Catena aurea ES 3801

MATEO 8,1-4


3801 (Mt 8,1-4)

Y habiendo bajado del monte, le siguieron muchas turbas; y he aquí que, viniendo un leproso, le adoraba, diciendo: "Señor, si quieres, puedes limpiarme". Y extendiendo la mano le tocó, diciendo: "Quiero, sé limpio", y al punto su lepra fue limpiada. Y Jesús le dijo: "Mira, que no se lo digas a nadie; mas ve, muéstrate al sacerdote y ofrece la ofrenda que mandó Moisés en testimonio a ellos". (vv. 1-4)

San Jerónimo. Después de la predicación y de la enseñanza, se ofrece el momento de empezar a hacer milagros, para que cuanto se ha dicho reciba su confirmación en la virtud de los milagros.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 21. Como enseñaba demostrando que tenía poder, para que no se creyese que era ostentación esta manera especial de explicarse, hace por medio de las obras lo mismo que había hecho por medio de las palabras, como teniendo también el poder de curar. Por ello dice el evangelista: "Habiendo bajado Jesús del monte, le siguieron muchas turbas".

Pseudo-Orígenes, hom. in liv. 5. Cuando enseñaba Jesús en el monte sus discípulos estaban con El, y a ellos era permitido conocer los secretos de la enseñanza celestial. Ahora, cuando baja del monte, lo sigue una muchedumbre que no había podido subir al monte, porque aquellos a quienes oprime la maldad de la culpa no pueden subir al conocimiento de la sublimidad de los misterios. Bajando el Señor, esto es, inclinándose hacia la enfermedad e impotencia de los demás, cuando se ha compadecido de la imperfección o enfermedad de aquéllos, le siguió la muchedumbre. Algunos atraídos por la caridad, la mayor parte por la enseñanza, y algunos porque los curaba y cuidaba de ellos.

Haymo. Se entiende por el monte en que el Señor se sentó, el cielo, de quien se ha escrito: "El cielo es mi asiento" (Is 66,1) Pero cuando el Señor se sienta en el monte sólo se acercan a El sus discípulos, porque antes de tomar nuestra carne mortal Dios sólo era conocido en la Judea (Ps 75,2), pero cuando Dios bajó del monte de su divinidad y tomó las debilidades de nuestra humanidad, una gran multitud de naciones lo ha seguido. En ello se enseña a los maestros que se adecúen al auditorio en sus predicaciones, y según vean que cada uno puede comprender, así le expliquen la palabra de Dios. Suben al monte también los maestros cuando enseñan a los más perfectos preceptos más excelentes, y bajan de él cuando enseñan cosas sencillas a los más enfermos.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 21. Entre los que no subieron al monte se encuentra el leproso, que no puede subir a lo alto, abrumado bajo el peso de sus pecados. La lepra es el pecado de nuestras almas. El Señor bajó de la altura del cielo como de un alto monte, para limpiar la lepra de nuestros pecados. Y así, como si le aguardase, el leproso sale al encuentro del que baja. Por ello dice: "Y vino un leproso".

Pseudo-Orígenes, hom. in liv. 5. En el llano cura, y en el monte no hace nada, porque hay tiempo para todo debajo del cielo. Hay tiempo para enseñar y para curar. En el monte enseñó, curó las almas y sanó el corazón humano. Terminado lo cual, como había bajado de los montes celestiales a salvar a los pecadores, vino a El un leproso, y le adoraba. Antes de pedir empezó a adorarle, manifestando el culto que se debe a Dios.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 21. No le pedía el leproso como a un hombre poderoso, sino que le adoraba como a Dios. La oración perfecta es la fe y la confesión, de donde el leproso, adorando, llenó los deberes de la fe, y con las palabras llenó los de la confesión. He ahí por qué le adoraba, diciendo: "Señor, si quieres puedes limpiarme".

Pseudo-Orígenes, hom. in liv. 5. "Señor, por Ti han sido hechas todas las cosas, por lo tanto, si quieres puedes limpiarme. Tu voluntad es obra, y las obras obedecen a tu voluntad. Tú has limpiado primeramente de la lepra a Naamán Syro por medio de Eliseo, y ahora, si quieres, puedes limpiarme".

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 25,1. No dijo: "Si lo pides a Dios", ni "si oras", sino: "Si quieres puedes limpiarme". Y no dijo tampoco: "Señor, límpiame", sino que todo lo deja a su arbitrio, y le reconoce como Dios, y le atribuye la potestad de hacerlo todo.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 21. Y ofrecía al Médico espiritual una merced espiritual. Porque así como se satisface a los médicos de la tierra con dinero, a éste con oraciones. Ninguna otra cosa más digna podemos ofrecer a Dios que una oración bien hecha. En cuanto a lo que dice: "Si quieres", no duda que la voluntad de Dios está inclinada a todo lo bueno, sino que, como no a todos conviene la perfección corporal, ignoraba si a él le convendría aquella curación. Dice, pues: "Si quieres", como si dijese: "Creo que quieres todo lo que es bueno, pero ignoro si es bueno para mí lo que pido".

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 25,2. Aunque podía limpiarlo con la palabra y con la voluntad, le aplicó la mano y el tacto, como sigue: "Y extendiendo Jesús la mano, lo tocó", para manifestar que no estaba sujeto a ley alguna y que, estando limpio, nada había inmundo para El. Eliseo, observando lo que dice la ley, no salió y tocó a Naamán, sino que lo envió al Jordán para que allí se lavase. El Señor demuestra aquí que no obra como siervo, sino que, como Dios, cura y toca. La mano no se vuelve inmunda por haber tocado la lepra, sino que, por el contrario, el cuerpo leproso se vuelve limpio al simple contacto de la mano santa. El Señor no había venido sólo a curar los cuerpos, sino también a guiar las almas por el camino de la verdadera sabiduría. Así como ya no prohibía comer antes de lavarse las manos, así enseña aquí que conviene temer sólo la lepra del alma (que es el pecado), porque la lepra del cuerpo no sirve de impedimento a la práctica de la virtud.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 21. Aunque violó la letra de la ley, no violó su espíritu. Pues la ley mandó no tocar la lepra, por cuanto no podía hacer que la lepra no manchase al que la tocara. Luego la ley prohibió tocar la lepra, no para que los leprosos no sanaran, sino para que no se contaminasen los que los tocaban. Pues bien, El, que tocó en esta ocasión, no fue manchado por la lepra sino que limpió la misma lepra, tocándola. Por el hecho de tocar la lepra demuestra también que sólo debemos huir de la lepra del alma.

San Juan Damasceno, de fide orthodoxa, 3, 15 . No era sólo Dios, sino también hombre, por eso obraba los milagros por medio de la palabra y del tacto, a fin de que sus actos divinos se perfeccionasen con el concurso del cuerpo, como órgano.


San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 25,2. Cuando toca al leproso ninguno le acusa todavía, porque los que lo escuchaban aún no se habían contaminado con la envidia.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 21. Si, por el contrario, lo hubiese curado a escondidas, ¿quién hubiera podido saber en virtud de quién lo había sanado? Luego la voluntad de limpiar la lepra fue para el leproso, pero la palabra para los demás que lo presenciaban. Por ello dijo el Salvador: "Quiero, sé limpio".

San Jerónimo. No debe leerse juntamente, como quieren algunos autores latinos: "Quiero limpiar", sino por separado. De tal modo, que primero diga: "Quiero", y después, mandando, diga: "Límpiate". El leproso había dicho: "Si quieres", el Señor le respondió: "Quiero". Aquél había dicho: "Me puedes limpiar", y el Señor le respondió: "Sé limpio".

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 25,2. Nunca antes de ahora había dicho esta palabra, aunque había hecho cosas admirables. Pero aquí dijo: "Quiero", para confirmar la opinión de la muchedumbre y del leproso acerca de su poder.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 25,2. La naturaleza obedeció con prontitud al poder de quien mandaba y por ello sigue: "Y luego su lepra fue limpiada". Pero en cuanto a la palabra luego no expresa bien la prontitud con que el leproso quedó limpiado.

Pseudo-Orígenes, hom. in liv. 5. Como no tardó en creer, tampoco tardó en sanar, y como no dilató la confesión, tampoco se hizo esperar la curación.

San Agustín, de consensum evangelistarum 2, 19. También hace mención San Lucas de la curación de este leproso, aunque no bajo la misma forma, sino como suele hacer aquel que cuenta algo, que primero omite algunas cosas, y después que las recuerda las cita, aunque volviendo atrás, como sucede con frecuencia en las cosas inspiradas por Dios, que, conocidas primero, se escriben después, cuando se recuerdan.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 25,2. Cuando Jesús hubo curado el cuerpo del leproso, le ordena que no lo diga a nadie, y por ello sigue: "Y le dijo Jesús: Mira, que no lo digas a nadie". Algunos dicen que le mandó esto para que no hablasen en mal sentido de su curación, lo cual se dice sin fundamento. No lo curó de tal manera que quedase duda acerca de su curación. Pero lo manda que no lo diga a nadie, enseñando a no amar la ostentación ni el honor (Mc 5,20) A otro que curó lo mandó que lo dijese, enseñándonos también a interpretar en buen sentido sus palabras, cual era el que no se divulgase el milagro, sino que se diese gloria a Dios. Por medio de este leproso nos enseñó a no ser vanagloriosos, y por medio del otro a no ser desagradecidos, sino referirlo todo a la alabanza de Dios.

San Jerónimo. Y en verdad, ¿qué necesidad había de que publicase con la palabra lo que constantemente mostraba con el cuerpo curado?

San Hilario, homiliae in Matthaeum, 7. Como esta curación se busca más bien que ofrecerse, se manda el silencio.

Prosigue: "Pero ve y preséntate al sacerdote".

San Jerónimo. Lo envió a los sacerdotes primeramente por humildad, y para que se viese que guardaba deferencias a los sacerdotes. En segundo lugar para que, viendo éstos al leproso curado, se salvasen creyendo al Salvador, y si no creían, fuesen inexcusables. Y al mismo tiempo para que no se creyese que infringía la ley, como tantas veces le habían acriminado.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 25,2. Y en verdad que ni la violaba en todo ni en todo la guardaba, sino unas veces hacía esto, otras aquello. En lo uno, preparando el camino a la futura sabiduría, en lo otro, cohibiendo la lengua desvergonzada de los judíos y condescendiendo con la imbecilidad de ellos. De ahí el que los apóstoles aparezcan algunas veces observando la ley, y otras prescindiendo de ella.

Pseudo-Orígenes, hom. in liv. 5. Lo envió a los sacerdotes para que conociesen que no había sido curado por la costumbre de la ley, sino por la acción de la divina gracia.

San Jerónimo. Estaba mandado en la ley que los que fuesen curados de la lepra ofreciesen dones a los sacerdotes, y por ello prosigue: "Y ofrece tu ofrenda, que mandó Moisés en testimonio a ellos" (Lv 14)

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 21. No se entienda aquí que mandó esto Moisés para dar testimonio a aquéllos. "Ve tú, ofrece en testimonio para ellos".

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 25,3. Previendo Jesucristo que nada adelantarían con esto, no dijo: "Para enmienda de ellos", sino: "Para testimonio", esto es, para acusación y atestación, puesto que todo cuanto yo debía hacer ya lo he hecho. Y aun cuando previó que no habían de enmendarse, no dejó de hacer lo que convenía, mas ellos permanecieron en su propia malicia. No dijo, pues: "La ofrenda que yo mando", sino: "la que mandó Moisés", para relacionarlos con la ley, cerrar la boca a los malvados, y para que no dijesen que había usurpado la gloria de los sacerdotes, puesto que El hizo su obra, concediéndoles la prueba de ello al mismo tiempo.

Pseudo-Orígenes, hom. in liv. 5. "Ofrece tu ofrenda", para que todos los que vean que la llevas crean en el milagro.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 21. Manda al leproso presentar ofrendas para que, si después querían arrojarlo, pudiese decirles: "Habéis recibido mis ofrendas como limpio, ¿cómo, pues, me expulsáis como leproso?".

San Hilario, homiliae in Matthaeum, 7. También puede leerse que Moisés mandó esto en testimonio para ellos, porque lo que Moisés mandó en la ley es testimonio, no efecto.

Beda, in hom. dom. 3 post Epiphania Si llama la atención de alguno cómo es que el Señor parece que aprueba los sacrificios ordenados por Moisés, siendo así que la Iglesia no los acepta, tenga en cuenta que Jesucristo todavía no había ofrecido su Cuerpo en holocausto por medio de la pasión. No convenía suprimir los sacrificios prefigurativos antes que se verificase el que significaban, y fuese confirmado con el testimonio de la predicación de los apóstoles y la fe de los pueblos creyentes. Este varón, pues, significa al género humano que, no sólo era leproso, sino que también, según el Evangelio de San Lucas (Lc 5,12), se dice que había estado lleno de lepra. Todos pecaron y necesitan de la gloria de Dios (Rm 3,23), esto es, que el Salvador extienda hacia ellos la mano, y sean curados de la vanidad del antiguo error por el Verbo de Dios, unido a la naturaleza humana. Y los que por mucho tiempo hubieron aparecido como detestables y arrojados de los límites del pueblo de Dios, ahora, devueltos a su templo, puedan ofrecer al sacerdote por medio de sus cuerpos una ofrenda viva, esto es, a aquel sacerdote a quien se le ha dicho: "Tú eres Sacerdote eternamente" (Ps 19,4)

Remigio. Se designa también de una manera moral, por medio del leproso, al pecador (porque el pecado hace aparecer al alma sucia e inconstante) que se postra delante de Jesucristo, conmovido a la vista de sus antiguos pecados, y que, sin embargo, debe confesarse y pedir el remedio de la penitencia. Porque el leproso manifiesta su herida y pide el remedio. El Señor extiende la mano cuando otorga el auxilio de la divina misericordia, e inmediatamente el leproso consigue el perdón de sus pecados. Ni puede reconciliarse con la Iglesia, sino por medio del juicio del sacerdote.

MATEO 8,5-9


3805 (Mt 8,5-9)

Y habiendo entrado en Cafarnaúm, se llegó a El un Centurión, rogándole y diciendo: "Señor, mi siervo está postrado en casa paralítico y es reciamente atormentado". Y le dijo Jesús: "Yo iré y lo sanaré". Y respondiendo el Centurión, dijo: "Señor, no soy digno de que entres en mi casa, sino tan solamente dilo con la palabra, y será sano mi siervo. Pues también yo soy hombre sujeto a otro, que tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: Ve, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace". (vv. 5-9)

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 22. Después que el Señor había enseñado a sus discípulos en el monte y sanado en la falda de éste al leproso, vino a Cafarnaúm en virtud de un misterio, porque, después de haber limpiado a los judíos, vino a donde estaban los gentiles.

Haymo.

Cafarnaúm -que significa villa de la abundancia, campo de la consolación- representa a la Iglesia que se había de formar de los gentiles, la cual está llena de abundancia espiritual, según aquellas palabras del Salmo: "Quede mi alma bien llena de ti como de un manjar pingüe y jugoso" (Ps 93,18) Por lo que se dice: "Y habiendo entrado en Cafarnaúm, se acercó a El un centurión".

San Agustín, sermones 62,4. Este centurión era de los gentiles: ya en la Judea había soldados del Imperio Romano.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 22. Este centurión es el fruto primero de los gentiles, en comparación de cuya fe se considera como infidelidad la fe de los judíos. No había oído la predicación de Jesucristo, ni visto la curación del leproso. Pero habiendo oído contar esta curación, creyó más que lo que oyó, viniendo a ser el misterio o figura que representaba la futura conversión de los gentiles, quienes no habían leído la ley ni los profetas respecto de Cristo, ni habían visto al mismo Jesús hacer milagros. Se acercó, pues, el centurión a Jesús rogándole y diciéndole: "Señor, mi siervo está postrado en casa, paralítico y reciamente atormentado". Veamos aquí la bondad del centurión, que tanta solicitud mostraba por la salud de su siervo, como si ningún daño de dinero, sino de salud, hubiera de experimentar con la muerte de aquél. No veía diferencia alguna entre el siervo y el señor, porque aunque la dignidad sea diferente entre ellos según el mundo, la naturaleza de ambos es igual. Veamos también aquí la fe del centurión, el cual no dijo: "Ven y sánalo", porque, habiendo llegado allí, estaba presente en todas partes, e igualmente su sabiduría, porque no dijo: "Sánale desde aquí". Sabía, pues, que tenía poder para hacerlo, sabiduría para comprenderle y caridad para oírle. Por lo tanto se limitó a exponer la enfermedad, dejando el remedio de la curación al arbitrio de su misericordia, diciendo: "Y es reciamente atormentado". En esto manifiesta que le amaba, pues el que ama a uno que está enfermo, siempre cree que el mal que padece es de mayor gravedad que el que realmente tiene.

Rábano. Bajo la presión del dolor y el gemido articulaba estas palabras: "Postrado, paralítico, atormentado", con el fin de manifestar las grandes aflicciones de su alma y conmover al Señor. Así deben compadecerse todos de sus criados y tener cuidado de ellos.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 26,1. Dicen algunos que se expresó así para excusarse de no haberlo llevado consigo. No era posible traer al que sufría, porque se encontraba con las últimas angustias para expirar y yo digo que ésta es señal de una gran fe, porque, como sabía que una sola orden bastaba para curar al enfermo, estimaba superfluo conducirle hasta allí.

San Hilario, homiliae in Matthaeum, 7. En sentido espiritual pueden llamarse gentiles los enfermos de este mundo, debilitados por las enfermedades de los pecados, cayendo de todas partes sin fuerza sus miembros, incapaces de poderse tener de pie e inútiles para la marcha. El misterio de su conversión se halla en la curación del siervo del centurión, de aquél de quien ya hemos dicho bastante que era el príncipe de las gentes que habían de creer. Quién sea este príncipe lo dice el cántico de Moisés en el Deuteronomio (Dt 32,8), donde por cierto dice: "Constituyó como término de las gentes el número de los ángeles del Señor".

Remigio. Se consideran como semejantes al centurión los que creyeron primero de entre los gentiles y se perfeccionaron en sus virtudes. Se llama centurión el que manda a cien soldados, y el número ciento es un número perfecto. Con toda propiedad, pues, ruega el centurión por su siervo, porque las primicias de los gentiles intercedieron para con Dios por la salvación de toda la gentilidad.

San Jerónimo. Viendo el Señor la fe, la humildad y la prudencia del centurión, le ofreció inmediatamente que iría y sanaría al siervo. Por lo tanto, sigue: "Y le dijo Jesús: Yo iré y lo sanaré".

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 26,1. Lo que nunca había hecho Jesús lo hizo ahora. En todas partes sigue la voluntad de los que suplican, aquí la excede. No sólo ofreció curarlo, sino también ir a su casa. Hizo esto para que conozcamos la virtud del centurión.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 22. Si El no hubiese dicho: "Yo iré y le sanaré", el centurión no hubiera respondido: "No soy digno". Además, prometió ir porque se pedía para un siervo, a fin de enseñarnos que no debemos complacer a los grandes y despreciar a los pequeños, sino que igualmente debemos complacer a pobres y a ricos.

San Jerónimo. Así como admiramos la fe en el centurión, porque creyó que el paralítico pudo ser curado por el Salvador, así se manifiesta también su humildad, en cuanto se considera indigno de que el Señor entre en su casa, y por ello sigue: "Y respondiendo el centurión, dijo: Señor, no soy digno de que entres en mi casa".

Rábano. Sin duda creyó el centurión que más bien debía ser rechazado por el Salvador por ser gentil, que no ser complacido, porque aunque ya estaba lleno de fe, todavía no había recibido sacramentos.

San Agustín, sermones, 62,1. Considerándose como indigno apareció como digno, no de que entrase el Verbo entre las paredes de su casa, sino en su corazón. Y no hubiera dicho esto con tanta fe y humildad si no hubiese llevado ya en su corazón a Aquel de quien temía que entrase en su casa, pues no era una gran felicidad que Jesús hubiese entrado en su casa y no en su pecho.

Crisologus, serm. 102. Místicamente hablando, por techo se entiende el cuerpo que cubre al alma y que encierra en sí la libertad de la inteligencia con la visión celeste. Pero Dios no se desdeña de entrar en nuestro corazón, ni de vivir bajo el techo de nuestro cuerpo.

Pseudo-Orígenes, hom. in liv. 5. También ahora, cuando los santos y los obispos y los sacerdotes aceptos a Dios, entran en tu casa, entra Dios en ella por medio de ellos. Considéralos como si recibieses al mismo Dios. Cuando comes la Carne y bebes la Sangre del Señor, entonces el Señor entra en tu casa. Y tú, humillándote a ti mismo, di: "Señor, no soy digno", etc. Cuando entra en el que no es digno, entra para juzgarlo.

San Jerónimo. La prudencia del centurión aparece en que ve a través del Cuerpo del Salvador a la divinidad que en El se encontraba oculta, y por eso añade: "Pero mándalo con tu palabra y será sano mi siervo".

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 22. Sabía, pues, que los ángeles estaban allí asistiéndole invisiblemente, convirtiendo en obras todas sus palabras, y que, aunque los ángeles cesasen, las enfermedades no podían resistir a sus palabras de vida.

San Hilario, homiliae in Matthaeum, 7. Dice también el centurión que su siervo puede ser curado solamente con la palabra, porque toda la salvación de los gentiles procede de la fe, y la vida de todos consiste en el cumplimiento de los preceptos del Señor, y por esto continúa diciendo: "Pues también yo soy hombre, sujeto a otro, que tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: Ve, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace".

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 22. Por inspiración del Espíritu Santo insinúa el misterio del Padre y del Hijo, como si dijese: "Aun cuando yo estoy bajo el dominio de otro, sin embargo, tengo poder para mandar a los que están debajo de mí. Y así tú, aun cuando estás bajo la potestad del Padre, esto es, en cuanto hombre, tienes no obstante la potestad de mandar a los ángeles". Pero acaso dice Sabelio, queriendo manifestar que son una misma cosa el Padre y el Hijo, que así debe entenderse esto: "Si yo que estoy bajo potestad puedo mandar, ¿cuánto más Tú que no estás bajo la potestad de otro?". Pero esta explicación no la admite el texto, porque no dijo: "Si yo, hombre, estoy bajo potestad", sino que dijo: "Porque también yo, hombre, sujeto a otros". En esto manifiesta que no estableció comparación entre él y Jesucristo, sino que introdujo una razón de semejanza.

San Agustín, sermones 62,4. Si yo, que estoy bajo potestad, tengo poder de mandar, ¿cuánto podrás Tú, a quien sirven las potestades?

Glosa. Puedes por medio de los ángeles, sin necesidad de presentarte personalmente, decir a la enfermedad que se retire y se retirará, y a la salud que venga y vendrá.

Haymo. Por súbditos del centurión pueden entenderse las virtudes naturales, en las que abundan muchos de los gentiles o bien los pensamientos buenos o malos. Digamos a los malos que se retiren y se retirarán, llamemos a los buenos para que vengan y vendrán, y también a nuestro siervo, esto es, a nuestro cuerpo, que se sujete a la voluntad divina.

San Agustín, de consensu evangelistarum, 2,20. A lo que dice aquí San Mateo parece que contradice lo que dice San Lucas: "Habiendo oído de Jesús, el centurión envió a El unos ancianos de los judíos, rogándole que viniese a sanar a su criado" (Lc 7,3) Y más adelante: "Cuando ya estaba cerca de la casa le envió el centurión unos amigos, diciéndole: Señor, no te tomes este trabajo, que no soy digno de que entres en mi casa" (Lc 7,6)

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 26,2. Algunos dicen que este caso y aquél no son uno mismo, lo cual no carece de probabilidad, porque del uno se ha dicho:"Construyó nuestra sinagoga y ama a la gente" (Lc 7,5), y de éste dice el mismo Jesús: "Ni en Israel hallé tanta fe". En lo que parece que aquél era judío. A mí me parece que aquél y éste son uno mismo, y que cuando San Lucas dice que envió para que viniera, insinuó el espíritu de adulación de los judíos. Es conveniente, pues, creer que el centurión, queriendo ir, fue retraído por las instancias oficiosas de los judíos, diciéndole que irían y le traerían con ellos. Mas cuando se vio libre de la importunidad de aquéllos, entonces envió a decirle: "No creas que no he venido a buscarte por pereza, sino porque me he creído indigno de recibirte en mi casa". En cuanto a lo que dice San Mateo de que no le mandó a decir esto por medio de sus amigos, sino que se lo dijo por sí mismo, ninguna contradicción hay. En uno y otro caso se expresa el deseo de aquel hombre, y se manifiesta que tenía concebida una buena opinión respecto del Salvador. Es muy conveniente creer aquí que el centurión, después que mandó a sus amigos, se lo dijo por sí mismo cuando venía. Si San Lucas no dijo esto ni San Mateo dijo aquéllo, no se contradicen, sino que completan lo que habían dejado por decir uno y otro.

San Agustín, de consensu evangelistarum, 2,20.

San Mateo, para llegar a esta alabanza que el Salvador hace del centurión: "No hallé anta fe en Israel", nos dio el compendio del acceso del centurión al Señor, hecho por medio de otras personas, mientras que San Lucas refiere todos los detalles del hecho tal cual tuvieron lugar, para obligarnos a comprender la manera con que el centurión se acercó al Salvador, que nos refiere San Mateo que no pudo engañarse.

San Juan Crisóstomo,homiliae in Matthaeum, hom. 26,2. Ni tampoco hay contradicción entre lo que dice San Lucas de que fabricó una sinagoga, y que no era israelita, porque es posible que, sin ser judío, hubiese fabricado una sinagoga y que amase la gente.


MATEO 8,10-13


3810 (Mt 8,10-13)

Cuando esto oyó Jesús, se maravilló, y dijo a los que le seguían: "En verdad os digo, no he hallado una fe tan grande en Israel. Os digo, pues, que vendrán muchos de Oriente y de Occidente, y se recostarán con Abraham, e Isaac y Jacob en el reino de los cielos. Mas los hijos del reino serán echados en las tinieblas exteriores: allí será el llanto y el crujir de dientes". Y dijo Jesús al Centurión: "Ve, y como creíste, así te sea hecho": y fue sano el siervo en aquella hora. (vv. 10-13)

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 26,3. Así como lo que había dicho el leproso, hablando de la potestad de Jesucristo: "Si quieres, puedes curarme", se confirma con la palabra del Salvador que dice: "Quiero, sé limpio", así también aquí, no sólo no inculpó al centurión por lo que dijo de su potestad, sino que le elogió. Hizo más todavía, y el evangelista, significando la intensidad de la alabanza, dice: "Oyéndolo Jesús. . " Pseudo-Orígenes, hom. in liv. 5. Considera qué y cuánto es lo que admira el Unigénito de Dios. El oro, las riquezas, los reinos, los principados, son en su presencia como una sombra o una flor que se cae. Ninguna de estas cosas es admirable en la presencia de Dios, como grande o preciosa, sino solamente la fe. A ésta la admira honrándola, a ésta la estima digna de su agrado.

San Agustín, super Genesim contra Manichaeos, 1, 8. ¿Quién puede decirse que había infundido la fe en el centurión, sino el mismo que la admiraba? Y si era otro el que la había infundido, ¿cómo la admiraba Aquel que todo lo sabe? El Señor admira para enseñarnos lo que debemos admirar nosotros, que aun necesitamos ser movidos así. Por lo demás, estas emociones no anunciaban en El la perturbación del alma, sino que constituían parte de su enseñanza.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 26,3. Por lo que se dice que se admiró en presencia de todo el pueblo, para dar ejemplo a los demás, a fin de que admirasen también. Sigue, pues: Y a los que le seguían les dijo: "En verdad os digo".

San Agustín, contra Faustum 22, 74. Alabó la fe de aquél, pero no le mandó dejar la milicia.

San Jerónimo. Habla de los contemporáneos, no de los pasados patriarcas y profetas.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 22. Creyó Andrés, pero diciendo San Juan: "He aquí el Cordero de Dios" (Jn 1,36); creyó San Pedro, pero evangelizándole Andrés; creyó Felipe, pero leyendo las Escrituras; y Nathanael recibió primero una prueba de la divinidad, y así ofreció la confesión de su fe.

Pseudo-Orígenes, hom. in liv. 5. Jairo, príncipe de Israel, pidiendo por su hija, no dijo: "Di con tu palabra", sino: "Ven inmediatamente" (Mc 5,23) Nicodemo, oyendo hablar del misterio de la fe, dice: "¿Cómo puede ser esto?" (Jn 3,9) María y Marta dicen: "Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no hubiese muerto" (Jn 11,32) Como dudando de que el poder de Dios pudiese estar presente en todas partes.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 22. O si queremos considerar a éste como mejor creyente que los apóstoles, deben entenderse las palabras de Jesucristo en el sentido de que cualquier obra buena de un hombre se alaba según la cualidad de la persona que la hace. Es una cosa grande el que un hombre simple diga algo que parezca propio de la sabiduría, lo cual no es admirable cuando lo dice un filósofo. En ese sentido se ha dicho del centurión: "No he hallado tanta fe en Israel".

San Juan Crisóstomo,homiliae in Matthaeum, hom. 26,4. No era igual que creyese un judío o que creyese un gentil.

San Jerónimo. O acaso en el centurión la fe de los gentiles se prefiere a la de los israelitas, y por eso añade: "Os digo que vendrán muchos de Oriente", etc.

San Agustín, sermones, 62,6. No dice todos, sino que muchos vendrán de Oriente y de Occidente. Con estas dos partes se designa todo el mundo.

Haymo.

O vendrán del Oriente los que en el momento que son iluminados se convierten y del Occidente los que sufrían persecución por la fe hasta la muerte; o bien viene del Oriente el que empieza a servir a Dios desde la infancia y del Occidente el que se convierte a Dios en la ancianidad.

Pseudo-Orígenes, hom. in liv. 5. ¿Mas cómo dice en otro lugar que son pocos los escogidos? En cada generación son pocos los escogidos, pero reunidos el día del juicio se verá que son muchos. Prosigue: "Y se recostarán, no extendiendo su cuerpo, sino descansando espiritualmente; no bebiendo temporalmente, sino gozando de los fines eternos, con Abraham, Isaac y Jacob en el Reino de los Cielos, donde se encuentran la luz, la alegría, la gloria y la longevidad de la vida eterna".

San Jerónimo. Porque el Dios de Abraham, Creador del cielo, es Padre de Jesucristo. En el Reino de los Cielos se encuentra Abraham con quien descansarán las naciones que creyeron en Jesucristo, Hijo del Creador.

San Agustín, sermones, 62,6. Así como vemos a los cristianos, llamados al convite celestial, donde se encuentra el pan de la santidad y la bebida de la sabiduría, también vemos a los judíos reprobados en la siguiente frase: "Mas los hijos del reino serán arrojados a las tinieblas exteriores". Esto es, los judíos, que recibieron la ley, que celebran en sus figuras los misterios futuros que, una vez presentes, no reconocieron.

San Jerónimo. O llama a los judíos hijos del reino, porque Dios ha reinado antes en ellos.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 26,4. O llama hijos del reino, a aquellos para quienes estaba el reino preparado, lo cual los estimulaba más.

San Agustín, contra Faustum, 16, 24. Si, pues, Moisés no ha recomendado al pueblo de Israel otro Dios que el de Abraham, Isaac y Jacob, y Jesucristo recomienda el mismo, no puede acusársele de haber intentado apartar aquel pueblo de su Dios. Precisamente, si los amenaza con que irán a las tinieblas exteriores es porque los veía apartados de su Dios, en el reino del cual dice que todas las gentes, llamadas de todo el mundo, descansarán con Abraham, Isaac y Jacob (Ex 3), no por otro motivo que por haber tenido la fe del Dios de Abraham, de Isaac y Jacob. El testimonio que aquí les da el Salvador, no supone que no hayan sido enmendados en su muerte ni justificados después de su pasión.

San Jerónimo. Se llaman tinieblas exteriores porque el que es arrojado por Dios afuera, deja la luz.

Haymo.

Manifiesta que habrán de padecer allí cuando añade: "Allí será el llanto y el crujir de dientes". Con la metáfora de los miembros describe las penas de los tormentos. Cuando los ojos son afectados por el humo producen lágrimas, y los dientes rechinan cuando hace demasiado frío. Se manifiesta, pues, que los réprobos en el infierno sufrirán un calor y un frío intolerables, según aquellas palabras de Job: "Pasarán de las aguas de nieve al excesivo calor" (Jb 24,19)

San Jerónimo. Si, pues, el llanto es propio de los ojos, y el rechinar de dientes representa los huesos, es verdadera la resurrección de los cuerpos y de aquellos miembros que murieron.

Rábano. El rechinar de los dientes es efecto de la indignación, porque cuando cada uno se arrepiente tarde, tarde también se enfurece por haber delinquido con tan persistente iniquidad.

Remigio. O de otro modo, llama tinieblas exteriores a las naciones extranjeras, pues en cuanto al punto de vista histórico, el Señor anuncia aquí la ruina de los judíos, quienes a causa de su infidelidad habrían de ser llevados cautivos y ser dispersados por las diversas naciones de la tierra. El llanto suele nacer del fuego, y el rechinar de dientes del frío. Se atribuye el llanto a aquellos que habitan en los países más cálidos, como en la India y en la Etiopía; mas el rechinar de dientes es propio de aquellos que viven en los países más fríos, como son la Hircania y la Escitia.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 26,5. A fin de que nadie pensase que lo que el Salvador había dicho al centurión, no era sino una vana adulación, hace milagros como sigue: "Y dijo Jesús al centurión: ve, y como creíste, así se haga".

Rábano. Como si dijese: "Según la medida de tu fe, se te medirá esta gracia. Puede, por consiguiente, el mérito del Señor ayudar a sus siervos, no sólo por razón de la fe sino también por el cumplimiento de la ley, de donde sigue: "Y fue sano el siervo en aquella hora".

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. , 26,5. Debe admirarse la prontitud. No solamente el curar, sino también el modo impensado y el momento de tiempo en que Jesucristo hace esto, manifiesta su gran poder.

San Agustín, sermones 62,4. Así como el Señor no entró con el cuerpo en la casa del centurión, sino que ausente de cuerpo y presente con la majestad, sanó al mismo muchacho, así en el solo pueblo judío estuvo con el cuerpo, porque en las demás naciones ni nació de la Virgen, ni padeció, ni mostró enfermedad alguna, ni hizo milagros, y sin embargo se cumplió lo que se había dicho: "El pueblo que no me conoció, me sirvió, y al oír hablar de mí, me obedeció" (Ps 17,46) La nación judía conoció y crucificó; las demás naciones de la tierra oyeron y creyeron.


Catena aurea ES 3801