Catecismo Romano ES 3300

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CAPITULO III Tercer mandamiento del Decálogo

Acuérdate del día del sábado para santificarlo.

Seis días trabajarás y harás tus obras, pero el séptimo día es día de descanso, consagrado a Yavé, tu Dios, y no harás en éü trabajo alguno, ni tú, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu ganado, ni el extranjero que esté dentro de tus puertas: pues en seis días hizo Yavé los cielos y la tierra, el mar, y cuanto en ellos se contiene, y el séptimo descansó; por eso bendijo Yavé el día del sábado y lo santificó. (Ex 20,8-11)

I. SIGNIFICADO Y VALOR DEL MANDAMIENTO

El tercer mandamiento de la ley, que prescribe el culto externo debido a Dios, es un verdadero y lógico corolario del precepto anterior; si de verdad creemos en Dios y esperamos en él, nos sentiremos obligados a exteriorizar, agradecidos, en el debido culto externo la íntima veneración que nuestra alma le profesa. Mas, puesto que los cuidados y preocupaciones de la vida fácilmente podrían hacernos olvidar este deber, el mismo Dios se dignó señalarnos el tiempo que debemos dedicarle.

Siendo numerosos y admirables los frutos de este mandamiento, habrá de ponerse el máximo interés en su estudio. La misma palabra con que el Señor lo encabeza: "Acuérdate", nos servirá de estímulo para la práctica de este esfuerzo, tanto más cuanto que de la fiel observancia de este precepto dependerá en gran parte la observancia de toda la ley divina; obligados los fieles a frecuentar la iglesia en los días festivos y a escuchar la divina palabra, podrán fácilmente ser instruidos en las prescripciones divinas y disponerse convenientemente para observarlas de todo corazón (1).

Por esto la Sagrada Escritura insiste tan frecuentemente sobre el respeto del sábado y sobre la obligación de dar a Dios el culto debido (2).

Recordemos también a las autoridades públicas que a ellas compete ayudar a los poderes religiosos en el mantenimiento o incremento del culto, ordenando al pueblo que obedezca en esta materia a las disposiciones eclesiásticas.

(1) "Los domingos y demás fiestas de precepto del año es obligación peculiar de todos los párrocos anunciar la palabra de Dios al pueblo, mediante la homilía acostumbrada, sobre todo en la misa a la que suele asistir mayor concurso del pueblo" (CIS 1344,1). Cf. Ac 13,27 Ac 13,42-44.
(2) Ex 16,23 Ex 31,13 Ex 35,2 Lv 16,31 Lv 19,3-30 Lv 23,3 Lv 26,2 Dt 5,12-14 Is 61,2-5 Is 68,13 Jr 16,21-22 Ez 20,12-20.


II. EN QUÉ SE DIFERENCIA Y EN QUÉ CONVIENE ESTE CON LOS DEMÁS PRECEPTOS DE LA LEY

Y para un mejor y más perfecto conocimiento de este precepto, precisemos primero sus diferencias con los demás mandamientos; ello nos ayudará a comprender la razón de haber sido sustituido el sábado por el domingo.

Los demás mandamientos son propiamente leyes naturales, y, por consiguiente, inmutables; tanto que, aún después de la abrogación de la ley de Moisés, continúan obligando en conciencia a todos los hombres. Su virtud radica en la fuerza del mismo derecho natural y no en su positiva disposición.

Éste, en cambio, en lo que respecta a la elección del día destinado al culto divino, no es de derecho natural, sino puramente positivo, y, por consiguiente, es susceptible de variación.

El día del sábado-elegido por el pueblo de Israel como día del culto divino en memoria de su liberación del Faraón-estaba ligado al conjunto de ceremonias y ritos de la religión hebraica, que habían de caer en desuso con la venida, muerte, y resurrección de Jesucristo, como la imagen cede el puesto a la realidad, y el símbolo se desvanece en presencia de la verdad. San Pablo escribía a los gálatas a propósito de los ritos judíos: Observáis los días, los meses, las estaciones y los años. Temo que hagáis vanos tantos afanes como entre vosotros pasé (Ga 4,10-11). Y en el mismo sentido escribía a los colosenses (3).

En esto se diferencia este tercer mandamiento de los demás. Conviene con ellos substancialmente en cuanto prescribe dar culto a Dios Nuestro Señor, Creador de todas las cosas; porque esto es de derecho natural. Nuestra misma condición de creatura exige que consagremos algo de nuestro tiempo y de nuestra vida al culto de Dios y a los deberes religiosos. En todos los pueblos encontramos tiempos y ritos sagrados dedicados a la veneración de sus divinidades.

Es la misma naturaleza quien impone al hombre la necesidad de dedicar algún tiempo a determinadas elementales funciones de la vida, como son el reposo del cuerpo, el sueño, el alimento, etc. Y como para el cuerpo, exige también para el alma la misma naturaleza la dedicación de algún tiempo concreto a la contemplación y culto de Dios.

Por esta razón los apóstoles consagraron al culto divino el primer día de los siete de la semana, y lo llamaron "domingo" o "día del Señor". San Juan le menciona en el libro del Apocalipsis (4) y San Pablo manda que en él se hagan las colectas para los pobres (5); por donde se ve que el reconocimiento del domingo como día sagrado se remonta a los mismos tiempos apostólicos.

(3) Que ninguno, pues, os juzgue por la comida o la bebida, por las fiestas, los novilunios o los sábados, sombra de lo futuro, cuya realidad es Cristo (Col 2,16-17).
(4) Fui arrebatado en espíritu en el día del Señor (Ap 1,10).
(5) El día primero de la semana, cada uno ponga aparte en su casa lo que bien le pareciere, de modo que no se hagan las colectas cuando yo vaga (1Co 16,2; cf. 1Co 20,7).


III. DIVERSOS ASPECTOS DEL PRECEPTO

Desde un punto de vista práctico, cuatro son los aspectos diversos que presenta el tercer mandamiento:

1) El primero va indicado en las palabras: Acuérdate del día del sábado para santificarlo (Ex 20,8). Oportunamente se nos advierte con la expresión "acuérdate" que, aunque la ley natural dicta taxativamente el deber de adorar a Dios en algún tiempo, no precisa, sin embargo, el día fijo en que debe cumplirse este deber, por pertenecer esto último al orden puramente positivo o ceremonial.

2) La misma palabra nos insinúa, en segundo lugar, el modo con que debe trabajarse durante toda la semana: con la mente y el corazón fijos en el día festivo, consagrado al Señor. En él sentiremos mejor la responsabilidad de tener que dar cuenta un día a Dios de todas nuestras acciones, y ello nos obligará a vivir y actuar siempre de manera que ni merezcamos la divina condenación ni dejemos en nuestra vida huellas de sollozos estériles y remordimientos.

3) La expresión "acuérdate" nos invita, en tercer lugar, a reflexionar cómo no faltarán ocasiones para olvidarnos de este precepto, arrastrados quizá por el ejemplo de otros, o absorbidos por los espectáculos, diversiones y frívolas ocupaciones, que tan fácilmente nos hacen olvidar el religioso respeto del día consagrado al Señor.

4) Notemos, por último, el significado de la palabra "sábado". En el lenguaje hebraico, el vocablo "sábado" significa "cesación". Celebrar el sábado (sabatizar) equivale, por consiguiente, a "cesar" o descansar.

El origen del nombre del séptimo día de la semana es éste: acabada la creación del universo-según el Génesis (6) descansó el Señor de todo lo que había hecho. Y fue el mismo Dios quien dio el nombre de "sábado" al día de su descanso (7). Más tarde se aplicó este nombre no sólo al séptimo día, sino a toda la semana, por la dignidad de aquél. Por esto dice el fariseo en San Lucas: Ayuno dos veces en el sábado (Lc 18,12), significando con este vocablo toda la semana.

(6) Y bendijo el día séptimo y lo santificó, porque en él descansó Dios de cuanto había creado y hecho (Gn 2,3).
(7) Acuérdate del día del sábado para santificarlo (Ex 20,8). Cf. Dt 5,14.


IV. ASPECTO POSITIVO

A) Santificar "el día del Señor"

La santificación del sábado consiste-según la Sagrada Escritura-en la abstención de todos los trabajos materiales. Expresamente lo indican las mismas palabras del mandamiento: No harás en él trabajo alguno. Mas no era esto sólo lo que ordenaba el Señor; en tal caso habría bastado decir: Guarda el sábado (Dt 5,12). Sin embargo, en el mismo versículo del Deuteronomio se añade: Para santificarlo, como te lo ha mandado Yavé, tu Dios. Estas palabras dan a todo el precepto un significado eminentemente religioso, el de un día consagrado a acciones y ocupaciones piadosas, y no de mero reposo material.

A esto se refiere Isaías cuando llama al sábado el día de tus delicias (Is 58,13), porque los días festivos constituyen las delicias de Dios y de las almas virtuosas. Y si al culto religioso propiamente dicho se añaden las obras de misericordia, como escribe el mismo profeta, serán maravillosos los frutos y premios que saborearán las almas (8).

El verdadero y completo sentido del mandamiento es, por consiguiente, éste: que el hombre, desembarazándose de todo trabajo y preocupación terrena, emplee todas sus energías en el servicio divino el día consagrado a Dios.

1) SÁBADO HEBRAICO. - En su segunda parte, prescribe este mandamiento que el séptimo día sea consagrado al culto de Dios: Seis días trabajarás y harás tus obras, peto el séptimo día es día de descanso consagrado a Yavé, tu Dios (Ex 20,9-10). Con estas palabras se nos indica claramente que este día debe consagrarse al Señor con actos de religión.

Fue señalado con precisión el día que había de ser consagrado al culto, para que el pueblo-dejada en sus manos la libre elección-no imitase las costumbres idolátricas de los egipcios.

Ni es cosa sin misterio que entre todos los días de la semana fuese elegido por Dios el séptimo. Él mismo llama a este día señal en el Éxodo y en Ezequiel: No dejéis de guardar mis sábados, porque el sábado es entre mí y vosotros una señal para vuestras generaciones, para que sepáis que soy yo, Yavé el que os santifico (Ex 31,13 Ez 20,12).

El sábado significaba para los hombres, ante todo, la necesidad de dedicarse a Dios, de ser y mostrarse santos ante sus ojos cuando todo un día estaba consagrado de modo especial a Él, como testimonio de la particular necesidad de un culto de santidad y religión.

Significaba también y conmemoraba la admirable creación del universo, hecha para alabanza y testimonio de Dios.

Finalmente, significaba y recordaba a los judíos la prodigiosa ayuda divina con que fueron liberados del yugo de la esclavitud egipcíaca. El mismo Señor lo expresa en el Deuteronomio: Acuérdate de que siervo fuiste en la tierra de Egipto, y de que Yavé, tu Dios, te sacó de allí con mano fuerte y brazo tendido; y por eso Yavé, tu Dios, te manda guardar el sábado (Dt 5,15).

2) SÁBADO ESPIRITUAL. - Es, además, el sábado señal y símbolo de aquel otro sábado espiritual y celeste, que consiste en un santo y místico reposo del alma: Sepultado en Cristo nuestro hombre viejo (Rm 6,4 Rm 6,6), nos revestimos del hombre nuevo (Ep 4,23), renovándonos en nuestro espíritu por la piedad y actividad cristianas.

En virtud de este nuevo y místico sábado cristiano, quienes fuisteis algún tiempo tinieblas, sois ahora luz en el Señor; andad, pues, como hijos de la luz. El fruto de la luz es todo bondad, justicia y verdad. Buscad lo que es grato al Señor, sin comunicar en las obras vanas de las tinieblas (Ep 5,8-11).

Comentando aquel pasaje de San Pablo: Por tanto, queda otro sábado (descanso) para el pueblo de Dios (He 4,9), San Cirilo hace consistir el sábado celestial en aquella vida eterna, en la cual, participando ya de todos los bienes de Jesucristo, gozaremos de una bienaventuranza infinita, extirpada para siempre toda raíz de pecados, según aquello: No habrá allí leones, ni fiera alguna pondrá los pies allí. Habrá allí un camino ancho, que llamarán la vía santa (Is 35,8-9). Los santos consiguen así, en la visión de Dios, todos los bienes (9).

Práctico y eficaz estímulo para todos será la conocida exhortación del Apóstol: Démonos prisa, pues, a entrar en este descanso (He 4,11).

Además de] sábado, los judíos observaban otros días festivos, establecidos por la Ley en memoria de insignes beneficios recibidos de Dios (10).

3) DOMINGO: "DÍA DEL SEÑOR". - La Iglesia juzgó oportuno trasladar la celebración del sábado al domingo. En este día-el primero de la semana-hizo Dios resplandecer por vez primera la luz en el mundo (11); y en éste también, en virtud de la resurrección de Cristo, que nos abrió la entrada a la visión eterna, nuestra vida, redimida para siempre de las tinieblas, fue introducida en el reino de la luz (12).

Por esta razón, los apóstoles llamaron al domingo el "día del Señor". La misma Sagrada Escritura testimonia su solemnidad, ya que en él tuvo lugar la creación del mundo y la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles (13).

B) Otros días festivos

Desde los primeros días del cristianismo, los apóstoles, y más tarde los Padres, instituyeron otras festividades en memoria de los grandes beneficios divinos. Figuran entre ellas la memoria de los misterios de nuestra redención y las fiestas en honor de la Santísima Virgen, Madre de Dios, de los santos apóstoles, mártires y santos que reinan con Cristo en el cielo. En su victoria refulge y es exaltada la poderosa virtud e infinita misericordia del Señor, se les tributa honor a ellos y se estimula al pueblo cristiano a imitar sus virtudes (14).

C) Reflexiones prácticas

Una nueva sugerencia, que puede también servirnos para la recta inteligencia y observancia de este precepto, nos la ofrecen estas palabras del mandamiento: Seis días trabajarás y harás tus obras, pero el séptimo día es día de descanso, consagrado a Yavé, tu Dios (Ex 20,9).

Fácilmente se colige de estas palabras que el cristiano no puede gastar su vida en el ocio; esfuércese cada uno, en cambio, según la explícita recomendación de San Pablo, en llevar una vida laboriosa, trabajando con sus manos en algo de provecho (15).

Implican igualmente estas palabras que no deben dejarse para el domingo las cosas que pueden hacerse en los demás días de la semana; de manera que el día del Señor no se vea distraída el alma de su atención a los deberes religiosos.

(8) Entonces brillará tu luz como la aurora y se dejará ver pronto tu salvación, e irá delante de ti la justicia, y detrás de ti la gloria de Yavé. Entonces llamarás, y Yavé te oirá… Cuando quites de ti la opresión, el gesto amenazador y el hablar altanero; cuando des tu pan al hambriento y sacies el alma del indigente, brillará tu luz en la obscuridad (Is 58,8-11).
(9) SAN CIRILO ALEJANDRINO, In Evang. Io. 1. 4 c. 7: PG 73,679.
(10) Cf. Ex 12,2-16 Ex 23,1-4ss; Ex 34,22ss.
(11) Dijo Dios: "Haya luz", y hubo luz (Gn 1,2).
(12) Cf. Mc 16,2.
(13) Cf. Ac 2,2.
(14) "En días festivos de precepto hay que oír misa, y hay que abstenerse de trabajos forenses; e igualmente, a no ser que lo autoricen las costumbres legítimas o indultos peculiares, hay que abstenerse del mercado público, de las ferias y de otras compras y ventas públicas". (CIS 1248). "Sólo son días festivos de precepto en toda la Iglesia: todos y cada uno de los domingos, las fiestas de Navidad, Circuncisión, Epifanía, Ascensión y Santísimo Corpus Christi; Inmaculada Concepción y Asunción de la Santísima Virgen, Madre de Dios; San José, su esposo; los santos apóstoles Pedro y Pablo y, finalmente, la fiesta de Todos los Santos" "Las fiestas de los patronos no son de precepto eclesiástico, pero los ordinarios del lugar pueden trasladar la solemnidad exterior al domingo próximo siguiente" (CIS 1247,1-2). a)Dos son las obligaciones que impone el precepto del día festivo: una positiva, de oír misa, que es la principal, y la otra negativa, o sea abstenerse de trabajos serviles y demás ocupaciones detalladas en el canon. b) Para cumplir con el precepto de oír la santa misa se requiere: 1) Presencia corporal, que ha de ser moral y continua. Se entiende por moral cuando de la persona en cuestión se puede decir que es una de las que asisten a la misa. Y continua, o sea que asista a la celebración de la misa, de modo que no omita una parte notable. 2) Atención mental, por la que advierta, aunque sea confusamente, que se está ofreciendo el santo sacrificio y se abstenga de toda acción que estorbe a la atención interna. 3) Rito y lugar debido. Cumple con el precepto el que oye la santa misa, celebrada en cualquier rito católico y en todo lugar autorizado por el ordinario, según el canon CIS 822, § 4.
(15) De Dios habéis sido enseñados cómo habéis de amaros unos a otros y practicáis esta caridad con todos los hermanos que hay en toda la Macedonia. Todavía os exhortamos, hermanos, a progresar más y a que os esforcéis por llevar una vida quieta, laboriosa, en vuestros negocios, y trabajando con vuestras manos como os lo hemos recomendado (1Th 4,9-11). Cf. Ep 4,28.


V. ASPECTO NEGATIVO

A) No trabajar

La tercera parte del mandamiento ordena la abstención del trabajo en el día del Señor: Y no harás en él trabajo alguno, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu ganado, ni el extranjero que esté dentro de tus puertas (Ex 20,10).

En estas palabras nos manda claramente el Señor que nos abstengamos de todo cuanto pueda obstaculizar, en ese día, el ejercicio del culto divino.

Fácilmente se entenderá que Dios prohíbe todo trabajo servil, no porque ellos sean de sí malos o deshonestos, sino únicamente en cuanto pueden distraernos del culto divino, que representa la esencia y finalidad del precepto. Es lógico que con mayor razón hayamos de evitar en ese día todo pecado, ya que éstos no solamente apartan el espíritu de las prácticas santas, sino que radicalmente separan al alma del amor de Dios.

Notemos que el mandamiento no prohíbe aquellas acciones que, aunque materiales, son necesarias para el culto divino, como preparar el altar, adornar el templo, etc. Cristo mismo nos dice en el Evangelio: Los sacerdotes en el templo violan el sábado, sin hacerse culpables (Mt 12,5)

Tampoco se prohíbe hacer en domingo-como consta en los sagrados cánones-las cosas que sólo en ese día pueden hacerse. Jesucristo afirmó, además, que hay otras muchas cosas que pueden hacerse en los días festivos, como consta en San Mateo (16) y en San Juan (17).

Y para no omitir nada que pudiera obstaculizar el ejercicio del culto divino, el mandamiento menciona exprese-mente el jumento. Porque si trabajan las bestias de carga, habrán de trabajar también los hombres que las utilizan; y esto es lo que intenta prohibir el precepto. Y si Dios ordena que no hagamos trabajar a los animales, mucho más querrá que se abstengan de ser inhumanos los patronos y señores, obligando a trabajar en días festivos a sus operarios y dependientes (18).

B) ¿En qué pueden y deben ocuparse los cristianos durante los días festivos?

Las obras específicas en que deben ocuparse los cristianos los días festivos son las siguientes: frecuentar la iglesia y asistir con devoción al santo sacrificio de la misa; participar en los sacramentos, instituidos para nuestra salud espiritual, es decir, confesar y comulgar; escuchar con piadosa atención las santas predicaciones (nada, en efecto, más indigno e intolerable que el desprecio o indiferencia hacia la divina palabra); ejercitarse en la oración y en las alabanzas divinas; aprender con cuidado las reglas de la vida cristiana; practicar diligentemente las obras de misericordia, dando limosna a los pobres, visitando a los enfermos y consolando a los tristes y afligidos. El apóstol Santiago dice: La religión pura e inmaculada ante Dios Padre es visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones (Jc 1,27).

No resultará difícil, después de lo dicho, comprender y precisar los pecados que pueden cometerse contra este precepto.

(16) Por aquel tiempo iba Jesús un día de sábado por los sembrados; sus discípulos- tenían hambre, y comenzaron a arrancar espigas y a comérselas (Mt 12,1). Y les dice: ¿Es lícito en sábado hacer el bien en vez de mal, salvar un alma y no dejarla perecer? Y ellos callaban (Mc 3,4).
(17) Díjole Jesús: Levántate, toma la camilla y anda… Era en día de sábado, y los judíos decían al curado: Es sábado; no te es lícito llevar la camilla (Jn 5,8-10).


VI. MOTIVOS DE ESTE MANDAMIENTO

La razón fundamental de este tercer mandamiento está en la justicia y conveniencia de dedicar determinados días de la vida al exclusivo culto de Dios, al reconocimiento y veneración de quien ha concedido al hombre tantos y tan sublimes beneficios. Si el Señor nos hubiese prescrito taxativamente determinados actos de culto hacia Él cada día, habríamos debido obedecerle dócilmente, en agradecimiento a sus infinitos beneficios. Pero ha querido conformarse sólo con algunas jornadas de nuestra vida. ¿Cómo podremos negárselas, sin gravísima culpa?

Además, la fiel observancia del mandamiento constituye por sí mismo un altísimo valor espiritual para el hombre. Dedicados al culto divino, nos elevamos íntima y efectivamente a la presencia divina. En la oración nos unimos con Dios y hablamos con Él; en la predicación le escuchamos como Maestro que graba en nuestras almas las divinas verdades; en el sacrificio del altar adoramos presente a Jesucristo y nos unimos a Él personalmente. Todas éstas son realidades inefables que viven quienes observan diligentemente este mandamiento divino.

Quienes, en cambio, lo descuidan, rebelándose contra Dios y su Iglesia, se convierten en enemigos de Dios y en tercos transgresores de sus leyes. Tanto más cuanto que la observancia de este mandamiento no exige excesivos sacrificios. No ha querido el Señor imponernos en su honor trabajos demasiado arduos; simplemente nos pide que vivamos los días festivos libres de las ocupaciones materiales de la tierra y dedicados a su servicio. ¡Sería descarada arrogancia y temeridad rebelarnos contra su voluntad!

Sírvannos de ejemplar lección los terribles castigos que justísimamente conminó el Señor contra los violadores de su santo día (19). Si no queremos nosotros incurrir en semejante ofensa de Dios, recordemos frecuentemente aquel grave y divino "acuérdate", impreso por Dios en su precepto, y repasemos con asiduidad las grandes ventajas ligadas a la fiel observancia del "día del Señor".


(18) La prohibición de trabajar en los días festivos comprende: a) Trabajos serviles, que se clasifican ya atendiendo a la naturaleza misma del trabajo, cuando éste se ejecuta con las fuerzas del cuerpo, v. gr., el trabajo del campo, del arte mecánico, tipografía, etc.; o ya también atendiendo a la costumbre de entre los que viven cristianamente. b) Trábalos forenses, o sea aquellos que se hacen con estrépito judicial, v. gr., citar testigos, exigir juramento judicial, etcétera. c) Trabajos civiles, como son los mercados públicos, las ferias y otras compras y ventas públicas, a menos que esté autorizadas por legítimas costumbres o concesiones especiales (cf. CIS 1248 CIS 1369). Con todo, es de notar que así como la obligación del precepto es grave, admite, sin embargo, parvedad de materia. Esta parvedad se aprecia en los civiles y forenses según la calidad del trabajo, y en los serviles se tiene como tal el trabajo que se hace continuado o ininterrumpido que no pase macho de dos horas. Este precepto del tercer mandamiento, tanto en lo que se refiere a oír misa como en lo que toca al trabajo, admite ciertas causas que lo pueden excusar. Así, v. gr.: a) De oír misa excusa cualquier causa medianamente grave, es decir, cuando en caso de cumplir el precepto se seguiría un perjuicio en los bienes del alma o del cuerpo propio o del prójimo, por el cual prudentemente se omitiría, o suele omitirse, un negocio de alguna importancia. De la prohibición de trabajar excusa, asimismo, una causa grave, y tanto más grave cuanto más se prolongue el trabajo, v. gr., a los labradores que han de evitar un daño inminente de lluvia, etc. Cf. ARREGUI-ZALBA, Compendio de teología moral, p. 363-366.
(19) NM 15,32.


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CAPITULO IV Cuarto mandamiento del Decálogo

Honra a tu padre y al tu madre, para que vivas largos años en la tierra que Yavé, tu Dios, te da (Ex 20,12)

I. SIGNIFICADO Y VALOR DEL MANDAMIENTO

Si es grande la excelencia de los tres primeros mandamientos-superiores a todos los demás por la sublime dignidad de su objeto: Dios-, también son necesarios para la vida cristiana (y debe ponerse igualmente sumo interés en su explicación) los siete restantes. Éstos son una escuela perfecta de caridad fraterna e indirectamente nos conducen también a Dios, motivación última del amor al prójimo. Jesucristo, Nuestro Señor, nos dijo que el amor al prójimo es un precepto en todo semejante al del amor de Dios (1)

La caridad fraterna, además, aparte de los abundantísimos y preciosos frutos que reporta a las almas, es la mejor prueba de la obediencia que debemos al primer y fundamental precepto del amor divino: Pues el que no ama a su hermano, a quien ve, no es posible que ame a Dios, a quien no ve (1Jn 4,20). Y de la misma manera, si no amamos y respetamos a los padres, a quienes debemos por voluntad divina todo el obsequio y a quienes tenemos siempre a nuestro lado, ¿cómo honraremos a Dios, nuestro mayor y mejor Padre, absolutamente invisible para nosotros?

El ámbito de este mandamiento es vastísimo. Porque, además de aquellos que nos dieron físicamente la vida, existen otros muchos a quienes debemos rodear del mismo respeto y amor que a los padres, o por razón de su dignidad y autoridad, o por los beneficios que nos reportan, o por los cargos que ocupan.

Además de esta eficacia directa sobre los hijos y súbditos, tiene el mandamiento otra y muy grande sobre la función de los padres y superiores, llamados a cooperar con Dios, procurando que cuantos viven bajo su poder o atribuciones se conformen a la divina ley. Entendiendo los hijos y súbditos que es Dios el que quiere y manda que se trate a los padres con toda veneración, se facilitará muchísimo la misión de éstos.

(1) El segundo, semejante a éste, es: "Amarás al prójimo como a ti mismo" (Mt 22,29). El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Mayor que éstos no hay mandamiento alguno (Mc 12,31).


II. Su DIFERENCIA CON LOS TRES PRIMEROS PRECEPTOS

Dios hizo grabar los diez mandamientos en dos tablas distintas (2). En la primera estaban los tres primeros, ya explicados, y en la segunda los siete restantes. Y esta misma división material nos habla de su íntima diferencia.

1) Todo cuanto se manda o prohíbe al hombre en las leyes divinas hay que encuadrarlo en uno de estos dos aspectos: el amor de Dios y el amor del prójimo. Los tres primeros preceptos del Decálogo nos enseñan y exigen el amor de Dios; y en los siete restantes se contiene cuanto dice relación al amor de nuestros prójimos.

El objeto común de los preceptos de la primera tabla es Dios, sumo Bien del hombre; en los otros, es el bien del prójimo. Los primeros miran al supremo Amor, los segundos al amor inmediato de los hombres. Aquéllos tienden directamente al último fin; éstos, a los medios que llevan a aquél.

2) Otra diferencia es que el motivo en que se basa el amor de Dios es el mismo Dios, porque Dios debe ser amado en sumo grado por sí mismo, y no por razón de ninguna otra realidad; y el amor del prójimo nace del amor de Dios, y a él debe ordenarse siempre como a regla segura.

Por consiguiente, si amamos a los padres, obedecemos a los patronos y respetamos a los superiores, lo hacemos por Dios, que les creó y les constituyó para regir la sociedad humana. Y les prestamos honor en cuanto vemos en ellos una divina investidura de dignidad, refiriéndose así nuestro amor y reverencia, a través de sus personas, al mismo Dios.

Jesucristo lo afirma expresamente, refiriéndose a los superiores espirituales: El que os recibe a vosotros, a mí me recibe, y el que me recibe a mí, recibe al que me envió (Mt 10,40). Y San Pablo amonesta a los esclavos: Siervos, obedeced a vuestros amos según la carne, como a Cristo, con temor y temblor en la sencillez de vuestro corazón; no sirviendo al ojo, como buscando agradar al hombre, sino como siervos de Cristo, que cumplen de corazón la voluntad de Dios (Ep 6,5-6).

3) Añádase a esto que el honor, la veneración y el culto de Dios deben tender hasta lo infinito, como infinitamente puede aumentar nuestro amor hacia Él: Amarás a Yavé, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu poder (Dt 6,5 Mt 22,37 Mc 12,30 Lc 10,27).

El amor al prójimo, en cambio, tiene sus límites bien definidos: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Lv 19,18 Mt 20,39). El que pretendiera amar al prójimo como a Dios mismo, cometería un gravísimo pecado: Si alguno viene a mí-dice Cristo-y no aborrece a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y aun a su propia vida, no puede ser mi discípulo (Lc 14,26). Y en otra ocasión: Deja a los muertos sepultar a sus muertos, y tú vete y anuncia el reino de Dios (Lc 9,60). Y más claramente, en San Mateo: El que ama al padre o a la madre más que a mí, no es digno de mí (Mt 10,37).

Evidentemente, nadie puede dudar que Dios ha ordenado amar y respetar a los padres; pero es lógico, y así lo exige la Ley, que el honor y el culto debido a Dios, Padre y Creador de todas las cosas, debe superar todo otro sentimiento, incluso el amor a los padres. Y si en alguna ocasión este sentimiento pretendiera obstaculizar nuestro camino hacia Dios, es evidente que hemos de preferir la voluntad divina a la arbitrariedad de cualquier criatura, incluido el padre y la madre, según aquella divina palabra: Es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres (Ac 5,29).

(2) Dijo Yavé a Moisés: Sube a mí al monte y estáte allí. Te daré unas tablas de piedra, y escritas en ellas las leyes y mandamientos que te he dado para que se las enseñes (Ex 24,12). Cf. Dt 4,13 Ex 31,18 Dt 9,10.


III. ASPECTO POSITIVO

Expliquemos ya cada una de las palabras con que se formula el mandamiento.

A) Honrar padre y madre

Honrar significa sentir alta estima de una persona y tener en gran aprecio cuanto a ella se refiera. Incluye, pues, este vocablo: amor, obsequio, obediencia y reverencia.

Sabiamente puso Dios esta palabra en el cuarto mandamiento, y no las de "amar" o "temer", porque no siempre el amor va acompañado del obsequio y de la obediencia, y el temor no incluye siempre el amor. En cambio, cuando sinceramente se honra a una persona, se la ama y se la respeta.

Las palabras padre y madre se usan aquí en un sentido muy amplio. Comprenden no solamente a quienes nos dieron la vida humana, sino también a otras personas, como claramente se deduce de muchos textos bíblicos (3).

La Sagrada Escritura llama padres a los prelados y pastores de la Iglesia: No escribo esto para confundiros, sino para amonestaros, como a hijos míos carísimos. Porque aunque tengáis diez mil pedagogos en Cristo, pero no muchos padres, que quien os engendró en Cristo por el Evangelio fui yo (1Co 4,14). Y en el Eclesiástico: Alabemos a los varones gloriosos, nuestros padres, que vivieron en el curso de las edades (Si 44,1).

Son llamados padres también las personas revestidas de autoridad y poderes de gobierno. Naamán, por ejemplo, era llamado padre por sus esclavos (4).

Igualmente son llamados padres quienes de alguna manera tienen cuidado, protección y tutela sobre otros: los tutores, pedagogos y maestros, etc. Elías y Elíseo ion llamados padres por sus discípulos (5), Finalmente, las personas venerandas por su edad, los ancianos, a quienes también se debe reverencia y respeto (6).

Ciertamente que, entre todos, deben ser honrados y amados los padres que nos dieron la vida. A ellos especialmente se refiere el mandamiento. Ellos son para nosotros como la imagen del Dios inmortal y en ellos vemos la idea de nuestro origen supremo; de ellos se sirvió el Señor para darnos la vida y para infundirnos el alma inmortal; ellos nos acercaron a los sacramentos y nos educaron en la religión, en la cultura, en la vida civil y en las buenas costumbres.

Y la explícita referencia que hace el mandamiento a la madre debe estimularnos a valorar sus particulares dones y sacrificios: el tembloroso cuidado con que nos llevó en su seno y el trabajo penoso con que nos dio la vida y vigiló nuestros primeros pasos (7).

1) AMOR FILIAL. - El honor que damos a los padres debe brotar del amor rebosante en nuestros corazones de hijos.

Amor que, prescindiendo de otros motivos, debe ser para nosotros un deber de correspondencia. Todos los padres sienten por sus hijos un amor tan profundo, tan inmenso, que no rehúsan por ellos sacrificio alguno, ni trabajo, ni pena. Ninguna recompensa mejor, ni más grata, pueden esperar que sentirse igualmente amados por sus queridos hijos.

José, elevado a la categoría de virrey de Egipto, recibió a su anciano padre con profundas manifestaciones de afecto (8), y Salomón se levantó del trono real para recibir a su madre con toda reverencia, haciéndola sentar después a su diestra (9).

2) OTROS DEBERES. - Si el amor es el primero de nuestros deberes para con los padres, no es el único. Hemos de honrarles también:

a) Con nuestra oración a Dios, para que les conceda el necesario bienestar en la vida, la estima de los demás y la propia complacencia divina y de los santos que están en el cielo.

b) Con la sumisión a sus deseos y criterios, según el consejo de Salomón: Escucha, hijo mío, las amonestaciones de tu padre y no desdeñes las enseñanzas de tu madre; porque serán corona de gloria en su cabeza y collar en tu cuello (Pr 1,8-9). San Pablo añade: Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, que esto es grato al Señor (Col 3,20); Hijos, obedeced a vuestros padres en el Señor, porque es justo (Ep 6,1).

Exhortaciones que la misma Escritura confirma con significativos ejemplos: Isaac, atado y conducido por su padre al sacrificio, obedece sin protestar (10); los Recabitas, fieles al consejo paterno, se abstuvieron por toda la vida de beber vino (11), etc.

c) Con la imitación de sus santos ejemplos. La prueba de mayor afecto es querer imitarles, guiados por sus prudentes consejos,

d) Con la ayuda de todo lo necesario para su sostenimiento y bienestar. El mismo Cristo reprobó la conducta de los fariseos: ¿Por qué traspasáis vosotros el precepto de Dios por vuestras tradiciones? Pues Dios dijo: Honra a tu padre y a tu madre, y quien maldijere a su padre o a su madre, sea muerto. Pero vosotros decís: Si alguno dijere a su padre o a su madre: "Cuanto de mí pudiere aprovecharte, sea ofrenda", ése no tiene que honrar a su padre; u habéis anulado la palabra de Dios por vuestra tradición (Mt 15,3-6).

Deber que se acentúa y agrava especialmente cuando los padres se encuentran enfermos de peligro. Deben entonces los hijos extremar sus cuidados para proporcionarles a tiempo los últimos sacramentos y facilitarles la visita y asistencia de aquellas personas especialmente religiosas que puedan fortalecer su debilidad, animándoles y levantando su esperanza a la eternidad. Fortalecidos así por la fe, esperanza y caridad, y con los auxilios religiosos, pasarán a la vida eterna, no oprimidos por el temor de la muerte, sino animados por el deseo del cielo.

e) Por último, ya después de su muerte, deben demostrar los hijos su amor a los padres cuidándose de su sepultura y funerales, celebrando misas en sus aniversarios y ejecutando fielmente su voluntad testamentaria.

(3) Cf. Jdt 17,10 Jdt 18,19; 2R 2,12 Is 22,21 Ps 44,17, etc.
(4) Cf. 2R 5,3 1M 2,65.
(5) Cf. 2R 2,12.
(6) Álzate ante una cabeza blanca y honra la persona del anciano (Lv 19,32).
(7) Acuérdate, hijo, de los muchos trabajos que ella pasó por ti cuando te llevaba en su seno; cuando muera, dale sepultura a mi lado, en el mismo sepulcro (Tb 4,4). Y como el que atesora es el que honra a su madre (Si 3,5). De todo corazón honra a tu padre y no olvides los dolores de tu madre (Si 7,29).
(8) Cf. Gn 41,43 Gn 46,29 Gn 47,7.
(9) Cf. 1R 2,19.
(10) Cf. Gn 22,8-9.
(11) Cf. Jr 35,8.


B) Honrar a los constituidos en autoridad

Deben animarnos idénticos sentimientos de amor, respeto y veneración hacia todos aquellos que-como antes notábamos-participan de alguna manera de la condición de padres: los obispos, los sacerdotes, la autoridad civil, los tutores, los maestros, los ancianos, etc.

1) A propósito de los obispos y sacerdotes, escribía San Pablo: Los presbíteros que presiden bien, sean tenidos en doble honor, sobre todo los que se ocupan en la predicación y la enseñanza (1Tm 5,17). Y los fieles de Galacia dieron especiales pruebas de afectuoso acatamiento al Apóstol, por lo que él les alabó: Yo mismo testifico que, de haberos sido posible, los ojos mismos os hubierais arrancado para dármelos (Ga 4,15).

Y justamente deben los fieles procurar a los sacerdotes los medios necesarios para su decoroso mantenimiento. San Pablo escribió: ¿Quién milita jamás a sus propias expensas? (1Co 9,7). Y el Eclesiástico ordena: Teme al Señor y honra al sacerdote y dale la porción que te está mandado: las primicias y la ofrenda por el pecado (Si 7,33-34).

Débeseles también a los sacerdotes obediencia: Obedeced a vuestros padres-escribía San Pablo-y estadles su jetos, que ellos velan sobre vuestras almas, como quien ha de dar cuenta de ellas (He 13,17). Y Jesucristo nos insiste en el mismo deber aunque se trate de malos sacerdotes: En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos. Haced, pues, y guardad lo que os digan, pero no los imitéis en las obras, porque ellos dicen y no hacen (Mt 33,2-3).

2) Idénticos principios deben regular nuestra conducta con los civilmente constituidos en autoridad. San Pablo, en su Carta a los Romanos, explica ampliamente los deberes de respeto, honor y sujeción que con ellos deben ligarnos (12); en otra ocasión manda hacer oración por ellos (13). Y San Pedro escribía en idéntico sentido: Por amor del Señor, estad sujetos a toda autoridad humana; ya el emperador, como soberano; ya a los gobernadores, como delegados suyos (1P 2,13). En realidad, el honor que tributamos a los poderes humanos va referido al mismo Dios, cuya infinita potestad encarnan en su autoridad participada. En ellos veneramos la providencia de Dios, que les confirió las funciones de gobierno público y se sirve de sus personas como de delegados y representantes de su supremo poder".

Y aunque se trate de tiranos u hostiles a nosotros por sus ideas o por el abusivo ejercicio de su autoridad, hemos de obedecerles. Por extraño que nos parezca, no son éstos motivos suficientes para rebelarnos contra ellos, porque no es a los hombres a quienes obedecemos, sino a la autoridad divina que representan. La Sagrada Escritura nos ofrece el ejemplo de David honrando a Saúl (15), su acérrimo enemigo: Entre estos enemigos de la paz, yo soy todo paz (Ps 119,7).

En un único caso no es lícito obedecer a la autoridad constituida: cuando pretende imponernos alguna cosa injusta o malvada. Porque en tal caso dejan de obrar en virtud de un poder legítimo, movidos únicamente por su propia injusticia y perversidad.

(12) Todos habéis de estar sometidos a las autoridades superiores, que no hay autoridad sino por Dios, y las que hay, por Dios han sido ordenadas; de suerte que quien resiste a la autoridad, resiste a la disposición de Dios (Rm 13,1-2).
(13) Ante todo te ruego que se hagan peticiones… por los emperadores y por todos los constituidos en dignidad (1Tm 2,1-2).
(14) Cf. Is 45,1-2 Jr 27,6-7 Ez 29,19-20.
(15) Cf. 1R 24,7.


G) El premio prometido a los observantes

El mismo Dios-después de imponernos el precepto: "Honra a tu padre y a tu madre"-nos señala el premio de su observancia: "Para que vivas largos años en la tierra". Con ello significa el Señor que gozarán dilatadamente del don de la vida quienes mejor hayan sabido apreciar, respetar y agradecer el valor del padre y de la madre, que le dieron el ser y la luz.

Con esta promesa de longevidad se refiere el Señor no sólo a la vida eterna y bienaventurada, sino también a la posesión de una larga existencia terrena, como aclara San Pablo: La piedad es útil para todo u tiene promesas para la vida presente y para la futura (1Tm 4,8). Alguno objetará quizá que no es demasiado apreciable el don de una vida larga, cuando tantos santos (Job, David, Pablo…) expresamente afirman preferir la muerte a esta vida, tan llena frecuentemente de trabajos y calamidades (16). Es cierto; pero no lo es menos que la promesa de Dios expresada en aquellas palabras: Que Yavé, tu Dios, te dará (Ex 20,3), incluye no solamente el hecho de una larga existencia, sino también las necesarias gracias espirituales y corporales para poder vivirla tranquila y serenamente. En el Deuteronomio se nos redacta la misma promesa de esta manera: Para que vivas largos años y seas feliz en la tierra que Yavé, tu Dios, te da (Dt 5,16). Y San Pablo repite la misma expresión en su Carta a los Efesios".

El sentido de la promesa es claro. ¿Cómo explicar, pues, que con frecuencia sea tan breve la vida de aquellos que piadosamente aman y honran a sus padres? La respuesta es doble:

a) O porque Dios realizó en ellos, con la muerte, lo sustancial de la promesa, llevándoseles providencialmente antes que la vida pudiese desviarles de la virtud y santidad: Fue arrebatado por que la maldad no pervirtiese su inteligencia y el engaño no extraviase su alma (Sg 4,11).

b) O porque Dios les saca de la tierra, antes que sobrevengan tiempos de perturbación y de desventura, para librarles de ellos, según la palabra del profeta: Desaparecen los buenos, y no hay quien entienda que el justo es recogido ante la aflicción (Is 57,1 Sg 4,10).

En ambas hipótesis el Señor les substrae benignamente a los peligros de su virtud y a los castigos decretados para los hombres, ahorrándoles así las lágrimas y lutos por sus parientes y amigos. De donde puede argüirse que nos encontramos inminentes a tiempos de desventura cuando vemos que los justos mueren en edad temprana.

(16) Cf. Jb 7,3 Ps 119,6 Ph 1,23.


IV. ASPECTO NEGATIVO

Y así como premia Dios la conducta de los hijos que saben ser buenos y agradecidos para con sus padres, reserva igualmente duros castigos para los perversos y desagradecidos. Escrito está: El que maldijere a su padre o a su madre, será muerto (Ex 21,17 Lv 20,9 Mt 15,4): El que maltrata a su padre y ahuyenta a su madre, es un hijo infame y deshonroso (Pr 19,26); El que maldice a su padre o a su madre verá extinguirse su lámpara en oscuridad tenebrosa (Pr 20,20); Al que escarnece a su padre y pisotea el respeto de su madre, cuervos del valle le saquen los ojos y devórenle aguiluchos (Pr 30,17).

La Sagrada Escritura cita numerosos casos de hijos que ofendieron a sus padres, contra los cuales hizo recaer Dios su venganza (18). Absalón, por ejemplo, murió asesinado por haber injuriado a su padre David (19). Y el Deuteronomio dice de quienes no respetan a los sacerdotes: El que, dejándose llevar de la soberbia, no escuchare al sacerdote, que está allí para servir a Yavé, tu Dios, o no escuchare al juez, será condenado a muerte (Dt 17,12).

(17) "Honra a tu padre y a tu madre", tal es el primer mandamiento, seguido de promesa, "para que seáis felices y tengáis larga vida sobre la tierra" (Ep 6,2-3).
(18) Cf. Gn 9,24-25 Gn 45,22 Gn 49,4.
(19) Cf. 2R 1,14.


V. DEBERES DE LOS PADRES PARA CON LOS HIJOS

La misma ley divina que impone a los hijos el deber de amar y obedecer a los padres, establece también los graves deberes de éstos para con los hijos: educarlos en la religión y honestidad de costumbres y proporcionarles las reglas prácticas para vivir santamente en el servicio de Dios (20). Así leemos lo hicieron los padres con su hija Susana (21).

Ante todo, deben ser los padres para sus hijos maestros de virtud con el ejemplo de su piedad, modestia, continencia y santidad.

Evitarán además:

1) Hablar, tratar o mandar a sus hijos con excesiva aspereza. San Pablo les dice: Padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, por que no se hagan pusilánimes (Col 3,21 Ep 6,4). Con excesivo rigor no conseguirán más que engendrar en ellos un carácter tímido y pusilánime. Más que castigar, han de saber corregirles razonablemente.

2) Por otra parte, especialmente en caso de faltas morales, no descuiden la conveniente reprensión y castigo.

La excesiva indulgencia de los padres es causa de la ruina de muchos hijos. Tenemos el ejemplo del sumo sacerdote Helí, castigado por Dios con la muerte por haber sido demasiado débil con sus hijos (22).

3) Por último, no se dejen guiar, ni aun para sus hijos, por miras demasiado bajas y cálculos de interés terreno. Son muchos los padres que parece no tienen más ideal que dejar a sus hijos pingües fortunas y vistosos patrimonios, educándoles más en la avaricia y ambición de riquezas que en la religión, piedad y virtud. ¿Cabe vulgaridad más crasa e innoble que preferir para los hijos el dinero a los valores del alma? En su afán de legarles una considerable herencia, con todo el enorme peso de sus vicios y bajos instintos, se convierten para ellos en miserables instigadores a la condenación eterna, cuando debieron ser sus mejores guías para el cielo (23).

Consideren seriamente los padres el santo ejemplo del anciano Tobías (24) y procuren educar a sus hijos en el servicio de Dios y en la santidad. Será la mejor semilla para cosechar de ellos copiosos frutos de amor, veneración y respeto (25).


(20) Cuando os pregunten vuestros hijos: ¿Qué significa para vosotros este rito?, les responderéis: Es el sacrificio de la Pascua de Yavé, que pasó de largo por las casas de los hijos de Israel en Egipto… (Ex 26,27). Cuando se completaba la rueda de los días de convite, iba Job y purificaba (a sus hijos), y, levantándose de madrugada, ofrecía por ellos holocaustos según su número: pues decía Job: No sea que hayan pecado mis hijos y se hayan apartado de Dios en su corazón (Jb 1,5). Cf. Pr 19,18 Si 7,26
(21) Cf. Da 13,2-3.
(22) Cf. 1R 4,18.
(23) Cf. Si 2,18-19 Si 5,12-14 Si 6,2-3.
(24) Cf. Tb 4.
(25) "Los padres tienen obligación gravísima de procurar con todo empeño la educación de sus hijos, tanto la religiosa y moral como la física y civil, y de proveer también a su bien temporal" (CIS 1113).


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Catecismo Romano ES 3300