Catena aurea ES 13522

JUAN 15,22-25


13522 (Jn 15,22)

"Si no hubiera venido ni les hubiera hablado no tendrían pecado: mas ahora no tienen excusa de su pecado. El que me aborrece, también aborrece a mi Padre. Si no hubiese hecho entre ellos obras, que ningún otro ha hecho, no tendrían pecado; mas ahora ya las han visto, y me aborrecen a mí, y a mi Padre. Mas porque se cumpla la palabra que está escrita en su Ley: Que me aborrecieron de grado". (vv. 22-25)

Crisóstomo In Ioannem hom., 76. Añade el Señor otro consuelo a sus discípulos, manifestándoles cuán injustamente sufrirán tales cosas El y sus discípulos. Por esto dice: "Si no hubiese venido y les hubiera hablado, no tendrían pecado", etc.

San Agustín In Ioannem tract., 89. Jesucristo habló a los judíos, no a otras naciones. En ellos, pues, quiso que se entendiera, el mundo que aborrece a Cristo y a sus discípulos. Y aun demostró que no sólo los judíos, sino que también nosotros mismos pertenecemos a este mundo. ¿Por ventura los judíos a quienes Jesucristo habló estaban sin pecado antes de que viniese en carne? Pero no quiere que se entienda en general toda clase de pecados, sino cierto gran pecado. Este los comprende todos, y al que no lo tuviere todos se le perdonan. Este es, pues, el de que no creyeron en Cristo; que para esto vino, para que se crea en El. Si no hubiera venido, no tendrían este pecado. Su venida, pues, cuanto es saludable a los creyentes, tanto es ruinosa a los que no creen. Sigue: "Ahora, pues, no tienen excusa de su pecado". Puede suscitarse la cuestión si tendrán excusa de pecado aquellos a quienes no vino y habló Cristo. Si, pues, no tienen excusa de su pecado, ¿por qué se ha dicho aquí que no tienen excusa porque vino y les habló? Y si la tienen, ¿por qué no han de ser libres de la pena o tratados con menor rigor? A esto respondo que éstos tienen excusa, no de todos los pecados, sino del pecado suyo, porque no creyeron en Cristo. Pero no son de este número aquellos a quienes vino Cristo por medio de sus discípulos, pues no merecen menor pena los que no quisieron de ningún modo recibir la ley en cuanto a ellos atañía y la negaron rotundamente. Esta excusa pueden alegarla los que antes de predicarse el Evangelio fueron sorprendidos por la muerte; pero no podrán evitar la condenación todos aquellos que pudieron ser salvos por el Salvador, que había venido a buscar lo que había perecido. Todos, sin ningún género de duda, perecerán, aunque pueda presumirse que unos padecerán mayor pena que otros. Se entiende que perece todo aquel que es castigado con la separación de la bienaventuranza que Dios da a sus santos. Es tanta la diversidad de penas, cuanta la diversidad de pecados; lo cual se comprende o se explica mejor por la infinita sabiduría de Dios que por conjetura humana.

Crisóstomo In Ioannem hom., 76. Como objetaba y decía públicamente que lo perseguían por causa de su Padre, dice para destruir su excusa: "Quien me aborrece, también aborrece a mi Padre".

Alcuino. Así como el que ama al Hijo, ama al Padre (porque así es uno el amor del Padre y del Hijo, como es una su naturaleza), del mismo modo, el que aborrece al Hijo aborrece al Padre.

San Agustín In Ioannem tract., 90. Si había dicho antes "No conocen a Aquel que me envió" (Jn 15,21), ¿cómo pueden haber aborrecido a quien no conocen? Pero si aborrecieron a Dios, no como es El mismo, sino como sospechan o creen que es, no es éste a quien aborrecieron, sino la errada sospecha o vana credulidad que concibieron. Pero si lo comprenden como es, ¿cómo pueden decir que no lo conocen? Respecto a los hombres, puede suceder que amemos o aborrezcamos a aquellos que nunca vimos, por lo bueno o malo de que tienen fama, ¿pero cómo se puede llamar desconocido aquel de quien tenemos íntimo conocimiento? En verdad, no se nos comunica su semblante corporal, pero se nos patentiza su conocimiento cuando son públicas su vida y costumbres. De otro modo, ni a sí mismo se conocería quien no pudiera ver su semblante. Pero con frecuencia nuestra credulidad se engaña respecto de los demás, porque algunas veces la historia, y mucho más la fama, mienten. A nosotros nos toca (para que no seamos engañados por una falsa opinión), ya que no podemos escudriñar la conciencia de los hombres, formar concepto seguro por sus hechos. Cuando, pues, no se yerra en las cosas, para que sea acertado el concepto de los vicios y virtudes, si hay equivocación en los hombres, el error es perdonable. Por lo demás, puede suceder que un hombre bueno aborrezca a otro bueno; es decir, no como es, sino como piensa que es; o más bien que lo ame como bueno ignorando lo que es. Así, puede suceder que un hombre injusto aborrezca a un hombre justo, y, sin embargo, creyéndole injusto, le ame, no por esto, sino porque le juzgue que es como él. Del mismo modo, pues, que los hombres, así actúa Dios. Si preguntáramos a los judíos si amaban a Dios, responderían que sí, no creyendo mentir sino equivocándose en la opinión. ¿Pero cómo podrían amar al Padre de la Verdad los que aborrecen la Verdad? Ellos no quieren ser condenados por su conducta, y esto es verdad. Tanto es, pues, lo que ellos aborrecieron la Verdad, cuanto odiaron las penas con que se castiga tal pecado. Pero ignoran que la verdad es aquella que condena a los que como ellos son. Y como ellos ignoran esta verdad nacida de Dios y por la que son condenados, resulta que desconocen al mismo Dios Padre.

Crisóstomo ut supra. Así, pues, no tienen excusa de su pecado, ya por la doctrina que Jesucristo les enseñaba, ya por los milagros con que la confirmaba, según la Ley de Moisés, que mandaba a todos obedecer a quien tales cosas decía y hacía, tan conducentes a la piedad y a la manifestación del Autor de tan grandes maravillas. Por eso añade: "Si no hubiera hecho las obras que ningún otro hizo, no tendrían pecado".

San Agustín In Ioannem tract., 91. He aquí el pecado: el de no haber creído su predicación y sus milagros. Pero ¿por qué añade que ningún otro hizo? Ninguna de las obras de Cristo aparece mayor que la de la resurrección de los muertos, lo cual sabemos que lo hicieron los antiguos profetas. Esto lo hizo Elías (1R 17) y también Eliseo (2R 4), viviendo en carne y aun muerto y enterrado. Hizo, sin embargo, Cristo algunas cosas que ninguno otro hizo cuando alimentó a cinco mil hombres con cinco panes, cuando marchó sobre las aguas y comunicó a Pedro el mismo poder, cuando convirtió el agua en vino, cuando abrió los ojos del ciego de nacimiento, y otras muchas que sería largo el recordar. Se nos contesta que otros hicieron cosas que ni El mismo ni otro alguno hizo. ¿Quién, sino Moisés, dividiendo el mar, salvó al pueblo, lo alimentó con el maná en el desierto e hizo manar agua de la roca? ¿Quién sino Josué suspendió las corrientes del río Jordán para que pasara el pueblo, y paró al sol en su carrera? ¿Quién otro que Eliseo sepultado, con el contacto de su cadáver volvió a la vida a otro cadáver? Paso por alto los demás milagros, porque éstos bastan para demostrar que otros santos obraron maravillas que nadie más hizo. Pero no se lee de ninguno de los antiguos que curara tantos vicios, graves enfermedades y mortales molestias, con tanto poder. Pero aun callando los que particularmente curó con su autoridad a los que se le iban presentando, dice San Marcos, que doquiera que entraba en villas y ciudades, ponían a los enfermos en las plazas y le rogaban que al menos les permitiera tocar la orla de su vestido, y cuantos la tocaban curaba. Esto ninguno otro lo hizo en ellos. Así ha de entenderse entonces por qué dice: "en ellos"; no 'entre ellos' o 'en presencia de ellos', sino precisamente "en ellos": porque los curó a ellos. Pues ninguno otro tales milagros hizo en ellos, porque cualquiera otro hombre que hizo alguno de aquellos, no los hizo por sí, sino en nombre de Jesús, que fue quien los hizo, no ellos. Pero si esto lo hizo el Padre y el Espíritu Santo, no fue otro quien lo hizo, porque las tres personas son una sola sustancia. Estos beneficios debieron excitar al amor, no al odio, y esto es lo que echándoles en cara dice: "Ahora, pues, que vieron, me aborrecieron".

Crisóstomo ut supra. Esto lo dice para que sus discípulos no lo reconvengan: ¿por qué pues, nos has metido en tantos compromisos? ¿Acaso no previste la oposición y el odio? Pero les contesta con la profecía que sigue: "Para que se cumpla la palabra que está escrita en su Ley".

San Agustín ut supra. Algunas veces se cita con el nombre de Ley todo el Antiguo Testamento y Sagradas Escrituras. Y así, dice el Señor "Está escrito en su Ley", cuando se lee en los salmos.

San Agustín In Ioannem tract., 91. Dice su Ley, no por ellos hecha, sino a ellos impuesta. Aborrece, pues, gratuitamente el que no busca en el odio ninguna ventaja, ni huye de ninguna incomodidad. Así aborrecen los impíos a Dios, y así lo aman los justos; de modo que nada esperan fuera de El, pues El es todo para ellos en todas las cosas.

San Gregorio Moralium 25,26. Una cosa es no hacer el bien, y otra aborrecer al Autor de los bienes. Así como también es una cosa pecar por precipitación, y otra con ánimo deliberado. Suele suceder con frecuencia amar el bien y por debilidad no poderlo ejecutar. El pecar de propósito, es lo mismo que no amar ni hacer el bien. Así, pues, siempre es más grave amar el pecado que perpetrarlo, como también es peor aborrecer la justicia que dejarla de practicar. En la Iglesia hay muchos que no sólo no practican el bien, sino que lo persiguen, y detestan en los demás lo que ellos desprecian hacer. El pecado de éstos no es de debilidad o ignorancia, sino de mala intención.

JUAN 15,26-27


13526 (Jn 15,26)

"Pero cuando viniere el Consolador que yo os enviaré del Padre, el Espíritu de Verdad que procede del Padre, El dará testimonio de mí. Y vosotros daréis testimonio porque estáis conmigo desde el principio". (vv. 26-27)

Crisóstomo In Ioannem hom., 76. Podrían los discípulos decirle al Señor: Si oyeron de ti palabras que nadie dijo, si vieron en ti milagros que ningún otro hizo, y sin embargo, no creyeron; si aborrecieron a tu Padre y a ti con El, ¿cómo nos envías y cómo nos han de creer? Para que, pues, no se turben con este pensamiento, los consuela diciéndoles: "Cuando viniere el Paráclito que yo enviaré, etc., El dará testimonio de mi.

San Agustín In Ioannem tract., 92. Como si dijera: Me aborrecieron y mataron a los que dieron testimonio de mí; pero será tal el testimonio que de mí dará el Paráclito, que hará creer en mí a los que no me vieron. Así como El dará testimonio de mí, así vosotros lo daréis en vuestros corazones y en vuestra predicación. El, inspirando y vosotros haciendo oír vuestra voz. Porque vosotros, que habéis estado conmigo desde el principio, podréis predicar lo que conocéis, lo cual no hacéis ahora porque no tenéis aún la plenitud de aquel Espíritu. La caridad de Dios, difundida en vuestros corazones por el Espíritu Santo, os dará valor para dar testimonio. El Espíritu Santo, dando testimonio y mucho valor a los testigos, libró del temor a los amigos de Cristo, y convirtió en amor el odio de sus enemigos.

Dídimo De Spiritu sancto.

El Espíritu Santo, que cuando viene se llama Consolador, tomando el nombre de los efectos que produce. Porque no sólo libra de toda perturbación a aquellos que encuentra dignos de sí, sino que les infunde un gozo increíble; porque se apodera la alegría celestial del corazón de aquellos en quien se alberga. Este Espíritu consolador, es enviado por el Hijo, no por ministerio de los ángeles, ni de los profetas, ni de los apóstoles, sino que es enviado por la sabiduría y verdad de Dios, como conviene que sea enviado el Espíritu de Dios, que posee una naturaleza indivisa con la misma sabiduría y verdad. En efecto, el Hijo enviado por el Padre no se separa ni divide de El, permaneciendo en El y teniéndolo en sí mismo, sin que el Espíritu Santo, enviado por el Hijo de la manera antes dicha, salga del Padre ni cambie de uno en otro lugar. Porque así como el Padre no se detiene en parte alguna, porque es sobre toda naturaleza corporal, del mismo modo el Espíritu de verdad no se encierra en extensión de lugar, porque es incorpóreo y superior a toda criatura racional.

Crisóstomo ut supra. No dijo Espíritu Santo, sino Espíritu de verdad, para demostrar que es digno de fe. Dice también que procede del Padre, es decir, que conoce con toda certeza todas las cosas, del mismo modo que hablando de sí mismo: "Porque conocí de dónde vengo y a dónde voy".

Dídimo Lib. 2 tomo 9 inter. Op. Hieron.

El pudo decir de Dios o del Todopoderoso, pero nada de esto citó, sino que dijo del Padre; no porque el Padre sea otro que el Dios Omnipotente, sino porque el Espíritu de verdad, según la propiedad e inteligencia del Padre, procede de El. Enviando, pues, el Hijo al Espíritu de verdad, lo envía juntamente el Padre, viniendo el Espíritu por la misma voluntad del Padre y del Hijo.

Teofilacto. Por otra parte se dice "en verdad que el Padre envía al Espíritu" y cuando dice "ahora" el Hijo que lo enviará, demuestra la igualdad de poder. Pero no se crea que significa resistencia con el Padre como enviando al Espíritu Santo en virtud de otro poder, y por eso añade: "Del Padre", para expresar que El recibe del Padre y da con El mismo la misión. Cuando oyes que procede, no creas que la procesión sea aquella misión extrínseca, por la cual son enviados los espíritus administradores, sino que llama procesión una propiedad diferente, excelente y reservada, atribuida sólo al Espíritu principal. La procesión del Espíritu no es otra que el origen de Aquel que le da el ser; y así no es necesario entender que la palabra proceder es enviar, sino lo mismo que recibir la esencia de la naturaleza del Padre.

San Agustín In Ioannem tract., 99. Tal vez se le ocurra a alguno preguntar si también el Espíritu Santo procede del Hijo. El Hijo es sólo del Padre, y el Padre lo es sólo del Hijo, pero el Espíritu Santo no es Espíritu de sólo uno, sino de los dos. Alguna vez dice Jesucristo: "Espíritu de vuestro Padre, que habla en vosotros" (Mt 10,20), y dice el Apóstol: "Envió Dios al Espíritu del Hijo a vuestros corazones" (Ga 4,6) Creo que, por esto mismo, se llama propiamente Espíritu, porque si se nos pregunta acerca de cada una de las Personas, no podemos sino llamar espíritu tanto al Padre como al Hijo. Este nombre, pues, que corresponde a cada una de las Personas y a todos en común, convino que fuera dado a Aquel que no es ni el Padre ni el Hijo, sino la mancomunidad de los dos.¿Por qué, pues, no hemos de creer que también del Hijo procede el Espíritu Santo siendo también Espíritu del Hijo? Si no procediera de El no hubiera soplado sobre sus discípulos después de la resurrección, diciéndoles: "Recibid el Espíritu Santo" (Jn 20,22) Es necesario creer que ésta es la virtud de que habló el evangelista: "Salía de El una virtud que a todos curaba" (Lc 6,19) Si, pues, el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo, ¿por qué dijo el Hijo: "del Padre procede", sino porque acostumbraba a referir incluso lo que es de sí mismo a Aquél de quién El mismo procede? Por esto dijo: "Mi doctrina no es mía, sino de Aquel que me envió" (Jn 7,16) Si, pues, se entiende como doctrina suya la que, sin embargo, dijo no ser suya, sino de su Padre, con cuánta mayor razón debe entenderse que el Espíritu Santo procede de El mismo, cuando dice "Del Padre procede" y no añade: 'no procede de mí'. De allí le viene al Hijo el ser Dios; de donde le viene el proceder de El el Espíritu Santo. Así se entiende por qué no se dice que el Espíritu Santo nace, sino que procede; porque si fuese también Hijo, sería forzoso considerarlo como Hijo de los dos, lo cual sería absurdísimo. No hay hijo que no nazca sino de dos seres, padre y madre. Pero lejos de nosotros el suponer semejante cosa entre Dios Padre y Dios Hijo. Porque ningún hijo de padres humanos procede al mismo tiempo de padre y de madre; porque en el instante en que procede del padre al seno materno, no procede entonces de la madre. El Espíritu Santo no procede del Padre al Hijo, y luego del Hijo para santificar las criaturas, sino que procede a un mismo tiempo del uno y del otro. Y tampoco podemos decir que el Espíritu Santo no sea vida, siendo vida el Padre y vida el Hijo. Y por esto, así como el Padre tiene vida en sí mismo, y dio al Hijo que tuviera vida en sí mismo, así dio que la vida procediera del Hijo, como procede también de El mismo.

JUAN 16,1-4


13601 (Jn 16,1)

"Esto os he dicho para que no os escandalicéis. Os echarán de las sinagogas: mas viene la hora en que cualquiera que os mate, pensará que hace servicio a Dios. Y os harán esto, porque no conocieron al Padre ni a mí. Mas esto os he dicho, para que cuando viniese la hora, os acordéis de ello, y que yo os lo dije. No os dije estas cosas al principio porque estaba con vosotros". (vv. 1-4)

San Agustín, in Ioannem, tract. 93. Después de haberles prometido el Espíritu Santo, cuya operación los convertiría en testigos, añadió: "Esto os he dicho para que no os escandalicéis". Cuando la caridad de Dios es infundida en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado (Rm 5,5), nace mucha paz en los que aman la ley de Dios (Ps 118,165), para que en ellos no haya escándalo. Después, declarando lo que habrían de padecer, dijo: "Os echarán de las sinagogas".

Crisóstomo, in Ioannem, hom. 77. Ya habían dispuesto que si alguno confesaba a Cristo fuese expulsado de la sinagoga.

San Agustín, ut supra. ¿Qué daño les resultaba a los Apóstoles de que los expulsaran de las sinagogas, si ellos las habían de dejar aunque nadie los despidiera? Esto quiso decir que los judíos no recibirían a Cristo, de quien los Apóstoles no se habían de separar. Porque como no había otro pueblo de Dios sino el que era de la estirpe de Abraham, si éste hubiera reconocido a Cristo no hubieran existido por un lado Iglesias de Cristo y por otro sinagogas de los judíos. Y por cuanto no creyeron, ¿qué restaba sino que los que permanecían alejados de Cristo, echaran de la sinagoga a los que no dejaron a Cristo? Después de decirles esto, añadió: "Pero se acerca la hora en que cualquiera que os mate, crea que presta un servicio a Dios". Cuyas palabras profirió como en sentido de consuelo para aquellos que serían expulsados de las sinagogas. ¿Acaso la separación de las sinagogas, había de ser causa de tanto sentimiento que prefirieran morir antes que vivir separados de los judíos? Lejos la idea de que así se consternasen los que no buscaban la gloria humana, sino la de Dios. He aquí el sentido de estas palabras: Ellos os echarán de las sinagogas, pero no temáis la soledad, porque separados de la comunión de ellos reuniréis tan gran número de creyentes en mi nombre, que temerosos ellos de que quede desierto su templo y abandonados los sacramentos y todo lo de la antigua Ley, os maten creyendo prestar un servicio a Dios, llevados de celo indiscreto por la gloria de Dios y no según la sabiduría. Esto debemos entender que fue dicho por los judíos de quienes ya había dicho "Os echarán de las sinagogas". Si bien los testigos, esto es, los mártires de Cristo, fueron muertos por los gentiles, no creyeron éstos, sin embargo, que ofrecían un homenaje a Dios, sino a sus dioses falsos. Pero los judíos cuando matan a los predicadores de Cristo, creen prestar un homenaje a Dios, juzgando que los que se convierten a Cristo apostatan del Dios de Israel. Estos, pues, poseídos del fanatismo, no guiados por la sabiduría, mataban a los creyentes, pensando hacer un servicio a Dios.

Crisóstomo, ut supra. Después procura consolarles, diciendo: "Esto harán con vosotros, porque no conocieron al Padre ni a mí"; como si dijera: Basta para vuestro consuelo el saber que padecéis esto por mí y por mi Padre.

San Agustín, ut supra. Para que estos males no cogieran su ánimo desprevenido y de improviso, pues aunque habían de pasar pronto podrían ser causa de desaliento, continuó diciendo para prevenirles: "Os he dicho esto, para que, cuando llegare la hora de ellos", etc.: la hora de ellos tenebrosa y nocturna. Pero la noche de los judíos, separada del día, no oscureció el de los cristianos.

Crisóstomo, in Ioannem, ut supra. También predijo esto por otro motivo, a saber, para que no dijeran que no había previsto el porvenir. Y esto significan las palabras "Acordaos que os lo dije", y no pudieran alegar que sólo les había anunciado lo que podía halagarles. Y porque no lo había dicho desde el principio, les da esta razón: "Esto no lo dije desde el principio, porque estaba con vosotros". Estabais bajo mi protección y podíais preguntarme cuanto quisierais, y sostenía yo toda la lucha, por lo que era superfluo el deciros esto al principio, y si lo callé no es porque me fuera desconocido.

San Agustín, in Ioannem, tract. 94. Pero hay otros tres evangelistas que refieren que esto lo predijo antes de la cena, concluida la cual dijo esto, como atestigua San Juan. Tal vez se resuelva esta cuestión con decir que aquéllos refieren que esto lo dijo próximo a la pasión, no al principio cuando estaba con ellos. Pero San Mateo afirma que, no sólo cercano a la pasión, sino que desde el principio había dicho esto. ¿Qué quieren decir, pues, estas palabras, "Esto desde el principio no lo dije", etc., sino lo que aquí dice del Espíritu Santo, que ha de venir sobre ellos, y ha de dar testimonio de los trabajos que han de padecer? Esto, desde el principio, no lo dijo porque estaba con ellos y los consolaba con su presencia. Habiéndose, pues, de ausentar, era conveniente que dijera que vendría Aquel (el Paráclito) que, difundiendo en sus corazones el Espíritu de caridad, predicarían con confianza la palabra de Dios.

Crisóstomo, ut supra. Les predijo también que padecerían toda clase de aflicciones, pero no añadió que su muerte sería considerada como culto tributado a Dios, que era lo que más podía aterrarles; o bien porque había dicho antes lo que les harían sufrir los gentiles, añadió aquí lo que harían los judíos.

JUAN 16,5-11


13605 (Jn 16,5)

"Y ahora voy a Aquél que me envió, y ninguno de vosotros me pregunta ¿a dónde vas? Antes, porque yo os he dicho estas cosas, la tristeza ha ocupado vuestro corazón, mas yo os digo la verdad: que conviene a vosotros que yo me vaya, porque si no me fuere no vendrá a vosotros el Consolador: mas si me fuere, os lo enviaré, y cuando El viniere argüirá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, ciertamente porque no han creído en mí; y de justicia, porque voy al Padre y ya no me veréis; y de juicio, porque el príncipe de este mundo ya está juzgado". (vv. 5-11)

Crisóstomo, in Ioannem, hom. 78. Como los discípulos aún no eran perfectos, les asaltó la tristeza; y el Señor, reprendiéndoles, les alentó diciendo: "Y ahora voy a Aquel que me envió, y ninguno de vosotros me pregunta ¿a dónde vas?" Y era que como habían oído que cualquiera que los matara creería hacer un servicio a Dios, se acobardaron de tal manera que no le hablaban palabra. Por eso dice: "Porque os he dicho esto, la tristeza se ha apoderado de vuestro corazón", etc. No es pequeño consuelo saber que Dios conocía su gran tristeza por su abandono, por los trabajos que les había dicho que habían de pasar, y que no sabían si los podrían soportar varonilmente.

San Agustín, in Ioannem, tract., 94. O bien porque anteriormente le habían preguntado a dónde se iría, y les había respondido "que ellos no podrían ir a donde El iría", ahora que les asegura que se va, ninguno le pregunta a dónde, y por esto dice: "Y ninguno de vosotros me pregunta ¿dónde vas?" etc. Al irse el Señor al cielo no le preguntaron con palabras, sino que le acompañaron con su mirada. Pero veía el Señor el efecto que en sus corazones hacían sus palabras. Puesto que no tenían aún el consuelo interior del Espíritu Santo que habían de recibir, temían perder lo que exteriormente veían en Cristo. Además, puesto que el Señor siempre decía la verdad, no cabía que dudasen de que los iba a dejar. Así pues, el humano cariño los entristecía, y por esto les dijo: "Porque os he dicho esto, la tristeza se ha apoderado de vuestro corazón", etc. Pero El conocía qué era lo que más les convenía, porque la visión interior con que el Espíritu Santo había de consolarles, era mejor. Por esto añadió: "Pero os digo, en verdad, que os conviene que yo me vaya", etc.

Crisóstomo, ut supra. Como si dijera: Aunque os contristéis mil veces, os conviene oír que es útil que yo me aparte de vosotros. Y la razón por qué conviene, la manifiesta diciendo: "Si no me ausentara, el Paráclito no vendrá a vosotros".

San Agustín, De Trin, 1, 9. Esto lo dijo, no porque medie desigualdad entre el Verbo de Dios y el Espíritu Santo, sino porque la presencia del Hijo del hombre entre ellos, era un obstáculo a la infusión de sus dones, porque el que había de venir no era menor, pues no se anonadó como el Hijo tomando forma de siervo (Ph 2), y convenía que desapareciese de los ojos de ellos la forma de siervo, en la que sólo consideraban a Cristo a quien veían. Por lo que dice: "Si yo marcho, os lo enviaré".

San Agustín, in Ioannem, tract., 94. Acaso, estando El aquí, ¿no podía enviarlo? Sabemos que vino y permaneció sobre El en el bautismo, y aun sabemos que nunca se separó de El. ¿Por qué, pues, el decir "Si no me fuere, el Paráclito no vendrá a vosotros", sino porque no podéis recibir el Espíritu Santo, cuando persistís en no conocer a Cristo sino según la carne? Separándose Cristo corporalmente, vino a ellos espiritualmente, no sólo el Espíritu Santo, sino que también el Padre y el Hijo.

San Gregorio, Moralium, 8, 17. Como si claramente dijera: Si no sustraigo mi cuerpo de vuestras miradas, no alimentaré invisiblemente vuestro espíritu con el Consolador Espíritu Santo.

San Agustín, De verb Dom. Serm. 60. Esta bienaventuranza nos trajo el Espíritu Santo: que, separada de nuestros ojos de carne la forma de siervo que tomó en el vientre de la Virgen, pueda contemplarle la agudeza de nuestra inteligencia purificada en la misma forma de Dios, con la que es igual al Padre, conservando al mismo tiempo aquella en que se dignó aparecer en carne.

Crisóstomo, ut supra. ¿Qué es lo que aquí dicen los que no opinan del Espíritu Santo como se debe? ¿Es normal que se vaya el señor para que venga el siervo?1 Mas para demostrar cuál sea la utilidad de la venida del Espíritu Santo, añade: "Y cuando vendrá argüirá al mundo de pecado" etc.

San Agustín, in Ioannem, tract., 95. ¿Por ventura Cristo no arguye al mundo? O ¿acaso porque Jesucristo no habló más que con la nación judía, no argüirá al mundo? Pero el Espíritu Santo ¿no arguyó acaso, no sólo a una nación, sino a todo el mundo por medio de sus discípulos esparcidos por todo el orbe? ¿Y habrá quien se atreva a decir que es el Espíritu Santo y no Cristo quien arguye por medio de los discípulos de Cristo, cuando clamaba el Apóstol: "¿Acaso queréis experimentar si es Cristo el que en mí habla?" (2Co 13,3) Cristo es, pues, quien arguye a los que arguye el Espíritu Santo. Pero dijo "El argüirá al mundo", como si dijera: El derramará la caridad en vuestros corazones. Así, pues, depuesto todo temor, tendréis libertad para reprender. Después explica lo que había dicho, del siguiente modo: "De pecado ciertamente, porque no creyeron en mí". Y citó este pecado como el mayor de todos, porque perseverando éste los demás son retenidos, y desapareciendo éste todos son perdonados.

San Agustín, De verb Dom. Serm. 61. Pero hay gran diferencia entre creer que es Cristo y creer en Cristo, pues que es Cristo, hasta los demonios lo creyeron. Pero cree en Cristo quien espera en El y le ama.

San Agustín, in Ioannem, tract., 95. Es acusado el mundo de pecado, porque no cree en Cristo, al mismo tiempo que los creyentes son acusados de justicia, porque la comparación entre los fieles es la reprobación de los infieles. "Y de justicia, porque voy al Padre", y dado que el sentido de la palabra infidelidad se acostumbra a usar en el sentido que expresa la pregunta: ¿cómo creemos aquello que no podemos ver?, conviene, pues, definir en qué consiste la justicia de los que creen. Y esto queda expresado en la frase: "Porque voy al Padre, ya no me veréis". Bienaventurados, pues, los que no ven y creen. Porque los que vieron a Cristo no merecieron alabanza por su fe, porque creían lo que veían, esto es, al Hijo del hombre, pero sí en cuanto creían lo que no veían, esto es, al Hijo de Dios. Pero cuando desapareció de su presencia la forma de siervo, entonces se verificó completamente la palabra: "El justo vive de la fe" (Rm 1,17) Consistirá, pues, vuestra justicia, de la que acusará al mundo, en que creeréis en mí, a quien no veréis; y cuando me viereis como ahora, no me veréis del modo que estoy con vosotros, esto es, no me veréis mortal, sino eterno. Al decir, pues, "ya no me volveréis a ver", profetizó que en adelante ya nunca le verían.

San Agustín, De verb Dom. serm. 61. O de otro modo: ellos no creyeron que iba al Padre y éste fue su pecado. Pero del Señor fue la justicia. Porque si fue misericordia el venir del Padre a nosotros, fue justicia el volver al Padre, según aquellas palabras del Apóstol: "Porque Dios le exaltó" (Ph 2,9) Pero si vuelve solo al Padre, ¿qué bien nos resulta a nosotros? No va solo, porque Cristo es uno con todos sus elegidos, así como la cabeza con el cuerpo. El mundo es acusado de pecado en aquellos que no creen en Cristo, y de justicia en los que resucitan como miembros de Cristo. Sigue: "De juicio, pues, porque el príncipe de este mundo ya está juzgado". Esto es, el diablo, príncipe de los inicuos, que en su corazón no viven sino en este mundo, al que aman. En esto mismo que el diablo fue echado fuera, juzgado está, y éste es el juicio del cual el mundo es acusado, porque se lamenta en vano del diablo, el que no quiere creer en Cristo; y juzgado, esto es, echado fuera, le es permitido atacarnos desde fuera para ejercitar nuestra virtud y vencerle en el martirio, no sólo los varones, sino que también las mujeres, los niños, y hasta las tiernas doncellas.

San Agustín, in Ioannem, tract., 95. Juzgado está, porque fue condenado irrevocablemente al fuego eterno. En este juicio está condenado el mundo, porque está juzgado con su príncipe, a quien imita en soberbia e impiedad. Crean, pues, los hombres en Cristo, para que no sean acusados del pecado de infidelidad, con el cual son retenidos todos los demás pecados; pasen al número de los fieles para que no sean argüidos de justicia por aquellos a quienes, justificados, no imitan; y guárdense del futuro juicio para que no sean condenados con el príncipe del mundo, a quien imitan.

Crisóstomo, in Ioannem, hom. 78. O de otro modo: acusará al mundo de pecado, esto es, desechará toda excusa y probará que pecaron los que no creyeron en El, cuando vieron que el Espíritu Santo derramaba sus dones inefables a la invocación de su nombre.

San Agustín, De quaest. Nov. et vet testam, qu. 89. También el Espíritu Santo acusa al mundo de pecado, porque el nombre del Salvador, que es reprobado por el mundo, obra maravillas. El Salvador, después de guardada la justicia, no temerá volver a Aquel que le envió, y por su regreso probará de dónde vino, y por eso dice: "Y de justicia, porque voy al Padre".

Crisóstomo, ut supra. Ir al Padre será un argumento de que observaba vida irreprensible, para que no pudieran decir: "Este hombre es pecador y no es de Dios" (Jn 9,24) También porque combatía al enemigo (porque de ser pecador no lo hiciera) no podrán decir que soy seductor y tengo demonio. Y por cuanto fue en fin condenado por mí, sabrán que pueden hollarle con sus pies, y verán manifiestamente mi resurrección porque mi enemigo no pudo impedirla.

San Agustín, ut supra. Viendo los demonios subir las almas de los infiernos a los cielos, conocieron que el príncipe de este mundo había sido ya juzgado como reo en la causa del Salvador, y condenado a perder lo que retenía. Esto, en verdad, se vio manifiestamente en la ascensión del Salvador, y fue manifestado claramente a sus discípulos en la venida del Espíritu Santo.


Catena aurea ES 13522