Agustin - Confesiones 825

Capítulo XI: Lucha que experimentaba Agustín entre el cuerpo y el espíritu


825 De este modo me veía enfermo y atormentado, reprendiéndome a mí mismo con mucha mayor aspereza que la acostumbrada, y dando vueltas y más vueltas en los mismos lazos que me oprimían, hasta que se acabase de romper todo aquello por donde estaba aprisionado, que era ya muy poco, pero no obstante me tenía aun preso. Y Vos, Señor, usando conmigo de una severidad llena de misericordia, allá en lo interior de mi alma me estimulabais para que me diese prisa, redoblándome los azotes que padecía del temor y la vergüenza, para que no cesase en procurar romper aquello poco y tenue que restaba de mis prisiones; no sea que volviese a rehacerse y fortificarse, y me atase entonces mas fuerte y apretadamente.

Yo decía en mí interior: Ea, hágase al instante; ahora mismo se han de romper estos lazos; y además de decir esto, deseaba ya y me agradaba ejecutarlo. Ya casi lo hacía, y realmente lo dejaba de hacer, pero no volvía a caer y enredarme en los antiguos lazos, sino que estaba parado junto a ellos, como tomando aliento para acabar de romperlos. Volvía a procurar con mas esfuerzo llegar a aquel estado que deseaba, y casi estaba ya en él, casi ya le tocaba, casi ya le tenía; pero real y verdaderamente ni estaba en él, ni le llegaba a tocar, ni le tenía, por no acabar de resolverme a morir para todo lo que es muerte y solo vivir a la verdadera vida; porque tenía mayor poder sobre mí lo malo acostumbrado que lo bueno desusado. Finalmente, cuanto más se iba acercando aquel instante de tiempo en que había de ser ya muy otro, tanto me causaba mayor miedo y espanto, pero no me hacia retroceder ni apartarme del intento, sino suspenderme y detener el paso.

826 Las cosas más frívolas y de menor importancia, que solamente son vanidad de vanidades, esto es, mis amistades antiguas, ésas eran las que me detenían, y como tirándome de la ropa parece me decían en voz baja: pues qué, ¿nos dejas y nos abandonas? ¿Desde este mismo instante no hemos de estar contigo jamás? ¿Desde este punto nunca te será permitido esto ni aquello? Pero ¡qué cosas eran las que me sugerían, y yo explico solamente con las palabras esto ni aquello!, ¡qué cosas me sugerían, Dios mío! Apartad, Señor, por vuestra misericordia, del alma de este vuestro siervo y de mi memoria aun la idea de las suciedades e indecencias que me sugerían. Pero ya las oía tan escasamente, que era mucho menos de la mitad respecto de antes; ni me contradecían como antes cara a cara, sino como murmurando a espaldas mías, siguiendo mis pisadas y como llamándome y tirándome por detrás para que volviese a mirarlas. No obstante, entretenían y retardaban mí fuga, por no tener yo valor para separarme de ellas con aspereza y sacudirme de sus importunaciones saltando y atropellando por todo para seguir mí vocación, porque la violencia de mí costumbre no cesaba de decirme:

¿Imaginas que has de poder vivir sin estas cosas?

827 Pero esto me lo decía ya con gran tibieza, porque por aquella misma parte hacia donde tenía puesta mí atención y adonde me daba miedo el pasar, se me descubría la excelente virtud de la continencia, que se me representaba con un rostro sereno, majestuoso y alegre, con cuya gravedad y compostura honestamente me halagaba para que llegase adonde ella estaba y desechase enteramente todas las dudas que me detenían; además de esto extendía sus piadosos brazos para abrazarme y recibirme en su seno, lleno de gran multitud de continentes, con cuyo ejemplo me alentaba. Allí había innumerables personas de diferentes edades; allí una multitud de mozos y doncellas; allí otros muchísimos de mayor edad, venerables viudas y vírgenes ya ancianas; pero en todas estas innumerables personas no era la continencia y castidad estéril, antes bien era fecunda y abundante en alegrías y gozos espirituales, nacidos de teneros a Vos por esposo. Y la continencia, como burlándose de mí con una risa graciosa que convidaba a seguirla, parece que me decía: Pues qué, ¿no has de poder tu lo que han podido y pueden todos éstos y éstas? ¿Por ventura lo que éstos y éstas pueden, lo pueden por sus propias fuerzas o por las que la gracia de su Dios y Señor les ha comunicado? Su Dios y Señor les dio continencia, pues yo soy dadiva suya. ¿Para qué te estribas en tus propias fuerzas, si ésas no te pueden sostener ni darte firmeza alguna? Arrójate con confianza en los brazos del Señor, y no temas, que no se apartara para dejarte caer. Arrójate seguro y confiado, que Él te recibirá en sus brazos y te sanara de todos tus males.

Yo me corría y avergonzaba mucho, porque todavía estaba oyendo el murmullo de aquellas fruslerías, que me tenían suspenso y sin acabar de resolverme. Entonces otra vez la continencia parece que me decía: Hazte sordo a las voces inmundas de tu concupiscencia, que así ella quedara enteramente amortiguada. Ella te promete deleites, pero no pueden compararse con los que hallaras en la ley de tu Dios y Señor.

Toda esta contienda paso dentro de mi corazón, batallando interiormente yo mismo contra mí mismo. En tanto Alipio, que no se apartaba de mí lado, aguardaba silenciosamente a ver en qué venían a parar los desusados movimientos y extremos que yo hacia.


Capítulo XII: Como se convirtió de todo punto, amonestado de una voz del cielo


828 Luego que por medio de estas profundas reflexiones se conmovió hasta lo más oculto y escondido que había en el fondo de mi corazón, y junta y condensada toda mí miseria se elevo cual densa nube y se presento a los ojos de mi alma, se formo en mí interior una tempestad muy grande, que venía cargada de una copiosa lluvia de lágrimas. Para poder libremente derramarla toda y desahogarme en los sollozos y gemidos que le correspondían, me levanté de donde estaba con Alipio, conociendo que para llorar me era la soledad mas a propósito; y así me aparté de él cuanto era necesario, para que ni aun su presencia me estorbase. Tan grande era el deseo que tenía de llorar entonces; bien lo conoció Alipio, pues no sé qué dije al tiempo de levantarme de su lado, que en el sonido de la voz se descubría que estaba cargado de lágrimas y como reventando por llorar, lo que a él le causo extraordinaria admiración y espanto, y le obligo a quedarse solo en el mismo sitio en que habíamos estado sentados.

Yo fui y me eché debajo de una higuera; no sé cómo ni en qué postura me puse, mas soltando las riendas a mí llanto, brotaron de mis ojos dos ríos de lágrimas, que Vos, Señor, recibisteis como sacrificio que es de vuestro agrado. También hablando con Vos decía muchas cosas entonces, no sé con qué palabras, que si bien eran diferentes de éstas, el sentido y concepto era lo mismo que si dijera: Y Vos, Señor, ¿hasta cuando, hasta cuando habéis de mostraros enojado? No os acordéis ya jamás de mis maldades antiguas.

Porque conociendo yo que mis pecados eran los que me tenían preso, decía a grito con lastimosas voces: ¿Hasta cuando, hasta cuando ha de durar el que yo diga, mañana y mañana?, pues ¿por qué no ha de ser desde luego y en este día?, ¿por qué no ha de ser en esta misma hora el poner fin a todas mis maldades?

829 Estaba yo diciendo esto y llorando con amarguísima contrición de mí corazón, cuando he aquí que de la casa inmediata (83) oigo una voz como de un niño o niña, que cantaba y repetía muchas veces: Toma y lee, toma y lee. Yo, mudando de semblante, me puse luego al punto a considerar con particularísimo cuidado si por ventura los muchachos solían cantar aquello o cosa semejante en alguno de sus juegos; y de ningún modo se me ofreció que lo hubiese oído jamás. Así, reprimiendo el ímpetu de mis lágrimas, me levanté de aquel sitio, no pudiendo interpretar de otro modo aquella voz, sino como una orden del cielo, en que de parte de Dios se me mandaba que abriese el libro de las Epístolas de San Pablo y leyese el primer capítulo que casualmente se me presentase. Porque había oído contar del santo abad Antonio, que entrando por casualidad en la iglesia al tiempo que se leían aquellas palabras del Evangelio: Vete, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; y después ven y sígueme; él las había entendido como si hablaran con él determinadamente y, obedeciendo a aquel oráculo, se había convertido a Vos sin detención alguna. Yo, pues, a toda prisa volví al lugar donde estaba sentado Alipio, porque allí había dejado el libro del Apóstol cuando me levanté de aquel sitio. Tomé el libro, lo abrí y leí para mí aquel capítulo que primero se presento a mis ojos, y eran estas palabras: No en banquetes ni embriagueces, no en vicios y deshonestidades, no en contiendas y emulaciones, sino revestíos de Nuestro Señor Jesucristo, y no empleéis vuestro cuidado en satisfacer los apetitos del cuerpo.

No quise leer más adelante, ni tampoco era menester, porque luego que acabé de leer esta sentencia, como si se me hubiera infundido en el corazón un rayo de luz clarísima, se disiparon enteramente todas las tinieblas de mis dudas (84).

(83) Hoy día se conserva en Milán la tradición de que el huerto donde San Agustín oyó la voz del cielo que refiere aquí es el mismo que tiene ahora la iglesia de San Ambrosio, o por lo menos éste es parte de aquél; y que la capilla que se llama de San Remigio está en el mismo sitio en que se hallaba San Agustín cuando oyó aquella voz.
(84) Esta maravillosa conversión de San Agustín, que ha sido de tanta utilidad para la Iglesia, sucedió hacia los fines de agosto o principios de septiembre del año 386. Porque el mismo Santo dice mas abajo (lib. IX, cap. II) que desde aquel lance hasta las vacaciones (de las vendimias, que serian por octubre) no faltaban más que veinte días. Por lo cual no sé qué causa tendría el autor del Martirologio Romano para poner la Conversión de San Agustín en el día 5 de mayo.



830 Entonces cerré el libro, dejando metido un dedo entre las hojas para anotar el pasaje, o no sé si puse algún otro registro, y con el semblante ya quieto y sereno, le signifiqué a Alipio lo que me pasaba. Y él, para darme a entender lo que también le había pasado en su interior, porque yo estaba ignorante de ello, lo hizo de este modo. Pidio que le mostrase el pasaje que yo había leído, se lo mostré y él prosiguió más adelante de lo que yo había leído. No sabia yo qué palabras eran las que seguían; fueron éstas: Recibid con caridad al que todavía esta flaco en la fe. Lo cual se lo aplico a si y me lo manifestó. Pero él quedo tan fortalecido con esta especie de aviso y amonestación del cielo, que sin turbación ni detención alguna se unió a mí resolución y buen propósito, que era tan conforme a la pureza de sus costumbres, en que había mucho tiempo que me llevaba él muy grandes ventajas. Desde allí nos entramos al cuarto de mi madre, y contándole el suceso como por mayor, se alegro mucho desde luego, pero refiriéndole por menor todas las circunstancias con que había pasado, entonces no cabía en sí de gozo, ni sabia qué hacerse de alegría; ni tampoco cesaba de bendeciros y daros gracias, Dios mío, que podéis darnos mucho más de lo que os pedimos y de lo que pensamos, viendo que le habíais concedido mucho más de lo que ella solía suplicaros para mí por medio de sus gemidos y afectuosas lágrimas. Pues de tal suerte me convertisteis a Vos, que ni pensaba ya en tomar el estado del matrimonio ni esperaba cosa alguna de este siglo, además de estar ya firme en aquella regla de la fe, en que tantos años antes (85) le habíais revelado que yo estaría. Así trocasteis su prolongado llanto en un gozo mucho mayor que el que ella deseaba, y mucho más puro y amable que el que ella pretendía en los nietos carnales que de mí esperaba.

(85) Hace aquí alusión el Santo a la visión que tuvo su madre, Santa Mónica, el año 373 o 374, en la cual se le represento una regla en que ella y su hijo estaban, como refirió el santo doctor en el lib. II, cap. XI, num. 20.


LIBRO IX

900 Vase Agustín con su madre y los demás compañeros a la quinta de Verecundo. Renuncia a la cátedra de retorica y se ocupa en escribir libros. Después, a su tiempo vuelve e Milán, donde con Alipio y Adeodato recibe el bautismo. Desde allí dispone volverse a África en compañía de su madre y de los demás. Después refiere la vida de su santa madre y su muerte, acaecida en el puerto de Ostia. Finalmente cuenta piadosa y elegantemente su sentimiento y llanto, como amante y buen hijo de tal madre

Capítulo 1: Reconociendo Agustín su miseria, alaba la suma bondad de Dios


901 Yo, Señor, puedo decir con David, soy vuestro siervo; yo soy vuestro siervo, e hijo de una sierva vuestra. Ya que habéis hecho pedazos mis prisiones, quiero por tan grande beneficio tributaros sacrificios de alabanzas. Alabeos mi corazón y mí lengua, y todos mis sentidos y potencias digan: Señor, ¿quién hay semejante a Vos? Y Vos, Señor, dignaos respondedme, decid a mi alma: Yo soy tu salud.

¿Quién soy yo y qué tal he sido? ¿Qué les ha faltado de iniquidad a mis obras, cuando no a mis obras, a mis palabras, cuando no a mis palabras, a los deseos y afectos de mí voluntad? Pero Vos, Señor, conmigo procedisteis como bueno y misericordioso: vuestra mano me fue tan favorable y poderosa, que me saco de lo profundo de la muerte en que estaba sumergido y agoto la maldad de mi corazón, que estaba hecho un abismo de corrupción e iniquidad. Todo esto se reducía a que yo no quisiese ya lo que antes quería, y quisiese lo que Vos queríais. Pero durante toda aquella multitud de años, ¿dónde estaba mí libre albedrio?, ¿de qué profundo y escondido seno hube de sacarlo repentinamente, Redentor y favorecedor mío Jesucristo, para que libre y voluntariamente sujetase mí cerviz a vuestro suave yugo y mis hombros a vuestra ligera carga?

¡Oh, cuan dulce y gustoso se me hizo repentinamente el carecer de unos deleites que no eran más que simplezas y vanidades! Pues si antes me daba susto el perderlas, después me daba gusto el dejarlas. Porque Vos, Señor, que sois la verdadera y suma delicia, las echabais fuera de mi alma; y no solamente las echabais fuera, sino que en su lugar entrabáis Vos, que sois dulzura soberana y superior a todos los deleites, aunque imperceptible por los sentidos de la carne y de la sangre; entrabáis Vos, que sois mas claro, hermoso y transparente que toda luz, aunque mas escondido y secreto que todo cuanto hay secreto y escondido; entrabáis Vos, que sois mas excelso, sublime y elevado que todos los honores, aunque no para aquellos que se tienen por grandes en sí mismos.

Ya mi alma se veía libre de los cuidados que causa la ambición de las dignidades, la codicia de los intereses, el deseo de saciar sus apetitos y de hallar medios con que avivarlos y excitarlos a los deleites sensuales; y solo me gustaba hablar de Vos, que sois mí gloria, mis riquezas, mí salud, mi Dios y mi Señor.


Capítulo 1I: Dilata Agustín renunciar la cátedra de retorica hasta que llegasen las vacaciones del tiempo de la vendimia


902 También determiné, habiéndolo considerado delante de Vos, que me convenía dejar la cátedra de retorica que regentaba, pero no luego al punto y arrebatadamente, sino irme poco a poco retirando de aquella ocupación, en que con el ministerio de mí lengua hacia comercio de la locuacidad, para que de allí adelante no comprasen de mí boca las armas de la elocuencia jóvenes estudiantes, que en lugar de aprovecharse de ellas para la observancia y cumplimiento de vuestra ley y para conservar vuestra paz, habían de emplearlas en cavilaciones engañosas explicando su furor en las contiendas de los tribunales.

A esta mí determinación favorecía la oportunidad, pues faltaban ya pocos días para las vacaciones de las vendimias. Resolví aguardar aquel poco tiempo para retirarme publica y solemnemente, y no volver a vender mí enseñanza y doctrina, después que me había rescatado vuestra gracia.

Este mí designio era solamente manifiesto a Vos y a los amigos y familiares que vivían conmigo, pero respecto a los demás estaba reservado. Todos nosotros habíamos convenido en que no se divulgase nuestro intento; no obstante que Vos, Señor, a los que ya íbamos subiendo desde este valle de

Lagrimas (86), y cantando alegremente el Cantico de los grados, que cantan los que suben hacia Vos, nos habíais armado y prevenido de las saetas agudas y encendidas ascuas que sirven para resistir a las lenguas engañosas de los falsos amigos, que so color de dar consejo se oponen a nuestros buenos intentos, y con pretexto de amarnos nos destruyen, así como acostumbra la lengua hacer con el manjar, que por quererlo, lo deshace y consume.
(86) Alude el Santo doctor ya al
Ps 133,7, donde se dice: Beatus vircujus est auxilium abs te, ascensiones in conde suo disposuit, in valle lacrymarum; ya también al Ps 109, que es el primero de los quince que se llaman graduales, y son los que componen el Cantico de los grados que dice aquí San Agustín, y yo he traducido para explicarlo más, el cantico de los grados, que cantan los que suben hacia Vos, porque acostumbraban cantarse subiendo las quince gradas que tenía el templo de Salomón; cuya subida figuraba la que hacen los hombres de virtud en virtud para irse acercando a Dios, y en esto se ocupaban Agustín y sus compañeros entonces. También es verosímil que por aquel tiempo los rezase muchas veces con sus compañeros después de haberse convertido; y esto es lo que da a entender todo este pasaje, como dice Wangnereck.



903 Las saetas de vuestro amor y caridad habían traspasado ya mi corazón, y tenía atravesadas vuestras palabras en lo íntimo de mi alma; además de eso, los ejemplos de vuestros fervorosos siervos, que vuestra gracia había hecho pasar de las tinieblas a la luz y de la muerte a la vida, reunidos todos en el seno de mi memoria e imaginación, eran como unas brasas encendidas que quemaban y consumían todo el material pasado de los afectos terrenos, para que su gravedad no me arrastrase a las cosas de este mundo: ardía ya en mi corazón tan activo fuego, que cualquier aire de contradicción que saliese de semejantes bocas y lenguas engañosas mas pudiera servir para avivarlo que para extinguirlo.

Por otra parte, siendo la santidad de vuestro nombre tan conocida y alabada en todo el mundo, es cierto que aquel buen deseo y determinación que habíamos tomado, tendría también muchos que lo alabasen y aplaudiesen: así podría parecer especie de jactancia no aguardar aquel poco tiempo que faltaba para las vacaciones, sino antes de que llegasen, renunciar a la cátedra y retirarme enteramente de aquella mí profesión de retorica, que era publica y patente a los ojos de todos. Esto sería llamar la atención de los que vieran el hecho de mí renuncia y dimisión, dándoles motivo para que hablasen mil cosas y dijesen que determinadamente lo había anticipado a las vacaciones, que estaban tan proximas, para que se hablase de mí y fuese reputado por persona de provecho o por un grande hombre. ¿Y qué necesidad tenía yo de darles motivo de hablar así, de que se pensase de mí con variedad, de que se disputase sobre mí intención y se hablase mucho y mal de nuestro bien?

904 Fuera de que también en aquel mismo verano experimentaba que el pulmón se me había comenzado a fatigar y ceder a mí excesiva aplicación y trabajo; con la difícil respiración y dolores del pecho significaba estar algo lastimado, por manera que no me dejaba hablar en voz alta ni por mucho tiempo. Eso al principio me dio algún cuidado, viéndome casi obligado ya por necesidad a dejar la carga de enseñar la retorica, o a lo menos a interrumpir por algún tiempo la enseñanza, mientras procurase curarme y convalecer. Pero bien sabéis, Dios mío, que luego que en mi corazón nació y se confirmo aquel deseo de dejarlo todo y entregarme únicamente a Vos y a meditar que Vos sois mi Dios y mi Señor, comencé también a alegrarme, por tener esta excusa verdadera con que templar el sentimiento de los hombres, que por el amor de sus hijos no querían que yo me viese nunca libre de la obligación y cargo de enseñarlos.

Lleno, pues, de esta alegría, iba aguantando aquel espacio de tiempo, hasta que se acabase de pasar, que no sé si eran veinte días cabales los que faltaban; pero los toleré constantemente, pues aunque ya me había dejado la codicia, que era la que me ayudaba a llevar aquel pesado empleo, sucedió la paciencia en su lugar a darme fuerzas para que el peso no me oprimiese enteramente llevándolo yo solo.

Puede ser que algunos de vuestros siervos y hermanos míos digan que hice mal y pequé en aguardar aquel poco tiempo, que teniendo ya mi corazón lleno de deseos y determinaciones de seguir la milicia cristiana, no debía haber permanecido ni estar sentado siquiera por una hora en la cátedra de la mentira.

No porfió sobre esto. Pero vuestra infinita misericordia, Dios y Señor mío, ¿no me ha perdonado ya también este pecado, justamente con todos los demás, tan horrendos y mortales, en las santas aguas del Bautismo?


Capítulo 1II: Como Verecundo le cedió a Agustín una casa de campo en que viviese mientras llegaba el tiempo de recibir el Bautismo


905 Verecundo, muy amigo nuestro, que estaba casado con una cristiana, aunque él no era cristiano todavía, sabiendo nuestro buen propósito y la resolución que habíamos tomado, se consumía de pena y sentimiento, porque veía que le era forzoso privarse de nuestra compañía por la multitud de sus negocios e impedimentos, de que no podía desprenderse y desembarazarse; y especialmente porque, siendo casado, era la mujer una corma que le oprimía y estorbaba mucho, más que todo, el poder seguir nuestro camino y abrazar el género de vida que habíamos comenzado. Además de esto, él decía que no quería ser (87) cristiano, sino de aquel modo que para él no era posible. Pero nos ofreció con toda benignidad y franqueza una casa de campo que tenía, para que la habitásemos todo el tiempo que nos habíamos de detener en Milán.

Dignaos, Señor, pagarle esta buena obra en la resurrección de los justos, supuesto que ya le concedisteis ser contado entre ellos. Pues cuando estábamos ya en Roma, aunque ausente de nosotros, se hizo cristiano en una enfermedad que padeció, y partió de esta vida marcado con el sello de la fe, en lo cual, Señor, no solamente tuvisteis misericordia de él, sino también de nosotros, para que no fuésemos continua y cruelmente atormentados por la pena y dolor intolerables de no poder contar en nuestro rebano a un tal amigo, que tan generosa y excelentemente se había portado con nosotros.

Gracias a Vos, Señor, que somos de los vuestros, como lo dan a entender las mismas exhortaciones que nos hacéis y los mismos consuelos que nos dais. Como tan fiel en vuestras promesas, esperamos que por aquella heredad que nos cedió Verecundo, llamado Casiciaco, en la que descansamos en Vos de las fatigas del siglo, después de haberle perdonado los pecados que cometió en este mundo, le daréis la eterna amenidad de vuestro paraíso que nunca se marchita, por estar colocado en aquel monte pingüe, monte vuestro, monte fertilísimo.

(87) No quería Verecundo abrazar el Cristianismo, sino siguiendo aquel método de vida que Agustín y los suyos habían proyectado, y libre de la compañía de su mujer; y como esto no podía ser viviendo ella, por eso decía que no quería ser cristiano sino de un modo que no le era posible.



906 Angustiábase, pues, con nuestra determinación el amigo Verecundo, pero se alegraba extremadamente Nebridio. Porque si bien éste tampoco era cristiano todavía, y cayera antes en el pernicioso error de creer que el cuerpo de vuestro Hijo, que es la verdad por esencia, era aparente y

Fantástico (88), no obstante, ya había salido de él, bien que permanecía sin recibir sacramento alguno de los preparatorios (89) que usa vuestra iglesia, con todo de ser grandísimo y vigilantísimo indagador de la verdad. Poco después, empero, de nuestra conversión y regeneración por vuestro santo Bautismo, se hizo también él católico cristiano y, vuelto al África, vivió entre sus parientes, observando continencia y castidad perfecta, habiendo hecho cristianos a todos los de su casa, cuando fuisteis servido de sacarle de esta vida, y ahora vive en el seno de Abraham.

Sea lo que fuere lo que se entiende y significa por aquel seno (90), en él vive mí Nebridio, allí vive mí dulce amigo, a quien Vos, Señor, primeramente sacasteis de la sujeción de esclavo (91) y después le hicisteis hijo adoptivo vuestro. Porque ¿qué otro lugar correspondía a un alma como la suya? Ahora, pues, vive él en aquel seno, acerca del cual solía él preguntarme muchas cosas siendo yo un hombrecillo ignorante y sin experiencia de ellas. Ya no aplica sus oídos a mí boca para escuchar mis respuestas, sino que, como eternamente bienaventurado, pone la boca de su alma a la fuente inagotable de la vida, que sois Vos, y bebe cuanto quiere y cuanto puede de vuestra infinita sabiduría. Pero juzgo que por mucho que se embriague bebiendo sin cesar de ella, no se ha de olvidar de mí, cuando Vos, Señor, que sois esa misma fuente de que él bebe, os acordáis de mí.

Así, pues, nos hallábamos entonces, por una parte consolando a Verecundo, que sin faltar a la amistad se entristecía del método de vida que abrazábamos por nuestra conversión; y al mismo tiempo exhortándole a que abrazase vuestra fe y os sirviese en aquel grado que le correspondía, esto es, en el mismo estado del matrimonio en que se hallaba; mientras por otra parte aguardábamos que nos acompañase Nebridio, que facilísimamente podía ejecutarlo y estaba ya para hacerlo sin demora. Con esto se pasaron finalmente aquellos días, que se me hicieron largos y muchos por el deseo que tenía de verme desocupado para cantaros con todas las potencias de mi alma: Señor, mi corazón os ha dicho que yo he buscado la luz de vuestro rostro: vuestro rostro, Señor, he de buscar.

(88) Ya se dijo en el libro V*, cap. X, que uno de los errores de los maniqueos era negar que Cristo hubiese tomado verdadero cuerpo; error que ellos tomaron de otros herejes más antiguos, y particularmente de los docetas.

["libro IX" en el original (N. del E.)]
(89) Llámanse sacramentos preparatorios para el Bautismo los exorcismos, las señales de la cruz que se hacían sobre los catecúmenos, la sal misteriosa que se les daba, todo lo cual por ser cosas sagradas y misteriosas pueden llamarse sacramentos preparatorios, que es la frase con que también se explica el padre J. M.
(90) San Gregorio Nacianceno en la oración fúnebre de San Cesareo dice lo mismo, y casi con las mismas palabras que San Agustín: Vos, dice, descansáis en el seno de Abraham; sea lo que fuere aquel lugar feliz.
(91) El Santo dice de Nebridio, que por Dios fue hecho ex liberto filius, en lo cual alude a las leyes de los romanos, que les permitían hacer de sus esclavos, libertos o libres (que no hay en castellano otra voz con que poder significarlo de una vez); y a éstos podían imponerles sus mismos nombres honrosos, contarlos entre su familia y hacerlos herederos de sus bienes en todo o en parte. Como a Nebridio le saco Dios del error y servidumbre del demonio, que le tenía como esclavo, fue esto hacerle liberto o libre por el Bautismo; fue hecho de liberto hijo adoptivo, porque por la gracia consiguió la adopción de los hijos de Dios y herederos de su gloria.



Capítulo 1V: De los libros que escribió, después de retirado con todos los suyos a la dicha heredad de Casiciaco

Y de las cartas a Nebridio; afectos que experimentaba leyendo los Salmos, y como sano milagrosamente de un vehementísimo dolor de dientes

907 Llego, por fin, el día en que efectivamente había de exonerarme del empleo de maestro de retorica, como ya lo estaba con la intención y la voluntad. Efectuose la dimisión de dicho empleo, con lo cual sacasteis a mí lengua de las prisiones y grillos de que habíais sacado mi corazón; y yo, lleno de gozo y dándoos muchas gracias por ello, me retiré a la quinta de

Verecundo con todos los amigos (92).

Los libros que allí compuse, ya de las materias que trataba y controvertía con mis compañeros, ya conmigo (93) solo y en presencia vuestra, y las cartas que escribí a Nebridio, que estaba ausente, testifican la clase de estudios en que me ocupaba entonces, pues todas aquellas obras las escribí y ordené a vuestro servicio, no obstante que conservan todavía algún resabio de la escuela de la vanidad, lo cual puede compararse con aquel jadear o difícil respiración del que va corriendo, que le dura aun después de estar parado.

Pero ¿qué tiempo bastaría para que yo refiriese por menor los grandes beneficios que Vos me hicisteis en todo aquel tiempo, especialmente metiéndome mucha prisa en el deseo de llegar a referir otras mayores mercedes? Porque me está llamando y me deleita verdaderamente el acordarme, Señor, y publicar ahora con qué interiores estímulos domasteis mí ferocidad, de qué modo allanasteis en mí los montes y collados de mis altivos pensamientos, enderezasteis mis caminos torcidos y suavizasteis los ásperos y fragosos; de qué modo también a Alipio, hermano de mi corazón, le sujetasteis al nombre de vuestro unigénito Hijo, nuestro Señor y Salvador Jesucristo, cuyo nombre no quería él antes que sonase en mis escritos, gustando mas de que oliesen a las soberbias doctrinas de los filósofos, cedros (94) que el Señor había quebrantado, que a las saludables hierbas de las doctrinas sagradas, cuya virtud ahuyenta las serpientes ponzoñosas.

(92) A la quinta Casiciaco, que era propia de Verecundo acompañándole su madre, Alipio y otros, entre los cuales se han de contar su hijo Adeodato, Navigio su hermano; Trigecio y Licencio, paisanos y discípulos suyos; Lastidiano y Rustico, sus primos, y también Evodio, como él mismo dice en los libros De Ordine, De Vita beata y Contra Académicos. Durante su estancia en Casiciaco fue cuando vio el monasterio que había fuera de

Milán, de donde volvió muy edificado del método de vida que tenían aquellos solitarios, como él refiere en el libro De moribus Eccles., 33.

(93) Los primeros de que el Santo habla son los que acabo de nombrar en la nota anterior; estos segundos, que dice los compuso hablando consigo mismo, fueron los Soliloquios, que los escribió inmediatamente después de los otros citados.
(94) Llama cedros a los filósofos para significar la soberbia y vanidad de sus doctrinas, por la mucha altura y elevación que tienen los cedros; dice que el Señor los había ya quebrantado para significar que ya no le llevaban la atención ni hacia caso de ellos, y alude a lo del salmo XXVIII, 5: Et confringet Dominus cedros Libani.



908 ¡Qué voces os daba yo, Dios mío, cuando hallándome desocupado en aquella quinta, no obstante ser todavía catecúmeno, rudo y bisoño en amaros con verdadero amor, acompañado de Alipio, que era también catecúmeno, y de mi madre, que era por el traje mujer, por la fe varonil, por su ancianidad segura, por su maternidad amorosa, por su piedad muy cristiana, me ocupaba en leer los Salmos de David, canticos llenos de las verdades de nuestra fe, cantares que inspiran piedad y devoción y excluyen todo espíritu de soberbia y vanidad! ¡Qué voces os daba yo, Señor, leyendo aquellos salmos, y como ellos me inflamaban en vuestro amor y encendían en vivísimos deseos de irlos publicando por todo el mundo, si me fuera posible, contra la hinchazón y soberbia del género humano! Bien sé que ya se cantan en todo el universo, verificándose en esto también que no hay quien se esconda de vuestro calor y luz.

¡Con cuan vehemente y vivo sentimiento me indignaba contra los maniqueos, porque tan locamente procedían contra aquel antídoto que podría curar las dolencias de su alma!, aunque por otra parte me daba lástima que ignorasen aquellos misterios, que eran las medicinas más conducentes a su salud. Quisiera que hubieran estado allí, en un sitio inmediato, que sin saberlo yo, hubieran visto entonces mí semblante y oído las voces que daba para explicar los sentimientos y afectos que en mi alma había producido la lectura del cuarto salmo, cuando leí en el tiempo y lugar que he dicho repitiendo estas palabras: Luego que comencé a invocaros, Dios mío, principio y causa de toda mí justicia, luego al punto fue mí suplica bien oída y despachada de Vos; cuando me estrechaban las tribulaciones, me desahogasteis colocándome en espaciosas anchuras. Tened, Señor, misericordia de mí y concededme lo que os pido en mí oración. ¡Ojala que ellos hubieran oído todas las cosas que yo entonces mezclé entre estas palabras! Pero lo habían de haber oído, sin saber yo que me oían, para que no juzgasen que lo decía porque ellos me escuchaban. Porque, a la verdad, ni yo hubiera acertado a decir tan buenas cosas, ni las hubiera dicho de aquel modo y con tan vivos afectos si conociera que ellos me estaban viendo y escuchando. Y dado caso que las hubiera dicho, y del mismo modo, ellos no hubieran sacado de mis palabras tanto provecho como diciéndolas yo a mis solas y hablando conmigo mismo en presencia vuestra, movido solo del natural afecto de mi alma.

909 Bien sabéis, Padre amantísimo, que me horroricé temiendo vuestra justicia y también me enfervoricé esperando y alegrándome mucho en vuestra misericordia, que estos mismos afectos se me salían por los ojos y boca cuando en el mismo salmo leí aquellas palabras que dice vuestro Espíritu Santo hablando con nosotros: Hijos de los hombres, ¿hasta cuando habéis de tener tan pesado y terreno el corazón? ¿Para qué amáis la vanidad y buscáis la mentira? Porque yo me hallaba comprendido en esto, pues había amado la vanidad y buscado la mentira; por eso ignoraba lo que allí dice el Profeta, esto es, que Vos, Señor, ya habíais glorificado a vuestro Santo, resucitándole de entre los muertos y colocándole a vuestra diestra, para que desde allí enviase al divino consolador, Espíritu de verdad, según lo había prometido, y como efectivamente ya le había enviado. Ya le había enviado, porque ya él había sido glorificado, resucitando de entre los muertos y subiendo a los cielos; que si hasta entonces el Espíritu Santo no había sido dado, era porque Jesucristo no había sido hasta entonces glorificado.

El Real Profeta clamaba: ¿Hasta cuándo habéis de tener pesado el corazón? ¿Para qué amáis la vanidad y buscáis la mentira? Sabed que el Señor ha glorificado ya a su SANTO (95). Primero clama diciéndonos: ¿Hasta cuándo? Después vuelve a clamar y decirnos: Sabed. Y yo, que fui por tanto tiempo ignorante, que amé la vanidad y busqué la mentira, por eso me estremecí todo al oír aquellas palabras, por acordarme muy bien de que yo había sido tal como aquellos a quienes se dirigían. Porque en aquellos fantasmas que yo había abrazado en lugar de la verdad no había otra cosa que vanidad y mentira. Por eso dije entonces muchas sentencias graves y fuertes hasta en el modo de decirlas, por el sentimiento y dolor que me causaba acordarme de aquellas cosas. ¡Ojalá que las hubieran oído los que todavía perseveran amando la vanidad y buscando la mentira! Puede ser que al oírme se hubieran conmovido tanto, que llegasen a vomitar aquel veneno, y Vos, Señor, los hubierais atendido cuando clamasen a Vos y confesasen que padeció por nosotros verdadera muerte en un cuerpo real y verdadero. El mismo que ahora os ruego y pide por nosotros.

(95) A vuestro Santo, esto es, a Cristo, que es por antonomasia el Santo, y el Santo de los santos.



910 Allí también leía: Servíos de vuestra ira para no pecar. Esto, Dios mío, ¡cuánto me conmovía, por haber aprendido ya a enojarme contra mí por mis pasados desordenes, para no volver a pecar en adelante! Y era justo enojarme contra mí, porque estaba plenamente convencido de que no era otra naturaleza del linaje de las tinieblas, distinta de la mía, la que pecaba en mí, como enseñaban aquellos que no se irritan ni enojan contra sí mismos, pero van atesorando contra si enojos para el día de la ira, que es el día de la manifestación de vuestro justo juicio.

Tampoco miraba ya estas cosas exteriores, como si fueran los verdaderos bienes a que debía aspirar, ni buscaba mí felicidad en estas cosas visibles a los ojos corporales y que se registran con la luz del sol. Porque aquellos herejes, que querían ser felices gozando de estas cosas corpóreas y exteriores, con facilidad se ven burlados y se vuelven inútiles y vanos sus deseos; como derrumban su corazón y lo entregan totalmente a estas cosas visibles que duran poco y las consume el tiempo, no tienen mas recurso que estar como lamiendo con la lengua de su hambrienta imaginación las especies o imágenes que de aquellas cosas han quedado en ella. Ojala que, siquiera acosados del hambre, llegasen a decir: ¿Quién nos manifestara los bienes sólidos y verdaderos?, para que entonces les digamos que atiendan al Real Profeta, que dice: Señor, la luz de vuestro divino rostro esta grabada en nuestro corazón. Porque nosotros no somos aquella luz que alumbra a todos los hombres, sino que somos iluminados de Vos, para que los que antes éramos tinieblas, seamos luz en Vos.

¡Oh, si ellos vieran en su interior aquel bien eterno que yo había comenzado a gustar! Me deshacía y consumía considerando que me era imposible hacérselo ver a ellos, aunque me preguntaran y dijeran: ¿quién nos manifestara los verdaderos bienes?, mientras me presentasen un corazón como el suyo, que solo cree y asiente al informe de sus ojos, y busca solamente los bienes fuera de Vos. Porque allá en lo mas íntimo de mi alma, donde yo me enojé contra mí mismo (96), donde sentí una verdadera compunción, donde os había ofrecido y sacrificado mis antiguas costumbres, y esperando en vuestra gracia había comenzado a pensar en hacer vida nueva; allí mismo fue donde Vos, Señor, comenzasteis a darme a conocer vuestra dulzura y a llenar mi corazón de alegría.

Al mismo tiempo que con los ojos del cuerpo iba leyendo estas cosas y con los de mí espíritu las iba conociendo, prorrumpía en varias exclamaciones, ordenadas a no querer dividir mi corazón, amando la diversidad y multitud de los bienes terrenos, en que precisamente había de gastar yo tiempo, y los tiempos me gastarían a mí; siendo así que hallaba y tenía en la simplicidad de un bien eterno otra suerte de pan, vino y aceite que alimenta eternamente las almas.

(96) Habla del enojo que concibió contra si, después de haber oído toda la relación de Ponticiano, como se dijo en el libro VIII, capítulo VII.



911 También, cuando leía el verso que se sigue, exclamaba desde lo más profundo de mi corazón, diciendo aquellas palabras: ¡Oh paz!, ¡oh inalterable descanso! O lo que expresa el Profeta con decir: ¡En su paz y descanso dormiré y gozaré de un consuelo delicioso! Porque ¿quién se nos opondrá, cuando llegue a cumplirse aquella sentencia que consta en la

Escritura: Quedo la muerte aniquilada y convertida en victoria? (97). Vos, Señor, sois ese mismísimo Ser, que nunca puede mudarse; y en Vos es donde se halla este descanso perfecto que hace olvidar todos los trabajos, pues Vos sois el único que me establecisteis y disteis seguridad en aquella esperanza que mira a Vos solamente y no aspira a conseguir esa varia multitud de cosas que no son lo que Vos sois.

Estas cosas leía en aquel salmo, y leyéndolas me enardecía, pero no hallaba como darme a entender a aquellos herejes tan sordos como muertos, de cuya pestífera secta había sido yo antes, cuando poseído de aquella amargura y ceguedad había ladrado contra las Sagradas Escrituras, que comunican una dulzura que es como una miel del cielo y una luz y resplandor que es vuestra misma luz; por eso me abrasaba la ira, me consumía el enojo de que hubiese quien contradijese a tan divina Escritura.

(97) San Agustín lee aquí victoriam.



912 ¿Cuándo podré recordar ni referir todos los beneficios y dulzuras que experimento mi alma en aquellos días que estuvimos allí desocupados? Pero no tengo olvidado ni quiero pasar en silencio el riguroso azote con que me castigo vuestra justicia y la admirable prontitud con que me remedio vuestra misericordia. Dispusisteis, Señor, que me acometiese un gran dolor de dientes, que me mortificaba sobremanera, y habiéndose agravado tanto que ya no podía hablar, se me ofreció al pensamiento el pedir a todos mis amigos que me acompañaban, que rogasen por mí a Vos, que sois Dios y Señor de toda la salud. Escribí esto en una tabla encerada y se la di a ellos para que lo leyesen. Y lo mismo fue ponernos de rodillas para haceros la suplica, que desaparecer enteramente aquel dolor. Pero ¡qué dolor era!, ¡y qué repentinamente desapareció! Confieso, Dios y Señor mío, que me quede atónito y espantado, porque en toda mi vida no había experimentado semejante cosa. Este admirable suceso grabo en mi corazón la idea que yo debía formar de la eficacia de vuestro poder; y alegrándome mucho de la fe que ya tenía en Vos, alabé vuestro santo nombre. Pero esta misma fe no me dejaba tener seguridad y quietud a vista de mis pecados anteriores, que todavía no se me habían perdonado por medio de vuestro santo Bautismo.



Agustin - Confesiones 825