Catena aurea ES 10517

LUCAS 15,17-24


10517 (Lc 15,17-24)

"Mas volviendo sobre sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros en la casa de mi padre tienen el pan de sobra, y yo me estoy aquí muriendo de hambre! Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, pequé contra el cielo y delante de ti; yo no soy digno de ser llamado hijo tuyo; hazme como a uno de tus jornaleros. Y levantándose se fue para su padre. Y como aun estuviese lejos, le vio su padre, y se movió a misericordia; y corriendo a él le echó los brazos al cuello y le besó. Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y delante de ti, ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo. Mas el padre dijo a sus criados: Traed aquí prontamente la ropa primera, y vestidle, y ponedle anillo en su mano, y calzado en sus pies. Y traed un ternero cebado y matadlo, y comamos y celebremos un banquete. Porque éste mi hijo era muerto, y ha revivido; se había perdido, y ha sido hallado. Y comenzaron a celebrar el banquete". (vv. 17-24)

San Gregorio Niceno. El hijo más joven había despreciado a su padre marchándose de su lado y había disipado su patrimonio; pero cuando hubo pasado tiempo y se vio abrumado por los trabajos, viéndose convertido en un criado y alimentándose de lo mismo que los puercos, volvió castigado a la casa de su padre; por esto dice: "Mas volviendo sobre sí dijo: ¡Cuántos jornaleros en la casa de mi padre tienen el pan de sobra y yo me estoy aquí muriendo de hambre!"

San Ambrosio. Muy oportunamente se dice que volvió en sí, porque se había separado de sí; y el que vuelve a Dios, se vuelve a sí mismo, como el que se separa de Jesucristo también se separa de sí.

San Agustín De quaest.Evang. 2,33. Volvió en sí, porque se separó de aquellas cosas que exteriormente agradan y seducen y volvió su atención a lo interior de su conciencia.

Gregorio Nacianceno orat. in sanct. lavcr. La obediencia puede verificarse de tres modos diferentes. Porque nos separamos de lo malo por temor del castigo y nos colocamos en una disposición servil; porque obedecemos lo que se manda por alcanzar el premio ofrecido -y en este caso nos asemejamos a los mercenarios-; o porque servimos por amor al bien y por afecto a aquel que nos manda y entonces imitamos la conducta de los buenos hijos.

San Ambrosio. El hijo que tiene en su corazón el don del Espíritu Santo, no ambiciona el premio mundano, sino que conserva su derecho de heredero. Hay también mercenarios buenos, que son llevados a trabajar a la viña (Mt 20); pero éstos no se alimentan de algarrobas, sino que abundan en pan.

San Agustín, ut sup. ¿Pero cómo podía saber esto aquel que vivía tan olvidado de Dios, como todos los idólatras, sino porque su pensamiento era el de los que habían de convertirse cuando se predicase el Evangelio? El alma podía ya conocer que muchos predicaban la verdad, entre los que se encontrarían los que fuesen llevados, no por el amor de la verdad, sino por el deseo de procurarse bienes materiales; tales son los herejes que anuncian lo mismo. Por esto se llaman con razón mercenarios, porque viven en la misma casa y comen el mismo pan de la palabra; pero no son llamados a la herencia eterna, sino que se dejan llevar de una recompensa temporal.

Crisóstomo. Después que sufrió en una tierra extraña el castigo digno de sus faltas, obligado por la necesidad de sus males, esto es, del hambre y la indigencia, conoce que se ha perjudicado a sí mismo, puesto que por su voluntad dejó a su padre por los extranjeros; su casa por el destierro; las riquezas por la miseria; la abundancia por el hambre, lo que expresa diciendo: "Pero yo aquí me muero de hambre". Como si dijese: yo, que no soy un extraño, sino hijo de un buen padre y hermano de un hijo obediente; yo, libre y generoso, me veo ahora más miserable que los mercenarios, habiendo caído de la más elevada altura de la primera nobleza, a lo más bajo de la humillación.

San Gregorio Niceno. No volvió a la primera felicidad, hasta que volviendo en sí conoció perfectamente su desgracia y meditó las palabras de arrepentimiento que sigue: "Me levantaré".

San Agustín, ut sup. Porque estaba echado; "e iré", porque estaba lejos; "a mi padre", porque estaba bajo el dominio del dueño de los puercos. Las demás palabras son propias del que piensa arrepentirse y confesar su pecado, pero que aun no lo ha llevado a cabo; no habla aún con su padre, sino que ofrece hablarle cuando vaya a él. Entiéndase aquí, que ir al padre quiere decir entrar en la Iglesia por la fe, en donde ya puede hacerse una confesión legítima y provechosa de los pecados; dice, pues, que hablará así a su padre: "Padre".

San Ambrosio. ¡Cuán misericordioso es Aquel que, después de ofendido, no se desdeña de oír el nombre de padre! "He pecado"; ésta es la primera confesión que se hace ante el Autor de la naturaleza, Padre de misericordia y Arbitro de nuestras culpas. Pero aun cuando Dios todo lo sabe, sin embargo, espera oír nuestra confesión, porque la confesión vocal hace la salud (Rm 10,10), puesto que alivia del peso del error a todo aquel que se carga a sí mismo y evita la vergüenza de la acusación en el que la previene confesando su pecado; en vano querrás engañar a quien nadie engaña. Por tanto, confiesa sin temor lo que sabes que es ya conocido. Confiesa también para que Jesucristo interceda por ti, la Iglesia ruegue por ti y el pueblo llore por ti. No temas no alcanzar gracia; tu Abogado te ofrece el perdón, tu Patrono te ofrece la gracia, tu Testigo te promete la reconciliación con tu piadoso Padre. Añade, pues: "Contra el cielo y contra ti".

Crisóstomo hom, ut sup. Diciendo contra ti, manifiesta que debe entenderse a Dios por este padre; sólo Dios es el que todo lo ve y de quien no pueden ocultarse ni aun los pecados meditados en el corazón.

San Agustín, ut sup. Pero este pecado contra el cielo es el pecado contra ti, de modo que llama cielo a la elevada majestad del padre; o dice más bien: he pecado contra el cielo delante de las almas santas y delante de ti en el secreto de mi conciencia.

Crisóstomo hom, ut sup. O bien en la palabra cielo se entiende a Jesucristo, porque el que peca contra el cielo -que aunque está muy alto, es un elemento visible-, es el que peca contra la humanidad, que tomó el Hijo de Dios por nuestra salvación.

San Ambrosio. O quiere decir que el pecado significa la disminución en el alma de los dones celestiales del Espíritu, o que no conviene separarse del seno de esta madre, que es la Jerusalén celestial. O bien: el que ha caído no debe exaltarse. Por esto añade: "Ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo". Y para merecer ser ensalzado por su humildad añade: "Hazme como a uno de tus jornaleros".

Beda. No se atreve a aspirar al afecto de hijo aquel que no duda que todo lo que es de su padre sea suyo y así desea servirle como mercenario por una retribución. Pero declara que ni aun eso merece ya si no es por la bondad de su padre.

San Gregorio Niceno. El Espíritu Santo nos dio a conocer la parábola de este hijo pródigo, para que comprendamos cómo debemos llorar los extravíos de nuestro corazón.

Crisóstomo hom 10 in epist. ad Rom.

Después que dijo: "Iré a mi padre", -lo que le hizo digno de todos los bienes- no se detuvo, sino que anduvo todo el camino. Sigue, pues: "Y levantándose se fue para su padre". Así debemos hacer nosotros y no nos asuste lo largo del camino; porque si quisiéremos, el regreso será ligero y fácil con tal que abandonemos el pecado, que fue el que nos sacó de la casa de nuestro Padre. El Padre es clemente para los que vuelven a El, porque añade: "Y como aún estuviese lejos", etc.

San Agustín, ut sup. Antes que conociese a Dios, de quien estaba lejos, como ya le buscaba piadosamente, su padre le vio; se dice con razón que no ve a los impíos ni a los soberbios, porque no los tiene a la vista.

Crisóstomo, ut sup. Conoció el padre el arrepentimiento y no esperó a oír las palabras de su confesión, sino que salió al encuentro de sus ruegos obrando con misericordia. De aquí prosigue: "Y se movió a misericordia".

San Gregorio. El pensamiento de la confesión calmó al padre respecto de él, hasta el punto de salirle al encuentro y besarle abrazado a su cuello. Sigue, pues: "Y corriendo a él le echó los brazos al cuello y le besó". Lo cual significa el freno espiritual impuesto a la boca del hombre por la tradición evangélica que destruyó el cumplimiento de la ley.

Crisóstomo hom. de patre et duobus filiis.

¿Qué significa eso de salir al encuentro, sino que no podíamos llegar hasta Dios sólo por nuestro esfuerzo, por impedírnoslo nuestros pecados? Pero pudiendo El llegar a los imposibilitados, baja El mismo y besa los labios, porque había salido de ellos la confesión que había nacido de un corazón penitente que, como Padre, recibió lleno de alegría.

San Ambrosio. Te sale al encuentro, pues, porque conoce lo que meditas en lo secreto de tu alma; y aun cuando estés lejos sale a recibirte para que nadie te detenga; te abraza también -en el acto de salir al encuentro se indica la presciencia y en el de abrazar la clemencia- y se arroja a tu cuello impulsado por cierto afecto de amor paternal para levantar al que está caído y para encaminar hacia el cielo al que, cargado por sus pecados, se encuentra postrado en la tierra. Quiero más bien ser hijo que oveja; la oveja es encontrada por el pastor, pero el hijo es honrado por su padre.

San Agustín De quaest.Evang. 2,33. O bien: corriendo, se arroja sobre su cuello; porque no abandonó el Padre a su Hijo Unigénito, en el cual recorrió hasta el fin nuestra larga peregrinación (2Co 5,19); porque Dios estaba en Jesucristo reconciliando para Sí al mundo. Arrojarse a su cuello para abrazarle, equivale a humillar su brazo, que es Nuestro Señor Jesucristo. Consolar con la palabra de la gracia de Dios para hacer esperar el perdón de los pecados, equivale a volver a merecer el ósculo de caridad paterna cuando se vuelve de un largo viaje. Una vez ya dentro de la Iglesia empieza a confesar sus pecados, pero no dice todo lo que se había prometido decir. Sigue, pues: "Y el hijo le dice", etc. Quiere obtener por la gracia lo que confiesa que es indigno de merecer por sus obras; no añadió lo que había dicho en aquella consideración. "Trátame como a uno de tus jornaleros", porque cuando no tenía qué comer deseaba ser sólo un jornalero, pero desdeñó serlo una vez que hubo recibido el beso de su padre.

Crisóstomo. El padre no dirigió ninguna exhortación al hijo, sino que habla a sus ministros; porque el que se arrepiente, ruega, pero no recibe en verdad respuesta a su palabra y reconoce eficazmente la misericordia en el afecto. Sigue, pues: "Mas el padre dijo a sus criados. Traed aquí prontamente la ropa más preciosa y vestidle".

Teofilacto. A sus siervos que, o son sus ángeles como administradores de lo espiritual, o son los sacerdotes que por el bautismo y la palabra docente revisten su alma en el mismo Jesucristo y todos los que somos bautizados en Cristo nos revestimos en El (Ga 3,27)

San Agustín, ut sup. O el vestido primero es la dignidad que se perdió en Adán y los siervos que la traen son los predicadores de la reconciliación.

San Ambrosio. También el vestido es el amito de la sabiduría, con el que los apóstoles cubren la desnudez de su cuerpo; recibió la primera sabiduría, pero aún existe otra para la que no existe misterio. El anillo es la señal de la fe sincera y la expresión de la verdad, acerca de lo que prosigue: "Y ponedle anillo en su mano".

Beda. Esto es, en sus acciones, para que su fe brille en sus obras y éstas sean confirmadas por la fe.

San Agustín, ut sup. El anillo colocado en la mano es el don del Espíritu Santo, por la participación de la gracia que se representa muy bien por el dedo.

Crisóstomo hom. de patre ed duobus filiis. Manda que se le dé el anillo, esto es, el símbolo de la salud, o más bien, un signo de promesa y una prenda de las bodas, por las que Jesucristo se une con la Iglesia, cuando el alma, reconociéndose, se une a Jesucristo por el anillo de la fe.

San Agustín, ut sup. El calzado en los pies es la preparación a la predicación, para no tocar las cosas de la tierra. Acerca de esto prosigue: "Y calzado en sus pies".

Crisóstomo, ut sup. Manda que se ponga calzado en sus pies, bien para cubrir las huellas y que pueda marchar con firmeza por las asperezas de este mundo, o para mortificación de sus miembros. El curso de nuestra vida se llama pie en las Sagradas Escrituras y los zapatos significan la mortificación, porque se confeccionan con pieles de animales muertos. Añade que se debe matar un ternero cebado para celebrar el convite. Sigue, pues: "Y traed un ternero cebado", esto es, a nuestro Señor Jesucristo, a quien llama ternero porque es el holocausto de un cuerpo sin mancilla; dijo también que cebado, porque es tan bueno y rico que basta para la salvación de todo el mundo. Pero el padre no inmoló él mismo al becerro, sino que le entregó a otros para que le inmolasen; porque permitiéndolo el Padre y consintiéndolo el Hijo, fue crucificado por los hombres.

San Agustín, ut sup. También se entiende por becerro cebado el mismo Señor, que, según la carne, fue saciado de oprobios. Cuando manda que le traigan, ¿qué otra cosa quiere decir sino que le prediquen y anunciándole hagan revivir las entrañas extenuadas del hijo hambriento? Pero manda también que le maten, esto es, que anuncien su muerte, porque será muerto para quien crea que lo ha sido.

Prosigue: "Y comamos".

San Ambrosio. En realidad es la carne del becerro porque es víctima sacerdotal ofrecida por los pecados. Anuncia luego el festín diciendo: "Y celebremos un banquete", para dar a conocer que la comida del Padre es nuestra salvación y que su alegría es la redención de nuestros pecados.

Crisóstomo, ut sup. El padre se regocija en la vuelta del hijo y le convida con un becerro; porque el Creador, alegrándose por el fruto de su misericordia en la inmolación de su Hijo, considera un festín la adquisición del pueblo creyente. Y prosigue: "Porque éste mi hijo era muerto y ha revivido".

San Ambrosio. Murió el que fue. Por lo tanto ya no existen los gentiles, sino sólo el cristiano. También puede tomarse esto por el género humano; fue Adán y en él fuimos todos; pereció Adán y todos perecieron en él; el hombre, por tanto, fue restaurado en aquel hombre que había muerto. También puede entenderse esto del que hace penitencia, porque no muere sino el que ha vivido alguna vez; y así como los gentiles, cuando llegan a creer, se vivifican por la gracia, así también el que ha caído revive por la penitencia.

Teofilacto. Por la índole de sus vicios había muerto sin esperanza; pero en cuanto a la naturaleza humana, que es mudable y puede muy bien volver del vicio a la virtud, se dice que estaba perdido; porque menos es perderse que morir. Cualquiera que se convierta, se purifique de sus culpas y participe del festín del becerro cebado, será causa de alegría para el Padre y sus domésticos; esto es, para los ángeles y los sacerdotes. Y prosigue: "Y todos comenzaron a celebrar el banquete".

San Agustín, ut sup. Este convite y esta festividad también se celebra ahora y se ve en la Iglesia, extendida y esparcida por todo el mundo; porque aquel becerro cebado, que es el cuerpo y la sangre del Señor, se ofrece al Padre y alimenta a toda la casa.

LUCAS 15,25-32


10525 (Lc 15,25)

"Y su hijo mayor estaba en el campo, y cuando vino y se acercó a la casa, oyó la sinfonía y el coro. Y llamando a uno de los criados le preguntó qué era aquello. Y éste le dijo: Tu hermano ha venido y tu padre ha hecho matar un ternero cebado, porque le ha recobrado salvo. El entonces se indignó y no quería entrar; mas saliendo el padre, comenzó a rogarle. Y él respondió a su padre y dijo: He aquí tantos años ha que te sirvo, y nunca he traspasado tus mandamientos, y nunca me has dado un cabrito para comerle alegremente con mis amigos. Mas cuando vino éste tu hijo, que ha gastado tu hacienda con rameras, le has hecho matar un ternero cebado. Entonces el padre le dijo: Hijo, tú siempre estás conmigo, y todos mis bienes son tuyos. Pero razón era celebrar un banquete y regocijarnos, porque éste tu hermano era muerto, y revivió; se había perdido, y ha sido hallado". (vv. 25-32)

Beda. Cuando murmuraban los escribas y los fariseos porque recibía a los pecadores, el Salvador les propuso tres parábolas por orden. En las dos primeras les da a conocer cuánto se alegra con sus ángeles por la salvación de los que se arrepienten; pero en esta tercera, no sólo da a conocer su alegría y la de los suyos, sino que reprende la murmuración de los envidiosos. Dice, pues: "Y su hijo el mayor estaba en el campo".

San Agustín, De quaest.Evang. 2,33. El hijo mayor es el pueblo de Israel que no marchó a una región distante y sin embargo no está en la casa; está en el campo, esto es, trabaja en la rica herencia de la ley y en la tierra de los profetas. Viniendo del campo fue aproximándose a la casa, es decir una vez reprobado su trabajo servil, empezó a ver la libertad de la Iglesia por las mismas Escrituras. Y prosigue: "Y cuando vino y se acercó a la casa, oyó la sinfonía y el coro", esto es, a los que predicaban el Evangelio con palabras acordes inspiradas por el Espíritu Santo. Sigue, pues: "Y llamando a uno de los criados", etc. Es decir, tomó para leer a alguno de los profetas y le interrogó, por decirlo así, a fin de saber por qué se celebraba esta fiesta en la Iglesia, en la que no se encuentra él. Y el profeta, siervo del padre, le responde como sigue: "Y éste le dijo: Tu hermano ha venido", etc. Como diciendo: Tu hermano se encontraba en la extremidad de la tierra; de aquí la gran alegría de los que cantan un cántico nuevo, porque "su alabanza viene de lo más lejano de la tierra" y a causa de aquel que estaba ausente fue muerto el varón que sabía sufrir la flaqueza y le vieron los que no habían oído hablar de El.

San Ambrosio. El hermano mayor, que era el pueblo de Israel, tuvo envidia del hijo menor (esto es, del pueblo gentil), por el beneficio de la bendición paterna, lo mismo que los judíos cuando Jesucristo comía con los gentiles. Prosigue: "El entonces se indignó y no quería entrar", etc.

San Agustín, ut sup. Todavía sigue indignándose y no quiere entrar. Pero cuando haya entrado la totalidad de los gentiles, saldrá oportunamente su Padre para la salvación de todo el pueblo de Israel. Y prosigue: "Mas saliendo el padre comenzó a rogarle". Esto sucederá cuando sean llamados abiertamente los judíos a la salvación del Evangelio, cuya manifiesta vocación está figurada por la salida del padre a rogar al hijo mayor. Después, cuando le respondió el hijo mayor, deben tenerse en cuenta dos cosas (Rm 11) Prosigue: "Y él respondió a su padre y le dijo: He aquí tantos años ha que te sirvo y nunca he traspasado tus mandamientos", etc. Se entiende esto de no haber traspasado sus mandamientos, no de todos, sino del más necesario, porque no se debe prestar adoración a ningún otro Dios que no sea el Creador de todas las cosas; y no se entienda que este hijo representa a todos los israelitas, sino únicamente a los que nunca han abandonado al Dios único por los falsos dioses. Así, pues, aunque desease las cosas de la tierra, pedía al verdadero Dios estos bienes que debían serle comunes con los pecadores. Por esto se lee en el Salmo "Me he convertido en un jumento delante de ti, pero siempre he estado contigo" (Ps 72,23) ¿Pero cuál es el cabrito que nunca había recibido para el festín? Prosigue: "Y nunca me has dado un cabrito", etc. El pecador puede ser representado por este cabrito.

San Ambrosio. El pueblo judío pide un cabrito y el cristiano un cordero; por tanto, Barrabás es entregado a los primeros y el cordero es inmolado para nosotros. Lo cual parece que se da a conocer en el cabrito, porque los judíos habían perdido el rito del antiguo sacrificio y los que piden el cabrito esperan al Anticristo.

San Agustín, ut sup. Pero yo no comprendo el objeto de esta frase, porque es un gran absurdo que aquel de quien se dice después: "Tú estás siempre conmigo", pidiese a su padre que creyese en el Anticristo; y no es posible creer que este hijo represente a ninguno de los judíos que han de creer en el Anticristo. Y si ese cabrito figura al Anticristo, ¿cómo podía hacer con él un banquete aquel que no creía en el Anticristo? Pero si el alegrarse por la muerte del cabrito equivale a alegrarse de la perdición del Anticristo, ¿cómo dice el hijo a quien el padre recibió que no se le había concedido esto, cuando todos sus hijos deben alegrarse de su perdición? Se queja, por tanto, de que le ha sido negado el mismo Señor en un festín, porque le cree un pecador; pues como es un cabrito para aquellas gentes -esto es, como le juzgan violador y profanador del sábado-, no mereció alegrarse en su convite.

San Gregorio. Cuando dice "con mis amigos", debe entenderse el pueblo con respecto a la persona de los príncipes, o el pueblo de Jerusalén respecto de los demás pueblos de Judá.

San Jerónimo, in tract. de filio prodigo.

O bien, dice: "Nunca me has dado un cabrito", es decir, ni la sangre de ningún profeta o de sacerdote nos libró de la dominación romana.

San Ambrosio. Aquel desvergonzado hijo se parece al publicano que se justificaba; porque observaba la ley conforme a la letra, acusaba sin piedad a su hermano por haber gastado toda su fortuna con mujeres de mundo. Prosigue: "Mas cuando vino éste tu hijo, que ha gastado su hacienda con rameras", etc.

San Agustín, ut sup. Las rameras son las supersticiones de los paganos, con quienes disipa su fortuna aquel que, una vez abandonada la verdadera alianza con el Dios único, vive con el demonio en sus vergonzosas pasiones.

San Jerónimo, ut sup. En lo que dice: "Y le has hecho matar un ternero cebado", confiesa que ha venido Jesucristo, pero que por su envidia no quiere salvarse.

San Agustín, ut sup. No le reprende el padre como si mintiese, sino que, aprobando su constancia en estar con él, le invita a la perfección de una vida mejor y más satisfactoria. Y prosigue: "Mas él le dijo: Tú siempre estás conmigo".

San Jerónimo, ut sup. Lo que había dicho era pura jactancia y no verdad, con lo que el padre no se conformó, sino que le ataja con otra razón diciéndole: "Estás conmigo", esto es, eres obligado por la ley, no porque no haya pecado, sino porque el Señor siempre le detuvo por el castigo. Y no nos llame la atención que mienta a su padre quien tiene envidia del hijo.

San Ambrosio. Pero este buen padre quería todavía salvarle diciendo: "Tú siempre estás conmigo", como judío, por la ley, o como justo, por la comunión.

San Agustín, ut sup. ¿Qué es lo que quiere decir cuando añade: "Y todos mis bienes son tuyos"? Como si no fueran también de su hermano; pero los hijos perfectos e inmortales poseen todas las cosas como si perteneciesen a todos en común y a cada uno en particular. Así como la codicia nada posee sin angustia, así la caridad todo lo tiene sin ella. ¿Pero por qué dice todas las cosas? ¿Acaso se habrá de creer que Dios hubiese dado a tal hijo la posesión de los ángeles? Si por posesión se entiende que el poseedor sea dueño de la cosa poseída, no podrá decirse que todas las cosas, porque no seremos dueños, sino más bien consortes de los ángeles. Pero si se entiende la posesión en el sentido de que nuestras almas posean la verdad, no encuentro razón para que no podamos tomarlo al pie de la letra; porque no decimos con esto que las almas son dueñas de la verdad. Ahora, si el nombre de posesión nos impide tomarlo en este sentido, prescindamos de él, porque el padre no le dice: "Todo lo posees", sino "todas mis cosas son tuyas" y esto no es declararle dueño de ellos. En efecto, el dinero que tenemos puede ser para alimento de nuestra familia, o para honor suyo, o cosa semejante. Y en realidad, cuando puede decir que el mismo padre es suyo, no hallo razón para que no pueda llamar suyas también las cosas que son de aquél. Puede llamarlas también suyas, aunque bajo diferente aspecto, porque cuando obtengamos aquella beatitud serán nuestras las cosas superiores para contemplarlas, las iguales para vivir con ellas y las inferiores para dominarlas. Regocíjese, pues, y esté muy seguro el hermano mayor.

San Ambrosio. Si deja de tener envidia, verá que todo es suyo y porque como judío tendrá los sacramentos del Antiguo Testamento y como bautizado los del Nuevo.

Teofilacto. O en sentido enteramente distinto, la persona del hijo, que parece murmurar, representa a todos los que se escandalizan por los adelantos repentinos y por la salud de los perfectos, así como la persona, de que habla David, que se escandalizaba de la paz de los pecadores.

Tito Bostrense. Pero el hijo mayor, como el labrador, continuaba cultivando, no la tierra, sino el campo de su alma y plantando árboles de salvación, que son las virtudes.

Teofilacto, super Senior filius. Estaba en el campo, esto es, en el mundo, cultivando su propia carne para que se sacie de panes y sembrando en lágrimas para coger en alegrías. Pero conociendo lo que sucedía, no quería tomar parte en la alegría común.

Crisóstomo. Se pregunta si es presa de la pasión de la envidia el que siente la prosperidad de los demás y, a lo cual se debe contestar que ninguno de los santos se aflige por tales cosas. Antes al contrario, considera todos los bienes ajenos como propios. No conviene, pues, tomar al pie de la letra todo lo que dice una parábola, sino que, sacando el sentido con que ha sido dictada, no debemos buscar otra cosa en élla. Esta parábola ha sido compuesta para que los pecadores no desconfíen de poder convertirse, sabiendo que alcanzarán grandes beneficios. Por esto presenta a los que, turbados a la vista de estos bienes, aparecen como atormentados de los celos, porque los que vuelven son honrados de tal modo, que se hacen objeto de envidia para los otros.

Teofilacto. O bien, el Señor reprende la intención de los fariseos por la presente parábola y los llama justos por hipócritas, como diciendo: Supongamos que sois verdaderamente justos y no quebrantáis ninguno de los mandamientos, ¿acaso por esto no se deberá admitir a los que se convierten de los pecados?

San Jerónimo, in lib. de filio prodigo. Toda justicia en comparación con la justicia de Dios es injusticia. Por esto dice San Pablo (Rm 7,24): "¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?". Por esto los apóstoles se indignaron cuando oyeron la petición de la madre de los hijos de Zebedeo (Mt 20)

San Cirilo.Esto mismo nosotros lo experimentamos también a veces, porque algunos observan una vida excelente y perfecta, mientras que otros se convierten a Dios en la ancianidad, o borran sus culpas por la misericordia del Señor en el último día de su vida. Algunos menosprecian estas cosas por una pusilanimidad inoportuna, puesto que no tienen en cuenta el propósito del Salvador, que goza con la salvación de los que están a punto de perecer.

Teofilacto. Dice, pues, el hijo a su padre: en vano he pasado la vida entre penas, molestado siempre por los pecadores enemigos y nunca has mandado matar un cabrito por mí, para que yo disfrutase un poco. Esto es, nunca mandaste matar al pecador que me perseguía. En este sentido, Ajab fue la víctima respecto de Elías, que decía (1R 19,10): "Señor, han matado a tus profetas" .

San Ambrosio. O de otro modo, se dice que el hermano venía de la granja, esto es, que había estado ocupado en las labores de la tierra, ignorando las cosas del Espíritu de Dios y por último, que se queja de que nunca se hubiese matado un cabrito en obsequio suyo; porque no ha sido sacrificado el cordero por envidia, sino por el perdón del mundo. El envidioso busca el cabrito y el inocente desea que se sacrifique por él un cordero. Por tanto, el mayor es llamado así, porque la envidia anticipa la vejez y permanece fuera, porque la malicia lo excluye. Por esto no puede oír el coro ni la sinfonía, lo cual no significa el incentivo lascivo del teatro, sino la concordia del pueblo que canta manifestando la dulce suavidad de su alegría por la salvación del pecador. Porque los que se creen justos se indignan cuando se concede el perdón al pecador que confiesa sus pecados. ¿Quién eres tú, pues, para oponerte a que el Señor perdone los pecados, cuando tú los perdonas a quien quieres? Pero nosotros debemos aplaudir la remisión de los pecados después de la penitencia, no sea que, si envidiamos el perdón de otros, no lo merezcamos nosotros de Dios. No tengamos envidia a los que vienen de lejanas tierras, porque también nosotros estuvimos muy lejos.

LUCAS 16,1-7


10601 (Lc 16,1-7)

Y decía también a sus discípulos: "Había un hombre rico que tenía un mayordomo, y éste fue acusado delante de él como disipador de sus bienes. Y le llamó y le dijo: ¿Qué es esto que oigo decir de ti? Da cuenta de tu mayordomía porque ya no podrás ser mi mayordomo. Entonces el mayordomo dijo entre sí: ¿Qué haré porque mi señor me quita la mayordomía? Cavar no puedo, de mendigar tengo vergüenza. Yo sé lo que he de hacer, para que cuando fuere removido de la mayordomía me reciban en sus casas. Llamó, pues, a cada uno de los deudores de su señor, y dijo al primero: ¿Cuánto debes a mi señor? Y éste le respondió: Cien barriles de aceite. Y le dijo: Toma tu escritura, y siéntate luego, y escribe cincuenta. Después dijo a otro: ¿Y tú, cuánto debes? Y él respondió: Cien coros de trigo. El le dijo: Toma tu vale y escribe ochenta". (vv. 1-7)

Beda. Después que el Salvador reprendió en tres parábolas a los que murmuraban porque daba buena acogida a los penitentes, ahora añade la cuarta y después la quinta para aconsejar la limosna y la moderación en los gastos, porque la buena doctrina enseña que la limosna debe de seguir a la penitencia. Por esto continúa: "Decía a sus discípulos: Había un hombre rico", etc.

Crisóstomo. Una opinión errónea, agravada en los hombres, que aumenta sus pecados y disminuye sus buenas obras, consiste en creer que todo lo que tenemos para las atenciones de la vida debemos poseerlo como señores y , por consiguiente, nos lo procuramos como el bien principal. Pero es todo lo contrario, porque no hemos sido colocados en la vida presente como señores en su propia casa, sino que somos huéspedes y forasteros llevados a donde no queremos ir y cuando no pensamos. El que ahora es rico, en breve será mendigo. Así que, seas quien fueres, has de saber que eres sólo dispensador de bienes ajenos y se te ha dado de ellos uso transitorio y derecho muy breve. Lejos, pues, de nosotros el orgullo de la dominación y abracemos la humildad y la modestia del arrendatario o casero.

Beda. El arrendatario es el que gobierna la granja o caserío, por lo que toma el nombre de ella. El ecónomo es el administrador, tanto del dinero como de los frutos y de todo lo que tiene el Señor.

San Ambrosio. En esto conocemos que no somos los dueños, sino más bien arrendatarios de bienes ajenos.

Teofilacto. Ahora bien, cuando en vez de administrar a satisfacción del Señor los bienes que nos han sido confiados, abusamos de ellos para satisfacer nuestros gustos, nos convertimos en arrendatarios culpables. Y prosigue: "Y éste fue acusado delante de él", etc.

Crisóstomo. Entonces se le quita la administración, conforme a lo que sigue: "Y le llamó y le dijo: ¿Qué es esto que oigo decir de ti? Da cuenta de tu administración, porque ya no podrás ser mi mayordomo". Todos los días nos dice lo mismo el Señor, poniéndonos como ejemplo al que gozando de salud a mediodía muere antes de la noche y al que expira en un festín. Así es como dejamos la administración de varios modos. Pero el buen administrador, que tiene confianza debida a su administración, desea ser separado de este mundo y estar con Cristo, como San Pablo (Ph 3,20), mientras que el que se fija en los bienes de la tierra, se encuentra lleno de angustia a la hora de su salida de este mundo. Por tanto, se dice de este mayordomo: "Entonces el mayordomo dijo entre sí: ¿Qué haré yo, porque mi señor me quita la administración? Cavar no puedo, de mendigar tengo vergüenza". Cuando falta fuerza para trabajar es porque se lleva una vida perezosa. Nada hubiera temido en esta ocasión si se hubiese acostumbrado al trabajo. Si tomamos esta parábola en sentido alegórico, comprendemos que después que hayamos salido de esta vida, no será ya tiempo de trabajar. La vida presente es para el cumplimiento de los mandamientos y la venidera para el consuelo. Si aquí no hacemos nada, en vano esperamos merecer en la otra vida, porque ni el mendigar nos servirá. Prueba de esto son las vírgenes imprevisoras que en su necedad pidieron a las que eran prudentes, pero nada alcanzaron (Mt 25) Cada uno, pues, se reviste de sus obras como de una túnica y no puede quitársela, ni cambiarla por otra. Pero el mayordomo infiel perdona a los deudores, sus compañeros, lo que deben, para tener en ellos el remedio de sus males. Sigue, pues: "Yo sé lo que he de hacer para que cuando fuere removido de la mayordomía me reciban en sus casas"; porque todo el que, previendo su fin, alivia el peso de sus pecados con buenas obras (perdonando al que debe o dando a los pobres buenas limosnas) y da generosamente los bienes del señor, se granjea muchos amigos, que habrán de dar buen testimonio de él delante de su juez, no con palabras sino manifestando sus buenas obras. Y habrán de prepararle además con su testimonio, la mansión del consuelo. Nada hay que sea nuestro, pues todo es del dominio de Dios. Prosigue: "Llamó, pues, a cada uno de los deudores de su señor y dijo al primero: ¿Cuánto debes a mi señor? Y él le respondió: Cien barriles de aceite".

Beda. Un barril es entre los griegos el ánfora que contenía dos cántaros1. Prosigue: Y le dijo: "Toma tu escritura y siéntate luego y escribe cincuenta", perdonándole así la mitad. Prosigue: "Después dijo a otro: ¿Y tú, cuánto debes? Y él respondió: Cien coros de trigo". Un coro tiene treinta modios o celemines. "El le dijo: Toma tu vale y escribe ochenta", perdonándole la quinta parte. Este pasaje da a entender que al que alivia la miseria del pobre en la mitad o en la quinta parte, se le recompensará por su misericordia.

San Agustín, De quaest. Evang. 2,34. Respecto a lo que dice que de cien barriles de aceite hizo que el deudor escribiese sólo cincuenta y que al que debía cien coros de trigo le hizo escribir sólo ochenta, creo que debe entenderse en el sentido de que lo que cada judío daba a los sacerdotes y a los levitas debe aumentarse en la Iglesia de Cristo. Es decir, que si aquéllos daban la décima parte, éstos den la mitad, como hizo de sus bienes Zaqueo (Lc 19), quien daba dos décimas partes (o una quinta) para superar a los judíos.


Catena aurea ES 10517