Agustin - Confesiones 202

Capítulo 1I: Como a los dieciséis años se entrego a amores impuros


202 ¿Y qué era lo que me deleitaba sino amar y ser amado? Pero en esto no guardaba yo el modo que debe haber en amarse las alas mutuamente, que son los límites claros y lustrosos a que se ha de ceñir la verdadera amistad, sino que levantándose nieblas y vapores del cenagal de mí concupiscencia y pubertad, anublaban y oscurecían mi corazón y espíritu de tal modo, que no discernía entre clara serenidad del amor casto y la inquietud tenebrosa del amor impuro. Uno y otro hervían confusamente en mi corazón, y entrambos arrebataban mí flaca edad, llevándola por unos precipicios de deseos desordenados, y me sumergían en un piélago de maldades.

203 Vos, Señor, estabais muy irritado contra mí, y yo no lo advertía ni reflexionaba. En pena del orgullo y soberbia de mi alma, me había puesto sordo con el ruido de la cadena de mí mortalidad, que llevaba siempre arrastrando; me iba alejando de Vos, y Vos me dejabais ir; estaba abatido, derramado, perdido, hirviendo en torpezas, y Vos callabais, Dios mío. ¡Oh!, ¡qué tarde llegasteis a ser todo mí gozo! Callabais Vos entonces, y yo con soberbio abatimiento y con inquieto cansancio apartándome de Vos, iba prosiguiendo en buscar más y más gozos estériles, que eran como semillas que no me habían de producir otros frutos que penas, sentimientos y dolores.

¡Ojala hubiera habido quien arreglase aquella mí pasión que me era molesta!, ¡ojala me hubieran reducido a un estado en que pudiese usar bien de las hermosuras de estas cosas terrenas y transitorias, haciéndome contener dentro de los justos limites que habéis señalado para el uso de las criaturas y de sus deleites! Para que así las olas impetuosas de mi juventud, si es que no podían tranquilizarse enteramente, a lo menos se detuviesen en la orilla y playa del matrimonio, usando solamente de él para la procreación, como prescribe y manda vuestra ley, Dios mío y mi Señor, que habéis dado también la forma y regla a la propagación de nuestra carne mortal, como quien puede hacer tratables las espinas y abrojos, que no se habían de padecer ni sentir en vuestro paraíso terreno. Porque vuestra benigna y favorable omnipotencia no nos desampara, ni se aleja de nosotros, aun cuando nosotros nos alejamos de Vos.

Ojala que por lo menos hubiera puesto más cuidado en oír y atender al ruido de vuestras nubes, que es la voz de vuestros Apóstoles, entre los cuales San Pablo, hablando de los casados, dice: No dejaran de tener tribulaciones en su carne, pero yo os perdono. Y a los otros dice: Al hombre le sería mejor no llegar a la mujer. Y después añade: El que esta sin mujer, piensa en las cosas de Dios, y en cómo ha de agradarle; pero el que está casado piensa en las cosas del mundo, y en cómo ha de agradar a su mujer. Estas voces había de haber escuchado atentamente, y por el reino de los cielos hubiera separado de mí todos esos deleites, y esperaría con mayor felicidad y paz gozar de vuestros abrazos.

204 Pero yo, infeliz de mí, me acaloré y fatigué siguiendo el ímpetu de mis pasiones, apartándome de Vos, y traspasando todos los limites justos que vuestra ley me había puesto y señalado. Es verdad que no me libré de vuestros castigos; mas ¿quién de los mortales podrá librarse de ellos? Porque Vos siempre estabais junto a mí castigándome misericordiosamente, y rociando de amarguísimos sinsabores todos mis placeres ilícitos, para que así buscase deleites cumplidos y sin mezcla de amarguras y disgustos. Mas no hubiera encontrado cosa alguna en que poder deleitarme de ese modo, fuera de Vos, Señor, fuera de Vos, cuya ley es tan suave, que fingís y aparentáis aspereza y penalidad en vuestros preceptos, y que si nos herís, es para sanarnos; y si nos hacéis morir a nosotros mismos, es para que no muramos eternamente a Vos.

¡Donde estaba yo, y cuan lejos de las delicias de vuestra casa andaba desterrado en el año decimosexto de mí edad! Entonces fue cuando tomo dominio sobre mí la concupiscencia, y yo me rendí a ella enteramente, lo cual, aunque no se tiene por deshonra entre los hombres, es ilícito y prohibido por vuestras leyes.

No cuidaron mis padres de evitar con el matrimonio mis caídas; y solamente cuidaron de que aprendiese a hablar bien y a saber formar una oración retorica y persuasiva.


Capítulo 1II: Del viaje que hizo a Cartago para continuar allí sus estudios y de los intentos de sus padres en orden a esto mismo


205 En aquel año se habían interrumpido mis estudios (20), porque habiendo yo vuelto de Madauro, ciudad que estaba cerca de Tagaste, en la cual había estado aprendiendo letras humanas y la retorica, en este tiempo intermedio se iban juntando y previniendo los caudales necesarios para enviarme a continuar mis estudios a la ciudad de Cartago, que estaba mucho más lejos, lo cual se intento y efectuó mas por animosa resolución de mi padre, que por la abundancia de sus riquezas, pues él era un vecino de Tagaste cuyas facultades y hacienda eran bien cortas.

Pero ¿a quién refiero yo estas cosas? No os las cuento a Vos, Dios mío, sino que en presencia vuestra, y haciéndoos testigo de ello, las refiero y cuento a todo mí linaje, esto es, a todo el género humano, en que verdaderamente se comprende cualquiera pequeña porción de hombres a cuyas manos vayan a dar estas mis letras y escritos. Y esto ¿con qué fin o para qué lo hago? Para que yo mismo y todos los que lo leyesen, pensemos y conozcamos desde cuan grande y profundísima distancia de vuestra suma bondad hemos de clamar todavía a Vos. Pero ¿qué cosa hay más próxima a vuestros oídos que semejantes clamores, si los acompaña el corazón confesándoos y la vida es regulada por la fe?

¿Quién había que entonces no llenase de elogios a mi padre, porque con unas expensas superiores a su hacienda me daba cuanto fuese necesario para ir a continuar los estudios tan lejos de mí patria, cuando se veía que otros ciudadanos mucho más ricos que mi padre no cuidaban de ejecutar otro tanto con sus hijos? Ni tampoco mi padre cuidaba de que yo adelantase en vuestro santo temor y servicio, ni de que viviese castamente, con tal que cultivase la elocuencia y me hiciese discreto y culto, aunque el campo de mi corazón, de quien Vos, Dios mío, sois el único, legitimo y verdadero dueño, estuviese desierto y sin cultivo.


(20) Esta interrupción comenzó en las vacaciones del año 369 y acabo en las del año 370.



206 Luego, pues, que en dicho año decimosexto de mí edad comencé a estar en casa con mis padres, como estaba sin ocupación y apartado por entonces del estudio por falta de medios, crecieron tanto con la ociosidad las espinas de mí incontinencia, que me cubrían todo de pies a cabeza, y no había quien me las arrancara. Antes bien, al contrario, una vez que estando yo en el baño me vio mi padre con señas de pubertad, como lisonjeándose ya con la esperanza de tener nietos, se lo fue a contar a mi madre muy alegre y gozoso; mas era en fuerza de la embriaguez que padecen los hilos de este siglo, causada del vino invisible de su mal inclinada y perversa voluntad hacia las cosas de acá abajo; en cuya embriaguez vive este mundo olvidado de Vos, que sois su Criador, y amando en vuestro lugar a las criaturas. Mas como ya habíais comenzado a hacer templo vuestro del corazón de mi madre y a tener allí vuestra santa habitación (pues mi padre era solo catecúmeno, y había poco que lo era), mi madre se estremeció y sobresalto con un piadoso temblor y santo miedo, pues aunque todavía no estaba yo bautizado, temió que seguiría aquellas torcidas sendas por donde caminan los que os vuelven las espaldas, en lugar de caminar mirando siempre a Vos.

207 Mas ¡ay de mí!, ¡ay Dios mío!, ¿cómo me atrevo a decir que Vos callabais, cuando yo me iba alejando mas y mas de Vos?, ¿acaso es verdad que callabais Vos, Dios mío, y no me llamabais? Pues ¿cuyas, sino vuestras, eran aquellas voces que resonaban en mis oídos, pronunciadas por boca de mi madre, fiel sierva vuestra, aunque nada de lo que me decía llegase a penetrar mi corazón, ni yo lo pusiese por obra? Porque bien me acuerdo de que mi madre deseaba mucho cogerme a solas, para amonestarme muy seria y encarecidamente (como lo ejecuto), que no tuviese trato ilícito con mujer alguna, y especialmente con mujer casada; pero a mí me parecían éstos unos consejos mujeriles, a los cuales me daría vergüenza obedecer. Mas ellos eran recados y avisos vuestros que mi madre me llevaba, y yo no lo conocía. Juzgaba yo que Vos estabais callando cuando mi madre me hablaba, y no cesabais de llamarme por su boca; y despreciándola yo, Vos eráis en ello el despreciado por mí, siendo yo un infeliz siervo vuestro, hijo de una sierva vuestra.

Mas yo no conocía nada de esto y corría tan ciegamente al precipicio, que me avergonzaba de no ser tan desvergonzado como otros compañeros de mí edad, porque yo les oía jactarse de sus maldades, y gloriarse tanto mas de ellas cuanto más feas eran y más torpes; con lo que me aficionaba a sus vicios, no solo por el deleite, sino también por el deseo de alabanza. ¿Qué cosa hay más digna de menosprecio que el vicio? Y no obstante, para no ser menospreciado, me hacía yo mas vicioso, y cuando no tenía algún suceso con que igualarme a otros más rematados y perdidos, suponía haberlo hecho, siendo falso, para que no les pareciese yo más despreciable por ser más inocente, y no me tuviesen en menos por ser mas casto.

208 He aquí con qué compañeros iba yo paseando las calles y plazas de Babilonia (21): me revolcaba en su cieno como si fuese en ungüentos olorosos, y para que me enlodase mas y estuviese mas tenazmente pegado a su inmundicia, el enemigo invisible me hollaba con sus pies en medio de ella, y me detenía allí engañado, porque era yo muy fácil de engañar en esto. Mi madre, que ya había huido del medio de Babilonia, pero que iba poco a poco en la retirada, aunque me había aconsejado la castidad, no cuido de reprimir mí matrimonio; si es que no pudiese por otros medios atajarse enteramente el daño que amenazaba lo que mi padre había dicho de mí, y que ella conocía bien que ya entonces me era muy perjudicial, y en adelante debía ser para mí muy expuesto y peligroso.

No procuro esto mi madre temiendo que con los lazos del matrimonio se frustrarían las esperanzas que de mí tenían; no digo la esperanza de la vida eterna que mi madre tenía puesta en Vos, sino la esperanza de mis adelantamientos en la carrera de los estudios, lo cual deseaban padre y madre con la mayor ansia; pero con esta diferencia, que aquél, pensando muy poco o nada en Vos, eran locuras y vanidades las que proyectaba acerca de mí; pero ésta consideraba que aquellos regulares y acostumbrados estudios de las ciencias, no solo no me estorbarían, sino que también me ayudarían para conoceros algún día y poseeros. Así lo conjeturo, fundándome en lo que ahora me puedo acordar de las costumbres y genio de mis padres.

También para el juego y otras diversiones me aflojaban las riendas más de lo que pide una severidad prudente y moderada, dejándomelas sueltas para otros varios afectos, pasiones, y en todas estas cosas había una niebla oscura que me impedía ver la serenidad hermosa de vuestra verdad; y así de la abundancia de estos bienes abusaba yo, haciéndolos servir a la maldad.

(21) Entiende por Babilonia el mundo, que por la mucha confusión de sus errores, pecados y miserias es una Babilonia.



Capítulo 1V: De un hurto que hizo en compañía de otros


209 Vuestra ley, Señor, prohíbe y castiga el hurto; y esta ley de tal modo está grabada en el corazón del hombre, que no hay maldad que baste para borrarla, porque ¿qué ladrón hay que pueda tolerar que otro le robe a él, aunque él esté abundante y el otro necesitado? Pues no obstante eso, yo quise hacer un hurto y lo hice efectivamente, sin que a ello me moviese la necesidad ni la escasez, sino el tedio de la virtud y la abundancia de mí maldad, porque hurté una cosa de que yo estaba sobrado, y de mucho mejor especie y calidad que lo que hurté. Ni tampoco quería aprovecharme de lo que iba a hurtar, sino que mi gusto estaba únicamente en el mismo hurto y pecado.

En una heredad, que estaba inmediata a una vina nuestra, había un peral cargado de peras, que ni eran hermosas a la vista ni sabrosas al gusto. No obstante eso, juntándonos unos cuantos perversos y malísimos muchachos, después de haber estado jugando y retozando en las eras, como teníamos de costumbre, fuimos a deshora de la noche a sacudir el peral y traernos las peras, de las cuales quitamos tantas, que todos veníamos muy cargados de ellas, no para comerlas nosotros, sino para arrojarlas después, o echarlas a los cerdos, aunque algo de ellas comimos. En lo que ejecutamos una acción que no tenía para nosotros de gustosa más que el sernos prohibida.

Ved aquí patente y descubierto mi corazón, Dios mío, ved aquí mi corazón, del cual habéis tenido misericordia, estando él en un profundo abismo de maldad y miseria. Que os diga, pues, mi corazón ahora: ¿qué es lo que allí buscaba yo o pretendía, para ser malo tan de balde, que mí malicia no tuviese otra causa que la malicia misma? Ella era abominable y fea, y no obstante yo la amaba; amé mí perdición, amé mí culpa, pero de tal modo, que lo que amé no era lo defectuoso sino el defecto mismo. ¡Torpe bajeza de un alma, que dejándoos a Vos, que sois el apoyo y firmeza de su ser, busca su perdición y exterminio, y que no solamente apetece una cosa de que se ha de seguir afrenta o ignominia, sino que apetece y desea la ignominia misma!


Capítulo V: Que ninguno peca sin algún motivo


210 No se puede negar que los cuerpos que tienen algún brillo y hermosura, como el oro, la plata y los demás, son agradables y graciosos a la vista; también respecto del tacto es muy eficaz y poderoso aliciente la proporción y conformidad de una y otra carne; y a los demás sentidos les corresponde también su respectivo modo de tocar sus objetos que a cada uno le es propio y conveniente. Aun las honras temporales, la potestad de mandar y ser superior a otros, tienen su especie de hermosura y atractivo, de donde también nace como de su principio el deseo de la venganza; pero no obstante, para conseguir y gozar cualquiera de estas cosas, no se ha de salir, Señor, fuera de Vos, ni apartarse poco ni mucho de vuestra ley. La vida misma temporal que aquí gozamos tiene sus halagos, dulzuras y atractivos, ya por un cierto modo de hermosura que ella en sí tiene, ya por su correspondencia, conexión y enlace con todas las demás hermosuras inferiores. También es muy dulce y agradable la amistad humana, porque con el nudo del amor hace de muchas almas una sola.

Por conseguir todas estas cosas y otras semejantes peca el hombre, cuando con inmoderada inclinación a ellas, siendo así que son los bienes más bajos e inferiores que hay, deja los mayores y soberanos bienes como son vuestra ley, vuestra verdad y a Vos mismo, que sois nuestro Señor y nuestro Dios. Es cierto que todas estas cosas inferiores tienen y nos comunican algunos deleites, pero no como los de mi Dios, que creó todas las cosas, porque en Él se deleitan eternamente los justos, y Él es todas las delicias de los rectos de corazón.

211 Por eso, cuando se desea averiguar el motivo o causa que pudo haber para cometerse algún delito, no suele darse por averiguado hasta que se descubre que pudo ser el apetito y deseo de conseguir alguno de aquellos bienes que hemos calificado de inferiores y últimos entre todos, o el miedo de perderlos, porque en la realidad son hermosos y agradables, aunque respecto de los otros superiores, eternos y soberanos bienes, sean viles y despreciables.

Sucede, pues, que alguno comete un homicidio. ¿Qué motivo tuvo? Que amaba y quería para si a la mujer del que mato, o quería alzarse con la hacienda del difunto, o quería robarle algo con que poder vivir, o temió que el otro le hiciese a él alguno de estos daños, o estaba ofendido de él anteriormente y le mato por vengarse. ¿Por ventura aquel hombre hubiera hecho el homicidio sin alguna causa y deleitándose solamente en el homicidio mismo? ¿Quién lo había de creer?

Aun en aquel malvado y cruel hombre (Catilina) de quien se dijo que era más malo y cruel cuando lo era de balde y sin motivo, se señaló antes la causa de esto, diciendo: que lo hacía para que no se le entorpeciese con la ociosidad la mano o el corazón. Pero esto mismo, ¿para qué o por qué lo procuraba? Para que, ejercitándose en aquellas crueldades, se pudiese apoderar de la ciudad de Roma y llegar a conseguir entonces sus honras, sus ejércitos y sus tesoros; y finalmente librarse del miedo y sujeción de las leyes y de los trabajos y molestias que padecía por la pobreza y escasez en que se hallaba, y por el conocimiento que tenía de sus maldades. Conque aun el mismo Catilina no amaba sus atrocidades por sí mismas, amaba otras cosas, y para conseguir éstas ejecutaba aquéllas.


Capítulo VI: Que todas las cosas que nos incitan a pecar con apariencia de bien, solamente en Dios es donde son verdaderos y perfectos bienes


212 Pues, miserable de mí, ¿qué fue lo que yo busqué en el hurto que ejecuté en aquella noche a los dieciséis años de mí edad? Porque tal maldad no puede en sí misma tener nada de hermoso que pueda halagar siquiera para hablar de ella.

Las peras que hurtamos, si que eran hermosas, porque al fin eran criatura vuestra, Señor, que sois hermosísimo sobre todas las cosas, Creador de todas ellas, Dios sumamente bueno y sumo bien, y bien mío verdadero. Hermosas eran aquellas peras, Señor, pero no era su hermosura y bondad lo que mi alma apetecía. Porque tenía yo abundancia de otras mejores, y aquéllas las cogí solamente por hurtar, pues luego que las tuve, las arrojé, comiendo de aquel hurto solamente la maldad, con que me divertía y alegraba. Porque si entro en mí boca algo de aquellas peras, solamente el delito y la maldad era lo que para mi gusto las hizo sazonadas y sabrosas.

No obstante, ahora, Dios y Señor mío, indago y busco qué fue lo que en aquel hurto pudo deleitarme, y no hallo ni descubro en él hermosura ni bondad alguna. No digo tal hermosura y bondad como la que se halla en la justicia o en la prudencia; ni tampoco como la que se nota y advierte en el entendimiento del hombre, en la memoria, en los sentidos, en la vida vegetativa; ni como la bondad y hermosura de los astros con que se adornan los cielos, ni como la de la tierra y el mar llenos de sus mismas producciones, que por medio de la generación se van sucediendo las unas a las otras, pero ni aun siquiera como la falsa y aparente hermosura con que engañan los vicios al corazón del hombre.

213 Porque la soberbia procura remedar y parecerse a la excelencia y grandeza; siendo Vos, Dios mío, el que únicamente sois grande y excelso sobre todas las cosas. Y la ambición, ¿qué busca sin honor y gloria, cuando Vos sois el único que debe ser honrado sobre todos y eternamente glorificado? También la crueldad de las potestades quiere ser temida; pero ¿quién lo debe ser más que Dios, de cuyo poder ninguna cosa hay que pueda librarse ni escaparse?, o ¿cuándo, en donde, por quién, ni cómo puede? Las halagüeñas delicias de la sensualidad incitan a que las amen, pero no hay cosa alguna más deliciosa que vuestro amor y caridad, ni que se ame más útil y saludablemente que vuestra verdad, cuya belleza y resplandor no admite comparación alguna. La curiosidad parece que intenta saberlo todo, cuando sois Vos el único que lo sabe perfectísimamente. Hasta la ignorancia, tontería y necedad quiere cubrirse con el nombre de sencillez e inocencia; pero así, como nada hay más sencillo que Vos, tampoco puede haber cosa alguna más inocente que Vos, pues aun a los malos pecadores nada les hace mal y daño sino sus malas obras. La pereza pretende tranquilidad y quietud, pero ¿qué quietud hay cierta fuera del Señor? La superfluidad y lujo quiere tener el nombre de hartura y abundancia, pero Vos sois solamente la plenitud y abundancia indefectible de eternas suavidades. La prodigalidad y profusión aparenta y quiere ser un bosquejo de la liberalidad; pero Vos sois verdaderamente el único dador liberalísimo de todos los bienes. La avaricia quiere poseer muchas riquezas, siendo Vos quien las posee todas. La envidia solicita excelencia y singularidad, y ¿qué cosa puede haber tan excelente como Vos? La ira pretende venganzas, pero ¿quién se venga más justamente que Vos? El temor hace al hombre que se espante con los acontecimientos repentinos y extraordinarios, cuando éstos son contrarios a las cosas que ama, y cuya seguridad desea; pero ¿qué cosa hay nueva o extraordinaria ni repentina a. o imprevista para Vos?, o ¿quién tiene poder para quitaros lo que amáis?, b. o ¿en donde sino en Vos esta la verdadera e indefectible seguridad? La tristeza nos consume con la pena y sentimiento de haber perdido aquellos bienes con que nos deleitábamos, porque no quisiéramos perderlos nunca, así como a Vos nada se os puede quitar.

214 Ve aquí como el alma se hace delincuente, cuando se aparta de Vos, y busca fuera de Vos aquellos bienes que no los puede hallar cabales y sin mezcla hasta que se vuelve a Vos. Así todos los que se alejan de Vos y se rebelan contra Vos tiran a imitaros, aunque perversamente; y aun limitándose así y contrahaciendo tan mal vuestras perfecciones, muestran que Vos sois el autor de la naturaleza y prueban, por consiguiente, que no hay donde poderse esconder ni retirarse enteramente de Vos.

Pues en aquel hurto, ¿qué bondad o hermosura fue la que yo amé?, ¿y qué hubo en aquella acción en que pudiese yo imitar a mi Dios y Señor, aunque mala y perversamente?, ¿por ventura el gusto que entonces tuve consistía en que obraba contra vuestra ley, atribuyéndome un poder falso y fingido (pues no podía ejecutarlo con verdadera y legitima autoridad), para imitar de este modo, siendo un vil esclavo, una parte de vuestra libertad e independencia, por cuanto obraba impunemente lo que no era lícito, en lo que se descubre alguna sombra de poder absoluto y oscura semejanza de vuestra omnipotencia? Esto es como si un esclavo huyera de su señor y no cesara de seguir su sombra.

¡Oh corrupción humana! ¡Oh vida monstruosa! ¡Oh abismo de la muerte! ¿Es posible que pudo deleitarme lo que no era lícito, no por otra causa sino porque no era lícito?



Capítulo VII: Da gracias a Dios porque le ha perdonado sus pecados y porque le ha preservado de otros muchos


215 ¿Con qué agradeceré al Señor poder ahora acordarme de estas cosas sin que mi alma se atemorice ya ni tenga que temer por causa de ellas? Ameos yo, Señor, y no cese de daros gracias y bendiga vuestro santo nombre, porque me perdonasteis tantas malas obras y tan abominables y perversas.

A vuestra gracia y misericordia atribuyo que hayáis deshecho mis pecados como se deshace el hielo, y también os debo atribuir el haberme librado de cuantas malas obras dejé de hacer. ¿Y qué mal no pude hacer yo, que amé de balde y sin motivo alguno la maldad? Yo confieso que Vos me perdonasteis todos mis pecados, ya los que libre y espontáneamente cometí, ya los que guiado de vuestra gracia dejé de cometer.

¿Qué hombre hay que, si atiende y reconoce su fragilidad, se pueda atribuir osadamente a sí mismo su castidad e inocencia, para inferir de aquí que esta menos obligado a amaros, como si él hubiera tenido menos necesidad de vuestra misericordia que los otros a quienes perdonasteis sus pecados por su verdadera conversión y penitencia?

Por lo cual, el que llamado de Vos siguió vuestro llamamiento y evito aquellos desordenes que él sabe ahora de mí mismo y que confieso haber ejecutado, no se burle de mí porque estuve enfermo, y me sano aquel mismo que le preservo a él para que no enfermase, o por mejor decir, para que enfermase menos; y así os debe amar tanto y aun más que yo, pues ve que el mismo remedio con que yo sané de las dolencias de mis pecados es el que le ha preservado a él de haberlas padecido.


Capítulo VIII: El gusto de obrar mal en compañía de otros fue lo que le movió a hacer aquel hurto


216 ¿Qué utilidad tuve yo, miserable de mí, en aquellas obras en que ahora me avergüenzo al acordarme de ellas, y especialmente en aquel hurto, en que no amé otra cosa sino el hurto mismo? Nada amé más que eso, siendo eso mismo también nada, y yo más infeliz por eso mismo. Mas, no obstante, yo solo no hubiera hecho aquel hurto, según me acuerdo ahora del ánimo e intención que entonces tenía. Y, pues, deseé también allí la compañía de los otros delincuentes con quienes le hice, no será cierto que nada amé en el hurto sino el hurto mismo; antes bien se ha de inferir (22) que amé otra nada, porque también aquello nada es. ¿Qué ser es el que tiene en realidad de verdad? Pero ¿quién hay que pueda enseñarme acerca de esto que se me ofrece ahora preguntar y averiguar, sino el que ilumina mí entendimiento y aparta las tinieblas de ignorancia que hay en él?

Si yo hubiera amado entonces aquellas peras que hurté y hubiera deseado aprovecharme de ellas, pudiera también haberlas hurtado solo, contentándome con aquella especie de iniquidad que bastase a cumplir mi gusto, y no hubiera encendido o avivado mí apetito con la unión de las voluntades y de los ánimos de mis cómplices y compañeros. Mas no teniendo yo gusto ni deleite alguno en aquellas peras, le tenía en hacer aquel mal, acompañado de los otros, que cooperaban a él juntos conmigo.

(22) Llama San Agustín nada al hurto, a la mala compañía y a todo lo que es pecado y malo, porque en doctrina del Santo, el mal no es cosa positiva, sino privación del algún bien, y toda privación es nada.



Capítulo 1X: De lo perjudicial y contagiosa que es la mala compañía


217 ¿Qué venía a ser este desordenado afecto de mi alma? Él sin duda era excesivamente malo y feo, y el daño era para mí, que le tenía en mi alma. Pero al fin, ¿qué era él en sí mismo? ¡Ah! ¿quién hay que conozca bien todos los pecados? Era una grande gana de reir y celebrar entre nosotros con mucha complacencia de nuestro corazón que engañábamos y burlábamos a los dueños de las peras, que estaban muy ajenos de pensar lo que hacíamos, y tenían vehemente repugnancia a que lo hiciéramos. Pues ¿cómo yo tenía mí deleite y gusto en no ejecutarlo solo? ¿Sera acaso porque ninguno a solas se ríe con gusto ni facilidad? Es cierto que así sucede comúnmente; mas no obstante eso, la risa suele alguna vez vencer a los hombres, aunque estén solos, cuando les ocurre a la imaginación o los sentidos alguna especie muy digna de reírse. Pero ello es cierto que si yo hubiera estado solo, no hubiera hecho aquel hurto.

Bien sabéis Vos, Dios mío, que esto es puntualmente lo que me dicta mí conciencia y me recuerda mi memoria acerca de aquel hecho. Yo solo no hubiera cometido aquel hurto, en que no me complacía lo que hurtaba, sino el hurtar, lo cual tampoco me hubiera dado gusto hacer a mis solas, y así no lo hubiera hecho.

¡Oh amistad enemiga y perniciosa!, engaño imperceptible del alma, ansia de hacer mal por modo de juego o fiesta y apetito del daño ajeno, sin pretender en ello alguna utilidad y sin deseo alguno de venganza, sino solamente porque algunos digan: Vamos, hagamos, pues da entonces vergüenza el no ser desvergonzado.


Capítulo X: Que todo el bien está en Dios


218 ¿Quién podrá desenredar y aclarar esta retorcidísima y enredadísima complicación de nudos? Ciertamente que esta fea y horrorosa; no quiero mirarla ni tampoco verla. Solo a Vos quiero atender y mirar, justicia e inocencia cuya hermosura y pureza roba la atención de las almas castas; a Vos, que las embriagáis con tales delicias, que saciándose con ellas, nunca quedan hartas. En Vos es donde se halla perfectísimamente el descanso y la vida perpetua e inalterable. Los que entran a ser participantes de ella, entran en la alegría de su Señor, sin tener ya que temer ni que desear, pues se hallan sumamente bien en el Bien sumo.

Yo me aparté de Vos, Dios mío, y anduve errante y descaminado, muy lejos de vuestra firmeza y estabilidad, durante mi juventud; y de este modo llegué a hacerme a mí mismo una solitaria región y país desierto, donde reinan la pobreza y la necesidad.



LIBRO III

300 Confiesa como en Cartago se enredo en los lazos del amor impuro, que leyendo allí el Hortensio de Cicerón, al año 19 de su edad, se excito al amor de la sabiduría, y como después cayó en el error de los maniqueos. Últimamente refiere el sueno que tuvo su santa madre y la esperanza y seguridad que le dio un obispo acerca de su conversión.


Capítulo 1: Como deseando agradar y ser amado, cayó en los lazos del amor


301 Llegué a la ciudad de Cartago (23), y por todas partes me veía incitado a amores deshonestos. Todavía no amaba yo, pero deseaba amar, y con una mal disimulada y oculta infelicidad me aborrecía por ser menos infeliz. Deseando tener amor, buscaba a quien amar, que era lo mismo que aborrecer mí seguridad y el camino que estaba libre de lazos y peligros.

Esto provenía de que estaba muy falto y necesitado de aquel interior alimento que sois Vos mismo, Dios mío; y no tenía hambre ni apetito de él, antes estaba sin deseo alguno de los alimentos incorruptibles y espirituales, no porque estuviese lleno y harto de ellos, sino porque me causaban tanto mayor fastidio cuanto más vacio y falto de ellos estaba.

Por eso no estaba sana mi alma; y como llagada y enferma, se salía fuera de sí, miserablemente ansiosa de rozarse con las criaturas sensibles y exteriores, para que le quitasen aquella comezón que le causaban sus llagas. Pero tampoco se amarían aquellas criaturas si no tuvieran alma con que poder amar ellas.

El amar y el ser amado se me proponía como una cosa muy dulce, especialmente si también gozase de la persona que me amaba. Conque venía a ensuciar la clara fuente de la amistad con las inmundicias de la concupiscencia (24), y enturbiaba su candor con el cieno de la lascivia, y no obstante ser impuro y torpe, quería ser tenido por galán y cortesano, muy picado de vanidad, por lo que no tardé mucho en caer en los lazos del amor, cuya prisión deseaba.

Pero ¡oh Dios mío y misericordia mía!, ¡con cuanta hiel y amargura rociasteis aquella suavidad de mis placeres, usando conmigo de vuestra infinita bondad! Porque logré también el ser amado y la posesión del objeto de mí amor, alegre y contento de verme atado con fuertes y funestas ligaduras, para ser después herido y azotado con varas de hierro ardiendo; que esto viene a ser, para quien ama, los celos, las sospechas, los temores, las iras, desazones y contiendas.


(23) Llegó a Cartago hacia final del año 370.
(24) Alude en esto a la amistad que tomo con una mujer al año siguiente de su llegada a Cartago, teniendo él diecisiete años de edad, y en este mismo año murió su padre, Patricio.



Capítulo 1I: De la afición que tenía a los espectáculos trágicos


302 Me arrebataban también hacia si los espectáculos del teatro, llenos de imágenes de mis miserias e incentivos del fuego que en mí ardía.

Pero ¿en qué consistirá que cuando un hombre ve representar sucesos lamentables y trágicos, quiere allí dolerse de ellos y sentirlos, y no obstante, él mismo no quisiera padecerlos? Es muy cierto que él desea padecer aquella pena y sentimiento, pues ese mismo sentimiento y dolor es su deleite. Pues ¿qué viene a ser esto sino una gran locura? Porque tanto más se mueve a dolor cualquiera con aquellos lamentables casos cuanto menos sano esta de semejantes afectos, aunque cuando es él mismo quien los padece, se suele llamar miseria, y cuando son otros y él se compadece de ellos, se llama misericordia.

Pero ¿qué misericordia ha de ser la que se ordena a unas cosas puramente representadas y fingidas? Porque allí no se le excita al que está oyendo y mirando para que socorra o favorezca a alguno, sino solamente a que se duela de aquel fracaso, y cuanto más se mueve a dolor y sentimiento, tanto más favor le hace el actor de aquellas representaciones. Y si aquellas calamidades y desgracias (verdaderas o fingidas) se representan de modo que no causen sentimiento y dolor al que las mira, se sale de allí fastidiado y quejándose de los actores; pero si se conmueve y enternece, persevera con más intención, y tiene gusto y alegría en llorar.

303 Pues qué, ¿también se aman los dolores? Lo cierto es que todo hombre desea estar gozoso. ¿Acaso consistirá esto en que ya ningún hombre tenga gusto en ser él mismo infeliz y miserable, o en padecer miseria y trabajo alguno, no obstante, tiene gusto y placer en ser compasivo y misericordioso, y como esto no puede serlo sin padecer alguna pena y dolor, por esta sola razón se apetezcan o se amen los dolores?

Este género de compasión puede provenir del claro manantial de la amistad. Pero ¿adónde va a parar esa corriente? ¿Para qué ira esa agua cristalina de la compasión descaminada y perdida la claridad y celestial serenidad que tiene?, ¿para qué ira a entrarse por su propia inclinación en el precipitado arroyo de pez encendida, que exhala grandes ardores de negras liviandades, en los que ella también se muda y se convierte?

Pues qué, ¿hemos de desterrar de nosotros la misericordia y compasión? No por cierto. ¿Luego algunas veces se han de amar las penas y dolores? Si, alma mía, pero cuida mucho de que esa misericordia no vaya a parar a la inmundicia, confiando en la gracia y protección de mi Dios, y Dios de nuestros padres, digno de ser alabado y ensalzado por toda la eternidad; guárdate de emplear tu compasión en la inmundicia.

Ahora yo verdaderamente no dejo de compadecerme y tener misericordia, pero entonces en los teatros me complacía con los amantes cuando conseguían el fin de sus depravados amores, aunque allí no lo ejecutasen más que en apariencia y representación. Mas cuando los amantes padecían la pena y sentimiento de verse privados uno de otro, yo también me contristaba y como que tenía compasión; y no obstante esta diferencia y contrariedad de afectos, me deleitaban entrambos. Pero ahora tengo mayor compasión del que se alegra en una maldad, que de otro que padece pena y sentimiento por verse privado de un deleite pernicioso y haber perdido aquella felicidad infeliz.

Ésta es sin duda más verdadera misericordia; pero en ella no causa deleite el dolor y compasión. Porque aunque merece alabanza por su obra y acto de caridad el que se duele y compadece de un miserable, con todo eso más quisiera él, si es legítima y verdaderamente misericordioso, que no hubiera males de que compadecerse. Porque así como es muy posible que la benevolencia sea malévola o quiera algún mal a otro, así lo es también que el verdaderamente misericordioso desee que haya miserables para que él ejercite su misericordia.

Así es cierto que hay un dolor laudable, pero ninguno hay amable. Porque Vos, Dios y Señor mío, que amáis tan finamente a nuestras almas, por eso más pura y perfectamente que nosotros sin comparación alguna, tenéis misericordia porque no va acompañada de dolor ni pena. Pero ¿quién hay que pueda llegar a tanto?

304 Al contrario me sucedía a mí en aquel tiempo, pues yo, pobre de mí, amaba el compadecerme y buscaba tener de qué dolerme cuando en el trabajo ajeno, fingido y representado, aquella acción y lance con que el cómico me hacía saltar las lágrimas era la que más me agradaba y con mayor vehemencia me suspendía. Pero si andaba yo como infeliz oveja descarriada de vuestro rebano y sin querer aguantar que fueseis Vos el pasto que me guardaseis, ¿qué maravilla es que estuviese lleno de roña y asquerosos males? De aquí nacía el que yo amase los dolores, no los que me penetrasen muy adentro (pues no deseaba padecer cosas semejantes a las que veía representar), sino unos dolores con los cuales, oídos y representados, me estragase superficialmente; pero a estos dolorcillos exteriores, que hacían lo mismo que las uñas de los que se rascan, se seguía una hinchazón ardiente y una inflamación con materia y corrupción lastimosa. Tal era mi vida; pero Dios mío, ¿era vida eso?



Agustin - Confesiones 202