Catena aurea ES 6822

MARCOS 8,22-26

6822 (Mc 8,22-26)

Habiendo llegado a Betsaida, presentáronle un ciego, suplicándole que le tocase. Y El, cogiéndole por la mano, le sacó fuera de la aldea; y echándole saliva en los ojos, puestas sobre él la manos, le preguntó si veía algo. El ciego, abriendo los ojos, dijo: "Veo andar a unos hombres, que me parecen como árboles". Púsole segunda vez las manos sobre los ojos, empezó a ver; y recobró la vista, de suerte que veía claramente todos los objetos. Con lo que le remitió a su casa diciendo: "Vete a tu casa; y, si entras en el lugar, a nadie lo digas". (vv. 22-26)

Glosa. Después de la comida de las muchedumbres, refiere el Evangelista el milagro de la vista dada al ciego, diciendo: "Habiendo llegado a Betsaida, presentáronle un ciego suplicándole que lo tocase".

Beda, in Marcum, 2, 34. Sabiendo que, como había curado el Señor al leproso sólo con tocarlo, del mismo modo daría la vista al ciego.

"Y El, cogiéndolo por la mano, lo sacó fuera de la aldea".

Teofilacto. Parece que una gran incredulidad había corrompido a Betsaida, puesto que le dice el Señor: "Ay de ti, Betsaida, que si en Tiro y en Sidón se hubiesen hecho los milagros que se han obrado en vosotros", etc. (Mt 11,21) Sacó, pues, fuera de la aldea al ciego, porque no era verdadera la fe de los que se lo habían llevado.

"Y echándole saliva en los ojos, puestas sobre él la manos, le preguntó si veía algo".

Pseudo-Crisóstomo, vict. ant. e cat. in Marcum. Le echó saliva y puso las manos sobre él, queriendo mostrarnos que la palabra divina unida a la acción obraba semejantes milagros, siendo la mano signo de la acción y la saliva de la palabra que sale de la boca. Le pregunta si ve algo, lo que no había preguntado a los otros a quienes curó, para manifestar que, por la imperfecta fe de los que conducían al ciego y de éste mismo, no habían sido abiertos del todo sus ojos. "El ciego -prosigue- abriendo los ojos dice: Veo andar a unos hombres que me parecen como árboles", porque su falta de fe le hacía declarar que veía de un modo confuso a los hombres.

Beda, in Marcum, 2, 34. Los que no tienen la vista clara pueden ver las formas confusas de los cuerpos, pero no los contornos de los miembros. Así que los que miran desde lejos o durante la noche, no pueden distinguir fácilmente si son árboles u hombres los que ven.

Teofilacto. No hizo ver en el acto al ciego por la fe, porque no la tenía perfecta, porque el remedio se da según la fe.

Pseudo-Crisóstomo, vict. ant. e cat. in Marcum. Fortificó, pues, su fe desde el momento en que empezó a ver, y en virtud de ella le hizo ver perfectamente. "Púsole segunda vez -prosigue- las manos sobre los ojos, y empezó a ver mejor"; y después añade: "Y finalmente, recobró la vista de suerte que veía claramente todos los objetos", curado verdaderamente de la vista y de la inteligencia.

"Con lo que le remitió a su casa, diciendo: "Vete a tu casa, y si entras en el lugar, a nadie lo digas".

Teofilacto. Lo mandó de este modo porque, como queda dicho, eran incrédulos, y podían hacerle sufrir e incurrir a la vez ellos mismos, no creyendo, en una culpa más grave.

Beda, in Lucam 34. O bien: da ejemplo a los suyos para que no busquen el favor del pueblo con motivo de las cosas admirables que hagan.

Pseudo-Jerónimo. En sentido místico, Betsaida significa la casa del valle, esto es, el mundo que está en este valle de lágrimas. Llevan un ciego al Señor, es decir, a un hombre que no ve lo que fue, lo que es y lo que será. Le ruegan que lo toque. ¿Y quién es aquel a quien toca el Señor, sino el que tiene verdadero arrepentimiento?

Beda, in Marcum, 2, 34. Nos toca el Señor cuando nos ilumina con el soplo de su Espíritu, y cuando nos anima a reconocer nuestra propia enfermedad y al estudio de las virtudes. Toma la mano del ciego para confortarlo en la ejecución de las buenas obras.

Pseudo-Jerónimo. Y lo lleva fuera de la aldea, esto es, de la ciudad, para que recobre la vista y vea la voluntad de Dios por el soplo del Espíritu Santo. Poniendo sus manos en él, le pregunta si ve, porque por las obras del Señor se ve su grandeza.

Beda, in Marcum, 2, 34. O bien: poniendo saliva en los ojos del ciego, puso en él sus manos para que viera, porque curó la ceguedad del género humano con dones invisibles y con los sacramentos de la humanidad que le había tomado. La saliva, que procede de la cabeza del hombre, designa la gracia del Espíritu Santo. Pero al que podía curar de una vez con una sola palabra, lo cura poco a poco, para manifestar cuán grande es la ceguedad humana, la cual vuelve de a pocos y como gradualmente a la luz; y para indicarnos su gracia, con la cual nos ayuda en cada paso que damos a la perfección. Cualquiera, pues, que haya estado por largo tiempo en la oscuridad, de modo que no pueda discernir entre el bien y el mal, cree que son árboles los hombres que se ofrecen a su vista, porque ve obrar a la muchedumbre sin la luz de la discreción.

San Jerónimo, super Et aspisciens ait. O bien: ve a los hombres como árboles, porque los considera superiores a él. Puso de nuevo las manos sobre sus ojos, para que lo viera todo con claridad. Esto es, lo invisible por lo visible, y para que con la vista de su corazón purificado contemplara el estado claro de su ser después de las sombras oscuras del pecado. Lo mandó a su casa, es decir, a su corazón, para que viera en sí lo que no vio antes, porque el hombre que desespera de su salud, piensa que no podrá llevar a cabo de ningún modo lo que una vez iluminado le parece fácil.

Teofilacto. O bien: después que le curó lo mandó a su casa, porque nuestra casa es el cielo y las mansiones que hay en él.

Pseudo-Jerónimo. Le dijo: "Y si entras en el lugar, a nadie lo digas". Esto es, cuenta a tus vecinos tu ceguedad, no tu virtud.


MARCOS 8,27-33


6827 (Mc 8,27)

"Desde allí partió Jesús con sus discípulos por las aldeas comarcanas de Cesarea de Filipo, y en el camino les hizo esta pregunta: "¿Quién dicen que soy yo?" Respondiéronle: "Quien dice que Juan Bautista, quien Elías, y otros, en fin, que eres como uno de los antiguos profetas". Díceles entonces: "¿Y vosotros, quién decís que soy yo?" Pedro, respondiendo por todos, le dice: "Tú eres el Cristo". Y les prohibió rigurosamente el decir esto de El a ninguno (hasta que fuese la ocasión de publicarlo) Y comenzó a declararles cómo convenía que el Hijo del hombre padeciese mucho, y fuese desechado por los ancianos, y por los príncipes de los sacerdotes, y por los escribas, y que fuese muerto, y que resucitase a los tres días. Y hablaba de esto muy claramente. Pedro entonces, tomándole aparte, comenzó a reprenderle respetuosamente. Pero Jesús, vuelto contra él, respondió ásperamente a Pedro, diciendo: "Atrás, Satanás, porque no te saboreas en las cosas de Dios, sino en las de los hombres". (vv. 27-33)

Teofilacto. Después que llevó a sus discípulos lejos de los judíos, les pregunta sobre sí mismo, para que sin temor a los judíos le respondan la verdad. "Desde allí -dice- partió Jesús con sus discípulos por las aldeas cercanas de Cesarea de Filipo".

San Jerónimo super Mat. cap. 16. Este Filipo fue hermano de Herodes, del cual hablamos antes, y que en honor de Tiberio César, llamó Cesarea de Filipo al pueblo que lleva hoy el nombre de Paneas.

"Y en el camino les hizo esta pregunta: ¿Quién dicen los hombres que soy yo?" Pseudo-Crisóstomo, vict. ant. e cat. in Marcum. Pregunta, aunque lo sabe, porque convenía que los discípulos en algún momento hablasen de El mejor que las gentes.

Beda, in Marcum, 2, 35. Les pregunta primeramente cómo pensaban los hombres para examinar luego la fe de los mismos discípulos, pues de otro modo, podía fundarse su confesión en la opinión de la gente.

"Respondiéronle: Unos dicen que Juan Bautista, otros que Elías, y otros, en fin, que eres uno de los antiguos profetas".

Teofilacto. Muchos creían que San Juan había resucitado de entre los muertos, entre ellos Herodes, y que después de su resurrección había obrado milagros. Después de haberles preguntado la opinión de los demás, les pregunta la suya, como se ve por las siguientes palabras: "Díceles entonces: ¿Y vosotros, quién decís que soy yo?".

San Juan Crisóstomo, homilia in Matthaeum, hom. 54, 1. Por los mismos términos de la pregunta les induce a formar un concepto mejor y más elevado de El, separándolos de las multitudes. La respuesta del jefe de los discípulos, autoridad de los apóstoles, fue en nombre de todos la siguiente: "Pedro, respondiendo, le dice: Tú eres el Cristo".

Teofilacto. Confiesa que El era Cristo, anunciado por los profetas. Pero San Marcos pasa por alto lo que contestó el Señor a la confesión de Pedro y los términos en que le declaró bienaventurado, porque así no parece que trata de adular a su maestro. San Mateo, sin embargo, lo refiere clara y llanamente.

Origenes, in Matthaeum, tom. 12,15. O bien: San Marcos y San Lucas no concluyeron la respuesta de San Pedro Tú eres Cristo con las palabras que recogió San Mateo: Hijo de Dios vivo (Mt 16,16), por lo que no escribieron la confesión completa.

"Y les prohibió rigurosamente el decir esto", etc.

Teofilacto. Quería, pues, ocultar su gloria, para que los que pudieran escandalizarse por ello no mereciesen mayor pena.

San Juan Crisóstomo. O para infundir en ellos una fe pura después de realizado el escándalo de la cruz. Después de la Pasión, y poco antes de la Ascensión, les dijo: "Id y enseñad a todas las gentes" (Mt 28,19)

Teofilacto. Después que aceptó el Señor la confesión de los discípulos, que le llamaban el verdadero Dios, les revela el misterio de la Cruz. "Y comenzó a declararles cómo convenía que el Hijo del hombre padeciese", etc. Y les habla con toda claridad, es decir, de la futura pasión. No entendían todavía los discípulos el orden de la verdad, ni podían comprender la resurrección, juzgando que era mejor no padeciese.

San Juan Crisóstomo, vict. ant. e cat. in Marcum. Les habló así el Señor en esta ocasión, para hacerles ver que convenía hubiese testigos que después de su cruz y de su resurrección lo predicasen. De nuevo el fogoso Pedro se atreve solo entre todos a cuestionar. "Pedro entonces, tomándolo aparte, comenzó a reprenderle diciéndole: Sé propicio para ti, Señor; mas eso no sucederá".

Beda. Dijo esto movido por su afecto y buen deseo, como si quisiera decir: Eso no puede ser, y mis oídos se resisten a oír que el Hijo de Dios ha de ser muerto.

San Juan Crisóstomo, in Matthaeum. hom. 55, 1. ¿Cómo es, pues, que gozando de una revelación de Dios, cayó tan pronto San Pedro y perdió su estabilidad? Pero diremos que no es de admirar que ignorase esto, no habiendo recibido revelación sobre la pasión. Sabía por revelación que Cristo era Hijo de Dios vivo pero aún no le había sido revelado el misterio de la cruz y de la resurrección. Para manifestar, pues, que convenía que El llegase a la pasión, increpó a Pedro. "Pero Jesús, vuelto contra él -prosigue-, y mirando a sus discípulos, respondió ásperamente a Pedro, diciendo: "Atrás, Satanás" etc.

Teofilacto. Queriendo manifestar el Señor que era necesaria su pasión para la salvación de los hombres, y que sólo Satanás se oponía a ella para que no se salvase el género humano, llamó Satanás a Pedro, conociendo la oposición de éste a su pasión, y que era su adversario, puesto que Satanás significa adversario.

Pseudo-Crisóstomo, vict. ant. e cat. in Marcum. No dijo al demonio que lo tentaba: "Atrás", sino a San Pedro, dándole a entender que lo siguiese y que no se opusiese al objeto de su voluntaria pasión. "Porque no sabes las cosas de Dios -dice- sino las de los hombres".

Teofilacto. Pedro no conocía más que lo que es humano, puesto que sus afectos eran carnales, y por tanto quería el descanso para el Señor y no la crucifixión.


MARCOS 8,34-39


6834 (Mc 8,34-39)

Después, convocando al pueblo con sus discípulos, les dijo: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo y cargue con su cruz y sígame. Pues quien quisiere salvar su vida a costa de su fe, la perderá (para siempre); mas quien perdiere su vida por amor de mí y del Evangelio, la pondrá en salvo (eternamente) Por cierto, ¿de qué le servirá a un hombre el ganar el mundo entero si pierde su alma? Y una vez perdida, ¿por qué cambio podrá rescatarla? Ello es que quien se avergonzare de mí y de mi doctrina en medio de esta nación adúltera y pecadora, igualmente se avergonzará de él el Hijo del hombre cuando venga en la gloria de su Padre acompañado de los santos ángeles". Y les añadió: "En verdad os digo que algunos de los que aquí están no han de morir sin que vean la llegada del reino de Dios, o al Hijo del hombre en su majestad". (vv. 34-39)

Beda, in Marcum 2,36. Después de manifestar a sus discípulos el misterio de su pasión y resurrección, los exhorta a la vez que a la multitud a seguir el ejemplo de su pasión. "Después -continúa- convocando al pueblo con sus discípulos, les dijo: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo".

San Juan Crisóstomo, hom. in Matthaeum 55,1. Que es como si dijera a San Pedro: Tú me reprochas que quiera sufrir la pasión, pero yo te digo que no sólo es perjudicial el impedir que yo la sufra, sino que tú mismo no podrás salvarte más que sufriendo. "Si alguno quiere venir -prosigue- en pos de mí", esto es: Os llamo a bienes que todos deben querer, y no a males ni a nada nocivo como pensáis. El que usa de violencia no logra frecuentemente lo que desea, pero el que deja a su oyente libertad de elección, lo atrae más a su propósito. Renuncia, pues, a sí mismo el que no se aferra a su cuerpo, sufriendo con paciencia la flagelación u otro tormento semejante.

Teofilacto. Porque así como el que renuncia a otro, a su hermano por ejemplo, o a su padre, no se inquieta, ni se altera, porque se les haga daño, o porque mueran, así nosotros debemos renunciar a nuestro cuerpo, de modo que no nos inquietemos de sus sufrimientos en general.

San Juan Crisóstomo. No dice que nos dispensemos del castigo sino, lo que es mucho más, que renunciemos a nosotros mismos, como si no tuviéramos nada de común con nosotros y como si, al encontrarnos en un peligro, se tratara de otro. Y esto es perdonarse a sí mismo, porque son benévolos los padres con sus hijos, cuando los entregan a sus maestros previniéndoles que les corrijan sus faltas. Y nos dice hasta dónde debe llevar nuestra abnegación en estas palabras: "Y cargue con su cruz". Esto equivale a decir: hasta la muerte más afrentosa.


Teofilacto. Porque se miraba entonces como afrentosa la cruz, puesto que se ponía en ella a los malhechores.

Pseudo-Jerónimo. O de otro modo: así como el experto piloto, previendo en la calma la tempestad, quiere tener preparados a sus marineros, así el Señor dice: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo", etc.

Beda. Renunciamos a nosotros mismos cuando, renunciando a nuestra antigua vida, nos esforzamos por alcanzar el ideal que nos ofrece nuestra vocación. Llevamos, pues, nuestra cruz, mortificando al cuerpo con la abstinencia, o al alma con la compasión de los males ajenos.

Teofilacto. Pero porque después de tomar la cruz conviene que alcancemos otra virtud, dice: "Y sígame".

San Juan Crisóstomo in Matthaeum, hom. 55, 2. Dice esto porque puede suceder que algunos de los que sufren no sigan a Cristo, lo cual acontece cuando no se sufre por El. Sigue a Cristo quien va detrás de El y se conforma con su muerte, despreciando a los príncipes y a las potestades, bajo las cuales pecaba antes de la venida de Cristo. "Pues quien quisiere salvar -dice- su vida, la perderá; mas quien perdiese su vida", etc. Que es como si dijera: Os mando esto por mi misericordia hacia vosotros, porque el que no corrige a su hijo lo pierde, y le salva el que lo corrige. Es conveniente, pues, que estemos siempre preparados para la muerte, porque, si el que está preparado para ella es el mejor soldado en las batallas materiales, no obstante que no ha de poder resucitar, mucho más lo será el que esté preparado para ella en los combates espirituales, teniendo tanta seguridad en que ha de resucitar y salvarse al perder la vida.

San Juan Crisóstomo in Matthaeum, hom. 55,3. Porque después de haber dicho: "pues quien quisiere salvar su vida la perderá", para que no se estimen iguales esta pérdida y aquella salvación añade: "Por cierto ¿de qué le servirá al hombre", etc. Como si dijese: No se salva quien evita los peligros de la cruz, porque aunque en esta vida llegase a conquistar el mundo entero, qué habría ganado perdiendo su alma? ¿Por ventura tiene otra alma para darla por la suya? Podemos cambiar nuestra casa por dinero, pero si perdemos nuestra alma, no podemos dar otra en cambio. Dice, pues, el Señor prudentemente: "Por cierto de qué le servirá al hombre", etc. Porque por nuestra salvación dio en cambio Dios la preciosa sangre de Jesucristo.

Remigio. Por el alma se ha de entender aquí la vida presente, no la sustancia misma del alma.

Beda, in Marcum 2,36. O bien se refieren estas palabras del Señor al sacrificio a que debemos someternos en tiempo de persecución, puesto que en el de paz debemos quebrantar los apetitos terrenos. Esto es lo que da a entender cuando dice: "¿De qué le servirá a un hombre el ganar el mundo entero?". Y como la vergüenza impide a la mayor parte de los hombres que digan lo que ha visto su alma en su rectitud, añade: "Ello es que quien se avergonzare de mí", etc.

Teofilacto. No es suficiente la fe que se da sólo en el alma, puesto que exige el Señor que la confiese la boca: que, así como se santifica el alma por la fe, se santifica el cuerpo por la confesión.

Pseudo-Crisóstomo, vict. ant. e cat. in Marcum. El que ha aprendido esto se somete con ardor a confesar sin vergüenza a Cristo. Llama adúltera a la generación que ha abandonado a Dios, verdadero esposo del alma, y pecadora, porque no ha seguido la doctrina de Cristo, sometiéndose al yugo del demonio y recibiendo la semilla de la impiedad. Quien negare, pues, el dominio de Cristo y la palabra de Dios, revelada en el Evangelio, recibirá el castigo digno de la impiedad, oyendo en la segunda venida estas palabras: "No te conozco" (Mt 7,23)

Teofilacto. El que confesare que Jesucristo es Dios, será también confesado por El, no aquí, en donde apareció pobre y mísero, sino en la gloria, en medio de la multitud de los ángeles.

San Gregorio Magno, homilia in Evangelia, 32. Hay quien confiesa a Cristo, porque se halla entre cristianos. Pero si el nombre de Cristo hoy no fuera tan glorificado, no tendría la Santa Iglesia a muchos de los que parece que profesan su doctrina. No basta, por tanto, esta confesión para probar la fe, por la que nadie debe avergonzarse. En tiempo de paz hay otra cosa que nos manifiesta a nosotros mismos tales como somos. Nos ruboriza muchas veces el que nos menosprecie el prójimo y desdeñamos tolerar las injurias. Si acaso nos indisponemos con alguno, nos avergonzamos de dar los primeros pasos para la reconciliación, porque nuestro corazón, verdaderamente carnal, buscando la gloria de esta vida, rechaza la humildad.

Teofilacto. Queriendo manifestar que no prometía en vano cuando habló de su gloria, añade: "En verdad os digo que algunos de los que aquí están", etc. , que es como si dijera: algunos, esto es, Pedro, Santiago y Juan, no morirán hasta que les muestre en la transfiguración cuánta gloria ha de acompañarme en mi segunda venida. La transfiguración no era, pues, otra cosa sino la profecía de la segunda venida, en la cual brillarán el mismo Cristo y los santos.

Beda, in Marcum 3,36. Por una piadosa providencia sucede que la contemplación por un momento de una dicha permanente, nos hace soportar mejor la adversidad.

San Juan Crisóstomo, hom. in Matthaeum 56,1. No declaró los nombres de los que habían de subir con El al Tabor, para no despertar en los otros discípulos un sentimiento humano. Les hace, no obstante, esta predicción, a fin de hacerlos más dóciles en lo que a esta contemplación se refiere.

Beda. O bien: el reino de Dios es la Iglesia presente. Algunos de los discípulos no debían morir en tanto que no viesen fundada y elevada la Iglesia contra la gloria del mundo, porque era preciso prometer algo de la presente vida a los discípulos aun torpes, a fin de hacerlos más fuertes para el porvenir.

Pseudo-Crisóstomo, orig in Matthaeum tom 12,33,35. En sentido místico, Cristo es la vida y el diablo la muerte. Muere el que persevera en el pecado. Y todo hombre prueba del pan de la muerte o de la vida, según son buenas o malas las doctrinas que profesa. Y ciertamente que el menor mal es ver la muerte, porque es mayor el probarla, peor el seguirla, y mucho peor todavía el someterse a ella.


MARCOS 9,1-7


6901 (Mc 9,1)

Seis días después tomó Jesús consigo a Pedro, y a Santiago y a Juan, condújolos solos a un elevado monte, en lugar apartado, y se transfiguró en presencia de ellos: de forma que sus vestidos aparecieron resplandecientes y de un candor extremado como la nieve, tan blancos que no hay lavandero en el mundo que así pudiese blanquearlos. Al mismo tiempo se les aparecieron Elías y Moisés, y estaban conversando con Jesús. Y Pedro, tomando la palabra, dijo a Jesús: "¡Oh Maestro! bueno será quedarnos aquí: hagamos tres pabellones, uno para Ti, otro para Moisés y otro para Elías". Porque él no sabía lo que se decía, por estar todos sobrecogidos del pasmo. En eso se formó una nube que los cubrió, y salió de esta nube una voz que decía: "Este es mi Hijo carísimo: escuchadle a El". Y mirando luego a todas partes, no vieron consigo a nadie más, sino a sólo Jesús. (v. 1-7)

Pseudo-Jerónimo. Después de la confirmación de la Cruz se muestra la gloria de la Resurrección, para que no temieran el oprobio de la cruz aquéllos que con sus ojos habían de ver la gloria de la futura resurrección, y así dice: "Seis días después", etc.

San Juan Crisóstomo, homilia in Matthaeum, 56,1. Aunque San Lucas dice: "Ocho días después", no hay contradicción en esto, porque contó el día en que dijo Cristo lo que queda expuesto y el día en que tomó consigo a sus discípulos. Los tomó, pues de allí a seis días, para que más inflamado su deseo en este espacio de tiempo considerasen solícita y atentamente lo que veían.

Teofilacto. Tomó, pues, consigo las tres eminencias de los apóstoles: San Pedro que le ama y le confiesa, San Juan el discípulo amado y Santiago el teólogo elocuente, al que mandó matar Herodes deseando complacer a los judíos que no podían sufrirle por esta cualidad.

Pseudo-Crisóstomo. No les manifiesta su gloria en una casa, sino en un elevado monte, puesto que convenía la elevación de un monte para manifestar la elevación de su gloria.

Teofilacto. Los lleva a un sitio retirado, porque lo que debía revelarles eran misterios. La transfiguración se debe entender, no como un cambio de figura, la cual siguió siendo la misma, sino como una adición de cierto esplendor inexplicable.

Pseudo-Crisóstomo. Por esto no debemos suponer que en el reino de Dios se transformen las figuras del Salvador, ni de los que le semejan en esplendor, sino que irán revestidas de este esplendor.

Beda, in Marcum, 3,27. Transfigurado el Salvador, no perdió su sustancia corporal, sino que mostró la gloria de la futura resurrección suya o nuestra. El que así apareció a los Apóstoles, así aparecerá después del juicio a todos los elegidos.
"De forma que sus vestidos aparecieron resplandecientes", etc.

San Gregorio Magno, Moralia, 32, 6. Porque en la altura de la claridad superior se le unirán los que brillan por su justicia, indicando con el nombre de vestidos a los justos, que unirá consigo. "Al mismo tiempo se les aparecieron Elías", etc.

San Juan Crisóstomo, homilia in Mattaeum, hom. 56, 1. El Señor hace aparecer a Moisés y a Elías. Al primero, porque diciendo la gente que Cristo era Elías, o uno de los profetas, manifestaba así a sus discípulos la diferencia que había entre el Señor y sus siervos; y a los dos juntos porque, acusándole los judíos de transgresor de la ley y juzgándole blasfemo porque se atribuía la gloria de su Padre, convenía que se mostrasen unidos a El, Moisés como legislador y Elías como celoso defensor de la gloria de Dios, lo que no hubiera hecho si fuera El contrario a Dios y a la ley. Y para que viesen que tenía potestad sobre la vida y la muerte mostró a su lado a Moisés, que había muerto, y a Elías que aún no había llegado a morir. Significó así también que la doctrina de los profetas fue una iniciación a la doctrina de la ley de Cristo. Igualmente significó la unión del Nuevo y Antiguo Testamento, porque los apóstoles se unieron en la resurrección con los profetas y ambos saldrán al encuentro al Rey de todos.

"Y Pedro dijo a Jesús: ¡Oh Maestro! bueno será quedarnos aquí", etc.

Beda, in Marcum, 3, 27. Si la transfiguración de Cristo y la compañía de los dos santos, vistas un solo instante, deleitan de tal modo a Pedro que para que no desaparezcan quiere brindarles su hospitalidad, ¿cuánta no será la felicidad de la contemplación perpetua de la Divinidad en medio de los coros de los ángeles? "Porque él no sabía lo que decía, continúa". Aunque Pedro no sabe lo que dice, sobrecogido de pasmo en su humana fragilidad, da un indicio, sin embargo, del vivo sentimiento que le embarga. No sabía lo que decía, porque había olvidado que el reino de Dios había sido prometido a los santos no en un lugar de la tierra, sino en los cielos y no recordaba que ni él ni los demás apóstoles podían subir al estado de la vida inmortal envueltos como estaban todavía en carne mortal. Y no pensaba además que en el cielo, mansión del Padre, no es necesaria la mano del hombre para edificar casa. Aun hoy mismo la ignorancia llega al punto de que algunos deseen hacer un tabernáculo para la ley, otro para los profetas y otro para el Evangelio, cuando son cosas que de ningún modo pueden separarse.

San Juan Crisóstomo. Pedro tampoco entendió que el Señor había obrado su transfiguración para demostrar su verdadera gloria, ni que el espíritu de Moisés no estaba reunido aún con su cuerpo, y en fin, que hacía esto para enseñar a los hombres, siendo muchos los que habían de salir de la multitud para ir a morar en los desiertos. "Por estar todos sobrecogidos del pasmo". Este temor nacía por que del estado ordinario se había elevado su espíritu a un estado mejor, porque exteriormente veía a Moisés y a Elías, pero le embargaba cierto afecto divino, como si aquella visión celestial la separase del sentimiento humano.

Teofilacto. O de otro modo: Temiendo Pedro bajar del monte, porque sabía ya que Cristo debía ser crucificado, dijo: "Bueno será quedarnos aquí", y no bajar allá en medio de los judíos. Si ellos vienen furiosos contra ti, tenemos a Moisés, que combatió a los egipcios, y a Elías, que hizo bajar fuego del cielo y que destruyó a cincuenta hombres.

Orígenes, in Matthaeum, 12, 40. San Marcos dice de motu proprio: "No sabía, pues, lo que decía". Aquí es de considerar que acaso hablaba así movido por algún extraño espíritu, aquél quizás que quiso, en cuanto a sí mismo, poner la piedra del escándalo delante de Cristo, para que se alejase de la Pasión saludable a todos los hombres y para que obrando él mismo aun con seducción, no condescendiese el Señor con los hombres, ni viniese a ellos, ni por ellos recibiese la muerte.

Beda, in Marcum, 3, 27. Después de pensar en un tabernáculo material, Pedro recibió abrigo en una nube, con lo cual se le enseñó que en la resurrección seremos protegidos, no por el techo de una casa, sino por la gloria del Espíritu Santo. "En esto, prosigue, se formó una nube que los cubrió". Pero como han hecho una pregunta imprudente, no mereciendo respuesta del Señor, es el Padre quien responde por el Hijo. "Y salió de esta nube una voz que decía: Este es mi Hijo", etc.

San Juan Crisóstomo, homilia in Matthaeum, 57, 3. Como el Señor acostumbra aparecer en una nube, sale en efecto de una nube la voz, a fin de que se la tome por la voz de Dios. En las palabras: "Este es mi Hijo carísimo", se manifiesta que es una sola la voluntad del Padre y del Hijo, y que, excepto la generación, ambos son uno mismo.

Beda, in Marcum, 3, 27. Muestra Dios Padre a los discípulos que deben de oír al Verbo hecho carne, a quien Moisés predijo (Dt 18) que debía oír, todo el que quisiera salvarse cuando viniera en carne mortal. "Y mirando luego a todas partes no vieron consigo a nadie más", etc. Y para que no se creyese que aquella voz, que designaba al Hijo, era la de los siervos, éstos desaparecieron al punto.

Teofilacto. En sentido místico, esto significa que después de la consumación de este mundo -que fue hecho en seis días-, si somos sus discípulos Jesús nos llevará consigo al alto monte, esto es, al Cielo, y entonces veremos su singular gloria.

eda, in Marcum, 3,27. Con razón se considera en los vestidos del Señor a sus santos, los cuales brillarán con una nueva blancura, debiendo entenderse por lavandero aquél a quien se dirige el salmista cuando dice: "Lávame todavía más de mi iniquidad, y límpiame de mi pecado" (Ps 50,4), porque no puede dar en la tierra a sus fieles la claridad que reserva para ellos en el Cielo.

Remigio, in Matthaeum. O bien se designa con el lavandero a los santos predicadores, de las que ninguna puede existir en esta vida sin que el pecado manche su blancura y es en la resurrección futura en que serán purificados los santos de toda mancha de pecado. Dios los hará entonces como no puede hacerlos en este mundo la penitencia corporal, ni la doctrina, ni el ejemplo de los predicadores.

San Juan Crisóstomo, homilia in Marcum, hom. , 10. O los vestidos blancos son los escritos evangélicos y apostólicos cuya claridad no admite término de comparación, ni pudo igualar ninguno de los expositores.

Orígines, in Matthaeum, 12, 39. O acaso debemos considerar moralmente como lavanderos sobre la tierra a los sabios del siglo que creen embellecer sus necios pensamientos y falsos dogmas con el brillo de su ingenio. Pero con todo su arte no podrán nunca hacer nada semejante a aquella palabra que revela el esplendor de los pensamientos espirituales a los que no conocen las Escrituras.

Beda, in Marcum, 3, 27. Moisés y Elías, muerto el uno (Dt 34), y arrebatado el otro a los cielos (2R 2), significan la gloria futura de todos los santos, los cuales, en el día del juicio, ya sea que vivan todavía, ya sea que resuciten, han de reinar en el cielo juntamente con El.

Teofilacto. O bien esto significa que veremos en la gloria a la ley y a los profetas conversando con El, esto es, que veremos conforme a la realidad lo dicho por Moisés y los demás profetas, y oiremos la voz del Padre que nos revela a su Hijo, diciendo: "Este es mi Hijo", a la sombra de la nube, es decir, del Espíritu Santo, que es la fuente de la sabiduría.

Beda, in Marcum, 3, 27. Es de notar que, en la glorificación del Señor en el monte se declara todo el misterio de la Santísima Trinidad, así como se había declarado en el bautismo en el Jordán, porque veremos y alabaremos en la resurrección la misma gloria que confesamos en el bautismo. Y no en vano el Espíritu Santo, que apareció allí bajo la figura de una paloma, aparece aquí en una nube brillante, porque el que ahora guarda con sencillo corazón la fe que recibió, contemplará entonces con toda claridad el objeto de su fe. En el momento, pues, en que sonó esta voz sobre el Hijo, se encontró solo, porque, cuando se manifieste a los elegidos, será Dios en todo para todo (1Co 15), o más bien brillará Cristo en todo con los suyos, como la cabeza con el cuerpo.


Catena aurea ES 6822