Catena aurea ES 3626

MATEO 6,26-27


3626 (Mt 6,26-27)

"Mirad las aves del cielo que no siembran, ni siegan, ni amontonan en hórreos; y vuestro padre celestial las alimenta. ¿Pues no sois vosotros más que ellas? ¿Y quién de vosotros discurriendo puede añadir un codo a su estatura?" (vv. 26-27)

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 16. Después que ha confirmado nuestra esperanza el divino Maestro razonando de mayor a menor, ahora vuelve a confirmarla razonando de menor a mayor, cuando dice: "Mirad las aves del cielo, que no siembran ni siegan".

San Agustín, de opere monachorum, 23. Algunos dicen que no deben trabajar, por la misma razón que las aves del cielo ni siembran ni siegan: ¿por qué no atienden a lo que sigue: "Ni recogen en graneros"? ¿Por qué éstos quieren tener sus manos ociosas, y a la vez llenos sus almacenes? ¿Por qué, finalmente, muelen y cuecen? Las aves del cielo no hacen estas cosas. Y si encuentran algunos a quienes esto persuada, que les traigan todos los días comidas preparadas. Por lo menos sacan agua de las fuentes, o de las cisternas, o de los pozos, los agotan y los reponen, lo cual no hacen las aves. Mas si ni aun se ven precisados a llenar sus vasos de agua, han adelantado con un nuevo grado de virtud aun a los primeros cristianos de Jerusalén, quienes hicieron pan, o procuraron que se hiciese del trigo que se les había enviado de Grecia, lo cual no hacen las aves. No pueden tampoco observar estas cosas, esto es, el no guardar para mañana, aquellos que se separan por muchos días del trato de los hombres, y se encierran, no permitiendo la entrada a nadie, viviendo con el alto fin de hacer oración.

Cuanto más santos son, más desemejantes se muestran de las aves. Por consiguiente, lo que dice el Señor respecto de las aves del cielo, se refiere a convencernos que ninguno debe creer que Dios no se cuida de procurar lo necesario a los que le sirven, siendo así que su Providencia se extiende hasta gobernar estas cosas. Y no se diga por esto que Dios no alimenta a aquellos que trabajan con sus manos, ni por aquello que dijo el Señor (Ps 49,15): "Invócame en el día de la tribulación, y te sacaré de ella", no debió huir el a Apóstol (Ac 9), sino esperar que lo prendiesen y que Dios lo librase, como a los tres niños de en medio del fuego. Así como los santos al huir de este modo podían contestar a esta dificultad, diciendo que no deben tentar a Dios, sino que entonces Dios, si quisiese, haría tales cosas para librarlos como libró a Daniel (Da 6) de entre los leones y a San Pedro de las cadenas (Ac 12) cuando ellos no podían hacer nada y que, por otra parte, aunque les permite la huida y por medio de ella pueden librarse, no son ellos, sino Dios quien los libra. Así también los siervos de Dios, que pueden ganarse el sustento con sus manos, si alguno les argumenta con las palabras del Evangelio en esta parte que habla de las aves del cielo que ni siembran ni siegan, pueden responder con toda oportunidad: "Si nosotros por alguna enfermedad u ocupación no podemos trabajar, el Señor nos alimentará, como alimenta a las aves del cielo que no trabajan. Cuando podemos trabajar, no podemos tentar a Dios, porque todo lo que podemos hacer, lo podemos por su auxilio, y todo el tiempo que aquí vivimos, por su largueza vivimos, pues nos ha dado el que podamos vivir, y El nos alimenta del mismo modo que alimenta a las aves, como se dice: "Y vuestro Padre celestial las alimenta: ¿acaso no se cuidará de vosotros con mucha más razón?. . ".

San Agustín, de sermone Domini, 2, 15. Esto es, vosotros valéis mucho más, porque siendo seres racionales, como lo es el hombre, se os ordena todo con mucha más razón, según la naturaleza de las cosas, que respecto de los seres irracionales, como son las aves.

San Agustín, de civitate Dei, 11, 16. Además, también suele considerarse alguna vez como más estimable un caballo que un criado y una piedra preciosa más que una criada, no por razón de su inteligencia, sino por la necesidad del que lo procura o por el deseo del que lo quiere.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 16. Dios ha hecho todos los animales para el hombre, y al hombre para sí. Cuanto más interesante es, pues, la creación del hombre, tanto mayor es el cuidado que Dios tiene por él. Si, pues, las aves que no trabajan encuentran qué comer, ¿no lo encontrará el hombre, a quien Dios le ha concedido la ciencia de trabajar y la esperanza de enriquecerse?

San Jerónimo. Hay algunos que, queriendo exceder a sus padres y volar a regiones más altas, caen al abismo. Estos tales entienden por "las aves del cielo" los ángeles y las demás potestades que actúan en servicio de Dios (sin cuidado propio) y son alimentados por la providencia. Si esto es así, como quieren entender, ¿por qué se dicen a los hombres las palabras siguientes: "Acaso no valéis vosotros más que todas éstas"? Sencillamente, pues, se entiende que si las aves son alimentadas por la providencia de Dios, sin cuidados ni trabajos por parte de ellas, siendo así que hoy existen y mañana no existirán, ¿con cuánta más razón los hombres, a quienes se les ofrece la eternidad?

San Hilario, homiliae in Matthaeum, 5. Puede decirse que bajo el nombre de aves se nos exhorta con el ejemplo de los espíritus infernales, a quienes se les concede, sin que trabajen para buscar y reunir su alimento, cuanto necesitan para vivir por medio de la disposición divina. Y para dar a entender que esto se refería a los espíritus infernales, añade oportunamente: "¿Pues no sois vosotros mucho más que ellas?", manifestando con la excelencia de la comparación, la diferencia que existe entre la santidad y la malicia.

Glosa. Enseña, no sólo con el ejemplo de las aves, sino también con la experiencia, que no es suficiente nuestro cuidado para que podamos subsistir y vivir, sino que es necesaria la acción de la divina providencia, diciendo: "¿Quién de vosotros, discurriendo puede añadir un codo a su estatura?" Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 16. Dios es quien todos los días hace que nuestro cuerpo crezca, sin conocerlo nosotros. Si, pues, la providencia de Dios obra todos los días en ti mismo, ¿cómo podrá decirse que cesará en las cosas indispensables? Si, pues, vosotros pensando no podéis añadir una pequeña parte a vuestro cuerpo, ¿cómo, pensando también, podréis salvarlo todo entero?

San Agustín, de sermone Domini, 2,15. Podría referirse a lo que sigue, como si dijese: "No se ha hecho por cuidado vuestro el que vuestro cuerpo haya llegado a la estatura que tiene, y de aquí puede desprenderse que, aunque queráis añadirle un solo codo, no podréis. Dejad, pues, al Señor el cuidado de formar el cuerpo, por cuyo cuidado ha sido hecho y ha llegado a la estatura que tiene".

San Hilario, homiliae in Matthaeum, 5. O de otro modo, así como afirmó la fe acerca de nuestra sustancia vital con la enseñanza sobre los espíritus, así también alejó del juicio de la común inteligencia la opinión acerca de nuestra futura apariencia. Porque si ha de resucitar en un hombre perfecto la diversidad de los cuerpos que han tenido vida, sólo El puede añadir a la estatura de cada uno un codo, y un segundo, o un tercero; y al preocuparnos acerca del vestido (esto es, de la apariencia de los cuerpos), estamos dudando y así ofendiendo a Aquel que, para hacer igual a todo hombre, habrá de añadir una medida adecuada a los cuerpos humanos.

San Agustín, de civitate Dei, 22, 15. Pero si Jesucristo resucitó con la misma estatura, es una necedad el decir que (cuando venga el tiempo de la resurrección general) habrá de añadirse al cuerpo de Jesús una magnitud que no tenía cuando se apareció a sus discípulos en aquélla en que era conocido, para poder hacerse igual aun a los más altos. Si decimos que los demás cuerpos, ya grandes, ya pequeños, habrán de igualarse al de Jesús, perecerá muchísimo de muchos cuerpos, siendo así que El mismo dice: "Que no habrá de perderse ni un solo cabello". Sólo podrá decirse que cada uno recibirá la medida y la forma que tuvo en su juventud, si murió viejo, o con la misma que tuvo el día de su muerte, si falleció antes. Por ello no dice el Apóstol: "En medida de estatura", sino (Ep 4,13): "En la medida de la plenitud de edad de Cristo", porque resucitarán los cuerpos de los muertos en su edad juvenil y vigorosa en que sabemos que vino Jesucristo.

MATEO 6,28-30


3628 (Mt 6,28-30)

"¿Y por qué andáis acongojados por el vestido? Considerad los lirios del campo cómo crecen, no trabajan ni hilan: os digo, pues, que ni Salomón con toda su gloria fue cubierto como uno de éstos. Pues si al heno del campo, que hoy es, y mañana es echado en el horno, Dios viste así, ¿cuánto más a vosotros, hombres de poca fe?" (vv. 28-30)

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 22,1. Después que demostró a sus discípulos que no era conveniente andar solícitos con el alimento, pasó a otra cosa más sencilla. No es tan necesario el vestido como el alimento, y por ello dice: "¿Y por qué andáis acongojados por los vestidos?" No usa aquí del ejemplo de las aves, para citar como ejemplo el pavo real o el cisne, de quienes se podrían tomar ejemplos parecidos, sino que usa del ejemplo de los lirios, diciendo: "Considerad cómo crecen los lirios del campo". Quiere demostrar con estas dos cosas la sobreabundancia de sus dones, a saber, con el derroche de hermosura y la vileza de los que participan de tanto decoro.

San Agustín, de sermone Domini, 2, 15. Estos testimonios no deben discutirse de una manera tan alegórica que necesitemos buscar qué es lo que significan los lirios del campo y las aves del cielo. Se citan para que comprendamos mejor las cosas mayores por el ejemplo de las menores.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 16. Los lirios, cuando llega su tiempo, brotan, se visten con candor y se llenan de perfumes; y lo que no habían tomado de la tierra por la escasez, lo reciben de Dios de una manera invisible. Todos son tratados de la misma manera, a fin de que la plenitud con que son enriquecidos no se crea obra de la casualidad, sino que se entienda perfectamente que han sido creados por la providencia divina. Así lo expresa, diciendo: "No trabajan", para confortar a los hombres. "No hilan", para confortar a las mujeres.

San Juan Crisóstomo,homiliae in Matthaeum, hom. 22,1. Diciendo esto no prohibió el trabajo, sino la preocupación , como antes lo había hecho, hablando de la siembra.

Glosa. Y para recomendar más la providencia del Señor que excede, y con mucho, a toda humana ponderación, añade: "Os digo que ni Salomón con toda su gloria", etc.

San Jerónimo. Y en verdad que ni los vestidos de seda, ni la púrpura de los reyes, ni la pintura de los de los tejedores pueden compararse con la hermosura de las flores. ¿Qué hay más rojo que una rosa? ¿Qué cosa más candorosa que un lirio? La púrpura de una violeta no puede ser superada por ningún múrice. No se aprecia su hermosura por medio de la palabra, sino por medio de la vista.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 22,1. Tanta diferencia hay entre la verdad y el error, cuanta entre el vestido y las flores. Si Salomón fue superado por las flores, siendo así que fue el más rico de los reyes, ¿cuánto más tú puedes ser superado por las flores? Salomón fue superado por las flores en hermosura, no una sola vez, ni dos, sino tanto tiempo cuanto duró su reinado. Y esto es lo que significan aquellas palabras: "En toda su gloria", porque ni un solo día pudo aparecer tan hermoso como las flores.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 16. Dice esto también porque Salomón, aunque no hacía los vestidos que se ponía, los mandaba a hacer. Donde hay mandato, allí hay ofensa de los que sirven, y con frecuencia disgustos por parte del que manda. Estas flores, por el contrario, son adornadas sin que ellas piensen en ello.

San Hilario, homiliae in Matthaeum, 5. Los lirios representan la claridad de los ángeles del cielo por el candor y brillo de gloria que Dios les ha concedido (Mt 22 Lc 20) No trabajan ni hilan porque las virtudes de los ángeles, por la suerte que les ha cabido desde su origen, reciben incesantemente lo concerniente a su existencia. Y cuando dice por Lucas que en la resurrección los hombres serán como ángeles, quiso, con el ejemplo de la claridad angélica, fijar nuestra esperanza en el vestido de la gloria celestial.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 16. Si Dios se cuida tanto de las flores de la tierra que mueren apenas nacen y son vistas, ¿despreciará a los hombres a los que ha creado, no para un tiempo limitado, sino para que vivan eternamente? Y esto es lo que expresa cuando dice: "Si el heno del campo que hoy existe y mañana es arrojado al horno, Dios lo cuida tanto, ¿cuánto más cuidará de vosotros, hombres de poca fe?"

San Jerónimo. La palabra mañana significa en las Sagradas Escrituras el tiempo futuro, como dice Jacob: "Mañana me oirá mi justicia" (Gn 30,33)

Glosa. Otros ejemplares dicen: "En el fuego, o en uno de esos montones de yerba parecidos a un horno".

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 22,1. No los llama ya lirios del campo, sin heno, manifestando así su vileza. Y opone otra vileza, diciendo: "Que son hoy", y no dijo: "Mañana no serán", sino algo que es mucho más lamentable: "Que serán arrojados al horno". Cuando dice: "Cuánto mejor vosotros", se da a entender, aunque de una manera indirecta, la alta honra del género humano, como si dijese: "Vosotros, a quienes mi Padre dio un alma, formó un cuerpo, envió profetas y entregó su Hijo Unigénito".

Glosa. Los llama "hombres de poca fe", porque es muy limitada aquella fe que no está segura aun de las cosas más pequeñas.

San Hilario,O con la palabra heno designa a los gentiles. Si, pues, a los gentiles no se les concede la eternidad corporal, sino para ser luego destinados al fuego del juicio, ¿no es incredulidad que los santos duden de la gloria de la eternidad, cuando a los malvados se concede esta eternidad para castigo?

Remigio. En sentido espiritual se entiende por aves a los santos que renacen con las aguas del bautismo, desprecian con la piedad las cosas de la tierra y buscan las del cielo, destacándose de entre éstos los apóstoles, como príncipes que son de todos los santos. Por los lirios se entiende los hombres santos que agradaron a Dios con la fe sola, sin la dificultad de las ceremonias legales, y de ellos se dice: "Mi amado para mí, quien se apacienta entre los lirios" (Ct 2,16) Se entiende también por los lirios la Iglesia santa, por el candor de su fe y el suave olor de su buena predicación. De ella se dice en el Cantar de los Cantares: "Como lirio entre espinas" (Ct 2,2) Con el heno se designan los infieles, de quienes dice Isaías: "Se secó el heno y su flor cayó" (Is 40,7) Por el horno se entiende la condenación eterna, de modo que el sentido es éste: "Si Dios concede los bienes temporales a los infieles, ¿cuánto más nos concederá los bienes eternos?".

MATEO 6,31-33


3631 (Mt 6,31-33)

"No os acongojéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o con qué nos cubriremos? Porque los Gentiles se afanan por estas cosas, y vuestro Padre celestial sabe que necesitáis de todas ellas. Buscad, pues, primero el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas se os darán por añadidura". (vv. 31-33)

Glosa. Después de haber excluído sucesivamente la preocupación por el vestido y la comida, tomando su argumento de las cosas inferiores, excluye ahora las dos, diciendo: "No os acongojéis, pues, diciendo: Qué comeremos, o qué beberemos, o con qué nos cubriremos?"

Remigio. El Señor repitió esto para manifestar que es muy necesario, inculcándolo así mejor en nuestros corazones.

Rábano. Nótese que no dice: "No queráis buscar o andar solícitos acerca de la comida, o de la bebida, o del vestido", sino: "Qué comeréis, o beberéis, o vestiréis". En donde me parece que se reprende a aquellos que, despreciando el alimento o el vestido de aquellos con quienes viven, buscan para sí alimentos o vestidos más delicados o más austeros.

Glosa. Hay también una preocupación superflua, hija de la mala inclinación de los hombres, cuando reservan, tanto en dinero como en frutos, más de lo que necesitan. Y, olvidándose de las cosas espirituales, se fijan demasiado en ellos, casi desesperando de la bondad de Dios, y esto está prohibido, como sigue: "Porque los gentiles se afanan por estas cosas".

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 16. Dado que creen que la fortuna consiste en estas cosas humanas, no creen que hay providencia, ni que Dios sea quien se cuida del gobierno de estas cosas, sino que suceden por casualidad. Así, con razón, temen y desesperan, como si no tuviesen quien los dirigiese. Pero los que creen que todas las cosas son gobernadas por Dios, confían la comida a la dirección de su liberal mano, y por eso añade: "Sabe vuestro Padre que necesitáis de todas estas cosas".

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 22,2. No dijo sabe Dios, sino sabe vuestro Padre, para inspirarles más confianza. Si es padre, no podrá despreciar a sus hijos. Esto ni aun los hombres que son padres podrían soportarlo. Dice, en efecto: "Puesto que necesitáis de todo esto", para que esforcéis vuestra solicitud, porque os son necesarias. ¿Qué padre sostiene que no deben darse a sus hijos aun las cosas necesarias? Si fuesen superfluas, no convendría confiar así.

San Agustín, de Trinitate, 15, 13. Dios no conoce esto desde hace poco tiempo, sino que conoce todas las cosas futuras, y en ellas, sabe desde el principio, qué es lo que habíamos de pedir, y cuándo.

San Agustín, de civitate Dei, 12, 18. En cuanto a lo que dicen algunos que Dios no ha podido comprender todas estas cosas, porque son infinitas, réstales decir que Dios no ha conocido todos los números, porque son ciertamente infinitos. La infinidad del número no es incomprensible para Aquél cuya inteligencia no tiene número. Todo lo que se comprende es limitado por la ciencia del que comprende; por consiguiente, todo lo que llamamos infinito está limitado de una manera inefable por la ciencia de Dios, para la cual todo es comprensible.

San Gregorio Niceno, de opificio hominis, 1, 4, 6, 7. Como su providencia se demuestra por signos de esta clase, a saber: la permanencia de todo (especialmente de aquello que es capaz de reproducirse y desaparecer), la colocación y el orden de las cosas que existen, conservadas siempre según su modo. Todas estas cosas, ¿cómo podrían perfeccionarse si no hubiese quién se cuidase de ellas? Pero algunos dicen que Dios sólo se cuida de mantener la permanencia de los universales, a los que solamente se extiende su providencia; mas que lo particular sucede al acaso. Tres solas causas puede alguno alegar contra la providencia de los particulares: o Dios ignora que es bueno cuidar de las cosas particulares, o no quiere o no puede hacerlo. La ignorancia es enteramente ajena a la Divinidad. ¿Cómo puede ignorar Dios lo que no se oculta a un hombre sabio, a saber, que destruidos los particulares se destruyen los universales? Nada impide la destrucción de todos los individuos si no hay un poder que cuide de ellos. Si no quiere es por dos causas: o por pereza o por indecencia. La pereza reconoce dos causas: o de la atracción de un placer que cautiva la voluntad, o de un temor que hace desistir, ninguno de los cuales es lícito pensarlo de Dios. Si dicen que no es decente, ni digno de la Majestad Divina el ocuparse en cosas pequeñas, ¿cómo es que no hallamos inconveniente en que el artífice, que procura lo universal, cuide también de los particulares sin descuidar ningún detalle, sabiendo que la parte aprovecha al todo? Y siendo esto así, ¿cómo vamos a decir que Dios es un creador menos capaz que los artífices de este mundo? Si no puede, Dios es un imbécil, e incapaz de hacer el bien. Porque si nos es desconocida la razón de la providencia de los particulares, no por esto podemos decir que no hay providencia, pues equivaldría a decir que no hay hombres porque ignoramos cuántos son.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 17. Por lo tanto, el que crea que en Dios se da providencia, espere de su mano el alimento, pero considere que lo mismo debe esperar lo bueno que lo malo de lo que, si no fuere solícito, ni se librará del mal, ni podrá alcanzar el bien. Por ello añade: "Buscad primero el reino de Dios y su justicia". El Reino de Dios es el premio de las buenas obras, y su justicia el camino de la piedad, por la que se va al reino. Si piensas en la gloria de los santos, es necesario que, o te separes del mal por temor de la pena, o te encamines al bien por el deseo de la gloria. Y si piensas en la justicia de Dios (a saber, qué es lo que Dios aborrece y lo que Dios ama), su misma justicia te manifiesta sus caminos, que siguen todos aquellos que lo aman. No daremos razón, pues, de si somos pobres o ricos, sino si obramos bien o mal, porque esto entra en nuestro libre albedrío.

Glosa. O dice: "Su justicia", como si dijese: "Para que por El, no por vosotros, seáis justos".

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 17. La tierra también es maldecida por los pecados de los hombres, para que no produzca, según aquellas palabras (Gn 3,17): "Maldita eres tierra en tu trabajo". Es bendecida cuando obramos bien: "Busca la justicia, y no te faltará el pan", de donde prosigue: "Y todas estas cosas se os darán por añadidura".

San Agustín, de sermone Domini, 2, 16. A saber, las cosas temporales, las cuales manifiesta terminantemente aquí, que no son tales bienes nuestros por los que debemos obrar bien, pero que, sin embargo, son necesarios. Mas el Reino de Dios y su justicia son nuestro bien, en el cual debemos constituir nuestro fin. Pero como en esta vida, en la que peleamos para conseguir aquel reino, nos son necesarias estas cosas, por eso nos dice: "Se os darán por añadidura". Cuando dijo primeramente, significó, no prioridad de tiempo, sino de dignidad. Aquello, como nuestro verdadero bien; esto, como necesario para la vida. Y no debemos, por ejemplo, predicar para comer, porque así haríamos el Evangelio de peor condición que la comida, sino que debemos comer para poder predicar. No debe molestar el cuidado de si faltarán las cosas necesarias, a los que buscan primeramente el Reino de Dios y su justicia, esto es, a los que dan preferencia a estas cosas, para que las demás les vengan como por añadidura. Y por ello dice: "Estas cosas se os darán por añadidura", esto es, las conseguiréis, si no ponéis impedimento, no sea que buscando estas cosas os pervirtáis de tal modo, que constituyáis dos fines.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 22,3. Y no dijo: "Se os concederán" sino: "Se os darán por añadidura", para que comprendamos que las cosas presentes nada valen en comparación con las futuras.

San Agustín, de sermone Domini, 2, 16. Cuando leemos que el Apóstol tuvo hambre y sed, no creamos que faltó la promesa del Salvador. Como estas cosas se nos dan por añadidura, el Médico Divino, a quien todos nos hemos confiado, sabe cuándo debe concedernos la abundancia, y cuándo la escasez, según cree que nos conviene. Si alguna vez nos faltan las cosas necesarias a la vida, lo que con frecuencia permite el Señor para nuestra prueba, no debilita lo que nos hemos propuesto, sino que, examinado, lo confirma.

MATEO 6,34


3634 (Mt 6,34)

"Y no andéis cuidadosos por el día de mañana. Porque el día de mañana a sí mismo se traerá su cuidado: le basta al día su propia malicia". (v. 34)

Glosa. Había prohibido la preocupación de las cosas presentes, y ahora prohíbe la preocupación vana de las cosas futuras, que proviene de la malicia de los hombres, cuando dice: "No andéis solícitos por el día de mañana".

San Jerónimo. Mañana, en los sagrados Libros, se entiende la vida futura, como dice Jacob: "Mi justicia me oirá mañana" (Gn 30,33); y en aparición de Samuel, la pitonisa dice a Saúl: "Mañana estarás conmigo" (1S 28,19) Concede, pues, que debamos andar preocupados por las cosas presentes, pero nos prohíbe pensar en las cosas futuras. Nos basta el pensar en las cosas presentes; las futuras, como inciertas que son, dejémoslas a Dios. Y esto es lo que indica cuando añade: "Porque el día de mañana, a sí mismo se traerá su cuidado". Esto es, traerá consigo su propia preocupación: "Bastante tiene el día de hoy con su malicia". Aquí no debe interpretarse la palabra malicia como contraria a la virtud, sino que debe entenderse el trabajo, la aflicción, y las penas de la vida.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. , 22,4. Ninguna cosa hace tanto daño al alma, como la preocupación y los cuidados. Cuando dice que el día de mañana tendrá bastante con su propia preocupación quiere decir con más claridad lo que ya ha enseñado, y por ello habla, como muchos acostumbran, al pueblo sencillo. Para animarlos mejor, les cita los días en vez de los cuidados superfluos. ¿Acaso el día no tiene su carga, esto es, su propio cuidado? ¿Por qué lo gravas más, imponiéndole también el cuidado del otro día?

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 16. O de otro modo. Por hoy se designan las cosas que son necesarias a la vida, y cuando dice mañana se refiere a lo que ahora es superfluo. Dice, pues: "No queráis andar preocupados por lo que es propio del día de mañana", esto es, no cuidéis de las cosas que mañana necesitaréis para la vida, sino sólo del alimento necesario para hoy. Lo que es superfluo, como lo es lo del día de mañana, ya se cuidará a su tiempo. Y éste es el sentido: "El día de mañana, ya tendrá buen cuidado de buscarse lo necesario". Como si dijese: cuando reúnas cosas superfluas ellas mismas se cuidarán de sí, no pudiendo tú disfrutarlas, encontrarán muchos dueños que cuiden de ellas. ¿Por qué te cuidas tanto de las cosas que has de dejar a otro? Es suficiente para cada día su propio afán, esto es, te basta el trabajo que empleas para conseguir las cosas necesarias, no quieras, pues, andar solícito acerca de las cosas superfluas.

San Agustín, de sermone Domini, 2 ,17. O de otro modo, no se dice el día de mañana sino refiriéndose al tiempo, el cual pasado, será sustituido por el futuro. Luego cuando hagamos algo de bueno, no pensemos en las cosas temporales, sino en las eternas. "El día de mañana, a sí mismo se traerá su cuidado". O en otros términos: "Cuando convenga, cuando la necesidad se deje sentir", tomad el alimento y otras cosas parecidas: "Basta a cada día su malicia", esto es, basta tomar lo que la necesidad exija (llamando a la necesidad malicia, porque es una pena que se nos ha impuesto; pertenece, pues, a la mortalidad, que hemos merecido pecando): "No quieras, por lo tanto, añadir a la pena de la necesidad temporal algo más grave, de suerte que no solamente la sufras, sino que para satisfacerla sirvas a Dios". Debemos guardarnos de considerar como desobediente a los preceptos de Dios, y de preocupado por el día de mañana, al siervo de Dios que viéremos proveer que estas cosas necesarias no le falten, ni a los que le están confiados a su cuidado, pues el mismo Dios, a quien servían los ángeles, se dignó tener bolsa a causa de la necesidad de este ejemplo. Y en los Hechos de los Apóstoles está escrito que se había procurado no faltase lo necesario para el porvenir, porque el hambre era inminente. No prohíbe el Señor que uno se procure estas cosas según costumbre humana, sino que se hagan el objeto del servicio de Dios.

San Hilario, homiliae in Matthaeum, 5. El significado de esas palabras celestiales se reduce, pues, a que no nos preocupemos del porvenir. La malicia de nuestra vida y los pecados de todos los días bastan para que toda nuestra meditación y todos nuestros esfuerzos no se empleen en otra cosa que en purificarnos de ellos. Cesando nuestro cuidado, el porvenir queda con su propia preocupación, mientras Dios nos obtiene el adelanto de la eterna claridad.


MATEO 7,1-2


3701 (Mt 7,1-2)

"No queráis juzgar para que no seáis juzgados; pues con el juicio con que juzgareis, seréis juzgados: y con la medida con que midiereis se os medirá". (vv. 1-2)

San Agustín de sermone Domini, 2 ,18. Como es incierta la intención con que se procuran estos bienes temporales para el porvenir (pudiendo ser con corazón simple o doble), oportunamente añade en este lugar: "No queráis juzgar".

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 17. Hasta aquí expuso la consecuencia perteneciente a la limosna, y ahora va a exponer la relativa a la oración. Esta doctrina es, en cierto modo, parte de la oración, y para que el orden de la narración sea tal, después de decir: "Perdónanos nuestras deudas", añade: "No queráis juzgar, para que no seáis juzgados".

San Jerónimo. Mas si prohíbe juzgar, ¿cómo San Pablo juzga al incestuoso de Corinto (1Co 5), y San Pedro acusa de mentira a Ananías y Sáfira (Ac 4)?

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 17. Algunos exponen este pasaje en el sentido de que Dios no prohíbe a los cristianos, por medio de este precepto, que corrijan a otros por benevolencia, sino que los cristianos desprecien a los cristianos por jactancia de su propia justicia, odiando y condenando a otros, muchas veces por solas sospechas, ejecutando su propio odio bajo las apariencias de piedad.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 23,2. Por eso no dijo: "No dejes descansar el pecado", sino más bien: "No juzgaréis", esto es, no seas amargo juez. Corrige, sí, pero no como enemigo que busca la venganza, sino como médico que brinda la medicina.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 17. Para que unos cristianos no corrijan así a los otros, convienen las palabras que dicen: "No queráis juzgar". Pero si no los corrigen así, ¿acaso obtendrán el perdón de sus pecados, porque se ha dicho: "No seréis juzgados"? ¿Quién consigue la indulgencia del primer mal sólo por no añadirle otro después? Hemos dicho esto, pues, queriendo manifestar que aquí no se trata de no juzgar al prójimo que peca contra Dios, sino del que peca contra nosotros. El que no juzga al prójimo por el pecado cometido contra él, no es juzgado por Dios respecto de su pecado, sino que le perdona su deuda, como él perdonó.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 23,1. O de otro modo, no manda simplemente que no se juzguen todos los pecados, sino que hizo esta prohibición a aquellos que han cometido muchas culpas, y juzgan a los demás por defectos ligeros. Así como San Pablo no prohíbe juzgar sencillamente a los que pecan, sino que reprende a los discípulos que se permiten juzgar a sus maestros, enseñándoles que no debemos juzgar a los que sean más que nosotros.

San Hilario, homiliae in Matthaeum, 5. De otro modo, Dios prohíbe que se forme juicio acerca de sus disposiciones, porque así como los juicios entre los hombres se forman de cosas inciertas, así este juicio contra Dios se basa en la duda, lo cual rechaza enteramente de nosotros, para que se conserve mejor la certeza de la fe. Juzgar mal de las cosas de Dios no es un pecado como el juicio falso acerca de las demás cosas, sino que se hace principio de crimen.

San Agustín, de sermone Domini, 2,18. Creo que en este lugar no se manda otra cosa, a mi juicio, sino que tomemos en el mejor sentido aquellos hechos que no sabemos con qué intención se han cometido. Dios nos permite juzgar aquellas cosas que no pueden hacerse con buena intención, como las blasfemias, los estupros y otras cosas parecidas. Mas de los hechos medios, que pueden hacerse con buen o mal fin, temerario es el juicio, sobre todo para condenarlos. Dos cosas hay en las que debemos evitar el juicio temerario: cuando no tenemos seguridad del fin que se propuso el que hizo la cosa, o cuando no se sabe lo que será aquel que ahora aparece bueno o malo. No reprendamos aquellas cosas que no sepamos con qué fin han sido hechas, ni reprendamos de tal modo al que hace públicamente las cosas malas que desesperemos su enmienda. Puede movernos a ello lo que dice el Señor: "Pues con el juicio con que juzgareis seréis juzgados". Si nosotros juzgamos con juicio temerario, ¿habremos de ser juzgados por Dios del mismo modo? O si midiésemos con una medida mala, ¿Dios nos habrá de juzgar con otra de la misma clase? Yo creo que con el nombre de medida se significa el mismo juicio. Pero esto se ha dicho porque es necesario que la temeridad con que castigas a otro, a su vez te castigue, pues la iniquidad muchas veces no daña a aquel que sufre la injuria, mas es preciso que perjudique al que la hace.

San Agustín, de civitate Dei, 21, 11. Dicen algunos: "¿Cómo puede ser verdad lo que dice Jesucristo, que con la medida con que midamos seremos medidos, cuando El castiga un pecado temporal con el suplicio de un fuego eterno?" No consideran que se dice "la misma medida" no por la vicisitud del mal (esto es, que el que hizo lo malo sufra lo malo), aunque aquí pueda entenderse más propiamente de lo que el Señor hablaba en aquel momento, esto es, de los juicios y de las condenaciones. Por lo tanto, el que juzga y condena injustamente, si es juzgado y condenado justamente, es medido con la misma medida, aunque esto no sea lo que dio, pues hizo en juicio lo que es inicuo y sufre en juicio lo que es justo.


Catena aurea ES 3626