Homilias Crisostomo 2 13

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XIII HOMILÍA PRIMERA acerca de DAVID Y SAÚL.

Esta homilía y las dos siguientes acerca de estos mismos personajes, las predicó el santo el año 387, o sea el mismo en que había predicado las cinco sobre Anna. Predicó con tan crecido afecto que los oyentes terminaban llorando; y así persuadió a los antioquenos a cumplir el mandato evangélico que dice amad a vuestros enemigos. En esta primera Homilía trata de que es necesario, a ejemplo de David, tener resignación, perdonar a los enemigos y no hablar mal de los ausentes.

CUANTAS VECES TIENE EL CUERPO una hinchazón rebelde y muy arraigada y endurecida, resulta necesario mucho tiempo y largo trabajo y notable ciencia para aplicar los remedios, a fin de que el tumor que se ha formado desaparezca sin peligro de la vida. Pues exactamente lo mismo sucede con el alma. Porque cuantas veces quiere alguno arrancar de raíz una enfermedad que se arraigó profundamente en el ánimo y a éste se le ha adherido por largo tiempo, no le basta con las admoniciones de uno o dos días, sino que es necesario tratarle de la materia frecuentemente y durante muchos días, si es que hemos de desempeñar este cargo de predicadores no para buscar honras y dar placer, sino para utilidad y fruto espiritual.

En consecuencia, así como lo hicimos respecto de los juramentos, que os predicamos durante muchos días consecutivos sobre la misma materia, así lo haremos ahora respecto de la ira, y proseguiremos en continua exhortación, hasta donde alcancen nuestras fuerzas. Porque éste me parece el mejor modo de enseñar: no desistir de estar aconsejando la misma cosa, cualquiera que ella sea, hasta que veamos que las admoniciones han logrado su objeto. Porque quien trate ahora de la limosna, mañana de la oración, al tercer día de la mansedumbre y después de la moderación del ánimo, no podrá lograr enderezar bien nada de esto en el alma de los oyentes, saltando siempre de esto a lo otro, y de aquello a lo de más allá; sino que es indispensable que quien quiere conseguir de las almas de sus oyentes el fruto determinado, no deje de amonestar y aconsejar sobre la misma materia, ni pase a tratar de otra antes de que advierta que la amonestación anterior se ha clavado y ha arraigado en ellos profundamente.

Esto mismo suelen hacer los profesores: no entran a los alumnos por las sílabas hasta que ellos han aprendido perfectamente las letras. Por nuestra parte, habiéndoos referido la parábola de los cien denarics y los diez mil talentos, os hemos declarado cuan malo sea mantener en la memoria las injurias; puesto que aquel a quien no habían podido perder los diez mil talentos, a ése lo llevaron a su perdición los cien denarios, y le deshicieron el perdón que ya había alcanzado de su deuda, y le hicieron vana la remisión de lo que debía; y a él, que ya había sido librado de la rendición de cuentas, lo volvieron al juicio, y de ahí lo metieron en la cárcel y finalmente lo entregaron a los eternos suplicios. (1)

Hoy procuraremos presentaros un nuevo argumento. Y convendría, por cierto, que quien ha de hablar acerca de la bondad y mansedumbre, si se ha de proceder con justicia, mostrara en sí mismo preclaros ejemplos de esta hermosa sabiduría y moderación, y de esta manera la enseñara a la vez con las palabras y las obras. Pero, como estemos nosotros muy distantes de las dichas virtudes, (2) traeremos al medio a uno cualquiera del número de los santos y os lo pondremos delante de los ojos, y así habremos, con esto, empleado una poderosa y espléndida exhortación, con la que os habremos exhortado a vosotros y también a nosotros mismos, a imitar un como arquetipo de estas virtudes.

Pero ¿a quién he de poner en medio? ¿quién habrá de hablar sobre estas virtudes? ¿Quién otro sino a aquel que mereció ser alabado por testimonio del cielo, y que por esto mismo debe ser más admirado? ¡He encontrado, dice el Señor en la Escritura, a David, el hijo de Jesé, varón según mi corazón! (3) Una vez que Dios ha dado su parecer no queda lugar alguno ni motivo para contradecir. Porque su juicio es incorruptible; puesto que Dios no juzga ni por agradar ni por odio que tenga, sino que da su voto sinceramente y según la virtud de las almas.

Pero no únicamente por este motivo de haber sido alabado de Dios traemos al medio a este varón, sino además por ser uno de los hombres educados bajo la Ley antigua. Porque el que en la Ley de gracia haya habido alguno del todo limpio de la ira, y que haya perdonado a sus enemigos, y que haya mostrado indulgencia con los que lo afligían, no es cosa admirable en verdad, cuando ha precedido ya la muerte de Cristo, y cuando El nos perdonó con tan crecida clemencia todos nuestros pecados y nos dio tantos preceptos de evangélica sabiduría. Pero que en el Antiguo Testamento, cuando la ley permitía sacar ojo por ojo y extraer diente por diente y vengarnos de quien nos hubiera hecho mal, con la pena del talión, que entonces haya habido alguno que superara los términos de aquellos preceptos y llegara hasta la sabiduría apostólica ¿a cuál de los oyentes no lo colmará de admiración? Y si a ése no lo imitamos ¿quién de los oyentes no nos privará de perdón y de toda excusa?

Pero, con el objeto de que más perfectamente conozcáis su virtud, concededme que vaya con mi discurso más arriba y os refiera los beneficios que aquel bienaventurado varón proporcionó a Saúl. Porque no vengarse de un enemigo que simplemente nos ha injuriado, no es cosa que cause maravilla; pero que alguien a un hombre a quien ha colmado de beneficios y que, tras de colmarlo de beneficios ha intentado matar a su bienhechor una y otra y muchas veces, que a ése, digo, una vez que ha caído en sus manos de manera que ya puede darle muerte, no solamente lo haya perdonado, sino que además lo haya librado de las asechanzas de otros, sobre todo sabiendo de antemano que luego habría de volver a tramar otra vez las mismas maldades, quien esto hace ¿qué deja que a tan altísima virtud pueda añadirse?

Y qué beneficios haya hecho David a Saúl, y cuándo y en qué forma, tenedme un poco de paciencia mientras os lo refiero. Como en cierta ocasión los judíos se encontraran apretados por una guerra sumamente difícil, hasta el punto de que todos andaban temerosos y consternados, y nadie se atrevía a levantar cabeza, sino que la ciudad toda se hallaba en extrema desesperación, por tener todos delante la muerte, mientras esperaban cada día el exterminio, de manera que llevaban una vida más miserable que los que están en horribilísima cárcel encerrados, este David, habiendo llegado desde sus ovejas al ejército, como por su edad no pudiera conocer el arte de la guerra y por otra parte estuviera completamente ajeno de los trabajos militares, con todo, echó sobre sus espaldas, para salvarlos a todos, aquella guerra, y, lo que nadie esperaba, la concluyó felizmente.

Pero aun en el caso de que su valor no hubiera alcanzado éxito, con todo, por sola su presteza de ánimo y su preclaro propósito, debía ser coronado. Pues ciertamente, si algún soldado por su edad vigoroso hubiera tomado sobre sí semejante empresa, no habría sido cosa admirable, puesto que así lo pedía la ley militar. Pero que éste, que no veía necesidad alguna que lo apretara y aun había muchos que se lo desaconsejaban, ya que su hermano mismo lo reprendió y el rey lo detenía y se lo prohibía, por verlo que aún no estaba en edad madura ni era hábil para afrontar el peligro y le decía: ¡No podrás tú enfrentarte porque eres aún un muchacho, mientras que aquel es un hombre de guerra desde su adolescencia; (4) digo, pues, que como no hubiera ocasión que lo provocara, él de su propia voluntad y por sí mismo, encendido en celo de Dios y amor de su patria, como si más verdaderamente viera ovejas que no hombres, y como si hubiera de atacar a unos perros y no a un numeroso ejército de hombres, así de intrépidamente se lanzó contra los bárbaros, y mostró en esta ocasión tan grande solicitud por el rey, que aún antes de la batalla y de la victoria, cuando estaba del todo postrado de ánimo, lo levantó.

Porque no solamente le ayudó con sus hechos, sino que aún antes de los hechos lo exhortó con sus palabras a tener buen ánimo, y lo fortaleció, y lo hizo que concibiera buena esperanza del éxito feliz en la empresa; y le dijo de este modo: ¡No decaiga el corazón de mi señor, porque tu siervo irá y peleará con ese extranjero! (5) Y yo pregunto: ¿os parece acaso pequeña cosa esto de que sin estar obligado por necesidad alguna, ponga en peligro su vida y se lance contra los enemigos para bien de aquellos de quienes nunca había recibido ningún beneficio? ¿Acaso no era justo que a éste, tras de semejante hazaña, se le inscribiera su nombre como de señor y se le proclamara salvador común de toda la ciudad; a éste que, con la gracia de Dios, había salvado la dignidad del reino y los fundamentos mismos de las poblaciones y la vida de todos? ¿Qué mayor beneficio que éste? Porque éste no fue para conservar la gloria y el poder, sino la vida misma, y arrancarlos a todos de las puertas de la muerte. De manera que viniendo a lo que es humano, por beneficio de aquel joven pudo vivir el rey en adelante y conservar su principado.

Mas ¿cuál fue el premio con que le correspondió? Porque si alguno atiende a la magnitud de las cosas llevadas a cabo, verá que aunque el rey se hubiera quitado de la cabeza la corona y la hubiera puesto en las sienes de David, nunca le habría dado un premio que igualara a sus hechos, sino que siempre le quedara deudor de otro premio más excelente; ya que el joven le había dado de nuevo el reino y la vida, mientras que el rey apenas lo habría premiado con el reino. Pero ¡fijémonos en el premio que le concedió por semejantes beneficios! ¿Cuál fue? ¡Desde aquel día se dio a sospechar de David y a temerlo. ¿Por qué motivo, por qué razón? Puesto que es necesario también recordar la causa de sus sospechas; ya que no se puede tener como justo lo primero que a cualquiera se le ocurra. Respecto de aquel que por el rey puso su alma y le dio la vida ¿qué causa justa podía tener el rey de sospechar? Con todo examinemos la causa de aquella enemistad a fin de que aprendáis cómo no menos que por la victoria fue David digno de ser honrado precisamente por aquellas cosas por las que luego se siguieron las sospechas y fue acometido con asechanzas.

¿Cuál fue, pues, la causa de las sospechas? Una vez que cortó la cabeza del bárbaro aquel, y regresó cargado con los despojos, Salieron, dice la Escritura, las mujeres cantando y diciendo: Saúl mató mil, pero David sus diez mil. Y se irritó Saúl y desde entonces sospechó de David. (5) Pero pregunto yo: ¿por qué motivo? Porque, aunque tales alabanzas se hubieran dicho de David sin razón, aun así no debía Saúl tener un ánimo hostil contra David, puesto que tenía comprobada su benevolencia para con él por las empresas llevadas a cabo. Porque sin que nadie lo empujara o lo obligara y por pura benevolencia, se había puesto David en semejante peligro; y así no había por qué sospechar nada malo para en adelante acerca de él.

Mas, por el contrario, aquellas alabanzas se decían con toda razón: y si se ha de decir la verdad, más bien se decían en favor de Saúl que no de David. Debía haberle bastado a éste con que le atribuyeran mil muertos. Pero entonces ¿por qué se indignaba de que a David le atribuyeran diez mil muertos? Si el rey había contribuido con alguna cosa, aunque poca, a que la guerra terminase, con razón se habría dicho aquello de Saúl sus mil y David sus diez mil. Pero si al revés, él, miedoso y temblando, se había quedado tranquilo en su casa, esperando cada día la muerte, mientras que David había llevado a cabo toda la empresa ¿acaso no era cosa absurda que quien para nada había contribuido en alejar el peligro se indignara porque no se le tributaban mayores alabanzas? ¡Si había lugar para la indignación, eso le tocaba a David, a quien convenía indignarse porque habiendo sido él solo quien todo lo había hecho ahora le daban un compañero en las alabanzas!

Pero no voy a fijarme en eso. Más aún: yo diría que, aun concediendo que aquellas mujeres hubieran hecho mal y fueran dignas de reprensión y de castigo ¿qué le tocaba de esto a David? Porque ni había él compuesto el cantar de ellas, ni las había persuadido a lo que decían ni había él inventado aquel modo de alabanza. Por lo mismo, si era cuestión de indignarse, lo conveniente fuera indignarse contra las mujeres y no contra el que era benemérito de la ciudad y digno de infinitas coronas. Pero Saúl, sin cuidarse de las mujeres se indignaba contra David. Si este varón, al ser levantado a tan grandes alabanzas hubiera mostrado envidia del poderoso y lo hubiera injuriado y hubiera despreciado su autoridad, entonces habría habido algún justo motivo de odio. Pero si precisamente se hizo más bondadoso y modesto, y se mantuvo dentro de la clase de los súbditos ¿qué justa causa había para que Saúl se doliera?

Cuando aquel que ha sido colmado de honores se levanta contra el que lo ha ensalzado, y no cesa de abusar del honor conseguido, y precisamente contra aquel de quien lo recibió, el odio tiene alguna excusa. Pero cuando ese tal continúa en hacerle honra y obedecer a su bienhechor y en todo le da la razón ¿qué pretexto puede tener éste para envidiarlo? De manera que aunque no hubiera llevado a cabo ninguna otra preclara hazaña, todavía por ésta David había de ser amado, por haberse mantenido en la moderación, a pesar de haber tenido una ocasión tan propicia para apoderarse del reino. Puesto que ni sus primeras hazañas ni las que luego les siguieron, y fueron con mucho mayores que las primeras, lo ensoberbecieron.

Y ¿cuáles fueron esas hazañas posteriores? Era David, dice la Escritura, acertado en todas sus empresas y el Señor omnipotente estaba con él, y todo Israel y Judá lo amaban, y él, a la vista de todos, entraba y salía. Y Micol, la hija de Saúl, y todo el pueblo lo amaba. Y excedía en su prudencia a todos los siervos de Saúl, y su nombre era sobremanera exaltado. Y Jonatán, el hijo de Saúl, lo amaba entrañablemente. (6) Y con todo, aun teniendo así ganada a toda la familia de Saúl y a todo el pueblo, y habiendo vencido en todas las guerras y no habiéndole fallado nunca el buen éxito y habiendo recibido aquel pago de todas sus empresas felizmente consumadas, ni levantó su cabeza ni ambicionó el imperio ni se vengó de. sus enemigos, sino que perseveró obrando el bien y llevando a cabo con toda felicidad las guerras en beneficio de Saúl.

¿Quién hay tan cruel y tan feroz a quien estas cosas no le hubieran persuadido a deponer la enemistad y abandonar la envidia? Pero a aquel Saúl, inhumano y cruel, nada de esto lo doblegó; sino que ciego a todas estas cosas y entregado a la envidia, incluso intentó quitarlo de en medio. Y ¿qué era lo que en esos momentos estaba haciendo David? (Porque esto es una cosa grande y más estupenda aún). ¡Tocaba la cítara y procuraba calmar el ánimo del rey! David, dice la Escritura, cada día tañía con su cítara. Y Saúl tenía la pica en sus manos. Y tomó Saúl la lanza y dijo: ¡La clavaré en David! ¡Pero la clavó en la pared! Y por segunda vez David esquivó el golpe. (7) ¿Puede subir a más alto grado esta malicia? ¡Tal vez sí subió con lo que luego le siguió!

A quien anteriormente había apartado a los enemigos, y por quien le había sido devuelta la ciudad, en tanto que todos inmolaban víctimas por la victoria, ¡a ése, Saúl, siendo su bienhechor y salvador y autor de todos aquellos bienes, intentó matarlo cuando aquél le tocaba la cítara! ¡Y no lo detuvo en su furor y delirio, ni la memoria de los beneficios, sino que una y otra vez vibró su lanza contra él con el ansia de matarlo! ¡Este pago le dio por los peligros a que se había expuesto! ¡Y esto no lo hizo solamente un día, sino muchas veces! Y con todo, aquel santo varón perseveró en cuidar de los negocios del rey y en entregarse a los peligros para salvarlo y en formar en las filas en todos los combates para salvar a su matador mediante el propio peligro. Y no contristó a aquella fiera salvaje ni con palabras ni con hechos, sino que en todo le dio la razón y lo obedeció.

Y a pesar de no haber recibido premio alguno por la victoria, sino al revés, verse defraudado de la paga por todos aquellos peligros, ni con una sola palabra se quejó, ni exigió nada ni a los soldados ni al rey. Y esto lo hizo porque no había procedido por la paga, sino con la esperanza del eterno reino. Ni solamente es de admirar que no exigiera premio, sino que cuando se lo daban, a causa de su eximia moderación de ánimo tuvo a bien rehusarlo. Porque Saúl, tras de haber maquinado tantas cosas y haber intentado todos los modos que pudo para acabar con él, le urdió una nueva asechanza mediante el matrimonio, y le inventó una nueva forma de dote y regalo de bodas. Por que no desea el rey, dice la Escritura, una dote que le presente, sino cien prepucios de los enemigos del rey? Como si dijera: "¡Mátame cien varones, y esto ante mí valdrá por dote!" Pero esto lo decía con el deseo de entregarlo en manos de sus enemigos, bajo el pretexto de matrimonio.

Y con todo, David, pensando el negocio según su propia moderación, rehusó aquellas nupcias, no por temor del peligro o el miedo a los enemigos, sino por creerse indigno de emparentar con el rey. Y así, respondió a los siervos del rey con estas palabras: ¿Os parece cosa leve eso de ser yo yerno del rey, siendo como soy hombre de baja condición y de ninguna estima? a ¡Y eso que aquel honor le era debido y era un premio y una compensación a sus trabajos! Pero en tanto grado tenía la humildad en su corazón, que, tras de tantas empresas dignas de alabanza, tras de tan espléndida victoria, después del expreso ofrecimiento del rey, él se juzgaba indignísimo de recibir ese debido premio, y eso aun teniendo que acometer otros nuevos peligros para lograrlo.

Pero una vez que venció a los enemigos y recibió por esposa a la hija del rey, nuevamente Tocaba la cítara, dice la Escritura, y procuraba Saúl herirlo con su lanza, y se la arrojó; pero la lanza se clavó en la pared. (10) ¿A quién semejantes cosas, aunque fuera un varón de excelente virtud y moderación, no lo habrían irritado? ¿Quién, aunque otra causa no hubiera habido, no habría dado muerte a quien injustamente asechaba contra su vida, a lo menos por propia seguridad? Y esto no habría sido un homicidio; sino que aún así habría superado el modo de proceder prescrito por la ley. Porque ésta ordenó sacar ojo por ojo. En cambio este varón, aun en el caso de que hubiera dado muerte a Saúl, solamente habría vengado un homicidio a cambio de tres. ¡A cambio de tres, lo repito, y éstos intentados sin motivo alguno plausible!

Pero ninguna de estas cosas procuró David; sino que le pareció mejor huir y retirarse de su casa paterna y andar errante y prófugo, y en semejante desgracia buscarse su alimento necesario, antes que dar al rey ninguna ocasión de homicidio. Porque no miraba a su propia venganza, sino a curar al otro de su enfermedad. Y por este motivo se apartó de la vista de su enemigo, para con esto calmar su hinchazón y mitigar el ardor de su úlcera y aplacar su envidia. ¡Es mejor, se decía, que yo sea un miserable y padezca dolores infinitos, que no el ser éste condenado delante de Dios por la muerte de un inocente!

Pero no nos contentemos con oír estas cosas, sino imitémoslas; y no dejemos piedra por mover para que nuestros enemigos echen de sí el odio. Y no andemos investigando si acaso con razón o sin ella nos tienen mala voluntad, sino miremos únicamente a que dejen de ser enemigos nuestros. El médico a lo único a que mira es a que el enfermo quede libre de su mal y no a si acaso con razón o sin ella contrajo la enfermedad. Pues bien: tú eres el médico de aquel que te injurió: busca únicamente el modo de curarlo de su enfermedad. Esto fue lo que hizo este bienaventurado varón al elegir la pobreza en vez de las riquezas, el desierto en vez de la patria, los trabajos y peligros en vez de los placeres y la seguridad personal; y todo para librar a Saúl del odio y malevolencia que a él le profesaba.

Pero Saúl ni con todo esto mejoró; sino que continuamente lo perseguía y andaba rondando en busca de aquel que no lo había injuriado; sino que al revés, siendo él el injuriado le pagaba con infinitos y muy grandes beneficios sus injurias. Y Saúl, poco después, sin darse cuenta vino a caer en las redes de David. Había ahí una cueva, dice la Escritura, y Saúl entró en ella para descargar el vientre. Y David con su acompañamiento estaba sentado en el interior de la cueva. Y los acompañantes dijeron a David: He aquí el día anunciado por el Señor cuando dijo: Entregaré en tus manos a tu enemigo y harás con él lo que mejor te parezca. Pero David se levantó y calladamente cortó la orla del manto de Saúl. Y luego le latía fuertemente el corazón por haber cortado la orla del manto de Saúl y dijo a sus hombres: Líbreme Dios de hacer tal cosa contra mi señor el ungido de Yavé: ¡poner yo mi mano sobre el ungido de Yavé! "

¿Has observado las redes tendidas? ¿Has visto la presa capturada? ¿Has visto al cazador en pie y cómo todos lo exhortaban a meter en el pecho de su enemigo la espada? ¡Pues observa ahora la moderación, la lucha, la victoria, la corona! Porque aquella cueva era el campo de batalla y ahí se llevó a cabo un combate admirable e increíble. Luchó David; la ira era el púgil; Saúl estaba en medio como premio del certamen; el presidente del certamen era Dios. Más aún: la lucha no era solamente contra sí mismo y sus propias pasiones, sino contra los soldados que le rodeaban. Porque si quería moderar su ánimo y perdonar al que lo había injuriado, era natural que también a éstos los temiera, no fuera a ser que lo mataran ahí en la caverna, como a traidor de la vida de ellos, y conservador de un público enemigo de todos.

Porque es probable que cada uno de ellos, oprimido por el dolor, dijera interiormente: "¡Andamos errantes y expatriados, arrojados de nuestra casa y de nuestra tierra y de todos los demás sitios, y somos copartícipes de todas las dificultades; y tú, a ese que es la causa de todos los males y ahora se encuentra entregado en tus manos, ¿piensas dejarlo ir para que así no podamos jamás salir de nuestras angustias; y traicionando a tus amigos cuidas de este modo de guardar al enemigo? ¡Mirando al tiempo futuro, acaba con el enemigo para que no vayamos luego a sufrir males mayores y más amargos!" Estas cosas, aunque de palabra no las dijeron, pero en su ánimo sí las revolvían, y aun otras más graves que éstas.

Pero aquel justo ninguna de esas cosas tomaba en cuenta y miraba únicamente a cómo podría ceñirse la corona de la resignación y ejercitar una nueva y nunca oída sabiduría. Porque no fuera cosa tan admirable si estando solo y sin compañeros, perdonara al que lo había injuriado, como lo es ahora el que lo haya hecho estando presentes los demás: puesto que la presencia de aquellos soldados era un doble obstáculo para la virtud. A nosotros mismos nos acontece que, tras de haber determinado perdonar y no vengarnos, luego, al sentir que otros nos excitan y empujan a la ira, cambiamos de parecer y nos acomodamos a lo que sugieren sus dichos.

Esto no le aconteció a este bienaventurado, sino que aún después de lo que ellos le aconsejaban y a lo que lo exhortaban, perseveró en su propósito. Y no es únicamente digno de tan grande admiración el que no haya cambiado de determinación por las exhortaciones de los otros, y el que no los haya temido, sino más aún el que haya logrado obtener que sus compañeros tuvieran la misma moderación de ánimo. ¡Cosa grande es que alguno impere sobre sus pasiones; pero más grande aún es lograr que otros hagan lo mismo y piensen como el: a otros, digo, que precisamente no son personas que tengan moderación de ánimo y templanza, sino soldados que a causa de las innumerables dificultades habían llegado casi hasta la desesperación; dificultades de las cuales ansiaban ya descansar un poco; y que no ignoraban que el acabamiento de sus males estaba dependiendo de la muerte de aquel su enemigo; y no solamente la solución de sus dificultades, sino también la adquisición de muchos bienes, puesto que nada obstaba para que, una vez muerto el enemigo, pasara David a tomar posesión del reino.

Y sin embargo, aun siendo tantos los motivos que exasperaban el ánimo de los soldados, pudo tanto aquel generoso varón, que se hizo superior a todos ellos y los persuadió a que perdonaran a su enemigo. Y vale la pena oír el consejo que le daban los soldados; porque la maldad del consejo manifiesta la firme e irrevocable convicción del pensamiento de aquel justo. Porque ellos no dijeron: "¡He aquí al que te ha causado infinitos males y que ha ansiado tu muerte y a nosotros nos ha arrojado en medio de inextricables dificultades!" Sino que en cuanto vieron que David despreciaba todo eso, y no tenía gran cuenta con las injusticias que contra él se cometían, le alegaron a Dios como autor de la oportunidad: "¡Dios, le dicen, te lo ha entregado!" Para que David, temeroso del juicio de Dios, más rápidamente se lanzara al homicidio.

Como si dijeran: ¿Acaso andas por tu cuenta vengándote? ¡Haces a Dios un servicio y confirmas su sentencia con este ministerio! Pero él, cuanto más le insistían tanto más perdonaba en su corazón. Porque entendía que Dios para esto le había puesto al adversario en sus manos, para darle ocasión mayor de probar su virtud. En consecuencia, también tú, si alguna vez tu enemigo cayere en tus manos, no vayas a pensar que se te ha proporcionado la ocasión de vengarte, sino la de conservar a tu enemigo. Y precisamente entonces más se han de perdonar los enemigos, cuando estos han venido a caer en nuestro poder.

Quizá en este punto diga alguno: Pero ¿qué hay de grande ni de admirable en perdonar al que ya ha caído en tu poder? Porque muchos reyes elevados a la cumbre del mando, juzgaron indigno de ellos, colocados en tan grande altura de poder, el castigar a quienes anteriormente los habían ofendido; y así la alteza misma del poder fue causa de reconciliación. En el caso presente nada de eso puedes tú alegar. Porque no sucedió que David hecho rey y elevado a la cumbre del poder, tuviera en sus manos a Saúl y lo perdonara; para que nadie pudiera poner como motivo de haber depuesto su ira la alteza de su reino. Sino que sabiendo que aquél, una vez por él conservado en la vida, había de reincidir en la misma culpa, y él había de quedar en mayores peligros, ni aun así le dio muerte. De manera que no lo comparemos con esos otros reyes.

Porque éstos, por tener una plena y completa prenda de seguridad para el futuro, con razón perdonaban; aquél, en cambio, aun sabiendo que perdonaba y salvaba a un enemigo para su propio daño, con todo no lo mató, y eso que muchas cosas lo empujaban a darle muerte. Puesto que la soledad en que se hallaba el rey privado de todo auxilio, la exhortación de los soldados, el recuerdo de los sucesos anteriores, el temor de los futuros, el que no se le pudiera condenar como asesino por haber matado a su enemigo y el que aún en el caso de que le diera muerte parecería haber superado con su mansedumbre las prescripciones de la ley: todo esto y otras muchas cosas más, lo compelían a que desenvainando la espada lo atravesara con ella.

Pero no cedió a ninguno de esos incitamentos, sino que permaneció firme con la firmeza del diamante en la guarda inmaculada de la ley de la moderación. Ni vayas a decir que él no sintió ninguno de esos afectos, que al fin y al cabo era natural que sintiera; y que lo que sucedió no fue por fuerza de la virtud sino a causa del estupor. Más bien, considera cómo se mantuvo dentro de la moderación cuando se encontraba excitado por tantos motivos. Puesto que el que se hayan hinchado en su pecho las olas de la ira y se haya producido en el una tempestad de pensamientos, y que la haya refrenado mediante el temor de Dios, y así haya reprimido su cólera, puede verse por lo que enseguida le sucedió. "Se levantó –dice la Escritura– y cortó la orla del manto de Saúl". ¿Observas cuán grande tempestad de cólera se levantó en su pecho? Pero esta no pasó adelante ni produjo el naufragio, porque la que iba al timón, es a saber la razón informada por la piedad, al punto en que sintió el peligro, cambió la tempestad en tranquilidad. Puesto que dice: "¡Hirió a David su corazón!"; pero David domeñó su ira a la manera como se doma un corcel que se encabrita y se enfurece.

Tales son las almas de los santos: antes de haber caído del todo, se levantan; antes de llegar al pecado, se refrenan, porque viven en templanza y siempre vigilantes. ¿Cuánta era la distancia entre el vestido y el cuerpo? Con todo, aquel varón se venció a sí mismo para no pasar más allá. Y luego, por eso mismo que hizo, se condenó gravemente: ¡Lo hirió, dice, su corazón por haber cortado la orla del manto de Saúl y dijo a los soldados: ¡líbreme el Señor de hacer tal cosa! (12) ¿Qué significa esto de líbreme el Señor de hacer esto? ¡Que me sea propicio el Señor, dice, porque yo no quiero hacer esto! ¡no permita jamás Dios que yo lo haga y que llegue a tan grande crimen! Y esto, porque veía que esta virtud de la moderación casi superaba a las fuerzas de la naturaleza humana, y así él tenía necesidad del auxilio celestial; y porque había llegado casi a la muerte de su enemigo, ora para que el Señor le conserve sin mancha sus manos.

¿Qué alma puede haber de mayor mansedumbre que esta alma? ¿Llamaremos hombre a este varón que viviendo en la humana naturaleza se ejercitó en una vida de ángel? Pero esto no lo van a permitir las leyes divinas. Porque ¿quién, pregunto, podrá fácilmente pedir a Dios cosa semejante? Mas ¡qué digo semejante! ¿Quién se abstendría de rogar a Dios contra quien lo ha injuriado? Porque muchos de los mortales han llegado a tal punto de inhumanidad que, por ser tan impotentes que no logran hacer algún mal a quien les ha hecho injusticia, ruegan a Dios y lo llaman a la venganza, y le piden que les dé licencia y modo de dañar a aquellos que les hicieron algún mal. David en cambio suplica en cierto modo todo lo contrario de esos, y ruega que no vaya a alargar su mano en contra, y dice de esta suerte: "¡No permita el Señor que yo ponga en él mi mano!" De manera que habla del enemigo como si se tratara de su hijo y descendencia.

Ni solamente lo perdona, sino que además estatuye una defensa en su favor; y observa cuan sabia y prudentemente lo hace. Porque como examinara la vida de Saúl y no encontrara en ella cosa buena, para poder afirmar "no me ha hecho injusticia alguna ni me ha molestado" (pues al punto le habrían reclamado los soldados que estaban ahí presentes y conocían por experiencia la maldad del rey), andaba rodeando por otras partes en busca de alguna excusa aceptable que pudiera encontrar. Y como no lograra ni del lado de su vida ni del de sus obras, se acogió a la dignidad del rey y dijo: "¡Porque es el ungido del Señor!"

¿Qué es lo que dices? le preguntan. ¿Acaso no dirás que es un malvado y malvadísimo y que rebosa de maldades y está henchido de vicios incontables y anda pensando en darnos muerte? ¡No, sino que es rey! ¡es el príncipe! ¡ha recibido el mando sobre nosotros! Y no dijo: porque es el rey, sino porque es el ungido del Señor; y tomó así en su favor el testimonio no de los honores humanos sino del juicio divino. Como si dijera: ¿Desprecias a tu consiervo? ¡Pues reverencia a tu señor! ¿Desprecias al electo? ¡Pues teme al que lo eligió!

Porque si a los ordinarios Prefectos designados por el emperador, aunque sean malos, aunque sean ladrones, aunque sean rateros, aunque sean injustos, aunque sean cualquiera otra cosa, les tenemos un temor reverencial, y no los despreciamos por su maldad sino que los reverenciamos por la dignidad de aquel que los eligió, mucho más conviene que procedamos de esa manera para con aquellos a quienes Dios eligió. Corno si dijera David: Dios aún no le ha privado del reino ni lo ha rebajado de rey a hombre particular. No pervirtamos, pues, el orden ni luchemos contra Dios, sino más bien pongamos por obra aquel dicho apostólico: Porque quien resiste a la autoridad, resiste a las disposiciones de Dios, y los que las resisten atraen sobre sí la condenación. (13)

Y no solamente lo llamó Cristo, o sea ungido y rey, sino que además lo llamó señor suyo. No es pequeña moderación el llamar con este nombre a su enemigo, nombre de honor y de obediencia. Y cuánto sea esto grande, podrá cualquiera verlo por lo que a otros les acontece. Porque muchos no solamente no soportan eso de llamar al enemigo con nombres sencillos y simples, sino que los llaman con otros vocablos llenos de odio, como loco, impío, mentecato, insano, pestilencial, y en fin, amontonan otros muchos para denominar a sus enemigos. Os demostraré ser esto verdad con un ejemplo no traído de lejos, sino de la materia misma que vamos tratando; o sea de Saúl. Porque éste, a causa del odio que sentía no podía llamar al varón justo con su nombre; sino que, como se celebrara en cierto día una fiesta, lo buscaba diciendo: ¿En dónde está el hijo de Jesé? (14) Y lo llamó así en parte por odio al nombre mismo, y en parte para subrayar la bajeza social de su padre, con la esperanza de que de este modo la fama del varón justo quedara manchada. Porque no comprendía que al hombre lo suelen hacer ilustre no la nobleza de sus progenitores sino las virtudes de su propio ánimo.

No procedió así el bienaventurado David. Porque éste no designó a aquél por el nombre de su padre, aunque éste fue también de linaje demasiado bajo y despreciado. Ni lo designó por su nombre simple y sencillo, sino con el título de su dignidad e imperio: ¡hasta tal punto estaba su ánimo libre de toda malevolencia! Conforme a esto, también tú, oh carísimo, imítalo y aprende de él ante todo a llamar a tu enemigo no con palabras odiosas sino honoríficas. Puesto que si la lengua se acostumbra a llamar al injuriador con palabras honrosas y de amistad, el ánimo, oyéndolas y enseñado por la lengua, no rehusará volverlo a su gracia. Puesto que las palabras mismas serán como un remedio excelente para la llaga que en el corazón se va hinchando.

Todo lo que precede lo he dicho no únicamente para que alabemos a David, sino además para que lo imitemos. Imprima, pues, cada cual esta historia en su corazón, y dibuje, usando de los raciocinios como de una mano, aquella doble caverna, y a Saúl entregado al sueño y atado por éste como por una cadena, y sujeto a la mano de aquel a quien había injuriado tan gravemente; y a David que está sobre él, que duerme; y a los soldados que se hayan presentes y lo exhortan al homicidio; y al bienaventurado aquel que discurriendo y ejercitando la virtud, o sea reprimiendo su propia ira y la de sus compañeros, trata de excusar al mismo que tantas veces y tan gravemente había faltado contra él.

Y no solamente pintemos en nuestra alma estas cosas, sino además hablemos constantemente de ellas en nuestras reuniones. Renovemos con frecuencia la narración de ellas delante de las esposas y delante de los hijos. Porque si vas a hablar de algún rey, he aquí a éste; si de un soldado, si de negocios privados o de negocios políticos o civiles, encontrarás en las Sagradas Escrituras copia abundante de todas esas cosas. Estos recuerdos traen consigo grandes utilidades. Porque es imposible, lo repito, es imposible que el alma que en estas memorias se ocupa, sea vencida por las pasiones. De manera que, con el objeto de no pasar el tiempo inútilmente ni consumir vuestra vida en nugatorias e inútiles vanidades, aprendamos los hechos de los varones fuertes, y en ellos ocupémonos con frecuencia.

Y si acaso alguno durante la reunión familiar quisiera traer a cuento los espectáculos o las carreras de caballos o en fin gastar palabras en cosas que no tienen qué ver contigo, procura apartarlo de esas materias y traerlo a estas historias. Purificadas así las almas, tras de haber gozado de un deleite que carece de peligros, finalmente, dispuestos nosotros con la mansedumbre y bondad para con aquellos que nos han injuriado, saldremos de esta vida al siglo futuro, sin tener enemigo alguno; y conseguiremos los bienes eternos, por gracia y bondad del Señor nuestro Jesucristo, al cual sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.


(1) Mt 18,23-24.

(2) Véase la Introd. n. 8. El ánimo del Crisóstomo era naturalmente inclinado a la cólera, pero lo venció hasta llegar a la más dulce mansedumbre.

(3) 1S 13,14; también Ac 13,22.

(4) 1S 17,32-33.

(5)1S 18,6-9.

(6) 1S 18,24-30.

(7) 1S 18,10-11.

(8)1S 18,25.

(9) 1S 18,23.

(10) 1S 19,9-10.

(11) 1S 24,4-7.

(12) 1S 24,6.

(13) Rm 13,2.

(14) 1R 20,27. Parece que este es uno de los muchos casos en que el Crisóstomo, llevado de su anhelo de hacer aplicaciones morales, no se atiene tan puntualmente al sentido del texto bíblico, ya que la forma de preguntar Saúl por David en esa ocasión no deja entender que lo hiciera por humillarlo ni que dejara de nombrarlo por su nombre precisamente por cólera. Era una forma ordinaria entre los hebreos de designar a las personas. Sin duda a esto se han referido los que aseguran que hay en el Crisóstomo más afecto que raciocinio, etc., como indicamos en la Introduc.

(15) Gn 2,14.



Homilias Crisostomo 2 13