Catena aurea ES 4229

MATEO 12,29


4229 (Mt 12,29)

"¿O cómo puede alguno entrar en la casa del fuerte y saquear sus alhajas, si primero no hubiere atado al fuerte, y entonces saqueará su casa?" (v. 29)

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 41,2. Después de esta segunda contestación, da la tercera diciendo: "O cómo puede entrar alguno en la casa del fuerte?, etc." Por estas palabras se ve bien claro que Satanás no puede lanzar a Satanás, pero es evidente que nadie puede lanzar a otro, como no le sea superior. Esto que dice ahora el Salvador es una continuación de lo que ha dicho antes, pero añadiéndole más fuerza, porque dice: Estoy tan distante de servirme del diablo, como coadjutor mío, que, por el contrario, lo combato y lo tengo atado; la prueba de ello es que yo le quito sus armas. De esta manera viene a demostrar lo contrario de lo que ellos querían decir de El, puesto que el objeto de ellos era demostrar que no lanzaba los demonios por su propio poder, y El les demuestra que no sólo ató a los demonios, sino al príncipe de los demonios, cosa que está bien clara por las obras que hizo; porque, ¿cómo pudo derrotar a los demonios, si no venció al príncipe de ellos? A mí me parece ser una profecía todo esto, porque no sólo lanza los demonios, sino que disipará el error de toda la faz de la tierra, y hará inútiles todos los esfuerzos del diablo. Y no dice: "quitará", sino "arrebatará", indicando con esta palabra que lo hará con fuerza.

San Jerónimo. Su casa es el mundo, que tiene por fundamento la malicia (1Jn 5), no por la dignidad del que lo hizo, sino por la grandeza de los que delinquen. El fuerte está atado, y relegado al infierno, y pulverizado por el Señor. Mas no debemos estar seguros, porque nuestro enemigo es llamado fuerte por boca del mismo vencedor.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 41,3. Y lo llama fuerte, para manifestar su antigua tiranía, hija de nuestra desidia.

San Agustín, quaestiones evangeliorum, 1,5. Es decir, aquellos hombres, a quienes él tenía apresados, no podían sacudir su yugo por sus propias fuerzas, sino mediante la gracia de Dios. Da el nombre de alhajas del demonio a todos los infieles. Y El ha atado al demonio, porque le ha quitado el poder de impedir a los fieles seguir a Cristo, y obtener el reino de Dios.

Rábano. Ha despojado su casa, porque ha unido a la Iglesia a todos los que El ha previsto que eran suyos, y que habían sido arrebatados de los lazos del demonio. O también porque distribuyó por todo el mundo a sus Apóstoles y a sus sucesores, para que convirtiesen a todos los hombres. De esta manera, mediante una parábola irresistible, demuestra el Señor que el demonio no tiene parte en sus obras, según querían calumniarle los fariseos, sino que ha salvado al hombre del poder de los demonios por la virtud de Dios.

MATEO 12,30


4230 (Mt 12,30)

"El que no es conmigo, es contra mí; y el que no allega conmigo, esparce". (v. 30)

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 41,3. Después de haber dado la tercera solución, da aquí la cuarta diciendo: "El que no está conmigo está contra mí".

San Hilario, in Matthaeum, 11. Hace ver el Salvador en este pasaje cuán lejos está El de haber recibido del demonio potestad alguna, y el inmenso peligro que trae el pensar mal de El, puesto que el no estar con El es estar contra El.

San Jerónimo. No se crea que se trata aquí de los herejes y cismáticos, aunque se les puede aplicar todo a ellos -hasta con superabundancia-, sino que por lo que sigue, y por el contexto, se ve que se refiere al diablo, en el sentido de que bajo ningún concepto pueden compararse las obras de Beelzebub con las obras del Señor. Aquél desea tener cautivas las almas de los hombres, y el Señor quiere librarlas; aquél predica la idolatría, y el Señor el conocimiento de Dios; aquél arrastra al hombre al mal, y el Señor lo lleva a la virtud: ¿cómo, pues, pueden conformarse cosas tan opuestas?

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 41,3. El que no allega conmigo, ni está conmigo, ni será mirado como que obra conmigo, ni lanzará los demonios conmigo, sino que desea más bien esparcir todo lo que es mío. Pero decidme: si hubiere que pelear con alguno, el que se negare a favoreceros, ¿no está en eso mismo contra vosotros? Esto mismo lo dijo ya el Señor en otro lugar: "El que no está contra vosotros, está por vosotros" (Lc 9,50) Y este pasaje no está en oposición con lo que se acaba de decir. Porque aquí habla el Señor del diablo su enemigo, y allí de un hombre que estaba en parte con sus discípulos, y de quien ellos dijeron: "Hemos visto a un hombre que lanza en tu nombre los demonios" (Mc 9,37) Parece como que quiso hablar aquí de una manera oculta de los judíos, haciéndolos semejantes al diablo, porque ellos, en efecto, estaban en contra de El, y esparcían a cuantos El reunía. Pero es más propio creer que habló de sí mismo, puesto que El era enemigo del diablo, y El destruyó todas sus obras.

MATEO 12,31-32


4231 (Mt 12,31-32)

"Por tanto, os digo: Todo pecado y blasfemia serán perdonados a los hombres; mas la blasfemia del Espíritu no será perdonada. Y todo el que dijere palabra contra el Hijo del hombre, perdonada le será; mas el que la dijere contra el Espíritu Santo, no se le perdonará ni en este siglo ni en el otro". (vv. 31-32)

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 41,3. Después de haber respondido el Señor a los fariseos excusándolos, ahora los atemoriza. En efecto, es parte importante en la corrección responder excusando, pero también lo es conminar.

San Hilario, in Matthaeum, 12. Condena el Señor de una manera severísima las palabras de los fariseos y la perversidad de todos aquellos que están conformes con ellos, prometiendo el perdón a los pecados y negándoselo a todo el que blasfemare contra el Espíritu Santo: "Por tanto, os digo: Todo pecado y blasfemia será perdonado".

Remigio. Pero es necesario tener presente que no serán perdonados a cada momento todos los que pecaren, sino sólo los que hicieren una penitencia en relación con sus pecados. Estas palabras echan por tierra el error de los novacianos, que sostenían que, una vez caído el hombre fiel, era impotente para levantarse por medio de la penitencia para merecer el perdón de los pecados, y especialmente el de la negación de la fe en la persecución.

Sigue: "Mas la blasfemia del Espíritu no será perdonada".

San Agustín, sermones, 71,13. No hay diferencia entre las palabras: "La blasfemia del Espíritu no será perdonada", y las que pone San Lucas: "No será perdonado aquél que blasfemare contra el Espíritu Santo" (Lc 12,10) Los dos Evangelios dicen lo mismo, con la sola diferencia de que el último lo pone en sentido más claro, y por consiguiente, no hace más que explicar al primero, mas no por eso lo destruye. En el primero se dice "el Espíritu y la blasfemia", sin indicar siquiera de quién es ese Espíritu de que se trata, y por eso, para mejor inteligencia, se añade: "Y cualquiera que dijere una palabra contra el Hijo del hombre", etc. Por lo tanto, después de haber condenado toda clase de blasfemias, habla de la blasfemia contra el Hijo del hombre, blasfemia que en el Evangelio de San Juan está presentada como un pecado gravísimo, cuando dice del Espíritu Santo: "El argüirá al mundo del pecado, de la justicia y del juicio; del pecado, porque no creen en Mí" (Jn 16,8) Y sigue: "Y el que pecare contra el Espíritu Santo no será perdonado". No se dice esto porque en la Santísima Trinidad sea el Espíritu Santo mayor que el Hijo, error que jamás ha sostenido hereje alguno.

San Hilario, in Matthaeum, 12. ¿Qué cosa hay tan imperdonable como el negar en Cristo lo que es de Dios y quitarle la sustancia del Espíritu de su Padre, habiendo El consumado todas sus obras en el Espíritu de Dios, y habiéndose reconciliado en El el mundo con Dios?

San Jerónimo. O también puede entenderse este pasaje en este sentido: el que dijere una palabra contra el Hijo del hombre escandalizándose de mi carne, me tendrá como un puro hombre. Semejante error, aunque es una blasfemia y error culpable, sin embargo será perdonable, a causa de que mi humanidad se presenta a su vista como una cosa baja. Pero el que a la vista de mis obras divinas, cuyo poder no puede negar, me calumnia llevado de la envidia, y dice que Cristo, Verbo de Dios, y las obras del Espíritu Santo son el mismo Beelzebub, éste no conseguirá el perdón ni en este mundo ni en el otro.

San Agustín, sermones 71. Mas si se hubiera dicho en este sentido, se hubiera omitido la palabra blasfemia y todo se reduciría a decir que todo cuanto se diga contra el Hijo del hombre, considerado tan sólo como hombre, es perdonable; pero como se lee: "Que todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres", está fuera de duda que la blasfemia que se dijera contra el Padre está contenida en esa máxima general, y sólo es imperdonable la que se dijere contra el Espíritu Santo. ¿Acaso el Padre tomó forma de siervo, para que sea bajo este concepto superior el Espíritu Santo?1.

San Agustín, sermones 71,3. ¿Y quién no está convicto de haber dicho alguna palabra contra el Espíritu Santo antes de ser cristiano católico? Primeramente los mismos paganos cuando dicen que Cristo hizo los milagros por la magia, ¿no son por ventura semejantes a los que dijeron que lanzó El los demonios en hombre de Beelzebub? Y los mismos judíos y todos los herejes que confiesan al Espíritu Santo, pero que niegan su presencia en el Cuerpo de Cristo (que es la Iglesia católica), son semejantes a los fariseos, que negaban que el Espíritu Santo estaba en Cristo. Y ciertos herejes, como los arrianos, eunomianos y macedonianos, que, o sostienen que el Espíritu Santo es una criatura, o niegan la Trinidad de Dios, diciendo que sólo el Padre era Dios, el cual era llamado unas veces Hijo y otras Espíritu Santo, como los sabelianos. Y los fotinianos, diciendo que sólo el Padre es Dios y el Hijo un puro hombre, niegan que el Espíritu Santo sea la tercera persona de la Trinidad. Es, pues, evidente que los paganos, los judíos y los herejes blasfeman contra el Espíritu Santo. ¿No deben, pues, ser abandonados y considerados como incapaces de salvación? Porque si no puede ser perdonada la palabra que dijeron contra el Espíritu Santo, en vano es el que se les prometa su salvación por el bautismo o por su entrada en la Iglesia. Porque no se ha dicho: "No será perdonado por el bautismo", sino: "No será perdonado ni en este mundo ni en el otro". De esta manera solamente están exentos de ese pecado gravísimo aquellos que son católicos desde su infancia.

San Agustín, sermones 71,15. Piensan algunos que no se imputa como pecado contra el Espíritu Santo más que el que cometen todos aquellos que después de haber sido lavados en la Iglesia por el agua regeneradora, y después de haber recibido el Espíritu Santo, han correspondido con ingratitud a este don tan grandísimo del Salvador, metiéndose en el abismo de algún pecado mortal, como los adúlteros, los homicidas y los que no se tienen por cristianos o se separan de la Iglesia Católica. Pero no sé dónde podrán apoyar los que así piensan esa doctrina, puesto que no se niega a nadie en la Iglesia católica la penitencia de toda clase de crimen, y el mismo Apóstol nos dice (2Tm 2,25) que admitamos a los herejes para que se corrijan, y a fin de que Dios les dé mediante la penitencia el conocimiento de la verdad. Finalmente, no dice el Señor: "El fiel católico que dijere una palabra contra el Espíritu Santo", sino "el que dijere", esto es, cualquiera que dijere, no será perdonado ni en este mundo ni en el otro.

San Agustín, de sermone Domini, 1,22. Dice el Apóstol San Juan: "Hay un pecado que engendra la muerte" (1Jn 5,16) Y no digo que no se pida por el que lo cometiere, sólo digo que el pecado del hermano que engendra la muerte es el pecado de aquel que, después de haber conocido a Dios por la gracia de Nuestro Señor Jesucristo, ataca su fraternidad; o que después de haberse reconciliado con Dios mediante su gracia, devorado por el fuego de la envidia ataca a esa misma gracia. Es tan grande el efecto de este pecado, que no deja lugar a la humildad de la súplica, aunque obliguen a reconocer y a confesar ese pecado los remordimientos de la conciencia. Es creíble que la grandeza de este pecado produce en las almas una especie de condenación, y sin duda este sentimiento del réprobo no es más que el pecado contra el Espíritu Santo. Este sentimiento de condenación consiste en atacar por malicia o por envidia la caridad fraternal después de haber recibido la gracia del Espíritu Santo, pecado que, como dice el Señor, "no será perdonado ni en este mundo ni en el otro". De donde podemos preguntar: cuando los judíos dijeron que el Señor lanzaba los demonios en nombre de Beelzebub, príncipe de los demonios, ¿pecaron contra el Espíritu Santo, o sólo debemos tomar esa blasfemia como dicha tan sólo contra el Señor? Porque en otro lugar dice de sí mismo: "Si llamaron Beelzebub al padre de familia, ¿con cuánta más razón puede darse este nombre a sus servidores?" (Mt 10,25) ¿Es preciso creer que ellos, no correspondiendo a los beneficios del Señor y estando poseídos de envidia, pecaron contra el Espíritu Santo, a causa de su grandísima envidia, aun cuando no fueran aún cristianos? Esto, sin embargo, no se deduce de las palabras del Señor, y parece que el Señor quiso aconsejarles que se aproximasen a la gracia, a fin de que no cayesen en este pecado después de haberla recibido. Ellos dijeron una palabra mala contra el Hijo del hombre, y hubieran sido perdonados si se hubieran convertido y hubieran creído; pero si después de recibido el Espíritu Santo hubieran ellos continuado siendo hostiles a la fraternidad y a la gracia que habían recibido, no hubieran sido perdonados ni en este mundo ni en el otro. Porque si El los hubiera considerado como condenados y sin esperanza alguna de salvación, no les hubiera dado consejos, como cuando les dijo: "O haced a un árbol bueno", etc.

San Agustín, retractationes, 1,19. Yo no he afirmado esto, y dije esto por así parecerme, pero también hube de añadir: Si terminare su vida en esta infame perversidad del alma; porque no debe perderse la esperanza de nadie, por criminal que sea, mientras viviere, y no es una imprudencia el rogar por aquél de quien no se desespera.

San Agustín, sermones, 71,8. Contiene un gran misterio este pasaje. Pidamos para su solución la luz divina. Yo digo a vuestra caridad: quizá en todas las Escrituras no haya otra cuestión tan difícil e importante como ésta, etc. Os aconsejo primeramente que observéis que no dijo el Señor: No será perdonada toda blasfemia del Espíritu, ni tampoco dijo: El que dijere cualquier palabra contra el Espíritu Santo, sino el que dijere palabra; y

San Agustín, sermones, 71. por consiguiente, no es necesario creer que toda palabra contra el Espíritu Santo ya no puede ser perdonada, sino que es preciso que la palabra sea evidentemente tal, que si se dice contra el Espíritu Santo no será perdonada. Suelen expresarse las Escrituras de una manera tal, que cuando alguna cosa no está expresada ni desde lo general ni desde lo particular, no es necesario que se la entienda en sentido general excluyendo el particular. Como cuando dijo el Señor a los judíos: "Si Yo no hubiese venido, y si Yo no les hubiese hablado, no tendrían pecado" (Jn 15,22); no quiso decir por estas palabras que los judíos no hubieran cometido absolutamente pecado alguno, sino que hay un pecado en que los judíos no hubieran caído si Cristo no hubiera venido.

San Agustín, sermones, 71. Y el orden de las ideas nos obliga a decir en qué consiste la manera de blasfemar contra el Espíritu Santo. Se nos da a entender efectivamente que la paternidad reside en el Padre, la Encarnación en el Hijo y la comunicación del Padre y del Hijo en el Espíritu Santo. Quieren, pues, que lo que es común al Padre y al Hijo nos pusiese también a nosotros en comunicación, no sólo entre nosotros mismos, sino también entre nosotros y Ellos: "Porque se difundió la caridad en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado" (Rm 5,5) Y porque los pecados nos separaban de la posesión de los verdaderos bienes, la caridad cubre la multitud de nuestros pecados (1P 4,8) Que Cristo nos perdona en nombre del Espíritu Santo, se comprende fácilmente por las palabras que el Señor dijo a sus discípulos: "Recibid el Espíritu Santo" (Jn 20,23), y en seguida añadió: "Si perdonareis a algunos sus pecados, ellos quedarán perdonados", etc. El primer beneficio que reciben los fieles es el perdón de sus pecados en nombre del Espíritu Santo. Contra este don de la gracia es contra quien protesta el corazón impenitente: esta impenitencia es la blasfemia del Espíritu, la cual no será perdonada ni en este mundo ni en el otro, porque dice contra el Espíritu Santo, en quien se perdonan los pecados, una palabra malísima -o por el pensamiento o por su lenguaje-, y acumula por la dureza de su corazón y por su corazón impenitente, para el día de la venganza, la cólera divina (Rm 2) Esta impenitencia completa no tiene perdón ni en este mundo ni en el otro, porque la penitencia alcanza en esta vida el perdón, para que sirva en la otra. Pero esta impenitencia no puede ser juzgada mientras se vive sobre la tierra, porque no debe desesperarse con respecto a nadie el que la paciencia de Dios lo lleve a la penitencia (Rm 2) ¿Y quién sabe si ésos que veis envueltos en el error y que los tenéis por condenados como si realmente ya lo estuvieran, harán penitencia y encontrarán en el otro mundo la verdadera vida? Ciertamente, esta blasfemia puede ser grande y estar dicha con muchas palabras. La Escritura, sin embargo, suele decir "una palabra" refiriéndose a muchas palabras. Es por eso, por ejemplo, que a ningún profeta le ha dicho Dios solamente una palabra y sin embargo se lee: "La palabra que vino a tal o tal profeta".

San Agustín, sermones, 71. Quizás pudiere preguntar alguno si es el Espíritu Santo solo el que perdona los pecados, o si es el Padre o el Hijo. Contestaremos a esta pregunta, diciendo que también es el Padre y el Hijo el que perdona; porque dice el Hijo acerca del Padre: "Vuestro Padre os perdonará vuestros pecados" (Mt 6,14); y de sí mismo dice: "El Hijo del hombre tiene poder de perdonar en la tierra los pecados" (Mt 9,6) ¿Por qué razón, pues, la impenitencia, que nunca se perdona, se dice que es una blasfemia que pertenece sólo al Espíritu Santo? Es porque el que es culpable del pecado de la impenitencia se muestra rebelde al don del Espíritu Santo, por cuyo don se opera el perdón de los pecados.

San Agustín, sermones, 71. Es decir, que los pecados, porque no se perdonan fuera de la Iglesia, deben ser perdonados en ese Espíritu, que constituye la unidad de la Iglesia. Luego el perdón de los pecados que se opera por toda la Trinidad, se dice con toda propiedad que pertenece al Espíritu Santo. El es, en efecto, el Espíritu de adopción de los hijos, en cuyo nombre exclamamos: "Mi Padre, mi Padre" (Rm 8,15), a fin de que podamos decir: "Perdónanos nuestras deudas" (Mt 6,12) Y en esto conoceremos, como dice San Juan (1Jn 4,13), que Cristo permanece en nosotros por la participación de su Espíritu que nos concedió.

San Agustín, sermones, 71. Cualquiera que fuera culpable del pecado de impenitencia contra el Espíritu Santo, en quien constituye la Iglesia su unidad, su sociedad, y su comunión, jamás alcanzará el perdón.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 41,3. O de otra manera, según la primera interpretación, ignoraban los judíos quién era Cristo; pero sabían por experiencia quién era el Espíritu Santo, puesto que los profetas habían hablado de El. Por consiguiente dice: Admito que pequéis contra Mí, a causa de esta carne que me rodea; ¿pero podréis decir del Espíritu Santo que no le conocéis? Por esta razón no se os perdonará vuestra blasfemia, y recibiréis aquí y allí el castigo. Porque el lanzar los demonios y dar la salud son obras del Espíritu Santo. No me afrentáis, pues, a Mí solo, sino al Espíritu Santo, y por lo mismo vuestra condenación aquí y allí será inevitable. Porque hay hombres que sólo pagan por sus pecados en esta vida, como aquellos de quienes habla San Pablo en una primera carta a los corintios (1Co 11), que profanan los misterios cristianos, pero hay otros que son castigados en el otro mundo, como el rico condenado de que habla San Lucas (Lc 16) Y hay otros, en fin, como los judíos, que llevan una vida intolerable en este mundo desde la toma de Jerusalén, y a quienes están reservados en el otro otros castigos más severos.

Rábano. La autoridad de este pasaje destruye el error de Orígenes, quien sostenía que todos los pecadores alcanzarían después de muchos siglos el perdón de sus pecados; doctrina que queda completamente refutada con las palabras: "No será perdonado ni en este mundo ni en el otro".


San Gregorio, dialogorum libri, 4,34. Nos da a entender con esas palabras que hay pecados que se perdonan en esta vida, y otros en la otra; porque lo que se niega sobre un punto se concede sobre los demás. Sin embargo, este perdón de los pecados en el otro mundo debe entenderse de los pecados veniales, como las palabras ociosas, las risas inmoderadas o la falta de cuidado en los deberes ordinarios, que apenas pueden practicarse sin culpa, o los que no saben como encaminarse o el extravío en culpas graves por ignorancia. Hay también algunas cosas que agravan nuestra suerte futura si en esta vida no hemos obtenido el perdón de ellas, etc. Pero es necesario tener presente que no será castigado en el purgatorio sino aquel que por su conducta hubiere merecido en esta vida esta indulgencia.

MATEO 12,33-35


4233 (Mt 12,33-35)

"O haced el árbol bueno, y su fruto bueno; o haced el árbol malo, y su fruto malo; porque el árbol por el fruto es conocido. Raza de víboras, ¿cómo podéis hablar cosas buenas siendo malos? porque de la abundancia del corazón habla la boca. El hombre bueno del buen tesoro saca buenas cosas; mas el hombre malo del mal tesoro saca malas cosas". (vv. 33-35)

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 42,1. Vuelve el Señor a repetir sus ataques contra los judíos con nuevos argumentos. Y lo hace así, no para librarse de su acusación -porque para esto basta lo ya dicho-, sino por el deseo que tenía de corregirlos. De aquí las palabras: "O haced un árbol bueno", etc., que equivale a decir: Ninguno de vosotros ha dicho que es cosa mala librar a algunos hombres de los demonios. Pero como ellos no atacaban la obra en sí, y se contentaban con mirar al origen de ella, que en su opinión era el diablo, El les demuestra la inconsecuencia de esta acusación, concebida fuera de las reglas ordinarias. Es, en efecto, una simpleza abrigar tal modo de concebir las cosas.

San Jerónimo. Los estrecha mediante el silogismo, que los griegos llaman aphycton, que es lo que nosotros podemos llamar inevitable. El saca su conclusión contra ellos después de haberlos atacado por los dos extremos que abraza la argumentación. Si el diablo, dice, es malo, no puede hacer obras buenas, pero si veis que las que se han hecho son obras buenas, resulta que tales obras no son del diablo, porque de una cosa mala no sale una buena ni de una buena una mala.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 42,1. Porque se juzga el árbol por su fruto y no el fruto por el árbol, y por eso añade: "Porque el árbol por el fruto es conocido". Y aunque el árbol da el fruto, el fruto, sin embargo, especifica al árbol. Pero vosotros hacéis lo contrario, porque no tenéis que decir nada contra las obras, y formáis un juicio falso del árbol llamándome endemoniado.

San Hilario, in Matthaeum, 12. Si refuta, pues, ahora a los judíos, que después que vieron las obras de Cristo comprendieron que eran efecto de un poder sobrenatural y, sin embargo, se resistieron a creer que eran propias de Dios, su respuesta puede extenderse a todos aquellos que en adelante negaren la fe, a todos los que se arrojaren a la herejía, y a todos los que rehusaren dar a Cristo el nombre de Dios, y desconocieren su participación con la sustancia divina. Estos malvados no son capaces ni para indagar el conocimiento de la verdad, ni para vivir entre las gentes bajo el velo de la ignorancia. El árbol figura la humanidad de Cristo; porque por la fecundidad de su virtud puede producir todo buen fruto, de ahí es que un árbol será bueno llevando frutos buenos, mas un árbol será malo llevándolos malos. No porque un árbol malo pueda ser tenido por bueno y recíprocamente; sino que se pone esta comparación para darnos a entender, que o se debe abandonar a Cristo como cosa inútil, o se lo debe seguir como fuente de todos los frutos buenos. Por lo demás, el querer guardar un medio y atribuir a Cristo ciertas cosas y negarle sus grandes prerrogativas, el respetarle como a Dios y no admitir en El su participación con la Divinidad, es una blasfemia contra el Espíritu. Vosotros no os atrevéis a negarle el nombre de Dios por la admiración que os causa la grandeza de sus obras, y por sostener vuestra malicia rebajáis su nobleza y negáis su comunión con la sustancia del Padre.

San Agustín, sermones, 72,1. O bien en este pasaje nos aconseja el Señor que seamos buenos árboles para que llevemos buenos frutos: Las palabras: "Haced un árbol bueno, y os dará buenos frutos" es un precepto saludable y que debemos obedecer. Y las palabras: "Haced un árbol malo, y os dará frutos malos" no son un precepto de que así lo hagáis sino una advertencia para que lo evitéis. El Señor combate en este lugar a los que decían que se podían hablar cosas buenas y hacer obras buenas permaneciendo malos; pero el Señor dice que esto no puede ser: a no ser que se cambiase el hombre para poder cambiar las obras. Porque el hombre que continúa en la maldad no puede tener obras buenas, así como el que continúa en el bien, no puede tener obras malas. Cristo, pues, encontró a todos los hombres malos, pero dio el poder de hacerse hijos de Dios a todos los que creyeren en El.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 42,1. Y como el Salvador hablaba no por El, sino por el Espíritu Santo, por eso riñe a los judíos con las siguientes palabras: "Raza de víboras, ¿cómo podéis hablar cosas buenas, cuando sois tan malos?" Estas palabras son una acusación contra ellos y una demostración de lo que se acaba de hablar, como si dijera: Mirad, vosotros que sois árboles malos, no podéis llevar frutos buenos. No me admiro de que os expreséis de esa manera, porque habéis sido mal educados por padres malos y tenéis un alma mala. Y tened presente que no dijo: ¿cómo podéis vosotros hablar cosas buenas, siendo raza de víboras? Porque este modo de expresarse no está en relación con lo anterior, sino que dijo: "¿Cómo podéis hablar cosas buenas, cuando sois tan malos?". Los llama raza de víboras porque se vanagloriaban en sus antepasados. Para no dejarles motivo alguno de orgullo los separó de la raza de Abraham y les atribuyó otros progenitores de costumbres semejantes a las suyas.

Rábano. O también los llama raza de víboras, es decir, hijos o imitadores del diablo, porque calumnian a sabiendas las obras buenas, cosa verdaderamente diabólica. Sigue: "La boca habla de la abundancia del corazón". Habla de la abundancia del corazón el hombre que sabe la intención que se lleva en el hablar, cosa que parece decir más claro cuando añade: "El hombre bueno saca el bien de un tesoro bueno, y el malo saca del tesoro malo el mal". El tesoro del corazón es la intención del pensamiento, que mediante un juicio interior aprecia la utilidad de una obra. Sucede algunas veces, que las grandes obras reciben una recompensa pequeña, y que los que hacen resplandecer exteriormente las más grandes virtudes, son, a causa de la flojedad de su corazón tibio, menos premiados por el Señor.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 42,1. De esta manera, penetrando lo íntimo del corazón, nos da una prueba de su divinidad; porque El nos dice que no solamente serán castigadas las malas palabras, sino también los malos pensamientos. Y es natural que así sea, porque la superabundancia de la malicia interior, se derrama exteriormente mediante las palabras. De ahí es que, cuando se ve que un hombre habla mal, podemos juzgar que es mayor su malicia interior que la que manifiestan sus palabras. Porque lo que sale al exterior no es más que la superabundancia de lo que existe en el interior. De esta manera tocó vivamente a la culpabilidad de los judíos, porque si lo que ellos dijeron era tan malo, ¿qué malicia no encerrará la raíz de sus palabras? Y es apropiado que así sea. No siempre la lengua del hombre manifiesta la malicia que hay en su interior; pero el corazón, como no tiene por testigo a ningún hombre, engendra sin miedo los males que quiere. Como le importa poco el que Dios lo sepa, sólo cuando la malicia interior es grande es cuando sale al exterior mediante la palabra; y por eso dijo: "De la abundancia del corazón habla la boca"."

San Jerónimo. Las palabras: "El hombre bueno saca del tesoro bueno el bien", etc., o bien manifiestan la clase de tesoro de donde sacaron los judíos la blasfemia cuando blasfemaban contra la divinidad del Señor, o bien se refieren a lo que precede, y nos dan a entender que, así como un hombre bueno no puede dar cosas malas, ni un hombre malo cosas buenas, así Cristo no puede hacer obras malas, ni el diablo obras buenas.

MATEO 12,36-37


4236 (Mt 12,36-37)

"Y dígoos que toda palabra ociosa que hablaren los hombres, darán cuenta de ella en el día del juicio. Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado". (vv. 36-37)

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 42,2. Una vez puestas las premisas, pasa el Señor a las pruebas, inspirando a los judíos un gran terror, manifestándoles que serán castigados con la última pena los que hubieren delinquido en los pecados anteriores. Por eso dice: "Y os digo que toda palabra ociosa que hablaren los hombres darán cuenta de ella".

San Jerónimo. que quiere decir: si toda palabra ociosa que no edifica a los que la oyen, trae algún peligro al que la dice, y en el día del juicio darán todos cuenta de sus palabras, ¿cuánto más vosotros que calumniáis las obras del Espíritu Santo, y decís que yo lanzo los demonios en nombre de Beelzebub, habréis de dar cuenta de vuestra calumnia?

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 42,2. Y no dijo: "que vosotros habéis hablado", porque aplicando sus palabras a todo el género humano hace más llevadero su pensamiento. Palabra ociosa es la que contiene una mentira o una calumnia. Algunos extienden su significado a toda palabra inútil, como, por ejemplo, la que promueve una risa inmoderada, o indecente o deshonesta.

San Gregorio Magno, homiliae in Evangelia, 6. O también es palabra ociosa la que no reporta alguna utilidad, o la que se dice sin necesidad. La palabra que no da utilidad alguna ni al que la dice ni al que la escucha, como por ejemplo, cuando en lugar de hablar de cosas serias, hablamos cosas frívolas y nos ocupamos en contar fábulas antiguas. Por lo demás, el que contesta con bufonadas y abre su boca con grandes risotadas para decir alguna cosa deshonesta, éste no será culpable de una palabra ociosa, sino de una palabra criminal.

Remigio. De las palabras anteriores se deducen las siguientes: "Porque serás justificado por tus palabras, y serás condenado por tus palabras". Es indudable que todos serán condenados por las palabras malas que dijeron; pero, sin embargo, no todos serán justificados por las buenas; para esto es preciso que salga de lo íntimo del corazón y de una intención piadosa.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 42,2. Mirad cómo no es duro este juicio. El juez dará la sentencia, no sobre las cosas malas que dijeron de vosotros, sino sobre lo que vosotros dijisteis: de ahí es que no son los acusados los que deben tener miedo, sino los que acusan, porque a nadie se le obligará el que se acuse a sí mismo de las cosas malas que oyó, sino de las malas que habló.


Catena aurea ES 4229