Agustin - Confesiones 726

Capítulo XX: Como el haber manejado los libros platónicos le hizo a la verdad mas instruido, pero también más soberbio


726 Había antes leído aquellos libros de los platónicos y excitado después con su leyenda a buscar la verdad incorpórea, llegué a descubrir y ver con el entendimiento vuestras perfecciones invisibles, por medio de estas obras que habíais hecho en el mundo. Deslumbrado y rebatido mí entendimiento con tan excesivo resplandor, conocí claramente que por las tinieblas que padecía mi alma no se me permitía contemplar luz tan divina, la cual, sin embargo, me dejo cerciorado y convencido de vuestra existencia y de que vuestro ser es infinito, sin que por eso estéis como extendido y derramado localmente por espacios finitos ni infinitos. También quedé certificado de que Vos sois el que verdaderamente existe y tiene un ser verdadero, porque siempre sois el mismo, sin que por parte ni afección alguna tengáis variedad, alteración o mudanza, y que todas las demás cosas han dimanado y procedido de Vos, costando esto certísimamente por solo el documento irrefragable y firmísimo de que tienen ser.

Acerca de todas estas cosas estaba yo muy cierto, pero flaco y sin fuerzas para gozar de Vos. Hablaba mucho de ellas como si estuviera muy instruido, siendo así que si no buscara en Jesucristo, Señor y Salvador nuestro, el camino que nos guía y lleva a Vos, no sería yo instruido, sino destruido. Ello es que ya había comenzado a desear que me tuviesen por sabio, lleno de ignorancia, que es castigo de la culpa, y en lugar de llorar mí ignorancia, me desvanecía y ensoberbecía con mí afectada ciencia. Porque ¿adónde estaba entonces la caridad, que edifica sobre el fundamento de la humildad, que es Jesucristo? ¿O cuando aquellos libros me la hubieran enseñado?

Yo me persuado que Vos quisisteis que leyese aquellos libros antes de las Sagradas Escrituras para que siempre me acordase de los afectos y disposiciones que habían causado en mi alma; y cuando después, con la lectura de vuestros Libros Santos, se amansase y humillase mí altanería y orgullo, y mis llagas se dejasen manosear de vuestros dedos, que me las iban curando, supiese hacer diferencia y distinguir entre la presunción de filósofo y la confesión humilde de cristiano; y entre la ciencia de los filósofos, que ven y enseñan el fin adonde debemos caminar, pero no ven ni enseñan el camino, y la que nos muestra este camino, que nos guía y lleva a la patria bienaventurada, no solamente hasta llegar a verla, sino también a habitarla. Pues si primeramente me hubiera instruido en nuestras Santas Escrituras, y con su frecuente lectura me hubierais hecho participante de vuestra dulzura y después hubieran venido a mis manos aquellos libros, puede ser que me hubiesen apartado de los principios y sólidos cimientos de la piedad, o si perseveraba firmemente en el piadoso afecto que vuestros libros me hubiesen inspirado, acaso juzgara que si alguno leyera solamente aquellos, pudiera también haber producido en él igual efecto.


Capítulo XXI: De lo que hallo en los Libros Sagrados, que no hallo en los platónicos


727 Así, tomé en mis manos con vivísimas ansias las Santas y venerables Escrituras, dictadas por vuestro divino Espíritu, y principalmente las cartas de San Pablo; y luego al punto se desvanecieron mis dudas y dificultades sobre la doctrina del Apóstol, la que antes me había parecido contradecirse en algunos pasajes, y que no concordaba con los textos de la Ley y de los Profetas. Entonces conocí que en todo el cuerpo de los Libros Santos era uno mismo el espíritu, y esto me enseno a leerlos con alegría, mezclada de temor y de respeto. Al punto conocí que todas las verdades que yo había leído en otros libros se contenían en los vuestros y se comprendían con el auxilio de vuestra gracia, para que el que alcanzara a descubrirlas no se gloríe de haberlas por sí mismo alcanzado, ignorando que a la gracia que recibiera debe no solamente lo que ve y descubre, sino también el que descubra y vea, pues, como dice San Pablo: ¿qué tiene el hombre que no lo haya recibido? Y también para que sea amonestado y enseñado el hombre no solo a poner su atención en Vos, que sois el mismo siempre, sino también a ser curado de sus llagas y llegar a poseeros.

Y el que por hallarse muy distante de Vos no puede alcanzar a veros, ande y camine la senda que conduce y guía a Vos, hasta que llegue, vea y os posea, pues aunque interiormente se deleita el hombre con la ley de Dios, ¿cómo podrá resistirse a la otra ley de su cuerpo, que se opone y contradice a la de su espíritu, y le tiene cautivo en la del pecado, la cual reside en los miembros de su mismo cuerpo? Eso mismo, Señor, nos hace ver que sois justo, porque nosotros hemos obrado mal y procedido inicuamente; y por eso la mano de vuestra justicia esta sobre nosotros tan gravosa, y justamente nos ha entregado a las instigaciones del primer pecador entre todas las criaturas y principal autor de la muerte, quien persuadió a la voluntad humana que imitase su rebeldía, con que se separo de su verdad eterna.

Mas entonces, ¿qué ha de hacer el hombre en tan miserable estado? ¿Quién le libertara del cuerpo de esta muerte sino vuestra gracia, por los méritos de Jesucristo, Señor Nuestro, a quien engendrasteis coeterno a Vos, y en cuanto hombre le criasteis en tiempo y en el principio de vuestros caminos, en el cual no hallo el príncipe de este mundo cosa digna de muerte, y no obstante le quito la vida, con cuyo enorme atentado se anulo y cancelo la sentencia y escritura que a todos nos era contraria?

Nada de eso contenían aquellos libros platónicos. No se hallan en aquellas páginas expresiones de piedad, como lágrimas de compunción, sacrificio vuestro que consta de un espíritu abatido, corazón contrito y humillado, la salvación de vuestro pueblo, la Iglesia vuestra esposa, la celestial ciudad de Dios, las arras del Espíritu Santo y el cáliz de nuestra redención.

No se halla en aquellos libros el canto del Salmista, cuando dice: ¿No será justo que mi alma sirva y obedezca a Dios, pues de su divina mano ha de venir mí salud? Él es mi Dios y mí Salvador, es mí apoyo firme, de quien cosa ninguna me apartara eternamente. Tampoco se oye allí la voz de Jesucristo que nos llama y dice: Venid a Mi los que padecéis trabajos, porque se desdeñan de aprender de Él, que es manso y humilde de corazón. Porque ésta es una doctrina misteriosa que Vos habéis escondido a los sabios y prudentes del mundo, y la revelasteis a los humildes y pequeñuelos.

Es cosa muy diferente alcanzar a ver la patria de la paz desde la cumbre de un monte, sin descubrir empero el camino que conduce a ella, intentando vanamente llegar allá por extravíos y derrumbaderos, estando cercados por todas partes de los malignos espíritus, que siguiendo al dragón su príncipe, se ocupan en poner asechanzas a los viadores, y otra cosa es el conocer y andar el camino que guía a la misma patria, defendido por el cuidado y providencia del celestial Emperador, para que los rebeldes desertores de la milicia del cielo no hagan en él latrocinios, huyendo de él como de su pena y tormento.

Todas estas cosas se entraban a lo íntimo de mi alma con ciertos y varios modos admirables cuando yo leía a San Pablo, que se llama a sí mismo el mínimo de nuestros Apóstoles; y considerando lo maravilloso de vuestras obras, quedaba asombrado y como fuera de mí.



LIBRO VIII

800 Desechados todos los errores; encendido con los consejos de Simpliciano, con los ejemplos de Victorino, de Antonio, de los dos magnates y de otros siervos de Dios; después de una gran contienda y lucha con la concupiscencia, y una dificultosa deliberación; amonestado con una voz divina, y leídas las palabras de San Pablo en la Epístola a los romanos (cap. XIII, 13 y 14), se convirtió todo a Dios, imitándole Alipio y alegrándose mucho su madre

Capítulo 1: Determina Agustín ir a verse con Simpliciano, movido del deseo de disponer y arreglar mejor su vida


801 Justo es, Dios mío, que yo recuerde y confiese las misericordias que habéis usado conmigo, y os muestre en acción de gracias mi reconocimiento.

Penetrados y llenos de vuestro amor todos mis huesos, deben clamar, diciendo: Señor, ¿quién hay semejante a Vos? Pues rompisteis mis lazos y prisiones, corresponda yo ofreciéndoos sacrificio de alabanza. Voy a referir el modo con que me los rompisteis para que oyéndolo todos aquellos que os adoran, digan: Bendito sea el Señor en el cielo y en la tierra: grande y maravilloso es su nombre.

Todas vuestras palabras se me habían quedado impresas en el corazón y me hallaba cercado y sitiado de Vos por todas partes. Yo estaba muy cierto de vuestra vida eterna, pues aunque la había visto confusamente y como por un espejo, no me había quedado duda alguna acerca de la existencia de una sustancia incorruptible por haber dimanado y procedido de ella todas las demás sustancias, y ya no deseaba estar más certificado de Vos, sino estar más firme y constante en Vos. Pero acerca del género de vida que había de seguir, se me ofrecían mil dudas y dificultades, y conocía que era necesario limpiar primero mi corazón de la antigua levadura que me lo tenía acedado y corrompido. Me agradaba el camino que debía seguir, que es el mismo Salvador; pero todavía estaba perezoso para entrar y pasar lo que tiene de estrecho ese camino.

Vos, Señor, me inspirasteis entonces el pensamiento (que a mí me pareció bueno y oportuno) de ir a verme con Simpliciano (72), que le tenía por el fiel siervo vuestro, y resplandecía en él vuestra divina gracia. También había oído decir que desde su juventud estaba dedicado y consagrado a Vos, y siendo entonces ya anciano, me parecía que en una edad tan larga, que había empleado en tan buenos ejercicios de vuestra ley, estaría muy práctico, experto y muy instruido en ella; y verdaderamente era así como yo lo pensaba.

Por eso quería yo que me dirigiese y después de comunicarle mis deseos, me manifestase qué modo de vida sería el mas a propósito a quien se hallaba en la disposición que yo tenía para seguir vuestra ley, observando aquel método que él me señalase.

(72) San Simpliciano fue enviado por San Dámaso a Milán, para que ayudase a San Ambrosio, recién electo obispo de aquella iglesia. Era muy sabio, había hecho muchos viajes para instruirse en varias materias y no cesaba de leer y de estudiar. San Ambrosio le dedico varias obras suyas; y le sucedió a San Ambrosio en el obispado, al cual fue promovido en el año 397. Era grande la fama de su virtud y sabiduría, como insinúa aquí San Agustín, y se conoce tan bien porque los concilios de África y de Toledo no determinaban cosa alguna de importancia sin haberla tratado y consultado antes con San Simpliciano. Murió lleno de años y méritos por el mes de mayo del año 400. Toda la religión agustiniana reza de él en el día 13 de agosto.



802 Porque yo veía la iglesia llena de fieles, y que unos iban por un camino y otros iban por otro; pero a mí me desagradaba el método y ocupación que yo seguía en el siglo, y era para mí una carga insoportable, después que cesaron de inflamarse, como solían, mis deseos, con la esperanza de adquirir honra y dinero, para tolerar aquella sujeción y servidumbre tan gravosa. Ya no me deleitaba cosa alguna de ésas en comparación de vuestra dulzura y suavidad, y de la hermosura de vuestra casa, que amaba más que todo esto; pero aun me sentía atado fuertemente con el amor a la mujer; ni el Apóstol me prohibía el casarme, aunque me exhortaba a lo mejor y más perfecto, queriendo principalmente y deseando que todos los hombres fuesen libres como él lo era. Pero yo, como más flaco, escogía lo más blando y suave; y lo que hacia que me portase en todo lo demás con languidez y me consumiese con molestos cuidados era solamente el considerar que la vida conyugal, a la que yo estaba tan inclinado y rendido, tenía anejas muchas cosas que no quería padecerlas ni sufrirlas. Bien sabia yo que la Verdad misma había dicho por su boca: que hay hombres que a sí mismos se han hecho eunucos para conseguir el reino de los cielos; pero añadió también que esto lo ejecute el que tuviere fuerzas para ejecutarlo.

Vanos son ciertamente todos aquellos hombres que no tienen conocimiento de Dios, y que de todas estas cosas y criaturas buenas que están viendo, no han podido llegar a conocer al que verdaderamente existe. Pero yo no estaba ya comprendido en el numero de aquellos hombres vanos. Ya había pasado más adelante de aquella vanidad e ignorancia, y por la contestación de todas vuestras criaturas, había hallado que Vos eráis nuestro Creador, juntamente con vuestro divino Verbo, por el cual creasteis todas las cosas, el cual eternamente dimanando de Vos es Dios que con Vos y el Espíritu Santo no hace más que un solo Dios verdadero.

Hay otra clase de gentes impías y pecadoras, que habiendo conocido a Dios no le glorifican como a Dios, ni le dan las gracias que le son debidas. También en esta impiedad había yo caído, pero vuestra diestra me recibió y levanto, y además de sacarme de aquel atolladero, me puso en lugar acomodado y propio para que convaleciese de tan peligrosa caída, porque me hicisteis saber aquella sentencia en que dijisteis al hombre: Mira que la piedad es verdadera sabiduría; y también aquella otra: No quieras parecer sabio, porque los que dicen que son sabios, ellos mismos se hacen necios. Por lo cual es cierto que ya había hallado aquella perla preciosa, que había de comprarse vendiendo cuanto tuviese, pero aun no me resolvía a ejecutarlo.


Capítulo 1I: De como Victorino, célebre orador romano, se convirtió a la fe de Jesucristo


803 Fui, pues, a buscar a Simpliciano, que había sido padre espiritual de Ambrosio (ya entonces obispo), por cuanto en el Bautismo le había conferido vuestra gracia, a quien amaba Ambrosio verdaderamente como a padre. Le hice relación de mis extravíos y de los rodeos y errados caminos por donde había andado. Luego le dije como había leído algunos libros de los platónicos, traducidos al latín por Victorino, que en los años anteriores fue profesor de retorica en la ciudad de Roma, y que según había oído murió cristiano; él se alegro mucho y me dio el parabién de que no hubiese ido a dar con las obras de otros filósofos, que están llenas de falsedades y engaños, propios de una ciencia enteramente mundana, pero en estos otros libros a cada paso y de todos modos se insinúa y da a conocer a Dios y su divino Verbo.

Después, para exhortarme a la humildad de Cristo, escondida a los sabios y revelada a los pequeñuelos, me propuso el ejemplo de Victorino (73), a quien él había tratado muy familiarmente cuando estuvo en Roma; y me refirió de él lo que no pasaré en silencio, porque contiene grandes motivos para alabar vuestra divina gracia, como es justo y debido ejecutarlo.

Contó me, pues, como aquel doctísimo anciano, y sapientísimo en todas las ciencias y artes liberales, que había leído tantas obras de filósofos y las había criticado e ilustrado, que había sido maestro de tantos nobles senadores, que por la excelencia de su sabiduría y doctrina mereció y obtuvo que se le erigiese una estatua en la plaza pública de Roma (que es lo más glorioso que hay para los ciudadanos de este mundo), que hasta aquella edad tan avanzada había adorado y venerado los ídolos, y concurrido a celebrar las fiestas y sacrificios sacrílegos, con que casi toda la romana nobleza inspiraba ya entonces y enseñaba a todo el pueblo los monstruos de todos los dioses egipcios, y entre ellos también a Anubis (74) con figura de perro, los cuales en alguna ocasión tomaron las armas contra Neptuno, Venus y Minerva, deidades de Roma; y ella suplicaba ahora a aquellos mismos dioses contra quienes había peleado y a quienes había vencido (75); que finalmente por espacio de tantos años había defendido todas estas idolatrías con su famosa elocuencia; siendo ya anciano, no se avergonzó de humillarse como un párvulo, para ser marcado por siervo de vuestro Hijo Jesucristo, y renacer como nuevo infante en la fuente del Bautismo, doblando su cuello al yugo de la humildad evangélica, y sujetándose a llevar en su frente la señal de la cruz, tenida antes por oprobio.

(73) Sobre las noticias y elogios de Victorino, que refiere aquí San Agustín de boca de San Simpliciano, puede añadirse lo que refiere San Jerónimo, que en el libro de los Escritores eclesiásticos, dice que se llamaba C. Mario Victorino, que era africano de nación y que enseno en Roma la retorica en tiempo del emperador Constantino, y hacia los últimos plazos de su vida se hizo cristiano, admirándose Roma, y alegrándose la Iglesia, como dice San Agustín. Escribió varios libros contra los arrianos, y también unos comentarios sobre las epístolas de San Pablo.
(74) En el texto latino, dice el Santo: Omnigenumque deum monstra, et Anubim latratorem, que es puntualmente el verso de Virgilio: Omnigenumque deum monstra, et latrator Anubis. Y le llama latrator, porque Anubis en lengua egipciaca es lo mismo que perro en lengua castellana; y debajo de la figura de perro adoraban a Mercurio, como dice Servio sobre el citado verso de Virgilio (Aen., 8). Otros explican de otro modo esta fabula, diciendo que Anubis era un famoso capitán hijo de Osiris, que siguiendo a su padre en las expediciones que hizo (como de Hércules se dice que iba cubierto de la piel de un león), "él se cubrió con la de un perro, y le tenía por su divisa"; y que de aquí provino que los egipcios diesen la preferencia al perro entre los demás animales de que ellos formaban su apoteosis; pero que perdieron esta preferencia cuando, habiendo Cambises hecho matar y arrojar al dios Apis, fue el perro el único que se lo comió. No obstante, persevero el culto del perro en Cinopolis, que era la ciudad capital (y quiere decir ciudad de perros), que estaba consagrada a aquel animal, y sus habitantes conservaban un fondo considerable, de donde se sacaba para el sagrado alimento de los perros, como dice Diodoro Siculo, libro IV.
(75) Los romanos, y generalmente todos los gentiles, creían que cada reino, cada estado, cada provincia, cada ciudad y, en una palabra, cada lugar, estaba bajo la protección de algunas deidades particulares, que velaban para su conservación. No obstante, los romanos peleaban contra todos aquellos reinos, ciudades y pueblos, los sujetaban y triunfaban de ellos, y por consiguiente triunfaban de aquellos dioses que eran protectores de aquellos lugares, y se tenían por vencedores de ellos. Sobre cuyo supuesto se funda la sátira que les hace a los romanos San Agustín ya en este capítulo, diciendo que Roma suplicaba y ofrecía sacrificios a aquellos mismos dioses contra quienes había peleado en otro tiempo y a quienes había vencido, y ya también en el libro I de La Ciudad de Dios, cap. III, donde los satiriza del mismo modo, haciéndoles ver la inconsecuencia con que procedían en sus idolatrías, pues les atribuían poder para defenderlos a ellos, cuando no lo habían tenido para defenderse a sí mismos de ellos ni para defender aquellos pueblos de quienes se suponían protectores, y habían sido vencidos y avasallados por los romanos. Con lo cual se entenderá bien todo este pasaje de San Agustín, que se les haría oscuro a los que no tienen alguna tintura de mitología.



804 ¡Oh Señor, Señor, que inclinasteis los cielos y bajasteis a nosotros, que tocasteis los montes y exhalaron humo, con qué modos o de qué manera os insinuasteis en aquel pecho!

Leía él, según me conto Simpliciano, la Sagrada Escritura y buscaba con grandísimo cuidado todas las obras que trataban de la religión cristiana, instruyéndose en ellas; y decía a Simpliciano, aunque no públicamente, sino en secreto y en confianza de amigo: Sábete que yo ya soy cristiano; a lo que Simpliciano respondía: Yo no lo creeré ni te contaré entre los cristianos, hasta que te vea en la iglesia de Cristo. Pero él, como burlándose, decía: Pues qué, ¿son las paredes las que hacen cristianos a los hombres? Y esto lo repetía muchas veces, diciendo que él ya era cristiano, y otras tantas le respondía Simpliciano lo mismo que antes, pero él volvía a burlarse, con decir que eso no lo hacen las paredes.

Temía Victorino disgustar a sus amigos, soberbios idolatras que adoraban al demonio, que por ser muy poderosos y hallarse constituidos en la cumbre de las mayores dignidades que hay en la Babilonia de este mundo, y eran como elevados cedros del Libano, que aun no había el Señor derribado y deshecho, juzgaba que habían de caer sobre él con mas ímpetu y fuerza sus odios y enemistades.

Pero después que con su estudio y lección continua adquirió mas fortaleza, temió que Cristo no le había de reconocer por suyo en presencia de los santos ángeles, si él temía confesarle ahora delante de los hombres; y conociendo que se hacia reo de un delito muy grave en avergonzarse de recibir los Sacramentos que nuestro Verbo humano había instituido, no habiéndose avergonzado de cooperar a los sacrílegos sacrificios y cultos inventados por la soberbia de los demonios, a quienes él, soberbio, también había imitado, recibiendo las sacrílegas ordenes con que se dedicaban los hombres y destinaban al culto y sacrificios de los ídolos, perdió la vergüenza, que le era nociva y le hacia perseverar en la vanidad mundana, trocándola en provechosa vergüenza de no seguir la verdad que conoció, repentinamente se resolvió, y sin mas pensar en ello, dijo a Simpliciano, según este mismo contaba: Ea, vamos a la iglesia, que quiero hacerme cristiano.

Entonces, Simpliciano, no cabiendo en sí de alegría, marcho con él a la iglesia. Luego que se le catequizo y recibió toda la instrucción necesaria en los principales misterios de nuestra fe, de allí a poco dio su nombre para que se le escribiese en el catalogo (76) de los que pedían ser reengendrados por el santo Bautismo, maravillándose Roma, y alegrándose la Iglesia. Veían esto los soberbios, y se enojaban y enfurecían, rechinaban sus dientes de cólera y se consumían de rabia, pero vuestro siervo tenía puesta su esperanza en Vos, y no atendía a la vanidad de las doctrinas pasadas, ni a las locuras tan falsas y engañosas.

(76) Como en aquel tiempo no se daba el Bautismo, por lo común, sino en los sábados de la vigilia de Pascua y de Pentecostés, aquellos que habían de recibirlo eran obligados a dar antes su nombre, para que se les pusiese en la matricula de los que habían de ser bautizados, y el obispo y clero hiciesen con ellos aquellas diligencias preparatorias, exámenes, escrutinios y ceremonias que se usaban, como se ha insinuado en el cap. IX del lib. I, y se dirá mas abajo.



805 Finalmente, cuando llego la hora de hacer la profesión de la fe (que en Roma es costumbre hacerla en presencia de todos los fieles que concurren, con ciertas y determinadas palabras aprendidas de memoria y pronunciadas desde un lugar eminente por los mismos que han de recibir en el Bautismo vuestra gracia), le propusieron a Victorino los sacerdotes, según contaba Simpliciano, que hiciese aquella profesión de fe secretamente, como se solía conceder también a algunos de quienes se juzgaba que por vergüenza se retraían de hacerlo en público, pero que él prefirió hacer la profesión de la fe y de la doctrina de su salud públicamente y a presencia de aquella multitud de fieles, conociendo que su salvación no estaba en la retorica, que enseñaba, ni en los errores que hasta entonces había profesado públicamente en Roma. Y a la verdad, ¡cuanto menos tenía que temer al manso rebano vuestro al decir y pronunciar vuestras palabras el que usando de las suyas propias no había temido ni respetado ni tropas enteras de locos!

Así, luego que subió al sitio determinado para hacer la profesión de la fe, todos los que allí estaban, según que cada uno le iba conociendo (77), mutuamente unos a otros le iban nombrando con ruidosa aclamación de enhorabuenas. Pero ¿quién había allí que no le conociese? Así entre todos formaban una voz y murmullo, con que alegres y festivos, decían ¡Victorino, Victorino! Tan presto como se levanto aquel murmullo con la alegría que causo a todos el verle, tan presto ceso repentinamente con el deseo de oírle. Pronuncio él con noble y excelente confianza su protestación de la fe verdadera, y todos querían arrebatarle y meterle dentro de sus corazones, y efectivamente lo conseguían con el amor y el gozo que mostraban: estos afectos eran las manos que le arrebataban y metían dentro de las almas.

(77) La ciencia de Victorino y sus escritos, sus discípulos y la estatua que se había erigido para su memoria en la plaza de Trajano le hacían sumamente célebre y famoso. Él profeso la retorica en Roma, no solamente bajo el imperio de Constantino, como se ha dicho antes, sino también en el imperio de Constancio y de Juliano Apostata. El tratamiento que se le daba era el de clarísimo, título que no se daba sino a los senadores y a las personas de la primera distinción y clase.



Capítulo 1II: Como Dios y los santos ángeles se alegran mucho de la conversión de los pecadores


806 ¡Oh buen Dios!, ¿de dónde, Señor, proviene que un hombre se alegra mucho mas de la salud de un alma que estaba sin esperanza de vida, o que se ha libertado de un peligro grande, que si siempre hubiera estado con esperanza de su salud eterna, o hubiera sido mayor el peligro en que se hallaba? También Vos, Señor, Padre misericordioso, mostráis mayor alegría por un solo pecador que hace verdadera penitencia, que por noventa y nueve justos que no la necesitan. Y nosotros con mucho regocijo oímos decir a San Lucas cuan grande es la alegría de los ángeles viendo que la oveja perdida vuelve a su rebano llevándola el pastor sobre sus hombros; y como dan el parabién las vecinas a la mujer que hallo aquella dracma que había perdido, y se vuelve a guardar en vuestro tesoro, y nos hace llorar de puro gozo la grande fiesta que hay en vuestra casa cuando en ella se refiere de vuestro hijo menor: Que había muerto y resucito, que se había perdido y volvió a parecer. Lo cual demuestra que Vos, Dios mío, os alegráis en nosotros, y en vuestros ángeles en cuanto somos santificados por una caridad santa, porque Vos, considerado solamente en Vos, siempre sois el mismo sin mudanza ni variedad alguna, que siempre y de un mismo modo conocéis todas las cosas, aunque ellas no sean siempre ni de un mismo modo existan.

807 Pues ¿qué es, Dios mío, lo que pasa en el alma cuando se alegra mucho mas con las cosas que ama si las cosas que ama si las halla o recobra, que si siempre las hubiera poseído sin perderlas? Y esto mismo lo contestan también las demás cosas, todas llenas de testimonios y ejemplos que lo comprueban, clamando y diciendo: Así sucede, así es.

Triunfa un emperador cuando ha vencido; y no venciera si no hubiera peleado; y cuanto mayor fue el peligro en la batalla, tanto es mayor en el triunfo la alegría.

Acomete una tempestad a los navegantes, y al verse amenazados del naufragio, todos se ponen pálidos del miedo de la muerte, que consideran cercana, pero serénase el cielo y tranquilizase el mar, y todos se regocijan sumamente, porque también sumamente temieron.

Cae enferma una persona amada, y el pulso indica una calentura maligna y peligrosa, con lo cual todos los que desean su salud enferman igualmente, en cuanto a la pena y sentimiento que tienen en su alma. Hallase mejor y fuera de peligro, pero todavía no se ha restablecido ni ha recobrado sus antiguas fuerzas, y ya se alegran mucho mas de aquella mejoría que de la salud y robustez que antes gozaba. Aun los mismos deleites comunes y ordinarios de la vida humana los consiguen los hombres mediante algunos disgustos y molestias, no de las imprevistas y que les sobrevienen sin quererlas, sino procuradas y buscadas voluntariamente y de propósito. No hay deleite en el comer y beber, sin que preceda la molestia del hambre y de la sed, y por esto los bebedores de vino comen algunos bocadillos salados, con que se excita una sequedad y ardor molesto, que con beber se apaga, y al apagarse deleita. También es costumbre bien establecida que las mujeres tratadas de casar no las entreguen sus deudos y parientes a los que han de ser sus maridos inmediatamente que se hayan desposado, para que suspirando por ellas algún tiempo mientras son sus esposos, las amen y estimen mas cuando maridos.

808 Esto mismo sucede en el deleite que es torpe y execrable; esto mismo en el que es lícito y permitido; esto mismo en la más pura, honesta y sincerísima amistad, y finalmente, esto mismo sucedió en la conversión de aquél que estaba muerto y resucito, que se había perdido y pareció. Siempre a la mayor alegría precede mayor molestia. Mas ¿de qué proviene esto, Dios y Señor mío, cuando Vos no solamente sois para Vos mismo un sumo gozo inalterable y eterno, sino también algunas criaturas reciben de Vos y en Vos una alegría y felicidad perpetua? ¿En qué consiste que en las cosas de acá abajo hay esta alternativa de atrasos y adelantamientos, de enemistades y reconciliaciones? ¿Es acaso esta variedad propia de su ser y lo que solamente concedisteis a estas cosas cuando desde lo más alto de los cielos hasta lo más profundo de la tierra, desde el principio del tiempo hasta el fin de los siglos, desde el ángel supremo hasta el mas vil gusanillo, desde el primer movimiento que hubo hasta el último que ha de haber, ordenasteis todos los géneros de bienes y todas vuestras obras cabales y perfectas, dándoles a todas sus convenientes lugares y distribuyéndolas en sus propios tiempos? ¡Ay de mí, Dios mío!, ¡qué investigable grandeza tenéis en las cosas grandes, y qué impenetrable profundidad en las pequeñas! ¡Vos nunca os apartáis de vuestras criaturas, y con todo eso, apenas andamos lo bastante para llegar a Vos!


Capítulo 1V: Por qué razón debemos alegrarnos más con la conversión de aquellos pecadores que son personas nobles y principales


809 ¡Ea, Señor, hacedlo Vos todo, excitadnos y volved a llamarnos, encendednos y arrebatadnos, arded en nosotros y comunicadnos vuestras dulzuras, para que os amemos y corramos tras de Vos!

¿No es cierto que vuelven a Vos muchos que estaban en un abismo de ceguedad más profundo que aquél en que se hallaba Victorino, y se acercan a Vos y son iluminados, recibiendo aquella luz que a los que la reciben les da juntamente potestad para hacerse hijos vuestros? Pero si éstos que se convierten a Vos son poco conocidos en los pueblos, aun aquellos pocos que los conocen reciben menor alegría, porque cuando la alegría es de muchos, viene a ser mayor en cada uno de ellos, porque se la aumentan y comunican mutuamente los unos a los otros. A esto se añade que la conversión de los muy conocidos y famosos es de grande peso y autoridad para que muchos procuren su salvación y vengan también muchos a seguir su ejemplo. Por esto aun aquellos que los han precedido se alegran mucho con la conversión de semejantes sujetos, porque la alegría que reciben no es por ellos solos, sino por todos los demás que han de imitarlos. No quiero decir con esto que en vuestra casa, Señor, sean más bien recibidas las personas ricas y nobles que las pobres y plebeyas, pues antes bien Vos mismo elegisteis los endebles y flacos del mundo, para confundir a los fuertes y poderosos; y las cosas viles y despreciables de este mundo, y que son como si no fueran, las escogisteis para deshacer con ellas las que son principales en la estimación del mundo.

Pero no obstante esta doctrina, el mismo Apóstol, por cuya boca nos enseñasteis estas verdades, el cual se llama a sí mismo el menor de vuestros

Apóstoles, teniendo antes el nombre de Saulo, quiso tomar el de Pablo (78), para blasón y señal de aquella grande victoria que consiguió, cuando con las armas de su predicación venció y domo la soberbia del procónsul Pablo y le redujo a sujetarse al suave yugo de vuestro Hijo, Jesucristo, y a ser fiel vasallo y tributario humilde del Rey de todos los reyes. Porque más vencido queda el enemigo del género humano cuando se le quita uno a quien tenía más poseído y por quien poseía otros muchos; y cuanto más poseídos tiene a los grandes por su orgullo y soberbia, tanto más por el influjo de éstos posee a otros por medio de su ejemplo y autoridad.

Por eso, cuanto más gustosamente se consideraba el estado presente de Victorino, cuya alma había sido antes un castillo inexpugnable de que el demonio se había señoreado y de cuya lengua se había servido como de grande y aguda saeta para matar a muchos, tanto mayores demostraciones de gozo y alegría debían hacer vuestros hijos los fieles, viendo al fuerte aprisionado ya por nuestro Rey poderoso, que después de quitarle los despojos que había hecho y las armas de que se había servido, lo lavo y purifico todo, para que no solamente se pudiese emplear en honor vuestro, sino también ser útil y provechoso para cualquier obra buena.

(78) De este mismo sentir es San Jerónimo, diciendo que el Apóstol tomo entonces el nombre de Pablo para memoria del triunfo grande que había conseguido, mediante la gracia y favor de Jesucristo Señor Nuestro, convirtiendo a la fe al dicho Paulo Sergio, procónsul de la isla de Chipre, lo cual sucedió en el año 45 de Jesucristo. Otros dan otras razones para que tomase el nombre de Pablo, que se pueden ver en Baronio, al año 36 de Cristo.



Capítulo V: Qué cosas eran las que detenían a Agustín para no acabar de convertirse a Dios


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