Catecismo Romano ES 2500

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CAPITULO V LA EXTREMAUNCIÓN

I. NECESIDAD E IMPORTANCIA DEL ESTUDIO DE ESTE SACRAMENTO

La admonición de la Escritura: En todas tus obras acuérdate de tus postrimerías, y no pecarás jamás (Qo 7,40), es una clara invitación a meditar con frecuencia sobre la realidad de la muerte.

Y como el sacramento de la extremaunción está íntimamente ligado con aquel día supremo, fácilmente se comprenderá que debe hacerse objeto de constante meditación, ro sólo para conocer las misteriosas verdades del más allá, sino también para que el recuerdo de la muerte sirva de freno eficaz a nuestras malas tendencias (1).

Ello servirá, además, para hacernos menos amarga la espera de la misma muerte y para excitar en nosotros UD vivo sentimiento de gratitud al Señor, que quiso franquearnos con el bautismo la entrada a la verdadera vida y quiere hacernos más fácil y expedito el camino de la eternidad con el sacramento de la extremaunción.

(1) Nos mantenemos y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. Y no sólo esto, sino que nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabedores de que la tribulación produce la paciencia, la virtud probada; y la virtud probada, la esperanza. Y la esperanza no quedará confundida (Rm 5,2-5).
Y por cuanto a los hombres les está establecido morir una vez, y después de esto, el juicio, así también en Cristo, que se ofreció una vez por soportar los pecados de todos, por segunda vez aparecerá, sin pecado, a los que le esperan para recibir la salud (He 9,27-28).


II. NOCIÓN ETIMOLÓGICA

Y siguiendo el mismo orden establecido en los sacramentos anteriores, expongamos primero el significado de su nombre. Es llamada extremaunción porque, entre todas las santas unciones que Cristo confió a su Iglesia, ésta es la última que debe ser administrada al cristiano.

Se le ha llamado también unción de los enfermos y sacramento de los moribundos, términos claramente expresivos del último instante de la vida, a que se refiere el mismo sacramento.

III. NATURALEZA DE LA EXTREMAUNCIÓN

Que la extremaunción sea un verdadero y propio sacramento puede deducirse fácilmente de las palabras con que el apóstol Santiago la promulgó: ¿Alguno entre vosotros enferma? Haga llamar a los presbíteros de la Iglesia, y oren sobre él, ungiéndole con óleo en el nombre del Señor, y la oración de la fe salvará al enfermo, y el Señor le aliviará, y los pecados que hubiere cometido le serán perdonados (Jc 5,14-15). Si por ella se perdonan los pecados, es evidente que nos encontramos ante un verdadero y propio sacramento.

Ésta fue la doctrina constante de la Iglesia, confirmada por numerosos Concilios (2). Mención especial merece el de Trento, donde los Padres fulminaron sentencia de excomunión contra quienes sostuvieren la opinión contraria (3). Recuérdense igualmente las vivas recomendaciones hechas a los fieles a este propósito por el papa Inocencio (4).

Ni debe creerse que se trata de muchos sacramentos por el hecho de que sean muchas las unciones y las preces con que se administra. Es un único sacramento, y no porque resulte de partes esencialmente indivisibles, sino porque está compuesto de muchos elementos, que concurren igualmente todos a la única perfección del sacramento mismo. Igual que una casa, compuesta de muchos materiales, se perfecciona por una única forma, también la extremaunción, aunque conste de muchos gestos y palabras, es un único signo y tiene una única eficacia de virtud en su símbolo.

(2) Cf. Concilio de Pavía, a. 850: DS 315; carta Eius exemplo, de Inocencio III, a. 1208: DS 424; Concilio I de Lyon, a. 1245: DS 451; Concilio II de Lyon, a. 1274: DS 465; bula ínter cunetas, de Martín V, a. 1418: DS 669; Concilio de Florencia, a. 1439: DS 700.
(3) "Si alguno dijere que la extremaunción no es verdadera y propiamente sacramento, instituido por Cristo Nuestro Señor (cf. Mt 6,3) y promulgado por el bienaventurado Santiago Apóstol (cf. Jc 5,14), sino sólo un rito aceptado por los Padres o una invención humana, sea anatema" (C. Trid., ses. XIV cn. l, sobre la extremaunción).
"Si alguno dijere que el rito y uso de la extremaunción que observa la santa Iglesia romana repugna a la sentencia del bienaventurado Santiago Apóstol, y que debe, por ende, cambiarse y que puede sin pecado ser despreciado por los cristianos, sea anatema" (C. Trid., 1. c., cn. 3).
(4) "A la verdad, puesto que acerca de este punto, como de los demás, quiso consultar tu caridad, añadió también mi hijo Celestino, diácono, en su carta, que había sido puesto por tu caridad lo que está escrito en la Epístola del bienaventurado Santiago Apóstol: Si hay entre vosotros algún enfermo, llame a los presbíteros y oren sobre él, ungiéndole. " (5,14). Lo cual no hay duda que debe tomarse o entenderse de los fieles enfermos, los cuales pueden ser ungidos con el santo óleo del crisma, que, preparado por el obispo, no sólo a los sacerdotes, sino a todos los cristianos es lícito usar para ungirse en su propia necesidad o en la de los suyos. Por lo demás, vemos que se ha añadido un punto superfluo, como es dudar del obispo en cosa que es lícita a los presbíteros. Porque, si se dice a los presbíteros, es porque los obispos, impedidos por otras ocupaciones, no pueden acudir a todos los enfermos. Por lo demás, si el obispo puede o tiene por conveniente visitar por sí mismo a alguno, sin duda alguna puede bendedir y ungir con el crisma a aquel a quien incumbe preparar el crisma. Con todo, éste no puede derramarse sobre los penitentes, puesto que es un género de sacramento. Y a quienes se niegan los otros sacramentos, ¿cómo puede pensarse ha de concedérseles uno de ellos?" (Carta de Inocencio I Sí instituía ecclesiastica, a Decencio, a. 416: DS 99).


IV. PARTES ESENCIALES

A) Materia

La materia de este sacramento, según las disposiciones conciliares (especialmente las de Trento), es el óleo consagrado por el obispo; no el líquido extraído de cualquier materia grasa, sino únicamente el aceite de oliva (5).

En realidad, el aceite expresa muy bien la eficacia interior del Sacramento:

a) Porque así como el aceite mitiga los dolores del organismo humano, así también la extremaunción atenúa la angustiosa pena del alma del enfermo.

b) El aceite, además, da salud, produce alegría, alimenta la luz y repara las cansadas energías del cuerpo fatigado; imágenes todas muy expresivas de los admirables efectos espirituales que la extremaunción produce en el espíritu del enfermo.

(5) "La Iglesia, tal como aprendió por tradición apostólica de mano en mano transmitida, enseña la materia, la forma, el ministro propio y el efecto del saludable sacramento de la extremaunción. Entendió, en efecto, la Iglesia, que la materia es el óleo bendecido por el obispo, porque la unción representa de la manera más apta la gracia del Espíritu Santo, por la que invisiblemente es ungida el alma del enfermo" (C. Trid., ses. XIV el, del sacramento de la extremaunción: DS 908).
"El sacramento de la extremaunción debe administrarse por medio de las unciones sagradas, hechas con aceite de oliva debidamente bendecido" (CIS 937).
"El aceite de olivas, que ha de emplearse en el sacramento de la extremaunción, debe estar bendecido para esto por el obispo o por un presbítero a quien la Sede Apostólica le haya concedido facultad para bendecirlo" (CIS 945).


B) Forma

Constituyen la forma del sacramento las oraciones pronunciadas por el sacerdote en cada una de las unciones: Por esta santa unción te perdone Dios cuanto has faltado por la vista (oído, olfato, gusto y palabra, tacto, pasos). Amén.

Y que ésta sea la verdadera forma del sacramento consta expresamente de las palabras de Santiago: Oren sobre él, y la oración de la fe salvará al enfermo (Jc 5,14-15).

De este texto se deduce que la fórmula debe pronunciarse en forma de oración, aunque el Apóstol no precise los términos fijos que deben pronunciarse. Éstos nos han sido transmitidos por la constante tradición de los Padres; la iglesia romana los ha consagrado fielmente, y todas las demás iglesias los han adoptado siguiendo su ejemplo.

No tiene importancia el hecho de que en algunas hayan sido modificadas ciertas palabras de la forma. Así, por ejemplo, en lugar de: Te perdone el Señor, se dice: Te remita, Te absuelva o Cure lo que has cometido. Mas no se cambia la expresión substancial, y puede decirse con toda verdad que la forma ha sido conservada siempre religiosamente por todas las iglesias.

Y nótese que mientras en otros sacramentos la forma expresa absolutamente lo que se obra en el rito sacramental (por ejemplo: Yo te bautizo, Yo te señalo con la señal de la cruz), o se pronuncian imperativamente (como en el sacramento del orden: Recibe la potestad), sólo en la extremaunción se usa en forma de oración. La razón y congruencia de esta modalidad es clara: porque este sacramento no sólo intenta infundir en los enfermos la gracia, sino también devolver la salud. Y como no siempre curan efectivamente los enfermos, era lógico que la extremaunción se administrase en forma de oración, para implorar de la bondad de Dios lo que la virtud sacramental puede, aunque no infaliblemente, obrar.

CEREMONIAS Y RITOS. - Se administran, por último, las sagradas unciones con ritos especiales. Consisten éstos, en gran parte, en las preces con que el sacerdote invoca la salud del enfermo. Ningún otro sacramento se administra con tan gran número de oraciones. La razón es clara también; se trata del momento supremo de la muerte, en que el enfermo tiene más necesidad de ser ayudado. Por esto todos los asistentes, con el sacerdote a la cabeza, deben levantar a Dios sus más fervorosas oraciones, encomendando a la divina misericordia la vida y la salud del enfermo.

V. INSTITUCIÓN DIVINA DE ESTE SACRAMENTO

Demostrada la verdadera naturaleza sacramental de la extremaunción, debe remontarse necesariamente su institución al mismo Cristo. Santiago no fue su creador, sino simplemente su promulgador (6).

Parece que Cristo quiso ya insinuar la idea de esta sagrada unción cuando envió delante de sí, de dos en dos, a sus discípulos para predicar el Evangelio. San Marcos nos dice que partidos, predicaron que se arrepintiesen, y echaban muchos demonios, y ungiendo con óleo a muchos enfermos los curaban (Mc 6,12-13).

Estas unciones de los enfermos no fueron, sin duda, un capricho de los discípulos, sino un mandato de Cristo, y evidentemente estaban basadas no sobre la eficacia natural del aceite, sino en la intención de curar las almas mediante la curación de los cuerpos. Ésta es la interpretación que han dado San Dionisio (7), San Ambrosio (8), San Juan Crisóstomo (9) y San Gregorio Magno (10).

Es, pues, innegable que la extremaunción, instituida por Cristo y promulgada por Santiago, debe contarse entre los verdaderos y propios sacramentos de la Iglesia (11).

(6) "Si alguno dijere que la extremaunción no es verdadera y propiamente sacramento instituido por Cristo Nuestro Señor y promulgado por el bienaventurado Santiago Apóstol, sino sólo un rito aceptado por los Padres o una invención humana, sea anatema (C. Trid., ses. XIV cn. l, de la extremaunción: DS 926; cf. DS 907).
(7) SAN DIONISIO, De Eccl. hier., c. 6: PG 3,551 s.
(8) SAN AMBROSIO, De his qui mysteriis initianíuc: PL 17,1193s.
(9) SAN JUAN CRISÓSTOMO, De Sacerdotio, 1. 3: PG 48,641.
(10) SAN GREGORIO MAGNO, Líber Sacramentorum: PL 78, 235-236.
(11) Los protestantes niegan que la extremaunción sea un verdadero y propio sacramento. Según ellos, en las palabras del apóstol Santiago sólo debe verse un "carisma o gracia de curación" concedida por providencia extraordinaria en los tiempos apostólicos.
Lutero permitía - y aun lo conserva el luteranismo - la comunión privada a los enfermos; pero la mayor parte de los protestantes actuales niegan hasta esto. Calvino llegó a definir la extremaunción como una "farsa histriónica".
Sólo la comunidad católico - apostólica reconoce la extremaunción como un sacramento, y lo administra en caso de enfermedad grave con una- unción sobre la frente, que efectúan todos los ministros asistentes; después de la unción, los ministros imponen sus manos sobre la cabeza del enfermo; seguidamente, éste recibe la comunión, habiendo antes comulgado en la misma habitación del enfermo todos los presentes.

VI. SUJETO DE LA EXTREMAUNCIÓN

Instituido para todos los cristianos, el sacramento de la extremaunción no puede, sin embargo, administrarse a todos indistintamente.

1) Deben excluirse, ante todo, los sanos (12). Se trata de un sacramento para enfermos, según las palabras de Santiago: ¿Alguno entre vosotros enferma? (Jc 5,14). Instituido como medicina del alma y del cuerpo, es evidente que debe administrarse sólo al que tiene necesidad de medicina, esto es, a los enfermos, y a aquellos enfermos de quienes se teme seriamente por su vida.

Téngase, sin embargo, presente que sería grave culpa administrarlo cuando el enfermo, perdida ya toda esperanza de curación, ha empezado a privarse de los sentidos y de toda vitalidad. Es claro que el enfermo, si quiere conseguir una más abundante gracia sacramental, debe recibir la santa unción cuando aun conserva lucidez de mente, prontitud de razón, conciencia de la fe y devota voluntad.

Ésta debe ser siempre norma prudente y segura: recurrir a la celestial medicina del sacramento cuando mayor sea la piedad y devoción del enfermo.

2) Es, además, un sacramento que no se puede conferir a cualquiera que se encuentre en peligro de muerte, sino solamente a quien lo esté por enfermedad. No se le puede administrar, por ejemplo, a quien emprende una navegación peligrosa, o al soldado que entra a atacar en una batalla, o al condenado a muerte.

3) Tampoco puede administrarse a quien está privado del uso de la razón, ni a los niños que no cometieron pecado, cuyas reliquias sea menester sanar con la eficacia de este sacramento.

4) Ni a los locos, a menos que en momentos de lucidez hubieren manifestado piadosamente el deseo de recibirla. El que jamás desde su nacimiento tuvo uso de razón, no podrá recibir la santa unción; podrá, en cambio, recibirla quien enfermó en el pleno uso de sus facultades mentales y pidió el sacramento, y solamente después cayó en el delirio o en la locura (13).

(12) Según el canon CIS 940 del CIC, la extremaunción sólo puede administrarse al bautizado que, después del uso de la razón, se encuentre en peligro de muerte. Y este peligro necesariamente ha de provenir de enfermedad o vejez avanzada.
No puede, pues, administrarse este sacramento si el peligro procede de otra causa cualquiera, y. gr., de una pena capital cuya ejecución es inminente, etc.
(13) "A los enfermos que, cuando estaban en el uso de su razón, lo pidieron al menos implícitamente, o verosímilmente lo hayan pedido, debe administrárseles en absoluto, aunque después hayan quedado privados de sentidos o del uso de su razón" (CIS 943).

VII. USO DEL SACRAMENTO

A) Santa unción

Nótese que, para su recta administración, no pueden recibir la unción todos los miembros del cuerpo, sino sólo aquellos que la naturaleza dio al hombre como instrumentos de la sensibilidad: los ojos, por los pecados de la vista; las orejas, por los del oído; las narices, por los del olfato; la boca, por los del gusto y por los de las conversaciones, y las manos, por los del tacto, porque, aunque este último sentido está difundido por todo el cuerpo, tiene, sin embargo, en las manos su centro más sensible y exquisito. La Iglesia ha adoptado este sistema de unciones, que responde perfectamente a la naturaleza medicinal del sacramento. Porque así como en las enfermedades, aunque es todo el cuerpo el que está herido, sin embargo se curan de manera especial aquellas partes del organismo en las que radica el mal, así también en el sacramento no recibe las unciones todo el cuerpo, sino sólo aquellos miembros que son sede de las facultades sensitivas, y con ellas los riñones, como sede de la voluptuosidad, y los pies, órganos del movimiento (14).

B) Puede recibirse más de una vez

Observemos, por último, que, perdurando en una enfermedad el mismo peligro de muerte, no puede administrarse el sacramento más que una sola vez. Mas si, recibida la extremaunción, el enfermo mejorase, puede administrársele de nuevo el sacramento siempre que se le renueve el peligro de muerte. Pertenece, por consiguiente, la extremaunción a los sacramentos que pueden reiterarse (15).

C) Disposiciones necesarias

Debe cuidarse con la mayor diligencia que nada en el enfermo pueda ser obstáculo a la gracia del sacramento.

1) Y como a ella se opone el pecado mortal, fue siempre constante costumbre de la Iglesia anteponer a la extremaunción la administración de la penitencia y de la Eucaristía (16).

2) Débese exhortar al enfermo para que se disponga a recibir el sacramento con aquella fe que animaba a los enfermos, cuando se presentaban a los apóstoles pidiendo su curación; ante todo, con un gran deseo de la salud del alma, y después la del cuerpo, si ésta puede ayudarle para su salvación eterna.

No puede dudarse que Dios está dispuesto a escuchar las santas y solemnes oraciones recitadas por el sacerdote, no en nombre propio, sino en nombre de la Iglesia y del mismo Jesucristo.

3) Exhórtese, por fin, al enfermo para que quiera recibir con piadosa fe y vivos sentimientos de religión el sacramento apenas se avecine el momento de la más recia lucha y empiecen a faltarle las energías morales no menos que" las físicas.

(14) "Deben hacerse cuidadosamente las unciones y pronunciarse las palabras siguiendo el orden y el modo prescritos en los libros rituales; pero en caso de necesidad basta hacer una sola unción en uno de los sentidos, y mejor en la frente, con la fórmula breve que está prescrita, quedando la obligación de suplir cada una de las unciones una vez que haya desaparecido el peligro.
La unción de los riñones debe omitirse siempre.
La de los pies puede omitirse por cualquier causa razonable.
A no ser en caso de necesidad grave, el ministro debe hacer las unciones con la mano misma, sin emplear instrumento alguno" (CIS 947).
A los mutilados en algún sentido o miembro que debería ungirse, se les unge la parte próxima a él (Rit. Rom., tit. 6 cn. l n. 18).
(15) "No puede reiterarse este sacramento durante la misma enfermedad, a no ser que el enfermo haya convalecido después de la unción y haya recaído en otro peligro de muerte" (CIS 940,2).
(16) "No debe administrarse este sacramento a aquellos que permanezcan obstinadamente impenitentes en pecado mortal manifiesto; y si hay duda acerca de esto, adminístrese bajo condición" (CIS 942).


VIII. EL MINISTRO

Quién sea el ministro de la extremaunción lo dice también expresamente el apóstol Santiago: Haga llamar a los presbíteros (Jc 5,14).

Por este nombre no han de entenderse - nota el Concilio de Trento - los ancianos en edad o las personas más eminentes por su posición social, sino los sacerdotes legítimamente ordenados por el obispo mediante la imposición de manos (17).

El ministro de la extremaunción es, pues, el sacerdote (18). La Iglesia, además, ha establecido que no sea pedida la administración de este sacramento ordinariamente a cualquier sacerdote, sino al propio párroco del enfermo o a algún delegado suyo (19).

Y no se olvide que el sacerdote no administra este sacramento - todos los sacramentos - como cosa propia, sino en nombre y por la autoridad de Jesucristo y de la santa Iglesia, su esposa.

(17) "Si alguno dijere que los presbíteros de la Iglesia que exhorta el bienaventurado Santiago se lleven para ungir al enfermo, no son los sacerdotes ordenados por el obispo, sino los más viejos por su edad en cada comunidad, y que por ello no es sólo el sacerdote ministro propio de la extremaunción, sea anatema" (C. Trid., ses. XIV, cn. 4 de la extremaunción: DS 929; cf. DS 910).
(18) "Todo sacerdote, y sólo él, administra válidamente este sacramento" (CIS 938).
(19) Salvo lo prescrito en los cánones CIS 397, número 3.°, y CIS 514, § 1-3, el ministro ordinario es el párroco del lugar donde se halla el enfermo; pero en caso de necesidad, o con licencia, por lo menos razonablemente presunta, del mismo párroco o del' ordinario local, puede administrar este sacramento otro sacerdote cualquiera" (CIS 938,2).


IX. EFECTOS DE LA EXTREMAUNCIÓN .

Atención especial merecen los frutos del sacramento de la extremaunción para que los fieles - ya que todos estamos acostumbrados a valorar las cosas desde el punto dé vista de nuestra personal utilidad - se muevan a desearle aunque sólo sea por los grandes beneficios que acarrea a las almas.

1) La sagrada unción, ante todo, infunde la gracia que perdona los pecados veniales, ya que los mortales se remiten en el bautismo y en la penitencia (20).

2) En segundo lugar libera al alma de la espiritual debilidad y enfermedad engendrada en nosotros por el pecado y por las reliquias dejadas por los mismos. Tanto más cuanto que este sacramento ha sido instituido precisamente como oportuna curación para el momento difícil en que, por la inminencia del peligro de muerte, el alma experimenta más su debilidad y enfermedad espiritual. Es natural que la muerte nos dé miedo y que nos oprima el recuerdo de los pecados de la vida pasada cuando se acerque la hora de comparecer ante el Juez divino para rendir cuenta de nuestras obras. Porque veremos llenos de espanto nuestros pecados, y nuestros crímenes se levantarán contra nosotros, acusándonos (Sg 4,20).

La idea de nuestro próximo encuentro con Dios, quien ha de pronunciar sobre nosotros sentencia terrible, abate al alma. Y sucede frecuentemente que, asustados de terror, los moribundos son víctimas del más profundo desaliento. ¿Dónde encontrar la necesaria tranquilidad cara a la muerte, que arroje la tristeza y haga esperar con alegría la venida del Señor y dé al alma la generosa prontitud para devolver al Creador la vida que de Él recibió? En el sacramento de la extremaunción. El ahuyenta las terribles preocupaciones y llena al alma de una santa y confiada alegría.

3) Una tercera utilidad, quizá la más preciosa, nos ha sido dada aún en este sacramento. Mientras vivimos, el enemigo de las almas, el demonio, no cesa de atentar contra nuestra salvación; pero en el momento mismo de la muerte es cuando renueva más sus audaces esfuerzos para perdernos, arrancándonos, si le fuera posible, toda esperanza en la misericordia de Dios.

La extremaunción proporcionará al enfermo las armas y las energías espirituales capaces de sostener y rehusar estos finales asaltos tan peligrosos. Ella abre el ánimo del enfermo a la confianza en la divina bondad, le conforta para soportar el mal y le sostiene contra las pérfidas insidias del astuto enemigo.

4) Por último, si conviene al enfermo, obtiene también de Dios este sacramento la curación del cuerpo. Y el hecho de que no siempre la extremaunción consiga este efecto no debe imputarse a la incapacidad del sacramento, sino a la falta o debilidad de fe en la mayor parte de aquellos que le reciben.

El Evangelio afirma que Cristo no obró muchos milagros en los suyos a causa de su incredulidad (21).

Es cierto también que hoy nuestra santa religión, difundida y radicada por todas partes, tiene menor necesidad que en los primeros tiempos de afirmarse con estas pruebas de milagros y de gracias prodigiosas.

De todas formas, deben creer y esperar los enfermos que, disponga Dios lo que quiera con relación a la salud corporal, ciertamente consiguen con el Sacramento la salud espiritual y, si mueren, la realización de aquella admirable promesa: Bienaventurados los que mueren en el Señor (Ap 14,13) (22).


(20) "Si alguno dijere que la sagrada unción de los enfermos no confiere la gracia, ni perdona los pecados, ni alivia a los enfermos, sino que ha cesado ya, como si antiguamente sólo hubiera sido la grada de las curaciones, sea anatema" (C. Trid., ses. XIV cn. 2, de la extremaunción: DS 927; cf. DS 909).
(21) Y no hizo allí muchos milagros por su incredulidad (Mt 13,58).
(22) Dos cosas nos parece deben notarse - siempre desde un punto de vista ascético - pastoral - acerca del sacramento de la extremaunción:
1) El deseo maternal de la Iglesia de que todos los enfermos lo reciban a tiempo. - Nótese - comenta el P. Royo - que la palabra "extrema" no quiere decir que este sacramento deba ser administrado cuando el enfermo se encuentra ya "in extremis", o sea, a punto de expirar. Al contrario, es un sacramento más propio de los enfermos que de los moribundos; y por eso la santa Iglesia pide en las oraciones y ritos de su administración la salud del alma y del cuerpo del enfermo. Por consiguiente, hay que recurrir a este sacramento desde el momento en que se está gravemente enfermo, aunque no haya peligro inminente de muerte, con tal de que ese peligro exista ya de algún modo (CIS 940).
En casos, sobre todo, de muerte repentina, puede depender de este sacramento la salvación eterna de un ser querido. Más aún: para la recuperación de la grada santificante en un enfermo ya destituido del uso de los sentidos, es más seguro el sacramento de la extremaunción que la misma absolución sacramental. La razón es clara: el sacramento de la penitencia requiere, para su validez, al menos la atrición sobrenatural del pecador manifestada externamente de algún modo; en cambio, para la validez de la extremaunción es suficiente la atrición habitual, aunque no se la manifieste externamente de ningún modo.
Podía darse el caso (y. gr., en un hombre que acaba de morir atropellado por un automóvil, pero que está todavía en el período de muerte aparente), que la absolución sacramental no surtiera efecto alguno, y se condenara por estar en pecado mortal y no haber manifestado su arrepentimiento (de atrición) en forma externa, ya que faltaría con ella la materia próxima necesaria para la validez del sacramento de la penitencia. Y, en cambio, ese mismo hombre podría recuperar la gracia y salvarse con el sacramento de la extremaunción, ya que para éste no se requiere ninguna manifestación externa del dolor, con tal de tenerla interiormente (atrición sobrenatural), al menos de una manera habitual.
Así se explica el cuidado maternal con que la Iglesia desea y manda que los enfermos reciban a tiempo tan saludable remedio (cf. CIS 944).
Nunca se insistirá bastante, pues, en la necesidad de llamar urgentemente al sacerdote, en casos de muerte repentina por enfermedad o accidente, para que administre al presunto muerto la absolución sacramental y, sobre todo, el sacramento de la extremaunción. ¡Cuántos desgraciados se habrán perdido para siempre por el descuido de su familia, que se preocupó tan sólo de llorarle inútilmente, en vez de haberle procurado la salvación del alma mediante el sacramento de la extremaunción! (P. ROYO, Teología de la salvación, p. 253-254).
2) Muerte aparente y real, -No es nuestro intento estudiar en toda su extensión tan delicado e importante asunto, sobre todo en orden a la administración de los sacramentos. Remitimos al lector al completísimo análisis que hace del mismo el citado P. Royo (p. 262-274), cuyas conclusiones copiamos. Únicamente notamos que nos parece inútil y ridículo, más propiamente necio, el sonreír o encogerse de hombros al oír hablar de este tema, como si se tratase de delirios de soñadores. Los macabros episodios que nos ofrece la historia y las conclusiones de los científicos contemporáneos son tan precisas y autorizadas, que sólo los crasa y supinamente ignorantes pueden desecharlas. He aquí las conclusiones del P. Royo:
1ª Se han comprobado multitud de casos en los que hombres aparentemente muertos no lo estaban en realidad.
2ª Experiencias científicas, rigurosamente comprobadas, parecen demostrar que, entre el momento llamado de la muerte y el instante en que ésta tiene realmente lugar, existe siempre un período más o menos largo de vida latente.
3ª En los casos de muerte repentina, el período probable de vida latente dura hasta que se presenta la putrefacción.
4ª En los que mueren de enfermedad larga, que va consumiendo lentamente el organismo, el período de muerte aparente se prolonga, por lo menos media hora, y a veces mucho más.
5ª El sacerdote puede y debe administrar "sub conditione" los sacramentos de la penitencia y extremaunción a los aparentemente muertos, mientras no conste con certeza su muerte real.



CAPITULO VI EL ORDEN SAGRADO

I. NECESIDAD E IMPORTANCIA DEL ESTUDIO DE ESTE SACRAMENTO

Empezaremos por destacar el hecho de que los demás sacramentos se apoyan de alguna manera en el sacramento del orden, en cuanto que sin él, o no pueden existir, o no pueden ser administrados, o quedan privados de algunos de sus ritos sagrados y ceremonias solemnes.

Presenta, por consiguiente, el estudio de este sacramento un interés particular:

a) Primeramente para los mismos sacerdotes, quienes cuanto más profundamente penetren en su conocimiento, más íntimamente conocerán y avivarán en ellos la gracia de la ordenación sagrada
b) En segundo lugar para todos cuantos han abrazado el estado clerical, que recabarán nuevo ardor en sus deseos de santidad y adquirirán nuevas perspectivas, que les faciliten el acceso a las demás órdenes sagradas.

c) Y, por último, para todos los fieles, que comprenderán mejor el honor de que deben ser rodeados los ministros del Señor y cuan grande privilegio sea para ellos, si Dios se digna llamarles - o a alguno de sus hijos - al estado sacerdotal.

II. NATURALEZA DEL SACERDOCIO

A) Sublime dignidad

Veamos, ante todo, la sublime dignidad del sacerdocio. Los obispos y los sacerdotes son, en realidad, los intérpretes y embajadores de Dios, a quien visiblemente representan en la tierra y en cuyo nombre comunican a los hombres la ley y los misterios de vida. No cabe concebir aquí abajo misión ni dignidad más sublime Con razón han sido llamados los sacerdotes, no simplemente ángeles (2), sino dioses, por ser ellos, entre los hombres, los portadores de la virtud y poder del Dios inmortal (3).

Y si esto vale para los sacerdotes de todos los tiempos, tiene lugar evidentemente sobre todo en los de la Nueva Ley, a quienes ha sido conferido el poder supremo de consagrar y sacrificar el cuerpo y la sangre de Cristo y el de perdonar los pecados; poder misterioso y sin igual en la tierra, que trasciende toda capacidad de humana razón. Como Jesucristo fue enviado por el Padre (4) y como los Doce fueron enviados por Cristo al mundo (5), del mismo modo los sacerdotes, dotados de sus mismos poderes divinos, son enviados cada día entre los hombres para la perfección consumada de los santos, para la obra del ministerio para la edificación del cuerpo de Cristo (Ep 4,12).

(1) Te amonesto que hagas revivir la gracia de Dios que hay en ti por la imposición de mis manos (2Tm 1,6).
(2) Los labios del sacerdote han de guardar la sabiduría, y de su boca ha de salir la doctrina, porque es un ángel de Yavé Sebaot (Ml 2,7).
(3) Cf. Ex 22,27-28.

B) Necesidad de la vocación

Es claro, por consiguiente, que tan sublime dignidad no puede ser conferida con ligereza a cualquiera, sino sólo a aquellos que den pruebas de poder llevarla dignamente por la santidad de su vida, por su doctrina, por su fe y prudencia: Ninguno se toma por sí este honor, sino el que es llamado por Dios, como Arón (He 5,4).

Prácticamente es llamado por Dios quien sea llamado por los legítimos pastores de la Iglesia. Si alguno quisiese entrar en las filas de los ministros sagrados indebidamente, sin una vocación divina, incurriría en la palabra del Señor: Yo no he enviado a los profetas, y ellos corrían (Jr 23,21).

No cabe imaginar individuos más desgraciados, más miserables y más peligrosos para la Iglesia de Dios que semejantes intrusos.

Y porque lo más importante de nuestras acciones es el fin que las inspira (establecido un buen fin, todo lo demás resultará perfecto), adviértase a quienes aspiran a las sagradas órdenes que no deben prefijarse en ellas nada que sea ajeno o indigno de tan alto ministerio. Éste es un punto tanto más importante cuanto que no faltan sobre él, especialmente hoy, extrañas aberraciones:

a) Tropezamos a veces con quienes se acercan al sacerdocio con la sola idea de procurarse lo necesario para vivir, no viendo en él más que una fuente de ganancias, un campo de sórdida especulación, como pueda serlo cualquier otro oficio o profesión humana. Y aunque, según la frase del Apóstol, es justo que el que sirve al altar viva del altar (1Co 9,13), sería, sin embargo, el más grave de los sacrilegios subir al altar por avidez de lucro.

b) Otros se deciden a entrar en el orden sacerdotal por la ambición y apetito de honras y honores.

c) Por último, algunos aspiran al sacerdocio con la sola mira de riquezas, de tal manera que, si no se les confiere un beneficio pingüe, no piensan más en las sagradas órdenes.

Cristo en el Evangelio llama a todos éstos mercenarios, y de ellos decía Ezequiel que se apacientan a sí mismos y no a sus rebaños. La vergonzosa bajeza de tales individuos no sólo arroja una siniestra sombra sobre la sublime, dignidad sacerdotal, por la que el pueblo fiel termina despreciando como innoble al mismo sacerdote piadoso, sino que hace que ellos mismos no recaben de su sacerdocio más que lo que recabó Judas: su propia condenación.

No hay más que una puerta real en la Iglesia para entrar dignamente, como llamados por Dios, en el sacerdocio: consagrarse a los oficios sacerdotales exclusivamente para servir a la gloria del mismo Dios.

En realidad, el honor y servicio de Dios es un deber común a todos los hombres, inherente a nuestra condición de criaturas; deber al que hemos de consagrarnos - especialmente quienes hemos recibido la gracia bautismal- con todo corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas (8). Pero quienes se encaminan al sacerdocio deben proponerse no sólo buscar la gloria de Dios en todas las cosas (deber común a todos los hombres), sino celar con particular cuidado la gloria y el honor del Señor, consagrándose a vivir y a ejercitar santamente las cargas del ministerio sagrado a que pretenden dedicarse.

Porque así como en un ejército todos los soldados obedecen las órdenes del jefe superior, mas debajo de éste hay oficiales y suboficiales, así también en la Iglesia, los consagrados por el sacramento del orden cumplen distintos oficios y ministerios entre el pueblo para que las almas rindan a Dios debidamente el obsequio que le es debido.

(4) Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para que juzgue al mundo, sino pata que el mundo sea salvo por Él (Jn 3,17). El que no honra al Hijo, no honra al Padre, que le envió (Jn 5,23).
(5) Como me envió mi Padre, así os envío yo (Jn 20,21).
(6) Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas; el asalariado, el que no es pastor, dueño de las ovejas, ve venir al lobo y deja las ovejas y huye, y el lobo arrebata y dispersa las ovejas, porque es asalariado y no se cuida de las ovejas (Jn 10,12-13).
(7) Fuéme dirigida la palabra de Yavé, diciendo: hijo de hombre, profetiza contra los pastores de Israel. Profetiza diciéndoles: Así habla el Señor, Yavé: ¡Ay de los pastores de Israel, que se apacientan a sí mismos! ¿Los pastores no son para apacentar el rebaño? Pero vosotros coméis su grosura, os vestís de su lana, matáis lo que engorda, no apacentáis a las ovejas. No confortasteis a las flacas, no curasteis a tas enfermas, no vendasteis a las heridas, no redujisteis a las descarriadas, no buscasteis a las perdidas, sino que las dominabais con violencia y con dureza. Y así andan perdidas mis ovejas por falta de pastor, siendo presa de todas las fieras del campo (Ez 34,1-5).
(8) Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el más grande y el primer mandamiento (Mt 22,37).


C) Fundones sacerdotales

Son funciones propias de los sacerdotes:

a) Ofrecer el santo sacrificio por sí y por todo el pueblo cristiano (9).

b) Predicar la palabra y la ley divina, exhortando y enseñando a los fieles a observarla con exactitud y alegría (10).

c) Administrar los sacramentos, por los cuales se nos comunica y aumenta la gracia (11).

En una palabra, los sacerdotes, separados y segregados del resto del pueblo, ejercen por las almas los más santos y sublimes ministerios.

(9) Todo pontífice tomado de entre los hombres, en favor de los hombres es instituido para las cosas que miran a Dios, para ofrecer ofrendas y sacrificios por los pecados, para que pueda compadecerse de los ignorantes y extraviados, por cuanto él está también rodeado de flaqueza, y a causa de ella debe por sí mismo ofrecer sacrificios por los pecados, igual que por el pueblo (He 5,1-3).
(10) Para que sepáis discernir entre lo santo y lo profano, entre lo puro y lo impuro, y enseñar a los hijos de Israel todas las leyes que por medio de Moisés les ha dado Yave (Lv 10,11).
Si una causa te resultare difícil de resolver, entre sangre y sangre, entre contestación y contestación, entre herida y herida, objeto de litigio en tas puertas, te levantarás y subirás al lugar que Yave, tu Dios, haya elegido, y te irás a los sacerdotes hijos de Leví, al juez entonces en funciones, y le consultarás; él te dirá la sentencia que haya de darse conforme a derecho. Obrarás según la sentencia que te hayan dado en el lugar que Yave ha elegido, y pondrás cuidado en ajustarte a lo que ellos te hayan enseñado (Dt 17,8-10).
(11) Porque yo he recibido del Señor lo que os he transmitido: que el Señor Jesús, en la noche en que fue entregado, tomó el pan y, después de dar gracias, lo partió y dijo: Ésto es mi cuerpo, que se da por vosotros; haced esto en memoria mía (1Co 11,23-24).

D) Poderes sacerdotales

Esto supuesto, analicemos cuanto a este sacramento se refiere, para que los aspirantes al sacerdocio comprendan el oficio y potestad sublime a que han sido llamados por Dios y todos caigamos en la cuenta del misterioso y sin igual poder comunicado por Dios a los ministros de su Iglesia.

Divídese el poder sacerdotal en potestad de orden y potestad de jurisdicción.

La potestad de orden es la relativa al cuerpo de Cristo en la Eucaristía; la de jurisdicción se ejerce en su Cuerpo místico; es la capacidad de gobernar y guiar a los fieles hacia la eterna bienaventuranza.

La potestad de orden no se agota con la facultad de consagrar la Eucaristía. Implica también el ministerio santo de disponer y preparar a las almas para recibir el sacramento eucarístico, como todo lo demás que de alguna manera diga relación con la misma Eucaristía.

La Escritura documenta ampliamente esta potestad. En San Juan dice el Señor: Como me envió mi Padre, así os envío yo. Recibid el Espíritu Santo; a quien perdonareis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retuviereis, les serán retenidos (Jn 20,21-23). Y en San Mateo: En verdad os digo, cuanto atareis en la tierra será atado en el cielo y cuanto desatareis en la tierra será desatado en el cielo (Mt 18,18). Testimonios que, debidamente explicados conforme a la autorizada doctrina de los Padres, iluminarán grandemente la realidad de este sagrado poder sacerdotal.

Es potestad, además, que supera infinitamente a todos los poderes sagrados que por ley natural competían a los ministros de las cosas santas. Porque también la época que precedió en la historia de la humanidad a la ley escrita debió tener un sacerdocio con poderes espirituales, como consta de hecho que tuvo una ley. Y, según el pensamiento paulino, estas dos realidades - sacerdocio y leyestán tan necesariamente unidas, que no puede existir la una sin el otro (12). Conociendo los hombres por instinto natural que Dios debe ser adorado, era lógico que cada colectividad tuviese sus ministros dedicados al culto divino con potestad y poderes de índole espiritual.

Existía también, y con mayor razón, el sacerdocio en el pueblo de Israel. Mas los poderes espirituales de los sacerdotes, si bien ya muy superiores a los del sacerdocio de la ley natural; fueron infinitamente inferiores a los de los sagrados ministros de la Ley evangélica (13). Éstos están dotados de una potestad esencialmente divina, superior por su eficacia a la de los mismos ángeles, que tiene su origen no en Moisés, sino en el mismo Jesucristo, Sacerdote Sumo según el orden de Melquisedec. Poseyendo Él el sumo poder de conferir la gracia y de perdonar los pecados, quiso dejarlo a su Iglesia, que lo ejercita por medio de los sacerdotes en la administración de los sacramentos.

(12) Mudado el sacerdocio, de necesidad ha de mudarse también la ley (He 7,12).
(13) El apóstol San Pablo nos ha dejado magistralmente expuestas la diferencia y superioridad del sacerdocio evangélico sobre el levítico en su Epístola de los Hebreos:
El levítico ejercía su ministerio en el tabernáculo de la tierra donde, según la Escritura (), moraba el Señor en medio de su pueblo; Jesucristo ejerce su sacerdocio en el tabernáculo del cielo, en la presencia del Padre, donde está intercediendo siempre por nosotros:
Tenemos un Pontífice que está sentado a la diestra del trono de la Majestad de los cielos; ministro del santuario y del tabernáculo verdadero, hecho por el Señor, no por el hombre (He 8,1-2).
El levítico respondía a una alianza sinaítica; el de Cristo, a una alianza nueva, espiritual, que supone la abrogación de la antigua, según lo habían anunciado los profetas:
Pues, si la perfección viniera por el sacerdocio levítico (pues bajo él recibió el pueblo la Ley), ¿qué necesidad había de suscitar otro sacerdote según el orden de Melquisedec, y no denominarlo según el orden de Arón… ?
De aquéllos fueron muchos los sacerdotes, por cuanto la muerte les impidió permanecer; pero éste, por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio perpetuo, , Y es, por tanto, perfecto su poder de salvar a los que por El se acercan a Dios, y siempre vive para ínter' ceder por ellos.
Y tal convenía que fuese nuestro Pontífice, santo, inocente, inmaculado, apartado de los pecadores y más alto que los cielos; que no necesita, como los pontífices, ofrecer cada día víctimas, primero por sus pecados y luego por los del pueblo, pues esto lo hizo una sola vez, ofreciéndose a sí mismo. En suma: la Ley hizo pontífices a hombres débiles, pero la palabra del juramento que sucedió a la Ley, instituyó al Hijo para siempre perfecto (He 7,11 He 7,23-28).
Los sacrificios de animales que ofrecían los sacerdotes de la Ley antigua no tenían valor por sí mismos, sino en cuanto expresaban la devoción de los oferentes. Su valor era, pues, muy limitado, y no podían expiar los pecados y dar al hombre la justicia perfecta con que se merece la gloria. Pero Jesucristo, Hijo de Dios, en virtud de la dignidad infinita de su persona y de la perfectísima devoción con que se ofreció a la muerte por cumplir la voluntad del Padre, realizó un sacrificio perfecto, de valor infinito, en favor de la humanidad entera. El sacrificio de la misa que cada día se celebra en la iglesia no es otro que el sacrificio de Jesucristo, que, según su mandato, se renueva para conmemorar el suyo y aplicar a los hombres los méritos infinitos que Él alcanzó:
Pues como la Ley es la sombra de los bienes futuros, no la verdadera realidad de las cosas, en ninguna manera puede con los sacrificios que cada año sin cesar le ofrecen, siempre los mismos, perfeccionar a quienes los ofrecen…
Y mientras que todo sacerdote asiste cada día para ejercer sus ministerios y ofrecer muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados. Este, habiendo ofrecido un sacrificio por los pecados, para siempre se sentó a la diestra de Dios… De manera que con una sola obligación perfeccionó para siempre a los santificados (He 10,1 He 11-14) (NÁCAR - COLUNGA, Sagrada Biblia, p. 1476-1479).

III. SIGNIFICADO DEL NOMBRE

Los ministros designados para ejercer estos divinos poderes son consagrados en la Iglesia con especiales y solemnes ritos. Esta consagración se llama sacramento del orden o sagrada ordenación; expresiones usadas constantemente por los Padres para significar la sublime dignidad de los ministros de Dios. La palabra "orden", en su riguroso y preciso significado, expresa la distribución de los seres superiores e inferiores coordinados y jerarquizados entre sí en una recíproca relación. Y ha sido oportunamente aplicada al ministerio sagrado, que consta en efecto de muchos grados y distintas funciones, jerárquicamente distribuidas según una estrecha relación de subordinación.

IV. VERDADERO Y PROPIO SACRAMENTO

El Concilio de Trento afirma que la sagrada ordenación debe contarse entre los verdaderos Sacramentos de la Iglesia (14), aplicando a ella el mismo concepto y argumento esencial para todos los sacramentos.

Sacramento, hemos repetido ya varias veces, es un signo de cosa sagrada; en él los actos externos y sensibles significan y expresan la interior eficacia que obra la gracia en el alma de quien los recibe. Ahora bien, el sagrado orden realiza en sí mismo todos estos elementos. Luego es un verdadero y propio sacramento.

Cuando el obispo entrega al ordenado de sacerdote el cáliz con vino y agua y la patena con la hostia, le dice: "Recibe la potestad de ofrecer el sacrificio… ", etc. La Iglesia ha enseñado siempre que por estas palabras, mientras se hace la entrega de la materia sensible, se confiere la efectiva potestad de consagrar la Eucaristía y se imprime en el alma el carácter, con la adjunta gracia necesaria para el válido y legítimo ejercicio de este ministerio (15). Así lo expresa claramente San Pablo en aquellas palabras a Timoteo: Te amonesto que hagas revivir la gracia de Dios que hay en ti por la imposición de mis manos. Que no nos ha dado Dios espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de templanza (2Tm 1,6-7).

(14) La mayor parte de los protestantes de todos los tiempos han puesto especial interés en negar y menospreciar la existencia de una verdadera y sagrada jerarquía en la Iglesia de Cristo. Pero sus más enconados tiros han ido siempre dirigidos contra la auténtica sacramentalidad del orden.
Según unos - los más rabiosos enemigos del sacerdocio católico-, se trata de una mera invención de los hombres, "hombres inexpertos en asuntos eclesiásticos". Según otros, los más benignos, el sacerdocio no es más que uno de tantos servicios necesarios en la comunidad, un género de rito, a lo sumo, por el que se seleccionan los ministros de la palabra de Dios y de los sacramentos.
Posteriormente, los modernistas pretenderán derivar la doctrina católica del sacramento del orden de un lógico proceso de la historia. Según antiquísima costumbre de la Iglesia - dicen-, el jefe de la comunidad cristiana debía presidir las funciones litúrgicas; poco a poco, estos presidentes fueron desempeñando nuevos ministerios, actualmente atribuidos a los sacerdotes. Y sólo por este proceso histórico se llegó al concepto actual de sacramento.
Contra unos y otros ha fulminado la Iglesia sus más graves anatemas:
"Si alguno dijere que el Orden, o sea la sagrada ordenación no es verdadera y propiamente Sacramento, instituido por Cristo Nuestro Señor, o que es una invención humana, excogitada por hombres ignorantes de las cosas eclesiásticas, o que es sólo un rito para elegir a los ministros de la palabra de Dios y de los Sacramentos, sea anatema". Trid., s. XXIII, c. 3, del Sacramento del Orden: DS 963).
"Si alguno dijere que con las palabras: "Haced esto en memoria mía" (Lc 22,19) Cristo no instituyó sacerdotes a sus apóstoles, o que no les ordenó que ellos y los otros sacerdotes ofrecieran su cuerpo y su sangre, sea anatema" (C. Trid., ses. XXII, c. 2 sobre el Sacrificio de la Misa: DS 949).
"Cuando la cena cristiana fue tomando poco a poco carácter de acción litúrgica, los que acostumbraban presidir la cena adquirieron carácter sacerdotal" (error condenado por el Decreto del Santo Oficio Lamentabili, a. 1907: DS 2049).
"Si alguno dijere que por la sagrada ordenación no se da el Espíritu Santo, y que por lo tanto en vano dicen los obispos: Recibe el Espíritu Santo", o que por ella no se imprime carácter; o que aquel que una vez fue sacerdote puede nuevamente convertirse en laico, sea anatema" (Trid., ses. XXIII, c. 4, del Sacramento del Orden: DS 964).
(15) Los teólogos católicos habían discutido hasta ahora sobre cuál de las varias ceremonias con que se ordena a los ministros de la Iglesia era la esencial; es decir, puesta ella, se tiene ya el sacramento (en las órdenes que ciertamente son sacramento: diaconado, presbiterado y episcopado), aunque todas las demás se omitan.
A tres principalmente se reducían las sentencias de los teólogos:
1) Para unos era la imposición de las manos.
2) Para otros, la entrega del libro en el diaconado y episcopado, y la del cáliz y patena, con el agua, vino y forma, en el presbiterado.
3) Otros, finalmente, exigían como esenciales una y otra ceremonia: la imposición de las manos y la entrega del libro, cáliz y patena.
Hoy día, después de la decisión formal de Pío XII en la constitución apostólica Sacramentum Ordinis, del 30 de noviembre de 1947 (AAS (1948) 6ss.), no cabe discrepancia. El Sumo Pontífice ha zanjado la cuestión: "Con nuestra suprema autoridad declaramos y en cuanto se requiere decretamos y disponemos que la única materia en la ordenación de los diáconos, presbíteros y obispos es la imposición de manos". Y, puesto que en la ordenación de los sacerdotes hay tres imposiciones de manos, el documento pontificio concreta que la materia de la ordenación es la primera, que se hace en silencio, y no su continuación con la diestra extendida sobre los que reciben el presbiterado; ni la última, en que se les dice: "Recibid el Espíritu Santo. A aquellos a quienes perdonareis sus pecados, les serán perdonados…, etc. "


V. ÓRDENES MAYORES Y MENORES

"Siendo cosa divina - en frase del Concilio - el ministerio de tan santo sacerdocio, fue conveniente para su más digno y santo desarrollo que la legislación eclesiástica pensase en establecer una jerarquía que desde la tonsura clerical ascendiese por grados a las órdenes menores y mayores (16). Según la constante tradición de la Iglesia estos órdenes son siete: ostiariado, lectorado, exorcistado, acolitado, subdiaconado, diaconado y sacerdocio.

La jerarquía de estos órdenes está determinada por la relación de cada uno de ellos con el sacrificio de la misa y con la administración de la Eucaristía, para lo cual fueron instituíais.

Se divide en "mayores" o sagrados, y "menores". A los primeros pertenecen el sacerdocio, el diaconado y el subdiaconado; a los segundos, los restantes. Diremos unas palabras de cada uno de ellos.

(16) C. Trid., ses. XXIII, c. 2: DS 958. Doctrina expresamente definida después en los cánones 6 y 2 de la misma sesión (DS 966 DS 962):
"Sí alguno dijere que en la Iglesia Católica no existe una jerarquía, instituida por ordenación divina, que consta de obispos, presbíteros y ministros, sea anatema".
"Si alguno dijere que, fuera del Sacerdocio no hay en la Iglesia Católica otras órdenes, mayores y menores, por los que, como por grados se tiende al Sacerdocio, sea anatema".
Mas quede bien claro que no hay varios sacramentos del orden, sino un solo orden conferido sucesiva y progresivamente por acciones espirituales distintas, pero formando un único todo moral.
No se divide este sacramento como un todo en partes ni como un género en especies, sino como un todo potestativo, cuya naturaleza consiste en que el todo está enteramente en una de sus divisiones (el grado supremo: episcopado) y parcialmente en las demás.

A) Tonsura

La sagrada tonsura no es propiamente un orden, sino "una preparación para recibir las órdenes". Del mismo modo que nos preparamos para el bautismo con los exorcismos, y para el matrimonio con los esponsales, también la tonsura, consagrando al candidato a Dios con el corte del cabello - símbolo de lo que deberá ser en su vida - abre la puerta para el sacramento del orden (17).

El tonsurado queda convertido en "clérigo". Este nombre significa que en adelante Dios constituirá su elección y su herencia. A quienes en el pueblo hebreo eran destinados al culto divino prohibió el mismo Dios se les asignase parte alguna en la división de la Tierra Prometida, diciéndoles: Soy yo tu parte y tu heredad en medio de los hijos de Israel (NM 18,20). Porque si es cierto que Dios es la heredad de todos los hombres, no lo es menos que debe serlo de manera muy especial para quienes se han consagrado al ministerio sagrado.

Realízase la tonsura con el corte de los cabellos en forma de corona. Esta corona debe conservarse perpetuamente (18) y agrandarse a medida que el tonsurado asciende a los restantes órdenes superiores.

Tal práctica parece remontarse a los tiempos apostólicos. De ella nos hablan Padres tan antiguos como San Dionisio Areopagita (19), San Agustín (20) y San Jerónimo (21). Y algunos de estos escritores afirman que introdujo este rito el mismo Príncipe de los Apóstoles en memoria de la corona de espinas impuesta a Cristo en la pasión, para que los apóstoles llevaran como honor y gloria lo que los judíos inventaron para vergüenza y martirio del Salvador y para significar que todos los ministros de la Iglesia deben reproducir fielmente en sí la imagen y el ejemplo de Jesucristo.

Otros Padres ven simbolizada en esta señal exterior la dignidad real de los que han sido llamados al soberano servicio de Dios. A nadie mejor que a los sagrados ministros convienen con toda propiedad y evidencia las expresiones con que San Pedro designaba a todo el pueblo cristiano: "Vosotros sois linaje escogido, sacerdocio real, nación santa" (1P 2,9).

Algunos por fin sostienen que la forma circular de la tonsura - la más perfecta de todas las formas - simboliza la profesión más perfecta de vida, que han abrazado los clérigos; y que el corte de los cabellos - cosa vana y superflua en el hombre - expresa el desprecio y la renuncia al mundo exterior, con todas sus vanidades, y el apartamiento del alma de todas las preocupaciones terrenas

(17) Ni el Código de Derecho canónico ni el Concilio Tridentino incluye la tonsura en el número de las órdenes sagradas.
(18) "Vistan todos los clérigos traje eclesiástico decente, según las costumbres admitidas en el país y las prescripciones del ordinario local. Lleven tonsura o corona clerical, si no aconsejan otra cosa las costumbres corrientes en los países" (CIS 136; cf. CIS 2379).
(19) SAN DIONISIO, De Eccl. hierar., c. 6: PG 3,535.
(20) SAN AGUSTÍN, Serm. de contemptu mundi: MI. 40,1215.


B) Ostiariado

A la tonsura sigue como primer grado de las órdenes el ostariado.

Oficio del ostiario era en los primeros tiempos custodiar las llaves del templo y cerrar sus puertas, no permitiendo su acceso a él a quienes no tenían el derecho de hacerlo. Asistía también al santo sacrificio de la misa, vigilando que nadie se acercase demasiado al altar y molestase al sacerdote en su celebración.

Otras incumbencias del ostiario pueden colegirse del ceremonial de su ordenación. El obispo, entregándole las llaves tomadas del altar, le dice: "Pórtate como quien ha de dar cuenta a Dios de las cosas que guardan estas llaves".

Puede darnos una idea de la antigüedad de este orden en la Iglesia el hecho de que aun hoy el oficio de tesorero o custodio de la sacristía - que antiguamente competía al ostiario - es un título de honor en la Iglesia.

C) Lectorado

El segundo grado del orden es el lectorado.

Al lector pertenecía leer en la iglesia en voz alta los libros de la Sagrada Escritura, especialmente las lecciones intercaladas en los maitines.

Era también incumbencia suya la primera instrucción cristiana de los catecúmenos. Por eso el obispo en su ordenación, entregándole el libro de la Sagrada Escritura en presencia del pueblo, le dice: "Recibe y sé promulgador de la palabra de Dios, teniendo parte con aquellos que desde el principio administraron bien la palabra divina si fielmente y con provecho cumplieres tu oficio".

D) Exorcistado

El tercer grado del orden es el exorcistado.

Al exorcista se le confiere la potestad de invocar el nombre de Dios sobre los endemoniados. Por esto el obispo, al ordenarles, les presenta el libro que contiene los exorcismos y les dice: "Tomad y aprendedlo de memoria y recibid potestad de imponer las manos sobre los energúmenos, ya sean bautizados, ya catecúmenos".

E) Acolitado

El cuarto y último de los órdenes menores es el acolitado.

Oficio del acólito es asistir y ayudar a los ministros mayores - diácono y subdiácono - en el sacrificio del altar. Llevan además y custodian las luces encendidas durante la celebración de la santa misa, especialmente durante la lectura del evangelio. Por esto se les llama también "ceroferarios".

El obispo, al ordenarles, les amonesta primero solemnemente sobre sus deberes, después entrega a cada uno una vela, diciéndoles: "Tomad el candelero con la vela y sabed que os dedicáis a encender las luces de la Iglesia en el nombre del Señor." Por último les hace tocar las vinajeras vacías, en las que se administra el agua y el vino para el sacrificio, diciéndoles: "Tomad las vinajeras para servir el vino y el agua para la sangre de Cristo en la Eucaristía en el nombre del Señor".

F) Subdiaconado

Es el primero de los órdenes mayores o sagrados.

Oficio del subdiácono es - como su mismo nombre indica - servir al diácono en el altar. Prepara los corporales, el cáliz, el pan y el vino para la celebración de la misa; ofrece el agua al obispo y al sacerdote cuando se lavan las manos; canta la epístola, que antiguamente era leída por el diácono, y asiste como testigo a todo el desarrollo del divino sacrificio, cuidándose de que nadie moleste al sacerdote durante su celebración.

Las solemnes ceremonias de su ordenación ponen de relieve los santos ministerios del subdiaconado. El obispo le advierte en primer lugar que el sagrado orden va unido a la ley de la castidad perfecta, y que ninguno será admitido en él si no promete con voluntad libre guardarla in - condicionalmente. Luego, después de recitar solemnemente las letanías, enumera y comenta los oficios y obligaciones del subdiaconado. Terminado lo cual, cada uno de los ordenados recibe del obispo el cáliz y la sagrada patena, y del arcediano (para significar que el subdiácono ha de servir al diácono en su oficio) las vinajeras llenas de vino y agua, con la palangana y la toalla, mientras el obispo pronuncia estas palabras: "Considerad qué ministerio se os entrega; por tanto, os amonesto que os conduzcáis en él de modo que podáis agradar a Dios. " Siguen otras oraciones. Y por último, después de imponer al subdiácono los ornamentos sagrados, con especiales fórmulas y ceremonias para cada uno de ellos, el obispo les entrega el libro de las Epístolas, diciéndoles: "Tomad el libro de las epístolas y tened potestad de leerlas en la santa Iglesia de Dios, así por los vivos como por los difuntos. "

G) Diaconado

El segundo de los órdenes mayores es el diaconado, ministerio de más amplia función y de más insigne santidad que el subdiaconado.

Pertenece al diácono seguir siempre al obispo, asistiéndole mientras predica, como también al sacerdote cuando celebra o administra los sacramentos, y cantar el evangelio en la Misa solemne.

Antiguamente pertenecía también al diácono el amonestar a los fieles sobre la asistencia y debida atención en las sagradas funciones, distribuir la Eucaristía bajo la especie de vino (22) y administrar los bienes eclesiásticos, proveyendo a cada uno lo necesario para sus necesidades.

Debían también los diáconos vigilar - como ojos del obispo - sobre la vida religiosa de la comunidad cristiana y sobre la frecuencia de los fieles a las funciones litúrgicas, advirtiendo de todo ello al obispo para que éste pudiera hacer a cada uno las debidas admoniciones en secreto o en público, según lo juzgara más oportuno.

Debían por último llevar nota de los catecúmenos y presentar al obispo los nombres de quienes habían de ser ordenados. En ausencia del obispo y del sacerdote, podían también explicar el Evangelio, mas no desde el pulpito, para significar la excepcionalidad de este oficio.

San Pablo nota cuidadosamente la obligación de impedir a los indignos el acceso a este sagrado orden, prescribiendo a Timoteo las costumbres, virtudes y pureza de vida que deben adornar a los diáconos (23).

Suficientemente lo significan también los ritos y ceremonias solemnes con que son ordenados por el obispo. Usando oraciones más largas y más fervientes que en la ordenación del subdiácono, reviste al ordenando con nuevos ornamentos. Impónele, además, las manos, como hicieron los apóstoles - según los Hechos - en la ordenación de los primeros diáconos (24). Por último, le entrega el libro de los Evangelios, diciendo: "Recibe la potestad de leer el Evangelio en la Iglesia de Dios, así por los vivos como por los difuntos, en el nombre del Señor.

(21) SAN JERÓNIMO, Epist. ad Nepotianum: PL 22,527ss.
(22) Los doce, convocando a la muchedumbre de los discípulos, dijeron: No es razonable que nosotros abandonemos el ministerio de la palabra de Dios para servir a las mesas; elegid, hermanos, de entre vosotros, a siete varones estimados) de todos, llenos de espíritu y de sabiduría, a los que constituyamos sobre este ministerio, pues nosotros debemos atender a la oración u al ministerio de la palabra (Ac 6,2-4).
(23) Conviene que los diáconos sean honorables, exentos de doblez, no dados al vino ni a torpes ganancias; que guarden el misterio de la fe en una conciencia pura. Sean probados primero, g luego ejerzan su ministerio, si fueren irreprensibles (1Tm 3,8-10).
(24) Fue recibida la propuesta (de elegir los diáconos) por toda la muchedumbre, y eligieron a Esteban, a Felipe…, los cuales fueron presentados a los apóstoles, quienes, orando, les impusieron las manos (Ac 6,5-6).


H) Sacerdocio

El tercer y supremo grado de las órdenes mayores es el sacerdocio.

Con dos nombres suelen designar los Padres de la Iglesia a quienes lo reciben; unos les llaman presbíteros (palabra que en su etimología griega equivale a "anciano"), no sólo por la necesaria madurez de los años, sino mucho más por la gravedad de costumbres, doctrina y prudencia indispensables, según aquello del Salmo: Que la honrada vejez no es la vida de los muchos años, ni se mide por el número de días. La prudencia es la verdadera canicie del hombre, y la verdadera ancianidad es una vida inmaculada (Sg 4,8-9). Otros les designan con el nombre de sacerdotes, porque están consagrados a Dios y porque tienen poder para administrar los sacramentos y tratar las cosas santas y divinas.

La Sagrada Escritura distingue un doble sacerdocio: uno interno y otro externo.

1) SACERDOCIO INTERNO. -

Pertenece a todos los fieles en virtud del bautismo, y especialmente a los justos, que poseen el espíritu de Dios y se convierten por la gracia en miembros vivos de Cristo, Sumo Sacerdote. En virtud de este sacerdocio, los fieles, con una fe inflamada de caridad, ofrecen a Dios víctimas espirituales sobre el altar de su alma. Son todas las obras buenas y enderezadas a la gloria de Dios. El Apocalipsis dice: Jesucristo nos ama, y nos ha absuelto de nuestros pecados por la virtud de su sangre, y nos ha hecho un reino y sacerdotes de Dios, su Padre (Ap 1,5-6). Y el Príncipe de los Apóstoles: Vos - otros, como piedras vivas, sois edificados en casa espiritual por Jesucristo (1P 2,5). San Pablo nos exhorta igualmente: Os ruego, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos como hostia viva, santa, grata a Dios; éste es vuestro culto racional (Rm 12,1). Y mucho antes David: El 'Sacrificio grato a Dios es un corazón contrito. Tú, ¡oh Dios!, no desdeñes un corazón contrito y humillado (Ps 50,19). Testimonios todos que evidentemente se refieren al sacerdocio interior.

2) SACERDOCIO EXTERNO. -

El sacerdocio exterior, en cambio, no pertenece indistintamente a todos los fieles, sino sólo a un restringido número de elegidos, ordenados y consagrados a Dios por la legítima imposición de las manos y las solemnes ceremonias de la Iglesia y destinados a ejercer específicos ministerios sagrados (25).

La distinción de este doble sacerdocio puede verse ya en el Antiguo Testamento. Del interior nos hablaba el citado texto de David. Y son conocidos los graves preceptos impuestos por Dios a Moisés y a Arón para el ejercicio del sacerdocio externo (26). A él estaba destinada toda la tribu de Leví para servicio del templo, con prohibición taxativa de que ninguna otra tribu se arrogase estas funciones sacerdotales (27). Tanto que el mismo rey Ozías fue castigado por Dios con la lepra por haber usurpado un oficio sacerdotal, pagando gravísimamente su arrogante sacrilegio (28). Y en el Evangelio se conserva claramente esta misma distinción de sacerdocio.

Aquí nos referimos exclusivamente al sacerdocio externo, conferido a determinados hombres, porque sólo éste es el que corresponde al sacramento del orden.

Los oficios de los sacerdotes son: ofrecer a Dios el sacrificio de la misa y administrar los sacramentos instituidos por Jesucristo.

Estos oficios están claramente expresados en las ceremonias de la ordenación. El obispo que consagra al nuevo sacerdote, primeramente le impone las manos, a la vez que todos los sacerdotes presentes. Después, poniéndole la estola sobre los hombros, la hace bajar sobre el pecho en forma de cruz, significando con ello que el sacerdote recibe del cielo la fuerza necesaria para llevar la cruz de Cristo y el yugo de la divina ley, de la cual él ha de ser abanderado, no sólo con la palabra, sino, y sobre todo, con el ejemplo elocuente de su santa vida. Le unge después las manos con el óleo santo y le entrega el cáliz con el vino y la patena con la hostia, diciéndole: "Recibe la potestad de ofrecer el sacrificio a Dios y de celebrar misas tanto por los vivos como por los difuntos". Queda constituido así el sacerdote representante y mediador entre Dios y los hombres, y ésta constituirá su suprema misión sobre la tierra. Por último, imponiéndole por segunda vez las manos sobre la cabeza, el obispo le dice: "Recibe el Espíritu Santo; a aquellos a quienes perdonares sus pecados, les serán perdonados, y aquellos a quienes se los retuvieres, les serán retenidos", confiriéndole así aquella divina potestad de atar y desatar los pecados que concedió Cristo a los Doce (29).

3) GRADOS DIVERSOS DEL SACERDOCIO. - Aunque es único el sacerdocio en la Iglesia, reviste, sin embargo, múltiples grados de autoridad y dignidad.

1.° Un primer grado está constituido por los simples sacerdotes, cuyas sagradas atribuciones acabamos de exponer.

2.° El segundo grado es el de los obispos, puestos a la cabeza de cada una de las diócesis para gobernar a los demás ministros de la Iglesia y a los fieles, cuidando con el máximo celo y diligencia de su eterna salvación. Por esto en las Sagradas Escrituras se les da frecuentemente el nombre de pastores. Su oficio está descrito por San Pablo en su discurso a los de Éfeso, que nos refieren los Hechos (30). También San Pedro en su primera Carta formula una regla divina del ministerio episcopal (31); regla que los obispos deberán tener siempre muy presente para ser efectivamente buenos pastores. Llamárnosles también pontífices, término tomado del paganismo, en el que eran llamados pontífices los príncipes de los sacerdotes.

3.° El tercer grado es el de los arzobispos, que presiden a varios obispos. Se les llama también "metropolitanos", por ser prelados de ciudades consideradas como "madres" (matrices) de otras ciudades en la misma provincia. Les pertenecen, por derecho, honores y poderes superiores a los de los obispos, aunque en nada se diferencian de ellos en cuanto a la sagrada ordenación.

4.° El cuarto es el de los patriarcas, primeros y supremos Padres. Antiguamente, fuera del Sumo Pontífice, no había en la Iglesia más que cuatro patriarcas, diferentes todos ellos en dignidad. El primero era el de Constantinopla, el cual, aunque fue el último al que se concedió el honor patriarcal, era considerado el superior en dignidad, por serlo de la ciudad capital del Imperio. Seguíale después el de Alejandría, iglesia fundada - por mandato de San Pedro - por San Marcos Evangelista. El tercero era el de Antioquía, primera silla del Príncipe de los Apóstoles. Y, por último, el de Jerusalén, cuya sede gobernó Santiago, hermano (primo) del Señor.

5.° A la cabeza de todos, y sobre ellos, ha reconocido y venerado siempre la Iglesia católica al Sumo Pontífice Romano, a quien en el Concilio de Éfeso San Cirilo llama "Arzobispo, Padre y Patriarca de toda la tierra". El Sumo Pontífice es el obispo de Roma, y, sentado sobre la Cátedra de Pedro, reviste el más alto grado de dignidad y el más vasto ámbito de jurisdicción; y ello no por concesión de constituciones conciliares, o de decretos humanos, sino por divina investidura. Él es Padre y Pastor de todos los fieles y de todos los obispos, cualquiera sea su función y potestad. Como sucesor de Pedro y vicario legítimo de Jesucristo, preside a la Iglesia universal.

(25) "Si alguno dijere que en el Nuevo Testamento no existe un sacerdocio visible y externo, o que no se da potestad alguna de consagrar y ofrecer el verdadero cuerpo y sangre del Señor y de perdonar los pecados, sino sólo el deber y mero ministerio de predicar el Evangelio, y que aquellos que no lo predican no son absolutamente sacerdotes, sea anatema" (C. Trid., ses. XXIII el, del sacramento del orden; cf. DS 957 DS 960).
(26) Cf. Ex 28,29-40 y todo el sagrado libro del Levítico.
(27) A Arón y a sus hijos les encomendarás las unciones de su sacerdocio; el extraño que se acercare al santuario será castigado con la muerte" (NM 3,10).
(28) Cf. 2Ch 26,19.
(29) Recibid el Espíritu Santo: a quien perdonareis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retuviereis, les serán retenidos. (Jn 20,22-23).
(30) Mirad por vosotros y por todo el rebaño, sobre el cual el Espíritu Santo os ha constituido obispos para apacentar la Iglesia de Dios, que Él adquirió con su sangre (Ac 20,28).
(31) Apacentad el rebaño de Dios que os ha sido confiado no por fuerza, sino con blandura, según Dios; ni por sórdido lucro, sino con prontitud de ánimo; no como dominadores sobre la heredad, sino sirviendo de ejemplo al rebaño. Así, al aparecer el pastor soberano, recibiréis la corona inmarcesible de la gloria (1P 5,2-4).


VI. MINISTRO DEL ORDEN

La administración del sacramento del orden es de derecho exclusivo del obispo, como consta y puede probarse ampliamente en la Sagrada Escritura, en la constante tradición eclesiástica, en los testimonios unánimes de los Padres y en los decretos conciliares (32).

El hecho de que en determinados casos haya sido concedida a los abades la facultad de conferir órdenes menores, nunca mayores (33), en nada se opone al principio de que la administración del sacramento del orden es prerrogativa ordinaria y exclusiva de los obispos. Únicamente ellos pueden conferir las órdenes mayores del subdiaconado, diaconado y presbiterado.

Los obispos, según tradición apostólica constantemente observada en la Iglesia, son consagrados por tres obispos.

(32) "Si alguno dijere que los obispos no son superiores a los presbíteros, o que no tienen potestad de confirmar y ordenar, o que la que tienen les es común con los presbíteros, o que las órdenes por ellos conferidas sin el consentimiento o vocación del pueblo o de la potestad secular son inválidas, o que aquellos que no han sido legítimamente ordenados y enviados por la potestad eclesiástica y canónica, sino que proceden de otra parte, son legítimos ministros de la palabra y de los sacramentos, sea anatema" (C. Trid., ses. XXIII c. 7, del sacramento del orden: DS 967).
"El obispo consagrado es el ministro ordinario de la sagrada ordenación; lo es extraordinario aquel que, aun careciendo del carácter episcopal, tenga, o por derecho o por indulto peculiar de la Sede Apostólica, la potestad de conferir algunas órdenes" (CIS 951).
(33) Gozan del indulto de conferir la primera tonsura y las órdenes menores:
1) Para todos: a) los cardenales desde su promoción en el Consistorio, con tal de que el candidato tenga letras dimisorias de su propio ordinario (CIS 239 § 1 y 2).
b) Los vicarios y los prefectos apostólicos, los abades o prelados nullius, según el canon CIS 957.
2) Para los religiosos, el abad regular con gobierno, aunque no tenga territorio nullius, con tal de que el ordenando sea súbdito suyo en virtud de la profesión, por lo menos simple, con tal de que él sea presbítero y haya recibido legítimamente la bendición abacial. Fuera de estos casos, toda ordenación conferida por él es nula, revocado cualquier privilegio contrario, a no ser que tenga carácter episcopal (CIS 964,1).


VII. SUJETO DEL ORDEN

Réstanos ver quiénes son los sujetos idóneos capaces de recibir este sacramento, especialmente el orden sacerdotal, y cuáles son las dotes que deben presentar para poder ser admitidos a tan sublime dignidad.

Fácilmente se comprenderá que en este sacramento debe procederse en la elección del sujeto con extraordinaria cautela, si se piensa que los demás confieren a quienes los reciben una gracia de santificación personal, mientras que en éste se confiere una gracia que los ordenandos, a través del sagrado ministerio, deben participar a los demás fieles.

Y ésta es la razón por la que la Iglesia, según antiquísima costumbre litúrgica, únicamente celebra las sagradas ordenaciones en determinados días solemnes, y quiere que vayan precedidas de especiales plegarias y ayunos por parte de los fieles; que el pueblo cristiano considere como el supremo de todos sus intereses el implorar de Dios que los sagrados ministros del altar sean dignos y capaces, por la santidad de sus vidas, de desempeñar su santo ministerio con provecho para la Iglesia y para las almas.

1.° El aspirante al sacerdocio debe ante todo distinguirse por su integridad de vida y pureza de costumbres (34), no sólo porque incurriría en gravísimo sacrilegio quien osase acercarle a las sagradas órdenes con conciencia de pecado mortal, sino porque toda la vida del sacerdote debe resplandecer ante el pueblo como lámpara ardiente de virtud y de inocencia.

San Pablo insiste vigorosamente en sus Epístolas a Tito y a Timoteo (35) sobre los requisitos necesarios en los ministros sagrados. Y la Iglesia católica aplica a sus sacerdotes, en sentido estrictamente espiritual, la prohibición que en el Antiguo Testamento, y por mandato divino, excluía del sagrado ministerio a quienes tenían determinados defectos físicos (36). Una antigua costumbre eclesiástica exige que los ordenandos precedan sus órdenes con una diligente confesión.

2.° El sacerdote debe poseer además una ciencia perfecta, no sólo de cuanto se refiere a la administración de los sacramentos, sino también de la Sagrada Escritura y de la doctrina cristiana, para poder enseñar al pueblo los misterios de la fe y los mandamientos de la ley divina y estimular las almas a la virtud y a la piedad, apartándolas del pecado (37).

Porque dos son los principales oficios del sacerdote: administrar los sacramentos e instruir en la religión cristiana a los fieles que tienen encomendados. El profeta Malaquias dice: Los labios del sacerdote han de guardar la sabiduría y de su boca ha de salir la doctrina, porque es un enviado de Yave Sabaot (Mal. 2,7). Y si puede cumplir el primer oficio con una ciencia mediocre, no así el segundo, que exige una ciencia profunda. Sin que esto signifique que todos los sacerdotes han de poseer una misma cultura y extraordinaria erudición, ya que no todos habrán de ser destinados a cargos de especiales exigencias.

3.° No puede ser conferido el sacramento del orden a los niños ni a los locos o exaltados, privados del uso de la razón; aunque, en el caso de que se les administrase, se les imprimiría igualmente el carácter sacramental.

Los decretos del Concilio de Trento fijan expresamente la edad en que pueden ser conferidas cada una de las órdenes (38).

4.° Deben también excluirse de este sacramento los esclavos. Difícilmente podría dedicarse al culto divino quien no es dueño de su persona ni de sus actos (39).

5.° Tampoco pueden ser admitidos los sanguinarios y homicidas, que por ley eclesiástica son irregulares (40).

6.° Igualmente deben excluirse todos aquellos que no han nacido de legítimo matrimonio (41). Ha sido siempre criterio constante de la Iglesia que sus ministros sagrados no tengan absolutamente nada, en sí o en sus vidas, que pueda exponerles al desprecio o a la irrisión.

7.° Por último, deben ser rechazados también los físicamente deformes o defectuosos, porque su falta o deformidad constituiría una repugnancia y a veces un obstáculo para la administración de los sacramentos (42).

(34) "Los clérigos deben llevar una vida interior y exterior más santa que los seglares y sobresalir como modelos de virtud y buenas obras" (CIS 124).
"Para que alguien pueda lícitamente ordenarse, se requiere que sus costumbres sean conformes con el orden que han de recibir" (CIS 974).
(35) Es preciso que el obispo sea inculpable, como administrador de Dios; no soberbio, ni iracundo, ni dado al vino, ni pendenciero, ni codicioso de torpes ganancias, sino hospitalario, amador de los buenos, modesto, justo, santo, continente, guardador de la palabra fiel: que se ajuste a la doctrina de suerte que pueda exhortar con doctrina sana y argüir a los contradice (Tt 1,7-9). Cf. 1Tm 3,8-10.
(36) Habla a Arón y dile: Ninguno de tu estirpe, según sus generaciones que tenga una deformidad corporal, se acercará a ofrecer el pan de tu Dios. Ningún deforme se acercará, ni ciego, ni cojo, ni mutilado, ni monstruoso, ni quebrado de pie o de mano, ni jorobado, ni enano, ni bisojo, ni sarnoso, ni tiñoso, ni hernioso. Ninguno de la estirpe de Arón que tenga una deformidad corporal se acercará para ofrecer las combustiones de Yave (Lv 21,17-21).
(37) "Nadie, sea secular o religioso, debe ser promovido a la primera tonsura antes de haber comenzado el curso teológico.
No debe conferirse el subdiaconado si no es hacia el fin del tercer año del curso teológico; ni el diaconado antes de haber comenzado el cuarto año; ni el presbiterado si no es después de la mitad del mismo año cuarto.
El curso teológico debe ser hecho no privadamente, sino en algún centro docente de los fundados para eso según el plan de estudios determinado en el cn. 1365 (CIS 976).
(38) La edad legítima para poder acercarse a las sagradas órdenes ha sido establecida por el Código de Derecho Canónico:
"No debe conferirse el subdiaconado antes de haber cumplido veintiún años de edad; ni el diaconado antes de haber cumplido los veintidós; ni el presbiterado antes de haber cumplido los veinticuatro" (CIS 975).
No se señala edad fija para recibir la tonsura y órdenes menores; pero al exigir el canon 976 que los candidatos deben estar ya en el curso teológico, se infiere que no pueden ser ordenados antes de la edad que para esos estudios se requiere.
(39) Cf. CIS 987,4.
(40) "Son irregulares por delito: los que cometieron homicidio voluntario o procuraron el aborto de un feto humano, si se realizó el aborto, y todos los cooperadores" (CIS 985,4).
(41) "Son irregulares por defecto: los hijos ilegítimos, tanto si su ilegitimidad es pública como si es oculta, a no ser que hayan sido legitimados o hayan hecho profesión de votos solemnes" (CIS 984,1).
(42) "Son irregulares por defecto: los defectuosos de cuerpo, si no pueden ejercer con seguridad los ministerios del altar, a causa de su debilidad, o decorosamente, a causa de su deformidad…; los que son o han sido epilépticos, amentes o poseídos del demonio" (CIS 984,2 y 3).


VIII. EFECTOS DEL SACRAMENTO

Veamos por último los efectos de este sacramento.

Si bien es cierto que el orden sagrado tiene como fin principal la utilidad general de la Iglesia, también lo es que confiere a quien lo recibe los siguientes dones:

1) La gracia santificante, con la cual se hace idóneo para cumplir rectamente su oficio y administrar los sacramentos, lo mismo que la gracia del bautismo concede a las almas la capacidad de recibirlos.

2) La gracia de un especial poder respecto al sacramento de la Eucaristía. Plenitud de poder en el sacerdote, que puede consagrar el cuerpo y la sangre del Señor; y la gracia mayor o menor en los ministros inferiores, según que el orden recibido por cada uno les acerque más o me nos al servicio del sacramento eucarístico.

3) Esta gracia especial constituye el carácter. Por él los ordenandos se distinguen de los simples fieles, en virtud de una señal interior impresa en sus almas, que les vincula al culto divino. A esto quizá alude San Pablo cuando escribe a Timoteo: No descuides la gracia que posees, que te fue conferida, en medio de buenos augurios, con la imposición de manos de los presbíteros (1Tm 4,14).

Y en otro lugar: Por esto te amonesto que hagas revivir la gracia de Dios que hay en ti por la imposición de mis manos (2Tm 1,6) (43).

Y basten estas sencillas reflexiones sobre el sacramento del orden, con las que los sacerdotes podrán formar a los fieles en la piedad cristiana (44).


(43) "Si alguno dijere que por la sagrada ordenación no se da el Espíritu Santo, y que por lo tanto en vano dicen los obispos: "Recibe el Espíritu Santo"; o que por ella no se imprime carácter; o que aquel que una vez fue sacerdote puede nuevamente convertirse en laico, sea anatema" (C. Trid., ses. XXIII, cn. 4, del Sacramento del Orden: DS 964).
Este carácter se confiere con toda certeza en la consagración episcopal, en el presbiterado y el diaconado, siendo objeto de controversia respecto a las demás órdenes.
No se trata de una mera marca externa, ni de una simple diputación o dedicación. No es fruto de cualidades humanas (como era en Babilonia la casta), ni de una larga preparación intelectual, penitencial o ascética. El carácter del orden es una viva participación del sacerdocio de Jesucristo, una comunicación de sus funciones sacerdotales. En virtud de esta huella sagrada, de esta marca impresa en su alma, el sacerdote se asocia realmente al sacerdocio de Jesús y se convierte en medianero entre los hombres y la divinidad.
Carácter perpetuo e indeleble -Por esta razón debe incluirse el sacramento del orden en el número de los que no pueden reiterarse. Todo sacerdote lo es para siempre. Precisamente en el carácter radica su diferencia con otras cosas sagradas (templos, altares…), que pueden perder su consagración. El carácter sacerdotal resiste la acción corrosiva del pecado, la acción aniquiladora de la muerte, la misma acción vengativa de las penas eternas del infierno. Nada será capaz de consumirle ni de mellarle.
Todo sacerdote fue señalado por Dios, y haga lo que haga, esta marca jamás dejará de estar adherida a su alma para siempre. Será en vano que se arrepienta de haberse entregado a Dios y proteste contra su estado. Será en vano que abandone los altares y se despoje de las vestiduras sagradas. Será en vano que abandone su vida santa para entregarse a una vida mundana. Será inútil todo esfuerzo por borrar su fisonomía, su manera de ser, sus costumbres…, todo lo que le recuerde que es sacerdote. La marca divina le perseguirá a todas partes, en la tierra, en el cielo y en el infierno. Dios le dio, al hacerle sacerdote, un don sin arrepentimientos: haga de él el uso que le plazca, lo ha de guardar como suyo y para siempre.
(44) Una última palabra sobre la realidad de nuestros sacerdotes. Todos los hombres - los de casa y los extraños - le miran con curiosidad; a todos les tienta el deseo de penetrar en el secreto de sus vidas, en la intimidad de su misterio. Todos más o menos hacen sus cálculos y emiten sus opiniones. Pero ¡qué pocos son los que llegan ni siquiera a sospechar lo que encierra y supone la vida y el alma de cualquier sacerdote!
I) ¿QUÉ PIENSAN LOS HOMBRES DEL SACERDOTE? Para muchos se trata de un ser extraño, de un hombre que viste y vive de manera distinta que el resto del mundo. Para otros, la sotana es el símbolo de un servidor asalariado de la Iglesia. Para la masa, los del montón, el sacerdote es un funcionario con el que tienen que habérselas tres o cuatro veces en su vida: en el bautismo, en la primera comunión, en el matrimonio y en el entierro. Como el Hijo de Dios, que vino a este mundo y los suyos no le reconocieron, sus ministros son también con frecuencia, para los suyos, los "grandes desconocidos". Si analizamos un poco más el pensamiento de los hombres sobre el sacerdote, veremos que:
a) Para sus enemigos, para quienes no aguantaron ni la presencia ni el mensaje de Jesús, el sacerdote es un ser peligroso y vitando, enemigo de su felicidad y de sus placeres; un ser que no les deja vivir en paz en el sueño de su vida ficticia. No aguantan el golpear incesante de ese martillo de Dios que les grita eternidad, justicia divina, polvo y caducidad de las cosas de abajo…, y le apodan el "hipócrita explotador de la ingenuidad y sencillez del pueblo".
b) Para los mundanos y frívolos se trata de un "pobre hombre", digno de lástima, porque no se sentó al ruidoso y vacío festín de los placeres de la tierra.
c) Para los calculadores y economistas - en realidad teóricos del ateísmo y profesionales del materialismo-, el sacerdote es el testigo irritante de un pasado caduco, el parásito molesto de la sociedad, donde todos menos él trabajan y construyen.
d) Para muchos que se dicen católicos, los que se empeñan en naturalizarle, en humanizarle, el sacerdote es un funcionario más, un profesional que vive de su carrera y trabajo, a quien a veces compadecen y a veces buscan porque les interesa su apoyo, su influencia, su recomendación, la credencial de su personalidad.
e) Para no pocos, cristianos también, los que Bolamente quieren ver un aspecto derivado o unos rasgos accesorios, el sacerdote logra ascender en la escala de sus valoraciones hasta la categoría de algo respetable y aun admirable Pero su respeto se funda casi siempre en un interés subconsciente: "al fin, un hombre de carrera, culto, más o menos influyente, moralizador de la sociedad, buen educador de nuestros hijos, consejero único para casos apurados… "
II) Y ¿QUÉ ES UN SACERDOTE? Vayamos también por partes:
1) Desde un punto de vista teológico, el sacerdote es el hombre de Dios, ministro de Cristo y dispensador de sus misterios entre los hombres.
El hombre de Dios. - El hombre que sólo debe vivir en Dios y para Dios, con quien comparte las más sublimes operaciones: engendrar al Hijo sobre el ara del altar, perdonar los pecados y santificar a las almas. Investido de poderes sobrehumanos, tiene por misión continuar y acabar en la tierra la obra inefable iniciada por Jesús en la cruz.
El hombre de los hombres. - El protector nato de los pobres y afligidos, el consejero, abogado, amigo y maestro de todos. Apartado de la familia, sin familia, él ha de armonizar las diferencias entre padres e hijos, entre maridos y esposas, entre hermanos y extraños. Tiene obligación de saberlo todo, de decirlo todo, y su palabra cae siempre sobre las inteligencias y los corazones con la autoridad de una misión divina.
Estos son los sacerdotes, todo sacerdote. No tratamos con ello de justificar vidas individuales ni de negar hechos innegables, por tristes y dolorosos que nos resulten. Puede haber sacerdotes que no encarnen en la realidad de sus conductas la maravillosa grandeza de su carácter. Una de las más graves calamidades con que Dios amenaza a su pueblo prevaricador es no precisamente el hambre, la guerra o la peste, sino enviarle malos pastores, guías pésimos, que les conducirán a su perdición y ruina. Puede haber sacerdotes indignos que arrastren una vida envuelta en el remolino mundano de negocios y placeres; hasta pueden llegar a abandonar los altares y sus vestiduras sagradas y, en un empeño frustrado de borrar su misma fisonomía sacerdotal, derramarse en amores sacrilegios. Pero en nada se opone todo ello - tan sangrante y doloroso para la Iglesia de Dios- a la tesis sentada. Sólo clavando los ojos en Cristo, cuyas prolongaciones visibles son los sacerdotes, lograremos entender y armonizar lo que a primera vista parece incompaginable.
Todo sacerdote posee, como Cristo, una doble realidad: la de sus vidas humanas y la de su carácter y poderes divinos. Realidades no yuxtapuestas o unidas accidentalmente, sino fusionadas e identificadas en unidad perfecta; inseparables, como inseparables son las dos naturalezas en la persona divina de Cristo, Dios verdadero y hombre verdadero.
En virtud del carácter y de la consagración, iodo sacerdote queda, y para siempre, santificado, transformado en otro Cristo, y ello íntimamente, esencialmente. Esto no obstante, sigue siendo humano, lisiado y quebradizo, como los demás hombres. Sus mismas miserias, lejos de escandalizarnos, deben más bien enardecernos y confirmarnos en su excelencia y grandeza, que, a pesar de algunos de ellos, los menos, sigue tan invariable en sus rasgos fundacionales.
2) Desde un punto de vista psicológico, el sacerdote es - y esto hay que repetirlo muy alto, porque son pocos los que quieren entenderlo - un misterio de amor, un hombre enamorado. Quizá ahí, sólo ahí, den con el secreto de sus vidas quienes tan afanosamente se esfuerzan por buscarlo.
Enamorado de Dios. - Del Dios Padre, que tenemos en los cielos. Y del Dios Hijo, que se hizo hombre para endiosar a los hombres. De ese Padre que quiere la salvación de todos sus hijos, que sueña con formar en su casa del cielo una sola familia, un universal rebaño. De ese Cristo que dio su vida para librarnos a todos de la muerte y murió consumido por la sed de este deseo. De ese Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, que nos ha amado y nos ama hasta el extremo, hasta la locura, y no tolera la falta de amor.
Y enamorado de los hombres, sus hermanos. - De tantos ignorantes, de tantos ciegos y cojos, de tantos equivocados, sumidos en el embrutecido silencio de las cosas materiales…
Sólo este amor de pasión a Dios - el Dios que un día le susurró al oído con acento de queja: "Ven, sigúeme y ayúdame a implantar en el mundo el remado de mi amor… "-y a los hombres, sus hermanos, olvidados de Dios y de su amor, consiguió el milagro de convertir sus vidas (vidas que sienten tirones de carne, como las de los demás) en futuro sin hogar, sin familia, sin porvenir…
Sólo por este doble amor apasionado que un día les quemó en el pecho y no descansó hasta convertirse en grito de sus gargantas y en entrega de sus vidas, mintió el sacerdote a la posteridad y a la descendencia; y convirtió la suya en juventud sin tardes alegres de paseos, sin domingos de cine ni diálogos secretos de amor; y se arrancó de acariciar cabellos de niños, vida que sintiese el tropel de su sangre moza; y se abrazó con un mañana sin historia, un futuro que pudo ser realidad, y al que renunció gozosamente.
Éste es el secreto de todo sacerdote: sintieron en sus vidas el soplo caliente de Dios; no aguantaron el espectáculo de un Amor, hecho cruz, incomprendido; quisieron clavar en las carnes de sus hermanos el grito de salvación y llevar a sus vidas entretenidas un mensaje alegre de caridad, un anuncio seguro de cielo.
Por esto, sólo por esto, se renunciaron y renunciaron a la vida. ¡No se les debe explicar de otra manera!


2700
Catecismo Romano ES 2500