Catena aurea ES 3601

MATEO 6,1


3601 (Mt 6,1)

"Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos de ellos. De otra manera no tendréis galardón de vuestro Padre, que está en los cielos". (v. 1)

Glosa. Después que Jesucristo perfeccionó la ley en cuanto a los preceptos, empezó a perfeccionar las promesas, a fin de que cumplamos los preceptos de Dios por el premio celestial, no por las recompensas de la tierra que la ley prometía. Todas las cosas terrenas se reducen principalmente a dos, a saber: a la gloria humana y a las riquezas, y parece que ambas cosas están prometidas en la ley. En cuanto a la gloria humana, se dice en el Deuteronomio: "El Señor te hará el más excelso de todas las gentes que hay sobre la tierra" (Dt 28,1) De la abundancia de los bienes temporales dice en el mismo libro: "El Señor te hará abundante en toda clase de bienes" (Dt 6,11), y por lo mismo el Señor excluye estas dos clases de bienes de la intención de los fieles, a saber, las glorias y la abundancia de bienes terrenos.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 19. Pero debe tenerse en cuenta que el deseo de la gloria está cerca de los virtuosos.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 13. Cuando se hace alguna cosa que nos sirve de gloria, allí encuentra el hombre con más facilidad ocasión de gloriarse. Y por ello el Señor separa el pensamiento de la gloria en primer lugar. Comprendió que entre todos los defectos humanos el más peligroso para los hombres era éste: cuando todos los males mortifican a los hijos del diablo, el deseo de la vanagloria mortifica más bien a los hijos de Dios que a los hijos del demonio.

Próspero, ad Agustinum Hipponensem, epístolas, 318. Cuánto poder tenga para hacer daño el deseo de la vanagloria, nadie lo conoce mejor que aquel que le declara la guerra. Porque aunque le es fácil a cada uno no buscar su propia alabanza cuando ésta se niega, con todo, difícil es no complacerse en ella cuando se ofrece.

Sam Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 19,1. Es necesario fijarse mucho en su entrada, no de otro modo que si hubiéramos de tenernos en guardia contra una fiera, presta a arrebatar a aquel que no la vigila. Entra con silencio y destruye por medio de los sentidos todas las cosas que encuentra en el interior.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 19. Y por lo mismo nos ordena evitar eso con mucha cautela, diciendo: "Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres". Debemos fijarnos en nuestro corazón. La serpiente que debemos observar es invisible, entra en secreto y seduce. Mas si esta invasión del enemigo ha sucedido a la inocencia de un corazón puro, bien pronto conoce el justo que sufre las influencias de un espíritu extraño, pero si el corazón está lleno de iniquidades no comprende fácilmente las sugestiones del demonio. Y por ello dice Jesucristo: "No te ensoberbezcas, no desees", etc. ; porque el que está sujeto a estos males, no puede fijarse en las tendencias de su corazón. ¿Pero cómo puede suceder, que hagamos limosnas y no las hagamos en presencia de los hombres? Y si se hace, ¿cómo dejaremos de percibirlo? Y si un pobre se nos presenta estando otro delante, ¿cómo le daremos limosna a escondidas? Llamarlo aparte sería declarar la limosna. Pero considera que nuestro Señor no ha dicho tan solamente: "En presencia de los hombres", sino que añade: "Para que seáis vistos por ellos". El que no procura ser visto por los hombres, aun cuando haga algo en presencia de los hombres, no puede decirse que obra en presencia de ellos. El que hace algo por Dios no ve a nadie en su corazón más que al mismo Dios, por quien hace aquello, así como el artista tiene siempre presente a aquella persona que le encargó la obra en que se ocupa.

San Gregorio Magno, Moralia, 8, 3. Si, pues, buscamos la gloria del Dador Supremo, para su sola mirada es el espectáculo de las buenas obras aun hechas en público; pero si buscamos nuestra alabanza por medio de ellas, ya pueden considerarse también como publicadas fuera de su mirada, aun cuando sean ignoradas por muchos. Es propio de personas perfectas que, cuando una obra se hace en público, se busque la gloria de su autor, no alegrándose de la gloria individual que de ahí resulte. Mas como los débiles no saben sobreponerse despreciándola, es necesario que oculten el bien que hacen.

San Agustín, de sermone Domini, 2, 1. Por estas palabras: "Para que seáis vistos por ellos", no añadiendo nada, se evidencia que en esto prohibió que pongamos en ello el fin de nuestro propósito, porque el Apóstol dice a los fieles de Galacia: "Si yo me dedicase a agradar a los hombres, no podría ser siervo de Dios" (Ga 1,10) En otro lugar dice a los fieles de Corinto: "Yo agrado a todos en todas las cosas" (1Co 10,33); lo cual no hace por agradar a los hombres sino por agradar a Dios, a cuyo amor quería convertir los corazones de los hombres, que es lo que buscaba, agradándoles así, como significaría decir: "En los trabajos con que busco la nave, no es la nave lo que busco, sino la patria".

San Agustín, sermones 54,3-4. Dice también nuestro Señor: "Para que seáis vistos por ellos", porque hay algunos que obran las cosas justas delante de los hombres, de tal modo que no desean ser vistos por ellos, sino que sean vistas sus obras y sea glorificado el Padre que está en los cielos. No buscan, pues, su gloria, sino la de Aquél en cuya fe viven.

San Agustín, de sermone Domini, 2, 1. Respecto a esto, también añade: "De otra manera no tendréis premio alguno delante de vuestro Padre que está en los cielos", con lo cual no demuestra ninguna otra cosa sino que no debemos buscar la alabanza humana como premio de nuestras buenas obras.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 13. ¿Qué esperarás recibir de Dios, tú que nada has dado a Dios? Lo que se hace por Dios se ofrece a Dios y El lo recibe; lo que se hace por los hombres, se convierte en aire. ¿Qué clase de sabiduría es dar las cosas a cambio de palabras vanas y despreciar el premio de Dios? Considera que aquel de quien esperas la alabanza, como sabe que tú estás obligado a hacer aquello por Dios, más bien se burlará de ti antes que alabarte. Y aquel que hace las cosas con pleno conocimiento por los hombres, manifiesta que ha obrado así por los mismos hombres. Si viene algún pensamiento vano sobre el corazón de alguno, deseando aparecer bien delante de los hombres, y el alma, que así lo comprende, lo contradice, aquél no ha hecho esto por los hombres, porque lo que ha pensado es una pasión de su propia carne, y lo que ha elegido es la sentencia de su alma.

MATEO 6,2-4


3602 (Mt 6,2-4)

"Y así cuando haces limosna, no hagas tocar la trompeta delante de ti, como los hipócritas hacen en la Sinagoga y en las calles para ser honrados por los hombres. En verdad os digo, recibieron su galardón. Mas tú, cuando hagas limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha, para que tu limosna sea en oculto; y tu Padre que ve en lo oculto, te premie". (vv. 2-4)

San Agustín, de sermone Domini,. 2, 2. El Señor con estas palabras: "Cuidad que vuestra justicia no. . " etc. (Mt 6,1), comprende todas las obras buenas en general; pero ahora se explica por partes.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 13. Pone tres bienes fuertes, a saber: la limosna, el ayuno y la oración, contra tres males, en contraposición a los que nuestro Señor quiso ser tentado. Pelea en favor nuestro contra la gula en el desierto, contra la avaricia en el monte y contra la vanagloria sobre el templo. La limosna que distribuye, es contraria a la avaricia que amontona, el ayuno es contrario a la gula porque es tu enemigo, la oración es contraria a la vanagloria, único mal que sale del bien, mientras que todos los otros males salen del mal, y por lo tanto no se destruye por medio de lo bueno, sino que más bien se fomenta. No puede haber, pues, un remedio mejor contra la vanagloria que la oración.

Ambrosiaster, Comm. in Tim 4,8. La misericordia y la piedad son el compendio de toda la disciplina cristiana, y por eso empieza por la limosna, diciendo: "Y así, cuando hagas limosna, no toques la trompeta delante de ti".

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 12. Se entiende por trompeta toda acción o palabra con que se demuestra jactancia por alguna obra buena, como sucede cuando uno da limosna, fijándose en alguien que tenga delante, o cuando se lo dice a otro, o cuando se lo da a persona que pueda devolvérsela. Si no fuera por estas causas no lo haría, mas aun cuando lo hiciere en un lugar secreto, pero con el propósito de que aquello le sirva de alabanza, aún toca la trompeta.

San Agustín, de sermone Domini, 2, 2. Estas palabras: "No toques la trompeta delante de ti", se refieren a estas otras: "Cuidaos de no hacer vuestra justicia delante de los hombres".

San Jerónimo, commentarium in Matthaeum, 6. El que toca la trompeta cuando hace alguna limosna es un hipócrita, y por esto añade: "Así como hacen los hipócritas".

Glosa. Quizás procuraban reunir al pueblo cuando hacían algo bueno para que todos fueran a ese espectáculo.

San Isidoro, etymilogia, 10. El nombre de hipócrita procede de aquella clase de hombres que entran en los espectáculos con la cara tapada, pintándola de diversos colores, con el fin de asemejarse a la persona que fingen y de la cual simulan el exterior, tomando delante del pueblo y de los juegos públicos, ora la máscara de hombre, ora la de mujer.

San Agustín, de sermone Domini, 2, 2. Así como los hipócritas (esto es, los simuladores), desempeñan el papel de otro (no es, pues, el que hace los oficios de Agamenón el verdadero Agamenón, sino el que lo remeda), así en las iglesias y en la vida humana, todo aquel que quiere aparentar lo que no es, se llama hipócrita. Simula ser justo y no lo prueba el que coloca todo su mérito en la alabanza de los hombres.

Glosa. Y por lo tanto, se refiere a los lugares públicos cuando dice: "En sinagogas y en las calles", y el fin que se propone cuando añade: "Para ser honrado por los hombres".

San Gregorio Magno, Moralia, 31, 11. Debe saberse que hay algunos que tienen hábito de santificación, y sin embargo, no pueden alcanzar el mérito de la perfección. A éstos no se les puede considerar como incluidos en el número de los hipócritas, porque una cosa es pecar por fragilidad, y otra es pecar por astuta ficción.

San Agustín, de sermone Domini, 2,2. Los que pecan por simulación no recibirán el premio de Dios que ve sus corazones, sino el castigo de la falsedad. Y por esto añade: "En verdad os digo recibieron su galardón".

San Jerónimo. No la recompensa de Dios, sino su recompensa. Fueron alabados por los hombres, por quienes ejercieron las virtudes.

San Agustín, de sermone Domini, 2, 2. Esto se refiere a aquello que dijo antes: "De otro modo no tendréis premio ante vuestro Padre celestial". Por lo tanto, no hagas limosna como otros la hacen, sino como debe hacerse, según se nos manda oportunamente, cuando Jesucristo dijo: "Mas tu, cuando haces limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha".

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 19,2. Esto se dice por sobreabundancia, como si dijese: Si es posible, que tú mismo lo ignores y que tus mismas manos desconozcan lo que haces, así debes practicarlo cuidadosamente.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 13Los Apóstoles interpretan este pasaje en el libro de los cánones, de este modo: la derecha es el pueblo cristiano, que está a la derecha de Jesucristo, y la izquierda es todo pueblo que está en la parte opuesta. Esto quiere decir que el cristiano (que es la derecha) no haga la limosna de modo que el infiel (que es la izquierda) lo vea.

San Agustín, de sermone Domini, 2,2. Parece inferirse de esta doctrina que ninguna culpa debe haber en querer agradar a los fieles y sin embargo se nos prohíbe fijar el fin de nuestras buenas obras en la alabanza de los hombres, sean quienes fueren. Si es para que vuestras obras, agradando a los hombres, los estimule a imitarlas, debéis practicarlas no sólo en presencia de los creyentes sino también de quienes no creen. Si con otros entiendes por izquierda al enemigo, y piensas que eso significa que no debe saber tu enemigo cuándo haces limosna, ten presente que el mismo Señor sanó caritativamente a los hombres en presencia de los judíos. Además, ¿cómo puede eso concordar con el precepto que nos manda dar limosna aun a nuestro enemigo (Pr 25,21): "Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer"? La tercera opinión es hasta ridícula, porque es la de aquellos que dicen que con el nombre de izquierda debe entenderse la mujer de cada uno, y como en los asuntos familiares las mujeres suelen estar más dedicadas a la administración del dinero, debe el marido ocultarlo cuando hace alguna limosna a algún pobre, para evitar las discusiones domésticas. Este precepto no se ha dado sólo para los hombres sino también para las mujeres. Cuando se manda ocultar la limosna ante la mujer propia, que según esto, significa la mano izquierda, ¿podremos decir también que cuando se manda esto mismo a la mujer, es porque el marido es también la mano izquierda de ella? Lo cual, si alguno lo estima como verídico, no considera que está mandado a los casados el ganarse mutuamente por medio de sus buenas costumbres, y que por ello no deben ocultarse sus buenas obras, como tampoco deben hacerse robos con el fin de agradar a Dios.

Sin embargo, si en alguna ocasión debe ocultarse alguna cosa, porque el otro no podría ver aquella buena obra con buenos ojos por efecto de su debilidad, no podemos decir que esto se hace de una manera ilícita. No parece, pues, que deba entenderse fácilmente a la mujer como la mano izquierda, porque en todo el capítulo no lo da a entender, ni tampoco se presenta ocasión en la cual deba llamarse izquierda. Lo que se ha culpado en los hipócritas (porque buscan las alabanzas de los hombres), esto es lo que se te prohíbe hacer. Por lo tanto, debe entenderse como izquierda la complacencia por la alabanza, y por derecha la intención de cumplir los preceptos divinos. Cuando el deseo de la alabanza humana se mezcla en la conciencia del que obra con el de dar la limosna, la conciencia de la derecha se hace izquierda. Ignore, pues, la izquierda, esto es, no se mezcle en tu conciencia el deseo de la humana alabanza. Nuestro Señor prohíbe con mucha más razón que sólo la mano izquierda haga las buenas obras, que el que se mezcle en las acciones de la mano derecha. El fin que se propone cuando dijo esto, lo manifiesta cuando añade: "Para que tu limosna sea en oculto", esto es, en la buena conciencia, la que no puede mostrarse ante los ojos humanos, ni tampoco manifestarse por medio de las palabras, porque entonces habría muchos que mentirían en muchas cosas. Tu propia conciencia te basta para obtener el premio, si esperas el premio de Aquel, que únicamente puede inspeccionar tu conciencia. Y esto es lo que añade: "Y tu Padre que ve en lo oculto, te premiará". Muchos ejemplares latinos dicen: "Te premiará públicamente".

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 13Es imposible que Dios deje en la oscuridad la obra buena de un hombre. En esta vida la manifiesta y en la otra la glorifica, porque la gloria es de Dios. Así como el diablo manifiesta lo malo en todo aquello en que resalta el valor de su malicia. Con toda propiedad publica el Señor toda obra buena en la otra vida, porque allí las obras buenas no son comunes a los buenos y a los malos. Y por lo tanto, aquel a quien Dios premia allí, es porque lo ha merecido con toda justicia. El premio de la justicia no se conoce en este mundo, porque aquí no sólo los buenos sino también los malos son ricos.

San Agustín, de sermone Domini, 2, 2. Pero en los ejemplares griegos, que son anteriores a los latinos, no encontramos la palabra palam.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 19,2. Si quieres tener espectadores de las cosas que haces, helos aquí: no sólo los ángeles y arcángeles, sino también el mismo Dios del universo.

MATEO 6,5-6


3605 (Mt 6,5-6)

"Y cuando oráis, no seréis como los hipócritas que aman el orar en pie en la sinagoga, y en los cantones de las plazas, para ser vistos de los hombres. En verdad os digo, recibieron su galardón. Mas tú cuando orares, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre, en secreto: Y tu Padre que ve en lo secreto, te recompensará". (vv. 5-6)

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 13. Dice Salomón: "Antes de la oración prepara tu alma" (Si 18,23) Que es precisamente lo que hace el que habiendo dado limosna viene a hacer oración. Las buenas obras mueven la fe del corazón y dan confianza al alma para dirigirse a Dios. Luego la limosna es la preparación de la oración. He ahí por qué el Señor nos instruye acerca de la oración inmediatamente después de habernos instruido sobre la limosna.

San Agustín, de sermone Domini, 2, 3. No nos dice precisamente ahora que oremos, sino que nos dice cómo debemos orar, así como antes nos ha enseñado, no que demos limosna, sino cómo debemos darla.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 13. Es la oración una especie de tributo espiritual que el alma ofrece a Dios de lo más íntimo de sus entrañas. Cuanto más gloriosa es, con tanta más cautela debe cuidarse que no se envilezca por ser hecha a causa de los hombres. Y por ello dice: "Cuando oréis, no seáis como los hipócritas".

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 19,2. Llama hipócritas a todos aquellos que, fingiendo orar delante de Dios, atienden sólo a los hombres, y por ello añade: "Que aman orar en las sinagogas. "

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 13. Yo creo que esto que dice el Señor, no se refiere al lugar en que oran, sino al fin que se proponen cuando oran. Siempre es muy laudable el orar en unión de muchos fieles, según aquello que se ha dicho en el Salmo: "Bendecid al Señor en las iglesias" (Ps 67,27) El que ora así para ser visto por los hombres no atiende a Dios sino a los hombres, y por lo tanto ora en las iglesias con este fin. Pero de aquel que sólo mira en su oración a Dios, aun cuando ore en la iglesia, sin embargo parece que ora en secreto. Prosigue: "Y en los ángulos de las plazas", para que se crea que oran escondidos, y así son alabados doblemente: lo uno porque oran, y lo otro porque oran ocultamente.

Glosa. Y por ángulos de las plazas se entienden aquí aquellos sitios en que se cruzan dos o más calles, formando lo que se llama una encrucijada.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 13. Con este fin prohíbe el Señor que se ore en unión de otros, cuando el que ora se propone ser visto por los demás. Y por esto añade: "Para ser visto por los hombres". El que ore no haga ninguna cosa nueva que llame la atención de los hombres, como clamar, darse golpes de pecho o extender los brazos.

San Agustín, de sermone Domini, 2,3. No es un pecado el ser visto por los hombres, sino el hacer esto con el fin de ser visto por los hombres.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 19,3. Siempre es bueno separarse de la vanagloria, especialmente cuando se está en oración. Si aparte de este defecto tenemos el de dejarnos llevar de pensamientos y entramos a orar en la iglesia con tal enfermedad, ¿cómo entenderemos lo que se nos dice?

San Agustín, de sermone Domini, 2,3. Debemos huir cuanto nos sea posible de que los hombres conozcan que hacemos esto, con el fin de esperar el fruto de agradar a los hombres, y por esto añade: "En verdad os digo, recibieron su galardón".

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 13. Cada uno en donde siembra, allí recoge. Por lo tanto, los que oran por los hombres y no por Dios, no serán alabados por Dios sino por los hombres.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 19,3. Dice, pues, el Señor: "Recibieron su galardón", aun cuando Dios quisiera darles la recompensa que parte de El, pero ellos han preferido usurpar la que procede de los hombres. Añade la manera con que debemos orar, diciendo: "Mas tú, cuando orares, entra en tu aposento, y, cerrada la puerta, ora a tu Padre en secreto".

San Jerónimo. Esto instruye simplemente el entendimiento del que lo escucha para que huya de la vanagloria en la oración.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 13. A fin de que no haya allí más que el que ora, y aquel a quien ora. El testigo grava al que ora, no lo favorece.

Cipriano, de oratione Domini, 6. El orar en sitios ocultos conviene más a la fe, para que sepamos que Dios está presente en todas partes y que penetra aun en lo más oculto con la plenitud de su Majestad.

San Juan Crisóstomo. Podemos también entender por puerta de la casa la boca del cuerpo, para que no oremos al Señor con una voz clamorosa sino en el secreto de nuestro corazón, por tres causas: primero, porque Dios, oyente del corazón, no debe llamarse a gritos sino aplacarse por medio de una conciencia recta; segundo, porque no conviene que otro conozca tus oraciones secretas, sino sólo tú y Dios; tercero, porque cuando rezas fuerte, no permites que ore al que está junto a ti.

Casiano, Collationes, 9, 35.

Debemos orar con sumo silencio, a fin de que nuestros enemigos que nos rodean, sobre todo cuando oramos, ignoren la intención de nuestras oraciones.

San Agustín, de sermone Domini, 2,3. Por nuestros aposentos deben entenderse nuestros corazones, de quienes se dice en el Salmo: "Lo que decís en vuestros corazones, lloradlo en vuestros aposentos" (Ps 4,5) La puerta es el sentido de la carne. Fuera están todas las cosas temporales que penetran por medio de los sentidos del cuerpo a nuestro pensamiento, y muchas veces una multitud de vanas teorías distraen a los que oran.

San Cipriano, de oratione Domini, 6. ¿Qué abandono es ése, de divagar y dejarse llevar de pensamientos ineptos y profanos cuando habláis a Dios, como si existiese algún pensamiento que mereciera más vuestra atención que considerar que es con Dios con quien hablas? ¿Cómo deseas ser oído por el Señor, cuando tú mismo no te oyes? Esto es no precaverse del enemigo. Esto es ofender al Señor por la negligencia en la oración.

San Agustín, de sermone Domini, 2,3. Debe cerrarse la puerta, esto es, debe resistirse a la tentación carnal, para que la oración espiritual se dirija al Padre, y por eso se hace en lo íntimo del corazón donde se ruega al padre en lo escondido. Y por ello sigue: "Y tu Padre que ve en el secreto, te dará la retribución".

Remigio. Este es el sentido: sea suficiente para ti que sólo conozca tu oración Aquel que conoce el secreto de todos los corazones, porque el único que puede oíros, es el mismo que ve el fondo de vuestra alma.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 19,3. No dijo: "Dará gratis", sino: "Te recompensará", porque El se constituye a sí mismo tu deudor.

MATEO 6,7-8


3607 (Mt 6,7-8)

"Y cuando oréis, no habléis mucho como los gentiles. Pues piensan que por mucho hablar serán oídos. No queráis, pues, asemejaros a ellos: porque vuestro Padre sabe lo que habéis menester antes que lo pidáis". (vv. 7-8)

San Agustín, de sermone Domini, 2,3. Así como es propio de los hipócritas manifestarse para que los vean en la oración, cuyo fin no es otro que agradar a los hombres, así también los gentiles (esto es, los paganos) creen que cuando hablan mucho podrán ser oídos. Y por esto añade: "Y cuando oréis no habléis mucho".

Casiano, Collationes, 9, 36. Se debe orar con frecuencia y brevemente, no sea que deteniéndonos demasiado, pueda el enemigo introducir algo en nuestro corazón.

San Agustín, Ad Probam, epístola 130,10. No es orar hablando mucho, como piensan algunos, el orar largo tiempo. Una cosa es hablar mucho y otra cosa es un afecto prolongado. Del mismo Dios se ha escrito que pasaba las noches en oración (Lc 6), y que rezaba por mucho tiempo (Lc 22), para darnos ejemplo. Se dice que nuestros hermanos de Egipto tienen frecuentes oraciones, pero muy cortas, y jaculatorias pronunciadas de un modo secreto, temerosos de que la intención, que tan necesaria es al que ora, no pueda prolongarse mucho tiempo con la energía de su fervor. Con esto nos enseñan que no debe violentarse ese movimiento del alma para hacerlo durar mucho tiempo, ni interrumpirlo bruscamente si quiere continuar. Lejos de la oración las muchas palabras, pero no falte la oración continuada si la intención persevera fervorosa. Hablar mucho en la oración es tratar una cosa necesaria con palabras superfluas. Orar mucho es pulsar con ejercicio continuado del corazón, a Aquel a quien suplicamos. Pues, de ordinario, este negocio se trata mejor con gemidos que con discursos, mejor con lágrimas que con palabras.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 19,3-4. El Señor nos disuade con esto de la mucha conversación cuando oramos, como sucede cuando no le pedimos cosas convenientes, como son la adquisición del poder, la gloria, vencer a los enemigos y la abundancia de dinero. Aquí nos manda también no hacer oraciones largas. Digo largas no por el tiempo, sino por la multitud de aquellas cosas que se piden. Sin embargo, conviene que perseveren en la oración, según estas palabras del Apóstol: "Insistentes en la oración" (Col 4,2) No porque el Apóstol haya querido que compusiésemos las oraciones de diez mil versos, sino que las anunciásemos con el corazón. Lo cual indica en secreto, cuando dice: "No habléis mucho".

Glosa. Condena el mucho hablar en la oración, porque esto proviene de la infidelidad. Y por ello sigue (Rm 12,12): "Como lo hacen los gentiles". Para los gentiles era necesaria la multiplicación de palabras, porque los demonios no sabían lo que ellos pedían, si no lo aprendían de sus mismas palabras. Creen, por lo tanto, que cuando hablan mucho son oídos.

San Agustín, de sermone Domini, 2, 3. Y en verdad toda conversación larga proviene de los gentiles, que cuidan más bien de ejercitar la lengua que de cambiar de vida cambiando de modo de pensar, y esta clase de preocupación intentan llevarla hasta a la oración.

San Gregorio Magno, Moralia, 1, 14. Pero en verdad, orar es amar en la compunción del suspiro, y no dejarse oír por medio de palabras adornadas. Y por lo tanto se añade: "Pues no queráis asemejaros a ellos".

San Agustín, de sermone Domini, 2,3. Si es verdad que la multitud de palabras no tiene otro motivo que la ignorancia de aquel a quien se habla, ¿qué necesidad hay de esto con relación al que conoce todas las cosas? Por lo que añade: "Sabe vuestro Padre lo que habéis menester, antes que lo pidáis".

San Jerónimo. Aquí se deja ver cierta herejía de algunos filósofos, que habían formulado este dogma impío: si conoce el Señor qué es lo que pedimos, y antes que lo pidamos sabe qué necesitamos, en vano pedimos al que ya conoce nuestras necesidades. A éstos debe responderse que nosotros no es que contamos a Dios nuestras cosas, sino que rogamos. Una cosa es enseñar al que ignora, y otra cosa es pedir a aquel que ya conoce nuestras necesidades.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 19,4. No oras para enseñar, sino que te arrodillas para que te hagas amigo de Dios por la continuación de tu súplica, para que te humilles en su presencia y para que te acuerdes de tu pecado.

San Agustínde sermone Domini, 2,3. Y en verdad que no debemos hacer nada con las palabras en presencia de Dios para alcanzar lo que nos proponemos, sino con las cosas que hacemos con buen fin, recta intención, puro amor y sencillo afecto.

San Agustín Ad Probam, epístola 130,9. En ciertas ocasiones también rogamos a Dios con palabras, de modo que por medio de las cosas que vamos pidiendo nos aconsejemos a nosotros mismos, y nos hagamos notar cuanto pedimos en nuestros deseos, y nos movamos más intensamente a crecer en esto, no sea que por diversas distracciones se enfríe totalmente lo que empezaba a calentar, y extinga del todo sin haber llegado a quemar con fuerza. Así pues, nos son necesarias las palabras, porque por medio de ellas nos enardecemos y conocemos lo que pedimos, y no porque creamos que con ellas habremos de enseñar a Dios, ni le habremos de inclinar a que nos conceda lo que le pedimos.

San Agustín, de sermone Domini, 2,3. Pero debe muchas veces buscarse si es más conveniente orar con las acciones o con las palabras. Es así que la oración siempre es necesaria, aun cuando Dios ya conoce lo que necesitamos, porque el mismo fin de la oración tranquiliza y purifica nuestra alma, nos hace más capaces de recibir los divinos beneficios que muchas veces se nos conceden de una manera espiritual. No nos oye el Señor por las muchas oraciones, aun cuando siempre está preparado a dispensarnos sus luces, pero nosotros no siempre estamos preparados para recibirlas, cuando nos inclinamos a otras cosas. En la oración se verifica la conversión del alma hacia Dios y la purificación del ojo interior. Puesto que se excluyen de él las cosas temporales que se deseaban, a fin de que la fuerza de un corazón puro pueda soportar una luz pura y permanecer en ella con el mismo gozo que se disfruta en la eterna vida.

MATEO 6,9


3606 (Mt 6,9)

"Vosotros, pues, así habéis de orar: Padre nuestro que estás en los cielos. Santificado sea tu nombre". (v. 9)

Glosa. Entre los consejos saludables y divinos, con que Dios procura la felicidad de los que creen, les propuso una forma de orar, y les compuso oraciones en breves palabras, con el objeto de que haya confianza en alcanzar lo que quiere que se le pida con brevedad. Y por ello dice: "Padre nuestro que estás en los cielos".

San Cipriano, de oratione Domini. El que nos dio la vida nos enseñó a orar para que cuando hablamos al Padre por medio de la oración que nos enseñó el Hijo, seamos oídos con más facilidad. Es una oración amigable y familiar el rogar a Dios con su propia oración. Conoce el Padre las palabras de su Hijo cuando le rogamos, y como lo tenemos por Abogado ante el Padre por nuestro pecados (1Jn 1), cuando los pecadores rogamos por nuestros delitos debemos tomar las palabras de nuestro abogado.

Glosa. No oramos solamente con estas palabras, sino que también oramos con otras, concebidas en el mismo sentido, con las que se enfervoriza nuestro corazón.

San Agustín, de sermone Domini, 2, 4. Como en toda petición se debe empezar por ganarse la benevolencia de aquel a quien rogamos, y después debe decirse lo que pedimos. La benevolencia suele conciliarse por medio de la alabanza de aquel a quien se dirige la oración, y se acostumbra a ponerla en el principio, en el cual Nuestro Señor no nos mandó decir nada más que: "Padre nuestro que estás en los cielos". Se han dicho muchas cosas en alabanza del Señor, pero no se encuentra precepto alguno dado al pueblo de Israel para que dijese: "Padre nuestro", sino que siempre se les habló del Señor, manifestándoles que Dios era para ellos como un Señor a sus siervos y como un padre para sus hijos. Pero hablando del pueblo cristiano, dice el Apóstol que recibió el espíritu de adopción, según el cual clamamos: "¡Abba!" (Padre) (Rm 8,15), lo cual no es propio de nuestros méritos sino de la gracia que nos hace decir en la oración "Padre". Con ese nombre se enciende la caridad en nuestras almas (porque, ¿qué cosa más amable para los hijos que un padre?), con un sentimiento de afectuosa inspiración y una cierta confianza en la súplica, cuando decimos a Dios: "Padre nuestro". ¿Qué no dará a los hijos que le piden, cuando les ha concedido antes el que puedan ser hijos suyos? En fin, ¿con qué cuidado no mueve el alma, para que el que diga: "Padre nuestro", no sea indigno de tan gran Padre? También se advierte a los ricos con esto, y a los que son de noble linaje, que cuando se hagan cristianos no se llenen de soberbia contra los pobres y contra los desgraciados, puesto que, lo mismo que ellos, dicen al señor: "Padre nuestro", lo cual no pueden decir piadosa y verdaderamente si no los reconocen como hermanos.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 19,4. ¿Qué daño puede venir del parentesco con un inferior, cuando con el superior todos estamos unidos? Por ese solo nombre de Padre confesamos el perdón de los pecados, y la adopción, y la herencia, y la fraternidad respecto de su Unigénito, y el don del Espíritu Santo, porque ninguno puede dirigir ese nombre a Dios sino el que ha gozado a la vez de todos esos bienes. Dos cosas suscita en nosotros el sentido de la oración: el pensamiento de la dignidad de Aquel a quien invocamos, y la grandeza de los dones que en nosotros supone esta oración.

San Cipriano, de oratione Domini. No decimos: "Padre mío", sino: "Padre nuestro", porque el Maestro de la paz y de la unión no quiso que se hiciesen súplicas de una manera aislada, como cuando alguno ruega por sí solamente. La oración es para nosotros pública y común, y cuando oramos no rogamos por uno solo sino por todo el pueblo, porque nosotros y el pueblo somos una sola cosa. Quiso el Señor que cada uno rogase por todos los demás, así como El, siendo uno, ha padecido por todos.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 14La necesidad nos obliga a rogar por nosotros mismos y la caridad fraterna a rogar por los demás. Es más aceptable la oración delante de Dios, no cuando es impulsada por la necesidad, sino cuando es recomendada por la caridad fraterna.

Glosa. Se dice, pues: "Padre nuestro", porque es común a todos, y no: "Padre mío" que sólo conviene a Cristo, el cual es Hijo por naturaleza.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 14Añade, pues, el Señor: "Que estás en los cielos", para que sepamos que tenemos un Padre en el cielo, y para que se avergüencen el someterse a las cosas terrenas, los que tiene un Padre en el cielo.

Casiano, Collationes, 9, 18. Y marchemos con grande afán a donde confesamos que habita nuestro Padre.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 19,4. Cuando dice: "En los cielos", no limita la presencia de Dios a este lugar, sino que eleva de la tierra al que ora, fijando su imaginación en las cosas del cielo.

San Agustín, de sermone Domini, 2, 5. Se dice también, que está en los cielos, esto es, entre los santos y entre los justos, porque Dios no se contiene en el espacio limitado. Se entienden por cielos las partes más excelentes de la naturaleza visible, y si creyéramos que Dios los habita, diríamos que las aves morarían más cerca de El que los hombres y tendrían más mérito. No está escrito: Dios está cerca de los hombres más elevados o de aquellos que habitan en la cumbre de los montes, sino de los contritos de corazón (Ps 33,19) Mas así como el pecador se llama tierra, a quien se le ha dicho: "Eres tierra e irás a la tierra", así, por el contrario, se puede llamar cielo al justo (Gn 3,19) Con toda propiedad se dice: "Que estás en los cielos", esto es, que estás con los santos. Porque tanta distancia hay, espiritualmente hablando, entre los justos y los pecadores, cuanta hay corporalmente entre el cielo y la tierra. Para significar esto, cuando oramos nos volvemos hacia el oriente, de donde parece que empieza el cielo. No como si Dios estuviese allí, abandonando las demás partes del mundo, sino para que el alma se incline a tomar afecto a una naturaleza más elevada (esto es, a Dios), mientras el cuerpo del hombre (que es de tierra) se convierte en un cuerpo más excelente (esto es, en un cuerpo celestial) Es muy conveniente que cada uno sienta a Dios con sus facultades, ya de niños, ya de adultos, y por lo tanto, a los que todavía no puedan comprender las cosas incorpóreas, puede tolerarse la opinión de que Dios está más bien en los cielos que en la tierra.

San Agustín, de sermone Domini, 2, 5. Ya se ha dicho quién es Aquel a quien se pide y dónde habita. Ahora vamos a ver las cosas que deben pedirse. Lo primero que se pide es esto: "Santificado sea el tu nombre". No se pide así porque el nombre de Dios no sea santo, sino para que sea tenido como santo por los hombres. Esto es, que así se dé Dios a conocer, que no se crea que haya otro más santo.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 19,4. Manda rogar al que ora, para que Dios sea glorificado durante nuestra vida, como si dijese: Haz que vivamos de tal modo, que todas las cosas te glorifiquen por medio de nosotros. "Sea santificado", es lo mismo que decir: "sea glorificado". Luego la oración del que se dirige a Dios debe ser tal, que nada anteponga a la gloria divina, sino que lo posponga todo a su alabanza.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 14. No pedimos a Dios que El sea santificado por medio de nuestras oraciones, sino que su nombre sea santificado en nosotros. Mas como El dijo: "Sed santos, porque yo soy santo" (Lv 30,44), esto es lo que pedimos y rogamos, con el objeto de que nosotros que hemos sido santificados por medio del bautismo, perseveremos en lo que hemos empezado.

San Agustín, de dono perseverantiae, 2. ¿Por qué pedir a Dios esta perseverancia si (como dicen los pelagianos) no es El quien la da? ¿No sería irrisoria esta petición, solicitando de El lo que estamos seguros que no ha de darnos, sino que no dándola El, se halla en el poder del hombre?

San Cipriano, de oratione Domini. También pedimos todos los días que sea santificado. Necesitamos de la santificación continuamente, porque los que pecamos todos los días, debemos purificar nuestros pecados por medio de una santificación continua.


Catena aurea ES 3601