar a conoceros, siendo Vos el altísimo, único y verdadero Dios. Bien creía yo firmemente y con lo más íntimo de mi corazón, que Vos eráis incorruptible, inviolable, incapaz de alteración y mudanza, pues sin saber yo de donde o como tenía esta noticia, veía claramente y tenía por muy cierto que todo aquello que puede admitir corrupción no es tan bueno como lo que no puede corromperse, y lo inviolable o incapaz de padecer algún daño lo anteponía sin duda alguna, a lo que es violable o capaz de alteración, y lo que no padece mutación alguna lo tenía por mejor que todo lo que puede padecerla.

Esta creencia hacia que mi corazón clamase con vehemencia contra todos los fantasmas o ideas materiales que yo formaba imaginando vuestro ser; con solo ese golpe procuraba espantar la multitud de especies inmundas y corpóreas que, revoloteando alrededor de mí entendimiento, le confundían y ofuscaban. Apenas ellas se habían apartado de mí por un instante, cuando mas amontonadas que antes volvían a presentarse y arrojándose de tropel sobre la vista de mi alma, me la oscurecían y anublaban de tal modo, que aunque yo no pensase que aquel mismo Ser incorruptible, inviolable, inconmutable, que yo prefería a todo lo corruptible, violable y mudable, tenía forma exterior de cuerpo humano, me veía precisado a pensar que era alguna cosa corpórea, que se extendía por todos los espacios y lugares, ya fuese infundida solamente en todas las cosas que hay dentro del mundo, ya también estuviese difundida por los espacios infinitos que se imaginan fuera del universo, porque todo lo que concebía sin orden ni respecto a algún espacio me parecía la nada sin ser alguno. Pero tan enteramente nada, que aunque no fuese como se imagina el vacuo, que es como si un cuerpo se quitara del lugar que ocupa y quedase el lugar vacio de todo cuerpo, ya terreno, ya acuoso, ya aéreo, ya celestial, sino que quedase el lugar vacio enteramente y desocupado, como un nada con extensión ancho y espacioso.

(62) Comenzaba entonces el año 31 de su edad.



702 Yo, pues, como tal material y espeso en mis pensamientos, que aun para conocerme a mí mismo no estaba transparente y claro, pensaba que todo lo que no se extendiese por algunos espacios de lugar, o no se ensanchase, o no se juntase, o no se entumeciese, o no recibiese dentro de si alguna cosa de esta calidad, o no fuese capaz de recibirla, no tenía ser alguno, y absolutamente era nada. Porque mí entendimiento no formaba otras ideas o imágenes interiores, sino semejantes a las formas o especies que recibían mis ojos y demás sentidos corporales; y no advertía ni reflexionaba que la interior potencia y facultad con que yo formaba aquellas mismas imágenes o ideas no era corpórea ni abultada, siendo no obstante alguna cosa grande, pues a no serlo, no podría formarlas.

Así, Dios mío, vida de mi vida, también imaginaba que, siendo Vos grande por infinitos espacios y lugares, llenabais y penetrabais por todas partes la gran máquina del universo. Que también fuera de ella, hacia cualquier parte que se considere, os extendíais por inmensos espacios que no tenían fin ni término alguno, de suerte que la tierra, el cielo y todas las cosas os poseyesen y por dentro y fuera estuviesen llenas y rodeadas de Vos, y dentro de Vos mismo tuviesen su fin y término, pero Vos no le tuvieseis por ninguna parte. Pues así como el cuerpo de este aire que esta sobre la tierra no impide que la luz del sol le traspase y le penetre, no rompiéndole o dividiéndole, sino llenándole todo de su claridad, así juzgaba yo que penetrabais todos los cuerpos, no solamente del cielo, del aire, del mar, sino también de la tierra, y que todos ellos, en todas sus partes, grandes y pequeñas, eran respecto de Vos penetrables y como transparentes, para llenarse de vuestra presencia, que con oculta inspiración e influencia secretísima gobernáis todas vuestras criaturas por lo interior y exterior de todas ellas.

De este modo discurría entonces porque no estaba en estado de pensar otra cosa, pero era falso lo que pensaba, porque si aquello fuera cierto, la parte mayor de tierra tendría en sí mayor parte de vuestra sustancia, y la que fuese menor, tendría menor parte de Vos; y de tal suerte llenaríais todas las cosas, que tanto mas tuviese de Vos el cuerpo de un elefante que el de un pajarillo, cuanto el Cuerpo de aquél es mayor y ocupa mas lugar que el cuerpo de éste: así estaríais dividido en tantas partes grandes y pequeñas cuantas hay en todo el universo, para comunicar y hacer presente a las grandes otra igual y tan gran parte de Vos, y a las pequeñas otra igual y tan pequeña parte vuestra. Pero no sois Vos así, aunque yo entonces no lo conocía, porque aun no habíais alumbrado las tinieblas de mí ignorancia.


Capítulo 1I: Argumento con que Nebridio impugno a los maniqueos


703 Bástame, Señor, contra aquellos hombres engañosos y engañadores de otros, habladores mudos, porque no se oía de su boca vuestra divina palabra, bástame, digo, para confundir a los maniqueos el argumento que mucho tiempo antes, estando nosotros en Cartago, había propuesto Nebridio, que nos hizo mucha fuerza a todos los que le oímos. Porque preguntaba él: ¿qué haría contra Vos aquella no sé qué raza de tinieblas (que los maniqueos dicen ser una gran masa opuesta a Vos), dado caso que Vos no quisieseis pelear contra ella? Pues si responden que todavía podía haceros algún daño, sería decir que Vos no sois inviolable e incorruptible; si por el contrario, respondieran que de ningún modo os podría dañar o hacer algún perjuicio, en tal caso no pueden señalar causa o motivo de reñir y pelear, y menos para pelear y reñir como ellos dicen, esto es, de tal modo, que una porción o miembro de vuestra sustancia, una producción de vuestra sustancia misma, se mezclaría con las potestades contrarias a Vos, que eran naturalezas que Vos no habíais creado, y de tal suerte la corrompían y trocaban de buena en mala, que su felicidad y bienaventuranza se convertía en infelicidad y miseria, y venía a tener necesidad de auxilios que la librasen de aquel estado y la purificasen de las manchas que había contraído. Esta porción de vuestra sustancia decían que era nuestra alma, a la cual viéndola así esclavizada, manchada y corrupta, la venía a socorrer vuestro divino Verbo, que había quedado libre, puro y entero, pero que también él mismo era corruptible, como de la misma naturaleza y sustancia que había sido corrompida.

Por lo cual, si los maniqueos decían o confesaban que Vos o vuestra sustancia, sea ella la que fuese en sí misma, era incorruptible, se seguía claramente que todo aquello que decían era falso y detestable; y si decían que era corruptible vuestra sustancia propia, ello mismo se daba a conocer por falso y abominable desde luego. Bastabame, pues, este argumento solo contra los maniqueos para desechar y arrojar fuera de mí toda la doctrina de que me tenían imbuido y con que mi corazón estaba oprimido y angustiado, porque no tenían salida alguna que dar al argumento, sin que cayesen su corazón y su lengua en el horrible sacrilegio de creer y proferir estas blasfemias.


Capítulo 1II: Que el libre albedrio es la causa del pecado


704 Pero aunque yo confesaba y creía firmemente que Vos, mi Señor y verdadero Dios, sois incorruptible, invariable y por todas partes ajeno de mutabilidad y alteración, y que criasteis no solamente nuestras almas, sino también los cuerpos y generalmente todas las criaturas, todavía no entendía yo bien claramente cuál es la causa del mal o de lo malo; eso sí, conocía que cualquiera que ella fuese, debía buscarla de tal modo, que no me viese precisado por ella a creer que Vos, Dios y Señor inconmutable, eráis capaz de alguna mudanza o variedad, para no hacerme yo malo a mí mismo, al indagar la causa de lo malo. Así la buscaba tan seguro de no dar en aquel desvario, como estaba convencido y certificado de que no era verdad la doctrina de los maniqueos, que huia y detestaba con todo mi corazón, porque veía claramente que buscando ellos la causa y origen del mal, estaban llenos de maldad tan excesiva, que antes creían que vuestra naturaleza y sustancia malamente padecía, que el que la suya obrara malamente.

705 Yo me esforzaba cuanto podía para entender lo que había oído decir, esto es, que el libre albedrio de nuestra voluntad era la causa del mal que obrábamos y la rectitud de vuestro juicio la causa del mal que padecíamos; pero yo no podía entender esto clara y distintamente. Y así procurando sacar la atención de mí entendimiento de estas profundas tinieblas, volvía a sumergirme en ellas otra vez, y esforzándome repetidas veces a lo mismo, me hundía del mismo modo otras tantas veces.

Me levantaba algún poco hacia vuestra luz el saber yo con tanta certeza que tenía mí voluntad propia, como estaba cierto de que tenía vida. Así cuando quería o no quería algo, estaba certísimo de que yo mismo, y no otro, era el que quería o no quería aquello, y ya casi conocía que allí estaba la causa y principio de mi pecado.

También veía que hacer yo alguna cosa forzado y contra mí voluntad mas era padecer que hacer, y esto juzgaba que no era culpa, sino pena, con la cual confesaba ser justamente castigado de Vos, a quien reconocía siempre como justo.

Mas otras veces decía: "¿Quién es el que me ha hecho? ¿Por ventura no es mi Dios, que no solamente es bueno, sino la misma bondad? Pues ¿de dónde me ha venido a mí el querer desordenadamente unas cosas (63) y ordenadamente no querer otras, por manera que esta repugnancia fuese justa pena de aquella voluntad injusta? ¿Quién puso en mí este veneno?

¿Quién injirió en mi alma esta raíz de amargura, habiendo sido yo todo y totalmente hecho por mí dulcísimo Dios? Si el diablo es el autor de este mal, ¿quién fue el que le hizo a él? Porque si él mismo por su mala y perversa voluntad, de buen ángel que era, se hizo y se mudo en demonio, ¿de dónde le vino a él esa mala voluntad con la cual se hizo demonio, supuesto que todo él fue criado bueno por el Hacedor de todas las cosas, que es infinitamente bueno?"

Con estos pensamientos volvía otra vez a sumergirme en mis tinieblas y ahogarme entre mis dudas; pero no me llevaban tan a lo hondo, que llegase a lo profundo del error de los maniqueos, donde ninguno confiesa Vuestra bondad infinita, cuando antes juzgan que Vos estáis sujeto a padecer males que el que los hagan los hombres.


(63) Unde igitur mihi malè vello, et benè nolle?, dice el Santo. Como antes deja dicho que el hacer una cosa contra su voluntad y con repugnancia suya mas propiamente era padecer que hacer, en el malè velle explica el mal de la culpa, y en el benè nolle el mal de la pena, que justamente se padece contra la voluntad propia, en castigo del otro mal de la culpa, que se hizo por su propia voluntad. Así nadie malè velle quiere decir querer malamente y pecando, o injustamente querer alguna cosa; y el benè nolle quiere decir que justamente, bien y ordenadamente padece y sufre aquella repugnancia de no querer alguna cosa, y hacerla como por fuerza (que mas es padecer que hacer), y esto en justa pena de su voluntad injusta.



Capítulo 1V: Como necesariamente Dios es invariable e incorruptible


706 Del mismo modo procuraba entender claramente todo lo demás, así como había averiguado que lo incorruptible es mejor que lo corruptible, y por tanto, confesaba que cualquiera que fuese vuestro ser y naturaleza, precisamente había de ser incorruptible. Porque nadie pudo ni podrá jamás pensar cosa alguna que sea mejor que Vos, que sois el sumo y perfectísimo bien. Y como es verdad certísima que lo incorruptible se debe anteponer a lo que es corruptible, como yo lo conocía y ejecutaba, si Vos no fuerais incorruptible, pudiera mí entendimiento hallar alguna cosa mejor que Vos.

Conque allí mismo donde yo advertía que lo incorruptible es mejor que lo que puede corromperse, era donde debía buscaros y desde allí descubrir el origen del mal, esto es, el principio de la corrupción, de la cual no es capaz vuestra divina sustancia. Porque de ningún modo, por ninguna voluntad, por ninguna violencia, por ninguna casualidad, puede la corrupción manchar e inficionar la naturaleza de nuestro Dios, pues él es Dios, y todo lo que quiere para si es de la línea del bien, y aun él mismo es el mismo bien que quiere, pero el poder corromperse no se ha juzgado jamás por bien alguno.

Ni tampoco cabe en Vos, Señor, el ser forzado a cosa alguna contra vuestra voluntad, ya que vuestra voluntad no es mayor que vuestro poder, a no ser que se diga que Vos sois mayor que Vos mismo, porque la voluntad y la potencia de Dios son el mismo Dios. Finalmente, ¿qué casualidad puede haber impensada para Vos, que sabéis y conocéis todas las cosas perfectísimamente? Además de que ninguna naturaleza ni criatura alguna existe sino porque Vos la conocéis.

Pero ¿para qué gasto tantas palabras en probar que la naturaleza de Dios no puede ser corruptible, cuando es evidente que si lo fuera no sería Dios?


Capítulo V: Vuelve otra vez a inquirir de donde provenga el mal y cuál será su origen y raíz


707 Yo buscaba el origen del mal, y siendo así que lo buscaba malamente no echaba de ver el mal que había en el mismo modo con que le buscaba. Ponía yo delante de los ojos de mi alma todo lo que habéis creado, ya sean las cosas que podemos ver, como la tierra, el mar, el aire, los astros, los arboles y los animales, ya también todas las cosas que no vemos, como son el firmamento con todos los ángeles y todos los entes espirituales del universo; pero también estas cosas las fue colocando mí fantasía en diversos y respectivos lugares, como si verdaderamente fueran cuerpos. De todo ello formé en la imaginación como una gran masa compuesta de los distintos géneros de cuerpos de vuestras criaturas, tanto de aquellos que eran verdaderos cuerpos, como de los otros que yo había fingido y apropiado a los espíritus. Yo imaginaba esta masa muy grande y extensa, no tanto como ella lo fuera en sí misma, que esto no podía saberlo a punto fijo, sino cuanto le pareció a mí fantasía, pero siempre me la representaba finita y limitada por todas partes.

Después, os concebía a Vos, Señor, como una sustancia infinita sin término ni límite alguno, que rodeaba y penetraba por todas partes aquella gran masa: así como si el mar lo llenase todo y hacia todas partes por espacios inmensos solo hubiese un infinito mar, y dentro de si tuviese una esponja que aunque fuese muy grande, fuera limitada y finita, esta esponja verdaderamente estaría por todas partes rodeada y llena de aquel inmenso mar.

Así juzgaba yo que todas vuestras criaturas, que son finitas y limitadas, estaban por todas partes circunvaladas y llenas de Vos, que sois infinito, y decía: veis aquí a Dios y veis aquí todo lo que Dios ha creado; Dios es bueno y su bondad excede infinitamente a todo el conjunto de sus criaturas; mas como él es sumamente bueno, todas las cosas las crea buenas, y ved ahí como todas las abraza y llena de su bondad. Pues ¿en dónde está el mal?, ¿de dónde ha dimanado?, ¿por dónde se ha introducido en el universo?, ¿cuál es la raíz que lo produce?, ¿de qué semilla nace?

¿Acaso diremos que el mal no tiene ser alguno? Pues ¿por qué tememos y evitamos lo que no hay ni tiene ser? Y si es que tememos vanamente y sin fundamento, sin duda que este temor ya es algún mal que inútilmente atormenta y despedaza nuestro corazón, y este mal será tanto más grave cuanto mas tememos no habiendo que temer. Por lo cual, o hay algún mal que temamos, o el mal que hay es que tememos. Pues ¿de dónde vino este mal? Porque Dios, siendo todo bondad, hizo buenas todas estas cosas. El mayor y sumo bien hizo las criaturas que son bienes menores; pero así el Creador como las cosas creadas, todo es bueno. Pues ¿de dónde nace el mal?

¿Sera acaso que la materia de que hizo Dios todas las criaturas era en sí misma alguna cosa mala, y Dios la formo y ordeno, pero dejo algo en ella que no lo ordenase y convirtiese de mal en bien? Y si fue así, ¿qué causa hubo para esto? ¿Acaso no podía convertirla toda y mudarla en bien de modo que no quedase en ella nada de malo, siendo Él todopoderoso? Finalmente, ¿por qué quiso servirse de ella para formar de allí sus criaturas, y no usar de su misma omnipotencia para destruirla enteramente y aniquilarla? ¿O podrá decirse que ella podía existir contra la voluntad de Dios? Aun suponiendo que fuese eterna, ¿por qué la dejo durar antecedentemente por infinitos espacios de duraciones (64) y tanto después tuvo por bien servirse de aquella materia, y hacer de ella alguna cosa? Y ya que repentinamente determino y quiso hacer alguna obra, como omnipotente que es, comenzara antes aniquilando y deshaciendo enteramente aquella materia; y si así hubiera quedado Él siendo el todo, el verdadero, sumo e infinito bien. Y si no era conveniente a su bondad el que solo destruyese y no fabricase al mismo tiempo y produjese algún bien, siendo Él tan bueno, destruida aquella mala materia y reducida a la nada, podía haber creado otra buena, de la cual produjese todas las cosas. Porque no sería todopoderoso si no pudiera hacer algo bueno sin ayuda de aquella materia que Él no había creado.

Ve aquí las cosas que yo andaba revolviendo en mí infeliz espíritu lleno de cuidados que le consumían, causados del temor de la muerte y de no hallar la verdad; pero estaba firmemente arraigada en mi corazón la fe que en la católica iglesia se tiene de vuestro Hijo Jesucristo, Señor y Salvador nuestro; y aunque a la verdad era mí fe todavía imperfecta en muchas cosas y se salía fuera de las reglas de la sana doctrina, con todo no la dejaba mi alma, antes bien cada día se iba instruyendo e imbuyéndose mas y mas en ella.


(64) Aunque en la hipótesis que se hace San Agustín diga: Per infinita retro spatia temporum, por infinitos espacios de tiempos anteriores; no se ha de imaginar que antes de la creación hubiese tiempo alguno; que esto no puede establecerse en doctrina del Santo, ni tampoco puede imaginarse, porque el tiempo es una de las cosas que pertenecen a la creación y efecto de ella. Así, diciendo el santo por infinitos espacios de tiempo, bien da a entender que habla de la eternidad, que precedió a la creación y que como infinita duración abraza todos los tiempos, y virtualmente en todos ellos. Así, en el capítulo XV, dice que Dios no comenzó a producir las criaturas post innumerabilia spatia temporum.



Capítulo VI: Desecha Agustín por vanas y engañosas las adivinaciones de los astrólogos


708 Ya también había yo desechado enteramente las engañosas predicciones y sacrílegas locuras de los astrólogos; y éste es, Dios mío, uno de los efectos de vuestras misericordias, por el cual os debo confesar y bendecir con todas las fuerzas de mi alma. Pues, Vos, Señor, Vos y no otro fuisteis quien me hizo este beneficio. Porque ¿quién puede librarnos y apartarnos de la muerte que nos acarrea todo error, sino Vos, que sois la vida que no puede morir y la sabiduría que sin necesitar de luz alguna ilumina los entendimientos que la necesitan, la misma con que es regido y gobernado todo el universo, hasta las hojas de los arboles que se lleva el viento?

Vos procurasteis el remedio de aquella mí terquedad con que resistí y me opuse a Vindiciano (65), que era anciano agudo y docto, y a

Nebridio, que era joven de un talento admirable: cuando el primero afirmaba resueltamente y el segundo, aunque con alguna duda, repetía muchas veces que no hay arte alguno para conocer las cosas venideras; pero que las conjeturas de los hombres tienen muchas veces fuerza, de suerte que diciendo los hombres multitud de cosas acertaban por casualidad a decir, entre tantas, algunas de las que han de suceder, sin saberlo los mismos que lo decían, sino tropezando a ciegas con la verdad de algunos sucesos, en fuerza de lo mucho que hablan.

Vos, pues, Señor, hicisteis que yo tomase amistad con un hombre que acostumbraba consultar a los astrólogos sobre varios asuntos, aunque él no sabía mucho de la astrología, pero los consultaba, digo, por curiosidad, el cual sabia cierta especie, que decía habérsela oído a su padre, pero no advertía él mismo cuan poderosa era aquella especie para echar a rodar la opinión y crédito de tal arte. Éste, pues, que se llamaba Fermín, sujeto instruido en las artes liberales y en la elocuencia, hablándome como a su mayor amigo sobre ciertas cosas suyas, a las cuales aspiraba por la esperanza grande que tenía de adelantar su fortuna, me instaba que le dijese el juicio que yo formara de aquellas pretensiones, según su horóscopo y constelaciones que le correspondían; y yo, que por entonces ya había comenzado a inclinarme a la sentencia de Nebridio, no me excusé de hacer mis conjeturas y decirle lo que me ocurría como dudosamente; pero le añadí que estaba casi persuadido y convencido de que todas aquellas cosas y observaciones eran vanas y ridículas.

Entonces él me conto que su padre había sido curiosísimo en la referida facultad, habiendo juntado y manejado muchos libros de esta materia, y que había tenido un amigo igualmente dedicado a la misma facultad, que habían estudiado juntos; que con igual deseo de adelantar en ella, conferenciaban los dos, y se comunicaban mutuamente sus reflexiones, como soplando y avivando el fuego que ardía en su corazón de adelantar en un estudio tan vano, de modo, que aun en los brutos que nacían en casa de ellos observaban los instantes de su nacimiento y la posición de los astros respecto de aquellos mismos instantes, para sacar de allí algunas experiencias con que apoyar aquella especie de arte.

Así, refería él que había oído decir a su padre que al tiempo que su mujer y madre del mismo Fermín estaba embarazada de él, estaba también encinta una criada de aquel amigo de su padre, lo cual no se le pudo encubrir al amo, que con las más exquisitas diligencias procuraba examinar y saber aun los partos de las perritas de su casa. Y que había sucedido que teniendo en cuenta el padre de Fermín con el parto de su mujer y el otro amigo suyo con el de su criada, y contando uno y otro con la mayor exactitud los días, las horas, minutos y segundos de la preñez de entrambas, vinieron a parir las dos al mismísimo tiempo; de modo que se vieron forzados a aplicar a los recién nacidos las mismas constelaciones, sin distinción alguna, que el uno había observado para su hijo y el otro para su siervo. Porque luego que a las dos mujeres les comenzaron los dolores de parto, se avisaron los dos amigos mutuamente lo que pasaba en la casa de uno y otro, y previnieron mensajeros de ambas partes, que al punto que supiesen lo que había nacido en cada una de las casas, lo avisasen a la otra sin dilatación alguna. Y como dueños que eran respectivamente de sus casas, con mucha facilidad habían dispuesto que al instante que se verificase el parto, se le hiciese saber al mensajero que estaba prevenido. Y así decía que los dos que habían sido enviados, se vinieron a encontrar uno a otro puntualmente en medio del camino y en tal distancia de las dos casas, que ni el padre de Fermín ni su amigo pudiesen notar diversa posición de astros, ni la mas mínima diferencia de tiempo con que distinguir el horóscopo de los dos recién nacidos; y no obstante Fermín, como nacido de familia distinguida en su país, seguía las carreras más lustrosas del siglo, se iba aumentando en riquezas y sublimando en honras; y el otro, sin poder sacudir el yugo de su servidumbre, servía como esclavo a sus señores, según contaba el mismo Fermín, que le había conocido.

(65) Véase el cap. III del lib. IV.



709 Oídas por mí estas cosas, y creídas también por habérmelas contado tal sujeto, toda aquella oposición y resistencia que yo había hecho a las persuasiones de Vindiciano y Nebridio se desarmo enteramente y se deshizo. Y lo primero que intenté fue apartar al mismo Fermín de aquella vana curiosidad, diciéndole: que para responderle con verdad a lo que me había preguntado después de contempladas bien sus propias constelaciones, había de haber visto en ellas que sus padres eran de lo mas principal que había en su tierra, que su linaje y familia eran de la mayor nobleza de su propia ciudad, que habían concurrido en su nacimiento las circunstancias más honrosas que había tenido buena crianza, y los progresos que había hecho en el estudio de las artes liberales. Pero si aquel otro siervo me hubiera consultado sobre las mismas constelaciones (que correspondían a su nacimiento del mismo modo que al de Fermín), para que yo pudiera responderle la verdad, seria también necesario haber visto en ellas la bajeza de su linaje, su condición servil y todas las demás circunstancias suyas, que eran tan distintas y contrarias de las otras que allí mismo había yo antes visto y descubierto. Conque si viendo unas mismas constelaciones e influencias tenía que pronosticar y decir distintas y contrarias si había de acertar, y si pronosticaba los mismos acaecimientos y las mismas cosas al uno y al otro, erraba precisamente mí pronostico, es argumento certísimo que prueba evidentemente que aquellas cosas que se aciertan después de vistas y observadas las constelaciones, se aciertan por casualidad y no por arte ni reglas; y al contrario, que si las predicciones de esta clase salen falsas, no es por ignorancia de aquel arte, sino por falibilidad y yerro de la suerte.

710 Tomando de aquí principio y meditando todo esto dentro de mí mismo para que ninguno de aquellos delirantes que vivían de hacer estas predicciones (con los cuales deseaba yo verme para argüirlos y ridiculizarlos), burlase la fuerza del argumento, con decir que Fermín me habría engañado a mí en aquella relación, o que su padre le habría engañado a él, para evitar, digo, que tuviesen este efugio, puse la consideración en el nacimiento de los que nacen juntos y se llaman mellizos: muchos de los cuales nacen tan inmediatamente uno tras otro, que aquel brevísimo espacio que media entre los dos, por más fuerza que tenga en la naturaleza para diferenciarlos, según pretenden los astrólogos, no hay diligencia ni observación humana que baste a conocerle o advertirle; ni puede señalarse en aquellos caracteres y figuras que tiene que mirar el astrologo para hacer verdaderos sus pronósticos. Pero es imposible que en este caso salgan verdaderos, porque mirando unos mismos caracteres y figuras que correspondían al nacimiento de Jacob y Esaú, debería un astrologo pronosticar las mismas cosas respecto de entrambos, siendo así que en uno y otro fueron muy diferentes los sucesos. Conque si para entrambos anunciaba las mismas cosas, salían falsos sus pronósticos; y si salían verdaderos, seria no anunciando ni diciendo las mismas cosas para entrambos, no obstante que eran unas mismas las figuras y caracteres que veía convenir al uno y al otro: de donde se sigue, que si hubiera acertado en sus pronósticos, acertaría por casualidad, y no por regla de alguna ciencia o arte.

Vos, Señor, que perfectísimamente gobernáis todo el universo, hacéis por medio de un influjo y dirección imperceptible que cuando alguno consulta a los astrólogos sobre algún suceso, sin saberlo ni advertirlo los consultados, ni los que los consultan, cada uno reciba aquella respuesta que le corresponde, atendidos los méritos de su alma: nace aquella respuesta del abismo impenetrable de vuestro juicio, siempre justo y recto, que ningún hombre debe extrañar, diciendo: ¿Qué viene a ser esto?, ¿para qué es esto? No diga tal cosa, no la diga, porque él no puede salirse de los límites de hombre.



Agustin - Confesiones 623