Catena aurea ES 5445

MATEO 24,45-51


5445 (Mt 24,45-51)

"¿Quién creéis que es el siervo fiel y prudente, a quien su Señor puso sobre su familia, para que les dé de comer a tiempo? Bienaventurado aquel siervo a quien hallare su Señor así haciendo cuando viniere. En verdad os digo que le pondrá sobre todos sus bienes. Mas si dijera el siervo malo en su corazón: Se tarda mi Señor en venir, y comenzaré a maltratar a sus compañeros, y a comer y beber con los que se embriagan, vendrá el Señor de aquel siervo el día que no espera, y a la hora que no sabe, y lo separará, y pondrá su parte con los hipócritas. Allí será el llorar, y el crujir de dientes". (vv. 45-51)

San Hilario, in Matthaeum, 27. Aunque el Señor nos había exhortado en general a vivir con mucha vigilancia, encomienda de un modo especial a los príncipes de su pueblo (esto es, a los obispos) la solicitud en la expectación y su venida. Pues el siervo fiel y cabeza prudente de su familia significa el pastor que provee de lo útil y conveniente al rebaño que le está cometido. Por esto dice: "¿Quién creéis que es el siervo fiel y prudente?" etc.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 77,3. Cuando dice, quién piensas, no es por ignorancia, porque se encuentra en la Escritura que también el Padre pregunta; como, por ejemplo, cuando dice: "¿Adán, dónde estás?" (Gn 3,9)

Remigio. No indica esta pregunta ciertamente la imposibilidad de practicar la virtud, sino la dificultad.

Glosa. Raro es el siervo fiel que sirva al Señor por el Señor y apaciente las ovejas de Cristo, no por el lucro sino por amor a Cristo; que discierna con prudencia la capacidad, vida y costumbres de sus súbditos.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 77,3. Dos cosas exige de semejante siervo. A saber, prudencia y fidelidad: llama en verdad fiel a aquél que no se apropia nada de lo que pertenece a su Señor, ni gasta inútilmente sus cosas. Y llama prudente a aquél que conoce el modo con que conviene administrar lo que se le ha confiado.

Orígenes, in Matthaeum, 31. También al que progresa en la fe, aunque en ella no sea perfecto, se le llama comúnmente fiel, y prudente al que está dotado de una inteligencia viva. Si alguno lo observa, encontrará muchos fieles que se ejercitan en la práctica de la fe; pero no muchos prudentes, porque a los necios del mundo eligió Dios (1Co 1,27) Y por el contrario hallará otros que son prudentes, pero de poca fe. Y es raro encontrar en uno solo fidelidad y prudencia. Para que, pues, a su tiempo dé el alimento, uno necesita la prudencia, pero es obra de fe no privar de alimento a los indigentes. Por tanto, no es, pues, inoportuno encargar que según el buen sentido seamos fieles y prudentes, para administrar los intereses de la Iglesia; fieles para que no disipemos lo que es de las viudas, nos acordemos de los pobres, y no demos ocasión de murmuración a los que reciben (según está escrito) Dios estableció que los que predican el Evangelio vivan de él (1Co 9,14), y no busquemos más que el simple alimento y el vestido necesario, ni tengamos más que lo que tienen los pobres. Y prudentes para que prudentemente averigüemos la situación de los pobres, la causa de su indigencia, la clase en que cada uno ha sido educado, lo que le hace falta; pues ciertamente necesita mucha discreción el que quiera administrar bien las rentas de la Iglesia. Sea también fiel y prudente el siervo y no desperdicie el alimento racional y espiritual con quienes no conviene, queriendo exhibirse como sabio. Especialmente con aquéllos que más bien necesitan que se les predique la reforma de costumbres y arreglo de vida, que la ilustración científica. Pero a los que pueden comprender con más talento, no se desdeñe de exponerles cosas más altas; no sea que exponiendo las pequeñas sean despreciados por aquéllos que naturalmente son inteligentes o se hacen agudos con el estudio de las ciencias profanas.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 77,3. Esta parábola se adapta también a los príncipes del siglo, pues cada uno debe usar de lo que tiene para el bien común, y no redunde en daño de los ciudadanos, y aun de sí mismos, bien sea sabio, magnate o de cualquier otra clase.

Rábano. El Señor es Jesucristo; la familia que constituyó, es la Iglesia católica. Difícil es, pues, encontrar en una sola persona la prudencia y fidelidad, pero no es imposible, porque no llamaría Dios bendito al que no pudiera serlo, como añade; bienaventurado aquel siervo que al venir su dueño, lo encontrara obrando así.

San Hilario, in Matthaeum, 27. Esto es, obedeciendo los preceptos de su Señor, y dispensando con oportunidad a la familia el alimento de la doctrina y la palabra de vida eterna.

Remigio. Nótese que así como hay gran diferencia de méritos entre los buenos predicadores y los buenos oyentes, así la hay también de premios. Dice San Lucas, si hallare buenos oyentes les hará sentarse a su mesa, y les dará buenos predicadores. Por lo que sigue: "en verdad os digo, que le constituirá sobre todos sus bienes".

Orígenes, in Matthaeum, 32. A saber para que reine con Cristo, a quien el Padre entregó todas las cosas. Pues como hijo de un buen padre colocado al frente de todo su patrimonio, comunica a todos sus dependientes la misma dignidad y gloria para que estén sobre todo lo creado.

Rábano. No para que gocen solos, sino sobre los demás, del premio eterno, ya por su vida ejemplar, ya también por el cuidado que tuvieron de su grey.

San Hilario, in Matthaeum, 27. O bien será constituido sobre todo bien; esto es, colocado en la gloria de Dios, sobre la que nada hay mejor.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 77,4. Después instruye al oyente no sólo del premio prometido a los buenos, sino también de la pena que amenaza a los malos, cuando añade: "Pero si el malo dijere", etc.

San Agustín, epistola 80. Cuál sea el espíritu de este siervo, se infiere de sus costumbres, las cuales, aunque brevemente, procuró indicar el buen Maestro cuando dice sobre su soberbia: "Y empezare a maltratar a sus consiervos"; y sobre su lujuria cuando dice: "Y se ponga a comer", etc. Y no decía: "Mi Señor tarda", lo que demostraría deseo por su Señor; como ardía en él aquél que dijo: "Está sedienta mi alma de Dios vivo, ¿cuándo vendrá?" (Ps 41,3) Diciendo, pues, cuándo vendrá, expresaba el continuo afán que padecía, pareciéndole, por su deseo, largo el tiempo, que tanto corre.

Orígenes, in Matthaeum, 31. Peca por consiguiente contra Dios todo Obispo que no administra como siervo, sino como dueño; y frecuentemente como amargo dueño, que domina por la fuerza, y no acoge a los indigentes, sino que se regala con los ebrios. Y siempre se imagina que el Señor tardará en venir.

Rábano. En sentido figurado puede también entenderse por maltrato de los consiervos, la perversión de la conciencia de los débiles, con su palabra y mal ejemplo.

San Jerónimo. Cuando dice: "Vendrá el Señor de aquel siervo", etc. , lo dice para que sepan que cuando menos lo piensen, entonces vendrá el Señor, y encarga la vigilancia y cuidado a sus pastores. En verdad que cuando dice: "Le dividirá", no se ha de entender que le partirá con la espada, sino que le separará de la comunión de los Santos.


Orígenes, in Matthaeum, 31. O le dividirá cuando su espíritu (esto es, su casa espiritual) vuelva al Dios que se la dio, y su alma con su cuerpo vaya al infierno. El justo no es dividido, sino que su alma va con su espíritu (esto es, su don espiritual) al reino de los cielos. Los que son divididos no tienen en lo sucesivo en sí parte del don espiritual, que era de Dios; sino que queda la parte que era de ellos mismos, esto es, el alma que con el cuerpo será castigada. De donde sigue: "Y su parte será con los hipócritas".

San Jerónimo. Con aquéllos que estaban en el campo y que molían, y sin embargo fueron abandonados. Pues muchas veces decimos que el hipócrita es una cosa, y manifiesta otra; así como en el campo y en la muela parecía que hacían lo mismo, pero el resultado demostró diferente intención.

Rábano. O con los hipócritas recibe su parte, a saber: doble condenación, esto es, fuego y frío. Y de aquí se sigue: "Allí será el llanto y el crujir de dientes"; al fuego corresponde el llanto de los ojos, y al frío el rechinar de dientes.

Orígenes, in Matthaeum, 31. O el llanto será para aquéllos que malamente se rieron en este mundo; y para aquéllos que holgaron irracionalmente, será el crujir de dientes; porque no queriendo sufrir dolores materiales, viéndose atormentados, rechinarán los dientes; y en fin, para los maldicientes y detractores. De lo dicho se infiere que no sólo constituyó el Señor Jefes de su Iglesia a los que son fieles y prudentes, sino también a los malos; y que no los salva por estar constituidos por el Señor Prelados de la Iglesia, sino por dar a su tiempo el alimento espiritual y abstenerse de la soberbia y la avaricia.

San Agustín, epistola 80. Condenado ya el siervo malo que sin duda alguna aborrece la venida de su Señor, pongamos ante nuestros ojos tres siervos buenos que desean su venida. Si uno de ellos dice que su Señor vendrá pronto, el otro más tarde, y el tercero confiesa su ignorancia sobre cuándo vendrá, veamos quién se conforma más con el Evangelio. Uno dice: vigilemos y oremos, porque pronto vendrá el Señor. Dice otro: vigilemos, porque esta vida es corta e incierta, aunque el Señor tarde en venir. Y dice el tercero: vigilemos, porque es breve e incierta esta vida y no sabemos cuándo vendrá el Señor (Mt 24,42) ¿Quién es el que dice lo que oímos decir en el Evangelio: vigilad, porque no sabéis en qué hora vendrá el Señor? Todos los que tienen deseos del reino de Dios, quieren y desean que sea verdad lo que piensa el primero; por consiguiente, si sucediere, se alegrarán con él el segundo y el tercero. Pero si no sucediere, es de temer que prevariquen los que creían lo que había dicho el primero, y empiecen a pensar que la venida del Señor no sólo tardará, sino que no se realizará. El que cree lo que dice el segundo, de que el Señor tardará en venir, si resultare falso, no prevaricará en la fe, sino que gozará de una alegría inesperada; pero el que confiesa ignorar lo que sucederá, desea aquello, tolera esto, no hiere en uno ni en otro porque no afirma ni niega ninguna de las dos.

MATEO 25,1-13


5501 (Mt 25,1-13)

"Entonces será semejante el reino de los cielos a diez vírgenes, que tomando sus lámparas, salieron a recibir al esposo y a la esposa. Mas las cinco de ellas eran fatuas, y las cinco prudentes. Y las cinco fatuas, habiendo tomado sus lámparas, no llevaron consigo aceite. Mas las prudentes tomaron aceite en sus vasijas juntamente con las lámparas. Y tardándose el esposo comenzaron a cabecear, y se durmieron todas. Cuando a la media noche se oyó gritar: Mirad que viene el esposo, salid a recibirle. Entonces se levantaron todas aquellas vírgenes, y aderezaron sus lámparas. Y dijeron las fatuas a las prudentes: Dadnos de vuestro aceite, porque nuestras lámparas se apagan. Respondieron las prudentes, diciendo: Porque tal vez no alcance para nosotras y para vosotras, id antes a los que lo venden y comprad para vosotras. Y mientras que ellas fueron a comprarlo, vino el esposo; y las que estaban apercibidas entraron con él a las bodas, y fue cerrada la puerta. Al fin vinieron también las otras vírgenes, diciendo: Señor, Señor, ábrenos. Mas él respondió, y dijo: En verdad os digo, que no os conozco. Velad, pues, porque no sabéis el día ni la hora". (vv. 1-13)

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 78,1. En la anterior parábola manifestó el Señor la pena que sufría el soberbio y el lujurioso que disipaban los bienes del Señor; en ésta conmina con el castigo aun a aquél que no saca utilidad y no se provee abundantemente de lo que le hace falta. Tienen ciertamente aceite las vírgenes necias, pero no abundante. Por lo que dice: "Entonces será el reino de los Cielos semejante a diez vírgenes".

San Hilario, in Matthaeum, 27. Dice, "entonces" porque todo esto se refiere al gran día del Señor del que arriba hablaba.

San Gregorio Magno, homiliae in Evangelia, 12,1. El reino de los cielos, del presente tiempo, se llama la Iglesia; como se lee en San Mateo: "Enviará el Hijo del hombre sus ángeles y quitarán de su reino todos los escándalos" (Mt 13,41)

San Jerónimo. La semejanza de las diez vírgenes necias y prudentes, es aplicada por algunos sencillamente a las vírgenes, de las cuales unas según el Apóstol lo son de cuerpo y de espíritu; y otras solamente de cuerpo, careciendo de las demás obras; o guardadas bajo la custodia de sus padres; pero que sin embargo intentan casarse. Pero a mí me parece, por lo arriba dicho, que es otro el sentido, y que no pertenece esta comparación a la virginidad corporal, sino a todo género de personas.

San Gregorio Magno, homiliae in Evangelia, 12,1. En cada hombre se encuentran duplicados los cinco sentidos, y el número de los cinco duplicados completa el de diez; y porque de la reunión de los fieles de uno y otro sexo resulta la multitud, la Santa Iglesia la compara a diez vírgenes. Y como los buenos están mezclados con los malos, y los réprobos con los elegidos, propiamente se asemeja a la mezcla de las vírgenes prudentes y las necias.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 78,1. Por esto, pues, expone esta parábola en la persona de las vírgenes para demostrar que aunque la virginidad sea una gran virtud, sin embargo será arrojada fuera con los adúlteros si no practica las obras de misericordia.

Orígenes, in Matthaeum, 32. O de otro modo: los sentidos de todos los que recibieron la palabra de Dios, son vírgenes; pues tal es la virtud de la palabra divina, que de su pureza participan todos los que por su doctrina abandonaron la idolatría y se convirtieron por Jesucristo al culto de Dios. Y sigue: "Que tomando sus lámparas salieron", etc. Toman sus lámparas, es decir, los órganos de sus sentidos, y salen del mundo de los errores al encuentro del Salvador, que siempre está preparado a venir para entrar juntamente con los que son dignos en la Iglesia, su bienaventurada esposa.

San Hilario, in Matthaeum, 27. O de otro modo: nuestro esposo y nuestra esposa es nuestro Dios encarnado, pues, para el espíritu la esposa es la carne. Las lámparas que tomaron es la luz de las almas que resplandecieron por el Sacramento del Bautismo.

San Agustín, de diversis quaestionibus octoginta tribus liber, 59. También las lámparas que llevan en las manos son las buenas obras; pues escrito está en San Mateo: brillen vuestras obras delante de los hombres (Mt 5,16)

San Gregorio Magno, homiliae in Evangelia, 12. Los que rectamente creen y justamente viven, son comparados a las cinco vírgenes prudentes. Pero los que confiesan en verdad la fe de Jesucristo, pero no se preparan con buenas obras para la salvación, son como las cinco vírgenes necias. Por lo que añade: cinco de ellas eran necias, y cinco prudentes.

San Jerónimo. Son ciertamente cinco los sentidos que aspiran a las cosas celestiales y las desean. Acerca, pues, de la vista, del oído y del tacto, ha dicho especialmente San Juan: "lo que vimos, lo que oímos, lo que con nuestros ojos examinamos y nuestras manos tocaron" (1Jn 1,1) Sobre el gusto: "gustad y ved cuán suave es el Señor" (Ps 33,9) Sobre el olfato: "corremos siguiendo el olor de tus unciones" (Ct 1,3) También son cinco los sentidos terrenos que exhalan fetidez.

San Agustín, de diversis quaestionibus octoginta tribus liber, 59. Por las cinco vírgenes necias se entiende la pérdida de la continencia destruida por los cinco deleites de la carne; pues debe contenerse el apetito de la voluptuosidad de los ojos, de los oídos, del olfato, del gusto y del tacto. Pero como esta continencia se hace en parte delante de Dios para agradarle con el gozo interior de la conciencia y en parte delante de los hombres únicamente para captarse la gloria humana, por eso se llaman cinco prudentes y cinco necias, si bien unas y otras se llaman vírgenes. Porque ambas gozan del mismo título aunque por diverso motivo.

Orígenes, in Matthaeum, 32. Así como las virtudes simultáneamente se acompañan entre sí, de modo que el que tuviese una las tenga todas, del mismo modo los sentidos se siguen mutuamente. Por tanto, es necesario que, o todos los cinco sentidos sean prudentes, o todos necios.

San Hilario, in Matthaeum, 27. La división entre cinco prudentes y cinco necias, debe entenderse en absoluto de los fieles y de los infieles.

San Gregorio Magno, homiliae in Evangelia, 12. Pero es de notar que todas llevan lámparas, pero no todas tienen aceite: sigue pues: "Pero las cinco necias no tomaron aceite", etc.

San Hilario, in Matthaeum, 27. El aceite es el fruto de las buenas obras; las lámparas son los cuerpos humanos, en cuyas entrañas debe esconderse el tesoro de la buena conciencia.

San Jerónimo. Aceite tienen las vírgenes, que según la fe se adornan con buenas obras. No tienen aceite los que parece que profesan la misma fe, pero descuidan la práctica de las virtudes.

San Agustín, de diversis quaestionibus octoginta tribus liber, 59. Por aceite pienso puede significarse la alegría, según aquello del salmo: "Te ungió el Señor tu Dios con el aceite del regocijo" (Ps 44,8) Por consiguiente, el que no se alegra porque interiormente agrada a Dios, éste no tiene aceite, pues no siente placer sino en las alabanzas de los hombres. Pero las prudentes tomaron aceite con las lámparas, esto es, pusieron la alegría de las buenas obras "en sus vasos", esto es, en el corazón y en la conciencia: "pusieron". Como el Apóstol avisa: "Pruébese, dice, a sí mismo el hombre y entonces tendrá la gloria en sí, y no en otro" (Ga 6,4)

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 78,1. Llama aquí aceite a la caridad y a la limosna y a cualquier socorro prestado a los indigentes: llama también carismas de la virginidad a las lámparas; y por eso llama necias a las que vencieron la dificultad mayor y por la menor lo perdieron todo. Pues ciertamente cuesta más vencer los deseos de la carne que los de las riquezas.

Orígenes, in Matthaeum, 32. El aceite es la palabra divina que llena los vasos de las almas; pues nada conforta tanto como la predicación moral, que es como el aceite de la luz. Las prudentes, pues, tomaron este aceite, que les fue bastante aun tardando la salida, y la permanencia del Verbo que venía a perfeccionarlas. Las necias, no obstante que tomaron las lámparas desde el principio encendidas en verdad, no tomaron el aceite suficiente hasta el fin; siendo negligentes en recibir la doctrina que confirma en la fe y alumbra las buenas obras.

Sigue: "Tardando, pues, el esposo, dormitaron", etc.

San Agustín, de diversis quaestionibus octoginta tribus liber, 59. En el intervalo de tiempo desde la venida del Señor hasta la resurrección de los muertos, mueren hombres de ambos géneros.

San Gregorio Magno, homiliae in Evangelia, 12. Dormir es morir, y dormitar antes del sueño es desfallecer en la virtud antes de la muerte, porque del peso de la enfermedad viene el sueño de la muerte.

San Jerónimo. Dormitaron, esto es, murieron. Por consiguiente, dice: "durmieron" porque después han de ser despertadas. Por esto, pues, dice: "haciéndose esperar el esposo", manifestó que no es corto el tiempo que ha de pasar entre la primera y segunda venida del Señor.

Orígenes, in Matthaeum, 32. Tardando el esposo, y no viniendo pronto el Verbo a la consumación de la vida, padecen algo los sentidos dormitando y como en la noche del mundo vegetando: "Y durmieron" como obrando perezosamente en sentido espiritual, pero no abandonaron las lámparas ni desconfiaron de la conservación del aceite las prudentes. De lo que sigue: "a la media noche, pues, se dio la voz", etc.

San Jerónimo. La tradición judía es que Cristo vendrá a media noche como en tiempo de los egipcios, cuando se celebró la Pascua y vino el Angel exterminador, y el Señor pasó por encima de los tabernáculos, y los postes de los frontispicios de nuestras casas fueron consagrados con la sangre del cordero. De lo que infiero que permanece la tradición apostólica, de que en el día de la vigilia de Pascua, no es lícito despedir al pueblo antes de media noche, esperando la venida de Cristo, para que después de pasado este tiempo se tenga la seguridad de que todos celebran el día festivo. Por lo que dice el salmo: "Me levantaba a media noche a confesar tu nombre" (Ps 118,62)

San Agustín, de diversis quaestionibus octoginta tribus liber, 59. A media noche, esto es, cuando nadie lo sabe ni lo espera.

San Jerónimo. De repente, y como en intempestiva hora de la noche, tranquilos todos, y cuando sea más pesado el sueño, los ángeles que precedan al Señor anunciarán al clamor de sonoras trompetas la venida de Jesucristo, significada por estas palabras: "He aquí que viene el esposo; salid a su encuentro".

San Hilario, in Matthaeum, 27. Al sonido de la trompeta sale a su encuentro la esposa: serán, pues, ya dos en uno, esto es, la naturaleza humana y Dios, porque la bajeza de la carne será transformada en gloria espiritual.

San Agustín, de diversis quaestionibus octoginta tribus liber, 59. Lo que dice arriba, de que tan sólo las vírgenes irán al encuentro del esposo, debe entenderse, que la llamada esposa está formada de la reunión de las vírgenes; a la manera que todos los cristianos que concurren a la Iglesia son llamados hijos porque acuden a su madre. De la reunión de estos mismos hijos, se compone la que se llama madre. Ahora bien, la Iglesia queda desposada y virgen, convoca a las nupcias, pero éstas se celebran en el tiempo en que estando para perecer toda la humanidad, entra por esta unión en el goce de la inmortalidad.

Orígenes, in Matthaeum, 32. A la media noche, esto es, en la profundidad del sueño, dieron, según pienso, los ángeles el grito de alerta, queriendo despertar a todos. Son los ángeles los custodios de las almas, que clamando despiertan interiormente a todos los que duermen: "He aquí que viene el esposo, salid a su encuentro", y a esta excitación que todos oyeron, se levantaron. Pero no todos prepararon bien sus lámparas, por lo que sigue: "Entonces todos se levantaron, y prepararon sus lámparas", etc. Se preparan las lámparas con el recto uso de los sentidos, según los preceptos evangélicos, porque los que hacen mal uso de ellos, no llevan provisión en sus lámparas.

San Gregorio Magno, homiliae in Evangelia, 12. Entonces todas las vírgenes se levantan porque tanto los elegidos como los réprobos despiertan del sueño de la muerte; preparan sus lámparas, porque cuentan en su conciencia sus obras, por las que esperan recibir la bienaventuranza.

San Agustín, de diversis quaestionibus octoginta tribus liber, 59. Prepararon sus lámparas, esto es, la cuenta de sus obras.

San Hilario, in Matthaeum, 27. Tomar las lámparas, es volver las almas a sus cuerpos; y su luz es la conciencia de las buenas obras, que brilla en los vasos de los cuerpos.

Orígenes. Pero las lámparas de las vírgenes necias se apagan, porque las obras, que por defuera parecían buenas a los hombres, a la venida del Juez quedan por dentro oscuras. Por lo que sigue: Las necias dijeron a las prudentes: "Dadnos de vuestro aceite", etc. ¿Por qué piden entonces aceite a las prudentes, sino porque a la venida del Juez se encuentran interiormente vacías, y buscan apoyo fuera de sí? Como si desconfiadas de sí mismas digan a sus prójimos: porque veis que nosotras seremos rechazadas por falta de buenas obras, sed vosotras testigos de que las hicimos.

San Agustín, de diversis quaestionibus octoginta tribus liber, 59. Se acostumbra siempre buscar aquello que nos complace. Así es que se quiere el testimonio de los hombres, que no penetran el corazón, para presentarlo ante Dios, que registra en el corazón; pero las obras que se apoyan en alabanza ajena, quitada ésta, desaparecen, por lo que sus lámparas se apagan.

San Jerónimo. Pero las vírgenes que sienten apagarse sus lámparas, hacen ver que en parte alumbran; pero no con luz inextinguible, ni con obras duraderas. Si, pues, alguno tiene alma pura y ama la honestidad, no debe contentarse con aquellas obras mediocres y que pronto se agostan; sino con perfectas virtudes para que brillen eternamente.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 78,1. Estas vírgenes no sólo eran necias porque descuidaron las obras de misericordia, sino que también, porque creyeron que encontrarían aceite en donde inútilmente lo buscaban. Aunque nada hay más misericordioso que aquellas vírgenes prudentes, que por su caridad fueron aprobadas; sin embargo, no accedieron a la súplica de las vírgenes necias. Respondieron, pues, diciendo: "No sea que falte para nosotras y para vosotras", etc. De aquí, pues, aprendemos que a nadie de nosotros podrán servirles otras obras sino las propias suyas.

San Jerónimo. Las vírgenes prudentes responden así no por avaricia, sino por temor, pues cada uno recibirá el premio por sus obras. Ni en el día del juicio podrán compensarse los vicios de los unos con las virtudes de los otros. Aconsejan las vírgenes prudentes, que no vayan a recibir al esposo sin aceite en las lámparas. Y sigue: "Más vale que vayáis a la tienda y lo compréis".

San Hilario, in Matthaeum, 27. Son vendedores aquéllos que necesitando la misericordia de los fieles, nos venden por lo que nos piden, la satisfacción de nuestras buenas obras. Este es el aceite copioso de la luz indeficiente que debe comprarse y guardarse con los frutos de la misericordia.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 78, 2. Ya ves qué buena es nuestra negociación con los pobres. Estos no se encuentran allá, sino aquí; por tanto aquí es donde conviene acopiar el aceite para que nos sirva allá, cuando Jesucristo nos llame.

San Jerónimo. Este aceite se compra y se vende a mucho precio, y se logra con mucho trabajo: no sólo con las limosnas, sino también con las virtudes y consejos de los maestros.

Orígenes, in Matthaeum, 32. Aunque eran necias, comprendían sin embargo, que debían recibir al esposo con luz en todas las lámparas de sus sentidos. Pues veían también que teniendo poco aceite de virtud y acercándose la noche, se apagarían sus lámparas. Pero las prudentes envían a las necias a buscar el aceite de los vendedores porque veían que no habían reunido tanto aceite, esto es, palabra divina que bastase para salvarlas a ellas e instruir a las otras. Por lo que dicen: "Id mejor a los vendedores", esto es, a los Doctores, y "compráoslo" esto es, recibidlo de ellos. Y el precio es la perseverancia y el deseo, la diligencia y el trabajo de los que quieren aprender.

San Agustín, de diversis quaestionibus octoginta tribus liber, 59. No se crea que dieron un consejo, sino que les recordaron indirectamente su descuido. Los aduladores que alabando lo que es falso o lo que ellos ignoran, meten a las almas en el camino del error, halagándolas como fatuas con falsas satisfacciones, venden también aceite, recibiendo en pago de él alguna gracia temporal. Dícese, por tanto: "Id a los vendedores y compráoslo" esto es, veamos ahora quién os ayuda de los que acostumbraron a venderos alabanzas. Dicen, pues: "No suceda que falte para nosotras y para vosotras" porque de nada sirve el testimonio ajeno en la presencia de Dios, que ve los secretos del corazón. Y apenas a cada uno le basta el testimonio de su conciencia.

San Jerónimo. Como había ya pasado el tiempo de vender y llegado el día del juicio, no había lugar a penitencia ni a hacer nuevas obras buenas, y se ven obligados a dar cuenta de las pasadas. Por eso sigue: "Mientras fueron a comprarlo vino el esposo; y las que estaban preparadas, entraron con él a las bodas".

San Hilario, in Matthaeum, 27. Las bodas son la adquisición de la inmortalidad y la unión de la corrupción con la incorrupción por un nuevo consorcio.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 78,2. Por lo que dice: "Mientras fueron a comprarlo", manifiesta, que aunque queramos ser misericordiosos para después de la muerte, de nada nos servirá para evitar la pena; como tampoco le aprovechó a aquel rico, que fue misericordioso y solícito para con sus allegados.

Orígenes, in Matthaeum, 32. "Mientras fueron a comprarlo"; se encuentran algunos que cuando debieron aprender algo útil lo despreciaron y al fin de la vida cuando quieren aprender, los coge la muerte.

San Agustín, de diversis quaestionibus octoginta tribus liber, 59. "Mientras fueron a comprar", esto es, cuando se inclinaban a las cosas del mundo buscando gozar como acostumbraban de ellas, porque no conocían los placeres del espíritu, vino el Juez, y las que estaban preparadas, eso es, aquéllas que delante de Dios tenían el testimonio de su conciencia, entraron con él a las bodas. Eso es, adonde el alma pura, unida con puro afecto al Verbo divino, alcanza la perfección.

San Jerónimo. Después del día del juicio no hay lugar para las buenas obras y la justificación, la puerta está cerrada.

San Agustín, de diversis quaestionibus octoginta tribus liber, 59. Recibidos en el reino de los cielos aquéllos que han cambiado su vida por la de los Angeles se cierra la entrada; porque después del juicio no tienen lugar los méritos ni las súplicas.

San Hilario, in Matthaeum, 27. Y sin embargo, cuando ya no hay lugar a penitencia vienen las vírgenes necias pidiendo que se les abra. Por lo que sigue: "Vienen últimamente las demás vírgenes diciendo: Señor", etc.

San Jerónimo. En verdad es magnífica confesión esta apelación a Dios y es digno de premio este indicio de fe: pero ¿de qué sirve invocar con la voz a quien niegas con las obras?

San Gregorio Magno, homiliae in Evangelia, 12. Afligidas bajo el peso del sentimiento de la repulsa, redoblan la súplica implorando la autoridad del Señor y sin atreverse a llamar Padre a aquél cuya misericordia despreciaron en vida.

San Agustín, de diversis quaestionibus octoginta tribus liber, 59. No se dice que compraron aceite; y así debe entenderse que no quedando ya satisfacción ninguna de alabanza ajena, volvieron llenas de angustia y aflicción a implorar la misericordia de Dios. Pero después del juicio es muy grande la severidad de aquél que antes del juicio ensanchó tanto su inefable misericordia. Y por esto sigue: Y el Señor respondiendo dice: "En verdad os digo, que no os conozco". De aquí, pues, aquella regla: no sabe los secretos de Dios, esto es, su sabiduría para entrar en su reino, el que, si bien se afana en obrar según sus preceptos, no es por agradar a Dios sino a los hombres.

San Jerónimo. Conoce, pues, el Señor a los suyos, y el que no le conoce será desconocido (2Tm 2,19) Y aunque sean vírgenes, ya por la pureza del cuerpo, o ya por la confesión de la verdadera fe, sin embargo, son desconocidas por el esposo porque no tienen aceite. De aquí se infiere aquello de "Vigilad, pues, porque ignoráis el día y la hora": esta sentencia comprende todo lo que queda dicho antes; a fin de que siéndonos desconocido el día del juicio, nos preparemos solícitamente con la luz de las buenas obras.

San Agustín, de diversis quaestionibus octoginta tribus liber, 59. No sólo ignoramos en qué tiempo ha de venir el esposo, sino que también la hora de la muerte, para la que cada uno debe estar preparado y aun preparado, se encontrará sorprendido cuando suene aquella voz, que despertará a todos.

San Agustín, epistola 80. No faltaron quienes quisieron enseñar que esta parábola de las diez vírgenes se refiere a la venida que todos los días celebra la Iglesia; pero esta interpretación no puede admitirse, pues podría ser impugnada por alguno con razón.


Catena aurea ES 5445