Catena aurea ES 5546

MATEO 25,46


5546 (Mt 25,46)

"E irán éstos al suplicio eterno y los justos a la vida eterna". (v. 46)

San Agustín, de fide et operibus c. 25. Algunos se engañan a sí mismos diciendo que el expresado fuego eterno no es la pena eterna: previendo esto el Señor, concluyó su sentencia diciendo así: E irán éstos al suplicio eterno y los justos a la vida eterna.

Orígenes, in Matthaeum, 34. Advierte que, habiendo dicho primeramente: Venid (Mt 25,34), benditos, dice después: Apartaos, malditos (Mt 25,41): porque es propio del buen Dios recordar primero las acciones buenas de los buenos, que las malas de los malos. En este lugar nombra primero la pena de los malos y luego la vida de los justos, para que evitemos primero los males (que son causa del temor); y luego apetezcamos los bienes (que son causa del honor)

San Gregorio Magno, Moralia, 25,10. Si con tan extraordinaria pena es castigado el que es acusado de no haber dado lo suyo, con qué pena habrá de ser vulnerado el que es increpado por haber quitado lo ajeno?

San Agustín, de civitate Dei, 19,11. La vida eterna es, pues, nuestro sumo bien, y el fin de la ciudad de Dios. De este fin dice el Apóstol: "Y por fin la vida eterna" (Rm 6,22) Y además, como quiera que aquéllos que no están muy versados en las Escrituras Santas pueden tomar la vida eterna por la vida de los malos, a causa de la inmortalidad del alma, o a causa de las penas interminables de los impíos: verdaderamente se ha de decir que el fin de esta ciudad en la cual se tendrá el sumo bien para que todos puedan entenderlo es o la paz en la vida eterna, o la vida eterna en la paz.

San Agustín, de Trinitate, 1,8. Pues lo que dijo el Señor a su siervo Moisés: "Yo soy el que soy" (Ex 3,14), lo veremos cuando vivamos para siempre: y así lo dice el Señor: "Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti Dios verdadero" (Jn 17,3) Porque esta visión nos promete el fin de todas las acciones, y la perfección eterna de todos los goces, de la cual dice San Juan: "Le veremos así como El es" (1Jn 3,2)

San Jerónimo. Mas, ¡oh lector prudente! advierte que los suplicios son eternos y que la vida perpetua no tendrá peligro de acabarse.

San Gregorio, Dialog. 4,44. Mas dicen algunos, que ha amenazado a los pecadores, tan sólo para refrenarlos en el pecar. A los estos responderemos: si ha amenazado con falsedades para corregirlos en su injusticia, también prometió cosas falsas para provocarlos a la justicia; y así, mientras andan solícitos para presentar a Dios como misericordioso no se avergüenzan de predicarle falaz. Pero (dicen), la culpa limitada no debe ser castigada ilimitadamente: a los cuales responderemos que hablarían bien, si el juez justo apreciara, no los corazones de los hombres, sino sus obras. A la justicia, por tanto, del severo juez corresponde que jamás carezcan de suplicio aquéllos cuyo espíritu jamás quiso carecer de pecado en esta vida.

San Agustín, de civitate Dei, 21,11. Ninguna ley justa exige que sea igual la duración del tiempo de la pena al de la culpa, pues no hay quien haya querido sostener que la pena del homicida o del adúltero deba durar tan poco como duraron estas faltas. Cuando por algún gran crimen es condenado alguno a muerte, ¿acaso toman en consideración las leyes el tiempo que dura el suplicio; y no la necesidad de quitarle para siempre de la sociedad de los vivos? Los azotes, la deshonra, el destierro, la esclavitud que frecuentemente se imponen sin remisión alguna, ¿no se parece en esta vida, en la forma, a las penas eternas? Y eso que no pueden ser eternas, porque ni la misma vida durante la cual se imponen es eterna. Pero se dice: ¿Cómo, pues, puede ser verdad lo que dice Jesucristo: "Con la misma medida que midiereis seréis medidos", si el pecado temporal es castigado con pena eterna? Pero no se considera que la medida de la pena se entiende, no por la igual duración del tiempo, sino por la reciprocidad del mal, esto es, que el que mal hizo mal padezca; hízose digno de la pena eterna, el hombre que aniquiló en sí el bien que pudiera ser eterno.

San Gregorio, Dialog. 4,44. No se ha dicho jamás de hombre justo que se complaciese en la crueldad, y si manda castigar al siervo delincuente, es para corregirle de su falta: los malos, pues, condenados al fuego eterno, ¿por qué razón arderán eternamente? A esto responderemos que Dios Omnipotente no se complace en el tormento de los desgraciados, porque es misericordioso. Pero porque es justo no le es suficiente el castigo de los inicuos. Y por alguna razón el fuego eternamente devorará a los malvados, así, pues, servirá para que reconozcan los justos cuán deudores son a la gracia divina, con cuyo auxilio pudieron evitar los eternos males que ven.

San Agustín, de civitate Dei, 21,3. Pero dirán que de todos los cuerpos creados por Dios, no hay ninguno que pueda padecer y no pueda morir. Es, pues, necesario que viva sufriendo, y no es necesario que muera de dolor. Porque no cualquier dolor mata a estos cuerpos mortales; para que un dolor pueda matar es necesario que sea de tal naturaleza, que estando íntimamente unida el alma a este cuerpo, cediendo a acerbos dolores, salga de él. Entonces, el alma se une a tal cuerpo con un lazo tan íntimo que ningún dolor podrá romperlo; y no se extinguirá la muerte, sino que será muerte sempiterna, cuando el alma no podrá vivir sin Dios, ni librarse de los dolores del cuerpo muriendo. Entre los que negaron semejante eterno suplicio el más misericordioso fue Orígenes, que incurrió en el error de que después de largos y crueles suplicios serían libertados hasta el mismo diablo y sus ángeles, y asociados a los ángeles santos. Pero la Iglesia no sin razón lo condenó no sólo por éste, sino por muchos otros errores, y le abandonó a esta ilusión de falsa misericordia que le había hecho inventar en los santos verdaderas miserias, para evitar los futuros castigos y falsas bienaventuranzas, en las que no gozaran con seguridad de la eterna dicha. También yerran en diversos sentidos otros llevados de un sentimiento de compasión puramente humano, que suponen que después de sufrir temporalmente aquellas penas serán tarde o temprano libertados de ellas en el último juicio. ¿Por qué, pues, tanta misericordia con toda la naturaleza humana, y ninguna con la angélica?

San Gregorio, Dialog. 4,44. Pero preguntan cómo pueden ser santos los que no rogarán por sus enemigos cuando los verán ardiendo. Ruegan, en verdad por sus enemigos, durante el tiempo que pueden reducirlos a fructuosa penitencia y convertir sus corazones, pero ¿cómo orarán por aquéllos que ya de ningún modo pueden convertirse de la iniquidad?

San Agustín, De civ. Dei 21,19. También hay algunos que no prometen a todos los hombres la redención del suplicio eterno, sino tan sólo a aquéllos que están lavados con el bautismo de Cristo y que han participado de su cuerpo, de cualquier modo que hayan vivido. Por aquello que dice el Señor por San Juan: "Si alguno comiere de este pan no morirá eternamente" (Jn 6,51) Asimismo otros no hacen la misma promesa a todos los que participan del sacramento de Cristo sino solamente a los católicos (aunque vivan mal), y que no solamente hayan participado del cuerpo de Cristo, sino que de hecho hayan formado parte de su cuerpo, que es la Iglesia, a pesar de que después hayan incurrido en alguna herejía o idolatría. No falta quien teniendo fijos los ojos en aquellas palabras de San Mateo: "El que perseverare hasta el fin, ésta será salvo" (Mt 24,3); promete tan sólo a los que perseveran en la Iglesia católica (aunque vivan mal), que por el mérito del fundamento, es decir, de la fe, se salvarán por el fuego con que en el último juicio serán castigados los malos. Pero todo esto lo refuta el Apóstol diciendo: "Evidentes son las obras de la carne, que son la impureza, la fornicación y otras semejantes: yo os predico que todos los que tal hacen no poseerán el reino de Dios" (Ga 5,19-21) Si, pues, alguno prefiere en su corazón las cosas temporales a Cristo, aunque parezca que tiene la fe de Cristo, sin embargo no es Cristo el fundamento en quien tales cosas antepone. Y con mayor razón, si comete pecados, queda convicto de que no sólo no prefiere a Dios, sino que le pospone. He hallado algunos que piensan que tan solamente arderán en el fuego eterno los que descuidan el compensar con dignas limosnas sus pecados y por eso sostienen que el juez en su sentencia no ha querido hacer mención de otra cosa, que de si han hecho o no limosnas. Pero el que dignamente hace limosna por sus pecados, empieza primero a hacerla para sí mismo: pues es indigno que no la haga para sí, el que la hace para el prójimo, y no oiga la voz de Dios que dice: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". Y asimismo en el Eclesiástico "Compadécete de tu alma agradando a Dios" (Si 30,24) No haciendo esta limosna por su alma, esto es, la de agradar a Dios, ¿cómo puede decirse que hace limosnas suficientes por sus pecados? Por esta razón se han de hacer las limosnas para que seamos oídos cuando pedimos perdón por los pecados pasados, y no creamos que con ellas compramos el permiso de perseverar obrando mal. Por esto, pues, el Señor predijo que colocaría a su derecha a los que hicieron limosnas y a la izquierda a los que no las hicieron; para demostrar cuánto vale la limosna para borrar los pecados pasados; no para continuar pecando impunemente.

Orígenes, in Matthaeum, 34. Pero no piensan algunos que tan sólo es digno de premio este medio de justificación, sino también cualquier otro de los que mandó Jesucristo, porque da de comer y beber a Jesucristo el que alimenta a los fieles con la verdad y la justicia. Asimismo vestimos a Cristo desnudo, cuando enseñamos a algunos, vistiéndoles con las ropas de la sabiduría, y entrañas de misericordia. Le recibimos como peregrino en la casa de nuestro pecho, cuando preparamos nuestro corazón y el de nuestros prójimos, para recibir diversas virtudes. Igualmente cuando visitáremos a nuestros hermanos enfermos en la fe o en las costumbres, enseñándoles, reprendiéndoles o consolándoles, al mismo Cristo visitamos. Finalmente, todo lo que aquí en el mundo existe, es cárcel de Cristo y de los suyos, que se encuentran como prisioneros y encarcelados por las exigencias del mundo y las necesidades de la naturaleza. Cuando, pues, les hiciéremos bien, les visitamos en la cárcel y a Jesucristo en ellos.

MATEO 26,1-2


5601 (Mt 26,1-2)

Y aconteció que cuando hubo Jesús acabado todos estos razonamientos, dijo a sus discípulos: "sabéis que de aquí a dos días será la Pascua, y el Hijo del hombre será entregado para ser crucificado". (vv. 1-2)

San Hilario, in Matthaeum, 29. Después que el Señor había predicho su venida con gloria, ahora avisa su pasión para que comprendan que al misterio de la cruz va unido el de su eterna gloria. Por eso dice: "Y sucedió que cuando hubo Jesús acabado estos razonamientos".

Rábano. A saber, sobre el fin del mundo y del día del juicio; o, porque obrando y predicando había completado todo desde el principio del Evangelio hasta su pasión.

Orígenes, in Matthaeum, 35. No dijo sencillamente todos los razonamientos sino todos éstos; pues aun convenía que pronunciara otros antes de su muerte.

Sigue: Dijo a sus discípulos: "Sabéis que después de dos días se celebrará la Pascua".

San Agustín, de consensu evangelistarum, 2,78. De la narración del Evangelio de San Juan se deduce que seis días antes de la Pascua fue Jesús a Betania, y desde allí a Jerusalén sobre un jumentillo; después tienen lugar los hechos que cuenta ocurridos en Jerusalén. Comprendemos, pues, que desde aquel día que llegó a Betania hasta los dos antes de la Pascua, habían pasado cuatro, pues este es el tiempo que media entre la Pascua y los ácimos. Porque la Pascua se llama sólo el día en que es muerto el cordero por la tarde, esto es, la luna catorce del primer mes; mientras que la fiesta de los ácimos tenía lugar en la luna decimaquinta cuando el pueblo salió de Egipto. Algunas veces los evangelistas acostumbran tomar una por otra.

San Jerónimo. La Pascua, que en hebreo se llama phase (paso), no recibe su nombre, como piensan muchos, de la pasión (es decir del verbo pascein que quiere decir padecer), sino del paso porque viendo el ángel exterminador la sangre en las puertas de los Israelitas, había pasado sin herirlos, o porque el mismo Señor había descendido en auxilio de su pueblo.

Remigio. O también porque con la protección del Señor, librado el pueblo de Israel de la esclavitud de los egipcios, había pasado a ser libre.

Orígenes, in Matthaeum, 35. No dijo: después de dos días será o vendrá la Pascua, para dar a entender que aquella Pascua sería como se acostumbraba según la ley, sino se hará la Pascua; esto es como nunca se hizo.

Remigio. En sentido místico se dice Pascua porque en aquel día pasó Cristo de este mundo al Padre, de la corrupción a la incorrupción, de la muerte a la vida; y porque por su saludable tránsito redimió al mundo de la esclavitud del demonio.

San Jerónimo. Después de los dos días de la clarísima luz del Antiguo y Nuevo Testamento, se celebra la Pascua verdadera para el mundo y también nuestro tránsito, esto es phase, si abandonando las cosas de la tierra nos apresuramos a adquirirlas del cielo.

Orígenes, in Matthaeum, 35. Predice a sus discípulos que será entregado: "y el Hijo del hombre será entregado para ser crucificado". Y les previene, para que oyendo antes lo que sucederá, no se asombren repentinamente, viendo entregar a su maestro a la muerte. Por esto, pues, dice "será entregado", sin indicar por quién. Dios lo entregó por compasión al linaje humano; Judas por avaricia; los sacerdotes por envidia; el diablo por temor de que con su doctrina arrancase de su poder al género humano, no advirtiendo que por su muerte le arrancaría mejor de lo que le había arrancado ya por su doctrina y sus milagros.

MATEO 26,3-5


5603 (Mt 26,3-5)

Entonces se juntaron los príncipes de los sacerdotes y los magistrados del pueblo en el atrio del príncipe de los sacerdotes, que se llamaba Caifás; y tuvieron consejo para prender a Jesús con engaño y hacerle morir. Mas decían: "no en el día de la fiesta, porque acaso no sucediese alboroto en el pueblo". (vv. 3-5)

Glosa. El Evangelista pone de manifiesto los preparativos de toda la maquinación que precedió a la pasión que el mismo Jesucristo había anunciado. Por esto dice: "entonces se congregaron los príncipes de los sacerdotes".

Remigio. La palabra entonces, va unida a las anteriores, esto es, antes de que se celebrase la Pascua.

Orígenes, in Matthaeum, 35. No los verdaderos sacerdotes, ni los verdaderos ancianos, sino los de aquel pueblo, que en la apariencia era el de Dios. Y en realidad era el pueblo de Gomorra, que no comprendiendo que aquél era el sumo sacerdote de Dios, le tendían asechanzas; y desconociendo al Primogénito de toda criatura, se convinieron contra El que es el más anciano de todas las cosas.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 79,3. Meditando inicuos proyectos, se dirigieron al príncipe de los sacerdotes, para que les diese un poder que él no debía dar. Muchos eran los príncipes de los sacerdotes, siendo así que la ley no permitía más que uno. En lo que se manifestaba el principio de disolución de la nación Judía; Moisés había mandado que no hubiera más que un príncipe de los sacerdotes, y muerto éste, se eligiera otro, pero después vinieron a ser anuales. A éstos, pues, llama aquí príncipes de los sacerdotes, porque lo parecían.

Remigio. Son dignos de condenación, no sólo porque se reunieron, sino también porque eran príncipes de los sacerdotes. Porque cuanto mayor es el número de los que se reúnen para perpetrar algún mal, y más altos, esclarecidos y nobles fueren, tanto más grave es el delito que se comete, y por ello mayor la pena que se les prepara. A fin de manifestar la sencillez e inocencia del Señor, añade el Evangelista: "para prender a Jesús con engaño y hacerle morir", pues reunieron consejo para prender y matar con engaño a aquél en quien no podían hallar causa alguna de muerte.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 79,3. Tuvieron consejo, pues, para prenderle ocultamente y matarle; pero temían al pueblo, y por eso esperaban que pasara la fiesta, diciendo: "no en el día de la fiesta". Pues el diablo no quería que Cristo padeciera en la Pascua para que no se hiciera pública su pasión. Los príncipes de los sacerdotes no lo decían por temor de Dios, es decir, porque no se agravase su pecado, cometiéndolo en este día; sino porque en todo pensaban mundanamente. Por eso que sigue: "no ocurriese acaso un tumulto en el pueblo".

Orígenes, in Matthaeum, 35. Por las varias opiniones del pueblo en que unos amaban a Cristo, otros le aborrecían, otros creían en él, y otros no.

San León Magno, sermones, 58,2. Al acordar los príncipes de los sacerdotes disposición para que no se originara tumulto un día santo, no se proponían la santificación de la fiesta, sino la impunidad del crimen, pues temían, no que el pueblo pecara, sublevándose las turbas en la principal solemnidad, sino el que Cristo se les escapara.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 79,3. Pero el furor en que ardían les hizo cambiar de decisión porque habiendo encontrado un traidor mataron a Cristo en la misma festividad.

San León Magno, sermones, 58,1. Parécenos que fue providencia divina, el que los príncipes de los judíos, que tantas veces habían buscado ocasión de sacrificar a Cristo, no pudieran saciar su furor más que en la solemnidad de la Pascua. Convenía, pues, que lo que había sido figurado y prometido mucho antes, tuviese manifiesto y cumplido efecto, y el sacrificio figurativo fuera sustituido por el verdadero. Completóse con un solo sacrificio el de las variadas y diferentes víctimas, para que las sombras desapareciesen ante la realidad, y cesaran las figuras en presencia de la verdad; la hostia se transforma en otra hostia, la sangre hace desaparecer otra sangre, y las ceremonias legales se cumplen cuando desaparecen.

MATEO 26,6-13


5606 (Mt 26,6-13)

Y estando Jesús en Betania, en casa de Simón el leproso, se llegó a El una mujer que traía un vaso de alabastro, de ungüento precioso, y lo derramó sobre la cabeza de El, estando recostado en la mesa. Y cuando lo vieron sus discípulos, se indignaron diciendo: "¿A qué fin este desperdicio? porque podía eso venderse en mucho precio y darse a los pobres". Mas entendiéndolo Jesús, les dijo: "¿por qué sois molestos a esa mujer? pues ha hecho conmigo una buena obra. Porque siempre tenéis pobres con vosotros: mas a mí no siempre me tenéis. Porque derramando ésta este ungüento sobre mi cuerpo, para sepultarme lo hizo. En verdad os digo, que en todo lugar, donde fuere predicado este Evangelio en todo el mundo, se contará también lo que ha hecho para memoria de ella". (vv. 6-13)

Glosa. Después de haber hablado del consejo que los príncipes tomaron para matar a Cristo, pasa el Evangelista a referirnos su cumplimiento, explicándonos la manera como Judas se convino con los judíos, para entregar a Cristo. Pero antes hace preceder la causa de la traición: se había lamentado Judas, porque el ungüento que la mujer había derramado sobre la cabeza de Cristo no se había vendido, para hurtar algo del precio, lo cual quiso él compensar vendiendo al maestro. Dice pues: "Estando, Jesús en Bethania, en casa de Simón el leproso".

San Jerónimo. No porque entonces lo fuese aun, sino porque antes lo había sido y curado después por el Señor, le quedaba aun el primer mote de leproso, para que constase la virtud del que le había curado.

Sigue: "Se acercó a El una mujer que llevaba un vaso de alabastro, de ungüento precioso".

Rábano. Este alabastro es una especie de mármol blanco, pintado de varios colores, que suele destinarse a vasos de perfumes, porque se dice que los conserva sin corrupción.

San Jerónimo. Otro Evangelista, en lugar de alabastro de ungüento precioso, dijo de nardo puro, esto es, verdadero y sin mezcla.

Rábano. Pisti( en griego, significa fe, de donde deriva pístico, esto es, fiel: pues aquel ungüento era entonces fiel, esto es, puro y no adulterado.

Sigue: "Y lo derramó sobre la cabeza de El que estaba recostado".


Orígenes, in Matthaeum, 35. Acaso hay quien diga que fueron cuatro las mujeres de quienes nos hablaron los evangelistas. Pero yo convengo mejor en que fueron tres, y tan sólo una la que citan San Mateo y San Marcos, otra de la que escribió San Lucas, y otra de la que habló San Juan.

San Jerónimo. No crea nadie que fuera la misma la que derramó el ungüento sobre la cabeza y sobre los pies. La primera fue aquélla que lavó con lágrimas, y las enjugó con su cabello y claramente es llamada mujer pública. De ésta, pues, no se ha escrito tal cosa, ni era posible que una meretriz llegara en un momento a ser digna de tocar la cabeza del Señor.

San Ambrosio, in Lucam, 7. Es posible que no fuese la misma, y que por consiguiente, el Evangelista no incurriera en contradicción. Esta cuestión puede resolverse teniendo presente la diversidad de méritos y de tiempos, pudiendo ser entonces pecadora, y ahora más perfecta.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 80,1. Este es el motivo por que los tres evangelistas, a saber: San Mateo, San Marcos y San Lucas, parece se refieren a una misma. Mas no sin razón el Evangelista recordó la lepra de Simón, para manifestar en qué fundó su confianza esta mujer para acercarse a Cristo: la lepra es un mal impuro, y esta mujer, viendo que Jesús había curado a aquel hombre, en cuya casa estaba, tomó confianza para creer que fácilmente limpiaría la inmundicia de su alma. Y así como otras mujeres se habían acercado a Jesús para la curación del cuerpo, ella sólo se acerca a Cristo para honrarle, y para curar su alma, no teniendo en su cuerpo enfermedad alguna, y es la razón por qué es digna de admiración. Según San Juan, no es la misma mujer, sino otra admirable hermana de Lázaro.

Orígenes, in Matthaeum, 35. San Mateo y también San Marcos, refieren que este hecho tuvo lugar en casa de Simón l leproso; mientras que San Juan dice que fue Jesús a donde estaba Lázaro. Y no era Simón quien le servía, sino María y Marta. Por otra parte, según San Juan, seis días antes de la Pascua fue a Bethania, cuando María y Marta dispusieron una cena; pero aquí cuando descansó en la casa de Simón, no quedaban más que dos días para la Pascua. Y según San Mateo y San Marcos, los discípulos se indignaron al ver el hecho; mas según San Juan, sólo fue Judas por la pasión de hurtar; pero según San Lucas, nadie murmuró.

San Gregorio Magno, homiliae In Evangelia, 33,1. O bien podrá decirse que ésta es la misma mujer que San Lucas llama pecadora y San Juan llama María.


San Agustín, de consensu evangelistarum, 2,79. Aunque San Lucas cuenta un hecho semejante al que de aquí se habla, que ocurrió en la casa de un hombre, y convengan en el nombre de la persona en cuya casa era donde estaba el Señor convidado (pues dice que se llamaba Simón); sin embargo, como no es contra el uso y costumbre de los hombres el que dos tengan el mismo nombre, es más creíble que fuese otro Simón, no leproso, en cuya casa, en Bethania, sucedía esto. Yo pienso, pues, que no era sino la misma mujer, la pecadora que entonces se acercó a los pies de Jesús. Y que la misma María hizo esto dos veces; a saber: la primera la que cuenta San Lucas y conmemora también San Juan con el nombre de María, antes que el Salvador llegara a Betania, en estos términos: "había, dice, un enfermo en Bethania llamado Lázaro, en el castillo de María y Marta su hermana. María era la que ungió al Señor con ungüento y limpió sus pies con sus cabellos, cuyo hermano Lázaro estaba enfermo" (Lc 11,1-2) María había, por consiguiente, hecho ya esto, cuando otra vez lo hizo en Betania. Y este segundo hecho es el que no refiere San Lucas, y es referido por los tres evangelistas, a saber, Juan, Mateo y Marcos, con la diferencia empero que San Mateo y San Marcos dicen que derramó aquel ungüento en la cabeza del Señor, mas San Juan en los pies. Lo que no envuelve contradicción, si admitimos que no solamente ungió la cabeza del Señor, sino también los pies. A no ser que haya quien niegue que, como cuenta San Marcos, roto el vaso de alabastro y ungida la cabeza, pudo haber quedado lo bastante para perfumar los pies del Señor. Pero el que así calumnia, conceda que los pies del Señor fueron ungidos antes de romper el vaso, para que quedase entero, a fin de ungir la cabeza, derramándolo todo por la rotura.

San Agustín, de doctrina christiana, 3,12. Nunca un hombre de sano juicio se imaginaría que los pies del Salvador serían ungidos con este bálsamo precioso como suelen hacer los hombres mundanos y voluptuosos. Pues en tales cosas no está la culpa en el uso, sino en la maldad de la manera de usarlas: el que usa de una cosa traspasando los límites de las buenas costumbres de las personas con quienes vive, o quiere manifestar algo o es reprobable. Por lo tanto, lo que en otros es la más de las veces un crimen, en la divina y profética persona, es señal de algún gran misterio. Pues el buen olor significa la buena fama, la que adquirirá con la buena vida y obras, el que siguiendo los pasos de Cristo unge sus pies con precioso perfume.

San Agustín, de consensu evangelistarum, 2,78. Pero esto puede parecer contradictorio, porque San Mateo y San Marcos dijeron que faltaban dos días para la Pascua y después dijeron que Jesús estaba en Betania, en donde se habla de aquel precioso ungüento; sin embargo el mismo hecho habrá de narrar San Juan cuando dice "seis días antes de la Pascua" (Jn 12,1) Pero los que presentan esta objeción no comprenden que San Marcos y San Mateo refieren el acontecimiento del ungüento recapitulando, pues ninguno de ellos dice que sucedió dos días antes de la Pascua; así continuó diciendo: "después de esto hallándose en Betania".

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 80,1. Como los discípulos habían oído decir a su maestro: "Misericordia quiero y no sacrificio" (Mt 9,13), pensaban entre sí: si no acepta los sacrificios, con mayor razón rehusará el bálsamo. Por esto sigue: viendo esto los discípulos se indignaron diciendo: "¿por qué este desperdicio? pues pudo esto venderse", etc.

San Jerónimo. Sé que algunos critican este pasaje porque San Juan dijo que sólo Judas fue el que lo tomó a mal, porque era el depositario y ladrón desde el principio; y San Mateo dice que se indignaron todos los discípulos. Pero ignoran la figura que se llama silepsis por la que se toma a uno por muchos y a muchos por uno. Pues San Pablo en su epístola a los hebreos dice que los ancianos de la antigua ley fueron divididos (He 11,37) cuando tan solamente lo fue Isaías.

San Agustín, de consensu evangelistarum, 2,79. Puede también entenderse que igualmente los otros discípulos lo sintieron, o que Judas los persuadió con lo que dijo, y que San Marcos y San Mateo expresaron la impresión que les hicieron las palabras de Judas. Pero éste lo dijo movido del deseo de hurtar; y los otros de la caridad con los pobres: mas San Juan sólo cita aquél para hacer constar con este motivo su inclinación a hurtar.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 80,1. Los discípulos, pues, pensaban así; pero el Señor, conociendo la intención de la mujer, se lo permitió porque era mucha su piedad e inefable su amor; y por esto condescendiendo dejó derramar el ungüento sobre su cabeza. Así como el Padre aceptó con gusto el olor de la víctima, del mismo modo Cristo condescendió con esta mujer devota, cuya intención no conocían los discípulos que se quejaban. Por esto sigue: "Conociéndolo, pues, el Señor, les dijo: ¿Por qué molestáis a esta mujer?"

Remigio. Con lo que claramente manifestó que los discípulos habían dicho algo contra ella. Pero el Señor dijo esta notable expresión: "Ha hecho una obra buena conmigo", como si dijera: no es desperdicio del bálsamo como vosotros decís, sino una obra buena, esto es, homenaje de piedad y devoción.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 80,2. No se contentó el Señor con decir: "Ha hecho conmigo una buena obra", sino que primero dijo: "¿Por qué molestáis a esta mujer?" Enseñándonos, que cuando alguno hace alguna buena obra, aunque no sea perfecta se debe recibir y alentar, y no exigir desde el principio toda su perfección. Si alguno hubiera preguntado a esta mujer qué es lo que iba a hacer, no se lo hubiera permitido, pero después de derramado ya el ungüento era inoportuna la reprensión de los discípulos. Por lo mismo, para no defraudar el deseo de esta mujer, la consoló con sus palabras.

Sigue: "Pues siempre tendréis pobres con vosotros".

Remigio. El Señor manifestó con estas palabras en cierto modo, que no eran culpables los que le servían con alguno de sus bienes mientras vivía aún en el cuerpo mortal, porque pobres había de haber siempre en la Iglesia, mientras que El había de permanecer poco tiempo corporalmente entre ellos. Por esto añade: "Pero a mí no siempre me tendréis".

San Jerónimo. Surge aquí la dificultad de por qué el Señor dijo después de su resurrección a los discípulos: "He aquí que yo estoy con vosotros hasta la conclusión del mundo" (Mt 28,20), y ahora diga: "A mí no siempre me tendréis". Pero a mí me parece que en este pasaje habla de su presencia corporal, de la que ellos de ninguna manera volverían a disfrutar después de la resurrección, del mismo modo y con la misma familiaridad que entonces.

Remigio. Puede también resolverse esta duda entendiendo que sólo fue dicho a Judas. Pero por esto no dijo "tendrás" sino "tendréis"; porque en la persona de Judas fue dicho a todos sus imitadores. Por eso dijo "no siempre" siendo así que ni con el tiempo pueden contar; porque los malos parece que tienen a Cristo cuando se mezclan con sus miembros en el presente siglo y se acercan a su mesa. Pero no siempre será así, cuando sólo a los elegidos les dirá: "Venid, benditos de mi Padre" (Mt 25,34) Sigue: "Derramando, pues, este ungüento", etc. Era costumbre de aquel pueblo embalsamar con diversos aromas los cuerpos de los muertos para que se conservasen sin corrupción mucho tiempo. Y porque había de suceder que esta mujer quisiese ungir el cuerpo muerto del Señor y no pudiera verificarlo, porque se anticipara la resurrección, por esto sucedió por disposición divina, que el cuerpo del Señor fuese ungido en vida. Y dice: "Derramando este ungüento sobre mi cuerpo, para enterrarme lo hizo". Esto es, ungiendo esta mujer mi cuerpo vivo, manifiesta que moriré y seré enterrado.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 80,2. Como había recordado su muerte y su sepulcro para no entristecer a la mujer, la consuela otra vez con estas palabras: "En verdad os digo, que en cualquier parte donde fuere predicado", etc.

Rábano. Esto es: por todos los lugares por los que se extenderá la Iglesia en todo el mundo se dirá lo que hizo esta mujer. Notemos la contraposición que así como Judas fue dominado de infame perfidia, ésta lo fue de gloriosa piedad y devoción.

San Jerónimo. Escucha, pues, la noticia anticipada, de que pasados dos días, padecerá y morirá y su Evangelio será conocido y celebrado en toda la tierra.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 80,2. Así como lo dijo ha sucedido, y por cualquier parte de la tierra que fueres oirás la celebridad de esta mujer debido al poder del Señor. Las victorias de muchos reyes y de grandes capitanes han sido olvidadas en la memoria de los hombres; así como la mayor parte de los que fundaron ciudades y redujeron a esclavitud muchas naciones, ni de palabra ni de nombre, han sido conocidos. Mientras que esta mujer que derramó este bálsamo en la casa de cierto leproso, en presencia de doce hombres, es celebrada por todo el orbe de la tierra, y la memoria de su hecho no se ha borrado a pesar de tanto tiempo como ha transcurrido. ¿Pero por qué nada especial prometió a esta mujer más que una memoria eterna? Porque de estas palabras claramente pudo entenderse que si había hecho una buena obra era evidente que recibiría buena recompensa.

San Jerónimo. En sentido místico está en Bethania la morada de la obediencia, que en otro tiempo fue de Simón el leproso, en donde vive el que ha de padecer por todo el mundo. Simón se interpreta también obediencia, que en otro sentido puede entenderse el mundo en cuya casa fue curada la Iglesia.

Orígenes, in Matthaeum, 35. En todas las Sagradas Escrituras, por aceite se entiende las obras de misericordia, con el cual se alimenta y luce la lámpara de la predicación. También significa la doctrina, con la cual se alimenta a los oyentes, con la fervorosa predicación de la fe. Generalmente se llama aceite todo lo que sirve para ungir. El bálsamo o perfume es diferente del aceite, pues es un ungüento precioso. Así, toda acción justa se llama buena obra, pero una cosa son las que se practican por respetos humanos para agradar a los hombres, y otra las que se hacen por Dios y según Dios. Y esto mismo que hacemos por Dios, o aprovecha para los hombres, o únicamente para la gloria de Dios. Por ejemplo, alguno hace bien al hombre por un sentimiento natural de justicia, no por Dios, como obraban a veces los gentiles; semejante buena obra es aceite común, no perfume. Y sin embargo, es agradable a Dios, porque, como dice San Pedro por boca de San Clemente, las buenas obras que hacen los infieles, les aprovechan en este siglo, no en el otro para conseguir la vida eterna; pero los que las hacen por Dios les aprovechan para el siglo venidero. Este es el ungüento de buen olor. Pero algunos se hacen para utilidad de los hombres, como por ejemplo las limosnas y las demás de su género: el que esto hace con los cristianos, unge los pies del Señor; porque éstos son los pies del Señor que es lo que principalmente suelen hacer los penitentes para el perdón de sus pecados. Pero el que observa castidad, persevera en los ayunos y oraciones y en las demás obras que tan sólo conciernen a la gloria de Dios, unge con perfume la cabeza del Señor, y éste es el ungüento precioso de cuyo olor se llena toda la Iglesia. Y ésta es la obra propia no de los penitentes, sino de los perfectos. También la doctrina que es necesaria a los hombres es el bálsamo con que son ungidos los pies del Señor. Pero el conocimiento de la fe que sólo pertenece a Dios, es el bálsamo con que se unge la cabeza de Cristo con el que nos enterramos con Cristo por el bautismo muriendo al mundo.

San Hilario, in Matth. can. 29. Esta mujer representa al pueblo gentil; es la que en la pasión de Cristo dio gloria a Dios, porque ella ungió la cabeza de Cristo que es Dios. Pues el ungüento es el fruto de las buenas obras. Pero los discípulos en su deseo de salvar a Israel, dicen que debía haberse vendido en provecho de los pobres: por instinto profético llaman pobres a los judíos necesitados de fe. Pero el Señor les responde que les quedará mucho tiempo para cuidar de estos pobres. Por otra parte, esto no es más que la orden expresa para que los apóstoles vayan por orden suya a llevar la salud a las naciones, que por la unción del bálsamo de esta mujer han sido enterradas con El y son regeneradas de entre los muertos en el sacramento del bautismo. Y esta es la razón porque su buena obra será publicada donde será publicado el Evangelio, pues desapareciendo Israel será predicada la gloria del Evangelio a la conversión de las naciones.


Catena aurea ES 5546