Catena aurea ES 4310

MATEO 13,10-17


4310 (Mt 13,10-17)

Y llegándose los discípulos, le dijeron: "¿Por qué les hablas por parábolas?" El les respondió, y dijo: "Porque a vosotros os es dado saber los misterios del reino de los cielos; mas a ellos no les es dado. Porque al que tiene se le dará, y tendrá más: mas al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Por eso les hablo por parábolas; porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden. Y se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dice: De oído oiréis, y no entenderéis; y viendo veréis, y no veréis: porque el corazón de este pueblo se ha engrosado, y las orejas oyeron pesadamente, y cerraron sus ojos, para que no vean de los ojos, y oigan de las orejas, y del corazón entiendan, y se conviertan y los sane. Mas bienaventurados vuestros ojos, porque ven, y vuestras orejas, porque oyen. Porque en verdad os digo que muchos Profetas y justos codiciaron ver lo que veis, y no lo vieron, y oír lo que oís, y no lo oyeron". (vv. 10-17)

Glosa. Comprendiendo los discípulos que eran oscuras las cosas que decía el Señor al pueblo, quisieron impedirle el que hablara con parábolas. Por eso se dice: "Y llegándose los discípulos, le dijeron", etc.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 45,1. Son dignos de admiración los discípulos, que teniendo deseo de saber, saben cuándo conviene preguntar al Señor, porque no le preguntan delante de todo el mundo, y esto es lo que nos manifiesta San Mateo cuando dice: "Y llegándose los discípulos". San Marcos expresa más claramente esta reserva, diciendo: "Que ellos se aproximaron en particular" (Mc 4)

San Jerónimo. Debemos preguntar: ¿y cómo estando Jesús en la nave se le aproximaron? Se puede contestar, diciendo que estando ellos en la nave con el Señor, le hicieron allí la pregunta sobre la explicación de la parábola.

Remigio. Dice el evangelista: "Y llegándose", para manifestar que efectivamente le preguntaron y se pudieron acercar a El, aunque fuese corta la distancia que los separaba.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 45,1. Es preciso considerar aquí la rectitud de sus corazones, y lo preocupados que estaban por el bien de los que les rodeaban, y cómo su primer cuidado era el prójimo; porque no dijeron al Señor: ¿por qué no nos hablas en parábolas a nosotros?, sino: ¿por qué les hablas a ellos en parábolas?; y por eso el Señor les contesta: "Porque a vosotros os es dado conocer los misterios del reino de los cielos".

Remigio. A vosotros, digo, que me seguís y creéis en mí. Llama misterios del reino de los cielos a la doctrina del Evangelio, que no es dado conocer a aquellos, esto es, a los que están fuera, y no quieren creer en El, es decir, a los escribas, a los fariseos, y a todos los demás que continúan en la incredulidad. Acerquémonos, pues, al Señor con un corazón puro, en compañía de los discípulos, para que se digne interpretarnos la doctrina evangélica, según aquello: "Los que se acercan a los pies de El, reciben su doctrina" (Dt 33,3)

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 45,1. Mas dijo esto no para expresar una fatalidad ni una necesidad, sino para demostrar que los que no han recibido ese don son la causa de todos sus males, y para hacernos ver que es un don de Dios y una gracia que viene del cielo el conocer los misterios divinos. No se destruye por esto el libre albedrío, como se ve por lo que se ha dicho y se dirá más adelante. Porque el Señor, a fin de no desesperar a los unos ni dejar en la pereza a los que han recibido este don, nos hace ver que el principio de estos dones viene de nosotros. Por eso añade: "Porque al que tiene se le dará". Como si dijera: a aquel que tiene deseo y celo se le dará todo lo que viene de Dios; por el contrario, a aquel que está privado de este deseo y no pusiere de su parte cuanto puede para conseguirlo, ése no recibirá los dones de Dios y lo que tiene se le quitará, no siendo Dios el que se lo quita, sino el hombre que se hace indigno de poseerlo. De aquí es que si viéremos nosotros que oía alguno con pereza la palabra de Dios, y que a pesar de nuestros esfuerzos no podíamos persuadirlo a que atendiera, no tenemos más remedio que callar, porque si insistimos, aumentaremos la pereza. Más al que desea aprender lo atraemos con facilidad y lo hacemos capaz de recibir muchas cosas. Y bien dijo según otro evangelista (variante del texto de San Marcos, 4, 25): "Al que parece tener", porque el mismo no posee lo que tiene.

Remigio. Y el que tiene deseo de leer, recibirá la facultad de entender, y al que no tiene deseo de leer, le serán quitados los dones que recibió de la naturaleza. O al que tiene caridad, se le darán las demás virtudes, y al que no la tiene, se le quitarán las otras virtudes, porque sin caridad no puede haber bien alguno.

San Jerónimo. O también, a los Apóstoles, que creyeron en Cristo, les fue dado lo que les faltaba en virtudes; y a los judíos, que no creyeron en el Hijo de Dios, se les ha quitado hasta los bienes naturales que poseían, y no pueden comprender nada con sabiduría, porque carecen del principio de la sabiduría.

San Hilario, in Matthaeum, 13. Los judíos, que no tienen fe, perdieron hasta la ley que habían tenido. Y por eso la fe en el Evangelio tiene la plenitud de los dones, porque una vez recibida nos enriquece con nuevos frutos, mientras que si se rechaza nos quita los dones que hemos recibido en el primer estado de naturaleza.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 45,1. Y para expresar con más claridad lo que había dicho, añade: "Por eso hablo en parábolas a aquellos que viendo no ven", etc. Si ellos no pudieran abrir los ojos, esta ceguedad sería natural, pero como es voluntaria, por eso no dijo: "No ven", sino: "viendo, no ven": ellos efectivamente vieron lanzar a los demonios, y dijeron: "Lanza los demonios en nombre de Beelzebub" (Mt 12,24): veían que atraía a todos a Dios, y dicen: "No viene este hombre de Dios" (Jn 9,16) Y puesto que publicaban lo contrario a lo que veían y oían, por eso se les quitó la facultad de ver y de oír. De esto no sacan utilidad alguna, sino que se precipitan a una condenación mayor. Por esta razón no les habló el Señor al principio en parábolas, sino con toda claridad, y si ahora les habla en parábolas, es porque pervierten lo que han visto y lo que han oído.

Remigio. Y es de notar que no sólo eran parábolas sus palabras, sino hasta sus mismas acciones, es decir, que eran símbolos de cosas espirituales, lo que se ve claramente cuando dice: "A fin de que los que ven, no vean"; y las palabras no se ven, sino que se oyen.

San Jerónimo. Dice esto de aquellos que están en la ribera y que no pueden oír lo que decía Jesús, a causa de la distancia que los separaba de El y del ruido de las olas.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 45,1. En seguida, a fin de que no pudieran decir: "Nos calumnia este enemigo nuestro", cita el pasaje del profeta Isaías que dice lo mismo de ellos. Por eso sigue: a fin de que tenga cumplimiento la profecía de Isaías, que dice: "Oiréis con el oído y no entenderéis, y viendo veréis" (Is 6),

Glosa. esto es, oiréis con el oído las palabras, pero no entenderéis el sentido que encierran. Viendo veréis, esto es, la carne; y viendo no veréis, esto es, no comprenderéis la Divinidad.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 45,1. Todo esto lo dijo el Señor porque se les quitó a los judíos, que tenían cerrados los oídos y los ojos y engrosado el corazón, la facultad de oír y de ver; y no sólo no oían, sino que oían mal. Por eso sigue: "Ha sido engrosado el corazón de este pueblo".

Rábano. El corazón de los judíos ha sido engrosado por el peso de la malicia, y por la multitud de sus pecados comprendieron mal las palabras del Señor y las reciben con ingratitud.

San Jerónimo. Con el objeto de que no creyéramos que este peso del corazón y sordera de los oídos eran resultado de su naturaleza y no de su voluntad, expresa el Señor el pecado hijo de su libertad, diciendo: "Y cerraron sus oídos".

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 45,1-2. En todo este pasaje demuestra el Señor la profunda malicia y la aversión estudiada que le tenían los judíos; mas con el fin de atraerlos, añade: "Para que se conviertan, y los sane"; palabras que demuestran que si se convirtiesen serían sanados, que es como cuando dice uno: si me lo suplicaren, en seguida los perdonaré, da a entender además la voluntad de reconciliarse con ellos en las siguientes palabras: "Cuando se conviertan los sanaré"; palabras que demuestran la posibilidad de que se convirtiesen, hiciesen penitencia y se salvasen.

San Agustín, quaestiones evangeliorum, 14. O de otra manera, cerraron sus ojos para no ver con ellos, esto es, ellos mismos dieron motivo para que Dios les cerrase los ojos; y otro evangelista dice: "Cegó sus ojos" (Jn 12,40); ¿pero acaso para que no volvieran a ver? ¿o acaso para que no vean de manera que les cause tedio su ceguera y puedan, condoliéndose humillados y conmovidos, confesar sus pecados y buscar a Dios con arrepentimiento? Porque así lo expresa San Marcos: "Por si se convierten y se les perdonan los pecados" (Mc 4,12); de donde resulta que merecieron por sus pecados el no entender, y aun en esto brilla la misericordia de Dios, porque de este modo podían conocer sus pecados, convertirse y merecer el perdón. San Juan refiere este pasaje en estos términos: "No podían ellos creer, porque Isaías dijo: Cegó los ojos de ellos, endureció su corazón, para que no vean con los ojos, ni comprendan con su corazón, no sea que se conviertan, y yo los sane" (Jn 12,39-40) Este texto parece oponerse a la interpretación anterior y nos obliga a entender las palabras: nequando videant oculis, no: " Para que jamás vean con los ojos", no en el sentido de que ellos puedan ver alguna vez con sus ojos, sino en el sentido de que jamás vean. San Juan efectivamente lo dice muy claro: "Para que no vean con los ojos", y añade: "Y por esto no podían creer". Se ve bien claro que no quedaron ciegos a fin de que en alguna ocasión se convirtiesen por la penitencia (cosa que no podían hacer sin preceder la fe; de suerte que con la fe debían ser convertidos, con la conversión sanados y con la salud podían comprender), sino que nos manifiesta el evangelista que quedaron ciegos para que no creyesen. Porque dice muy claramente: "Por esta razón no podían creer". Y si esto es así, ¿quién no se levanta a defender a los judíos y dice en voz alta que ellos no son culpables si no creyeron? Si ellos no han creído es porque Dios les ha cerrado sus ojos; pero siendo imposible que Dios sea culpable, nos vemos precisados a confesar que merecieron por ciertos pecados anteriores quedar de tal manera ciegos, que quedaron incapaces de creer, porque las palabras de San Juan son éstas: "No podían creer, porque también dijo Isaías: Cegó los ojos de ellos". En vano intentamos entender que quedaron ciegos para que se convirtiesen, siendo así que sin la fe era imposible su conversión, y no podían tener fe porque estaban ciegos. No es un absurdo decir que hubo algunos judíos que podían ser sanados, pero, sin embargo, estaban en tan grande peligro por su desmedida soberbia, que no les convino creer primero. Y quedaron éstos1 ciegos para que no comprendiesen las parábolas del Señor, y no comprendiéndolas no creyesen en El, y no creyendo en El le crucificasen en unión con los demás desesperados, para que así, después de la resurrección se convirtiesen y amasen más con la humillación y arrepentimiento de la muerte del Señor a Aquel que les había perdonado tan enorme crimen. Era tan grande su soberbia, que era preciso abatirla con esa humillación. Y si alguno cree que todo esto no está en su lugar, que reflexione sobre las palabras que se leen en los Hechos de los Apóstoles (Ac 12), conformes completamente con lo que dice San Juan: "Por eso no podían creer, porque les cegó sus ojos para que no vean", palabras que nos dan a entender que quedaron ciegos a fin de que se convirtiesen. Esto es, quedaron ciegos para las verdades del Señor, ocultas en sus parábolas, a fin de que se arrepintiesen después de la resurrección mediante una penitencia más saludable. Porque cegados ellos por la oscuridad del discurso del Señor, no comprendieron sus palabras, y no entendiéndolas, no creyeron en El; no creyendo en El, lo crucificaron; pero después de la resurrección, asombrados de los milagros que se hacían en su nombre, se arrepintieron a la vista de su gran crimen, y abatidos hicieron penitencia. En seguida, después de aceptado el perdón, su conversión se apoyó en un amor intensísimo, pero a algunos de ellos aquella ceguera no sirvió para que se convirtiesen.

Remigio. También puede entenderse este pasaje de esta manera: sobreentiéndese en cada miembro la partícula no; esto es, a fin de que no vean con los ojos, y que no oigan con los oídos, y de que no entiendan con el corazón, y de que no se conviertan, y de que no los sane.

Glosa. Los ojos de los que ven y no creen son desgraciados; mas los vuestros: "Bienaventurados vuestros ojos porque ven, y vuestras orejas porque oyen".

San Jerónimo. Si no hubiéramos leído más arriba que el Señor estimulaba a sus oyentes a que lo entendiesen con las palabras: "El que tenga orejas para oír, oiga" (Mt 13,9) pudiéramos creer que estos ojos y estas orejas que perciben la felicidad son los del cuerpo; pero me parece que los ojos bienaventurados son los que pueden conocer los misterios de Cristo; y dichosas las orejas aquellas de quienes dice Isaías: "El Señor me ha dado una oreja" (Is 50,5)

Glosa. El ojo es el alma capaz por su naturaleza de entender aquello a que se dirige, y la oreja es también el alma; porque ésta no aprende sino enseñada por otro.

San Hilario, in Matthaeum, 13. O también habla aquí de la dicha del tiempo de los Apóstoles, cuyos ojos y oídos tuvieron la felicidad de ver y comprender la salud de Dios, cosa que los profetas y los justos desearon ver y comprender, y que estaba reservada para la plenitud de los tiempos. Por eso sigue: "En verdad os digo que muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis y no lo vieron, y oír lo que vosotros oís y no lo oyeron".

San Jerónimo. Parece contradecir este pasaje a lo que se dice en otra parte: "Abraham deseó ver mi día, lo vió y se alegró" (Jn 8,56)

Rábano. También Isaías (Is 6) y Miqueas (Mi 7), y otros muchos profetas vieron la gloria del Señor y por eso fueron llamados los que ven (1S 9)

San Jerónimo. Mas no dijo: Todos los profetas y justos, sino muchos. Porque podía acontecer que entre muchos hubiera algunos que vieron y otros que no vieron. Sin embargo, no deja de ofrecer algún peligro esta interpretación, porque parece establecer entre los santos diferentes grados de mérito (es decir, en cuanto a la fe en Cristo) Abraham, pues, vio en figura, en enigma. Pero vosotros tenéis y poseéis a vuestro Señor entre las cosas presentes. Vosotros le preguntáis cuando queréis y coméis con El.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 45,2. Lo que vieron y oyeron los Apóstoles fueron su presencia, sus milagros, su voz y su doctrina. Y en esto los prefiere, no sólo a los malos, sino a los que fueron buenos, porque dice que fueron más dichosos que los justos de la antigüedad, puesto que ven no sólo lo que no vieron los judíos, sino lo que los profetas y los justos desearon ver y no vieron. Porque aquellos solamente contemplaron a Cristo con la fe, y éstos lo vieron con sus ojos y con más claridad. Ved aquí, pues, cómo se enlaza el Antiguo Testamento con el Nuevo; porque si los profetas hubieran sido servidores de un Dios extraño o contrario a Cristo, jamás hubieran deseado verlo.

MATEO 13,18-23


4318 (Mt 13,18-23)

"Vosotros, pues, oíd la parábola del que siembra. Cualquiera que oye la palabra del reino, y no la entiende, viene el malo, y arrebata lo que se sembró en su corazón: éste es el que fue sembrado junto al camino. Mas el que fue sembrado sobre las piedras, éste es, el que oye la palabra, y por el pronto la recibe con gozo. Pero no tiene en sí raíz, antes es de poca duración. Y cuando le sobreviene tribulación y persecución por la palabra, luego se escandaliza. Y el que fue sembrado entre las espinas, éste es, el que oye la palabra; pero los cuidados de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra y queda infructuosa. Y el que fue sembrado en la tierra buena, éste es el que oye la palabra y la entiende, y lleva fruto: y uno lleva a ciento, y otro a sesenta, y otro a treinta". (vv. 18-23)

Glosa. El había dicho anteriormente que no se concedió a los judíos, sino a los Apóstoles, el conocer el reino de Dios. Y por eso concluye diciendo: "Vosotros, pues, oíd la parábola del que siembra", vosotros a quienes están confiados los misterios del cielo.

San Agustín, de genesi ad litteram, 8,5. Se realizó lo que refirió el evangelista, a saber, que el Señor pronunció esas palabras. La narración del mismo Señor fue una parábola. Y no es absolutamente necesario en este género de discursos el que los hechos que se refieren se tomen al pie de la letra.

Glosa. De aquí es que cuando exponiendo la parábola añade: "Todo el que oye la palabra del reino, y no la entiende"; debe construirse de esta manera: Todo el que oye la palabra (esto es, mi predicación, que le hace apto para alcanzar el reino de los cielos) y no la entiende (y añade por qué no la entiende: "Porque viene el malo, esto es, el diablo, y arrebata lo que se sembró en el corazón de aquel"), éste tal es aquél que fue sembrado cerca del camino. Es de notar que la palabra sembrar se toma en distintos sentidos. Así se dice que una semilla está sembrada y que un campo está sembrado. Estas dos maneras de tomar dicha palabra, las vemos empleadas en este pasaje. Pero cuando dice: "Arrebata lo que ha sido sembrado", aquí se entiende: arrebata la semilla. Pero cuando dice: "Cayó cerca del camino", no debe entenderse de la semilla, sino del lugar en que cayó la semilla; esto es, en el hombre, que es como el campo sembrado con la semilla de la palabra de Dios.

Remigio. El Señor expone con estas palabras lo que es la semilla, es decir, la palabra del reino (esto es, de la doctrina del Evangelio) Porque hay algunos que no reciben la palabra de Dios con devoción, y por eso los demonios arrebatan la semilla de la palabra divina que ha caído en sus corazones como si fuera semilla sembrada en un camino traqueteado. Sigue: "La que ha sido sembrada sobre piedra", es aquel que oye la palabra mas no tiene raíces, etc. Porque la semilla o la palabra de Dios que se siembra en la piedra, esto es, en el corazón duro e indómito, no puede llevar fruto; porque es grande su dureza y nulo el deseo por las cosas celestiales, y por esa demasiada dureza no tiene raíz en sí.

San Jerónimo. Observad las palabras: "Y ha sido continuamente escandalizado". Hay gran diferencia entre aquel que es compelido a negar a Cristo por las tribulaciones y los castigos, y aquel que a la primera persecución se escandaliza y cae, que es de quien se habla aquí. Sigue: "La que fue sembrada entre espinas, etc. " Me parece que dicen estas palabras, tomadas literalmente, en relación a Adán: "Comerás el pan entre espinas y abrojos" (Gn 3,17-19) y en sentido místico, a todos aquellos que se entregaron a los placeres del siglo y a los cuidados de este mundo, los cuales comerán el pan del cielo y la comida de la verdad en medio de espinas.

Rábano. Con razón se llaman espinas, porque hieren el alma con las punzadas de sus pensamientos y oprimiéndola, no la dejan llevar los frutos espirituales de la virtud.

San Jerónimo. Son admirables las palabras: "El engaño de las riquezas sofoca la palabra", porque son halagüeñas las riquezas, y prometen cosas distintas de las que practican. Su posesión es pasajera, puesto que van de una a otra parte, abandonan una vez a los que las poseen, y se marchan otras con el que no las tenía. Por eso dice el Señor que es difícil a los ricos entrar en el reino de los cielos (Mt 19); porque las riquezas sofocan la palabra de Dios y disminuyen el vigor de la virtud.

Remigio. Y es de saber que en estas tres clases de tierra mala están comprendidos todos los que pueden oír la palabra de Dios, pero sin embargo no pueden alcanzar la salud. Exceptúanse los gentiles, que ni aun oír merecieron. Sigue: "Y la que cayó en tierra buena". La tierra buena es la conciencia fiel de los elegidos, o el alma de los santos que reciben con gozo, con deseo y con devoción del corazón la palabra de Dios, y la conservan varonilmente en la prosperidad y en la adversidad, y producen frutos. Y por eso se dice: "Y produce frutos, una a ciento, otra a sesenta y otra a treinta".

San Jerónimo. Y es de notar, que así como en la tierra mala hubo tres clases (a saber, la que estaba junto al camino, la pedregosa y la llena de espinas), así también hay tres clases de tierra buena: la que produce ciento, la que produce sesenta y la que produce treinta. Y tanto en ésta como en aquélla, la sustancia es la misma y sólo varía la voluntad, y quien recibe la semilla, tanto en los incrédulos como en los que creen, es siempre el corazón; y por eso en la primera parte de esta parábola se dice: "Viene el malo, y arrebata la que ha sido sembrada en su corazón"; y en la segunda y tercera: "Este es el que oye la palabra". También en la cuestión de la tierra buena se dice lo mismo: "Este es el que oye la palabra". De suerte que primeramente debemos oír, en seguida entender y después de entender, dar frutos de enseñanza y producir ese fruto, o como ciento, o como sesenta, o como treinta.

San Agustín, de civitate Dei, 21,27. Opinan algunos que es preciso entender este pasaje en el sentido de que los santos, según sus méritos, libran los unos cien almas, otros sesenta y otros treinta (añaden que esto se verificará en el día del juicio, mas no después del juicio. ) Pero uno, al ver que muchas personas abusaban de esta opinión, y se prometían con toda malicia una completa impunidad, puesto que de esta manera todos podían creer que estaban libres, responde que se debe vivir bien para que cada uno se pueda encontrar entre aquellos por cuya intercesión se libran otros; no suceda que sean tan pocos que atendiendo cada uno al número que se le ha asignado, resulte que muchos queden sin ser librados de las penas por la intercesión de los santos. Por esta razón sería una gran temeridad sin fundamento el confiarse de esta manera a la intercesión de otro.

Remigio. El que da fruto como treinta, es el que enseña la fe en la Santísima Trinidad; como sesenta, el que recomienda la perfección de las buenas obras, porque el número seis es el tiempo que Dios empleó en hacer el mundo (Gn 2); como ciento, el que promete la vida eterna; porque el número ciento pasa de la izquierda a la derecha, entendiéndose por izquierda la vida presente, y por derecha la futura. En otro sentido: la semilla de la Palabra de Dios da fruto como treinta, cuando produce el buen pensamiento, como sesenta, cuando engendra la buena palabra, y como ciento, cuando conduce a la buena obra.

San Agustín, quaestiones evangeliorum, 1,10-11. O de otra manera, el número ciento es el fruto de los mártires, a causa de la santidad de su vida y el desprecio de su muerte; el sesenta, el de las vírgenes, por su tranquilidad interior, porque no combaten contra la costumbre de la carne; suele también concederse el descanso a los sexagenarios en la carrera militar y en otros empleos públicos; el número treinta es el de los casados, porque es la edad del combate, y ellos tienen que sostener rudos asaltos para no ser víctimas de sus pasiones. O de otra manera, tienen que luchar con el amor de los bienes temporales para no ser vencidos, y deben domarlo y sujetarlo a fin de reprimirlo con facilidad, o extinguirlo de tal manera que no pueda producir emoción alguna. De aquí proviene, el que unos afronten la muerte por la verdad con energía, otros con tranquilidad y otros con placer. A estos tres grados de virtud corresponden las tres clases de frutos que da la tierra: el treinta, el sesenta y el ciento. En alguno de estos tres grados debe encontrarse el hombre que piensa partir bien de esta vida.

San Jerónimo. O también, la semilla que da ciento se aplica a las vírgenes, el sesenta a las viudas y a los que están en estado de continencia, y el treinta a los matrimonios castos. O de otro modo, el treinta se refiere a las bodas, porque la articulación de los dedos que los enlaza y estrecha, como con cierto ósculo tierno, nos representa la unión del hombre y de la mujer; el sesenta a las viudas, representadas por la presión del dedo pulgar, a causa de las angustias y tribulaciones en que fueron colocadas, pero que recibirán mayor premio por haber vencido los placeres, tanto más difíciles de combatir cuanto que ya tenían experiencia de ellos. Por último, el número ciento, que está expresado por la mano izquierda y por la derecha, y formando un círculo por los mismos dedos, pero de distinta mano, expresa la corona de la virginidad.

MATEO 13,24-30


4324 (Mt 13,24-30)

Otra parábola les propuso diciendo: "Semejante es el reino de los cielos a un hombre que sembró buena simiente en un campo. Y mientras dormían los hombres, vino su enemigo y sembró cizaña en medio del trigo y se fue. Y después creció la yerba e hizo fruto, apareció también entonces la cizaña. Y llegando los siervos del padre de familias le dijeron: Señor, ¿por ventura no sembraste buena simiente en tu campo? ¿Pues de dónde tiene cizaña? Y les dijo: hombre enemigo ha hecho esto. Y le dijeron los siervos: ¿Quieres que vayamos y la cojamos? No, les respondió; no sea que cogiendo la cizaña arranquéis también con ella el trigo. Dejad crecer lo uno y lo otro hasta la siega, y en el tiempo de la siega diré a los segadores: Coged primeramente la cizaña y atadla en manojos para quemarla; mas el trigo recogedlo en mi granero". (vv. 24-30)

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 46,1. El Señor habló en la parábola anterior de aquellos que no reciben la palabra de Dios, y ahora habla de aquellos que la reciben alterada, porque es propio del demonio mezclar el error con la verdad. Por eso sigue: "Otra parábola les propuso", etc.

San Jerónimo. Les propuso otra parábola, a la manera de un rico que sirve distintos manjares a sus convidados, a fin de que tome cada uno el que es más a propósito para su estómago. Y no dijo la otra, sino otra, porque si hubiera dicho la otra, no podríamos esperar otra tercera; y dijo otra, para manifestar que seguirían otras muchas. El sentido de la parábola lo manifiesta el Señor cuando añade: "Semejante es el reino de los cielos a un hombre que sembró buena simiente", etc.

Remigio. Llama reino de los cielos al mismo Hijo de Dios, y dice que este reino es semejante a un hombre que sembró buena simiente en su campo.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 46,1. Nos presenta en seguida los lazos del demonio diciendo: "Y mientras dormían los hombres, vino su enemigo y sembró cizaña en medio del trigo y se fue". Con estas palabras nos hace ver que el error viene después de la verdad, cosa demostrada por la experiencia. Así, después de los profetas vinieron los falsos profetas; después de los Apóstoles los falsos apóstoles; y después de Cristo el Anticristo. Porque no se esfuerza el diablo en tentar a quien no lo ha de imitar ni a quien no puede tender sus lazos, porque ha visto que la simiente fructifica, a veces como ciento, otras como sesenta, y otras como treinta, y que no puede él arrebatar ni sofocar la que tiene buenas raíces, y por eso se vale de otro engaño, confundiendo su propia simiente y revistiendo sus obras con colores y semejanzas que sorprenden al que se deja engañar con facilidad. Por eso no dice el Señor que siembra una simiente cualquiera, sino la cizaña, que es muy parecida, al menos a la vista, a la simiente del sembrador: tal es la malicia del diablo; siembra cuando han nacido las simientes, para de esta manera causar más daños a los intereses del agricultor.

San Agustín, quaestiones evangeliorum, 11. Y dice: "Mientras dormían los hombres" porque cuando los jefes de la Iglesia obran con negligencia, o cuando los apóstoles son visitados por el sueño de la muerte, viene el diablo y siembra sobre aquellos a quienes el Señor llama hijos malos. Pero se pregunta ahora: ¿son éstos los herejes o los malos católicos?. Porque manifestándonos que están sembrados en medio del trigo parece significar que son todos de una misma comunión. Pero sin embargo, como en la interpretación de la palabra campo no se significa a la Iglesia, sino a todo el mundo, se comprende que habla de los herejes, que se hallan mezclados en este mundo con los buenos. De aquí es que a los que son malos pero tienen la misma fe se les llama paja mejor que cizaña. La paja, efectivamente, tiene la misma raíz y fundamento que el grano. En cuanto a los cismáticos, parece que tienen más semejanza con las espigas podridas, o con las pajas de aristas rotas y divididas que se arrojan de la mies. Pero no se debe sacar de aquí la consecuencia de que los herejes y cismáticos son forzosamente separados de la Iglesia corporalmente, porque hay muchos en el seno de la Iglesia que no defienden su error de manera que puedan atraer al pueblo. Porque si lo hicieren así, entonces serían expulsados en seguida de la Iglesia. (Y más abajo): Cuando el diablo con sus detestables errores y falsas doctrinas ha sembrado la cizaña (esto es, ha arrojado las herejías valiéndose del nombre de Cristo) se oculta con más cuidado y se hace más invisible; y esto es lo que significa: "Y se fue". Se comprende, pues, que el Señor significó en esta parábola con la palabra cizaña (como terminó en la exposición) no algunos escándalos, sino todos los escándalos, y a aquellos que cometen ciertas maldades.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 46,1. En las siguientes líneas describe perfectamente la marcha de los herejes: "Y después que creció la yerba e hizo fruto, apareció entonces la cizaña". Al principio los herejes no dan la cara, pero cuando tienen más libertad y algunos otros participan de su error, entonces vierten su veneno.

San Agustín, quaestiones evangeliorum, 12. O de otra manera, cuando el hombre espiritual empieza a juzgar todas las cosas, entonces comienzan a aparecer los errores, y distingue cuánto dista de la verdad lo que ha oído o leído. Pero mientras llega a la perfección espiritual, puede ser envuelto en la multitud de errores que se han propalado con el nombre de Cristo. Por eso sigue: "Y llegando los siervos del padre de familia, le dijeron: Señor, ¿por ventura no sembraste buena simiente en tu campo? ¿Pues de dónde tiene cizaña?" Ocurre preguntar aquí quiénes son esos siervos: si son los siervos aquellos a quienes después llama segadores, o si son los ángeles, a quienes en la explicación que él nos ha dado de esta parábola llama también segadores; pero que nadie se atreve a afirmar que los ángeles no tuvieron conocimiento del que sembró la cizaña; por consiguiente deben entenderse por siervos los mismo fieles a quienes no nos debe admirar los llame además buena simiente, porque se puede expresar una misma cosa con diferentes nombres, según la relación con que se la considere; el mismo Salvador es llamado en un mismo Evangelio (Jn 10) a la vez "puerta y pastor".

Remigio. Se llegan a Dios, no con el cuerpo, sino con el corazón y el deseo del alma. De esta manera comprenden que todo se hizo por astucia del diablo y por eso les dice: "Hombre enemigo ha hecho esto".

San Jerónimo. Llama al diablo hombre enemigo porque no es Dios. Y así se dice de él en el Salmo 9: "Levántate, Señor, para que no tome fuerzas el hombre" (Ps 9,20) Por esta razón no debe dormirse el que está al frente de la Iglesia, no sea que por descuido suyo siembre el hombre enemigo la cizaña, esto es, las afirmaciones heréticas.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 46,1. Y se llama enemigo a causa de los perjuicios que causa al hombre, porque siempre nos está maltratando, aunque no sea el origen de su tratamiento la enemistad que nos tiene, sino la que profesa a Dios.

San Agustín. quaestiones evangeliorum, 12. Al conocer los siervos de Dios que el diablo, sintiendo que nada podía hacer contra el autor de tan gran nombre, ha tramado un fraude para ocultar sus mentiras bajo el mismo nombre, puede presentárseles el deseo, en la medida que tengan algún poder temporal, de apartar a los hombres de las cosas mundanas. Pero para saber que deben hacer consultan antes a la justicia de Dios. De donde sigue: "¿Quieres que vayamos y la cojamos?".

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 46,1. Debemos admirar en este pasaje la solicitud y el amor de los siervos: se apresuran a arrancar la cizaña, lo que prueba la solicitud por su simiente, y no tratan de que se castigue a nadie sino de que no muera la buena simiente.

La respuesta del Señor es la siguiente: "Y les dijo: no".

San Jerónimo. Hay ocasiones para hacer penitencia; y se nos aconseja que no hagamos perecer en seguida a nuestros hermanos; porque puede ocurrir que alguno esté hoy manchado con algún dogma herético, mañana se arrepienta y comience a defender la verdad: "No sea que cogiendo la cizaña, arranquéis también el trigo".

San Agustín, quaestiones evangeliorum, 12. Palabras que no pueden menos que engendrar en ellos una paciencia y una tranquilidad grandísima. La razón de esta parábola es, que los que son buenos, pero que aun están débiles, necesitan de esta mezcla con los malos, ya para adquirir fortaleza con el ejercicio, ya para que comparando los unos con los otros se estimulen a ser mejores. O también se arrancan al mismo tiempo el trigo y la cizaña, porque hay muchos que al principio son cizaña y después se hacen trigo. Si a éstos no se les sufre con paciencia cuando son malos, no se consigue el que muden de costumbres; y si fuesen arrancados en ese estado, se arrancaría al mismo tiempo lo que con el tiempo y el perdón hubiera sido trigo. Por eso nos previene el Señor que no hagamos desaparecer de esta vida a esa clase de hombres, no sea que por quitar la vida a los malos se la quitemos a los que quizá hubieran sido buenos, o perjudiquemos a los buenos, a quienes, a pesar suyo, pueden ser útiles. El momento oportuno de quitarles la vida será cuando ya no les quede tiempo para mudar de vida, y el contraste de sus errores con la verdad no pueda ser útil a los buenos: "Dejad crecer lo uno y lo otro hasta la siega", esto es, hasta el juicio.

San Jerónimo. Pero parece que esta doctrina contradice a aquel precepto: "Quitad el mal de entre vosotros" (1Co 5,13); porque efectivamente si se prohibe arrancar la cizaña, y se manda conservarla hasta la siega, ¿de qué modo se han de quitar de entre nosotros ciertos hombres? Pero no hay o es muy poca la diferencia entre el trigo y la cizaña, llamada vulgarmente vallico, que cuando aun está en estado de yerba y su tallo no está coronado de espiga, es muy parecida al trigo. Por esta razón nos advierte el Señor que no demos nuestro dictamen sin un examen detenido sobre cosas dudosas, sino que las dejemos a juicio de Dios, a fin de que arroje el Señor en el día del juicio de entre los santos, no a los criminales sospechosos sino a los que entonces serán bien manifiestos.

San Agustín, contra epistulam Parmeniani, 3,2. Cuando algún cristiano hubiera sido cogido en el seno de la Iglesia en algún pecado digno de ser anatematizado, anatematícese en donde no haya peligro de dar lugar al cisma, y hágase con amor a fin de no arrancarlo, sino de corregirlo. Pero si él no se reconociere y ni se corrigiere con la penitencia, él mismo se saldrá fuera y será separado de la comunión de la Iglesia por su propia voluntad. Por eso el Señor al decir: "Dejad crecer lo uno y lo otro hasta la siega", da la razón en las palabras siguientes: "No sea que cogiendo la cizaña arranquéis también el trigo". Donde manifiesta claramente, que cuando no hay ese peligro y hay completa seguridad de la permanencia de la simiente (esto es, cuando el crimen es tan conocido y detestado de todos, que no hay absolutamente nadie, o si hay alguno que se atreva a defenderlo, es tan poco notable que no puede dar lugar al cisma), no debe descuidarse la severidad de la disciplina, en la que es tanto más eficaz la corrección del mal cuanto más se respetan las leyes de la caridad. Pero cuando el mal ha gangrenado a la multitud, no queda más remedio que el sentir y gemir. De ahí es que debe el hombre corregir con amor aquello que pueda, y lo que no pueda, sufrirlo con paciencia y gemir y llorar hasta que la corrección venga de lo alto, y esperar hasta la siega el arrancar la cizaña y el aventar la paja. Cuando se puede levantar la voz en medio de un pueblo, debe hacerse la corrección de las desmoralizadas turbas con expresiones generales, principalmente si nos ofrece la ocasión y la oportunidad algún castigo del cielo enviado por Dios, de hacerles ver que son castigados cual merecen; porque las calamidades públicas vuelven dóciles los oídos de aquellos que escuchan las palabras del que los corrige y excitan más fácilmente a los corazones afligidos a confesarse gimiendo que a resistirse murmurando. Y aunque no exista calamidad pública, se puede, siempre que se habla en público, corregir a la multitud en medio de la multitud. Porque así como se enfurece cuando se habla en particular, así también suele gemir cuando se la reprende en general.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 46,1-2. Dijo el Señor todo esto para prohibir las muertes. No convenía quitar la vida a los herejes, porque de esta manera se trabaría una lucha sin piedad en todo el mundo. Por eso dice: "No la arranquéis al mismo tiempo que el trigo", es decir, si empuñáis las armas, y quitáis la vida a los herejes, vuestros golpes alcanzarán necesariamente a multitud de santos. No prohibe, pues, el Señor, el contener a los herejes, el atajar la libre propaganda de sus errores, sus sínodos y sus reuniones, sino el destruirlos y quitarles la vida.

San Agustín, epístolas, 93,17. En un principio yo era de la opinión de no obligar a nadie a entrar en la unidad de Cristo, a obrar con la palabra, a combatir con la discusión, a vencer con la razón, a fin de que no tengamos por católicos hipócritas a aquellos a quienes hemos conocido como herejes marcados. Sin embargo, mi opinión era el no combatir con palabras, sino el dominar con ejemplos. Las leyes terribles por las que los reyes sirven a Dios con temblor de tal manera les fueron útiles, que se vieron precisados a decir unos: desde luego era ésta nuestra voluntad, pero damos mil gracias a Dios, que nos ha presentado la ocasión, y nos ha quitado todo pretexto para diferirla. Otros: sabíamos que ésta era la verdad, pero no sabemos por qué costumbre nos deteníamos: mil gracias a Dios que ha roto nuestras ligaduras. Otros: ignorábamos que fuera ésta la verdad, ni teníamos deseo de aprenderla; pero el miedo nos ha hecho volver a ella: gracias a Dios que nos despertó de nuestro letargo con el estímulo del terror. Otros dicen: Nosotros teníamos miedo de entrar por los rumores falsos, que hubiéramos desconocido ser falsos si no hubiéramos entrado, pero ni hubiéramos entrado, sino a viva fuerza; gracias a Dios, que nos ha quitado nuestra perplejidad con la persecución, nos ha enseñado por experiencia cuán sin fundamento y cuán falsas son las voces que han extendido sobre su Iglesia. Otros dicen: nosotros juzgábamos que no era cosa de interés el recibir la fe de Cristo, pero gracias al Señor que ha hecho que concluya nuestra separación, nos ha unido a un solo Dios, y nos ha manifestado la unidad del culto. Sirvan, pues, los reyes a Cristo, y promulguen leyes en favor de Cristo.

San Agustín, epístolas, 185, 32 et 22. ¿Quién de vosotros no sólo deseará que perezcan los herejes, sino también el que experimenten pérdidas? Pues no de otro modo mereció tener la paz la casa de David, si no hubiese desaparecido su hijo Absalón en la guerra que hizo contra su padre (2S 18), aun cuando este rey infortunado había recomendado a sus servidores el mayor cuidado para que conservasen la vida de su hijo, en quien su corazón de padre miraba sólo al arrepentimiento para perdonarlo. El por su rebelión fue víctima de su resistencia, y al padre no le quedó más que llorarlo, y consolar su dolor con la paz devuelta a sus estados. Así la Iglesia católica nuestra madre, cuando atrae a su seno un gran número de hijos con la pérdida de algunos otros, dulcifica y cura el dolor de su corazón maternal con el espectáculo de los pueblos que ha salvado. ¿Dónde se funda, pues, lo que algunos vociferan: "¿Uno es libre para creer o para no creer? ¿A quién forzó Cristo? ¿A quién obligó?" Ahí tienen al Apóstol San Pablo. Reconozcan en él a Cristo primero postrándolo, y después enseñándole; primero hiriendo y después consolando (Ac 9) Pero es cosa admirable, que aquel que entró en el Evangelio obligado por un castigo corporal, trabajó más en el Evangelio, que aquellos que fueron llamados sólo con la palabra (1Co 15) ¿Por qué la Iglesia no obligará a sus hijos perdidos a volver, si esos mismos hijos perdidos precisan a otros a perecer? Sigue: "Y en el tiempo de la siega diré a los segadores: Coged primeramente la cizaña, y atadla en manojos para quemarla".

Remigio. Llama él siega al tiempo en que se está segando. Y por siega se entiende el día del juicio, en que los buenos serán separados de los malos.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 46,2. ¿Pero por qué dice: coged primeramente la cizaña? A fin de que no crean los buenos que juntamente con la cizaña se debe arrancar también el trigo.

San Jerónimo. Está bien manifiesto en las palabras: "lanzad al fuego los manojos de cizaña y reunid el trigo en los graneros", que los herejes, de cualquier clase que sean, y también los hipócritas, serán quemados en los fuegos del infierno. Y los santos (que es lo que se da a entender con la palabra trigo) serán recibidos en los graneros, esto es, en las mansiones celestiales.

San Agustín, quaestiones euangeliorum, 1, 12. Se puede preguntar: ¿por qué no dijo el Señor: haced un solo haz y un solo montón con la cizaña? Sin duda para significar que había muchas clases de herejes, que estaban separados no sólo del trigo, sino también unos de otros. Y por esto los manojos figuran sus diferentes reuniones, en las que cada partido está unido por su propia comunión, y entonces es cuando se debe principiar a atarlos para prenderles fuego, puesto que entonces es cuando separados de la Iglesia católica, principian a formar como unas iglesias propias. No serán quemados hasta el fin de los tiempos pero quedarán atados en manojos. Pero si esto se verificase en seguida, no habría muchos que hicieran penitencia y reconocieran su error y volviesen a la Iglesia. Por esta razón no se formarán los manojos hasta el fin, con objeto de que no sean castigados sin orden alguno, sino que lo será cada uno conforme a su perversidad.

Rábano. Y es de notar que cuando dice: "Sembró buena simiente" significa la buena voluntad de los elegidos; y cuando dice: "Llegó el enemigo" quiso intimarnos la cautela que debíamos tener y en las palabras: "Creciendo la cizaña, el hombre enemigo hizo esto" nos recomendó la paciencia; y en aquellas otras: "No sea que cogiendo la cizaña" nos dio un ejemplo de discreción; y cuando añade: "Dejad crecer lo uno y lo otro hasta la siega" nos recomendó la longanimidad; y por último la justicia cuando dijo: "Atadla en manojos para quemarla", etc.


Catena aurea ES 4310