Catena aurea ES 10425

LUCAS 14,25-27


10425 (Lc 14,25-27)

Y muchas gentes iban con El: y volviéndose les dijo: "Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer e hijos, y hermanos y hermanas, y aun también su vida, no puede ser mi discípulo. Y el que no lleva su cruz a cuestas, y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo". (vv. 25-27)

San Gregorio, homil. 37, in Evang. El alma se enardece cuando oye hablar de los premios de la gloria y quisiera encontrarse allí, en donde espera gozar eternamente. Pero los grandes premios no pueden alcanzarse sino por medio de grandes trabajos. Por esto se dice: "Y muchas gentes iban con El y volviéndose les dijo".

Teofilacto. Como muchos de los que le seguían no lo hacían con todo afecto, sino con tibieza, da a conocer cómo debe ser su discípulo.

San Gregorio, ut sup. Pero debe examinarse por qué se nos manda aborrecer a nuestros padres y a nuestros parientes carnales1, cuando se nos manda amar a nuestros enemigos. Si examinamos el sentido del precepto, veremos que podemos hacer una y otra cosa con discreción, de modo que amemos a los que están unidos con nosotros por los vínculos de la carne y que conocemos como prójimos, e ignoremos y huyamos de los que encontremos como adversarios en los caminos del Señor. Pues no escuchando al que, sabio según la carne, nos conduce al mal venimos a amarlo, por decirlo así, con nuestro odio.

San Ambrosio. Pero no manda el Señor desconocer la naturaleza, ni ser cruel e inhumano, sino condescender con ella, de modo que veneremos a su autor y que no nos separemos de Dios por amor de nuestros padres.

San Gregorio, ut sup. El Señor, para dar a conocer que este odio hacia los prójimos no debe nacer de la afección o de la pasión, sino de la caridad, añadió lo que sigue: "Y aun también su vida". Porque es evidente que amando debe aborrecer al prójimo el que lo aborrece como a sí mismo, puesto que aborrecemos con razón nuestra vida cuando no condescendemos con sus deseos carnales, cuando contrariamos sus apetitos y resistimos a sus pasiones. Ahora, puesto que despreciada se vuelve mejor, viene a ser amada por el odio.

San Cirilo. No debe aborrecerse la vida, que aun el mismo San Pablo conservó en su cuerpo con el fin de poder anunciar a Jesucristo. Pero cuando convenía despreciar la vida para dar término a su carrera, confiesa que no es de ningún precio para él (Ac 20,24)

San Gregorio, ut sup. Manifiesta cuál debe ser este aborrecimiento de la vida añadiendo: "Y el que no lleva su cruz a cuestas", etc.

Crisóstomo. No dijo esto para que llevemos una verdadera cruz sobre nuestros hombros, sino para que tengamos siempre la muerte ante nuestros ojos. Así era como moría todos los días San Pablo (1Co 15) y despreciaba la muerte.

San Basilio. Tomando la cruz anunciaba la muerte del Señor, diciendo (Ga 6,14): "El mundo está crucificado para mí y yo lo estoy para el mundo", lo cual anticipamos nosotros por el bautismo, en que nuestro hombre viejo es crucificado, para que se destruya el cuerpo del pecado.

San Gregorio, ut sup. O porque la palabra cruz quiere decir tormento, nosotros llevamos la del Señor de dos maneras: cuando mortificamos la carne por la abstinencia, o cuando hacemos nuestras las aflicciones de nuestros prójimos por la compasión. Pero como algunos hacen ver las mortificaciones de su carne, no por Dios, sino por vanagloria y son compasivos, no espiritual, sino materialmente, con razón añade: "Y viene en pos de mí". Llevar la cruz e ir en pos de Jesucristo, es lo mismo que guardar la abstinencia de la carne y compadecerse del prójimo con el afán de ganar la eterna bienaventuranza.

LUCAS 14,28-33


10428 (Lc 14,28)

"Porque, ¿quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no cuenta primero de asiento los gastos que son necesarios, viendo si tiene para acabarla? No sea que después que hubiere puesto el cimiento, y no la pudiese acabar, todos los que lo vean comiencen a hacer burla de él diciendo: este hombre comenzó a edificar y no ha podido acabar. ¿O qué rey queriendo salir a pelear con otro rey, no considera antes de asiento, si podrá salir con diez mil hombres a hacer frente al que viene contra él con veinte mil? De otra manera, aun cuando el otro está lejos, envía su embajada pidiéndole tratado de paz. Pues así cualquiera de vosotros que no renuncie a lo que posee no puede ser mi discípulo". (vv. 28-33)

San Gregorio, in Evang hom. 37. Porque los sublimes mandamientos han sido dados, añade en seguida la comparación de un gran edificio diciendo: "Porque, ¿quién de vosotros, queriendo edificar una torre, sentándose primero, no cuenta los gastos?", etc. Por tanto, todo lo que hacemos debemos prepararlo con la meditación debida. Si proyectamos levantar la torre de la humildad, primeramente debemos prepararnos a sufrir las adversidades de este mundo.

San Basilio, in Esai. 2, capítulo visio. 2. Una torre es una atalaya alta para defender una ciudad y para observar las acometidas de los enemigos. A modo de una torre de esta clase se nos ha dado el entendimiento para conservar los bienes y prever los males. El Señor nos mandó que nos sentásemos para calcular al empezar la edificación si podríamos concluirla.

San Gregorio Niceno, De virg. cap. 18. Se debe perseverar para llegar al término de toda ardua empresa, observando los mandamientos de Dios para consumar esta obra divina. Porque ni la fábrica de la torre es una sola piedra, ni el cumplimiento de uno solo de los preceptos puede conducir al alma a la perfección, sino que debe existir el cimiento. Y, según el Apóstol (2Co 3), sobre éste se han de colocar las piezas de oro, de plata y piedras preciosas. Por esto sigue: "No sea que después que hubiese puesto el cimiento", etc.

Teofilacto. No debemos, pues, poner el cimiento -esto es, empezar a seguir a Jesucristo- y no dar fin a la obra como aquellos de quienes dice San Juan (Jn 6,66) que muchos de sus discípulos se retiraron. Puede considerarse también como fundamento por ejemplo la enseñanza de la palabra sobre la abstinencia. Es necesario, pues, a dicho fundamento el edificio de las obras, para que podamos terminar la torre de la fortaleza contra el enemigo (Ps 3,4) De otro modo aquel hombre sería objeto de burla para todos los que lo viesen, ya fuesen hombres ya demonios.

San Gregorio, ut sup. Porque si cuando nos ocupamos de buenas obras no vigilamos con cuidado contra los espíritus malignos, seremos objeto de burla de los que al mismo tiempo nos aconsejan el mal. Pero de esta comparación pasa a otra más elevada, para que las cosas más pequeñas nos hagan pensar en las más grandes y dice: "O qué rey queriendo salir a pelear contra otro rey, no se sienta primero y considera si podrá salir con diez mil hombres, a hacer frente al que viene contra él con veinte mil"

San Cirilo, in Cat. graec. Patr. Es nuestro deber pelear contra los espíritus del mal que están en el aire (Ep 6) Nos asedia una multitud de otros enemigos: el azote de la carne, la ley del pecado que impera en nuestros miembros y varias pasiones. He aquí la temible multitud de enemigos.

San Agustín De quaest. Evang. 2,31. O los diez mil que han de pelear con el rey que tiene veinte mil representan la sencillez del cristiano, que ha de pelear contra la doblez del diablo.

Teofilacto. El rey que domina en nuestro cuerpo mortal es el pecado (Rm 6), pero nuestro entendimiento también ha sido constituido en rey. Por tanto, el que quiera pelear contra el pecado, piense consigo mismo y con toda su alma. Porque los demonios son los satélites del pecado, que parecen ser veinte mil contra nuestros diez mil. Porque siendo incorpóreos, comparados con nosotros que somos corpóreos, parece que tienen mucha mayor fuerza.

San Agustín, ut sup. Así como dijo el Señor que no debemos trabajar en la torre que no podamos concluir, con el fin de que no nos ultrajen diciendo: este hombre empezó a edificar y no pudo concluir, así en lo del rey con quien hay que pelear, denunció la paz misma cuando dijo: "De otra manera, cuando el otro está lejos, envía su embajada pidiéndole tratados de paz", significando también que no podrán resistir las tentaciones con que nos amenaza el demonio aquéllos que, aunque renuncien a todo lo que tienen, hacen con él la paz consintiendo en cometer pecados.

San Gregorio, ut sup. O bien en aquel tremendo juicio no vamos a nuestro rey como iguales porque diez mil contra veinte mil suyos, es como uno contra dos. Viene a pelear con un ejército doble en contra del sencillo. Porque sólo estamos preparados por la obra y El discute a la vez nuestra obra y nuestro pensamiento. Cuando todavía está lejos el que no aparece aún para el juicio, enviémosle en embajada nuestras lágrimas, nuestras obras de misericordia, nuestros sacrificios de propiciación. Esta es nuestra embajada, que aplaca al rey que viene.

San Agustín Ad Laetam epist. 38. Nos declara el sentido de estas parábolas diciendo en esta ocasión: "Pues así cualquiera de vosotros que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo". Por tanto, el dinero para edificar la torre y la fuerza de diez mil contra el rey que viene con veinte mil, no significan otra cosa sino que cada uno renuncie a todo lo que posee. Lo dicho antes concuerda con lo que ahora se dice, porque en renunciar cada uno a todo lo que posee se incluye también el aborrecer a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y aun su propia vida1. Todas estas cosas son propias de cada uno y son obstáculo e impedimento para obtener, no lo temporal y transitorio, sino lo que es común a todos y habrá de subsistir siempre.

San Basilio. El Señor se propone con los ejemplos citados no facultar o dar licencias a cada uno para que se haga o no discípulo suyo, como puede uno no poner el cimiento o no tratar de la paz, sino manifestar la imposibilidad de agradar a Dios entre aquellas cosas que distraen el alma y la ponen en peligro, haciéndola más accesible a las asechanzas y astucias del enemigo.

Beda. Hay diferencia entre renunciar a todas las cosas y dejarlas, porque es de un pequeño número de perfectos el dejarlas -esto es, posponer los cuidados del mundo- mientras que es de todos los fieles el renunciarlas -esto es, tener las cosas del mundo de tal modo que por ellas no estemos ligados al mundo-.

LUCAS 14,34-35


10434 (Lc 14,34-35)

"Buena es la sal. Mas si la sal perdiera su sabor ¿con qué será sazonada? No es buena ni para la tierra, ni para el muladar. Mas la echarán fuera. Quien tiene orejas de oír, oiga". (vv. 34-35)

Beda. Había dicho antes que no sólo debe empezarse la torre de las virtudes, sino también que debe completarse. A esto se refiere lo que dice a continuación: "Buena es la sal". Es bueno esconder la sal de la sabiduría espiritual en los misterios del corazón y mucho mejor hacerse con los apóstoles sal de la tierra (Mt 5)

Eusebio . La naturaleza de la sal se compone de agua, aire y un poco de tierra. Tiene la propiedad de secar la parte líquida de los cuerpos corruptibles y de conservar los cuerpos muertos. Por tanto, con razón compara el Señor a sus discípulos con la sal, porque habían sido regenerados por el agua y el espíritu. Y como vivían de un modo puramente espiritual y no según la carne convertían -como la sal- la vida corrompida de los hombres que vivían en el mundo y preservaban a quienes los seguían, invitándolos a la práctica de la virtud.

Teofilacto. Quiere que sean útiles a sus prójimos, no sólo aquellos que fueron dotados de gracia para enseñar, sino también los particulares, como lo es la sal. Pero si se corrompe el que había de ser útil para los demás, no podrá ser socorrido. Por esto sigue: "¿Y si la sal perdiere su sabor, con qué será sazonada?"

Beda. Como diciendo: si alguno se hace apóstata después de haber sido iluminado por la sal de la verdad, ¿por qué otro doctor será corregido? Este es el que, espantado por las adversidades del mundo o arrastrado por los placeres, renuncia a la dulzura de la sabiduría que él mismo ha gustado. Por esto sigue: "No es buena ni para la tierra ni para el muladar", etc. Cuando la sal deja de servir para condimentar los alimentos y secar las carnes, no es aprovechable para ninguna otra cosa. No es útil para la tierra, porque impide la fertilidad. Tampoco aprovecha para el estercolero que ha de servir para abono. Así, el que después de conocer la verdad retrocede, no puede dar fruto de buenas obras ni puede perfeccionar a otros, por lo que debe echársele fuera, esto es, debe separárselo de la unidad de la Iglesia.

Teofilacto. Como este discurso era parabólico y oscuro, estimulando el Señor a quienes lo oían a no tomar en cualquier sentido sus palabras acerca de la sal, añade: "Quien tiene orejas para oír, oiga". Esto es, entienda según la capacidad de su sabiduría. Por las orejas debemos entender aquí la fuerza intelectual del alma y su aptitud para comprender.

Beda. O bien: oiga cada uno, no menospreciando, sino obedeciendo y haciendo lo que aprendió.

LUCAS 15,1-7


10501 (Lc 15,1)

Y se acercaban a El los publicanos y pecadores para oírle. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: "Este recibe pecadores, y come con ellos". Y les propuso esta parábola diciendo: "¿Quién de vosotros es el hombre que tiene cien ovejas, y si perdiere una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va a buscar la que se había perdido, hasta que la halle? Y cuando la hallare, la pone sobre sus hombros gozoso. Y viniendo a casa, llama a sus amigos y vecinos, diciéndoles: Dadme el parabién, porque he hallado mi oveja que se había perdido. Os digo, que así habrá más gozo en el cielo sobre un pecador que hiciere penitencia, que sobre noventa y nueve justos, que no han menester penitencia". (vv. 1-7)

San Ambrosio. Puede aprenderse en lo dicho hasta el momento que no debemos preocuparnos de las cosas de la tierra, ni preferir lo caduco a lo imperecedero. Pero como la fragilidad humana no puede tener un instante firme mientras viva en este mundo impúdico, este buen médico nos ha proporcionado remedios contra el error. Y como Juez misericordioso, no nos niega la esperanza del perdón. Por esto sigue: "Y se acercaban a El los publicanos", etc.

Glosa. Esto es, los que exigen tributos públicos, o los arriendan y los que procuran obtener ganancias por medio de los negocios.

Teofilacto. Esto lo consentía, porque con este fin había tomado nuestra carne, acogiendo a los pecadores como el médico a los enfermos. Pero los fariseos verdaderamente criminales correspondían a esta bondad con murmuraciones. Por lo cual sigue: "Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: Este recibe", etc.

San Gregorio, in Evang hom. 34. Por esta razón se deduce que la verdadera justicia tiene compasión y la falsa justicia desdén, aun cuando los justos suelen indignarse con razón por los pecadores. Pero una cosa es la que se hace con apariencia de soberbia y otra la que se hace por celo a la disciplina. Porque los justos, aunque exteriormente exageran sus reprensiones por la disciplina, sin embargo, interiormente conservan la dulzura de la caridad y, por lo general, prefieren en su ánimo a aquellos a quienes corrigen, que a sí mismos. Obrando así mantienen a sus súbditos en la disciplina y a la vez se mantienen ellos en la humildad. Por el contrario, los que acostumbran a ensoberbecerse por la falsa justicia, desprecian a todos los demás, sin tener ninguna misericordia de los que están enfermos y, porque se creen sin pecado, vienen a ser más pecadores. De este número eran los fariseos, quienes cuando censuraban al Señor porque recibía a los pecadores, reprendían con un corazón seco al que es la fuente misma de la caridad. Pero como estaban enfermos o ignoraban que lo estaban, el médico celestial usa con ellos, hasta que conociesen su estado, de remedios suaves. Sigue, pues: "Y les propuso esta parábola: ¿Quién de vosotros es el hombre que teniendo cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve y va a buscarla?" Propuso esta semejanza que todo hombre puede comprender y, sin embargo, se refiere al Creador de los hombres. Porque ciento es un número perfecto y El tuvo cien ovejas porque poseyó la naturaleza de los santos ángeles y de los hombres. Por esto, sigue: "Que tiene cien ovejas".

San Cirilo.Observa aquí la grandeza del reino de nuestro Salvador. Cuando dice cien ovejas se refiere a toda la multitud de las criaturas racionales que le están subordinadas; porque el número cien, compuesto de diez décadas, es perfecto. Pero de éstas se ha perdido una que es el género humano, que habita en la tierra.

San Ambrosio. Este pastor es tan rico, que todos nosotros sólo formamos una centésima parte de su rebaño. Por eso sigue: "Y si perdiere una de ellas, no deja las noventa y nueve", etc.

San Gregorio, ut sup. Se perdió una oveja cuando el hombre abandonó, por el pecado, los pastos de la vida. Se quedan las otras noventa y nueve en el desierto. Porque el número de las criaturas racionales (esto es, de los ángeles y de los hombres), que ha sido creado para ver a Dios, queda disminuido con la pérdida del hombre. Por esto sigue: "¿No deja las noventa y nueve en el desierto?" Esto es, porque había dejado los coros de los ángeles en el cielo. El hombre abandonó el cielo cuando pecó. Y para que se completase el número de las ovejas en el cielo, era buscado el hombre, perdido en la tierra. Por esto prosigue: "Y va a buscar la que se había perdido".

San Cirilo.¿Cómo es que abandona todas las demás y sólo tiene caridad respecto de una sola? De ningún modo. Todas las demás se encuentran en su redil, defendidas por su diestra poderosa. Pero debía compadecerse más de la perdida, para que no quedase incompleto el resto de sus criaturas. Una vez recogida ésta, el número ciento recobra su perfección.

San Agustín De quaest.Evang. 2,32. O bien: aquellas noventa y nueve que dejó en el desierto, se refieren a los soberbios que, llevando la soledad -por decirlo así- en el alma, quieren aparecer como que son solos. A estos les falta la unidad para la perfección. Así, cuando alguno se separa de la verdadera unidad, se separa por soberbio. Deseando no depender más que de su propio poder, prescinde de la unidad, que está en Dios. Se aleja de todos los reconciliados por la penitencia, que se obtiene con la humildad.

San Gregorio Niceno. Cuando el pastor encuentra la oveja, no la castiga ni la conduce al redil violentamente sino que, colocándola sobre sus hombros y llevándola con clemencia, la reúne con su rebaño. Por esto sigue: "Y cuando la hallare, la pone sobre sus hombros gozoso".

San Gregorio, ut sup. Puso la oveja sobre sus hombros porque, habiendo tomado la naturaleza humana, llevó sobre sí todos nuestros pecados (Is 53) Habiendo encontrado la oveja, vuelve a su casa. Porque nuestro pastor, una vez redimida la humanidad, vuelve al reino de los cielos. Por esto sigue: "Y viniendo a casa, llama a sus amigos y vecinos diciéndoles: Dadme el parabién, porque he hallado mi oveja que se había perdido". Llama amigos y vecinos a los coros de los ángeles. Estos son amigos suyos, porque constantemente cumplen su voluntad sin cesar. También son vecinos suyos, porque gozan a su lado de la claridad de su presencia.

Teofilacto. Se llaman, pues, ovejas, los espíritus celestiales, porque toda naturaleza creada es animal respecto de Dios. Pero son llamados amigos y vecinos por ser criaturas racionales.

San Gregorio, ut sup. Debe advertirse que no dice: Felicitaos por la oveja encontrada, sino: dádmela a mí. Porque nuestra vida es su alegría y cuando somos llevados al cielo hacemos el colmo de ella.

San Ambrosio. Los ángeles, como racionales, se alegran también en la redención inmerecida de los hombres. Por esto sigue: "Os digo, que así habrá más gozo en el cielo sobre un pecador que hiciere penitencia, que sobre noventa y nueve justos que no han menester penitencia". Sirva esto de aliciente para obrar bien. Porque cada uno puede creer que su conversión será agradable a los coros de los ángeles, cuyo patrocinio se debe buscar, así como se debe temer su ofensa.

San Gregorio, ut sup. Declara el Señor que habrá más alegría en el cielo por la conversión de los pecadores que por la perseverancia de los justos. Porque todos aquellos que no viven bajo el yugo del pecado, están siempre en el camino de la justicia, pero no anhelan con afán la patria celestial. Y la mayor parte andan perezosos en las prácticas de las buenas obras, porque se creen seguros por no haber cometido las culpas más graves. Por el contrario, aquellos que recuerdan haber cometido faltas, afligidos por su dolor, se enardecen en el amor de Dios. Y como ven que han obrado mal respecto del Señor, recompensan los males primeros con los méritos que les siguen. Por tanto, hay mayor alegría en el cielo. Como sucede en las batallas que el capitán ama más a aquel soldado que después de haber huido vuelve y combate con más ardor al enemigo, que a aquel que nunca ha vuelto las espaldas, pero que nunca ha peleado con ardor. Así, el labrador estima más aquella tierra que después de abrojos produce óptimos frutos, que aquella que nunca produce ni espinas ni fruto abundante. Pero entre estas cosas debe tenerse en cuenta que hay muchos justos cuya vida causa tanta alegría que no puede preferirse a ella ninguna penitencia. De aquí debe deducirse que el Señor goza mucho cuando el justo llora humildemente, puesto que le llena de alegría que el pecador condene el mal que ha hecho por la penitencia.

LUCAS 15,8-10


10508 (Lc 15,8-10)

"O ¿qué mujer que tiene diez dracmas, si perdiere una dracma, no enciende el candil y barre la casa, y la busca con cuidado hasta hallarla? Y después que la ha hallado, junta las amigas y vecinas, y dice: Dadme el parabién, porque he hallado la dracma que había perdido. Así os digo, que habrá gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que hace penitencia". (vv. 8-10)

Cirilo. Por la parábola que precede, en la que se dice que el género humano era una oveja descarriada, se nos enseña que somos creaturas de Dios omnipotente que nos ha hecho a nosotros, -y no nosotros a El- y que somos ovejas de sus pastos. Ahora añade la segunda parábola, en que el género humano es comparado a una dracma que se ha perdido. Por medio de ésta manifiesta que hemos sido creados a imagen y semejanza del Rey, esto es, del Dios excelso. Porque la dracma es una moneda que lleva impresa la imagen del rey. Por esto dice: "¿O qué mujer que tiene diez dracmas, si perdiese una dracma", etc.

San Gregorio, in Evang hom. 34. Lo mismo que se representa por el pastor, se representa por la mujer, porque aquél es el mismo Dios y ésta la sabiduría de Dios. El Señor creó a imagen suya la naturaleza angélica y la naturaleza humana para que lo conociesen. Tuvo diez dracmas, porque nueve son los coros de los ángeles y, para completar el número de los elegidos, el hombre fue creado décimo.

San Agustín De quaest.Evang. 2,33. También coloca entre las nueve dracmas, así como entre las noventa y nueve ovejas, la representación de aquellos que -presumiendo de sí- se prefieren a los pecadores que vuelven al camino de la salvación. Uno falta a nueve para que sean diez. Y al noventa y nueve también le falta uno para ser ciento. Este uno designa a todos los reconciliados por la penitencia.

San Gregorio, ut sup. Y como la imagen le representa en la moneda, la mujer perdió la dracma cuando el hombre -que había sido creado a imagen de Dios- dejó de parecérsele cuando pecó. Y esto es lo que añade: "¿Si perdiere una dracma no enciende el candil?". La mujer enciende la antorcha porque la sabiduría de Dios apareció en la humanidad. La antorcha es una luz en un vaso de barro. La divinidad en la carne es como la luz en el vaso de barro. Una vez encendida la antorcha, prosigue: "Y barre la casa", porque así como su divinidad ha resplandecido en la humanidad, toda nuestra conciencia quedó limpia. Esta palabra barre no se diferencia de limpia, que se lee en los demás códices. Porque el alma depravada, si no se limpia primero por el temor, no queda limpia de los defectos en que vivía. Una vez barrida la casa se encuentra la dracma. Por eso sigue: "Y la busca con cuidado hasta hallarla". Cuando la conciencia humana es sacudida1, es reparada en el hombre la semejanza del Creador.

San Gregorio Nacianceno. Una vez encontrada la dracma hace participante de su alegría a los espíritus celestiales, a quienes hace dispensadores de sus beneficios. Y sigue: "Y después que la ha encontrado, junta a las amigas y vecinas", etc.

San Gregorio, ut sup. Los espíritus celestiales se encuentran tanto más unidos con la divina sabiduría, cuanto más se aproximan por la gracia de su visión permanente.

Teofilacto. Son sus amigas, porque cumplen su voluntad; vecinas suyas, porque son incorpóreas. O bien: son amigos suyos todos los espíritus celestes, pero son sus vecinos los que están más cerca, como son los tronos, los querubines y los serafines.

San Gregorio Niceno. De otro modo: creo que el Señor nos da a conocer en la búsqueda de la dracma perdida que no nos viene utilidad alguna de la práctica de las virtudes exteriores -a las que llama dracmas- aun cuando se posean todas, si queda el alma como viuda de aquella que le da el brillo de la semejanza de Dios. Por esto, primero manda encender la luz -esto es, la palabra divina que descubre las cosas ocultas-, o acaso la lámpara de la penitencia. Pero en la casa propia -en sí mismo y en su conciencia- conviene buscar la dracma perdida. Es decir, la imagen del rey, que no se ha perdido del todo, sino que está cubierta debajo del abono, que significa la miseria humana. Una vez quitado éste con esmero, es decir limpiado por el esfuerzo de la vida, resplandece lo que fue encontrado. Por esto conviene que aquella que la encuentra se alegre y que llame a participar de su alegría a las vecinas, esto es, a las que están más próximas, que son las virtudes; a saber: el entendimiento, la sensibilidad y todos los afectos que puedan considerarse como propios del alma, que deben alegrarse en el Señor. Finalmente, para concluir la parábola añade: "Así os digo que habrá gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que hace penitencia".

San Gregorio, ut sup. Hacer penitencia es llorar los pecados pasados y llorando, no volver a cometerlos. Porque el que llora unos pecados a la vez que vuelve a cometerlos, o ignora qué es hacer penitencia, o la hace fingidamente. Debe considerarse también que para satisfacer a su Creador, aquel hombre que hizo lo que está prohibido debe abstenerse aún de lo que está permitido y el que recuerde que faltó en lo grave, debe censurarse por lo leve.

LUCAS 15,11-16


10511 (Lc 15,11)

Mas dijo: "Un hombre tuvo dos hijos. Y dijo el menor de ellos a su padre: Padre, dame la parte de la hacienda que me toca. Y él les repartió la hacienda. Y no muchos días después, juntando todo lo suyo el hijo menor se fue lejos a un país muy distante, y allí malrotó todo su haber, viviendo disolutamente. Y cuando todo lo hubo gastado, vino una grande hambre en aquella tierra, y él comenzó a padecer necesidad. Y fue, y se arrimó a uno de los ciudadanos de aquella tierra. El cual lo envió a su cortijo a guardar puercos. Y deseaba henchir su vientre de las mondaduras que los puercos comían y ninguno se las daba". (vv. 11-16)

San Ambrosio. San Lucas expone sucesivamente tres parábolas: la de la oveja que se había perdido y se encontró; la de la dracma que también se había perdido y se halló y la del hijo que había muerto y resucitó, para que estimulados por estos tres remedios curemos las heridas de nuestra alma. Jesucristo, como pastor, te lleva sobre su cuerpo. Te busca la Iglesia, como la mujer. Te recibe Dios, que es tu padre. La primera es la misericordia, la segunda los sufragios y la tercera la reconciliación.

Crisóstomo. También hay en las parábolas antedichas cierta distinción entre las personas que pecan. En un caso, el padre recibe al hijo penitente que usa de su libre albedrío para conocer de dónde ha caído; en el otro, el pastor busca la oveja perdida que no sabe volver, llevándola sobre sus hombros, comparando al animal irracional con el hombre imprudente que, llevado del engaño de otro, se había perdido como la oveja. Esta parábola se expone diciendo: "Entonces dijo: Un hombre tuvo dos hijos". Hay quien dice -refiriéndose a estos dos hijos- que el mayor figura a los ángeles y el menor al hombre, que se fue a tierras lejanas cuando cayó a la tierra desde el cielo y el paraíso; y aplican la consecuencia a la caída o al estado de Adán. Pero este significado parece ciertamente piadoso, aunque ignoro si será verdadero. Porque el hijo menor se arrepintió espontáneamente al acordarse de la abundancia pasada que había en la casa de su padre. Pero el Señor, cuando vino, invitó a la humanidad a que hiciera penitencia, cuando no pensaba en volver por su voluntad al lugar de donde había caído. Después, el hijo mayor se entristece por la vuelta y por la salvación de su hermano, cuando dice el Señor que habrá alegría entre los ángeles cuando se convierta un pecador.

San Cirilo.Otros dicen que el hijo mayor figura al pueblo de Israel según la carne y que el otro, que se separó de su padre, es el pueblo de los gentiles1.

San Agustín. Se entiende que este hombre que tiene dos hijos es Dios, que tiene dos pueblos, como dos ramas del género humano. Una, la de los que permanecieron fieles en el culto del verdadero Dios y otra, la de los que lo abandonaron hasta el punto de adorar a los ídolos. Desde el principio de la creación del hombre mortal, el hijo mayor da culto al verdadero Dios. Pero el menor pidió que se le diese la parte de la fortuna que le tocaba por su padre. Por esto sigue: "Y dijo el menor de ellos a su padre: Padre, dame la parte de la hacienda que me toca". Como un alma que se complace con su poder, pide aquello que lo hace vivir, entender, recordar y distinguirse por su ingenio especial; cosas todas que son dones de Dios y que recibió para usar de ellas a su voluntad. Por esto sigue: "Y él les partió la hacienda".

Teofilacto. La hacienda del hombre es la razón, a la que acompaña el libre albedrío. Del mismo modo podemos creer que todas las cosas que el Señor nos ha dado nos pertenecen, como son el cielo, la tierra, todas las criaturas, la ley y los profetas.

San Ambrosio. Ve cómo se da el patrimonio divino a quienes lo piden. Y no creas que fue un error del padre el que le diera su parte al hijo más joven. No hay edad alguna que sea débil en el reino de Dios, porque la fe no se cuenta por los años. El se creyó idóneo cuando pidió su parte. ¡Ojalá no se hubiese separado de su padre! porque entonces hubiese desconocido los inconvenientes de la edad. Y sigue: "Y no muchos días después, juntando todo lo suyo, el hijo menor se fue lejos a un país muy distante", etc.

Crisóstomo. El hijo menor se marchó a un país lejano. Se separó de Dios, no por el lugar, pues Dios está en todas partes, sino por el afecto; así huye el pecador de Dios y se pone lejos de El.

San Agustín. El que quiera ser semejante a Dios para conservar su fuerza en El, que no se separe, sino que se una a El, si ha de conservar la imagen y semejanza con quien le ha creado. Pero si quiere imitar a Dios culpablemente; es decir, si quiere ser independiente como Dios y vivir sin reconocer autoridad ninguna, ¿qué le queda sino enfriarse por la separación de su calor y extraviarse por el abandono de la verdad?

San Agustín.

Lo que dijo que sucedió a los pocos días, esto es, que reunió todo lo que era suyo y que se marchó en seguida a una región muy distante, representa el olvido de Dios. Es decir, que poco después de haber creado al género humano, quiso el hombre por su libre albedrío llevar consigo la potencia de su naturaleza y abandonar a Aquel por quien fue creado, confiando en sus fuerzas. Estas fuerzas consumió tan pronto como abandonó a Aquel de quien las había recibido. Por esto sigue: "Y allí derrochó todo su haber, viviendo disolutamente". Llama vida disoluta o pródiga a la que derrama o disipa su afecto en las pompas exteriores, teniendo el vacío en su interior. Vida con la cual se emprenden siempre nuevas cosas y se abandona al que está dentro de nosotros. Y prosigue: "Y cuando todo lo hubo gastado, vino un grande hambre en aquella tierra". El hambre es la necesidad de la palabra de verdad.

Prosigue: "Y él comenzó a padecer necesidad".

San Ambrosio. Con razón empezó a tener hambre el que se había alejado de los tesoros de la sabiduría y de la ciencia de Dios y de la abundancia de las riquezas celestiales. Prosigue: "Y fue y se arrimó a uno de los ciudadanos de aquella tierra".

San Agustín. Este ciudadano de aquella región es algún príncipe del aire, perteneciente a la milicia del diablo, cuyo cortijo se somete a su poder. Acerca de esto sigue: "El cual lo envió a su cortijo a guardar puercos". Los puercos son los espíritus inmundos que estaban bajo su poder.

Beda. Apacentar los puercos es hacer como una obra de las que gozan los espíritus inmundos. Prosigue: "Y deseaba henchir su vientre de las algarrobas que los puercos comían".

San Ambrosio. Las algarrobas son un género de legumbre vacía en lo interior y tierna en lo exterior, con la que el cuerpo no se alimenta, sino que se llena, sirviéndole más bien de peso que de utilidad.

San Agustín, ut sup. Las algarrobas con que apacentaba los puercos eran las doctrinas mundanas que enseña la vanidad, en las que rebosan las alabanzas de los ídolos y de las fábulas con que honraban a sus dioses los gentiles en sus cantos y sus discursos; con ellos complacen a los demonios. Y como el hijo pródigo deseaba saciarse, buscaba algo sólido y recto que se refiriese a la felicidad y no podía encontrarlos en estas cosas. Y prosigue: "Y ninguno se lo daba".

San Cirilo.Como los judíos son acusados tantas veces en la Sagrada Escritura (Jr 2,5 Is 29,13) de muchos crímenes, ¿cómo pueden referirse a aquel pueblo las palabras del hijo mayor, que dice: "He aquí tantos años ha que te sirvo y nunca he traspasado tus mandamientos?". El sentido de la parábola es éste: Arguyendo los fariseos y los escribas al Salvador porque recibía a los pecadores, les propuso la siguiente parábola, en la cual compara a Dios con un hombre que es padre de dos hermanos (de los justos y de los pecadores), de los que el primero representa a los justos -que desde el principio han obrado con justicia- y el segundo a los que por la penitencia vuelven a la justicia.

San Basilio. La madurez y gravedad del juicio del mayor, influyen en su perseverancia más que la blancura de sus cabellos. Y no es increpado quien es joven por la edad, sino quien es joven por las costumbres y vive según las pasiones.

Tito Bostrense. Se marchó el más joven, que aún no era adulto por el juicio y le pidió a su padre lo que le pertenecía de la herencia para no verse obligado a servir, porque somos seres racionales dotados de libre albedrío.

Crisóstomo, ut sup. Dice, pues, la Escritura que el padre dividió igualmente entre sus dos hijos su fortuna, es decir la ciencia del bien y del mal, que son las verdaderas y perpetuas riquezas del alma cuando usa bien de ellas. En efecto, todos los hombres al nacer reciben de Dios la sustancia racional del mismo modo, pero después en el transcurso de la vida, se ve que cada uno tiene mayor o menor cantidad de esta sustancia. Porque unos, creyendo que lo que han recibido es de su padre, lo guardan como propiedad paterna, mientras que otros, creyendo que lo que reciben es suyo propio, lo disipan licenciosamente. Se da, pues, a conocer aquí el libre albedrío, porque el padre no retiene al que quiere marcharse, ni le quita su libertad. Y no obliga a que se marche al que quiere quedarse para no aparecer él mismo como autor de los males que puedan sobrevenirle. Se marchó lejos, no por la distancia de los lugares, sino por el extravío de su mente. Prosigue: "Y se fue a un país muy distante".

San Ambrosio. ¿Qué cosa hay más lejana que separarse de sí mismo, no separándose por razón de territorio sino por la diferencia de costumbres? Y el que se separa de Jesucristo es desterrado de su patria y ciudadano del mundo. Así que disipa su patrimonio el que se separa de la Iglesia.

Tito Bostrense. Por tanto, se llama pródigo el que disipa sus tesoros, esto es, su recta inteligencia, las enseñanzas de la castidad, el conocimiento de la verdad, el recuerdo de su autor y el pensamiento de su origen.

San Ambrosio. Sobrevino allí, pues, el hambre, no de los alimentos, sino de las virtudes y de las buenas obras, que es la más miserable, porque el que se separa de la palabra de Dios, tiene hambre, supuesto que no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra de Dios (Mt 4,44) y el que se separa de este tesoro queda en la indigencia. Empezó, pues, a estar en la indigencia y a padecer hambre, porque nada basta a una voluntad pródiga. Y se marchó y entró a servir a un habitante del país; pero el que sirve es esclavo y el habitante del país parece ser el príncipe de este mundo. Finalmente, el ser enviado a la finca (del habitante del país) es lo que compra el que se excusa de asistir al festín del reino (Lc 14)

Beda. Ser enviado al cortijo, equivale a subyugarse a la codicia de las cosas mundanas.

San Ambrosio. Apacienta a aquellos puercos en los que pidió entrar el diablo siendo animales, porque viven en las inmundicias y en la corrupción (Mt 8 Mc 2 Lc 8)

Teofilacto. A éstos apacienta el que aventaja a otros en sus vicios, como son los corruptores, los jefes de ladrones y los de los publicanos, que enseñan a otros a obrar mal.

Crisóstomo, ut sup. O bien: se dice que el desprovisto de riquezas espirituales -como son la prudencia y la inteligencia- apacienta a los puercos, porque equivale a alimentar en su alma pensamientos sórdidos e inmundos. Y come los alimentos irracionales de un trato depravado -dulces en verdad para el que ha abandonado el bien- porque a los perversos les parece dulce toda obra de voluptuosidad carnal, que enerva y destruye en absoluto las virtudes del alma. La Sagrada Escritura designa con el nombre de algarrobas a estos alimentos fatalmente dulces, propios de los puercos: las complacencias de las delectaciones carnales.

San Ambrosio. Deseaba, pues, llenar su vientre de aquellas algarrobas. No es otro el cuidado de los lujuriosos sino el llenar su vientre.

Teofilacto. Pero ninguno puede saciarse del mal, pues está muy distante de Dios el que se alimenta de tales manjares y los demonios tienen gran cuidado de que nunca llegue la saciedad de los malos.

Glosa. Y ninguno le daba; porque el diablo, cuando se apodera de alguno, no le procura la abundancia sabiendo que ya está muerto.


Catena aurea ES 10425