Catena aurea ES 12731

JUAN 7,31-36


12731 (Jn 7,31)

Y muchos del pueblo creyeron en El y decían: "¿Cuando viniere el Cristo hará más milagros que los que éste hace?" Oyeron los fariseos estos murmullos que había en el pueblo acerca de El: y los príncipes de los sacerdotes y los fariseos enviaron ministros para que le prendiesen. Y Jesús les dijo: "Aún estaré con vosotros un poco de tiempo, y voy a Aquél que me envió. Me buscaréis, y no me hallaréis: y donde yo estoy, vosotros no podéis venir". Dijeron los judíos entre sí mismos: "¿A dónde se ha de ir éste, que no le hallaremos? ¿Querrá ir a las gentes que están dispersas, y enseñar a los gentiles? ¿Qué palabra es esta, que dijo me buscaréis, y no me hallaréis: y donde yo estoy vosotros no podéis venir?" (vv. 31-36)

San Agustín, in Ioanem tract. 31. El Señor salvaba a los pobres y a los humildes. Por esto dice el evangelista: "Y muchos del pueblo creyeron en El", etc. La plebe fue la que conoció en seguida su propia enfermedad, y conoció pronto la medicina de El.

Crisóstomo, in Ioanem hom. 49. Mas en éstos tampoco había una fe completa, sino que hablaban vulgaridades, como hablan las muchedumbres. Prosigue: "Y decían: cuando viniere el Cristo, ¿hará más milagros que los que éste hace?". Porque decir cuando venga el Cristo, era tanto como no creer firmemente que Jesús era el Cristo. O también decir esto equivale a manifestar que El era el Cristo, como si dijesen: ¿Acaso aquél, cuando venga, podrá ser mejor y hacer más milagros? Porque los más ignorantes más bien se dejan llevar de los milagros que de la doctrina.

San Agustín, ut sup. También podían entender que si no había dos, éste sería el Cristo. Pero los príncipes no pensaban bien. Y por esto no sólo no lo consideraban como médico, sino que trataban de matarle. Por esto sigue: "Oyeron los fariseos estos murmullos que había en el pueblo y enviaron guardias para que le prendiesen".

Crisóstomo, ut sup. El Señor había hablado antes muchas cosas, y nada le hicieron. Lo que más les mortificaba, era que las muchedumbres glorificasen a Jesucristo: aquello de que profanaba el sábado, no era más que una excusa que trataban de alegar. Y ellos mismos no se atrevían a prender a Jesús, por el peligro a que se exponían; por esto envían a los guardias, porque estaban expuestos a los peligros.

San Agustín, ut sup. Pero como no podían prenderle si El no quería, le enviaron los guardias sólo para que oyesen lo que enseñaba. Prosigue el evangelista: "Y Jesús les dijo: Aun estaré con vosotros un poco de tiempo".

Crisóstomo, ut sup. Estas palabras están llenas de humildad, y equivalen a decir: ¿por qué os apresuráis a matarme? Esperad un poco de tiempo.

San Agustín, ut sup. O lo que es lo mismo: ya haréis dentro de poco lo que queréis hacer; pero no ahora, porque yo no quiero; debo llenar todo mi tiempo, y después sufrir mi pasión.

Crisóstomo, ut sup. Con esto aterró a la turba más audaz, y a la que le era afecta la hizo más ávida de su palabra, en atención al poco tiempo que se les concedía para gozar de tal doctrina. Y no dijo sencillamente: aquí estoy, sino: con vosotros; esto es, como diciendo: aunque me persigáis, no cesaré de concederos lo que os concierne, y de enseñaros cuanto afecta a vuestra felicidad, aconsejándoos. Respecto a lo que dijo: "Y voy a Aquel que me envió", decía lo bastante para asustarlos.

Teofiactus. Dando a entender que el Padre habría de pedirles cuenta acerca de ellos; porque si trataban mal al que había sido enviado, no hay duda que también tratarían mal a quien le había enviado, etc.

Beda. Y dice: "Y voy a Aquél que me envió", como si dijere: cuando suba, volveré al Padre que me mandó encarnar, indicando que iba a aquel lugar, de donde nunca se había separado.

Crisóstomo, ut sup. Y que necesitaban de El, lo manifiesta por estas palabras: "Me buscaréis y no me hallaréis". ¿Pero cuándo buscaron los judíos al Salvador? San Lucas lo dice: "Cuando las mujeres lloraban sobre El" (Lc 23) Y es probable que a muchos otros les sucediera lo mismo: especialmente cuando ocurrió el sitio de la ciudad1, muchos se acordarían de Jesucristo y de sus milagros, y pedirían que se presentase.

San Agustín, in Ioanem tract. 31. También predijo aquí su resurrección, porque después de ella habrían de buscarle arrepentidos; y como no habían querido conocerle cuando estaba presente, después le buscaban cuando vieron que muchos creían en El: por lo que muchos, como arrepentidos, dijeron: ¿qué haremos? Vieron a Jesucristo morir por la maldad de ellos, y creyeron en Cristo cuando perdonaba sus pecados, y desesperaron de su salvación, hasta que bebieron la sangre que habían derramado.

Crisóstomo, in Ioanem hom. 49. Y para que no se creyese que El saldría de este mundo por medio de la muerte, como salen los demás hombres, añadió: "Y donde yo estoy, vosotros no podéis venir". Si hubiese permanecido en la muerte, todos hubiesen podido ir a donde El estaba, porque allí vamos todos.

San Agustín, ut sup. Y no dijo: "donde yo estaré", sino "en donde estoy". Siempre estaba Jesucristo allí adonde había de volver, y volvió, pero sin dejarnos, porque estaba Jesucristo sobre la tierra en cuanto a la carne visible; mas estaba en el cielo y en la tierra según la majestad invisible. No dijo, pues, no podréis, sino no podéis venir; entonces eran de tal condición, que no podían. Y para que se comprenda que no decía esto para que desesperasen, a sus discípulos les dijo una cosa parecida: a donde yo voy, vosotros no podéis venir; pero al final explicó esto a San Pedro, diciéndole: a donde yo voy, no podéis seguirme ahora, pero me seguiréis después.

Crisóstomo, ut sup. Dijo todo esto queriendo atraerlos, porque el poco tiempo que quedaba, y el gran deseo que de El tendrían después que se marchase, eran suficientes para invitarlos a que creyesen en El. Respecto de lo que dijo: "Voy a Aquel que me envió", manifiesta que no sufriría daño alguno por las asechanzas de sus enemigos, y que la pasión la sufría porque quería. Estas palabras del Salvador produjeron alguna sensación en los judíos, y se preguntaban entre sí a dónde iría, lo cual no era propio de aquellos que deseaban ser redimidos por El. Prosigue: "Dijeron los judíos entre sí mismos: ¿Adónde se ha de ir éste que no le hallaremos? ¿Querrá ir a las gentes que están dispersas y enseñar a los gentiles?" Los judíos llamaban gentiles a las otras naciones, gloriándose de sí mismos en gran manera, pues los gentiles se hallaban dispersos por todas partes y mezclados entre sí. Pero los judíos sufrieron después esta misma afrenta y fueron dispersados por todo el mundo. Antiguamente todo su pueblo se encontraba reunido, pero después los judíos se dispersaron por toda la tierra y se mezclaron con los gentiles. Así pues, el Señor no hubiera dicho: "Adonde yo voy vosotros no podéis venir", si se hubiese estado refiriendo a los gentiles.

San Agustín, ut sup. Mas el Señor había dicho: "a donde yo voy" refiriéndose al seno del Padre. Pero ellos no entendieron esto en manera alguna. Y, sin embargo, vaticinaron con este motivo nuestra salvación, anunciando que el Salvador habría de ir a estar entre los gentiles, no con la presencia de su cuerpo, sino con sus pies. Porque nos envió sus miembros, y nos convirtió en miembros suyos.

Crisóstomo, ut sup. Y no dijeron que iría a los gentiles para hacerles daño, sino para enseñarles. Ya habían domeñado su ira y habían creído. Si no hubiesen creído, en vano le hubiesen buscado para sí mismos: "¿Y qué quiere decir con aquellas palabras que dijo:: me buscaréis y no me encontraréis; y en donde yo estoy, vosotros no podéis venir?".

JUAN 7,37-39


12737 (Jn 7,37)

Y en el último grande día de la fiesta, estaba allí Jesús, y decía en alta voz:" Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su vientre correrán ríos de agua viva". Esto dijo del Espíritu, que habían de recibir los que creyesen en El; porque aún no había sido dado el Espíritu, por cuanto Jesús no había sido aún glorificado. (vv. 37-39)

Crisóstomo, In Ioannem, hom. 50. Y para cuando volviesen a sus casas, después de celebradas las fiestas, el Señor les da para el camino el alimento de la salvación. Por esto dice: "Y en el último grande día de la fiesta", etc.

San Agustín, in Ioanem tract. 32. Entonces se celebraba la fiesta que se llamaba scenopegia, esto es, la construcción de las tiendas.

Crisóstomo, ut sup. La cual se celebraba por siete días; pero el primero y el último se celebraban con gran pompa, conforme a la Ley; y a esto se refería el evangelista cuando dice: "En el último día grande de la fiesta", porque los días intermedios los dedicaban a los placeres. Y por esto no habló el Salvador a los judíos en esta forma, ni en el próximo día, ni en el segundo, ni en el tercero, para que no fuesen perdidas sus enseñanzas, sumidos como estaban en la voluptuosidad. Levantaba la voz porque era mucha la gente que había.

Teofiactus. También lo hacía así para hacerse oír y para inspirar confianza, porque a nadie temía.

Crisóstomo, ut sup. Y dice el Salvador: "Si alguno tiene sed", como si dijese: a nadie atraigo por violencia; únicamente llamo al que tenga un gran deseo.

San Agustín, ut sup. Habla de la sed que es interior, porque él es hombre interior, y consta también que estima más al hombre interior que al exterior. Por tanto, si tenemos sed, vengamos, no con los pies, sino con los afectos; no andando, sino amando.

Crisóstomo, ut sup. Que habla de bebida intelectual, lo demuestra por esto que aduce después: "El que cree en mí, como dicen las Escrituras, de su vientre correrán ríos". Pero ¿dónde dice esto la Escritura? En ninguna parte. ¿Cómo entenderlo, pues? Separando: "El que cree en mí, como dice la Escritura", para añadir después: "De su vientre correrán ríos de agua viva", manifestando que se debe tener un conocimiento recto, y así por los milagros y las Escrituras creer en El. Por eso dijo antes "Escudriñad las Escrituras".

San Jerónimo, in prologo genes. Este testimonio se tomó de los Proverbios (Pr 5,16), donde se dice: "Salgan fuera tus fuentes, y distribuye tus aguas por las plazas".

San Agustín, ut sup. El vientre del hombre interior es la conciencia de su corazón. Bebida esta agua, reanímase la conciencia purificada, y el que bebe tendrá la fuente, y él mismo será la fuente. ¿Cuál es esta fuente, o mejor, cuál es este río que mana del vientre del hombre interior? La benevolencia, por la cual busca el bien del prójimo. Beben, pues, los que creen en el Señor. Mas si el que bebe cree que sólo debe saciarse él, no correrá de su vientre el agua viva; si, por el contrario, se apresura a hacer bien a su prójimo, no se seca, porque mana.

San Gregorio, super Ez. hom. 10. Cuando las palabras de la santa predicación descienden de la mente de los fieles, son como ríos de agua viva que de allí corren. ¿Qué otra cosa son los órganos del vientre sino las interioridades del alma? Esto es la recta intención, el santo deseo, y la voluntad humilde para con Dios y piadosa para con el prójimo.

Crisóstomo, ut sup. Dijo ríos, y no río, para denotar la abundancia copiosa de sus aguas. Llama agua viva a la que obra siempre, porque la gracia del Espíritu Santo, cuando entra en un alma y allí se detiene, brota más que cualquier fuente, y no disminuye, ni se seca, ni aun se detiene. Esto podrá verlo cualquiera que examine la sabiduría de Esteban, la predicación de Pedro y la prodigalidad de Pablo, porque nada les detenía, sino que a manera de ríos se desbordaban con gran fuerza, y todo lo atraían hacia sí.

San Agustín, in Ioanem tract. 32. El evangelista manifiesta a qué clase de bebidas invita el Señor, cuando dice: "Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en El". ¿De qué espíritu habla sino del Espíritu Santo? Porque cada hombre tiene en sí su propio espíritu.

Alcuino. Ofreció a sus apóstoles el Espíritu Santo, antes de su ascensión, y después de la ascensión se lo dio en lenguas de fuego. Por esto dice: "Que habían de recibir los que creyesen en El".

San Agustín, ut sup. Era, pues, el Espíritu de Dios, pero aún no habitaba en aquellos que creyeron en Jesús. Así dispuso no concederles este Espíritu sino después de su resurrección. Por esto sigue: "Porque aún no había sido dado el Espíritu", etc.

Crisóstomo, in Ioanem hom. 50. Los apóstoles, en verdad, al principio no arrojaban los demonios en virtud del Espíritu, sino por el poder que Jesucristo les concedía. Y cuando les enviaba, no se dice "les dio el Espíritu Santo", sino "les dio poder". Mas respecto de los profetas, es sabido por todos que se les concedía el Espíritu Santo: mas esta gracia se había retirado del mundo.

San Agustín, De Trin 4,20. ¿Y cómo se dice de San Juan Bautista que estará lleno del Espíritu Santo desde el vientre de su madre? Y de Zacarías también se dice que, lleno del Espíritu Santo, dijo aquellas palabras tan sublimes (Lc 1,15) María también estuvo llena del Espíritu Santo, para profetizar maravillas tan grandes del Señor. Simón y Ana, ¿si no hubiesen estado inspirados por el Espíritu Santo, cómo hubiesen conocido la majestad de Jesucristo, cuando aun era un niño? ¿Cómo, pues, se comprende, sino porque después de la glorificación de Jesucristo, se había de dar una posesión del Espíritu Santo tal que nunca antes se había conocido? Habría de tener, pues, ciertas propiedades en su venida, que antes no había tenido, porque en ningún sitio leemos que los hombres hayan hablado en lenguas que no conocían, aun descendiendo el Espíritu Santo a ellos, como entonces sucedió, puesto que debía demostrar su venida por medio de señales sensibles.

San Agustín, in Ioanem tract. 33. Y siendo así que ahora se recibe el Espíritu Santo, ¿cómo es que nadie habla en las lenguas de todas las gentes? Porque ya la Iglesia habla en todos los idiomas y el que no pertenece a ella ahora tampoco recibe el Espíritu Santo. Si amas la unidad también tiene para ti, el Espíritu Santo, porque cada uno tiene en ella algo. Despójate de la envidia y es tuyo lo que tengo. El aborrecimiento separa, la caridad une; ten caridad y todo lo tendrás, porque sin ella nada podrá aprovechar cuanto pudieres tener. Mas la caridad de Dios se encuentra difundida en nuestras almas por medio del Espíritu Santo que se nos ha concedido (Rm 5,5) Pero, ¿qué motivo tuvo el Señor para dar el Espíritu Santo después de su resurrección? El de que en el día de nuestra resurrección, brille nuestra caridad, nos separemos del afecto de las cosas terrenas y corramos derechamente hacia Dios. Cuando dijo: "El que crea en mí, venga y beba, y ríos de agua viva correrán de su vientre", prometió la vida eterna, donde nada debemos temer, y donde no podemos morir. Y como todo esto es lo que ofreció a los que ardiesen en la caridad del Espíritu Santo, por esto no quiso dárselo sino después que El fue glorificado, para prefigurar en su cuerpo aquella vida que ahora no tenemos, pero que esperamos después de la resurrección.

San Agustín, contra faustum 32,17. Y si ésta era la causa por que aún no les daba el Espíritu Santo, a saber, porque aún no había sido glorificado Jesucristo, cuando Jesús fuese glorificado debía dárseles al punto sin duda alguna. Los catafrigas1 dijeron que ellos habían recibido el Espíritu Santo prometido, y por esto se separaron de la fe católica. También los maniqueos atribuyen a Maniqueo todo esto de la promesa del Espíritu Santo, como si antes el Espíritu Santo no hubiese sido concedido a otros.

Crisóstomo, ut sup. De otro modo: la glorificación de Jesús era la cruz, porque como éramos enemigos, la gracia no se concede a los enemigos, sino a los amigos, y convenía antes que todo ofrecer el sacrificio, para que, destruida la enemistad en la humanidad, los que se habían hecho amigos de Dios recibieran aquella gracia.

JUAN 7,40-53


12740 (Jn 7,40)

Muchas, pues, de aquellas gentes, habiendo oído estas palabras, decían: "Este verdaderamente es el Profeta". Otros decían: "Este es el Cristo". Mas algunos decían: "¿Pues qué, de la Galilea ha de venir el Cristo?" Así, que había disensión en el pueblo acerca de El. Y algunos de ellos le querían prender: mas ninguno puso la mano sobre El. Volvieron los ministros a los príncipes de los sacerdotes, y a los fariseos. Y éstos le dijeron: "¿Por qué no le habéis traído?" Respondieron los ministros: "Nunca así habló hombre como este hombre". Los fariseos les replicaron: "¿Pues qué, vosotros habéis sido también seducidos? ¿Por ventura ha creído en El alguno de los príncipes o de los fariseos?" Sino esas gentes del vulgo que no saben la Ley, malditas son. Nicodemo, aquel que vino a Jesús de noche, que era uno de ellos, les dijo: "¿Por ventura nuestra Ley juzga a un hombre, sin haberle oído primero, y sin informarse de lo que ha hecho?" Le respondieron y le dijeron: "¿Eres tú también galileo? Escudriña las Escrituras, y entiende, que de la Galilea no se levantó jamás profeta". Y se volvieron cada uno a su casa. (vv. 40-53)

San Agustín, in Ioanem tract. 33. Habiendo invitado el Señor a los que creyesen en El a que participasen de la gracia del Espíritu Santo, se suscitó una cuestión acerca de ello entre la turba. Por esto dice: "Muchas, pues, de aquellas gentes, habiendo oído estas palabras, decían: éste verdaderamente es el profeta".

Teofiactus. Esto es, el que se esperaba. Mas otros (a saber, el pueblo) decían: "Este es el Cristo".

Alcuino. Estos ya habían empezado a beber espiritualmente de aquella agua, y ya habían dejado la sed de la infidelidad. Mas otros aún permanecían en lo árido de su infidelidad, de quienes añade el evangelista: "Mas algunos decían: ¿pues qué, de la Galilea ha de venir el Cristo?" ¿No dice la Escritura que del linaje de David, y de la aldea de Belén en donde estaba David, ha de venir Cristo? Conocían, pues, lo que habían anunciado los profetas acerca de Jesucristo, pero ignoraban que todo se había cumplido en El; y aun los que sabían que se había criado en Nazaret, ignoraban en dónde había nacido, ni creían que la profecía que se leía estaba cumplida en El.

Crisóstomo, in Ioanem hom. 51. Concedido que ignorasen el lugar de su nacimiento, ¿ignoraban acaso su familia? Porque en realidad había nacido de la casa y de la familia de David. Cómo es que decían: ¿no ha de venir el Cristo del linaje de David? Pero querían ocultar esto, diciendo todas las cosas con malicia porque Jesús se había criado en Nazaret. Por esto no se acercan al Salvador preguntándole: ¿cómo es que las Escrituras dicen que el Cristo ha de venir de Belén y tú has venido de Galilea? Pero todos lo decían capciosamente. Y porque no se fijaban bien en lo que se les decía, ni tenían ánimo de aprender, Jesucristo nada les contestó. Pero alabó a Natanael, cuando dijo: "De Nazaret puede salir algo bueno" (Jn 1,46), y le alabó como a verdadero israelita que buscaba la verdad, instruido profundamente en las cosas antiguas.

Prosigue: "Así que había disensión en el pueblo por causa de El".

Teofiactus. No entre los príncipes, porque éstos tenían un solo pensamiento, a saber: no considerarlo como el Cristo. Y los que eran más moderados en la malicia, únicamente se oponían a la gloria de Jesucristo con las palabras. Pero los peores eran los que deseaban poner sus manos sobre El. Con relación a éstos añade el evangelista: "Y algunos de ellos le querían prender".

Crisóstomo, ut sup. El evangelista hace mención de esto, manifestando que hablaban no por conocer la verdad, ni aun queriéndola decir. Prosigue: "Mas ninguno puso las manos sobre El".

Alcuino. Esto es, porque El no lo permitió, porque tenía bajo su dominio los esfuerzos de aquéllos.

Crisóstomo, ut sup. Y esto era suficiente para que se arrepintieran, pero no se arrepintieron. De tal condición es la maldad: no quiere confiar en nadie y se fija sólo en realizar la muerte de aquél a quien puso asechanza.

San Agustín, ut sup. Mas los guardias que habían sido enviados a prenderle volvieron sin cometer el crimen que se les había ordenado, y llenos de admiración. Respecto de los cuales añade: "Volvieron los ministros a los príncipes de los sacerdotes y a los fariseos y éstos les dijeron: ¿por qué no le habéis traído?".

Alcuino. Los que no habían podido detener al Salvador cuando le quisieron apedrear, reprenden a los guardias porque no le habían traído preso.

Crisóstomo, ut sup. Y he aquí cómo los fariseos y los escribas, viendo los milagros y leyendo las Escrituras, nada adelantaron, mientras que sus enviados, careciendo de todo esto, quedaron convencidos con sola una entrevista. Y cuando habían ido con el fin de atarle, volvieron atados de un modo milagroso. Y no dijeron: no hemos podido porque nos lo han estorbado las gentes, sino que se convirtieron en predicadores de la sabiduría de Jesucristo, pues sigue el evangelista: "Respondieron los guardias: nunca así habló hombre como este hombre".

San Agustín, ut supra. Habló de esa manera porque era Dios y hombre.

Crisóstomo, ut sup. Y no sólo debe admirarse su buen sentido, ya que no necesitaron de milagros, y quedaron cautivos por la sola doctrina, pues no dijeron ningún hombre ha hecho jamás tales milagros, sino que "nunca así habló hombre"; sino también debe admirarse la firmeza de ellos, porque volvieron a los fariseos, que tanto odiaban a Jesucristo, y les hablaron de aquella manera. Y no habían oído ningún sermón largo, sino uno corto. Porque cuando el alma no tiene malicia no necesita de largos razonamientos.

San Agustín, ut sup. Mas los fariseos rechazaron el testimonio de ellos. Porque sigue el evangelista: "Los fariseos les replicaron: ¿Pues qué, vosotros habéis sido también seducidos?". Como diciendo: Vemos que os habéis complacido en sus palabras.

Alcuino. Y en realidad habían sido seducidos de un modo laudable, porque abandonando su infidelidad habían abrazado la fe.

Crisóstomo, in Ioanem hom. 51. Y aún les argüían como si la razón que habían dado no hubiera sido suficiente, porque sigue: "¿Por ventura ha creído en El alguno de los príncipes o de los fariseos? Pero esas gentes del vulgo que no saben la Ley, malditas son". Y esta era la acusación que hacían, que la turba había creído, pero no ellos.

San Agustín, ut sup. Los que no conocían la Ley creían en Dios, que era el que había dictado la Ley, y aquellos que enseñaban la Ley eran los que lo condenaban , de modo que se cumpliese lo que el Señor había dicho por medio de San Juan: "Y viene a este mundo para juicio: para que vean los que no ven, y los que ven sean hechos ciegos" (Jn 9,39)

Crisóstomo, in Ioanem hom. 51. ¿Y cómo es que son maldecidos aquellos que creen en la Ley, o que la obedecen? Pero quería decir: vosotros sois más malditos, porque no observáis la Ley.

Teofiactus. Por cuya razón los fariseos hablan a los guardias con suavidad y dulzura, para que no se separen de ellos y se adhieran a Jesucristo.

Crisóstomo, ut sup. Como habían dicho que ninguno de los príncipes había creído en El, para evitar que esto fuese creído, añade el evangelista: "Nicodemo (aquél que vino a Jesús de noche, y que era uno de ellos) les dijo".

San Agustín, ut sup. Este no era incrédulo, sino pusilánime, y por esto venía de noche a buscar la luz, porque quería ser iluminado, pero temía que se supiese: "Pues éste respondió a los judíos: ¿Por ventura vuestra Ley juzga a un hombre sin haberle oído primero, y sin informarse de lo que hace?". Y creía, pues, que si quisiesen oírle, aunque fuera poco tiempo, sin impaciencia, acaso les sucediera lo mismo que a aquellos que habían mandado para detenerle, o mejor para prenderle, y habían optado por creer. Pero más querían, aquellos malvados, condenarlo que oírlo.

San Agustín, De civ. Dei. 22,1. Mas dice: "nuestra Ley", refiriéndose a la Ley que procede de Dios, porque Dios la ha dado a los hombres.

Crisóstomo, ut sup. Y así manifiesta Nicodemo que los fariseos ni conocían la Ley ni obraban conforme a ella. Cuando hubiera sido lo más juicioso el que demostrasen que no habían obrado injustamente al mandar prenderle, le contradicen muy ruda y ásperamente con estas palabras: "Le respondieron y dijeron: ¿Tú también eres galileo?"

San Agustín, , in Ioanem tract. 33. Esto es: ha sido seducido por el galileo. El Señor era llamado galileo, porque sus padres eran de la ciudad de Nazaret; digo sus padres refiriéndome sólo a María y no al linaje paterno.

Crisóstomo, ut sup. Después, en tono insultante, como si desconociese las Escrituras, le dijeron: "Escudriña las Escrituras, y entiende que de la Galilea no se levanta profeta". Como diciendo: "ve y aprende".

Alcuino. No se fijaban en el lugar donde había nacido, sino en donde predicaba. Por esto, no sólo no lo consideraban como el Mesías, sino que ni aun como profeta.

San Agustín, ut sup. Es verdad que no sale ningún profeta de Galilea, pero sale de allí el Señor de los Profetas.

Prosigue: "Y se volvieron cada uno a su casa".

Alcuino. Sin haber realizado nada (esto es, vacíos de fe, y privados por ende de toda utilidad) Se volvieron a la casa de su impiedad y de su infidelidad.

JUAN 8,1-11


12801 (Jn 8,1)

Y se fue Jesús al monte del Olivar; y otro día, de mañana, volvió al templo, y vino a El todo el pueblo, y sentado los enseñaba. Y los escribas y los fariseos le trajeron una mujer sorprendida en adulterio; la pusieron en medio, y le dijeron: "Maestro, esta mujer ha sido ahora sorprendida en adulterio; y Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas tales. ¿Pues tú qué dices?" Y esto se lo decían tentándole, para poderlo acusar. Mas Jesús, inclinado hacia abajo, escribía con el dedo en la tierra. Y como porfiasen en preguntarle, se enderezó, y les dijo: "El que entre vosotros esté sin pecado, tire contra ella la piedra el primero". E inclinándose de nuevo, continuaba escribiendo en la tierra. Ellos, cuando esto oyeron, se salieron los unos en pos de los otros, y los más ancianos los primeros. Y quedó Jesús sólo, y la mujer que estaba en pie en medio. Y enderezándose Jesús, le dijo: "Mujer, ¿en dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te ha condenado?" Y dijo ella: "Ninguno, Señor"; y dijo Jesús: "Ni yo tampoco te condenaré: Vete, y no peques más". (vv. 1-11)

Alcuino. El Señor tenía la costumbre, especialmente poco antes de su pasión, de predicar la palabra de Dios durante el día en el templo que había en Jerusalén, acompañando su predicación con señales y milagros. Y cuando llegaba la tarde se volvía a Betania, hospedándose en la casa de Lázaro y sus hermanas, de donde volvía a la mañana siguiente a la misma actividad. Y como hubiese estado el último día de la scenopegia ocupado en la predicación, a la tarde se marchó al monte de los Olivos. Y esto es lo que dice: "Y Jesús se fue al monte del Olivar", etc.

San Agustín, in Joannem, tract. 33. Y ¿en dónde debía predicar Jesús sino en el monte de los Olivos, en el monte del ungüento, monte del crisma? El nombre Cristo quiere decir crisma; y crisma en griego quiere decir unción. Y en verdad que nos ungió, porque nos puso en condiciones de pelear contra el diablo.

Alcuino. La unción de aceite suele hacerse a los cansados y sirve de alivio a los que padecen dolores en sus miembros. El monte de los Olivos también significa la sublimidad de la piedad divina, porque eleos en griego, quiere decir misericordia. También corresponde la naturaleza del óleo al misterio de que se trata, se queda encima de todos los demás líquidos, y como dice el Salmista: "Las misericordias del Señor están por encima de todas sus obras" (Ps 144,9) Prosigue: "Y otro día de mañana volvió al templo", esto es, a dar a conocer su misericordia, y a ofrecérsela a sus fieles, cuando empezaba a mostrarles la luz del Nuevo Testamento (en su templo) Porque el volver al amanecer designa que comenzaba el día de la nueva gracia.

Beda. Significaba que después que empezó a habitar en el templo por medio de la gracia (esto es, en la Iglesia), todas las gentes empezaron a creer en El. Por esto sigue: "Y vino a El todo el pueblo, y sentado les enseñaba".

Alcuino. El acto de estar sentado representa la humildad de la Encarnación. Y cuando el Señor estaba sentado, el pueblo venía a El, porque después que se hizo visible por la naturaleza humana que tomó, empezaron a oírle muchos y a creer en El, porque veían que se había aproximado a ellos por medio de la humanidad. Mientras que los pacíficos y sencillos admiraban las palabras del Salvador, los escribas y los fariseos le preguntaban, no para aprender, sino para estorbar a la verdad. Por esto sigue: "Y los escribas y los fariseos le trajeron una mujer sorprendida en adulterio, la pusieron en medio, y le dijeron: 'Maestro, esta mujer ha sido ahora sorprendida en adulterio'".

San Agustín, ut sup. Habían conocido que el Salvador era enormemente bondadoso, porque de El estaba escrito: "Pasa y reina por medio de la verdad, de la mansedumbre y de la justicia" (Ps 44,5) Trajo por lo tanto la verdad como Doctor, la mansedumbre como Libertador y la justicia como Conocedor. Cuando hablaba, era conocida la verdad, como no se irritaba contra los enemigos, era alabada su mansedumbre. Por ello tentaron su justicia, poniendo a su vista un escándalo. Dijeron para sí: "si juzga que debe dejársela estar, no tiene justicia". La Ley no podía mandar lo que no era justo y por esto invocan la Ley, diciendo: "Moisés nos mandó en la Ley apedrear estas tales". Pero como no debía abandonar la mansedumbre, por medio de la que ya se había hecho amar de las gentes, habrá de decir, que debe dejársela estar. Por esto exigen su determinación, diciendo: "Tú, pues, ¿qué dices?". Se proponían con esto encontrar ocasión de poderlo acusar, haciéndole aparecer como infractor de la Ley. Por esto añade el Evangelista: "Y esto lo decían tentándole, para poderle acusar".

Pero el Señor obrará en justicia al contestar, y no abandonará su mansedumbre. Prosigue: "Mas Jesús, inclinado hacia abajo, escribía con el dedo en la tierra".

San Agustín, de cons. Evang. 4, 10. Para manifestar que aquéllos1 únicamente debían escribirse en la tierra, y no en el cielo, donde había dicho que sus discípulos se alegrarán de haber sido inscritos. También puede decirse que, humillándose (como lo demostraba en la inclinación de su cabeza), hacía señales en la tierra; o que ya era tiempo de que su Ley se escribiese en la tierra y fructificase (y no en piedra estéril, como antes)

Alcuino. Por la tierra debe entenderse el corazón humano, que suele dar su fruto por medio de acciones buenas o malas. Con el dedo, que es flexible en sus articulaciones, se expresa la sutileza del discernimiento. Nos da a conocer en esto que cuando veamos una acción mala en nuestro prójimo, no debemos condenarla en seguida, sino que primeramente, volviendo al secreto de nuestro corazón, examinémosla con cuidado y solicitud.

Beda. Por lo que respecta a la historia, al escribir en tierra con el dedo sin duda quiso dar a entender que en otro tiempo había escrito su Ley en una piedra.

Prosigue: "Y como porfiasen en preguntarle, se enderezó".

San Agustín, in Joannem, tract. 33. No dijo no sea apedreada, para que no pareciese que hablaba contra la Ley. Tampoco dijo sea apedreada, porque había venido, no a perder lo que había encontrado, sino a buscar lo que se había perdido. ¿Pues qué responderá? "El que entre vosotros esté sin pecado, tire contra ella la piedra el primero". Esta es la voz de la justicia. Sea castigada la pecadora, pero no por los pecadores. Cúmplase la Ley, pero no por medio de los mismos que la quebrantan.

San Gregorio, Moralium 14, 15. El que no se juzga a sí mismo antes, desconoce lo recto al juzgar a otro, y si esto lo sabe únicamente de oídas no podrá juzgar rectamente los méritos ajenos, porque la conciencia de su inocencia propia no le suministra la regla del juicio.

San Agustín, ut sup. Y habiéndoles herido con los rayos de la justicia, ni se dignó de verlos caer, sino que separó de ellos su mirada. Por esto sigue: "E inclinándose de nuevo, continuaba escribiendo en la tierra".

Alcuino. Puede muy bien entenderse que el Señor hizo esto, como tenía costumbre, para que así como si El estuviera ocupado en otras cosas y mirando a otra parte, pudieran irse más cómodamente. En esto nos enseña, de un modo figurado, que antes de corregir la falta de un hermano, así como después de haberle corregido, examinemos con detenimiento si estamos exentos de aquella culpa que reprendimos, o de algunas otras culpas.

San Agustín, ut sup. Así pues, aquéllos, heridos por la voz de la justicia como por una flecha, y encontrándose culpables, uno tras otro se retiraron todos. Y esto es lo que dice en seguida: "Ellos, cuando esto oyeron, se salieron los unos en pos de los otros, y los ancianos primeros".

Glosa. Los que eran quizá más culpables o conocían mejor sus faltas.

San Agustín, ut sup. Unicamente quedaron dos, la miseria y la misericordia, pues sigue: "Y quedó solo Jesús, y la mujer que estaba en pie, en medio". Yo creo que aquella mujer se quedó aterrada, porque esperaba ser castigada por Aquél en quien no se podía encontrar culpa alguna. Mas Aquél que había rechazado a sus adversarios con la lengua de la justicia, levantando hacia ella sus ojos de mansedumbre, le preguntó: "Y enderezándose Jesús, le dijo: mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿ninguno te ha condenado?" Dijo ella: ninguno, Señor". Hemos oído antes la voz de la justicia; oigamos ahora la voz de la mansedumbre: "Y Jesús, ni yo tampoco te condenaré"2. Esto dice aquél por quien, acaso, has temido ser condenada, por ser el único en quien no has encontrado culpa. ¿Qué es esto, Señor? ¿Fomentas los pecados? No, en verdad. Véase lo que sigue: "Vete, y no peques ya más". Luego el Señor condenó, pero el pecado, no al hombre. Porque si hubiese sido fomentador del pecado, hubiese dicho: "vete, y vive como quieras; está segura que yo te libraré; yo te libraré del castigo y del infierno, aun cuando peques mucho". Pero no dijo esto. Fíjense los que desean la mansedumbre en el Señor, y teman la fuerza de la verdad, porque el Señor es dulce y recto a la vez (Ps 24,8)



Catena aurea ES 12731