BENEDICTO XV - MAGISTERIO - El desprendimiento

8. La formación intelectual en el tiempo de preparación.


53. Tampoco debe descuidarse la diligente preparación que exige la vida del misionero, por más que pueda parecer a alguno que no hay por qué atesorar tanto caudal de ciencia para evangelizar pueblos desprovistos aun de la más elemental cultura.

54. No puede dudarse, es verdad, que, en orden a salvar almas, prevalecen los medios sobrenaturales de la virtud sobre los de la ciencia; pero también es cierto que quien no esté provisto de un buen caudal de doctrina se encontrará muchas veces deficiente para desempeñar con fruto su ministerio.

55. Cuántas veces, sin poder recurrir a los libros ni a los sabios, de quienes poder aconsejarse, se verá en la precisión de contestar a muchas dificultades en materia de religión y a consultas muy difíciles.

56. Está claro que, en estos casos, la reputación social del misionero depende de mostrarse docto e instruido, y más si se trata de pueblos que se glorían de progreso y cultura; sería muy poco decoroso quedar entonces los maestros de la verdad a la zaga de los ministros del error.

57. Conviene, pues, que los aspirantes al sacerdocio que se sientan con vocación misionera, mientras se forman para ser útiles en estas expediciones apostólicas, se hagan con todo el acopio de conocimientos sagrados y profanos que las distintas situaciones del misionero reclamen.

58. Esto queremos, como es justo, se cumpla en las clases del Pontificio Colegio Urbano, instituido para propagar el cristianismo; en el que mandamos, además, que en adelante se abran clases en las que se enseñe cuanto se refiere a la ciencia de las Misiones

El estudio de la lengua.


59. Y ante todo, sea el primer estudio, como es natural, el de la lengua que hablan sus futuros misionados. No debe bastar un conocimiento elemental de ella, sino que se debe llegar a dominarla y manejarla con destreza; porque el misionero ha de consagrarse a los doctos lo mismo que a los ignorantes, y no desconoce cuán fácilmente, quien maneja bien el idioma, puede captar los ánimos de los naturales.

60. Misionero que se precie de diligente en el cumplimiento de su deber no deja completamente en manos de catequistas la explicación de la doctrina, que considera como una de sus principales ocupaciones, toda vez que para eso, para predicar el Evangelio, ha sido enviado por Dios a las Misiones.

61. Además, han de ocurrirle casos por su ministerio de apóstol y de intérprete de religión tan santa, en los que, por invitación o por cortesía, se verá obligado a tener que tratar con los hombres de autoridad y letras de la Misión, y entonces, ¿de qué manera conservará su dignidad si, por ignorancia de la lengua, se ve incapaz de expresar sus sentimientos?

62. Tal ha sido uno de los fines que recientemente hemos tenido a la vista cuando, para mirar por la propagación e incremento del nombre cristiano entre los orientales, fundamos en Rma una casa de estudios con el intento de que quienes habían de ejercitar el apostolado en aquellas tierras saliesen de ella provistos de la ciencia, conocimiento de la lengua y costumbres y demás requisitos que deben adornar a un buen misionero del Oriente.

63. Esta fundación nos parece de mucha trascendencia, y así aprovechamos esta oportunidad para exhortar a los superiores de los Institutos religiosos, a los que están confiadas estas Misiones, que procuren cultivar y perfeccionar en estos conocimientos a sus alumnos destinados a las Misiones orientales.

9. La propia santificación


64. Pero quienes deseen hacerse aptos para el apostolado tienen que concentrar necesariamente sus energías en lo que antes hemos indicado, y que es de suma importancia y trascendencia, a saber: la santidad de la vida. Porque ha de ser hombre de Dios quien a Dios tiene que predicar, como ha de huir del pecado quien a los demás exhorta que lo detesten.

65. De una manera especial tiene esto explicación tratándose de quien ha de vivir entre gentiles, que se guían más por lo que ven que por la razón, y para quienes el ejemplo de la vida, en punto a convertirles a la fe, es más elocuente que las palabras.

66. Supóngase un misionero que, a las más bellas prendas de inteligencia y carácter, haya unido una formación tan vasta como culta y un trato de gentes exquisito; si a tales dotes personales no acompaña una vida irreprochable, poca o ninguna eficacia tendrá para la conversión de los pueblos, y aun puede ser un obstáculo para sí y para los demás.

Las virtudes misioneras.


67. El misionero deber ser dechado de todos por su humildad, obediencia, pureza de costumbres, señalándose sobre todo por su piedad y por su espíritu de unión y continuo trato con Dios, de quien ha de procurar a menudo recabar el éxito de sus negocios espirituales, convencido de que la medida de la gracia y ayuda divina en sus empresas corresponderá al grado de su unión con Dios.

68. Para él es aquel consejo de San Pablo: «Revestíos como escogidos que sois de Dios, santos y amados; revestíos de entrañas de compasión, de benignidad, de modestia, de paciencia»(Col 3,12). Con el auxilio de estas virtudes caerán todos los estorbos y quedará llana y patente a la Verdad la entrada en los corazones de los hombres; porque no hay ninguna voluntad tan contumaz que pueda resistirles fácilmente.

La adaptación misionera.


69. El misionero que, lleno de caridad, a ejemplo de Jesucristo, trata de acrecentar el número de los hijos de Dios, aun con los paganos más perdidos, ya que también éstos se rescataron con el precio de la misma sangre divina, ha de evitar lo mismo el irritarse ante su agresividad como el dejarse impresionar por la degradación de sus costumbres; sin despreciarlos ni cansarse de ellos, sin tratarlos con dureza ni aspereza, antes bien ingeniándose con cuantos medios la mansedumbre cristiana pone a su alcance, para irlos atrayendo suavemente hacia el regazo de Jesús, su Buen Pastor.

70. Medite a este propósito aquello de la Sagrada Escritura: «¡Oh cuán benigno y suave es, Señor, tu espíritu en todas las cosas! De aquí es que los que andan perdidos, tú les castigas poco a poco; y les amonestas y les hablas de las faltas que cometen para que, dejada la malicia, crean en ti, oh Señor... Pero como tú eres el soberano Señor de todo, juzgas sin pasión y nos gobiernas con moderación suma»().

71. Porque ¿qué dificultad, molestia o peligro puede haber capaz de detener en el camino comenzado al embajador de Jesucristo? Ninguno, ciertamente; ya que, agradecidísimo para con Dios por haberse dignado escogerle para tan sublime empresa, sabrá soportar y aun abrazar con heroica magnanimidad todas las contrariedades, asperezas, sufrimientos, fatigas, calumnias, indigencias, hambres y hasta la misma muerte, con tal de arrancar una sola alma de las fauces del infierno.

Confianza en Dios


72. Con esta disposición y estos alientos siga el misionero tras las huellas de Cristo y de sus apóstoles, henchida, sí, el alma de esperanza, pero convencido también de que su confianza ha de estribar solamente en Dios.

73. La propagación de la sabiduría cristiana, lo repetimos, es toda ella obra exclusiva de Dios; pues a sólo Dios pertenece el penetrar en el corazón para derramar allí sobre la inteligencia la luz de la ilustración divina y para enardecer la voluntad con los estímulos de las virtudes, a la vez que prestar al hombre las fuerzas sobrenaturales con las que pueda corresponder y efectuar lo que por la luz divina comprendió ser bueno y verdadero.

74. De donde se deduce que si el Señor no auxilia con su gracia a su misionero, quedará éste condenado a la esterilidad. Sin embargo, no ha de dejar de trabajar con ahínco en lo comenzado, confiado en que la divina gracia estará siempre a merced de quien acuda a la oración.

10. El apostolado de la mujer misionera


75. A1 llegar a este punto, no debemos pasar en silencio a las mujeres que, ya desde la cuna misma del cristianismo, aparecen prestando grandísima ayuda y apoyo a los misioneros en su labor apostólica.

76. Sean nuestras mayores alabanzas en loor de esas vírgenes consagradas al Señor que, en tanto número, sirven a las Misiones, dedicadas a la educación de la niñez y al servicio de innumerables instituciones de caridad.

77. Quisiéramos que esta nuestra recomendación de su benemeritísima labor sirviese para infundirles nuevos ánimos en obra de tanta gloria de la Iglesia. Y persuádanse todas de que el fruto de su ministerio corresponderá a la medida del grado de su entrega a la perfección.

La obra y misión de los cristianos en general


78. Tiempo es ya de dirigir nuestra palabra a todos aquellos que, por especial gracia del Señor misericordioso, gozan de la verdadera fe y participan de los innumerables beneficios que de ella dimanan.

79. En primer lugar conviene que fijen su atención en aquélla santa ley, por la que están obligados a ayudar a las sagradas Misiones entre los no cristianos. Porque «mandó (Dios) a cada uno de ellos el amor de su prójimo»(); mandamiento que urge con tanta mayor gravedad cuanta mayor es la necesidad que pesa sobre el prójimo.

80. ¿Y qué clase de hombres más acreedores a nuestra ayuda fraternal que los infieles, quienes, desconocedores de Dios y presa de la ceguera y de las pasiones desordenadas, yacen en la más abierta servidumbre del demonio?

81. Por eso, cuantos contribuyeren, en la medida de sus posibilidades, a llevarles la luz de la fe, principalmente ayudando a la obra de los misioneros, habrán cumplido su deber en cuestión tan importante y habrán agradecido a Dios de la manera más delicada el beneficio de la fe.

11. Las tres maneras de ayudar a las Misiones.


a) La oración


82. A tres se reducen los géneros de ayuda a las Misiones, que los mismos misioneros no cesan de encarecérnoslos. Es el primero, fácilmente asequible a todos, el de la oración para pedir el favor de Dios. Porque, según hemos repetido ya varias veces, vana y estéril ha de ser la labor del misionero si no la fecunda la gracia de Dios. Así lo atestigua San Pablo: «Yo planté, Apolo regó; pero Dios es quien ha dado el crecimiento»(Col 1).

83. Sabido es que el único camino para lograr esta gracia es la humilde perseverancia de la oración, porque «cualquier cosa, dice el Señor, que pidieren, se la dará mi Padre»(Mt 18,19). Ahora bien, si en materia alguna, en ésta sin duda más que en otras, es imposible se frustre el efecto de la oración, ya que no hay petición ni más excelente ni más del agrado del Señor.

84. Así, pues, como Moisés, cuando luchaban los israelitas contra Hamalec, levantaba sus brazos suplicantes al cielo en la cumbre de la montaña, del mismo modo, mientras los misioneros del Evangelio se fatigan en el cultivo de la viña del Señor, todos los fieles cristianos deben ayudarles con sus oraciones.

85. Como, para este efecto, se halla ya establecida la asociación llamada «Apostolado de la Oración», queremos recomendarla aquí encarecidamente a todos los buenos cristianos, deseando que ninguno deje de pertenecer a ella, para que así, si no de obra, al menos por el celo participen de sus apostólicos trabajos.

12. b) Las vocaciones Misioneras y selección de los misioneros.


86. En segundo lugar, urge la necesidad de cubrir los huecos que abre la extremada falta de misioneros, que, si siempre grande, ahora, por motivo de la guerra, se presenta en proporciones alarmantes, de manera que muchas parcelas de la viña del Señor han tenido que quedar abandonadas.

87. Punto es éste, venerables hermanos, que nos obliga a recurrir a vuestra próvida diligencia; y sabed que será la más exquisita prueba de afecto que daréis a la Iglesia si os esmeráis en fomentar la semilla de la vocación misionera, que tal vez empiece a germinar en los corazones de vuestros sacerdotes y seminaristas.

88. No os dejéis engañar de ciertas apariencias de bien, ni de meros motivos humanos, so pretexto de que los sujetos que consagréis a las Misiones serán una pérdida para vuestras diócesis, ya que, por cada uno que permitáis salga fuera de ella, el Señor os suscitará dentro muchos y mejores sacerdotes.

89. A los superiores de las Ordenes e Institutos religiosos que tienen a su cargo Misiones extranjeras les pedimos y suplicamos no dediquen a tan difícil empresa sino sujetos escogidísimos, que sobresalgan por su intachable conducta, devoción acendrada y celo de las almas.

90. Después, a los misioneros que vean son más diestros en amañarse para arrancar a los pueblos de sus falsas supersticiones, una vez que éstos vayan consolidando sus misiones, como a soldados avezados de Cristo, trasládenlos a nuevas regiones, encargando gustosos lo ya evangelizado al cuidado de otros que miren por completar lo adquirido.

91. De esta manera, al mismo tiempo que trabajan en el cultivo de una mies copiosísima, harán descender sobre sus familias religiosas las bendiciones de la divina Bondad.


caridad deshechas o desaparecidas

13. c) Las limosnas. - La Propagación de la Fe. - Santa Infancia


92. E1 tercer recurso, y no escaso, que reclama la actual situación de las Misiones es el de la limosna, ya que, por efecto de la guerra, se han acumulado sobre ellas necesidades sin cuento.

93. ¡Cuántas escuelas, hospitales, dispensarios y muchas otras instituciones gratuitas de caridad deshechas o desaparecidas por completo! Aquí, pues, hacemos un llamamiento a todos los corazones buenos para que se muestren generosos en la medida de sus recursos.

94. Porque «quien tiene bienes de este mundo y, viendo a su hermano en la necesidad, cierra las entrañas para no compadecerse de él, ¿cómo es posible que resida en él la caridad de Dios?»( Mt 1 Jn 3,17).

95. Así habla el apóstol San Juan cuando se trata del alivio de necesidades temporales. Pero ¿con cuánta mayor exactitud se debe observar la ley de la caridad en esta causa, donde no se trata solamente de socorrer la necesidad, indigencia y demás miserias de una muchedumbre infinita, sino también, y en primer lugar, de arrancar tan gran número de almas de la soberbia dominación de Satanás para trasladarlas a la libertad de los hijos de Dios?

96. Por lo cual, queremos recomendar a la generosidad de los católicos favorezcan preferentemente las obras instituidas para ayudar a las sagradas Misiones.

97. Sea la primera de éstas la llamada «Obra de la Propagación de la Fe», muchas veces elogiada ya por nuestros predecesores, y a la que quisiéramos que la Congregación de Propaganda la hiciera con sumo empeño rendir en adelante todo el ubérrimo fruto que de ella puede esperarse. Porque muy provista ha de estar la fuente principal, de donde no sólo las actuales Misiones, sino aun las que todavía estén por establecerse han de surtirse y proveerse.

98. Confiamos, sí, que no consentirá el orbe católico que, mientras los predicadores del error abundan en dinero para sus propagandas, los misioneros de la verdad tengan que luchar con la falta de todo.

99. La segunda obra, que también recomendamos intensamente a todos, es la de la Santa Infancia, obra cuyo fin es proporcionar el bautismo a los niños moribundos hijos de paganos.

100. Esta obra se hace tanto más simpática cuanto que también nuestros niños tienen en ella su participación; con lo cual, a la vez que aprenden a estimar el valor del beneficio de la fe, se acostumbran a la práctica de cooperar a su difusión.

101. No queremos tampoco dejar de mencionar aquí la «Obra de San Pedro», instituida con el fin de coadyuvar a la educación y formación del clero nativo en las Misiones.

102. Además, deseamos que se cumpla también lo prescrito por nuestro predecesor, de feliz memoria, León XIII, a saber: que en el día de la Epifanía del Señor se haga en todas las Iglesias del mundo la colecta «para redimir esclavos en África» y que se remita íntegramente el dinero recaudado a la Sagrada Congregación de Propaganda(20 de noviembre de 1890. Cf. Collectanea n. 1943).

Organización del Clero


103. Pero, para que estos nuestros deseos lleguen a verificarse con la más segura garantía y éxito halagador, debéis de un modo especial, venerables hermanos, organizar vuestro clero en punto de Misiones.

104. En efecto: el pueblo fiel siente propensión innata a socorrer con largueza las empresas apostólicas; y así, ha de ser obra de vuestra diligencia saber encauzar en bien y prosperidad de las Misiones ese espíritu de liberalidad.

14. La unión Misional del Clero


105. Para el logro de esto, sería nuestro deseo se implantase en todas las diócesis del mundo la «Unión Misional del Clero», sujeta en todo a la Sagrada Congregación de Propaganda Fide, a la que por nuestra parte hemos otorgado cuantas atribuciones necesita su perfecto funcionamiento.

106. Apenas nacida en Italia, se ha extendido ya por otras varias regiones, y, objeto juntamente de nuestra complacencia, florece al amparo de no pocos favores pontificios.

107. Y con razón: porque su carácter cuadra perfectamente con el influjo que debe ejercer el sacerdote, ya para despertar entre los fieles el interés por la conversión de los gentiles, ya para hacerles contribuir a las obras misionales, que llevan nuestra aprobación.

15. Exhortación final.


108. He aquí, venerables hermanos, lo que he creído deber escribiros sobre la difusión del catolicismo por toda la tierra.

109. Ahora bien: si cada uno cumpliese con su obligación como es debido, lejos de la patria los misioneros y en ella los demás fieles cristianos, abrigamos la confianza de que presto tornarían las Misiones a reverdecer llenas de vida, repuestas ya de las profundas y peligrosas heridas que les han ocasionado la guerra.

110. Y cual si repercutiese aún en nuestros oídos aquella palabra del Señor: «¡Guía mar adentro!»(Lc 5,4), dicha a San Pedro, a los ardorosos impulsos de nuestro corazón de padre, sólo ansiamos conducir a la humanidad entera a los brazos de Jesucristo.

111. Porque la Iglesia siempre ha de llevar entrañado en su ser el espíritu de Dios, rebosante de vida y fecundidad; ni es posible que el celo de tantos varones, que han fecundado y aún fecundan con sus sudores de apóstol las tierras por conquistar, carezca de su fruto natural.

112. Tras ellos, inducidos sin duda por su ejemplo, surgirán después nuevos escuadrones que, merced a la caritativa munificencia de los buenos, engendrarán para Cristo una numerosa y gozosa multitud de almas.

Oración y bendición papal.


113. Secunde los anhelos de todos la excelsa Madre de Dios y Reina de los Apóstoles, e impetre la difusión del Espíritu Santo sobre los pregoneros de la fe.

114. Como augurio de tanta gracia y en prenda de nuestro amor, os otorgamos a vosotros, venerables hermanos, y a vuestro clero y pueblo, amantísimamente, la apostólica bendición.

Dado en Roma en San Pedro, el 30 de noviembre de 1919, sexto año de nuestro pontificado.



PACEM DEI MUNUS: SOBRE LA RESTAURACIÓN CRISTIANA DE LA PAZ


23/5/1920

BENEDICTO XV

a) Alegría por el advenimiento de la paz

La paz el gran bien.


La paz, este hermoso don de Dios, que, como dice San Agustín, «es el más consolador, el más deseable y el más excelente de todos»(San Agustín, De civitate Dei XIX 11: PL 6,637), esa paz que ha sido durante más de cuatro años el deseo de los buenos y el objeto de la oración de los fieles y de las lágrimas de las madres, ha empezado a brillar al fin sobre los pueblos. Nos somos los primeros en alegrarnos de ello.

b) Tristeza por no haberse extirpado los odios.

No hay paz: motivo de la encíclica.


Pero esta paterna alegría se ve turbada por muchos motivos muy dolorosos. Porque, si bien la guerra ha cesado de alguna manera en casi todos los pueblos y se han firmado algunos tratados de paz, subsisten, sin embargo, todavía las semillas del antiguo odio. Y, como sabéis muy bien, venerables hermanos, no hay paz estable, no hay tratados firmes, por muy laboriosas y prolongadas que hayan sido las negociaciones y por muy solemne que haya sido la promulgación de esa paz y de esos tratados, si al mismo tiempo no cesan el odio y la enemistad mediante una reconciliación basada en la mutua caridad. De este asunto, que es de extraordinaria importancia para el bien común, queremos hablaros, venerables hermanos, advirtiendo al mismo tiempo a los pueblos que están confiados a vuestros cuidados.

c) Iniciativa del Papa por la verdadera paz.


Esfuerzo papal

Desde que por secreto designio de Dios fuimos elevados a la dignidad de esta Cátedra, nunca hemos dejado, durante la conflagración bélica, de procurar, en la medida de nuestras posibilidades, que todos los pueblos de la tierra recuperasen los fraternos lazos de unas cordiales relaciones.

Los medios empleados


Hemos rogado insistentemente, hemos repetido nuestras exhortaciones, hemos propuesto los medios para lograr una amistosa reconciliación, hemos hecho, finalmente, con el favor de Dios, todo lo posible para facilitar a la humanidad el acceso a una paz justa, honrosa y duradera. Al mismo tiempo hemos procurado, con afecto de padre, llevar a todos los pueblos un poco de alivio en medio de los dolores y de las desgracias de toda clase que se han seguido como consecuencia de esta descomunal lucha.

I. La caridad en general

1) Es el fundamento de una paz estable


a) Extirpa los odios.

La caridad mueve al Papa.


Pues bien: el mismo amor de Jesucristo, que desde el comienzo de nuestro difícil pontificado nos impulsó a trabajar por el retorno de la paz o a mitigar los horrores de la guerra, es el que hoy, conseguida ya en cierto modo una paz precaria, nos mueve a exhortar a todos los hijos de la Iglesia, y también a todos los hombres del mundo, para que abandonen el odio inveterado y recobren el amor mutuo y la concordia.

b) En caso contrario nuevas guerras.

Daño del encono.


No hacen falta muchos argumentos para demostrar los gravísimos daños que sobrevendrían a la humanidad si, firmada la paz, persistiesen latentes el odio y la enemistad en las relaciones internacionales. Prescindimos de los daños que se seguirían en todos los campos del progreso y de la civilización, como, por ejemplo, el comercio, la industria, el arte y las letras, cuyo florecimiento exige como condición previa la libre y tranquila convivencia de todas las naciones.

Caridad y cristianismo


Lo peor de todo sería la gravísima herida que recibiría la esencia y la vida del cristianismo, cuya fuerza reside por completo en la caridad, como lo indica el hecho de que la predicación de la ley cristiana recibe el nombre de "Evangelio de la paz"(Ep 6 Ep 15)

2) Primer precepto del cristianismo


a) de Cristo: Caridad, precepto nuevo de Cristo.

Porque, como bien sabéis y Nos os hemos recordado muchas veces, la enseñanza más repetida y más insistente de Jesucristo a sus discípulos fue la del precepto de la caridad fraterna, porque esta caridad es el resumen de todos los demás preceptos; el mismo Jesucristo lo llamaba nuevo y suyo, y quiso que fuese como el carácter distintivo de los cristianos, que los distinguiese fácilmente de todos los demás hombres. Fue este precepto el que, al morir, otorgó a sus discípulos como testamento, y les pidió que se amaran mutuamente y con este amor procuraran imitar aquella inefable unidad que existe entre las divinas personas en el seno de la Trinidad: "Que todos sean uno, como nosotros somos uno..., para que también ellos sean consumados en la unidad"()

b) de los apóstoles: Los apóstoles la recomiendan.

Por esta razón, los apóstoles, siguiendo las huellas de su divino Maestro y formados personalmente en su escuela, fueron extraordinariamente fieles en urgir la exhortación de este precepto a los fieles: "Ante todo, tened los unos para !os otros ferviente caridad"(). "Por encima de todas estas cosas, vestios de la caridad, que es vínculo de perfección"(Col 3,14). "Carísimos, amémonos unos a otros, porque la caridad procede de Dios"(1Jn 4,7)

c) los primeros cristianos

Iglesia primitiva


Nuestros hermanos de los primeros tiempos fueron exactos seguidores este mandato de Cristo y de los apóstoles, pues, a pesar de las diversas y aun contrarias nacionalidades a que pertenecían, vivían en una perfecta concordia, borrando con un olvido voluntario todo motivo de discusión. Esta unanimidad de inteligencias y de corazones ofrecía un admirable contraste con los odios mortales que ardían en el seno de sociedad humana de aquella época.

3) Se extiende a los enemigos

a) enseñanza de Cristo y de sus discípulos

Olvido de injurias.


Ahora bien: todo lo que hemos dicho para urgir el precepto del amor mutuo vale también para urgir el perdón de las injurias, perdón que ha urgido personalmente el Señor. "Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos; haced el bien a los que os odian, y orad por los que os persiguen y os calumnian, para que seáis hijos de vuestro Padre, que está en los cielos, que hace salir el sol sobre malos y buenos"(Mt 5,44-45).

Graves advertencias evangélicas.


De aquí procede el grave aviso del apóstol San Juan: "Todo el que aborrece a su hermano es homicida, y ya sabéis que todo homicida no tiene en sí la vida eterna"(1Jn 3,15). Finalmente, ha sido el mismo Jesucristo quien nos ha enseñado a orar, de tal manera que la medida del perdón de nuestros pecados quede dada por el perdón que concedamos al prójimo. "Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores" (Mt 6,12)

b) pese a lo difícil del precepto

Posible es perdonar por la gracia.


Y si a veces resulta muy trabajoso y muy difícil el cumplimiento de esta ley, tenemos como remedio para vencer esta dificultad no sólo el eficaz auxilio de la gracia ganada por el Señor, sino también el ejemplo del mismo Salvador, quien, estando pendiente en la cruz, excusaba a los mismos que injusta e indignamente le atormentaban, diciendo así a su Padre: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lc 23,24)

c) El Papa da el ejemplo de perdonar

El Papa perdona.


Nos, por tanto, que debemos ser los primeros en imitar la misericordia y la benignidad de Jesucristo, cuya representación, sin mérito alguno, tenemos, perdonamos de todo corazón, siguiendo el ejemplo del Redentor, a todos y a cada uno de nuestros enemigos que, de una manera consciente o inconsciente, han ofendido u ofenden nuestra persona o nuestra acción con toda clase de injurias: a todos ellos los abrazamos con suma benevolencia y amor, sin dejar ocasión alguna para hacerles el bien que esté a nuestro alcance. Es necesario que los cristianos dignos de este nombre observen la misma norma de conducta con todos aquellos que durante la guerra les ofendieron de cualquier manera.

4) Ayuda al enemigo, según enseña Jesucristo y San Juan

Exige afectuosa ayuda.


Porque la caridad cristiana no se limita a apagar el odio hacia los enemigos y tratarlos como hermanos; quiere, además, hacerles positivamente el bien, siguiendo las huellas de nuestro Redentor, el cual "pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el demonio"(Ac 10 Ac 38) y coronó el curso de su vida mortal, gastada toda ella en proporcionar los mayores beneficios a los hombres, derramando por ellos su sangre. Por lo cual dice San Juan: "En esto hemos conocido la caridad de Dios, en que El dio su vida por nosotros, y nosotros debemos dar nuestra vida por nuestros hermanos. El que tuviere bienes de este mundo y viendo a su hermano pasar necesidad le cierra sus entrañas, ¿cómo mora en él la caridad de Dios? Hijitos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de obra y de verdad"(1Jn 3,16-18). No ha habido época de la historia en que sea más necesario «dilatar los senos de la caridad» como en estos días de universal angustia y dolor; ni tal vez ha sido nunca tan necesaria como hoy día al género humano una beneficencia abierta a todos, nacida de un sincero amor al prójimo y llena toda ella de un espíritu de sacrificio y abnegación.


II.- La caridad, remedio de la actual situación

1) Situación desoladora

a) Ruinas y heridas que reclaman al Samaritano Jesús

Efectos desastrosos de la guerra.


Porque, si contemplamos los lugares recorridos por el azote furioso de la guerra, vemos por todas partes inmensos territorios cubiertos de ruinas, desolación y abandono; pueblos enteros que carecen de comida, de vestido y de casa; viudas y huérfanos innumerables, necesitados de todo auxilio, y una increíble muchedumbre de débiles, especialmente pequeñuelos y niños, que con sus cuerpos maltrechos dan testimonio de la atrocidad de esta guerra.

Símbolo evangélico


El que contempla las ingentes miserias que pesan hoy día sobre la humanidad, recuerda espontáneamente a aquel viajero evangélico (CFr. Lc 10,30) que, bajando de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de los ladrones y, robado y malherido por éstos, quedó tendido medio muerto en el camino. La semejanza entre ambos cuadros es muy notable, y así como el samaritano, movido a compasión, se acercó al herido, curó y vendó sus heridas, lo llevó a la posada y pagó los gastos de su curación, así también es necesario ahora que Jesucristo, de quien era figura e imagen el piadoso samaritano, sane las heridas de la humanidad.

b) La Iglesia, continuadora de la obra de Jesucristo, desea ayudar.

La Iglesia bienhechora


La Iglesia reivindica para sí, como misión propia, esta labor de curar las heridas de la humanidad, porque es la heredera del espíritu de Jesucristo; la Iglesia, decimos, cuya vida toda está entretejida con una admirable variedad de obras de beneficencia, porque «como verdadera madre de los cristianos, alberga una ternura tan amorosa por el prójimo, que para las más diversas enfermedades espirituales de las almas tiene presta en todo momento la eficaz medicina»; y así «educa y enseña a la infancia con dulzura, a la juventud con fortaleza, a la ancianidad con placentera calma, ajustando el remedio a las necesidades corporales y espirituales de cada uno»(San Agustín, De moribus Ecclesiae catholicae I 30: PL 32,336)

La caridad reconcilia


Estas obras de la beneficencia cristiana suavizan los espíritus y poseen por esto mismo una extraordinaria eficacia para devolver a los pueblos la tranquilidad pública.

2) La Iglesia recomienda colaboración

a) a los católicos, especialmente a los obispos, el clero y escritores católicos.

Colaboración de todos los obispos.


Por lo cual, venerables hermanos, os suplicamos y os conjuramos en las entrañas de caridad de Jesucristo a que consagréis vuestros más solícitos cuidados a la labor de exhortar a los fieles que os están confiados, para que no sólo olviden los odios y perdonen las injurias, sino además para que practiquen con la mayor eficacia posible todas las obras de la beneficencia cristiana que sirvan de ayuda a los necesitados, de consuelo a los afligidos, de protección a los débiles, y que lleven, finalmente, a todos los que han sufrido las gravísimas consecuencias de la guerra, un socorro adecuado y lo más variado que sea posible.

Misión de los sacerdotes


Es deseo nuestro muy principal que exhortéis a vuestros sacerdotes, como ministros que son de la paz cristiana, para que prediquen con insistencia el precepto que contiene la esencia de la vida cristiana, es decir, la predicación del amor al prójimo y a los mismos enemigos, y para que, "haciéndose todo a todos"(1Co 9,22), precedan a los demás con su ejemplo y declaren por todas partes una guerra implacable a la enemistad y al odio. Al obrar así, los sacerdotes agradarán al corazón amantísimo de Jesús y a aquel que, aunque indigno, hace las veces de Cristo en la tierra.

Deber de los escritores católicos.


En esta materia debéis también advertir y exhortar con insistencia a los escritores, publicistas y periodistas católicos, "para que, como escogidos de Dios, santos y amados, procuren revestirse de entrañas de misericordia y benignidad"(Col 3,12) y procuren reflejar esta benignidad en sus escritos. Por lo cual deben abstenerse no sólo de toda falsa acusación, sino también de toda intemperancia e injuria en las palabras, porque esta intemperancia no sólo es contraria a la ley de Cristo, sino que además puede abrir cicatrices mal cerradas, sobre todo cuando los espíritus, exacerbados por heridas aún recientes, tienen una gran sensibilidad para las más leves injurias.

b) a las naciones del mundo

Las naciones afectadas.


Las advertencias que en esta carta hemos hecho a los particulares sobre el deber de practicar la caridad, queremos dirigirlas también a los pueblos que han sufrido la prueba de esta guerra prolongada, para que, suprimidas, dentro de lo posible, las causas de la discordia -y salvos, por supuesto, los principios de la justicia-, reanuden entre sí los lazos de unas amistosas relaciones.

El Evangelio obliga también a la comunidad

La ley de caridad se extiende también a los pueblos.


Porque el Evangelio no presenta una ley de la caridad para las personas particulares y otra ley distinta para los Estados y las naciones, que en definitiva están compuestas por hombres particulares.

Lo exige la interdependencia moderna de los estados.


Terminada ya la guerra, no sólo la caridad, sino también una cierta necesidad parece inclinar a los pueblos hacia el establecimiento de una determinada conciliación universal entre todos ellos. Porque hoy más que nunca están los pueblos unidos por el doble vínculo natural de una común indigencia y una común benevolencia, dados el gran progreso de la civilización y el maravilloso incremento de las comunicaciones.

El Papa ofrece sus buenos oficios

La Santa Sede ha recalcado el deber de amor entre los pueblos.


Este olvido de las ofensas y esta fraterna reconciliación de los pueblos, prescritos por la ley de Jesucristo y exigidos por la misma convivencia social, han sido recordados sin descanso, como hemos dicho, por esta Santa Sede Apostólica durante todo el curso de la guerra. Esta Santa Sede no ha permitido que este precepto quede olvidado por los odios o las enemistades, y ahora, después de firmados los tratados de paz, promueve y predica con mayor insistencia este doble deber, como lo prueban las cartas dirigidas hace poco tiempo al episcopado de Alemania(3) y al cardenal arzobispo de París(Epístola Amor ille singularis, de 7 de octubre de 1919 (AAS 11 (1919) 412-414)

Conferencias de soberanos aun en Roma


Y como hoy día la unión entre las naciones civilizadas se ve garantizada y acrecentada por la frecuente costumbre de celebrar reuniones y conferencias entre los jefes de los gobiernos para tratar de los asuntos de mayor importancia, Nos, después de considerar atentamente y en su conjunto el cambio de las circunstancias y las grandes tendencias de los tiempos actuales, para contribuir a esta unión de los pueblos y no mostrarnos ajenos a esta tendencia, hemos decidido suavizar hasta cierto punto las rigurosas condiciones que, por la usurpación del poder temporal de la Sede Apostólica, fueron justamente establecidas por nuestros predecesores, prohibiendo las visitas solemnes de los jefes de Estado católicos a Roma

Sin menoscabar sus derechos soberanos

La cuestión romana quede a salvo


Pero declaramos abiertamente que esta indulgencia nuestra, aconsejada y casi exigida por las gravísimas circunstancias que atraviesa la humanidad, no debe ser interpretada en modo alguno como una tácita abdicación de los sagrados derechos de la Sede Apostólica, como si en el anormal estado actual de cosas la Sede Apostólica renunciase definitivamente a ellos.

El Papa reclama su independencia política


Por el contrario, aprovechando esta ocasión, «Nos renovamos las protestas que nuestros predecesores formularon repetidas veces, movidos no por humanos intereses, sino por la santidad del deber; y las renovamos por las mismas causas, para defender los derechos y la dignidad de la Sede Apostólica», y de nuevo pedimos con la mayor insistencia que, pues ha sido firmada la paz entre las naciones, «cese para la cabeza de la Iglesia esta situación anormal, que daña gravemente, por más de una razón, a la misma tranquilidad de los pueblos» (Encíclica Ad beatissimi de 1 de noviembre de 1914 (AAS 6 (1914) 580)


BENEDICTO XV - MAGISTERIO - El desprendimiento