Catena aurea ES 10241

LUCAS 12,41-46


10241 (Lc 12,41)

Y Pedro le dijo: "Señor, ¿dices estas parábolas a nosotros, o también a todos?" Y dijo el Señor: "¿Quién crees que es el mayordomo fiel y prudente que puso el señor sobre su familia, para que les dé la medida de trigo en tiempo? Bienaventurado aquel siervo que cuando el señor viniere le hallare así haciendo. Verdaderamente os digo, que lo pondrá sobre todo cuanto posee. Mas si dijere el tal siervo en su corazón: Se tarda mi señor en venir, y comenzare a maltratar a los siervos, y a los criados, y a comer y a beber, y a embriagarse, vendrá el señor de aquel siervo el día que no espera, y a la hora que no sabe, y le apartará y pondrá su parte con los desleales". (vv. 41-46)

Teofilacto. San Pedro, a quien ya se había confiado la Iglesia, mostrando cuidar de todos pregunta al Señor si esta parábola se refería a todo el mundo. Por esto sigue: "Y Pedro le dijo: Señor, ¿dices esta parábola a nosotros, o también a todos?".

Beda. El Señor advertía dos cosas en esta parábola: primero, que El vendría de pronto; y segundo, que se debía estar preparado para recibirlo. Pero no se manifiesta claramente cuál de estas dos cosas preguntó San Pedro o si preguntó las dos a la vez, ni a quiénes se refería al decir todos cuando preguntó: "¿Dices esta parábola a nosotros, o también a todos?". Y por tanto, cuando dice nosotros y todos, es de creer que habla de los apóstoles y de los que se les asemejaban y de los demás fieles, o de los cristianos y los infieles, o de los que van muriendo uno a uno recibiendo de buen o mal grado la venida de su juez y los que, cuando llegue el juicio universal estén aún vivos en la carne. Sería extraño que San Pedro dudase que deben vivir en la sobriedad, la piedad y la justicia los que aguardan la esperanza bienaventurada, o que hubiera de ser imprevisto el juicio de todos y el de cada uno. Por lo que sólo falta decir que, conociendo bien ambas cosas, preguntaba lo que podía ignorar, a saber: si la sublime enseñanza de la vida celestial, por la que había mandado vender los bienes, hacer bolsas que no envejeciesen, tener ceñidos los lomos y vigilar con las antorchas encendidas, se refería a los apóstoles y a sus semejantes, o a todos los que deben salvarse.

San Cirilo, in Cat. graec. Patr. A los que piensan de una manera recta, conviene lo arduo y sublime de los preceptos santos. A los que todavía no han llegado a este grado de perfección, convienen aquellas cosas que no ofrecen ninguna dificultad, por lo que el Señor usa de un ejemplo muy claro, manifestando que el precepto antes dicho se refiere a los que son admitidos en el rango de sus discípulos. Sigue, pues: "Y dijo el Señor: ¿Quién crees que es el mayordomo fiel y prudente?".

San Ambrosio. O bien, la forma del precepto anterior es general para todos. Pero el ejemplo que sigue parece que se dirige a los mayordomos -es decir a los sacerdotes-, por lo que continúa: "Y dijo el Señor: ¿Quién crees que es el mayordomo fiel y prudente, que puso el señor sobre su familia para que les dé la medida de trigo en tiempo oportuno?".

Teofilacto. La parábola antedicha se refiere en general a todos los fieles; pero oíd lo que os afecta a vosotros, apóstoles y doctores. Os pregunto, pues, ¿qué administrador hay que tenga en sí fidelidad y prudencia? Porque así como en la administración de los bienes se pierden éstos si el administrador no es prudente aunque sea fiel, o no es fiel aunque sea prudente, así también es necesario fidelidad y prudencia en las cosas divinas. He conocido a muchos que, adorando a Dios y siendo fieles, no podían ocuparse con prudencia de asuntos religiosos y no solamente perdían los bienes, sino también las almas, tratando a los pecadores con un celo indiscreto, ya por preceptos inmoderados de penitencia, ya por una mansedumbre inoportuna.

San Crisóstomo, homil. 78, in Matth. Aquí pregunta el Señor por el administrador fiel y prudente, no ignorando quién es, sino queriendo manifestar lo extraordinario de la cosa y el mucho mérito de tal administrador.

Teofilacto. Cualquiera, pues, que se encuentre fiel y prudente, presida a la familia del Señor para darle la medida de trigo en todo tiempo, ya sea por medio de la predicación con que el alma se alimenta, ya por medio del buen ejemplo por el que la vida se endereza.

San Agustín, De quaest. Evang., lib. 2, cap. 27. Dice medida, porque cada uno de los que lo escuchan tiene diferente capacidad.

San Isidoro in Cat. graec. Patr. Se añade también en el tiempo, porque todo beneficio que no se dispensa en tiempo oportuno es infructuoso y no merece tal nombre. Por eso el pan es apetitoso para el hambriento y no lo es para el que está harto.

Hablando del premio de este administrador, dice: "Bienaventurado aquel siervo que cuando el señor viniere, le hallare así haciendo".

San Basilio, in Cat. graec. Patr. ex Asceticis. No dice obrando por casualidad, sino así haciendo. Porque no sólo conviene vencer, sino pelear convenientemente, lo que consiste en hacer cada cosa según se nos ha mandado.

San Cirilo, ubi sup. Por tanto, si el servidor fiel y prudente distribuye en tiempo oportuno el alimento a los criados -esto es, los manjares espirituales-, será bienaventurado, como dice el Salvador, porque recibirá los mayores bienes y merecerá los premios debidos a los familiares. Por esto sigue: "Verdaderamente os digo que le pondrá sobre cuanto posee".

Beda. Tanta como sea la diferencia que hay entre los méritos de los que oyen bien y de los que enseñan bien, así será la diferencia de sus premios. Cuando el que ha de venir los encuentre vigilando, los hará sentarse a su mesa. Mas a los que encuentre administrando fiel y prudentemente, los colocará sobre todo lo que posee, es decir sobre todas las alegrías del reino de los cielos. No hará esto para que tengan solos el dominio de ellos, sino para que disfruten de su posesión eterna con mayor abundancia que los demás santos.

Teofilacto. O bien, los pondrá sobre todos sus bienes, no sólo sobre su familia, sino sobre todas las cosas del cielo y de la tierra que someterá a su obediencia, como estuvieron Josué y Elías mandando el primero al sol y el segundo a las nubes, y todos los santos, como amigos de Dios, usan de todo lo que le pertenece. Todo el que practica la virtud y dirige perfectamente a sus siervos -es decir la ira y la concupiscencia-, ofreciéndoles la medida de trigo en todos los tiempos -esto es, de la ira, para que se indignen contra los que aborrecen al Señor y de la concupiscencia, para que usando de la carne en debida forma, la encaminen a Dios- quedará constituido sobre todo lo que Dios tiene y será digno de conocer con plena claridad todas las cosas.

Crisóstomo, in Cat. graec. Patr., ex homil. 78, in Matth. El Señor, pues, corrige al que oye, hablando no sólo del premio reservado a los buenos, sino amenazando a los malos con la pena eterna. De aquí prosigue: "Mas si dijere el tal siervo en su corazón: se tarda mi señor en venir".

Beda. Observa que entre los defectos del siervo malo cuenta el de que cree que su señor tarda en volver; y entre las virtudes del bueno no cuenta que esperó que viniese pronto, sino solamente que le sirvió con fidelidad. Nada hay mejor que soportar con paciencia la ignorancia de lo que no podemos saber y entre tanto trabajemos para que se nos encuentre idóneos.

Teofilacto. Muchas veces por no pensar en nuestra última hora cometemos muchos pecados, porque si pensáramos que el Señor ha de venir y que nuestra vida ha de concluir pronto, pecaríamos menos. Por esto prosigue: "Y si empezare a maltratar a los siervos y a los criados y a comer y a beber y a embriagarse".

Beda. En este siervo se da a conocer la condenación de todos los superiores malos, quienes, menospreciando el temor de Dios, no sólo se entregan a la lujuria, sino que también llenan de injurias a los que tienen a sus órdenes. Aquí puede entenderse por maltratar a los siervos y criados el corromper los corazones de los débiles con el mal ejemplo: comer, beber y embriagarse, u ocuparse en los delitos y placeres mundanos que enloquecen al hombre. Acerca de su castigo añade: "Vendrá el Señor de aquel siervo en el día que no espera (esto es, en la hora del juicio o de la muerte) y le apartará".

San Basilio, in lib. de Spiritu Sancto, cap. 16. El cuerpo no se divide de modo que una parte sea entregada a los tormentos y la otra perdonada, porque no es racional ni justo que, delinquiendo el todo, sólo la mitad sufra la pena. Ni tampoco el alma puede dividirse, porque está unida totalmente a la conciencia culpable y ha cooperado con el cuerpo a obrar mal. Esta división del alma consiste en su perpetua separación del Espíritu. Ahora, pues, aun cuando la gracia del Espíritu no esté con los que no lo merecen, parece que en cierto modo los asiste esperando su conversión a la salud, hasta que se separare en absoluto del alma. El Espíritu Santo es, pues, tanto el premio de los justos como la primera condenación de los pecadores porque los indignos lo pierden.

Beda. También puede entenderse que lo dividirá separándolo de la comunidad de los fieles y asociándolo a los que nunca pertenecieron a la fe. Por esto prosigue: "Y le dividirá y pondrá su parte con los desleales", porque el que no se cuida de los suyos y de sus domésticos niega la fe y es peor que el infiel, como dice el Apóstol (1Tm 5,8)

Teofilacto. El administrador infiel recibirá muy justamente el castigo de los infieles, porque careció de verdadera fe.

LUCAS 12,47-48


10247 (Lc 12,47-48)

"Porque aquel siervo que supo la voluntad de su señor, y no se apercibió, y no hizo conforme a su voluntad, será muy bien azotado: mas el que no la supo, e hizo cosas dignas de castigo, poco será azotado. Porque a todo aquél a quien mucho fue dado, mucho le será demandado. Y al que mucho encomedaron, más le pedirán". (vv. 47-48)

Teofilacto. Aquí el Señor nos da a conocer algo más grande y terrible, puesto que no sólo el administrador infiel quedará privado de la gracia recibida para que nada pueda librarlo de los castigos, sino que más bien la mayor dignidad que alcanzó le servirá de condenación. Por esto sigue: "Porque aquel siervo que supo la voluntad de su señor y no la cumplió, será azotado con muchos golpes", etc.

Crisóstomo, in homil. 27, in Matth. Todas las cosas no se juzgan del mismo modo en todos, sino que a mayor conocimiento corresponde mayor castigo.

San Cirilo, in Joan., cap. 10, libro 6. Aquel hombre de talento que inclinó su voluntad al pecado, en vano pedirá misericordia, porque cometió el pecado sin excusa, separándose de la voluntad divina por su malicia. Pero el hombre rústico e ignorante la implorará de su juez con más razón. Y continúa: "Mas el que no lo supo e hizo cosas dignas de castigo, poco será azotado".

Teofilacto. Algunos objetan esto, diciendo: con razón es castigado todo aquel que conociendo la voluntad del Señor, no la sigue. Pero, ¿por qué es castigado el que la desconoce? Porque habiendo podido conocerla no quiso, y por su pereza fue él mismo la causa de su ignorancia.

San Basilio, in Regulis brevioribus, ad interrogat. 267. Pero se dirá: Si éste sufre muchos castigos y aquél pocos, ¿por qué se dice que estos castigos no tendrán fin? Mas téngase en cuenta que aquí se habla, no de la medida de las penas o de su fin, sino de la diferencia entre ellas, porque alguno puede ser digno del fuego eterno más o menos intenso, y del gusano que ha de atormentar siempre con más o menos fuerza.

Teofilacto, ut sup. En seguida el Señor da a conocer por qué la pena que se imponga a los doctores y a los sabios será más intensa cuando dice: "Porque a todo aquel a quien mucho fue dado, mucho le será demandado". A los doctores se concede la gracia de hacer milagros, pero se les confía la de la predicación y la enseñanza. Y no dice que se le pida más en lo que se le ha dado, sino en lo que se le ha confiado o depositado en él. Porque la gracia de la palabra necesita desarrollo y se pide al doctor más de lo que ha recibido. No debe, por tanto, estar ocioso, sino cultivar el talento de la palabra.

Beda. O de otro modo: a veces se da mucho a algunas personas juntamente con el conocimiento de la voluntad de Dios y la facultad de cumplir lo que conocen, pero se encomienda mucho a aquél a quien se confía con su propia salud el cuidado de apacentar al rebaño del Señor. Por tanto, como son dotados de gracias más importantes, si faltan merecen mayor castigo. Y los que, fuera de la culpa original con la que vinieron al mundo, no cometan ningún pecado merecerán la menor de las penas. En cuanto a los demás que cometieron recibirán un castigo tanto más tolerable, cuanto menor fue aquí su iniquidad.

LUCAS 12,49-53


10249 (Lc 12,49)

"Fuego vine a poner en la tierra: ¿Y qué quiero sino que arda? Con Bautismo es menester que yo sea bautizado: ¿Y cómo me angustio hasta que se cumpla? ¿Pensáis que soy venido a poner paz en la tierra? Os digo que no, sino división. Porque de aquí adelante estarán cinco en una casa divididos, los tres estarán contra los dos, y los dos contra los tres. Estarán divididos: el padre contra el hijo y el hijo contra su padre; la madre contra la hija y la hija contra la madre: la suegra contra la nuera, y la nuera contra la suegra". (vv. 49-53)

San Ambrosio. A los administradores -esto es, a los sacerdotes- es a quienes parece referirse lo que precede, para que sepan que habrán de padecer terriblemente en la otra vida, si cuidándose sólo de las diversiones mundanas, se olvidan de gobernar bien la grey del Señor que les ha sido encomendada. Pero como el separarse del error por miedo al castigo es poco adelanto, así es mayor la prerrogativa de la caridad y del amor. Por esto el Señor los excita a desear poseer a Dios, diciendo: "Fuego vine a poner a la tierra". No aquél que consume los bienes, sino el que produce la buena voluntad que mejora los vasos de oro de la casa del Señor y reduce a cenizas el heno y la paja.

San Cirilo, in Cat. graec. Patr. En algunas ocasiones en la Sagrada Escritura se acostumbra llamar fuego a la palabra sagrada y divina, porque así como los que quieren purificar el oro y la plata les quitan toda la escoria con el fuego, así el Salvador, por la palabra evangélica en la virtud del Espíritu, purifica la inteligencia de los que creen en El. Este es el fuego saludable y útil por el cual los moradores de la tierra, de algún modo fríos y endurecidos por el pecado, se calientan y enardecen por la vida santa.

Crisóstomo, in eadem Cat. graec. Ahora llama tierra no precisamente a la que pisamos con los pies, sino a la que El formó con sus manos, es decir el hombre, en quien Dios infunde su fuego para consumir el pecado y renovar su alma.

Tito Bostrense. Debe entenderse que vino del cielo, porque si hubiere venido de la tierra a la tierra, no diría: "Fuego vine a poner en la tierra".

San Cirilo, ubi supra. El Señor atizaba el incendio de este fuego. Por lo que prosigue: "¿Y qué quiero sino que arda?" Creían ya algunos de Israel -de los que los primeros fueron los discípulos-, pero este fuego, una vez encendido en Judea, debía extenderse por todo el mundo cuando hubiese terminado su pasión. Por lo que sigue: "Con Bautismo es menester que yo sea bautizado". Y como antes de la pasión y de su resurrección de entre los muertos, sólo se hacía mención de su doctrina y de sus milagros en Judea, después que los impíos mataron al autor de la vida, dijo a sus discípulos (Mt 28,19): "Id y enseñad a todas las gentes".

San Gregorio, sup. Ezech., hom. 12. O bien: el fuego se manda a la tierra cuando el soplo abrasador del Espíritu Santo libra al espíritu humano de sus deseos carnales. Llora lo malo que ha hecho cuando es inflamado en el amor espiritual y así arde la tierra cuando el corazón del pecador se consume en el dolor de la penitencia, acusado por su conciencia.

Beda. Después añade: "Con bautismo es menester que yo sea bautizado"; esto es, primero debo ser bañado con la propia sangre que yo he de derramar y así he de inflamar los corazones de los que creen con el fuego del Espíritu Santo.

San Ambrosio. La misericordia del Señor es tan grande, que dice que lo obliga el deseo de infundirnos la devoción y consumar nuestra perfección, como también de apresurar su pasión por nosotros. Por esto sigue: "Y cómo me angustio hasta que se cumpla". Dicen algunos códices coangor, esto es, me entristezco. No teniendo en sí nada que lo aflija, se aflige por nuestras desgracias y en el tiempo de la muerte mostraba tristeza que no tenía por miedo de su muerte, sino por la tardanza de nuestra redención: así que se angustia hasta que llega el momento, pero una vez que ha llegado se tranquiliza, porque no es la muerte lo que teme sino la condición de la naturaleza corporal. Habiendo asumido la naturaleza humana debía pues sufrir todo lo que es propio del cuerpo, como tener hambre, afligirse y contristarse. Pero la divinidad no puede inmutarse por estos afectos. Manifiesta también que en la lucha de la pasión la muerte del cuerpo fue el término de su angustia y no aumento de su dolor.

Beda. Manifiesta cómo la tierra ha de ser abrasada después del bautismo de su pasión y de la venida del fuego espiritual, añadiendo: "¿Creéis que he venido a traer paz a la tierra?" etc.

San Cirilo, ubi sup. ¿Qué dices, Señor? ¿No has venido a dar la paz, cuando eres nuestra paz (Ep 2), estableciendo la unión entre el cielo y la tierra por tu cruz (Col 1), tú que has dicho: "Os doy mi paz" (Jn 14,27)? Pero es bien sabido que la paz es útil, como también puede ser dañosa y separar del amor divino, que es por lo que toleramos a los que se alejan de Dios y por lo cual se enseñó a los fieles que evitasen el trato con los mundanos. Por esto sigue: "Porque de aquí en adelante estarán cinco en una casa divididos: tres contra dos", etc.

San Ambrosio. Aunque parece un hecho la subordinación entre seis personas (la del padre y del hijo, de la madre y de la hija, de la suegra y de la nuera), sólo se dice de cinco, porque la madre y la suegra suelen ser una sola persona: la que es madre del hijo es nuera de la mujer.

Crisóstomo, ubi sup. Con esto dice lo que habría de suceder. Podría acontecer que en una misma casa hubiera alguno que fuese fiel y que su padre quisiese llevarlo a la infidelidad. Pero prevaleció tanto la fuerza de la doctrina de Jesucristo, que los hijos abandonaban a sus padres, las hijas a las madres y los padres a los hijos. Convino, pues, que los fieles de Jesucristo no sólo desprecien lo propio, sino también que lo sufran todo, con tal de que no abandonen la fe. Si El hubiese sido un puro hombre, ¿cómo hubiera podido pensar que los padres habían de amarlo más que a sus hijos, los hijos más que a sus padres, los maridos más que a sus mujeres, y esto no en una casa o cien, sino en todo el mundo? Y no sólo predijo esto, sino también lo enseñó con la obra.

San Ambrosio. En sentido místico, esta casa es el hombre. Leemos con frecuencia que el cuerpo y el alma son dos. Ahora, si están conformes los dos constituyen uno solo: uno que sirve al otro que manda. Las afecciones del alma son tres: una razonable, otra concupiscible y la tercera irascible. Por lo tanto, dos se dividen contra tres y tres contra dos. Porque después de la venida de Jesucristo, el hombre que era irracional se hizo racional. Eramos carnales y terrenos, mandó el Señor su espíritu a nuestros corazones (Ga 4) y nos hicimos sus hijos espirituales. También podemos decir que en esta casa hay otros cinco, esto es: el olor, el tacto, el gusto, la vista y el oído. Por tanto, si según lo que oímos o leemos por el oído y la vista, rechazamos las voluptuosidades superfluas del cuerpo que se perciben por el gusto, el tacto y el olor, dividimos dos contra tres; porque el alma no cede a los halagos del vicio. Por el contrario, si admitimos los cinco sentidos corporales, los vicios del cuerpo y los pecados se dividen. Pueden también verse separadas la carne y el alma por el olor, el tacto y el gusto de la lujuria. Porque la razón, como más viril, se inclina a los afectos nobles, mientras que la carne trata de ablandar a la razón. Tal es el origen de las diversas pasiones voluptuosas. Pero cuando el alma vuelve sobre sí, reniega de estos herederos degenerados, la carne se duele ciertamente de estar unida a sus pasiones que ella misma engendró y que son como los zarzales del mundo y la voluptuosidad, como nuera, digámoslo así, del cuerpo y del alma, desposa estos movimientos de las malas pasiones. Todo el tiempo que en una casa existe la armonía indivisible por la mancomunidad de los vicios, no se ve, pues, ninguna división en ella. Pero cuando Jesucristo envió a la tierra el fuego que consume los delitos del corazón, o la espada con que penetra sus secretos, entonces el cuerpo y el alma, renovados por los misterios de la regeneración, rompieron su unión con su descendencia. Y por esto, los padres se separan de los hijos cuando el intemperante renuncia a la intemperancia y el alma rechaza el consorcio con la culpa. Los hijos se insurreccionan también contra los padres cuando, renovados los hombres, abandonan sus antiguos vicios y la voluptuosidad rechaza la norma de la piedad, como el adolescente rehúye la disciplina de una casa seria.

Beda. O también: tres representa a los que creen en el misterio de la Santísima Trinidad y dos a los infieles que prescinden de la unidad de la fe. El padre es el diablo, cuyos hijos somos cuando lo imitamos. Pero después que vino aquel fuego celestial, nos separó unos de otros y nos dio a conocer a otro Padre que habita en los cielos. La madre es la sinagoga. La hija es la Iglesia primitiva, que sufrió persecución en su fe por la misma sinagoga, de quien desciende y que la contradijo con la verdad de su fe. La suegra es la sinagoga. La nuera es la Iglesia de los gentiles, porque Jesucristo, esposo de la Iglesia, es hijo de la sinagoga, según la carne. La sinagoga, por tanto, se divide contra la nuera y contra la hija, a quienes persigue en los que creen de uno y otro pueblo. Y ellas están divididas contra la suegra y la madre, porque no quieren recibir la circuncisión carnal.

LUCAS 12,54-57


10254 (Lc 12,54-57)

"Y decía también al pueblo: Cuando veis asomar la nube de parte del Poniente, luego decís: Tempestad viene: y así sucede. Y cuando sopla el Austro, decís: Calor hará: y es así. Hipócritas, sabéis distinguir los aspectos del cielo y de la tierra: ¿pues cómo no sabéis reconocer el tiempo presente? ¿Y por qué no juzgáis por vosotros mismos lo que es justo?" (vv. 54-57)

Teofilacto. Cuando hablaba de la predicación y la llamaba espada, podían turbarse los que lo oían, no comprendiendo lo que quería decir. Por eso añade que, así como se conoce por ciertas señales lo que sucederá en la atmósfera, así también debían conocer su venida. Por esto dice: "Cuando veis una nube de parte del Poniente, luego decís: Tempestad viene: Y cuando sopla el austro decís: Calor hará", etc. Como si dijese: mis palabras y mis acciones dan a conocer que yo soy diferente de vosotros. Por tanto, podéis conocer que no he venido a traer la paz, sino la lluvia y el huracán. Yo soy, pues, la nube y vengo del ocaso, esto es, de la naturaleza humana oscurecida desde muy antiguo por la niebla de los pecados. He venido también a prender fuego, o lo que es lo mismo, a provocar el ardor, porque Yo soy el viento sur, cálido y opuesto a la frialdad del norte.

Beda. O bien: así como los que quisieron pudieron conocer fácilmente el estado de la atmósfera por la variación de los elementos, así también pudieron, si hubiesen querido, conocer el tiempo de la venida del Señor por lo que dijeron los profetas.

San Cirilo, in Cat. graec. Patr. Los profetas anunciaron por muchos oráculos el misterio de Cristo. Si hubiesen sido prudentes debían, por lo tanto, fijar su atención en lo futuro, para poder conocer los tiempos que vendrán después de la vida presente. Porque habrá viento y lluvia, y suplicio futuro por el fuego. Esto es lo que da a entender cuando dice: "Tempestad viene". Debían también conocer el tiempo de la salud, esto es, la venida del Salvador, por quien entró en el mundo la perfecta piedad, según el sentido de las palabras: "Decís que hará calor". Y reprendiéndoles añade: "Hipócritas, sabéis distinguir los aspectos del cielo y de la tierra, ¿pues cómo no sabéis distinguir este tiempo?

San Basilio, ante medium homil. 6, in Hexaemeron. Debe tenerse en cuenta que las conjeturas por los astros son necesarias para la vida humana, siempre y cuando no se pase de los límites justos del pronóstico. Porque hay algunas señales -particulares, universales, violentas o suaves- para conocer cuándo lloverá y muchas para saber cuándo hará calor y se agitarán los vientos. ¿Quién ignora las ventajas que trae a la vida la conjetura de estos sucesos? Porque interesa a los navegantes el poder pronosticar los peligros de las tempestades, al viajero los cambios del aire, al campesino la abundancia de los frutos.

Beda. Y por si había entre los que lo oían algunos que, ignorantes de la enseñanza profética, supusieran que no podían conocer el curso de los tiempos, muy oportunamente añadió: "¿Y por qué no juzgáis por vosotros mismos, lo que es justo?" Dando a entender que aun cuando ellos desconocían la ciencia, podían, sin embargo, comprender por la razón natural, que el que hacía cosas que ninguno otro hacía, estaba sobre el hombre y era Dios. Y por consiguiente que, después de las injusticias de esta vida, habría de venir el justo juicio del Creador.

Orígenes In Lucam hom. 35. Si la naturaleza no hubiera puesto en nosotros el conocimiento de lo que es justo, el Salvador nunca hubiese dicho esto.

LUCAS 12,58-59


10258 (Lc 12,58)

"Cuando vas con tu contrario al príncipe, haz lo posible por librarte de él en el camino, porque no te lleve al juez, y el juez te entregue al alguacil, y el alguacil te meta en la cárcel. Te digo que no saldrás de allí hasta que pagues el último maravedí". (vv. 58-59)

Teofilacto. Después de dar a conocer la discordia laudable, el Señor habla a sus discípulos de la paz laudable diciendo: "Cuando vas con tu contrario al magistrado, haz lo posible por librarte de él en el camino", etc. Como diciendo: Cuando tu enemigo te lleva a juicio, procura -esto es, por todos los medios que puedas- el ser absuelto por él. O bien: procura, es decir, aunque no tengas nada, pide prestado para obtener su perdón y que no te lleve delante del juez. Y continúa: "Porque no te lleve al juez y el juez te entregue al alguacil".

San Cirilo.En cuyo caso sufrirás las penas hasta que pagues el último dinero. Y esto es lo que añade: "Que digo que no saldrás", etc.

Crisóstomo, homil. 16, in Matth. Me parece que el Salvador habla aquí de los jueces actuales y de la comparecencia en los juicios presentes y de la cárcel de este mundo. Por todas estas cosas que aparecen y ocurren, se enmiendan ordinariamente los hombres culpables. El Señor los amonesta así con frecuencia, no sólo por los bienes y los males de la otra vida, sino también por la presente a causa de la ignorancia de los que lo escuchaban.

San Ambrosio. Nuestro enemigo es el diablo, que nos tienta con la seducción del mal, para que sufran con él los que lo acompañaron en el error. También es enemiga nuestra toda costumbre viciosa. Por último, es nuestra enemiga nuestra mala conciencia, que nos aflige aquí y nos acusará y condenará en la otra vida. Procuremos, por tanto, mientras vivimos en este mundo, huir de todo acto culpable como de enemigo malo; no sea que yendo con él al juez, nos condene en el camino por nuestro error. Pero ¿quién es el magistrado, sino aquel que tiene toda potestad? Este magistrado entrega al reo a aquel que tiene poder sobre los vivos y los muertos, esto es a Jesucristo, por quien se juzga lo oculto, e impone el castigo de las malas obras. Y él entrega al alguacil y pone en la cárcel, pues dice: "Tomadle y arrojadle a las tinieblas exteriores" (Mt 22,13) Da a conocer también que sus ejecutores son los ángeles, de quienes dice: "Saldrán los ángeles y separarán los malos de los buenos y los arrojarán al fuego" (Mt 13,49) Pero aquí añade: "Te digo, que no saldrás de allí hasta que pagues el último dinero". Así como los que pagan una cantidad no dejan de ser deudores hasta que han pagado, sea como fuere, todo lo que deben, así se redime la pena del pecado por las obras de caridad y otras acciones.

Orígenes, sup. hom. 33. De otro modo: Pone aquí cuatro personas, el adversario, el legislador, el ejecutor y el juez. San Mateo omite la persona del magistrado y en vez de ejecutor dice ministro. Se diferencian también en que aquél dijo dinero y éste óbolo; pero uno y otro dijeron hasta el último. Sabemos que todos los hombres llevan consigo dos ángeles: el malo, que nos invita a obrar mal, y el bueno, que nos exhorta a obrar bien. El primero, enemigo nuestro, siempre que pecamos triunfa, sabiendo que tiene el poder de triunfar y de gloriarse ante el príncipe de este mundo que lo ha enviado. En el texto griego dice "el adversario", con artículo, como para determinar a uno entre muchos, porque cada uno vive bajo el dominio de su príncipe. Procura, por tanto, librarte de tu enemigo, o sea del príncipe ante quien te lleve tu enemigo, teniendo sabiduría, justicia, fortaleza y templanza. Mas si lo procuras así, sea en Aquél que dice: "Yo soy el camino" (Jn 14,6) De otro modo tu enemigo te presentará al juez. Dice que te presentará para dar a conocer que los que se resisten, serán compelidos a sufrir la condenación. En cuanto al juez que entrega al ejecutor yo no conozco otro que nuestro Señor Jesucristo. Cada uno de nosotros tiene sus propios ejecutores. Estos nos dominan cuando debemos algo. Pero si pagamos todo lo que debemos, podemos ir al ejecutor y con la frente levantada decirle: Nada te debemos. Si fuésemos deudores, en cambio, el ejecutor nos metería en la cárcel y no nos permitiría salir hasta que paguemos todo lo que debemos, puesto que no tiene poder para condonarme ni siquiera un óbolo. El Señor es quien perdonó a un deudor quinientos denarios, y a otro cincuenta (Lc 7) Este, que es el ejecutor, no es el dueño, sino el encargado por él de exigir las deudas. Dice el último óbolo, porque es lo menor y más pequeño. Ya que nuestros pecados son graves o leves. Bienaventurado, pues, el que no peca. Bienaventurado después de éste, el que peca levemente. Y aun entre los que así pecan hay una gran diferencia, de otro modo no diría "hasta que pague el último óbolo". E incluso cuando deba poco no saldrá de allí, hasta que pague el más pequeño dinero; pero a aquél que deba mucho, se le hará pagar durante muchos siglos.

Beda. O bien: nuestro enemigo en el camino es la palabra de Dios contraria a nuestros deseos materiales en la presente vida, del que se libra el que se somete a sus preceptos. De otro modo será entregado al juez, porque en virtud del menosprecio de la palabra de Dios el pecador será tenido como reo en el examen del juez, quien lo entregará al ejecutor -es decir, al espíritu maligno- para la venganza. Y éste lo arrojará en la cárcel, esto es en el infierno, en donde siempre padecerá el castigo sin que nunca pueda obtener el perdón, por lo que jamás saldrá de allí, sino que sufrirá las penas eternas con la terrible serpiente, el diablo.


LUCAS 13,1-5


10301 (Lc 13,1-5)

Y en este mismo tiempo estaban allí unos que le decían nuevas de los Galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de los sacrificios de ellos. Y Jesús les respondió diciendo: "¿Pensáis que aquellos Galileos fueron más pecadores que todos los otros por haber padecido tales cosas? Os digo que no: Mas si no hiciereis penitencia, todos pereceréis de la misma manera. Así como también aquellos diez y ocho hombres, sobre los cuales cayó la torre de Siloé, y los mató: ¿pensáis que ellos fueron más deudores que todos los hombres que moraban en Jerusalén? Os digo que no: Mas si no hiciereis penitencia, todos pereceréis de la misma manera". (vv. 1-5)

Glosa, aequivalenter, non expresse. Después de hacer mención de las penas de los que pecan, habla muy oportunamente del castigo de algunos pecadores, para que sirva de ejemplo a los demás. Por eso dice: "Y en este mismo tiempo estaban allí unos que le decían nuevas de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de los sacrificios de ellos".

San Cirilo, in Cat. graec. Patr. Eran los sectarios de Judas de Galilea, de los que hace mención San Lucas en los Hechos de los apóstoles (Ac 5,36) diciendo que no se debía llamar señor a nadie. Por lo que muchos de ellos, que no reconocían al César como a señor, fueron castigados por Pilato. Decían también que no convenía ofrecer a Dios otras víctimas que las designadas en la ley de Moisés, por lo que prohibían ofrecer las víctimas establecidas por el pueblo por la salud del emperador y del pueblo romano. Indignado Pilato por esto contra ellos, mandó sacrificarlos entre las mismas víctimas que se ofrecían según la ley, de modo que la sangre de los que ofrecían se mezcló con la de las víctimas ofrecidas. Y creyendo el vulgo que estos galileos habían padecido con justicia este castigo porque habían escandalizado al pueblo y excitado el odio de los súbditos contra los magistrados, contaron esto al Salvador deseando conocer lo que opinaba sobre ello. Y el Señor dijo que obraban mal. Sin embargo, no dijo que los que padecían estas penas fueran peores que los que no las padecían. Por lo cual prosigue: "Y Jesús les respondió diciendo: ¿Pensáis que aquellos galileos fueron más pecadores que todos los otros?", etc.

Crisóstomo, hom. 5 De Lázaro. Dios castiga a ciertos pecadores, destruyendo su malicia y decretando pena más leve para ellos, los separa de los otros y corrige a los que viven en el mal con la condenación de algunos. Además, aquí no castiga a otros, con el fin de que, si hicieren penitencia, evitasen los castigos presentes y la pena eterna, pero si perseveraren en su malicia, habrán de sufrir mayor tormento.

Tito Bostrense. Aquí da a conocer que lo que salga de los juicios para castigo de los reos, no es sólo por el poder de los que juzgan, sino también de la voluntad de Dios. Por tanto ya castigue el juez con rectitud o ya condene teniendo en cuenta alguna otra mira, debe creerse que ha sido dispuesto por el juicio de Dios.

San Cirilo, ut sup. Queriendo el Señor separar a los pueblos de las insurrecciones internas concitadas con pretexto de la religión, añade: "Mas si no hiciereis penitencia, todos pereceréis de la misma manera" (y si no cesáis de conspirar contra los príncipes, no obraréis conforme con la voluntad divina) y vuestra sangre se mezclará con la de vuestras víctimas.

Crisóstomo, ut sup. El Señor da a conocer con esto que permitió que fuesen castigados algunos para que aterrados por los peligros ajenos, los que ésto mirasen se hiciesen herederos del reino de los cielos. ¿Cómo, pues? dirás, ¿acaso otro hombre es castigado para que yo mejore mi conducta? No, por cierto, es castigado por sus propias culpas, pero su castigo es un motivo de salvación para los que lo ven.

Beda. Pero como no hicieron penitencia, cuarenta años después de la pasión del Señor, viniendo los romanos (a quienes Pilato representaba como de su misma nación) y empezando por la Galilea (en donde había empezado la predicación del Señor) destruyeron de raíz aquella nación impía y no solamente mancharon con la sangre humana los atrios del templo donde acostumbraban a ofrecer los sacrificios, sino también el interior.

Crisóstomo, ut sup. Además, otros dieciocho habían sido aplastados por una torre acerca de los que continuó de la misma manera, diciendo: "Así como también aquellos dieciocho hombres y sobre los cuales cayó la torre de Siloé y los mató: ¿pensáis que ellos fueron más culpables que todos los hombres que moraban en Jerusalén? Os digo que no". Así, no castiga a todos en este mundo, sino que da tiempo para hacer penitencia, y no reserva a todos al castigo de la otra vida, con el fin de que muchos no renieguen de su providencia.

Tito Bostrense. Compara esta torre a toda la ciudad para que la parte aterre al todo. Así es que dice: "Mas si no hiciereis penitencia, todos pereceréis de la misma manera". Como diciendo, toda la ciudad será ocupada poco después, si perseveran en la infidelidad.

San Ambrosio. En sentido místico, aquellos cuya sangre mezcló Pilato con sus sacrificios, son en cierto modo figura de los que por sugestión diabólica no ofrecen el santo sacrificio con pureza y cuya oración está en el pecado, así como está escrito de Judas, que meditaba su traición en medio del sacrificio de la Sangre del Señor.

Beda. Pilato (que quiere decir boca de herrero) significa al diablo, que siempre está preparado para herir; la sangre representa al pecado y los sacrificios expresan las buenas acciones. Por tanto, Pilato mezcla la sangre de los galileos con la de sus sacrificios, cuando el diablo mancha la limosna y las demás buenas acciones de los fieles con la delectación de la carne, con la ambición de la humana alabanza o con cualquier otra iniquidad. Aquellos jerosolimitanos que fueron aplastados por la torre, representan a los judíos que no quisieron hacer penitencia y que habían de perecer dentro de sus mismas murallas. No carece de misterio el número dieciocho (el cual entre los griegos se escribe con I y H, que son las mismas letras con que empieza el nombre de Jesús) Esto quiere decir que los judíos habrían de perecer principalmente porque no quisieron reconocer el nombre del Salvador. Esa torre representa al que es la torre de la fortaleza, la cual estaba en Siloé, que quiere decir enviado. Representa, pues, al que vino al mundo enviado por el Padre y que aplastaría a todos aquéllos sobre quienes cayese.


Catena aurea ES 10241