Catena aurea ES 12218

JUAN 2,18-22


12218 (Jn 2,18)

Y los judíos le respondieron, y dijeron: "¿Qué señal nos muestras de que haces estas cosas?" Jesús les respondió, y dijo: "Destruid este templo, y en tres días lo levantaré". Los judíos le dijeron: "¿En cuarenta y seis años fue hecho este templo, y tú lo levantarás en tres días?" Mas El hablaba del templo de su cuerpo. Y cuando resucitó de entre los muertos, se acordaron sus discípulos que por esto lo decía, y creyeron a la Escritura y a la palabra que dijo Jesús. (vv. 18-22)

Teofilacto. Como los judíos veían que Jesús hacía tales cosas con gran poder, y diciendo: "No queráis hacer la casa de mi Padre casa de negociación", le piden una señal. Por esto le dicen: "¿Qué señal nos muestras de por qué haces estas cosas?"

Crisóstomo, in Ioannem, hom. 23. ¿Pero acaso necesitaban de alguna señal para dejar de hacer lo que tan indebidamente hacían? ¿Acaso el estar poseído de este gran celo por la casa del Señor no era el mayor de todos los signos? Los judíos se acordaban de las profecías y sin embargo, pedían una señal, sin duda porque sentían que se interrumpiese su ganancia; ¡torpes! ¿Y querían por esto evitar que el Salvador procediese de tal manera? Sin duda querían moverlo, o bien a que hiciese milagros o a que desistiese de hacer lo que hacía. Por lo tanto, no les da señal alguna, como respondió más adelante a los que también se lo pidieron, diciéndoles lo mismo que a aquéllos: "Esta generación mala y adúltera desea una señal, pero no se le dará otra que la del profeta Jonás" (Mt 12,39) Pero entonces respondió lo mismo con más claridad; ahora se nos dice también, pero con más oscuridad: mas Aquél que se adelanta dando señales a los que no las piden, seguramente no hubiera rechazado aquí a los que las pedían, si no hubiese sido porque conoció su mala intención. Sigue, pues: "Y les dijo: destruid este templo, y en tres días lo levantaré".

Beda. Cuando pedían una señal a Jesús, manifestaban que querían conocer por qué arrojaba del templo aquellos comercios acostumbrados. Respondió que aquel templo representaba el templo de su cuerpo, en el cual no habrá mancha alguna de pecado. Como diciendo: Así como purifico a este templo inanimado de vuestros comercios y maldades con mi poder, así resucitaré este cuerpo mío tres días después que haya muerto por vuestras manos.

Teofilacto. Y no se diga que los incite a que cometan un homicidio, diciendo "destruid", sino que les da a entender que conoce lo que intentan. Oigan, pues, los arrianos1, cómo el Señor es el destructor de la muerte, por cuanto dice: "Levantaré", esto es, con su propia virtud.

San Agustín, in Ioannem, tract. 10. Lo resucitó su Padre en realidad, a quien se dice en los salmos: "Levántame y volveré a ellos" (Ps 40,11) Pero ¿qué hizo el Padre sin el Verbo? Por lo tanto, lo mismo que el Padre resucita al Hijo, Este resucita también, porque el Hijo había dicho: "Yo y el Padre somos uno solo" (Jn 10,30)

Crisóstomo, ut sup. Y ¿por qué les da como signo el de la resurrección? Porque esto era principalmente lo que daba a conocer que Jesús no era un puro hombre; que podía triunfar de la muerte y destruir en poco tiempo su larga tiranía.

Orígenes, ut sup. Una y otra cosa, esto es, el cuerpo de Jesús y el templo, me parece que representan la Iglesia, porque ésta se levanta con piedras vivas, se convierte en casa espiritual y en sacerdocio santo por aquellas palabras de San Pablo: "Vosotros sois cuerpo de Cristo y miembros de miembro" (1Co 12,27) Y así como vemos que se destruye el edificio levantado con piedras, también todos los huesos de Jesucristo habían de disgregarse con las contrariedades de las tribulaciones; mas sería reconstruido y resucitado al tercer día, porque estaría presente en el nuevo cielo y en la nueva tierra. Así como el cuerpo visible de Jesucristo fue crucificado y sepultado, y resucitó después, así el cuerpo total de Cristo, formado por los santos, está crucificado con El. Cada uno de ellos en ninguna otra cosa se gloría más que en la cruz de Jesucristo, por medio de la que vive crucificado al mundo. También fue sepultado con Jesucristo, y resucitó con El porque andaba en cierta novedad de vida, aunque todavía no ha resucitado en cuanto a la bienaventurada resurrección. Por esto no se escribió lo resucitaré al tercer día, sino en tres días; se concluye su levantamiento dentro de los tres días.

Teofilacto. Como los judíos creían que hablaba del templo inanimado, se reían de El. Por esto sigue: "¿En cuarenta y seis años fue hecho este templo y tú lo levantarás en tres días?".

Alcuino. Y debe advertirse que no hablaban ellos de la primera edificación, que se hizo en tiempo de Salomón, que duró siete años, sino de la reedificación que se hizo en tiempo de Zorobabel, que duró cuarenta y seis, a causa de los impedimentos que les oponían los enemigos

Orígenes, ut sup. Dice alguno que deben computarse estos cuarenta y seis años desde el momento en que David habló al profeta Natán, consultándole acerca de la construcción del templo y de los medios de allegar materiales para dicha construcción. Examínese si en el número de cuarenta y seis años que se establece para la construcción del templo podrán entenderse las cuatro decenas por los cuatro elementos de que se compone el mundo, y los seis restantes porque el hombre fue creado en el sexto día.

San Agustín, De Trin., 4, 5. O bien este número responde a la perfección total del cuerpo del Señor. Cuarenta y seis veces seis hacen doscientos setenta y seis, que computándolo en días, forma nueve meses y seis días. Y la perfección del cuerpo de Cristo, con arreglo a las tradiciones que la Iglesia ha recibido de los antepasados, comprende precisamente esos mismos días, pues se cree que fue concebido y padeció el día octavo antes de las calendas2 de abril, esto es, el 25 de marzo, y que nació en el octavo antes de las calendas de enero, que corresponde al 25 de diciembre; de una a otra fecha se computan doscientos setenta y seis días, que abrazan cuarenta y seis veces el número seis.

San Agustín, lib. 83 Quaet, qu. 36. Se dice también que la concepción humana procede y se perfecciona en esta manera. En los seis primeros días tiene un aspecto de materia láctea; conviértese en los nueve días siguientes en sangre; de aquí a doce días adquiere solidez; siguen otros dieciocho días, en los cuales se forma, hasta que los miembros adquieren la perfección de sus lineamientos, y en el tiempo restante hasta el parto va aumentando de volumen. Ahora bien, seis y nueve y doce y dieciocho, hacen una suma de cuarenta y cinco, a los cuales si se añade una unidad, tendremos los cuarenta y seis. Multiplicando esta cantidad por el número seis, que es la norma de esta ordenación, tendremos doscientos setenta y seis, esto es, nueve meses y seis días. No se dice, pues, sin razón, que se había construido en cuarenta y seis años el templo, que aquí significa el cuerpo de Cristo, porque el mismo número de años que se emplearon en el templo, tantos días se necesitaron para la organización del cuerpo de Jesús.

San Agustín, in Ioannem, tract. 10. Aunque el Señor tomó su cuerpo de la descendencia de Adán, no tomó su pecado; de él tomó el templo de su cuerpo, pero no la maldad, que había de arrojar de ese templo. Si se combinan cuatro nombres griegos: anatole, que quiere decir Oriente, dysis, que quiere decir Occidente, arctos, que quiere decir Norte, mesembria, que quiere decir Sur, tenemos las letras que forman el nombre de Adán3. Se dice que el Señor habrá de reunir a sus escogidos de los cuatro vientos de la tierra cuando venga el día del juicio. Las letras del nombre de Adán tienen este número, según los griegos, y allí se ve que el templo ha sido edificado en cuarenta y seis años. Tiene Adán, a que es uno y d que es cuatro, a que es uno y m que es cuarenta. Y así tenemos los cuarenta y seis. Los judíos, como eran carnales, todo lo interpretaban en sentido material, y Jesús habla en sentido espiritual; mas nos dio a conocer de qué templo hablaba por medio del Evangelista. Sigue, pues: "Mas él hablaba del templo de su cuerpo".

Teofilacto. De aquí nació la contradicción de Apolinar4, que deseaba demostrar que la carne de Jesucristo era inanimada, por la razón de que inanimado era el templo. Luego hace la carne de Jesucristo semejante a la piedra y a la madera con las que se construye el templo. Pero si dice el Salvador, según San Juan: "Mi alma está turbada" (Jn 17,27), etc., y en otro lugar: "Tengo potestad para poner mi alma" (Jn 10,18); si nunca se dice esto respecto del alma racional, ¿cómo se interpretarán aquellas palabras de San Lucas: "En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu" (Lc 23,46)? No podría entenderse esto en cuanto al alma racional, ni lo que se dice en el Salmo: "No abandones mi alma en el infierno" (Ps 15,10)

Orígenes.Por esto se considera el cuerpo del Señor como un templo, porque así como el templo contenía la gloria de Dios, que habitaba en él, así el cuerpo de Jesucristo, representando a la Iglesia, contiene al Unigénito, que es la imagen y la gloria de Dios.

Crisóstomo, in Ioannem, hom. 22. Dos razones había que se oponían a que los discípulos del Señor comprendiesen esto: una, la misma resurrección, y otra, que era la mayor, a saber, que era Dios el que habitaba en aquel cuerpo, y que el Señor estaba oculto cuando decía: "Destruid este templo y en tres días lo levantaré", etc. Y por lo tanto añade: "Y cuando resucitó de entre los muertos, se acordaron sus discípulos que por esto lo había dicho, y creyeron a la Escritura, y a la palabra que dijo Jesús", etc.

Alcuino. Antes de la resurrección no entendían las Escrituras, porque aún no habían recibido al Espíritu Santo que aún no les había sido enviado porque Jesús no había sido glorificado todavía. Mas en el mismo día de la resurrección, cuando el Señor se apareció a sus discípulos, les aclaró sus inteligencias para que comprendiesen lo que acerca de El estaba escrito en la Ley y en los profetas. Y entonces creyeron en las Escrituras, esto es, en los profetas que habían predicho la resurrección de Jesucristo en el tercer día, y en las palabras del Salvador, cuando dijo: "Destruid este templo".

Orígenes, in Ioannem, tract. 10. Por sentido anagógico comprendemos que, como complemento de la fe, resucitará en el día de la resurrección universal el Cuerpo total de Jesús, esto es, de su Iglesia, porque la fe, que entonces verá la realidad5, se diferencia mucho de aquélla que ahora ve por medio de un espejo y en enigma.

JUAN 2,23-25


12223 (Jn 2,23)

Y estando en Jerusalén en el día solemne de la Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los milagros que hacía. Mas el mismo Jesús no se fiaba de ellos, porque los conocía a todos. Y porque El no había menester que alguno le diese testimonio del hombre; porque sabía por sí mismo lo que había en el hombre. (vv. 23-25)

Beda. El Evangelista había referido lo que el Señor había hecho al venir a Jerusalén; pero ahora, cuando estaba en Jerusalén, refiere lo que hicieron otros respecto de El. Por esto dice: "Y estando en Jerusalén", etc.

Orígenes.Debe observarse cómo había muchos que creían en El viendo sus milagros, y no se dice que Jesús hizo milagros en Jerusalén, a no ser que tal vez se hiciesen sin que se hable de ellos en las Sagradas Escrituras. Obsérvese además si no cabe también en lo posible contarse como milagro el haber hecho un azote de cordeles y haber arrojado a todos del templo.

Crisóstomo, in Ioannem, hom. 23. Pero habían sido más prudentes los discípulos que se acercaron al Salvador, no por sus milagros, sino por sus enseñanzas; porque eran muchos más los que eran atraídos por los milagros, pero eran más razonables los que creían en El por los profetas o por sus enseñanzas. Por lo cual añade: "Mas el mismo Jesús no se fiaba de ellos".

San Agustín, in Ioannem, tract. 11. ¿Qué quiere decir esto? Ellos creían en el nombre de Jesús, pero El no se fiaba de ellos: ¿no creían en El y aparentaban haber creído? Pero no diría el Evangelista: "Muchos creyeron en su nombre". Esto es grande y admirable. Los hombres creen en Jesucristo, y Jesucristo no se confía a los hombres, especialmente cuando dice que es Hijo de Dios, y cuando quiere padecer; porque si no hubiese querido, no hubiera experimentado la Pasión. Pero así son todos los catecúmenos. Si decimos al catecúmeno: ¿crees en Cristo?, responderá creo, y se persignará; mas si le preguntamos: ¿comes la carne del Hijo del hombre?, ignorará lo que decimos, porque Jesús no se ha confiado a él.

Orígenes, in Ioannem, tom. 10. Debe advertirse también, que Jesús no se fía de los que creen en su nombre, y sí de los que creen en El. Creen en El los que caminan por la angosta senda que conduce a la vida; los que creen en sus milagros, no creen en El, sino en su nombre.

Crisóstomo, ut sup. O bien dice esto porque no confiaba en ellos como en discípulos perfectos, ni les confiaba todos sus misterios, como lo hacía con los que ya eran sus fieles hermanos. Y no se fijaba en las palabras exteriores, sino que conocía sus deseos, sabiendo perfectamente la época más a propósito. Por esto sigue: "Porque los conocía a todos, y porque El no había menester que alguno le diese testimonio del hombre; porque sabía por sí mismo lo que había en el hombre". Saber lo que hay en el corazón de los hombres es propio de Dios, quien únicamente ha formado los corazones. No necesitaba de testigos para saber lo que sucedía en lo que él había formado.

San Agustín, ut sup. Mejor sabía el artífice lo que había en su obra, que su criatura sabía lo que había en su interior. Porque así como Pedro sabía lo que había en Cristo, cuando dijo: "Estaré contigo hasta la muerte" (Jn 13,37 Lc 22,33), así el Señor sabía lo que había en el hombre, diciendo: "Antes que el gallo cante, me negarás tres veces" (Lc 22,34)

Beda. Por lo que se nos aconseja que nunca estemos seguros en nuestra conciencia, sino que andemos siempre solícitos y temamos, porque lo que se nos oculta a nosotros no es desconocido para el árbitro eterno.

JUAN 3,1-3


12301 (Jn 3,1)

Y había un hombre de los fariseos llamado Nicodemo, príncipe de los judíos. Este vino a Jesús de noche y le dijo: "Rabbí, sabemos que eres Maestro venido de Dios, porque ninguno puede hacer estos milagros que tú haces, si Dios no estuviese con él". Y Jesús respondió, y le dijo: "En verdad, en verdad te digo, que no puede ver el reino de Dios sino aquél que renaciere de nuevo". (vv. 1-3)

San Agustín, In Ioannem tract., 11. Había dicho el Evangelista (Jn 2,23) que cuando el Salvador estaba en Jerusalén muchos creyeron en su nombre viendo los milagros y los prodigios que hacía. Entre éstos se hallaba Nicodemo, de quien se dice: "Y había un hombre de los fariseos, llamado Nicodemo", etc.

Beda. Y también manifiesta la dignidad que tenía cuando añade: "Príncipe de los judíos". Dice a continuación lo que hizo: "Este vino a Jesús de noche: esto es, deseando conocer más claramente, en su conversación privada, los misterios de su fe, cuyos principios ya conocía por sus milagros.

Crisóstomo, In Ioannem hom, 23. Sin embargo, aún se detenía, por la cobardía común a todos los judíos (Jn 12,42) En virtud de ello venía de noche, temiendo hacerlo de día. Por esto el Evangelista dice en otro lugar que muchos de los príncipes creyeron en el Salvador, pero no lo decían por miedo a los judíos, para que no los arrojasen fuera de la sinagoga.

San Agustín, ut supra.Y Nicodemo era del número de los que creyeron pero que aún no habían renacido, por esto venía de noche. Los renacidos por el agua y el Espíritu Santo oyen aquellas palabras del Apóstol: "Fuisteis en otra época tinieblas; mas ahora sois luz en el Señor" (Ep 5,8) Haymo. Se dice muy oportunamente que vino de noche, porque oscurecido en las tinieblas de la ignorancia, aún no había llegado a alcanzar la luz necesaria para creer perfectamente que Jesús era Dios. La palabra "noche", en la Sagrada Escritura, se pone muchas veces en lugar de ignorancia. Por esto añade: "Y le dijo: 'Rabbí: sabemos que eres Maestro venido de Dios'". Es bien sabido de todos que en hebreo la palabra Rabbí quiere decir maestro. Le llamaba Maestro y no Dios, porque creía que había sido enviado por Dios; y sin embargo, como se ha dicho, no le reconocía como Dios.

San Agustín, ut supra. Por qué había creído éste, se conoce en virtud de lo que añade: "Porque ninguno puede hacer estos milagros que tú haces, si Dios no estuviese con él". Por esto Nicodemo era de aquellos muchos que creyeron en su nombre viendo los milagros que hacía.

Crisóstomo, ut supra. Y sin embargo, a pesar de sus milagros, no había formado gran concepto del Salvador, sino que teniéndole como un ser meramente humano, habla de El como de un profeta que había sido enviado para hacer aquellos milagros, pero que necesitaba de ayuda ajena para hacerlos, siendo así que el Padre le había engendrado perfecto y suficiente en sí mismo, no teniendo nada imperfecto. Y como Jesucristo tenía gran cuidado de no revelar su dignidad y de convencer que nada hacía que fuese contrario al Padre, por esto en sus palabras se expresaba casi siempre en sentido humilde. Pero cuando hacía algún milagro lo hacía con todo su poder. Y así, respecto de Nicodemo, nada dice de sí mismo que pueda contribuir a su enaltecimiento. Pero de una manera oculta Jesucristo rectifica el concepto humilde que de El se había formado, dándole a entender que hace aquellos milagros con autoridad propia. Por esto añade: "Jesús le respondió y le dijo: en verdad, en verdad te digo, que no puede ver el reino de Dios sino aquél que renaciere de nuevo".

San Agustín, ut supra. Estos son, por tanto, a quienes Jesús se confía: los que habiendo nacido de nuevo, no vienen de noche, como lo hacía Nicodemo. Porque estos tales ya le confiesan. Por esto dice: "Sino aquél que renaciere de nuevo", etc.

Crisóstomo, ut supra. Como diciendo: como aún no has nacido de nuevo (esto es, de Dios en generación espiritual) el conocimiento que tienes de mí no es espiritual, sino animal y humano. Por esto te digo que, o tú o cualquier otro, si no nace de nuevo de Dios, no podrá alcanzar la gloria que me rodea, sino que se quedará fuera del reino. Porque la generación que se verifica por medio del bautismo es la que contribuye a la iluminación del alma. O acaso el sentido literal sea éste: "en verdad, en verdad te digo, que si alguno no fuere hecho", etc., esto es, si tú no has nacido de lo alto y no has adquirido el conocimiento cierto de los misterios, andas errante fuera de la verdad y te hallas a larga distancia del reino de los cielos. Así el Señor se manifestaba a sí mismo e indicaba que no es únicamente lo que se ve, sino que se necesita de otros ojos para poderle ver. Y cuando dice: "De lo alto", unos lo entienden del cielo y otros desde el principio. Por tanto, los judíos, si hubiesen oído esto, burlándose, se hubiesen retirado. Pero éste manifiesta su afecto de discípulo, porque sigue preguntando al Salvador.

JUAN 3,4-8


12304 (Jn 3,4)

Nicodemo le dijo: "¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Por ventura puede volver al vientre de su madre, y nacer otra vez?" Jesús respondió: "En verdad, en verdad te digo, que no puede entrar en el reino de Dios sino aquél que fuere renacido de agua y de Espíritu Santo. Lo que es nacido de carne, carne es; lo que es nacido de espíritu, espíritu es. No te maravilles porque te dije: os es necesario nacer otra vez. El espíritu donde quiere sopla, y oyes su voz, mas no sabes de dónde viene ni a dónde va: así es todo aquél que es nacido de espíritu". (vv. 4-8)

Crisóstomo, ut supra. Viniendo Nicodemo a buscar a Jesús como si fuese sólo hombre, oyendo de sus labios palabras más importantes que las que pueden salir de un mero hombre, se levanta a la altura de cuanto se dice; se ofusca y no sabe sostenerse, sino que las tinieblas le rodean por todas partes, y vacila, separándose de la fe. Por esto habla de cierta imposibilidad, para mover al Salvador a que explique más su doctrina. De dos cosas se admiraba, a saber: de aquella especie de nacimiento y del reino, porque esto no se había oído entre los judíos. Mas entre tanto pregunta acerca de lo que antes se había dicho y sobre lo que problematizaba más su inteligencia. Por esto dice: "Nicodemo le dijo: ¿cómo puede un hombre nacer, siendo viejo? ¿Por ventura puede volver al vientre de su madre, y nacer otra vez?".

Beda. Parece que estas palabras quieren decir que el niño vuelva a entrar otra vez en el vientre de la madre para renacer. Pero debe tenerse en cuenta que él ya era viejo y por esto citó el ejemplo de sí mismo, como si dijese: yo soy viejo y busco mi salvación, ¿cómo podré entrar en el vientre de mi madre y volver a nacer?

Crisóstomo, ut supra. Le llamas Maestro, reconoces que viene de Dios, pero no aceptas lo que dice. Y hablas al Maestro de forma que puedan brotar muchas dudas. Esto -el saber preguntar de cierto modo- es propio de aquellos que no creen firmemente y muchos que así preguntan se han separado de la fe. Porque éstos preguntan: ¿cómo se ha encarnado Dios?; y otros: ¿cómo es impasible? Por lo tanto también éste pregunta llevado por la ansiedad, pero debe tenerse en cuenta que el que mezcla cosas espirituales con sus propios pensamientos habla cosas dignas de risa.

San Agustín, In Ioannem, tract. 11. Pues el Espíritu habla, pero Nicodemo entiende en sentido carnal. No había conocido éste más que un solo nacimiento (el que proviene de Adán y Eva) y no conocía el que proviene de Dios y de la Iglesia. Y así debes comprender el nacimiento del Espíritu como Nicodemo conoció el nacimiento de la carne. Como no puede volverse otra vez al seno de la madre, tampoco puede reiterarse el bautismo.

Crisóstomo, In Ioannem hom., 24. Nicodemo estaba pensando en un nacimiento carnal, según se acostumbra en la vida material, por lo que Jesucristo le revela más claramente que se refiere a un nacimiento espiritual. "Jesús respondió: En verdad, en verdad te digo, que no puede entrar en el reino de Dios sino aquel que fuere renacido de agua y de Espíritu Santo".

San Agustín, ut supra. Como si dijere: tú crees que me refiero a la generación carnal, pero me refiero al nacimiento que tiene lugar por medio del agua y del Espíritu, por medio del cual nace el hombre para el reino de Dios. Si uno nace ya de las entrañas de su madre carnal, de un modo temporal, para obtener la heredad del padre, nace de las entrañas de la Iglesia para la eterna heredad de Dios Padre. Como el hombre consta de dos sustancias, a saber: de cuerpo y de alma, debe tener dos clases de generación: la del agua, que es visible, se aplica para la limpieza del cuerpo y la del Espíritu, que es invisible, para la purificación del alma, que es invisible.

Crisóstomo, ut supra. Mas si alguno pregunta: ¿cómo nace el hombre del agua?, yo le preguntaré: ¿y cómo nació Adán de la tierra? Así como en un principio todo era tierra y todo el mérito de la obra pertenecía al Creador, así ahora, sirviéndose del elemento del agua, la obra es del Espíritu de gracia. Entonces le dio el Paraíso para que viviese en él, mas ahora nos abre las puertas del cielo. ¿Pero qué necesidad de agua tienen aquellos que reciben el Espíritu Santo? Os explicaré este misterio, pues sagradas figuras se realizan por medio del agua: la sepultura y la muerte, la resurrección y la vida. Porque mientras sumergimos la cabeza en el agua, como en una especie de sepulcro, el hombre viejo es sepultado y, sumergido abajo, es ocultado; luego, desde allí abajo, asciende el hombre nuevo. Sirva esto para que aprendamos que la virtud del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo lo llena todo, y que Jesucristo esperó tres días para resucitar.

Crisóstomo, In Ioannem hom., 25. Lo que es el útero para el feto, es el agua para el fiel, porque en el agua se forma y se figura. Mas lo que en el útero se forma, necesita de tiempo, mientras que en el agua no sucede así, sino que todo sucede en un momento. Tal es la naturaleza de los cuerpos que necesitan tiempo para llegar a su perfección. Mas en las cosas espirituales no acontece lo mismo, sino que lo que se hace ya se hace con perfección desde el principio. Desde que el Señor subió del Jordán, el agua ya no produce reptiles de almas vivientes1 sino almas espirituales y racionales.

San Agustín, De bapt. parv. 1, 30. Y como no dice: si alguno no naciese del agua y del espíritu no podrá obtener la salvación o la vida eterna, sino: "No entrará en el reino de Dios", dicen algunos a esto: los niños deben ser bautizados para que puedan entrar con Cristo en el reino de Dios, a donde no llegarán si no son bautizados. Aunque los niños -dicen los pelagianos-2 si mueren sin bautismo, deberían pasar a la vida eterna porque no están sometidos al yugo del pecado. Pero ¿por qué se vuelve a nacer, si no hay que renovarse de alguna cosa antigua? ¿Y por qué la imagen de Dios no entra en su reino si no es porque se lo impide el pecado? Haymo.No pudiendo comprender Nicodemo tan grandes y tan profundos misterios, se los explicó el Señor, haciendo comparaciones con el nacimiento carnal, diciéndole: "Lo que es nacido de carne, carne es", etc. Así como la carne procrea la carne, así el espíritu produce el espíritu.

Crisóstomo, In Ioannem hom., 25. No esperes ver aquí nada material, ni creas que el Espíritu engendra carne. La carne del Señor fue engendrada en verdad no sólo por el Espíritu, sino también por la carne. Mas lo que nace del Espíritu es espiritual y aquí no se refiere a aquel nacimiento que se realiza según la sustancia, sino a aquél que se realiza según el honor y la gracia. Y si el Hijo de Dios ha nacido de este modo, ¿qué tendrá más que todos los demás que han nacido así? Se encontrará quizá inferior al Espíritu Santo, porque este nacimiento se verifica por la gracia del Espíritu Santo3. ¿Y en qué se diferencian estas cosas de las doctrinas de los judíos? Véase aquí la dignidad del Espíritu Santo. Parece que realiza la obra de Dios pues más arriba dijo que habían nacido de Dios (Jn 1,13), y aquí dice que el Espíritu Santo los engendra. Y diciendo Jesucristo que el que nace del espíritu es espíritu, como vio a Nicodemo otra vez turbado le expuso otro ejemplo sensible diciéndole: "No te maravilles porque te dije: os es necesario nacer otra vez". Cuando dice: "No te maravilles", da a conocer la turbación de su alma. Y pone un ejemplo que no participa ni de la grosera materialidad de los cuerpos, y que tampoco raya en lo inmaterial de las cosas incorpóreas como sucede con el soplo del viento, diciendo: "El espíritu, donde quiere sopla: y oyes su voz, mas no sabes de dónde viene ni a dónde va; así es todo aquél que es nacido de espíritu". Lo que dice significa: si no hay quien detenga al viento, sino que va adonde quiere, mucho más es el Espíritu, cuya acción no podrán detener las leyes de la naturaleza, ni los términos, ni los límites del nacimiento corporal, ni ninguna otra cosa parecida. Lo que dice aquí respecto del viento lo manifiesta cuando dice: "oyes su voz", esto es, el rumor. Pues no diría esto, si fuera que hablaba con un infiel que desconocía la acción del Espíritu. Dice también, "Donde quiere sopla", no porque el viento pueda elegir, sino porque obedece a aquel movimiento que tiene por naturaleza, que no puede detenerse y que se ejecuta con poder. "Y no sabes de dónde viene, ni a dónde va", esto es, si no sabes explicar la vida de este elemento que percibes por el sentido del oído y del tacto, ¿cómo querrás escudriñar la operación del divino Espíritu? Por esto añade: "Así todo el que es nacido de espíritu", etc.

San Agustín, In Ioannem tract., 12. ¿Y quién de nosotros no verá (por ejemplo), el Austro yendo desde el Mediodía al Aquilón4, u otro viento que del Oriente se encamina al Occidente? ¿Y cómo desconocemos de dónde viene y a dónde va?

Beda. Por lo que el Espíritu Santo es quien sopla donde quiere, porque El tiene bastante poder para iluminar el corazón de cualquiera con la gracia de su visita. "Y oyes su voz" cuando habla en presencia tuya aquél que está lleno del Espíritu Santo.

San Agustín, ut supra. Suena el salmo, suena el Evangelio, suena la Palabra divina, y todo ello es voz del Espíritu. Y dice esto porque el Espíritu está presente, aunque de una manera invisible, en la palabra y en el sacramento, para que nazcamos.

Alcuino. Luego no sabes de dónde viene ni adónde va; porque aunque en presencia tuya el Espíritu descendiese sobre alguien en cierta hora, no podrías ver cómo entra ni cómo sale, porque es invisible por naturaleza.

Haymo.No sabes de dónde viene, porque desconoces el modo con que lleva a los fieles a la fe; también ignoras adónde va, porque no sabes cómo lleva a los fieles a la esperanza. "Y así es todo el que ha nacido del espíritu", como si dijese: el Espíritu Santo es un ser invisible, y así todo el que nace del espíritu nace de una manera invisible.

San Agustín. Y aun cuando tú nacieres del Espíritu, serás de tal modo que aquél que no ha nacido aun del Espíritu, no sabrá de dónde vienes ni a dónde vas. Dice esto a continuación: "Así es todo aquél que es nacido del Espíritu".

Teofilacto. Confúndase, por lo tanto, Macedonio, impugnador del Espíritu Santo, que afirma que el Espíritu Santo es siervo; mas el Espíritu Santo, como obra con poder propio, obra donde quiere y como quiere5.


JUAN 3,9-12

12309 (Jn 3,9-12)

Respondió Nicodemo y le dijo: "¿Cómo puede hacerse esto?" Respondió Jesús y le dijo: "¿Tú eres maestro en Israel y esto ignoras? En verdad, en verdad te digo, que lo que sabemos, eso hablamos: y lo que hemos visto, atestiguamos, y no recibís nuestro testimonio. Si os he dicho cosas terrenas y no las creéis, ¿cómo creeréis si os dijere las celestiales?" (vv. 9-12)

Haymo. Mas Nicodemo no puede comprender lo que oía del Señor y por lo tanto, busca la razón de ello, sin negarlo. Y por esto pregunta al Señor con afecto propio del que pregunta y no a manera del que cuestiona. Por esto dice: "Respondió Nicodemo y le dijo: ¿cómo puede hacerse esto?"

Crisóstomo, ut supra. Y como aún permanecía en la vileza judía, a pesar del ejemplo ya dicho, le pregunta otra vez, por lo que el Señor le contesta con aspereza. Por esto sigue: "Respondió Jesús y le dijo: ¿Tú eres maestro en Israel y esto ignoras?"

San Agustín, ut supra. ¿Y qué creemos? ¿que el Señor quiso insultar a ese maestro de Israel? Quería en realidad que naciese del Espíritu, porque ninguno nace del Espíritu si no es humilde, en atención a que la humildad es la que nos hace nacer del Espíritu. Mas Nicodemo, enorgullecido con su magisterio, se creía a sí mismo persona de importancia porque era doctor de los judíos. Mas el Señor le hace bajar de su soberbia para que pueda nacer del Espíritu.

Crisóstomo, ut supra. No reprende la necedad de aquel hombre, sino su insensatez y su ignorancia. Pero dirá alguno: ¿qué tiene que ver este nacimiento de que habla Jesucristo con las doctrinas de los judíos? Ciertamente el hecho de que el primer hombre fuera creado y que la mujer fuera hecha de una costilla suya y que engendrasen las que habían sido estériles y que se realizasen milagros por medio del agua, tiene que ver algo. Y respecto a que Eliseo sacase hierro del agua, que los judíos pasasen el Mar Rojo, y que el sirio Naaman fuese purificado en el Jordán, digo que todo esto prefiguraba el nacimiento espiritual y la purificación que habría de realizarse. Y todo lo que se había dicho por los profetas prefiguraba de modo oculto este modo de nacer, como se dice en el salmo: "Tu juventud se renovará como la del águila" (Ps 102,5); y en otro salmo: "Bienaventurados aquellos cuyas culpas sean perdonadas" (Ps 31,1) Mas Isaac también es figura de este nacimiento. Recordando esto el Salvador dijo a Nicodemo: "¿Tú eres maestro en Israel e ignoras esto?". Además le hace creíble todo cuanto le ha dicho, condescendiendo con su torpeza, cuando añade: "En verdad, en verdad te digo: que lo que sabemos, eso hablamos, y lo que hemos visto atestiguamos, y no recibís nuestro testimonio". Entre nosotros, la vista es la que nos cerciora mejor que los demás sentidos. Y si queremos hacer creer a alguno, le decimos que lo hemos visto con nuestros propios ojos; por lo tanto, Jesucristo, hablando a Nicodemo de un modo sensible, consigue que le dé fe; mas no le cita ningún objeto sensible, sino que le habla de un conocimiento certísimo, y no por otra cosa le habla; por lo tanto, dice esto (esto es, lo que sabemos), o de El solo, o de El y del Padre.

Haymo.Se pregunta por qué dice en plural: "lo que sabemos eso hablamos", a lo que debe contestarse que el Unigénito de Dios era el que decía esto, pero manifestando cómo el Padre está en el Hijo, y el Hijo en el Padre, y el Espíritu Santo, indivisible, procede del uno y del otro.

Alcuino. Habla en plural, como si dijese: yo y aquellos que han sido renacidos hace poco tiempo en el Espíritu, conocemos lo que hablamos. Y lo que hemos visto en secreto respecto del Padre lo decimos exteriormente en el mundo; mas vosotros, que sois carnales y soberbios, no recibís nuestro testimonio.

Teofilato. Esto no lo decía por Nicodemo, sino por los judíos en general, que permanecieron en su perfidia hasta el fin.

Crisóstomo, In Ioannem hom., 25 y 26. Sus palabras no son propias de quien está turbado, sino de quien manifiesta su mansedumbre. Y en esto nos da a entender que cuando hablemos con otros y no logremos convencerlos, no nos entristezcamos ni nos incomodemos, sino que procuremos hacer creíbles nuestras palabras, no sólo no incomodándonos, sino también bajando la voz. Se grita cuando hay motivo de ira; mas Jesús, aunque debía explicar los misterios más elevados, se detiene muchas veces, por no ser adecuada a ellos la debilidad de los que oyen. Y lejos de adoptar aquel tono y profundidad que corresponden a tan elevados misterios, prefiere la sencillez de la condescendencia. Por esto añade: "Si os he dicho cosas terrenas y no las creéis, ¿cómo creeréis si os dijere las celestiales?".

San Agustín, ut supra. Esto es: si no creéis que puedo levantar el templo derribado por vosotros, ¿cómo creeréis que puedo regenerar a los hombres por medio del Espíritu Santo?

Crisóstomo, In Ioannem hom., 26. No te admires de que llame terrenal al bautismo, porque se confiere en la tierra y porque en comparación de su nacimiento extraordinario, que procede de la esencia del Padre, es terreno el nacimiento en su gracia. Y muy oportunamente no dijo no entendéis, sino no creéis. Porque al que no alcanza a conocer alguna cosa por su propio entendimiento, se le considera como un loco o como un ignorante; mas cuando alguno no acepta lo que únicamente debe conocer por medio de la fe, no debe acusársele de loco, sino de infiel. Se decían estas cosas aun cuando no eran creídas, porque las creerían los que vinieran después.


Catena aurea ES 12218