Catena aurea ES 3514

MATEO 5,14-16


3514 (Mt 5,14-16)

"Vosotros sois la luz del mundo. Una ciudad que está puesta sobre un monte no se puede esconder. Ni encienden una antorcha y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. A este modo ha de brillar vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre, que está en los cielos". (vv. 14-16)

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10. Así como los maestros, por su buena predicación, son sal con la cual el pueblo se condimenta, así por la palabra de su doctrina son luz, con la que iluminan a los ignorantes. Primero se debe vivir bien y luego enseñar. Por lo tanto, después de llamar a los Apóstoles sal, los llama también luz, diciendo: "Vosotros sois la luz del mundo". La sal en su propio estado sostiene las cosas para que no se pudran, pero la luz conduce al perfeccionamiento ilustrando. Por lo cual los Apóstoles fueron llamados primero sal, a causa de los judíos y de los cristianos, por quienes Dios es conocido y a quienes éstos conservan en el conocimiento; y segundo luz, a causa de los gentiles, a quienes conducen a la luz de la verdadera ciencia.

San Agustín, de sermone Domini, 1, 6. Conviene, pues, comprender aquí por mundo, no al cielo y la tierra, sino a los hombres que están en el mundo, o a los que aman al mundo, para iluminar a los que los Apóstoles fueran enviados.

San Hilario, in Matthaeum, 4. Es propio de la naturaleza de la luz el alumbrar por cualquier parte que se la lleve y que introducida en las casas mate las tinieblas, quedando sola la luz. Por lo tanto, el mundo, sin el conocimiento de Dios, estaba oscurecido con las tinieblas de la ignorancia. Mas por medio de los Apóstoles se le comunicó la luz de la verdadera ciencia, y así brilla el conocimiento de Dios y por cualquier parte que caminen, de su pobre humanidad brota la luz que disipa las tinieblas.


Remigio. Así como el sol dirige sus rayos, así el Señor, que es sol de justicia, dirigió sus Apóstoles para desterrar las tinieblas del género humano.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 15,7. Comprende cuán grandes son las cosas que les promete, cuando aquéllos, que eran desconocidos en su propio país, adquirieron tanta fama, que llegó ésta en poco tiempo hasta los confines de la tierra: ni las persecuciones que les había predicho pudieron ocultarlos, sino que más bien los hizo mucho más famosos.

San Jerónimo. Para que los apóstoles no se escondan por el miedo, sino que se presenten con toda libertad, les enseña la confianza en los resultados de su predicación, diciéndoles en seguida: "No puede esconderse una ciudad que está puesta sobre un monte".

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 12. Por estas palabras les enseña también a cuidar con solicitud de su propia vida, como que ésta había de estar mirada constantemente por todos, así como la ciudad que está colocada sobre un monte, o como la luz que está luciendo sobre un candelero.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10. Esta ciudad es la iglesia de los santos, de la que se dice: "Cosas admirables se han dicho de ti, ciudad de Dios" (Ps 86,3) Sus ciudadanos son todos los fieles, de quienes el Apóstol dice a los Efesios: "Vosotros sois los conciudadanos de los santos" (Ep 2,19) Esta ciudad, pues, está colocada sobre el monte, de quien dice Daniel: "La piedra arrancada sin esfuerzo de manos, se convirtió en un gran monte" (Da 2,34)

San Agustín, de sermone Domini, 1, 6. Está colocada esta ciudad sobre un monte, esto es, sobre la gran justicia de Dios que representa ese monte, en el cual juzga el Señor.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10. No puede, pues, esconderse una ciudad colocada sobre un monte. Aun cuando ella quiera, el monte que la tiene sobre sí, la hace visible a todos. Así los Apóstoles y los sacerdotes, que han sido establecidos en Cristo no pueden esconderse, aun cuando quieran, porque Jesucristo los manifiesta.

San Hilario, in Matthaeum, 4. Llama ciudad a la carne que tomó, porque en ella, por la naturaleza del cuerpo que ha tomado, se contiene cierta congregación del género humano. Y nosotros, por la unión con su carne, resultamos los habitantes de esta ciudad. No puede esconderse, pues, porque colocada en la altura de la elevación de Dios, se ofrece a la contemplación de todos por medio de la admiración de sus obras.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10. Jesucristo demuestra con otra comparación por qué manifiesta a sus santos y no permite que se escondan, cuando dice: "No encienden una antorcha y la ponen debajo de un celemín, sino sobre el candelero".

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 15,7. O por esto que dijo: "No puede esconderse una ciudad", demostró su virtud. En esto que añade: "No encienden la luz", nos induce a la libre predicación, como si dijese: "Yo, en verdad, he encendido la luz, y a vosotros corresponde tenerla encendida, no sólo por vosotros y por otros que serán iluminados, sino también por la gloria de Dios".

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10. La antorcha es la palabra divina, de la cual se dice en el salmo (Ps 119,105): "Tu palabra es la antorcha que guía mis pasos". Los que encienden la antorcha son el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

San Agustín, de sermone Domini, 1, 6. ¿Qué pensamos que significa lo que se ha dicho: "Y la ponen debajo del celemín"? ¿Que la ocultación de la antorcha se entienda como si dijese: Ninguno enciende la antorcha para ocultarla? ¿O significa algo más el celemín, como si poner la antorcha debajo de él fuese preferir las comodidades del cuerpo a la predicación de la verdad? Coloca, pues, la antorcha debajo del celemín todo aquel que oscurece y cubre la luz de la buena doctrina con las comodidades temporales. El celemín es muy buena figura de los bienes temporales, ya porque es una medida, y cada uno recibirá la retribución según el bien que hizo en el cuerpo, ya porque los bienes temporales que se hacen con el cuerpo tienen cierta medida de días, que significa el celemín. Mas las cosas eternas y espirituales no tienen tal limitación. Coloca la antorcha sobre el candelabro aquel que sujeta su cuerpo al ministerio de la palabra, para que la predicación de la verdad sea primero y las atenciones del cuerpo vengan después. La doctrina resplandece más cuando el cuerpo está reducido a la esclavitud en los momentos en que, por medio de las buenas obras y demás actos visibles, se da buen ejemplo a los demás.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10. El celemín puede significar también los hombres mundanos, porque así como éste es vacío por la parte de arriba y cerrado por debajo, así todos los amantes del mundo son insensatos para las cosas espirituales y sabios en las terrenas. Y por lo tanto, son como un celemín que tiene escondida la palabra divina, cuando por alguna causa terrena no se atreven a hacer pública la palabra de Dios ni a predicar las verdades de la fe. El candelero es la Iglesia y todo sacerdote que anuncia la palabra de Dios.

San Hilario, in Matthaeum, 4. El Señor comparó a la sinagoga con el celemín que, recibiendo en su interior los frutos, los contenía en cierta medida de su limitada observancia.

San Ambrosio Super Lucam, Super his verbis. Por lo tanto, ninguno limite su fe a la medida de la ley, sino que se ciña a lo que enseña la Iglesia, en la cual brillan los siete dones del Espíritu Santo.

Beda. O bien es el mismo Jesucristo quien enciende la antorcha, el cual ha llenado con la llama de su divinidad la lámpara de tierra de nuestra naturaleza humana. No ha querido esconderla a los creyentes ni colocarla debajo del celemín, esto es, sujetarla a la medida de la ley ni limitarla a los términos de una sola nación. Llama candelero a la Iglesia, sobre la que ha colocado la antorcha, porque ha fijado en nuestras frentes la fe en su encarnación.

San Hilario, in Matthaeum, 4. O bien, la antorcha de Cristo se coloca sobre el candelero, esto es, suspendida en la cruz por la pasión, cuya antorcha había de producir una luz eterna a todos los que habitasen en la Iglesia. Y por lo tanto, dice: "Para que alumbre a todos los que están en la casa".

San Agustín, de sermone Domini, 1, 6. Si alguno entiende por esta casa a la Iglesia, no hay en ello absurdo. Puede que esta casa sea el mundo, por lo que dice más arriba: "Vosotros sois la luz del mundo".

San Hilario, in Matthaeum, 4. Con esta luz enseña a los Apóstoles a resplandecer para que, de la admiración de sus obras resulte grande alabanza al Señor. De donde se sigue: "De tal modo ha de brillar vuestra luz delante de los hombres que vean nuestras buenas obras".

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10. Esto es, cuando enseñéis iluminad de tal modo que, no sólo oigan vuestras palabras, sino que vean también vuestras buenas obras, con el objeto de que aquellos a quienes iluminéis con la palabra como luz, los condimentéis con el ejemplo, como sal. Dan gloria a Dios aquellos maestros que enseñan y obran bien, porque las disposiciones del Señor se manifiestan en las costumbres de sus ministros. Por ello sigue: "Y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos".

San Agustín, de sermone Domini, 1, 7. Si tan sólo hubiese dicho: "para que vean vuestras buenas obras", hubiese constituido su fin el ser vistos siendo alabados por los hombres, lo cual buscan los hipócritas; sino que añade: "y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos" para que, por lo mismo que el hombre con las buenas obras agrada a los hombres, no constituyendo en eso su fin sino en dar alabanza a Dios, por lo tanto agrade a los hombres de modo que en ello sea glorificado Dios.

San Hilario, in Matthaeum, 4. No porque convenga buscar la gloria que dan los hombres (puesto que todo debe hacerse en honor de Dios), sino que, disimulando nuestra obra a aquellos entre quienes vivimos, brille para Dios.

MATEO 5,17-19


3517 (Mt 5,17-19)

"No penséis que he venido a destruir la ley o los profetas; no he venido a destruirlos, sino a darles cumplimiento. Porque en verdad os digo que el cielo y la tierra no pasarán, sin que se cumpla todo el contenido de la ley hasta una jota o un ápice. Por lo cual quien quebrantare uno de estos mandamientos muy pequeños y enseñare así a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas quien hiciere y enseñare, éste será llamado grande en el reino de los cielos". (vv. 17-19)

Glosa. Después que exhortó a los que le oían para que se preparasen a sufrir todas las cosas por la justicia y no escondiesen lo que habían de recibir, sino que aprendiesen con la misma benevolencia con que habían de enseñar a los demás, empezó enseñándoles todo lo que debían enseñar. Como si preguntaran: ¿Qué es esto que no quieres que se oculte, por lo que nos mandas sufrir todas las cosas? ¿Acaso habrás de decir alguna cosa fuera de lo que está consignado en la ley? Por lo tanto dice: "No penséis que he venido a destruir la ley o los profetas".

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10. Dice esto por dos razones. Primero para invitar a sus discípulos a la imitación de su ejemplo con estas palabras, con el fin de que así como El cumplía toda ley, así también ellos procurasen cumplirla. Finalmente, había de suceder que los judíos le iban a calumniar como infractor de la ley. Por ello satisface a la calumnia antes de incurrir en ella.

Remigio. Para que no apareciese que Jesús había venido con el objeto sólo de predicar la ley -como los profetas habían hecho-, dijo dos cosas: Niega que hubiese venido a quebrantar la ley y asegura que ha venido a cumplirla. Por ello añade: "No he venido a destruir la ley, sino a cumplirla".

San Agustín, de sermone Domini, 1, 8. Esta sentencia tiene dos sentidos. En efecto, cumplir la ley, o es añadir algo a lo que tiene de menos, o cumplir lo que tiene.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 16,2. Jesucristo llevó a su plenitud a los profetas cumpliendo todas las cosas que éstos habían dicho de El. Primero, la ley, no quebrantando ninguna prescripción legal. Segundo, justificando por la fe lo que la ley no podía hacer por medio de la letra.

San Agustín, contra Faustum, 19, 7. Finalmente, porque aun los que estaban constituidos en esta vida bajo la influencia de la gracia, encontraban grande dificultad en cumplir lo que estaba escrito en la ley: "No desearás" (Ex 20,17) Cristo, constituido en sacerdote, nos alcanza el perdón por el sacrificio de su carne, cumpliendo también la ley para que lo que no podamos cumplir por nuestra debilidad, se cumpla por la perfección de Cristo, de cuya cabeza fuimos constituidos miembros. Y en el capítulo veintidos añade: Pienso que estas palabras: "No he venido a destruir la ley, sino a cumplirla" (Ex 22-23), deben entenderse de aquellas adiciones que pertenecen a la exposición de las antiguas sentencias o a la vida en conformidad con ellas (Mt 5) Así es como el Señor nos enseña que hasta el deseo inicuo de hacer daño al hermano pertenece al género de homicidio. Quiso el Señor más bien que nosotros no jurando no nos separásemos de la verdad, a que, jurando lo verdadero nos acercásemos al falso juramento (Mt 17,1) Y vosotros, ¡oh maniqueos! ¿Por qué no recibís la ley y los profetas cuando Jesucristo asegura que no había venido a abrogarlos sino a cumplirlos? A esto responde el hereje Fausto: ¿Quién asegura que Jesús ha dicho esto? Mateo. ¿Cómo, pues, lo que San Juan no dice, que estuvo en el monte, lo escribe San Mateo (Mt 17), quien siguió a Jesús después que bajó del monte? A esto responde San Agustín. Si ninguno dice verdad de Cristo, más que aquel que lo vio o que lo oyó, hoy ninguno diría verdad tratándose de El. ¿Por qué no pudo San Mateo oír de boca de San Juan (Jn 21) cosas verdaderas de Cristo, cuando nosotros, nacidos después de tanto tiempo, podemos hablar cosas verdaderas de Cristo tomándolas del libro de San Juan? Por otra parte, no sólo el Evangelio de San Mateo, sino que también el de San Lucas y San Marcos tienen igual autoridad. A esto puede añadirse que aun el mismo Jesucristo pudo contar a San Mateo lo que había hecho antes de llamarlo. Decid claramente que no creéis en el Evangelio. Los que no creéis del Evangelio más que lo que queréis, creéis en vosotros más que en el Evangelio.

Añade Fausto:

San Agustín, contra Faustum, 17, 4. Probemos que San Mateo no escribió esto, sino que lo escribió otro, no sé quién, pero en nombre suyo. ¿Qué dice, pues? Pasando Jesús vio a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos. ¿Y quién, escribiendo de sí mismo, dirá: vio a un hombre, y no más bien, me vio a mí? A lo cual contesta San Agustín: San Mateo escribió de sí como si hablara de otro, como San Juan hizo lo mismo diciendo: "Habiéndose vuelto San Pedro, vio a otro discípulo, a quien Jesús amaba". Se ve, pues, que ésta fue la costumbre de aquellos escritores cuando contaban las cosas que sucedían.

Insiste Fausto:

San Agustín, contra Faustum, 17,2. ¿Por qué dice también en el mismo sermón, que no se creyese que había venido a destruir la ley, dando más bien a entender con eso que la destruía realmente? Pues de otro modo nunca los judíos hubieran sospechado tal cosa. A lo cual contesta San Agustín: esto es muy pobre, pues no negamos que para los judíos que no entendían, Cristo fuese un destructor de la ley y los profetas.

Otra vez Fausto:

San Agustín, contra Faustum, 17,2. ¿Para qué esto cuando la ley y los profetas no necesitan cumplimiento, puesto que se dice en el Deuteronomio: "Observarás estos preceptos que te ordeno, y no añadirás nada a ellos, ni disminuirás?" (Dt 12,32) A lo que contesta San Agustín:

San Agustín, contra Faustum, 17,6. No entiende Fausto lo que quiere decir cumplir la ley, cuando cree que esto debe entenderse de la adición de palabras. La plenitud de la ley es la caridad, la que concedió nuestro Señor enviando a los fieles el Espíritu Santo. Se cumple, pues, la ley, o cuando se practica lo que manda, o cuando se manifiestan las cosas que están profetizadas.

Sigue Fausto:

San Agustín, contra Faustum, 18,1. Cuando confesamos que Jesucristo ha formado el Nuevo Testamento, ¿qué otra cosa decimos sino que a la vez había destruido el Antiguo? A lo cual contesta San Agustín:

San Agustín, contra Faustum, 18,4. En el Antiguo Testamento estaba prefigurado cuanto había de suceder. Sus figuras habían de ser suprimidas por las mismas obras que Jesucristo practicaba, con el objeto de que la ley y los profetas se cumpliesen, toda vez que en ellas está escrito, que habría de formarse un Nuevo Testamento.

Añade Fausto:

San Agustín, contra Faustum, 18, 2. Si Jesucristo dijo esto, o lo dijo significando otra cosa, o -lo que no es de creer- lo dijo mintiendo, o en absoluto no lo dijo -pero que Jesucristo mintiese nadie puede asegurarlo- y que por esto dijese otra cosa, o en realidad que no dijese nada; me persuado, pues, contra la necesidad de este capítulo, y la fe de los maniqueos me confirma en ello, de que las cosas que en un principio se leen como escritas respecto del Salvador, no todas pueden creerse. Hay mucha cizaña que cierto sembrador colocó en casi todas las escrituras, como divagando en perjuicio de la buena semilla. A lo cual contesta San Agustín:

San Agustín, contra Faustum, 18,7. el maniqueo ha enseñado una perversidad impía para que aceptes del Evangelio, lo que tu herejía no te impida que aceptes, sin embargo para que lo que te impida aceptar no lo aceptes. Nosotros, según nos enseña el Apóstol en la carta primera a los de Galacia (Ga 1,9), guardamos una piadosa prudencia, y por ello anatematizamos a todo aquel que nos enseñe algo contrario a lo que de los Apóstoles hemos recibido. Nuestro Señor nos dice también por San Mateo que debemos entender por cizaña, no el que se mezclen algunas falsedades en las verdaderas escrituras -como tú interpretas- sino los hombres que son hijos del espíritu maligno.

Añade Fausto:

San Agustín, contra Faustum, 18, 3. Cuando un judío te arguya porque no observas los preceptos de la ley y de los profetas, que Jesucristo dijo no había venido a abrogar sino a cumplir, te verás obligado a confesarte, o como subyugado a la falsa superstición, o a decir que el capítulo es falso, o a negar que tú seas verdadero discípulo de Cristo. A lo que contesta San Agustín:

San Agustín, contra Faustum, 18,7. Los católicos nada tienen que temer de ese capítulo -como si no cumpliesen la ley y los profetas-, porque tienen la caridad de Dios y del prójimo, preceptos en los cuales están resumidos toda la ley y los profetas. Y todo lo que allí está profetizado por los acontecimientos, las ceremonias y las palabras figuradas lo reconocen cumplido en Jesucristo y en la Iglesia. De donde se deduce que ni estamos sometidos a la superstición, ni negamos la veracidad de este capítulo, ni que somos discípulos de Cristo.

San Agustín, contra Faustum, 19,16. El que dice que: si Jesucristo no hubiese abrogado la ley y los profetas, aquellos sacramentos de la ley y de los profetas hubiesen continuado celebrándose entre los cristianos, éste puede también decir que: si Jesucristo no hubiese abrogado la ley y los profetas, aún subsistiría anunciado que habría de nacer, padecer y resucitar. Pero más bien que abrogarlos, los ha cumplido, puesto que ya no se promete que nacerá, padecerá y resucitará. Porque aquellas profecías se referían a una persona que ya existió, anunciándose que ya ha nacido, padecido y resucitado. Estos misterios son admitidos por los cristianos y podemos decir que estas profecías ya se han realizado. Se comprende, desde luego, cuán grande sea el error en que viven todos aquellos que creen que, cuando se han mudado las señales y los sacramentos han resultado nuevas las cosas que entre los profetas se anunciaron como futuras y el Evangelio prueba que ya se han cumplido.

Sigue Fausto:

San Agustín, contra Faustum, 19,1. Debe averiguarse si Jesucristo dijo esto y por qué lo dijo. Si lo dijo con el objeto de no despertar el furor de los judíos que, viendo sus cosas santas confundidas por Jesucristo, no creían oportuno oírle; o bien para persuadirnos a que aceptásemos el yugo de la ley, nosotros que debíamos creer entre los gentiles.

San Agustín, contra Faustum, 19, 2. Si no fue éste el motivo que le impulsó a hablar así, debe ser el que ya he dicho, y ni en ello ha mentido. Hay tres clases de leyes: una de los hebreos, que San Pablo en su carta a los romanos apellida de pecado y de muerte; otra de los gentiles, a la cual llama natural, diciendo a los romanos: "Los gentiles practican naturalmente lo que manda la ley" (Rm 2,14); y otra de verdad, acerca de la cual dijo también a los romanos: "La ley es espíritu de vida", etc (Rm 8,2) Igualmente los profetas: los hay de los judíos, muy conocidos; de los gentiles, de quienes dice San Pablo a Tito: "Uno de sus profetas ha dicho"; y de la verdad, de quienes dice Jesucristo por medio de San Mateo: "Os envío profetas y sabios" (Mt 23,24) (l. 19, c. 3) Y en verdad, si hubiese manifestado las observancias de los hebreos respecto de su cumplimiento, no hubiese resultado la duda acerca de que había dicho esto refiriéndose a la ley de los judíos y de los profetas. En ello sólo refiere los preceptos más antiguos -esto es, no matarás, no fornicarás-, que en otro tiempo fueron promulgados por Enoc y Set y los demás judíos, ¿a quién no parece que esto lo dijo El refiriéndose a la ley y a los profetas? En lo que parece que mencionó ciertas cosas de los judíos, las arrancó casi de raíz, mandando lo contrario, como es esto que dice: "Ojo por ojo, diente por diente" (Ex 21,24) A lo que dice San Agustín:

San Agustín, contra Faustum, 19,7. Manifiesto es, qué ley y qué profetas no vino Cristo a derogar sino a cumplir la misma ley que promulgó Moisés. Jesucristo no cumplió solamente, como dice Fausto, los preceptos trasmitidos por los justos antiguos, antes de la ley de Moisés, ni derogó los que eran propios de la ley de los judíos (19,17), como éste: "No matarás" (Ex 20,13) Nosotros, pues, decimos que estas cosas estuvieron bien mandadas en su tiempo y que ahora no han sido aprobadas por Jesucristo, sino cumplidas como se expresa en los demás preceptos. Tampoco entienden esto los que continúan viviendo en aquella perversidad para obligar a los gentiles a judaizar, como son los herejes que se llaman nazarenos.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10. Para que no se crea que todas las cosas que habían de suceder desde el principio hasta el fin, no eran antes conocidas por Dios, fueron vaticinadas en la ley de una manera mística. Por ello dice: No puede suceder que pasen el cielo y la tierra, hasta que todas las cosas que han sido vaticinadas en la ley se cumplan en realidad y esto es lo que dice: "En verdad os digo, que hasta que no pasen el cielo y la tierra, ni una jota, ni un ápice perecerán de cuanto está mandado en la ley, mientras todas estas cosas no se verifiquen".

Remigio. La palabra amén es un modismo hebreo y en latín quiere decir verdaderamente, fielmente, así sea. Por dos razones usa Jesucristo de esta palabra. Ya por la dureza de aquellos que eran tardos para creer, ya por los que habían creído, con el objeto de que comprendiesen mejor las palabras que siguen.

San Hilario in Matthaeum, 4. Por esto que dice: "Hasta que no pasen el cielo y la tierra", manifiesta que éstos, a pesar de su grandeza -como nosotros creemos-, habrán de desaparecer.

Remigio. Subsistirán esencialmente, pero se renovarán.

San Agustín, de sermone Domini, 1, 8. Por estas palabras que añade: "Una jota o un ápice no perecerá de la ley", no debe entenderse otra cosa más que una expresión terminante de la perfección que se demuestra por medio de las Sagradas Letras, entre las cuales la jota es la menor de todas porque consta de un solo trazo, y el ápice es el punto que se pone sobre la jota. Con estas palabras manifiesta que en la ley hasta las cosas más pequeñas pueden invitarnos al cumplimiento de ella.

Rábano. Con intención puso la jota griega y no el ioth hebreo, porque la jota en el griego es la décima letra, y el número diez expresa el decálogo cuyo ápice y perfección es el Evangelio.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10. Si el hombre ingenuo se avergüenza cuando se le descubre en alguna mentira y el hombre sabio cuando no cumple su palabra, ¿cómo las palabras divinas podrán subsistir sin un fin y carecer de cumplimiento? De donde concluye: "El que quebrantare uno de estos mandamientos más pequeños y enseñare así a los hombres, será considerado como pequeño en el Reino de los Cielos". Creo que el mismo Dios responde claramente esto, mostrando cuáles son los mandamientos más pequeños, diciendo: "Si alguno quebrantare uno de estos mandamientos más pequeños", esto es, de la manera que habré de decir.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 16,3-4. No dijo, pues, esto refiriéndose a las leyes antiguas, sino a las que El había de dar, a las cuales llama pequeñas, aun cuando sean grandes. Así como muchas veces había hablado de sí con humildad, también ahora habla humildemente de sus preceptos. O de otro modo: Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10. Los mandatos de Moisés son fáciles de ejecutar: no matarás, no adulterarás. La misma magnitud de estos crímenes hace rechazar el deseo de cometerlos. Por lo tanto, en la remuneración son pequeños pero en el pecado son grandes. Los mandamientos de Cristo -esto es, no te enfurezcas, no tengas deseos-, en la ejecución son difíciles, pero en el premio son grandes, aun cuando sean pequeños en el pecado. Por lo tanto, Jesucristo dictó estos mandamientos: "No te enfurezcas, no desees". Luego aquellos que cometen pecados leves son los más pequeños en el Reino de Dios. Esto es, el que se enfurezca y no cometa pecado grande, puede considerarse como libre de la pena -esto es, de la eterna condenación-, pero tampoco puede estar en la gloria que consiguen aquellos que cumplen aun estos preceptos más pequeños.

San Agustín, de sermone Domini, 1, 8. O de otro modo: aquellos preceptos que están en la ley se llaman pequeños, pero aquéllos que Jesucristo había de dictar eran grandes. Los menores mandamientos se significan por una jota o por un ápice. Aquel, pues, que los viola y enseña a otros a quebrantarlos, se llamará pequeño en el Reino de los Cielos. Y acaso tampoco pueda entrar en el Reino de los Cielos, porque allí no pueden entrar sino los grandes.

Glosa. Quebrantar es no hacer lo que rectamente entiende uno que debe hacer, o no entender lo que ha dañado, o disminuir la integridad de la adición hecha por Jesucristo.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 16,4. Cuando oigas pequeño en el Reino de los Cielos, debes creer que en ello no se significa otra cosa que el suplicio y el infierno. Reino suele llamarse no sólo la utilidad del Reino, sino el tiempo de su resurrección y la venida de Jesucristo.

San Gregorio,homiliae in Evangelia. 12. También debe entenderse por Reino de los Cielos la Iglesia, en la que el sabio que quebranta un mandamiento se llama pequeño, porque aquél cuya vida no es buena no puede esperar otra cosa que el menosprecio de su predicación.

San Hilario, in Matthaeum, 4. O llama pequeños los sucesos de la pasión y muerte del Señor, la que si alguno no confiesa -considerándola vergonzosa- será pequeño -esto es, el último y casi nulo-, pero al que la confiesa se le promete la gloria de una gran vocación en el cielo. De donde sigue: "El que hiciere, pues, y enseñare, se llamará grande en el Reino de los Cielos".

San Jerónimo. Reprende en esto a los fariseos que despreciando los mandatos del Señor, daban la preferencia a sus propias tradiciones, porque no les aprovecha la doctrina que enseñan al pueblo si prescinden de lo más pequeño que está mandado en la ley. Podemos entender esto de otra manera, creyendo que la instrucción del que enseña, aun cuando incurra en un defecto pequeño, le hace caer del punto más elevado; y no le aprovecha enseñar la justicia, que él mismo destruye, aun con la culpa más leve. La bienaventuranza es perfecta cuando se ejecuta lo que se predica.

San Agustín, de sermone Domini, 1, 8. O de otro modo: el que quebrantare aquellas cosas pequeñas (a saber, los preceptos de la ley) y enseñare así a los demás, será llamado pequeño; pero el que practica la ley aún en lo más insignificante y enseña así a los demás, no debe considerarse como grande, sino no tan pequeño como aquél que la quebranta, pues para que sea grande debe practicar y enseñar lo que Jesucristo enseña.

MATEO 5,20-22


3520 (Mt 5,20-22)

"Porque os digo en verdad, que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás: pues el que matare, reo será en el juicio. Mas yo os digo, que todo aquél que se enoja con su hermano, reo será en el juicio. Y quien dijere a su hermano raca, reo será en el concilio. Y quien dijere insensato, reo será en el infierno". (vv. 20-22)

San Hilario, in Matthaeum, 4. Con tan magnífico exordio empezó a plenificar la obra de la ley antigua y a anunciar a sus Apóstoles que no les será posible la entrada en el Reino de los Cielos si no aventajan a los fariseos en justicia. Esto es lo que manifiesta cuando dice: "Porque os digo, que si vuestra justicia no fuere mayor", etc.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 16,4. Llama justicia aquí a la virtud universal. Entiéndase en esto el aumento de la gracia. A sus discípulos los consideraba todavía como ignorantes, pero quiere que sean mejores que los maestros en el Antiguo Testamento. No llamó inicuos a los escribas y a los fariseos porque no negó que tenían justicia. Considera también que con estas cosas confirma el Antiguo Testamento delante de sus Apóstoles, comparándolo con el Nuevo, resultando el más y el menos dentro del mismo género. La justicia de los escribas y los fariseos son los mandamientos de Moisés. Los cumplimientos de aquellos mandatos son los preceptos de Jesucristo. Esto es, pues, lo que dice: Si alguno, además de los preceptos de la ley, no cumple estos preceptos míos, que ellos consideraban como pequeños, no entrará en el Reino de los Cielos; puesto que aquellos preceptos libran de la pena (debida a los transgresores de la ley), mas no llevan al Reino de los Cielos, pero éstos libran de la pena y llevan al cielo. Siendo una misma cosa quebrantar los preceptos pequeños y no cumplirlos, ¿por qué dice arriba, del que los quebranta, que se llamará pequeño en el reino de Dios, y ahora dice del que no los cumple, que no entrará en el Reino de los Cielos? Pero entiende que ser pequeño en el Reino, es lo mismo que no entrar en él y que estar en el Reino no es reinar con Cristo, sino vivir en el pueblo de Cristo. Como si dijese del que no cumple que estará entre los cristianos, pero que será un cristiano pequeño, y que el que entra en el Reino, participa del Reino con Jesucristo. Por lo tanto, éste que no entra en el Reino de los Cielos, no tendrá gloria con Jesucristo. Sin embargo, estará en el Reino de los Cielos, esto es, en el número de aquéllos sobre quienes reina Jesucristo, que es el rey de los cielos.

San Agustín, de civitate Dei, 20,9. O como dice en otro lugar: "Si vuestra justicia no fuese mayor que la de los escribas y de los fariseos", esto es, de aquéllos que no practican lo que enseñan porque de ellos ya ha dicho San Mateo: "Dicen y no hacen" (Mt 23,3) Como si dijese: si no abundase vuestra justicia de modo que no quebrantéis, sino más bien hagáis lo que enseñáis, no entraréis en el Reino de los Cielos. Antes se entendía el Reino de los Cielos donde están ambos: el que no practica lo que enseña y el que lo practica, pero el primero se llama pequeño y el segundo grande, por lo que se entiende como Reino de los Cielos a la Iglesia presente. Aquí, se entiende el Reino de los Cielos donde entra aquel que cumpla la ley. Esta es la Iglesia tal y como será en la otra vida.

San Agustín, contra Faustum, 19, 30. Este nombre de Reino de los Cielos, que con tanto interés nombra nuestro Señor, no sé si alguno lo habrá encontrado escrito en los libros del Antiguo Testamento. Propiamente hablando pertenece a la revelación del Nuevo Testamento, porque se reservaba nombrarlo a los labios de Aquel a quien prefiguraba el Antiguo Testamento para regir y gobernar a sus siervos. Este fin, al cual deben referirse los preceptos, estaba oculto en el Antiguo Testamento, aunque ajustados a él vivían los santos que veían su revelación futura.

Glosa. O esto que dice: "si no abundare", debe referirse a la inteligencia de los escribas y fariseos, no al contenido del Antiguo Testamento.

San Agustín, contra Faustum, 19, 28. Casi todo lo que el Señor aconsejó o mandó precedido de estas palabras (Mt 19,23): "Yo, pues, os digo", se encuentra en aquellos libros antiguos. Pero como no comprendían que el homicidio era otra cosa más que la destrucción de un cuerpo humano, el Señor les manifestó que todo movimiento malo que pueda contribuir a hacer daño al prójimo, debe considerarse como homicidio. Por esto añade: "Oísteis que fue dicho a los antiguos: 'No matarás".

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 11. Queriendo Jesucristo manifestar que el mismo Dios que habló en la ley es el que ahora manda en la gracia, pone a la cabeza de sus preceptos aquel que en la ley antigua se ponía el primero; esto es, antes de los prohibitivos contra el prójimo.

San Agustín, de civitate Dei, 1, 21. El precepto: "No matarás", no expresa, como opinan los maniqueos, la prohibición de arrancar una caña o matar un animal sin razón, puesto que por ordenación justísima del Creador, su vida y su muerte están sometidas a nuestras necesidades. Por ello debemos entender, que todo lo dicho se refiere al hombre: No matarás a otro, ni tampoco a ti, pues el que se mata, no hace otra cosa que matar a un hombre. De ningún modo obraron contra este mandamiento los que por orden de Dios hicieron la guerra. Ni tampoco cometen crimen aquellos que, ejerciendo la autoridad legítima, castigan a los criminales por razones justas. A Abraham, no solamente no se le consideró como culpable de crueldad, sino que más bien se le alaba con el nombre de piadoso, cuando quiso matar a su hijo por obedecer a Dios. Se exceptúan aquí aquellos a quienes Dios manda matar por mandamiento expreso, o por cumplir con la ley, o por librar a otra persona. No mata aquél que obedece al que manda, como aquellos que prestan su ayuda al que ejerce la justicia; tampoco debe considerarse como homicida a Sansón, que sucumbió bajo las ruinas con todos sus enemigos, porque el mismo Espíritu que por medio de él hacía milagros, había sido quien le había dado esta orden, aunque de una manera oculta.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 16,5. Por esto que dice: "Se ha dicho a los antiguos", manifiesta que hacía ya mucho tiempo que conocían este precepto. Dice esto, pues, para mover a los oyentes tardos a preceptos más altos. Así como si un maestro dice a su alumno perezoso animándolo al estudio: "has pasado mucho tiempo en deletrear". Por eso añade: "Mas yo os digo, que todo aquel que se enoje con su hermano, obligado será a juicio". En lo que debemos comprender la potestad del legislador. Ninguno de los antiguos había hablado así, sino de esta manera: "Esto dice el Señor". Porque aquéllos, como siervos, anunciaban las cosas que eran del Señor, pero éste, como Hijo, anuncia las cosas que son de su Padre y suyas a la vez; aquéllos predicaban a sus compañeros de servidumbre y éste dictaba leyes a sus subordinados.

San Agustín, de civitate Dei, 9,4. Dos son los pareceres de los filósofos acerca de las pasiones del alma. Los estoicos creen que las pasiones son impropias del hombre sabio; pero los peripatéticos creen que los hombres sabios pueden tener pasiones, pero moderadas y sujetas a la razón, sí como cuando se ejerce la misericordia de modo que se conserve la justicia

San Agustín, de civitate Dei, 4,5. En la doctrina cristiana no se indaga principalmente si un alma piadosa puede encolerizarse o entristecerse sino el origen de donde proceden esas impresiones.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 11. El que se encolerice sin causa, será culpable. Pues si la ira no existiera, ni la doctrina aprovecharía, ni los tribunales estarían constituidos, ni los crímenes se castigarían. Así, el que no se enfurece cuando hay causa para ello, peca. La paciencia imprudente fomenta los vicios, aumenta la negligencia e invita a obrar el mal, no sólo a los malos sino también a los buenos.

San Jerónimo. En algunos códices se añade: "Sin causa". Sin embargo, en las cosas verdaderas no hay duda y la cólera se prohíbe totalmente. Si se nos manda rogar por los que nos persiguen (Mt 5,44), queda suprimida toda ocasión de enfurecerse. No debemos incomodarnos sin causa, porque la ira del hombre no opera la justicia de Dios (Jc 1,20).

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 11. Sin embargo, la ira con causa no es ira, sino juicio, pues la cólera propiamente dicha es la alteración de una pasión. El que se enfada con causa, su ira no es de pasión, y por lo tanto juzga, no se irrita.

San Agustín, In libro retractationum, 1, 19. También debemos fijarnos en lo que significa enfurecerse con su hermano, puesto que no se enfurece con su hermano aquel que se enfurece por la culpa de su hermano. El que se enfurece con su hermano y no con su pecado, se enfurece sin causa.

San Agustín, de civitate Dei, 14, 9. Nadie que tenga su juicio cabal, podrá decir que se enfurece aquel que se incomoda con su hermano para que se corrija. Estos movimientos, que provienen del amor del bien y de la santa caridad, no pueden llamarse vicios, puesto que están en armonía con la recta razón.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 11. Yo creo que Jesucristo no habla aquí de la ira carnal, sino de la ira espiritual. La carne no puede obedecer sin conturbarse. Cuando el hombre se enfurece y no quiere hacer aquello que la ira le impulsa, su carne se enfurece, pero su alma queda en paz.

San Agustín, de sermone Domini, 1, 9. Así, pues, en este primer mandamiento se trata de una cosa sola: la ira. En el segundo se trata de dos: la ira y la voz que la expresa, como se dice en estos términos: "Y el que dijere a su hermano raca, obligado será en el concilio". Algunos han querido tomar del griego la significación de esta palabra, creyendo que la palabra raca quiere decir andrajoso, puesto que en griego la palabra racos quiere decir andrajoso. Es más probable que sea una voz sin significado alguno, pero manifestando la alteración de un alma indignada. Los gramáticos llaman a estas voces interjecciones, como cuando se dice por uno que padece: "¡Ay!"


San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 16,7. También la palabra raca puede ser una palabra de desprecio o de ultraje, como cuando nosotros decimos, o a los criados, o a los que son más jóvenes que nosotros: "Marcha tú, dile tú". Y así, los que conocen la lengua siríaca, ponen la palabra raca en lugar de tú. El Señor, pues, quiso arrancar hasta los defectos más pequeños, y por ello nos manda que nos respetemos mutuamente.

San Jerónimo. O bien raca es una palabra hebrea y quiere decir vano o hueco, a quien no podemos llamar con la injuria vulgar, sin cerebro. Y con intención añade: "El que dijere a su hermano": nuestro hermano, pues, no puede ser otro que aquel que tiene un mismo padre que nosotros.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 11. No es propio llamar hombre vacío a aquel que tiene en sí al Espíritu Santo.

San Agustín, de sermone Domini, 1,9. En tercer lugar, se significan tres cosas: la ira, la voz que significa la ira y la expresión del vituperio. Por ello sigue: "Y quien dijere insensato, quedará sujeto al fuego del infierno". Hay gradación en estos pecados. Primero, cuando uno se enfurece y retiene el movimiento concebido en el corazón y si esfuerza la voz sin significación precisa, pero que por su fuerza es signo de la emoción, hay un grado más que en la cólera que calla. Pero aun es más si expresa una palabra ciertamente injuriosa.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 11. Así como ninguno que tiene el Espíritu Santo puede llamarse vacío, así ninguno que conoce a Jesucristo puede llamarse fatuo. Pero si la palabra raca significa vacío en cuanto al sentido de la palabra, lo mismo quiere decir fatuo que raca. Se diferencia, sin embargo, en cuanto al fin que se propone el que dice esta palabra. Raca era una palabra vulgar entre los judíos, la cual pronunciaban, no por ira ni por odio, sino por algún movimiento vano. La decían, pues, más bien como para expresar confianza que injuria. Pero si no se dice por causa de rabia, ¿qué clase de pecado es? Porque se dice con el deseo de disputa, no de edificación; si, pues, no debemos decir aun las buenas palabras sino para edificar a los demás, ¿cuánto más aquello que en sí ya es malo por naturaleza?

San Agustín, de sermone Domini, 1,9. Fijémonos ahora en las tres clases de pena: el juicio, el Sanedrín y el fuego eterno, grados con los cuales subimos de lo más leve a lo más grave; pues en el juicio aun hay lugar a defenderse. Al Sanedrín pertenece la pronunciación de la sentencia, cuando los jueces convienen entre sí en la clase de castigo que haya de aplicarse, y en el fuego eterno ya se expresa claramente la condenación y la pena del culpable. De donde se ve cuán grande es la diferencia que hay entre la justicia de Jesucristo y la de los fariseos. Entre éstos la muerte de otro hace reo de juicio, y Aquél lo hace reo de juicio por la ira, de cuyas tres cosas ésta es la más leve.

Rábano. El Señor llama aquí infierno al tormento del infierno, cuyo nombre creen que lo tomó de un valle consagrado a los ídolos, y que está cerca de Jerusalén, lleno en otro tiempo de cadáveres, que, según leemos en el libro de los Reyes, Josías profanó.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 16,8. Es la primera vez que pronuncia el nombre de infierno después que antes había hablado del Reino de los Cielos, manifestando que El nos da éste por su amor, el otro por nuestra desidia. A muchos les parece demasiado fuerte eso de padecer por una sola palabra una pena tan grande, por lo que algunos dicen: "Que esto se expresa de una manera hiperbólica". Pero me temo que, interpretando mal estas palabras, suframos allí el último suplicio. No creas que esto es duro, porque la mayor parte de las penas y de los pecados proceden de las palabras. Las palabras insignificantes inducen muchas veces al homicidio y han destruido ciudades enteras. No consideres como cosa pequeña el llamar a tu hermano necio, puesto que le quitas la prudencia y el entendimiento, por los cuales somos hombres y nos diferenciamos de los animales Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 11. O será reo del Sanedrín, esto es, no pertenecerá al concilio de aquéllos que se reunieron contra Jesucristo, como interpretan los Apóstoles en sus cánones.

San Hilario, in Matthaeum, 4. O bien el que trata como vacío al que está lleno del Espíritu Santo, se hace reo ante el concilio de los santos, como si hubiere de pagar la ofensa hecha al Espíritu Santo, con la reprensión de jueces santos.

San Agustín, de sermone Domini, 1, 9. Alguno me preguntará: ¿con qué suplicio más grave se castiga el homicidio, si la injuria ya se castiga con el fuego del infierno? Obliga a comprender que hay varios infiernos.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 16. El juicio y el Sanedrín son penas que se padecen en esta vida, y el fuego del infierno es la pena que se padece en la otra; por ello pone el juicio de la ira, para manifestar que no es posible que el hombre viva absolutamente sin pasiones, pero que le es posible enfrentarlas y por lo tanto, no la fijó una pena determinada, para que no apareciese que la prohibía totalmente. El Sanedrín lo cita ahora como juicio de los judíos, para que no se crea que innova en todo.

San Agustín, de sermone Domini, 1, 9. En estas tres sentencias debe observarse que hay palabras que se sobreentienden, exceptuada la primera, que tiene todas las palabras: "El que se enfurece, dijo, contra su hermano" (sin causa, según algunos); en la segunda, cuando dice: "Pero el que dijese a su hermano raca" (se entiende sin causa), y en la tercera, cuando dice: "Pero el que dijese fatuo", da a entender dos cosas: a su hermano y sin causa. Y esto es con lo que se defiende aquel dicho del Apóstol, que llama necios a los de Galacia, a quienes también denomina hermanos. No hace, pues, esto sin causa.


Catena aurea ES 3514