Agustin - Confesiones 1011

Capítulo VII: Que ninguno puede hallar a Dios por medio de los sentidos corporales ni de las potencias puramente sensitivas


1011 Pues ¿qué es lo que yo amo, cuando amo a mi Dios? ¿Qué ser tiene aquél que es superior a lo que hay mas alto y superior en mi alma? Es menester que ella me sirva como de escala para subir hasta Él. Pasaré, pues, más arriba de aquella facultad que ejerce mi alma en el cuerpo, comunicando la vida a todas las partes de que se compone, pues con sola esta facultad o potencia de mi alma no puedo hablar a mi Dios; porque de lo contrario se siguiera que también le hallarían el caballo y el mulo, que no tienen entendimiento, pues también ellos tienen esa facultad que da vida a sus cuerpos.

Hay además en mi alma otra virtud y facultad superior a ésta, la cual no solamente hace que viva el cuerpo, sino también que sea sensitivo. El mismo Señor que creó a mi alma con esta facultad marido y dispuso que no oyera por los ojos, ni viera por los oídos, sino que se sirviera de aquellos para ver y de estotros para oír, y así respectivamente de los demás sentidos, a los cuales señaló sus propios y peculiares órganos para los diversos oficios que mi alma, siendo única, ejecuta por diferentes sentidos.

Pues también debo pasar más arriba de esta facultad de mi alma que me da la vida sensitiva, porque ésta es común al caballo y demás brutos, que igualmente sienten por medio de los órganos y sentidos de su cuerpo.


Capítulo VIII: De la admirable virtud y facultad de la memoria


1012 Continuando, pues, en servirme de las potencias de mi alma, como de una escala de diversos grados para subir por ellos hasta mí Creador, y pasando más arriba de lo sensitivo, vengo a dar en el anchuroso campo y espaciosa jurisdicción de mi memoria, donde se guarda el tesoro de innumerables imágenes de todos los objetos que de cualquier modo sean sensibles, las cuales han pasado al depósito de la memoria por la aduana de los sentidos. Además de estas imágenes, se guardan allí todos los pensamientos, discursos y reflexiones que hacemos, ya aumentando, ya disminuyendo, ya variando de otro modo aquellas mismas cosas que fueron el objeto de nuestros sentidos; y en fin, allí se guardan cualesquiera especies, que por diversos caminos se han confiado y depositado en la memoria, si todavía no las ha deshecho y sepultado el olvido.

Cuando mi alma se ha de servir de esta potencia pide que se le presenten todas las imágenes que quiere considerar; algunas se le presentan inmediatamente, pero otras hay que buscarlas más despacio, como si fuese menester sacarlas de unos senos mas retirados y ocultos. Otras suelen salir amontonadas y de tropel; y aunque no sean aquéllas las especies que entonces se pedían y buscaban, ellas se ponen delante, como diciendo: ¿Por ventura somos nosotras las que buscais? Yo las aparto de la vista y aspecto de mi memoria con la mano y entendimiento, hasta que se descubra lo que busco y acabe de dejarse ver, saliendo de aquellos senos donde estaba escondido. También hay otras que se presentan fácilmente y con el mismo orden con que se las va llamando; entonces las primeras ceden su lugar a las que siguen, y cediéndolo, vuelven a guardarse. Todo esto sucede verdaderamente cuando digo alguna cosa de memoria.

1013 Allí están guardadas con orden y distinción todas las cosas, y según el órgano o conducto por donde ha entrado cada una de ellas, como, por ejemplo, la luz y todos los colores, la figura y hermosura de los cuerpos, por los ojos; todos los géneros y especies que hay de sonidos y voces, por los oídos; todos los olores, por el órgano del olfato; todos los sabores, por el gusto; y finalmente, por el sentido del tacto, que se extiende generalmente por todo el cuerpo, todas las especies de que es duro o blando, caliente o frio, suave o áspero, pesado o ligero, ya sean estas cosas exteriores, ya interiores al cuerpo. Este capacísimo retrete de la memoria recibe, en no sé qué secretos e inexplicables senos que tiene, todas estas cosas, que por las diferentes puertas de los sentidos entran en la memoria y en ella se depositan y guardan, de modo que puedan volver a descubrirse y presentarse cuando fuere necesario.

Pero no entran allí estas mismas cosas materiales, sino que unas imágenes que representan esas mismas cosas sensibles son las que se ofrecen y presentan al pensamiento cuando sucede que uno se acuerda de ellas. Mas ¿quién sabe ni podrá decir cómo fueron formadas estas especies o imágenes, no obstante que claramente consta por qué sentidos fueron atraídas y guardadas allí dentro?

Porque aun cuando estoy a oscuras y en silencio, si yo quiero, saco en mi memoria varios colores y hago distinción entre lo blanco y lo negro, y entre los demás colores que quiero; y los ruidos o sonidos no se presentan entonces ni perturban lo que estoy considerando, y que ha entrado por los ojos; siendo así que también los sonidos están allí, aunque puestos como separadamente y escondidos. Porque también, si me agrada, pido que salgan ellos, y al instante se me presentan; y entonces, sin mover la lengua y callando la garganta, canto en mí interior todo lo que quiero. Y no obstante que están allí también las dichas imágenes de los colores, no se mezclan con estotras, ni sirven de estorbo cuando se está disfrutando aquel otro depósito de imágenes que entraron por los oídos.

Del mismo modo recuerdo a mis solas, cuando quiero, todas las demás cosas, cuyas imágenes entraron a juntarse en la memoria por los otros sentidos; y sin oler cosa alguna, discierno entre el olor de los lirios y de las violetas; y sin valerme del gusto ni del tacto, sino solamente repasando las especies que enviaron a mi memoria estos sentidos, prefiero la dulzura de la miel a la del arrope, y lo que es suave a lo que es áspero.

1014 Todo esto lo ejecuto dentro del gran salón de mi memoria. Allí se me presentan el cielo, la tierra, el mar y todas las cosas que mis sentidos han podido percibir en ellos, excepto las que ya se me hayan olvidado. Allí también me encuentro yo a mí mismo, me acuerdo de mí y de lo que hice, y en qué tiempo y en qué lugar lo hice, y en qué disposición y circunstancias me hallaba cuando lo hice. Allí se hallan finalmente todas las cosas de que me acuerdo, ya sean las que he sabido por experiencia propia, ya las que he creído por relación ajena. A todas estas imágenes añado yo mismo una innumerable multitud de otras, que formo sobre las cosas que he experimentado, o que fundado sobre éstas he creído por diversos modos, y son las semejanzas y respectos que todas ellas dicen entre sí y esas otras. Además de esto, se han de añadir las ilaciones que hago de todas estas especies, como las acciones futuras, los sucesos venideros y las esperanzas; todo lo cual lo considero y miro en la memoria como presente, sin salir de aquel capacísimo seno de mi alma, lleno de tantas imágenes de tan diversas cosas. Y suelo decirme a mí mismo: Yo he de hacer esto o aquello, y de aquí se seguirá esto o lo otro. ¡Ojala que sucediera tal o tal cosa! ¡No quiera Dios que esto o aquello suceda! Todo esto lo digo en mí interior y, cuando lo digo, salen de aquel tesoro de mi memoria y se me presentan las imágenes de todas las cosas que digo; y nada de eso pudiera decir si aquellas imágenes no se me presentaran.

1015 Grande es, Dios mío, esta virtud y facultad de la memoria; grandísima es y de una extensión y capacidad que no se le halla fin. ¿Quién ha llegado al término de su profundidad? Pues ella es una facultad y potencia de mi alma y pertenece a mí naturaleza; y no obstante, yo mismo no acabo de entender todo lo que soy. Pues qué, ¿el alma no tiene bastante capacidad para que quepa en ella todo su propio ser? ¿Y donde ha de quedarse aquello que de su ser no cabe dentro de ella misma? ¿Acaso ha de estar fuera de ella y no en ella misma? Pues ¿cómo puede ser verdad que no se entienda ni comprenda toda a sí misma?

Esto me causa grande admiración y me tiene atónito y pasmado, Los hombres por lo común se admiran de ver la altura de los montes, las grandes olas del mar, las anchurosas corrientes de los ríos, la latitud inmensa del océano, el curso de los astros, y se olvidan de lo mucho que tienen que admirar en sí mismos. No admiran ellos que cuando yo nombraba estas cosas que acabo de decir no las estaba viendo con mis ojos; y no obstante, era preciso, para nombrarlas, que interiormente viese en mi memoria los montes, las olas, los ríos y los astros, que son cosas que he visto, y el océano, de que otros me han informado; y que se me presentasen con tan grandes espacios y extensión como tienen en sí mismos, y como si los estuviera viendo con mis ojos. Tampoco cuando vi estas cosas se me introdujeron por los ojos ellas mismas; ni son ellas las que están dentro de mí en el deposito de mi memoria, sino solamente unas imágenes suyas; también sé y conozco clara y distintamente por cual de los sentidos de mí cuerpo ha entrado cada una de ellas y la impresión que han hecho en mi memoria.


Capítulo 1X: Del lugar que tienen en la memoria las ciencias


1016 Pero no son solas éstas las cosas que se encierran en la inmensa capacidad de mi memoria, pues también están allí como apartadas en un lugar mas profundo (aunque propiamente no es lugar) todas las cosas que he aprendido de las artes liberales, si no se han olvidado; y conservo allí guardadas, no las imágenes de estas cosas (115), sino las cosas mismas. Porque lo que sé de la gramática, de la lógica y de la retorica no está de tal modo en mi memoria que dentro de ella estén las imágenes de las ciencias, y éstas se quedasen fuera. Porque esto no es una cosa que sonó y pasó, como la voz que sonó en los oídos y pasó dejando un rastro o señal de sí, que nos acordamos de ella como si sonara, cuando ya no suena; ni como un olor, que según ya pasando y esparciéndose por el aire, mueve al olfato, desde donde envía a la memoria una imagen suya, la cual tenemos presente cuando nos acordamos del olor; ni tampoco como el manjar, que estando en el estomago verdaderamente no tiene ya sabor, pero parece lo tiene en la memoria; ni como lo que se siente por medio del tacto, lo cual, aunque esté distante, queda en la memoria su imagen, que nos lo representa. Todas estas cosas no entran en la memoria, según el ser que tienen en sí mismas, sino solamente como unas imágenes suyas, que con maravillosa facilidad y presteza se forman y se depositan en aquellos senos como en celdillas admirables que tiene la memoria, de donde también maravillosamente vuelven a salir cuando uno las recuerda.

(115) Aunque el Santo doctor conoció y adopto las especies que se llaman intencionales de las cosas corpóreas, y las admitió en los sentidos externos e internos, no admitió especies inteligibles de las ciencias y artes, y otras cosas espirituales que, en sentencia del Santo, están impresas en nuestra alma y como congénitas con ella.



Capítulo X: Las ciencias no entran en la memoria por ministerio de los sentidos, sino que salen de otro seno más profundo de ella


1017 Cuando oigo decir a alguno que acerca de cualquiera cosa se pueden hacer tres distintas cuestiones, a saber: Si ella es, qué ser tiene y qué tal es; es cierto que conservo en mi memoria las imágenes de los sonidos con que se formaron y pronunciaron estas palabras; también sé que los tales sonidos, pasando por los aires, se disiparon y desvanecieron enteramente, de modo que ya no existen; pero las cosas significadas por aquellas voces no pude tocarlas ni percibirlas por algunos de mis sentidos corporales, ni tampoco las vi en parte alguna, sino en mi alma: yo guardé en mi memoria, no las imágenes de aquellas cosas, sino a ellas mismas; mas por donde entraron en mi alma, ellas solamente lo han de decir, si pueden.

Por más que recorra y examine bien todas las puertas de mis sentidos, no encuentro por cual de ellas puedan haber entrado, porque los ojos dicen: Si tienen algún color, nosotros fuimos los que dimos noticia de ellas; los oídos dicen: Si hicieron algún sonido, nosotros te las mostramos; el olfato dice: Si fueron olorosas, por aquí solamente habran pasado. También el sentido del gusto dice: Si no tienen algún sabor, no hay que preguntarme a mí; el tacto dice: Si no es alguna cosa corpulenta, yo no he podido tocarla; si no la he tocado, tampoco puedo dar noticia de ella.

¿De dónde, pues, han venido estas ciencias y por donde han entrado en mi memoria? Lo ignoro, porque cuando las aprendí, no fue dando crédito a lo que otros me dijeron, sino que yo mismo las descubrí en mi alma desde luego y, habiéndolas aprobado como verdaderas, las encomendé a la memoria, como depositándolas allí para volverlas a sacar cuando quisiese. Luego estaban dentro de mi alma aun antes de que yo las aprendiese, pero todavía no estaban en mi memoria. Pues ¿dónde estaban? Y si no, ¿por qué las reconocí luego que me hablaron de ellas y por qué dije: Esto es así, esto es verdad, sino porque ya estaban en mi memoria, aunque tan escondidas y encerradas en sus senos profundísimos y ocultisimos, que si alguno no las excitara ni me hubiera hablado de ellas, puede ser que jamás se me hubieran ofrecido al pensamiento?


Capítulo XI: Qué cosa sea aprender, hablando de las verdades que hallamos en nosotros mismos


1018 De lo dicho resulta que aprender estas cosas, cuyas imágenes no hemos recibido por los sentidos, sino que son imágenes, e

Inmediatamente (116) como ellas son en sí las vemos dentro de nosotros mismos, no es otra cosa que recoger y juntar con el pensamiento aquellas especies que estaban dispersas y sin orden en nuestra memoria; y además de eso, procurar, con reflexión y advertencia, que esas mismas verdades que antes estaban allí dispersas, arrinconadas escondidas, de allí en adelante estén como puestas a mano en la misma memoria, y se presenten fácil y prontamente luego que quisiéramos valernos de ellas.

¿Cuán grande multitud de especies de esta clase tiene mi memoria, que al presente están juntas y ordenadas, y que, como tengo dicho las tengo en la mano para poder usarlas, y comúnmente se dice que las hemos estudiado y aprendido? Pues estas mismas cosas, si de cuando en cuando no se vuelven a repetir y repasar, de tal manera se hunden otra vez y se van como resbalando hasta los senos más profundos y escondidos, que es menester nuevamente irlas buscando y sacando de allí mismo (porque ellas no tienen otro lugar donde irse), como si fueran nuevas y nunca sabidas, y recogerlas y ponerlas juntas otra vez para que pueden saberse. Esto mismo da a entender la palabra latina cogitare, que significa pensar, pero en su raíz (que es cogo (117), de donde sale el frecuentativo cogito) significa recoger y juntar; y así pensar es lo mismo que juntar y unir las especies que estaban en la memoria dispersas. Este verbo ya no se usa propiamente en la significación de juntar cualesquiera cosas que están dispersas en otra parte, sino solamente para significar las que se recogen y juntan en el alma, que propiamente en latín se dice cogitare, y en castellano pensar.

(116) Es sentencia del Santo doctor que las cosas inmateriales las conocemos por sí mismas con conocimiento propio e intuitivo, no menos que las cosas sensibles. Por esto dice (libro IX, De Trinit., cap. III): Así como nuestra alma recibe por los sentidos del cuerpo las noticias de las cosas corporales, inmediatamente y por sí misma tiene las que pertenecen a las cosas incorpóreas.
(117) Ésta es una hermosa y elegante etimología del verbo cogitare, y ciertamente es la propia, porque el pensar consiste en juntar y combinar muchos conceptos, para que así podamos formar nuestros juicios y discursos. Por lo que a la primera operación del entendimiento, que llamamos simple aprehensión o concepto, no le conviene con toda propiedad el nombre de cogitación o pensamiento, porque no es colección de varios conceptos, sino uno único y solo.



Capítulo XII: Del lugar que tienen en la memoria las ciencias matemáticas


1019 Contiene también la memoria, además de lo referido, innumerables reglas, razones y leyes acerca de los números y dimensiones de la cantidad, que no las ha recibido ni adquirido por ninguno de los sentidos del cuerpo; por cuanto no son ellas de color alguno, ni suenan, ni huelen, ni se gustan, ni se palpan. Es verdad que cuando se habla o se disputa de ellas, oigo los sonidos de las voces o palabras con que estas mismas ciencias y sus leyes y reglas se significan, pero aquellos sonidos son una cosa y éstas cosa muy distinta. Porque aquéllas suenan de un modo en latín y de otro modo en griego, pero dichas ciencias ni son griegas ni latinas, ni de otro algún determinado idioma.

También es cierto que he visto por mis ojos aquellas lineas con que trazan los arquitectos sus obras, no obstante ser tan delicadas y sutiles como el hilo de la araña; pero aquéllas que yo tengo en mí interior son muy diferentes de éstas, pues no son imágenes de las lineas que me mostraron mis ojos; solo conoce bien qué lineas son aquéllas el que, cuando las contempla y examina, prescinde de todo lo que es cuerpo.

Es no menos cierto que por medio de los sentidos de mí cuerpo han entrado en mí interior las imágenes de los números que exteriormente contamos, pero aquellos con que contamos a esotros son muy distintos de éstos, y tampoco son imágenes de estos números y, por tanto, su ser es mas constante y más cierto.


Capítulo XIII: Como la memoria es tan reflexiva que con ella nos acordamos de habernos acordado


1020 Conservo todas estas cosas en mi memoria, como también los diferentes medios y modos con que las aprendí, lo propio que muchas objeciones y argumentos falsos que he visto proponer en las disputas contra estas verdades; y aunque las dichas objeciones son falsas, no lo es que me acuerdo de ellas, ni que hice discernimiento entre la verdad de aquellas tesis y la falsedad de estas objeciones, lo que tengo muy presente. Además de esto, veo en mi memoria que el discernimiento y juicio que ahora formo de estas cosas es diferente del que me acuerdo haber hecho antes, muchas veces que he pensado en ellas; también me acuerdo de que he entendido estas cosas diferentes veces, y que ahora las percibo y entiendo, lo guardo en mi memoria para acordarme después de que las entiendo ahora. Conque también recuerdo que me he acordado, y si después me acuerdo de que ahora he podido acordarme de estas cosas, sin duda que será un acto reflejo de la virtud o facultad de la memoria.


Capítulo XIV: Como también están en la memoria las afecciones o pasiones del ánimo


1021 También las afecciones o pasiones del alma tienen su lugar en mi memoria, pero no están en ella de aquel modo como en el alma cuando las padece, sino de otro muy diverso, y según corresponde al oficio y facultad de la memoria. Porque sin sentir en mí alegría, me acuerdo de haber estado alegre, y sin estar triste, me acuerdo de la tristeza pasada; también sin sentir temor, me acuerdo de haber tenido alguna vez; y sin desear ni apetecer, me acuerdo de que antes he apetecido y deseado; algunas veces me acuerdo de lo que positivamente es contrario al afecto que entonces experimento, pues estando con alegría me acuerdo de mí tristeza pasada, y estando con tristeza suelo acordarme de mí pasada alegría.

No fuera esto tan digno de admirarse hablando de las pasiones del cuerpo, porque el alma, que es la que se acuerda, es muy distinta del cuerpo que las padecía. Y así no merece tanta admiración, que estando yo actualmente gozoso, me acuerdo de algún dolor pasado de mí cuerpo. Pero aquí es cosa que admira, porque también es alma la memoria, pues cuando encargamos a alguno que no olvide una cosa, solemos decirle: Mira que esto lo tengas en el alma; y cuando sucede olvidamos de algo, decimos: No estuvo en mi alma tal cosa o se me escapo del alma, llamando alma a la memoria.

Pues siendo esto así, ¿en qué consiste que, aun cuando actualmente esté alegre, si me acuerdo de mí tristeza pasada, mi alma tenga alegría y mi memoria tristeza, pero de tal modo que el alma real y verdaderamente esta alegre, porque tiene en sí la alegría, y la memoria no está triste, aunque tiene en sí la tristeza?, ¿acaso puede decirse que la memoria no es parte del alma? ¿Quién puede decir tal cosa? De todo lo cual podemos inferir que la memoria, respecto del alma, es como el estomago (118) respecto del cuerpo; y que la alegría y la tristeza son dos manjares, uno dulce y otro amargo; y así, cuando aquéllas se encomiendan a la memoria, es como cuando los manjares pasan al estomago, que allí se pueden guardar, pero no comunicar su sabor. Sería un pensamiento ridículo juzgar que en todo eran semejantes estas dos cosas, bien que tienen las dos alguna semejanza.

(118) Platón llamo también a la memoria estomago del alma, pero aunque sirve mucho este ejemplo para explicar el asunto de que trata aquí San Agustín, el mismo Santo dice que no convienen en todo estomago y memoria, sino que en parte se pacen y en parte se distinguen.



1022 También es muy cierto que cuando digo que son cuatro las pasiones del alma: deseo, alegría, miedo y tristeza, todo lo que de ellas pueda discurrir y disputar, ya dividiendo cada uno de sus géneros en sus respectivas especies, ya dando a cada una sus propias definiciones, lo saco de mi memoria, pues allí encuentro lo que he de decir y de allí efectivamente saco todo lo que digo; pero no me siento movido de ninguna de estas pasiones cuando las recuerdo, las nombro y trato de ellas, siendo así que estaban en mi memoria aun antes que tratase o me acordase de ellas; porque estaban allí pude sacarlas a luz y recordarlas.

Tal vez podrá decirse que así como en los animales el manjar sale del estomago a la boca rumiándole, así estas cosas salen de nuestra memoria acordándonos de ellas. ¿Cómo, pues, en el pensamiento, que es la boca del alma, no se siente lo dulce de la alegría ni lo amargo de la tristeza, cuando se trata o se disputa de ellas, extrayéndolas así de la memoria? ¿Acaso es esto en lo que no tienen semejanza, pues ya hemos dicho que no la tienen en todo? A no haber esta distinción, ¿quién habría que voluntariamente nombrase tristeza o miedo si todas las veces que se hubiesen de nombrar estuviésemos precisados a tener y sentir miedo o tristeza? Es cierto que no hablaríamos de ellas, ni podríamos nombrarlas si no halláramos en nuestra memoria, no solamente las voces significativas de tales pasiones (las cuales se representan en las imágenes impresas en la memoria por los sentidos del cuerpo), sino también las nociones o ideas de las mismas cosas, las cuales por ninguna de las puertas del cuerpo entraron en la memoria, sino que sintiendo el alma y experimentando en sí misma sus pasiones, encomendó a la memoria sus ideas; o bien ella por sí misma, sin que se las entregasen, las tenía recogidas para si.


Capítulo XV: Como también nos acordamos de las cosas que están ausentes


1023 Pero ¿quién podrá fácilmente establecer si todo esto se hace por imágenes o no? Porque, si yo no nombro a la piedra, o nombro al Sol, cuando estas dos cosas no están presentes a mis sentidos, inmediatamente se presentan sus imágenes en mi memoria. Nombro algún dolor corporal, no estando presente el dolor, y nada me duele; y si su imagen no estuviera presente en mi memoria, no supiera lo que nombraba o decía, ni pudiera distinguir entre el dolor y el deleite. Nombro la salud del cuerpo hallándome bueno y sano; entonces es verdad que está presente la misma cosa nombrada, pero si su imagen no estuviera también en mi memoria, de ningún modo podría acordarme de lo que significa el sonido de esta palabra salud. Ni los enfermos, cuando se nombra la salud delante de ellos, entenderían lo que se había dicho si aquella misma imagen no se conservara en su memoria, aunque la misma cosa faltase de su cuerpo.

Nombro los números con que contamos y hallo que están en mí memoria, no las imágenes de los números, sino los números mismos. Nombro la imagen del Sol, la cual esta presente en mi memoria; entonces ella misma es la que se me presenta cuando me acuerdo de ella nombrándola, porque no recuerdo ni nombro la imagen de esta imagen, sino ella misma. Finalmente, nombro a la memoria, y conozco lo que nombro. ¿Y donde lo conozco sino en la misma memoria? ¿Acaso ella puede estar de algún modo mas presente a sí misma por medio de su imagen, que inmediatamente por sí misma?


Capítulo XVI: Como también la memoria se acuerda del olvido


1024 Pero ¿qué diremos que sucede cuando nombro el olvido, con conocimiento de lo que nombro? Porque no pudiera conocer bien el olvido sino acordándome de él. No hablo del sonido de esta palabra olvido, sino de la cosa significada, la cual, si yo la hubiera olvidado, es cierto que no pudiera saber lo que vale o significa aquella voz. Resulta, pues, que cuando hago mención de la memoria, la misma memoria inmediatamente por sí misma se ofrece y se presenta a sí misma; pero cuando menciono al olvido, se hacen presentes y se ofrecen luego la memoria y el olvido: la memoria, con la cual me acuerdo y menciono al olvido, y el olvido, que es la cosa de que me acuerdo y que menciono.

Pero ¿qué es el olvido sino una falta o privación de la memoria? ¿Y cómo esa privación de memoria está presente para que me acuerde de ella, si no es posible que me acuerde mientras subsista esa privación o falta de memoria? Siendo, pues, cierto que aquello de que nos acordamos lo tenemos en la memoria, y que si no nos acordásemos del olvido, no seria posible que entendiésemos lo que se significa con esta palabra olvido, cuando la oímos pronunciar, se infiere necesariamente que tenemos al olvido en la memoria.

No se pudiera inferir de aquí que, cuando nos acordamos del olvido, no está él por sí mismo en nuestra memoria, sino mediante su imagen que le representa; porque si fuera el mismo olvido el que allí se representa en su ser propio, no haría que nos acordásemos, sino todo lo contrario. ¿Y quién alcanzara perfectamente ni podrá comprender como esto sea?

1025 Yo confieso, Señor, que hallo aquí bastante dificultad y la experimento en mí mismo, pues me cuesta mucho trabajo el entenderme a mí mismo. No intento ahora averiguar las regiones en que se divide el cielo, ni medir lo que distan entre sí los astros, ni entender el equilibrio de la tierra, sino saber lo que soy yo mismo; pues yo, según que soy alma, soy el que me acuerdo y tengo memoria. No es de admirar que no alcance ni llegue a entender todo aquello que se distingue de mí. Pero ¿qué cosa puede haber más cerca de mí que yo? Con todo eso no puedo acabar de entender lo que pasa en mi memoria, que es parte de mí ser, y sin ella no fuera todo lo que soy.

Pues ¿qué es lo que tengo de decir cuando me consta con certeza que yo mismo me acuerdo de mí olvido? ¿Por ventura he de decir que no está en mi memoria aquello de que me acuerdo, o bien que, para no olvidarme esta el olvido en mi memoria? Lo uno y lo otro es un absurdo muy grande. Veamos, pues, lo tercero que antes insinué. ¿Cómo he de decir y asegurar por cierto que, cuando hago memoria del olvido, no es el olvido mismo, sino una imagen suya la que esta y se presenta en mi memoria? ¿Cómo, pues, tengo de decir esto, cuando por otra parte sabemos que para imprimirse en la memoria la imagen de cualquier cosa es necesario que antes esté presente aquella cosa misma, de la cual pueda quedar la imagen impresa en la memoria? Porque así sucede para acordarme de la ciudad de Cartago, así me acuerdo de los lugares en que he estado, así de los rostros humanos que he visto y de las cosas que se dan a conocer por los demás sentidas, y así, finalmente, es como me acuerdo de la salud o del dolor del mismo cuerpo.

Cuando estas cosas estuvieron presentes, cogió de ellas la memoria unas imágenes que pudiese yo después mirar y tener presentes, y usar de ellas en lo interior de mi alma, cuando tuviese que acordarme de aquellas cosas, aunque ausentes. Luego, si el olvido, no por sí mismo, sino por medio de una imagen suya, se tiene en la memoria, es necesario que antes estuviese el mismo olvido presente, para que se quedase en la memoria su imagen. Cuando estaba presente el mismo olvido, ¿cómo podía delinear en mi memoria su imagen cuando aun aquello que encuentra ya delineado lo borra con su presencia el olvido? No obstante, de cualquier modo que esto suceda, y aunque este modo con que el olvido esta presente a la memoria no pueda comprenderse ni explicarse, estoy muy cierto de que me acuerdo aun del mismo olvido, aunque él es el que quita de nuestra memoria las especies o imágenes que para acordarnos teníamos en ella.


Capítulo XVII: Que no obstante ser tan grande la capacidad y virtud de la memoria, es necesario, para hallar a Dios, subir más arriba de esta potencia


1026 Grande y excelente potencia es la memoria. Su multiplicidad, Dios mío, tan profunda como inmensa, tiene un no sé qué que espanta; todo esto que es mi memoria lo es mi alma y lo soy también yo mismo. ¿Y qué soy yo, Dios mío?, ¿qué ser y naturaleza es la que tengo? Una naturaleza que se compone de varias y que vive con varios modos de vida, y que de varios modos es inmensa, como se ve en los espaciosos campos de mi memoria, en las innumerables y profundas cuevas y senos ocultísimos de que consta, que de innumerables modos están todos llenos de innumerables géneros de cosas, ya estén allí por medio de sus imágenes, como las cosas corpóreas; ya estén por sí mismas, como las artes y ciencias, ya por medio de no sé qué nociones y señales, como las afecciones o pasiones del alma, que las tiene la memoria aun cuando ya no las padece el alma; no obstante que todo cuanto está en la memoria está en el alma. Por todos estos campos, cavernas y senos de mi memoria corro y vuelo de una parte a otra, me insinúo y profundizo cuanto cedo, pero en parte alguna hallo el fin. Tan inmensa como esto es fuerza y virtud de la memoria; y tan grande y suma es la vivacidad humana, no obstante ser la vida del hombre mortal y perecedera.

Pues ¿qué me resta hacer? Decídmelo Vos, Dios mío, que sois mi vida constante y verdadera. Subiré más arriba de esta potencia de mi alma, que llamamos memoria: pasaré por ella subiendo más arriba para llegar a Vos, deliciosa luz de mi alma. ¿Qué me decís Vos, Señor? Ya veis que por los grados de mi alma voy subiendo hacia Vos, que sois superior a mí. Subiré, pues, más arriba de esta potencia que llamamos memoria, deseando tocar con mí conocimiento vuestro Ser, por donde puede tocarse, y unirme a Vos, por donde y como esta unión pueda conseguirse. También las bestias y las aves tienen su memoria, sin la cual no sabrían volverse a sus guaridas y nidos, ni hacer ni repetir otras muchas acciones a que están acostumbradas, porque ni aun pudieran acostumbrarse a cosa alguna si no tuvieran memoria.

Pasaré, pues, más arriba de mi memoria, para llegar a aquel Ser soberano que me hizo diferente de los brutos y me hizo más sabio que las aves del cielo. Más arriba de mi memoria he de subir; pero ¿dónde os hallaré, dulzura soberana, segura y verdadera?, ¿en donde os hallaré? Porque si os he de hallar mas allá de mi memoria y fuera de ella, no me acordaré de Vos. Y si no me acuerdo de Vos, ¿cómo os he de hallar?


Capítulo XVIII: Como no pudiera hallarse una cosa perdida si no se conservara en la memoria


1027 Aquella mujer del Evangelio que perdió la dracma y la busco con una antorcha encendida, no hubiera podido hallarla si no la conservara en su memoria, porque después que la hubiese hallado, ¿cómo había de conocer si era aquélla la que buscaba, si no se acordara de ella? Recuerdo haber buscado y hallado muchas cosas que había perdido, y sé que las hallé porque si cuando buscaba alguna de ellas me decía alguno: ¿Es por ventura esto lo que buscas, o es acaso aquello?, yo siempre respondía: No es eso; hasta que se me presentase aquella misma cosa que buscaba. Si, pues, no me hubiese acordado de ella, ni tuviera en la memoria lo que era y como era aquella cosa, aunque la tuviera a la vista no la hallara, porque no la conociera. Esto mismo sucede siempre que buscamos y hallamos lo que antes hemos perdido.

Pero si alguna cosa se pierde respecto de nuestra vista, no respecto de nuestra memoria, como por ejemplo, cualquier cuerpo visible, entonces la imagen de aquella cosa se conserva interiormente y por ella se busca hasta que vuelve a presentarse a nuestra vista; cuando ya se ha hallado se reconoce si es o no aquella misma cosa que se buscaba, confrontándola con su imagen que estaba en la memoria. Por lo cual, ni decimos que hemos hallado lo perdido si no lo conocemos, ni podemos conocerlo si no nos acordamos de ello. Es verdad que esto solamente se había perdido respecto de nuestra vista, pero se conservaba en nuestra memoria.



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