Homilias Crisostomo 2 16

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XVI ENCOMIO DE DIODORO, Obispo Tarsense.

Este, como era costumbre en Antioquía que en la misma iglesia y el mismo día hubiera dos predicadores, habló el primero y se extendió en las alabanzas del Crisóstomo que había de predicar en seguida. Diodoro había sido, como dijimos en la Introd. n. 6, maestro de san Juan Crisóstomo, había ejercitado anteriormente el oficio de la predicación ahí en la misma ciudad, al tiempo en que los arrianos estaban en todo su poder y perseguían a los católicos y en especial a Diodoro; y por estos motivos el pueblo admitía con gusto que Diodoro predicara en seguida del Crisóstomo. Esta vez, en el día, mes y año que no sabemos, Diodoro predicó y llamó a san Juan otro Juan Bautista, y Voz de la Iglesia y lo comparó con la Vara de Moisés. Molestaron al santo aquellas alabanzas y al día siguiente trató de volverlas sobre Diodoro naturalmente un poco antes de que Diodoro subiera al pulpito en seguida del santo. Va añadido un Fragmento de otro nuevo sermón del Crisóstomo en que se refirió a Diodoro y lo cita Facundo Hermianense, Lib. 4, c. 2. Fue una Homilía acerca de los mártires y en ella a Diodoro lo llamó mártir, pues era público que los arrianos lo habían hecho sufrir muchísimo. Es probable que esta segunda Homilía fuera predicada en 392.

Admirable es la riqueza y variedad en la exposición del tema, y tal que parece agotar cuantas razones se pueden traer y cuantos afectos se pueden suscitar para lograr el perdón de los enemigos. La historia dice que el Crisóstomo lo logró en Antioquía con admiración de todos (Véase Montfaucon, vol. IV, p. 865, Monitum).

ESTE SABIO Y NOBLE DOCTOR, ayer, apenas libre de su enfermedad, subió a este pulpito; y tomó su exordio de mi persona y me dio los nombres de Juan Bautista y Voz de la Iglesia y Vara de Moisés y otros muchos. El alabó y vosotros aplaudisteis y yo sentado allá lejos lloré amargamente. El alababa demostrando el cariño para con sus hijos; vosotros aplaudíais demostrando vuestra fraterna caridad; yo me entregaba al llanto pues me sentía oprimido por el cúmulo de elogios. Porque la multitud de las alabanzas suele, no menos que la de los pecados, remorder la conciencia. Y cuando alguien que no tiene conciencia de bien alguno en sí mismo oye a otros que predican de él muchos y grandes bienes, entonces va comparando la opinión presente con aquel otro día futuro, cuando quedarán al desnudo y manifiestas todas las cosas; y cómo el que entonces ha de juzgar, juzgará no por las opiniones del vulgo, sino conforme a la verdad misma de las cosas.

Porque no juzgará, dice la Escritura, según la opinión ni argüirá según los rumores. (1) Pensando yo en estas cosas me encuentro atormentado por la buena opinión del vulgo y sus alabanzas; porque veo la gran diferencia entre aquella opinión y la del juicio futuro. Pues ahora nos encubrimos como detrás de unos disfraces con la opinión del vulgo; pero en aquel día estaremos de pie y con la cabeza descubierta y quitados todos los disfraces y en nada podremos ayudarnos de estas opiniones para aquella sentencia. Sino que al revés, por esto mismo seremos más gravemente castigados: porque habiendo sido celebrados por los hombres con muchas alabanzas y encomios, con todo, ni por eso nos hicimos mejores.

Pensando, pues, todo esto dentro de mí, amargamente gemía yo. Y por lo mismo, ahora con toda diligencia me presento delante de vosotros, mis oyentes, con el objeto de que desechéis semejante opinión. Porque cuando la corona es de mayores dimensiones que la cabeza que se corona, no aprieta las sienes ni se asienta en la cabeza; sino que, a causa de su anchura demasiada y flojedad, se cae por los ojos y anda girando en torno del cuello a manera de collar, al tiempo mismo que deja a la cabeza sin participación alguna de ella.

Esto precisamente es lo que nos ha sucedido; porque hemos juzgado que esa corona de alabanzas era digna de una cabeza mayor que la nuestra. Y con todo, aunque estas cosas son así, nuestro padre no desistió de alabarnos, movido de la abundancia de su cariño, ni cesó hasta ceñírnosla en la forma que pudo. Así lo hacen con frecuencia los reyes; porque éstos imponen en la cabeza de sus hijos la corona que a ellos les queda bien. Y luego, cuando advierten que la cabeza infantil es más pequeña que la corona, satisfechos de haberla colocado en la forma que haya sido, finalmente la recogen y se la ciñen ellos mismos.

Supuesto, pues, que nuestro padre nos impuso una corona que sólo dice con su cabeza, y se ha visto ya ser la tal corona mayor que nuestra cabeza, y que por otra parte él nunca se la impondrá a sí mismo, ¡ea! ¡quitémosla de nosotros y coloquémosla en la cabeza de nuestro padre, a la que exactísimamente se adapta!

Porque ciertamente el nombre de Juan nuestro es; pero el ánimo de Juan, a él le pertenece. Nosotros obtuvimos su nombre, pero éste alcanzó su sabiduría celestial. De manera que éste era más digno que nosotros de heredar su nombre. Porque al verdadero sinónimo no lo hace la comunidad de nombres sino el parentesco en las acciones, aunque los nombres sean diferentes. No suele la Sagrada Escritura discurrir sobre estas cosas al modo como lo hacen los filósofos paganos. Estos, a no ser que sean comunes la sustancia y el nombre, no los llaman sinónimos. No así la Escritura; sino que, cuando observa un grande parentesco en los modos de vivir, aunque a las personas se les hayan puesto nombres diversos, a los que así convienen en el género de costumbres, los llama con el nombre de parientes y sinónimos.

Y no hay que ir a buscar muy lejos la prueba; sino que traeremos al medio al mismo Juan, hijo de Zacarías. Porque, habiendo preguntado los discípulos a Jesús si acaso Elías vendría de nuevo, Jesús les respondió: ¿Queréis recibirlo? ¡Este es el Elías que ha de venir! (2) Y aunque este segundo se llamaba Juan, pero como tenía las mismas costumbres que Elías, se le impuso el mismo nombre. Porque ambos habitaban en el desierto. Este vestía una piel de oveja, aquél una hecha de cerdas; y la mesa de ambos era vil y pobre. Este fue ministro de la primera venida, aquél lo será de la futura.

Por tener, pues, idénticos el alimento, el vestido, el sitio en donde moran y el ministerio en que sirven, y en una palabra, siendo en todo iguales en ambos todas las cosas, se les puso a ambos el mismo nombre. Y por este medio manifestó la Escritura que cualquiera, aunque tenga distinto nombre, puede llegar a ser sinónimo de aquel cuyas costumbres ha emulado.

Y como sea ésta una regla certísima en la Escritura y una exacta definición de sinónimos, ¡ea! ¡demostremos en qué forma nuestro padre ha emulado las costumbres de aquel Juan; y por aquí veremos cuánto más digno es él, con mucho, de ser llamado con el nombre aquel! No tenía aquél mesa ni lecho ni casa en este mundo, pues éste tampoco los tuvo nunca. Y de esto sois testigos vosotros, y también de cómo ha perseverado en llevar constantemente una vida apostólica, sin poseer nada propio, sino recibiendo de caridad los alimentos de otros, mientras él se ocupa en la oración y en la predicación de la doctrina del Evangelio.

Predicó Juan al otro lado del río y vivía en soledad; y éste, como hubiera recibido a su cargo la ciudad toda que queda más allá del río, la adoctrinó con sanas enseñanzas. Aquél habitó en la cárcel y al fin fue degollado a causa de su libertad en hablar en favor de la ley; y éste a su vez fue expulsado con frecuencia de su patria por su libertad en predicar la fe, y con frecuencia fue degollado por el mismo motivo, si no de hecho pero sí en propósito por los enemigos.

Porque como no soportaran aquellos enemigos de la verdad la lengua elocuente de éste que la predicaba, por todas partes le armaban infinitas asechanzas, pero Dios lo libró de todas ellas. ¡Oigamos, pues, esta lengua por la cual se vio en peligro y por la cual se salvó! ¡lengua de la cual, si dijera alguno lo que dijo Moisés de la tierra de promisión, no errará! ¡Tierra que fluye leche y miel! (3) Porque esto debe decirse de esta lengua: ¡lengua que mana leche y miel! Pues, para que gocemos de esta leche y nos saciemos de esta miel, ¡ea! ¡terminando aquí nuestro discurso, escuchemos esa lira, esa trompeta!

Porque al considerar la suavidad de sus palabras a su voz la llamo lira; pero cuando considero la fuerza de sus pensamientos, la llamo trompeta de combate, como aquella con que los judíos derribaron los muros de Jericó. Ya que así como entonces el sonido de las trompetas, cayendo a manera de fuego y con mayor vehemencia aún en las piedras, todo lo consumía y derribaba, del mismo modo ahora la voz de éste, cayendo no de otra forma que la de aquella trompeta, sobre las fortificaciones de los herejes, destruye sus raciocinios, y toda su soberbia que se levanta contra la sabiduría de Dios.

Mas, para que no por nuestra lengua sino por la suya propia conozcáis estas cosas, aquí ponemos fin a nuestro discurso, dando la gloria a Dios que tales Doctores nos ha proporcionado. Porque a El es la gloria por los siglos de los siglos. Amén.


Fragmento de otra Homilía que no se nos ha conservado.

Según parece, no en vano gastamos prolijos discursos. Pero, estando en la celebración de los mártires, nos vemos amonestados además con la vecindad de un mártir que aún vive, y es como un río espiritual. Porque vivo está aún y ya es mártir, ya que el propósito de sus enemigos fue muchas veces el de darle muerte. ¡Ved sus miembros mortificados! ¡observad su figura que ostenta ciertamente todo lo que es propio del hombre, pero que va llena de un cierto sentido de ángel! Y esto además de muchas otras cosas. Pero volvamos de nuevo a este mártir que fue la ocasión de que dijéramos lo que precede. ¡De qué manera ha muerto, y ha cobrado vida para sus miembros, y habiendo pisoteado las naturales concupiscencias en su cuerpo humano nos ha demostrado un camino angélico!

Y si queréis ver cómo en realidad llegó hasta el paso de muerte, recordad el tiempo aquel cuando se levantó contra la Iglesia una guerra terrible y dura, y se movilizaban los ejércitos y se preparaban las armas y todos se congregaban al otro lado del río. (4) El, en ese tiempo, salía, y a la manera de una torre interpuesta o de un promontorio elevado y enorme puesto de pie delante de los adversarios y recibiendo sobre sí las oleadas de los contrarios y rechazándolas, custodiaba en tranquilidad el resto del cuerpo de la Iglesia; y alejaba las tempestades y nos procuraba un puerto seguro… (5)


(1) Is 11,4.
(2) Mt 11,14.
(3) Ex 3,8.
(4) Se trata, lo mismo que en la otra Homilía, del río Orontes. Habla san Crisóstomo de la otra ribera del río, o sea de la llamada Palaia o Ciudad Antigua o Vieja. Ahí estaba la iglesia llamada también Palaia, en donde solían reunirse los que seguían al obispo Melecio. Véase la Introd. n. 6.
(5) De este segundo Fragmento no se nos ha conservado sino la versión latina hecha por Facundo Hermianense, 1. c, de la cual hemos hecho nosotros esta castellana.


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XVII ENCOMIO de la SANTA Y GRAN MÁRTIR DROSIS; y sobre el recordar la muerte.

- Predicó esta Homilía el santo Doctor, no se sabe qué día ni qué año, con ocasión de haber sacado el Obispo san Flaviano al pueblo antioqueno al campo, en los alrededores de Antioquía, en un día sereno como solía hacerlo de vez en cuando, para ir a visitar los sepulcros de los mártires. Poquísimos son los datos que sobre el martirio de esta santa nos han quedado, y casi se reducen a los que da de él san Crisóstomo en esta Homilía. Por lo demás, aprovecha el santo Doctor la oportunidad para tejer las alabanzas de otros muchos mártires cuyos huesos estaban depositados en el mismo sitio, y ensalzar su poder sobre los demonios y las enfermedades; y se alarga en exponer cuánta utilidad puede sacarse de visitarlos.

Los PASTORES DILIGENTES, cuando, tras de un largo llover, miran brillar los rayos del sol y que ya calientan el día más de lo ordinario, sacan de los apriscos sus ovejas y las conducen a los pastos acostumbrados. Imitándolos hoy nuestro buen Pastor, ha sacado al espiritual y sagrado rebaño y conjunto de las ovejas de Cristo a los pastos espirituales de los sepulcros de los mártires. Porque también los rebaños llegan a sentir saciedad de los establos; y cuando salen de los apriscos reportan mucha mayor utilidad de las praderas, mientras, inclinados hacia la tierra, con grande gusto van cogiendo con los dientes la hierba delicada, y respiran el aire puro, y contemplan los limpios y brillantes rayos del sol, y saltan en torno de las fuentes, los lagos y los ríos, ni es menos lo que la tierra, vestida por doquiera de flores, los deleita.

Pero, no solamente a ellos, sino también a nosotros nos acarrea esto mucha utilidad. Porque, aunque allá dentro de la ciudad teníamos delante una mesa repleta de espirituales alimentos, sin embargo, el salir hacia estos santos nos alegra con un no sé qué de gozo especial; y no porque respiremos el aire puro, sino porque volvemos los ojos a los esclarecidos hechos de los generosos varones. No porque demos saltos de gozo junto a las fuentes de los ríos, sino junto a los arroyos de los dones del Espíritu santo. No porque inclinados a la tierra cojamos con los dientes la hierba, sino porque cogemos las virtudes de los mártires. No porque veamos el suelo adornado de flores, sino porque contemplamos los cuerpos que derraman dones espirituales.

Y por cierto, cada una de las iglesias de los mártires ofrece a los que en ella se reúnen no corta ganancia, pero ésta la ofrece muy particular. Porque apenas alguno ha pasado su vestíbulo y al punto se presenta ante sus ojos la multitud de sepulcros; y a dondequiera que mira advierte los lóculos, los monumentos y las tumbas de los que ya fenecieron. Y la vista de estos sepulcros no poco nos aprovecha para embeber en nuestras almas la modestia y la moderación cristianas. Porque el ánimo, aunque sea perezoso, conmovido por este espectáculo al punto se excita; y si es diligente y se encuentra ya excitado a la piedad, se torna aún más diligente. Y si acaso alguno se duele de su pobreza, con este espectáculo al punto siente consolación; y si anda hinchado por sus riquezas, se vuelve humilde y se abaja. Porque la vista de los sepulcros obliga, aun contra su voluntad, a cada uno de los que la contemplan, a pensar y discurrir acerca de la muerte; y lo persuade a no tener por estable cosa alguna de este mundo, ya sea molesta o ya agradable. Y quien estuviese persuadido de esto no será fácilmente cogido en los lazos del pecado.

Por eso dijo cierto sabio: En todas tus palabras acuérdate de tus novísimos y nunca pecarás. (1) Y otro dice cosas que consuenan bien con éstas, cuando aconseja: Prepara tus obras para el fin, y prepárate tú para el camino. (2) Y dice esto no porque hable del camino sujeto a la percepción de los sentidos, sino de la salida de este mundo. Porque si cada día meditamos cuan incierta es la muerte, no caeremos fácilmente en el pecado ni podremos hincharnos con las cosas espléndidas y magníficas de esta vida, ni deprimirnos y perturbarnos con las que, por el contrario, son molestas, por ser tan incierto el acabamiento de ambas. Con frecuencia, quien está con vida en estos momentos, por la tarde ya no existe.

De manera que, si hubiéramos permanecido allá dentro en la ciudad, no es muy probable que meditáramos y consideráramos estas cosas; en cambio, una vez que hemos salido de las murallas y hemos venido a estos sitios y a estos sepulcros, y hemos contemplado esta cantidad de difuntos, se nos ha hecho necesario, querremos o no, por lo que nos amonesta el presente espectáculo, revolver en el ánimo esa clase de pensamientos, y elevarnos de la tierra mientras lo consideramos, y despojarnos de toda afición a las cosas del siglo.

Ni solamente vendrán a nuestro ánimo semejantes pensamientos, sino que además nos excitará una conveniente exhortación para que nos apresuremos a nuestra patria eterna, y nos preparemos para ella, y acopiemos todo lo necesario para ese traslado, sabiendo que cualquier cosa nuestra que acá dejemos es una pérdida para nosotros. Pues a la manera que un caminante que hace un largo camino y se apresura a regresar a su patria, todo cuanto deje en la posada simplemente lo pierde, y queda privado de ello, así nosotros perderemos todas cuantas cosas nuestras dejemos acá al marcharnos. Por esto, conviene que unas las llevemos con nosotros y otras las enviemos por delante. Porque la vida presente es un camino, y no tiene cosa estable, sino que vamos a través de los sucesos de ella así molestos como gozosos. Y por esto yo amo con predilección este sitio: porque no solamente cuando acá vengo al tiempo de nuestras reuniones, sino también fuera de ellas, me recuerda continuamente estos discursos, mientras mis ojos observan en torno los sepulcros con tranquilidad y en soledad grande; y el alma se levanta a los que ya transmigraron, y al estado en que viven aquellos que ya nos precedieron.

Por este motivo, alabo también a nuestro Padre generoso, quien tomando ocasión de la serenidad del día, nos trajo a este lugar, mientras juntamente nos precedía por el camino y nos mostraba la senda la santa Drosis, cuya memoria celebramos. Porque, aparte de lo dicho, todavía podemos sacar mayor fruto de la visita a este sitio. Puesto que, cuando habiendo dejado a un lado los otros sepulcros llegamos a los de los mártires, nuestros pensamientos se levantan más arriba, el alma se vuelve más fuerte, el fervor se acrecienta y la fe se fortifica. Y cuando consideramos sus trabajos en nuestro interior y sus premios y sus combates y sus palmas y las coronas de estos santos, se nos presenta una nueva ocasión de humildad. De manera que aunque alguno haya llevado a cabo esclarecidas hazañas, pensará no haber hecho nada si compara su virtud con la de estos combatientes. Y si nada de bueno ni de grande ha llevado a cabo, con todo no desesperará de su salvación al sentir que el ejemplo de la fortaleza de éstos le es una exhortación para cambiar sus procederes hacia la virtud, a fin de que se entregue al ejercicio de las buenas obras, y piense consigo en que tal vez pueda más adelante acontecerle, auxiliado con la benignidad de Dios, el cumplir semejantes ascensiones; y así rápidamente ascienda hasta el cielo y alcance de Dios altísima esperanza y gracia. De manera que podemos luego regresar de aquí tras de haber filosofado y meditado en estas y otras muchas cosas.

Porque la muerte de los mártires es una exhortación a los fieles; es confianza para las iglesias; es confirmación del Cristianismo; es destrucción de la muerte; es demostración de la resurrección de la carne; es ignominia para los demonios; es acusación contra el diablo; es enseñanza de la buena doctrina; es exhortación para el desprecio de las cosas de este siglo, y camino para desear las futuras, y consuelo en las desgracias que nos rodean, y ocasión de paciencia, y motivo de tolerancia, y raíz de todos los bienes, y fuente y como padre de ellos. Y, si nos place, demostremos cada una de estas cosas, y digamos de qué manera es una exhortación para los fieles, una confianza para las iglesias, una demostración de la resurrección y todas las demás cosas que dije.

En efecto: cuando tenemos que emprender las discusiones con los gentiles acerca de los dogmas, y ellos acusan nuestra fe, opongámosles, entre otras razones, esta también de la muerte de los mártires, y digámosles: "¿Quién los persuadió a que despreciaran la vida presente? Porque si Cristo murió y ya no resucitó ¿quién ha llevado a cabo estos preclaros hechos que superan a la naturaleza? Porque para que vean que no es propio de la humana virtud el persuadir a tantos miles y durante tantos años, no solamente de varones, sino también de mujeres y de doncellas inuptas y de niños pequeños el que desprecien la vida presente y con todo atrevimiento se ofrezcan a las bestias feroces y tengan en menos el fuego y nada les importe género alguno de penas y suplicios, y se apresuren a entrar en la vida futura, no necesitarán de argumentos de nuestra parte, sino que bastará con que ellos mismos se pregunten y se respondan; y con lo dicho encontrarán suficiente respuesta y demostración.

Porque desde el tiempo en que vino Cristo hubo emperadores infieles y también los hubo fieles. Pero la mayor parte de los infieles llevaban a los fieles cristianos a los precipicios y a las piras, y a los abismos, y a los mares, y a las bestias feroces, y a diversos géneros de penas y de suplicios, y se esforzaban por arrancar de todas maneras la fe de sus almas; y con todo, nada lograban y salieron burlados, puesto que, mientras los cristianos eran atormentados de todos modos, la fe seguía creciendo. Y en cambio, ninguno de los emperadores fieles se dejó llevar al exceso de atormentar a ningún varón infiel, ni a obligarlo por medio de tormentos a renegar de sus errores. Y con todo, los errores automáticamente se desvanecen y se acaban, para que conozcas la fuerza de la verdad y la debilidad de la mentira; puesto que ésta perece sin que nadie la ataque y espontáneamente, mientras que aquélla es levantada a sublimes alturas por los mismos que tratan de impedirla.

Y la razón es que Cristo vive y opera en las almas de los mártires. Si, pues, alguna vez afirman los gentiles que Cristo no resucitó preguntémosles: "¿Quién fue entonces el que llevó a cabo estas cosas? ¿acaso un muerto? ¡Pero muchos muertos hay y ninguno ha llevado a cabo tales prodigios! Muchos magos existieron y muchos prestidigitadores y todos están envueltos en el silencio, ni quedan de ellos en parte alguna reliquias ningunas, sino que juntamente con su vida se terminaron sus prestidigitaciones; mientras que la religión de Cristo cada día crece, y con razón. Ya que los prodigios que se verificaban no procedían de artes mágicas sino de virtud divina, y por lo mismo no perecen. Más aún: no tomo yo el argumento de su poder de sólo el hecho de que crezca, sino de que sea precisamente en bien y salvación nuestra: porque después de Cristo, los hombres que habitaban la tierra, de bestias se hicieron hombres; o más bien de hombres se hicieron ángeles, todos cuantos se adhirieron a El con sinceridad.

Pero dice el adversario: los mártires fueron engañados y seducidos y por eso despreciaron la vida presente. Mas el hecho es que los primeros no persuadieron a los segundos, ni los segundos a los terceros, sino que cuanto más crecían las persecuciones, más incremento tomaba este beneficio; y en tan largo tiempo nadie conoció el engaño. Pues ¿quién tendrá como cosa lógica ésta? Si fueron seducidos, ¿de dónde viene el que los demonios se aterroricen con su polvo? ¿por qué huyen de sus sepulcros? ¡Porque no es propio de los demonios el temer a los muertos! ¡Por todas las partes de la tierra hay muertos sin número, y los demonios se asientan junto a ellos, y podemos ver a muchos poseídos del demonio que viven en sepulcros abandonados en el desierto! Pero en donde están sepultados los huesos de los mártires, de ahí los demonios se apartan violentamente, como de un incendio y suplicio intolerable, y a gritos divulgan la virtud que ocultamente los azota.

Queda pues demostrado que la muerte de los mártires es argumento de la debilidad de los demonios; pero que además ella sea una acusación contra la insensatez de ellos, se manifiesta por aquí: porque cuando éstos, me refiero a los mártires, agravados por el cuerpo y las necesidades de la naturaleza y rodeados de una inmensa cantidad de dolores y molestias, aparecen despreciando la vida presente por el amor a Dios, por quien fueron creados; y en cambio aquéllos, aun estando libres del peso de la carne y exentos de todos estos dolores y molestias, con todo aparecen tan desaforadamente soberbios e ingratos para con su bienhechor ¿qué excusa o qué esperanza de perdón les puede quedar? ¡Manifiestamente ninguna, ya que la virtud de éstos condena sobremanera la maldad de aquéllos! Puesto que no solamente los hombres que son más diligentes condenan a quienes son más perezosos, sino que también su diligencia condena a los demonios mismos.

Esto era lo que Pablo declaraba cuando decía: ¿No sabéis que juzgaremos a los ángeles? ¡Cuánto más las cosas de este siglo! (3) Significaba con esto a los demonios y a los ángeles apóstatas. Mas preguntará alguno: ¿cómo los juzgaremos? Ciertamente no sentados nosotros al tribunal y exigiéndoles razón de sus hechos, sino condenando con nuestra diligencia la pereza de ellos. Esto mismo significaba Pablo cuando decía: Y si en vosotros es juzgado el mundo… (4) No decía delante de vosotros sino por medio de vosotros. A la manera que cuando dice que los varones de Nínive se levantarán y condenarán a esta generación, el sentido no es que los ninivitas habrán de pedir cuentas a los judíos que fueron incrédulos, sino que la incredulidad de éstos será condenada por la fe de aquéllos. (5)

Podemos además ser ayudados en no pequeña manera por los mártires para alcanzar la virtud y el desprecio de las cosas de este siglo. Porque cuando los veas despreciar la vida toda, aunque seas el más necio y negligente del mundo te animarás mucho y en gran manera despreciarás los dineros y las delicias y desearás vivir en el cielo. Y si acaso la enfermedad se ha apoderado de ti, los sufrimientos de los mártires te darán una excelentísima ocasión de paciencia; o si te oprime la pobreza o te afligen otros cualesquiera cuidados, cuantas veces vuelvas tus ojos a los amargos tormentos que ellos toleraron, recibirás consuelo suficiente de todos los males que te molestan.

Por esto sobre todo amo yo la conmemoración de los mártires, la amo y la recibo con gozo; y por cierto la conmemoración de todos, pero principalmente aquella en que nos ponen delante los combates sostenidos por las mujeres. Porque cuanto el vaso es más débil mayor es la gracia y tanto mayor es el trofeo y más insigne la victoria; y no porque el sexo sea más débil, sino porque el enemigo es vencido por medio de aquella por quien él había vencido. Dio muerte en otro tiempo el demonio a Adán mediante una virgen; y después Cristo, por medio de una virgen, lo venció; y la espada misma que el demonio había aguzado contra vosotros, cortó la cabeza del dragón, como sucedió en el combate de David. Porque así como aquel justo corrió y cortó la cabeza de Goliat con la misma espada del bárbaro, así sucede ahora: ¡venció mediante una mujer y es vencido mediante una mujer! ¡Esta había sido su dardo y ésta ahora se ha convertido en instrumento de su muerte! ¡este vaso apareció ahora invencible!

Pecó aquella primera y murió. Esta en cambio murió por no pecar. Aquélla, hinchada por una vana promesa, violó las leyes de Dios; ésta despreció la vida presente por no quebrantar la fidelidad a su bienhechor. ¿Qué excusa podrán, pues, alegar en adelante los varones si se presentan llenos de molicie y desidia; o qué perdón alcanzarán cuando las mujeres tan varonilmente proceden y con tanta fortaleza? ¿cuando ellas tan generosamente se aprestan a los combates de la piedad? Porque ni el sexo, ni la edad, ni otra cosa ninguna, puede ser impedimento, si se tiene el fervor del espíritu, del celo y de la fe ardiente, y mediante ellos alcanzamos la gracia de Dios como lo hizo esta bienaventurada que hoy celebramos. Puesto que tuvo ella un cuerpo débil y su sexo estaba fácilmente expuesto a los daños, y su edad era bastante joven. Pero vino sobre ella la gracia de Dios e hizo desaparecer toda esta debilidad, porque encontró una generosa prontitud de ánimo y una fe constante y un alma preparada para acometer los peligros.

Porque nada hay más poderoso, ¡nada en verdad!, que aquel que con grande empeño guarda clavada su mente en el temor de Dios; sino que ese tal sin dificultad ninguna desprecia el fuego, el hierro, las bestias feroces y cualquiera otro enemigo que lo amenace, como lo hizo la bienaventurada Drosis. Puesto que, una vez que el tirano hubo encendido la pira (porque no arrojó a esta santa a los precipicios ni la hizo degollar, con el objeto de que se le hiciera más fácil la batalla a causa de la brevedad de la lucha, sino que como ansiara aterrorizarla en su ánimo y vencer su energía indomable con la vista del fuego, la hizo salir al medio una vez que ya estaba encendida la pira); cuando pues el tirano hubo encendido la hoguera y el horno estaba en llamas que subían muy alto, la bienaventurada mártir, al ver todo eso, también ella se inflamaba y ardía en el amor a Cristo, y meditaba, acordándose de los tres jóvenes de Babilonia, que ahora le tocaba a ella emprender la misma batalla que ellos, y que así le serían impuestas las mismas coronas.

Y a la manera que los poseídos de alguna manía no ven las cosas que se les ofrecen a la vista tales como son, sino que aún teniendo delante, vg., una espada aguda se lanzan sobre ella o en un horno ardiente, o en un abismo, o en un precipicio, o en el mar, o se precipitan dentro de un peligro cualquiera y se atreven a todo; así esta mártir, arrebatada, no de esa locura ¡lejos de eso!, sino de otra muy más honrosa que toda prudencia, y empujada por el amor de Cristo, no miraba ya cosa alguna de las que están al alcance de la vista; porque arrebatada al cielo y trasladada allá con su pensamiento, despreciaba todos los males y al fuego no lo juzgaba fuego sino rocío. (6)

Por esto yo a ese horno lo llamo fuente de limpidísimas aguas y baño para dar temple al excelente acero, y horno y fragua modeladora. Porque así como el oro en el crisol, así el ánimo bienaventurado de la mártir por medio de la pira quedó más puro. Sus carnes se derretían, sus huesos se quemaban, los nervios quedaban tostados y de todo el cuerpo chorreaba el humor purpúreo y divino; pero en el alma la fe se volvía más firme y más brillante. Y los verdugos, al contemplar todo esto, creían que ella había perecido, pero ella se purificaba cada vez más; y a la manera que un hombre imperito, cuando contempla el oro derretirse y correr y mezclarse con la ceniza, piensa que se ha echado a perder y se ha destruido, en tanto que el artífice, que bien conoce de todo esto, sabe que, al revés, se está volviendo más puro; y tras de haberlo así puesto al fuego, después lo extrae más brillante por todos lados; así exactamente sucedió con aquellos infieles delante de la mártir, cuando vieron su carne derretida y hecha como agua: pensaban que se convertía en polvo y en ceniza. Pero los creyentes perfectamente conocían que así derretida dejaba toda impureza y subía al cielo más resplandeciente, una vez conquistada la inmortalidad.

Más aún: en la pira misma, antes de la resurrección, de un modo maravilloso vencía a las Potestades adversas y poderosas; porque sus carnes, deshechas por el fuego, con el estrépito y chirrido que lanzaban feísimamente las ponían en fuga. A la manera que un esforzado militar, revestido en torno con sus armas broncíneas, pone miedo a sus adversarios tímidos con solo el estrépito de ellas, así entonces la bienaventurada Drosis ponía en fuga aquellas Potestades con el chirrido de su piel.

Aunque no únicamente de este modo, sino también de otro de no menos fuerza. Porque apenas entrada en la pira, cuando el humo llenaba los aires al elevarse a lo alto, ya sofocaba a todos los demonios que vagan por los vientos, y apartaba al diablo y purificaba la naturaleza misma de la atmósfera. Porque, tras de haber sido manchada con el humo de los sacrificios de los ídolos, ahora, en vez de aquel humo subía este otro que iba a limpiar las horruras que había esparcido el primero.

En verdad que bien se puede comparar aquella pira con una fuente. Porque como si la mártir en esa fuente se hubiera despojado del vestido y se hubiera sumergido en el baño de tintura, así, en aquella llama, se despojó del cuerpo con mayor facilidad que de cualquier vestido, y, abrillantando así su alma, luego se apresuró hacia su esposo, acompañada de los ángeles. Pues si a Lázaro, lleno de llagas, lo llevaron los ángeles al seno de Abrahán, con mayor razón acompañarían a esta bienaventurada que subía, como quien sale de un sagrado encierro y de un tálamo nupcial, tomándola ellos mismos del horno.

Mas, ¿por qué motivo he llamado a aquella pira un baño de tintura? (7) Porque, a la verdad, como pasada por una tintura admirable y así convertida en púrpura regia, la mártir era llevada al Rey celestial y entraba con grande confianza en aquellas celestiales mansiones. Todo esto sucedía cuando Cristo con su mano invisible tomaba la santa cabeza de la mártir y la sumergía, como en un baño de tintura, en la pira y entre las llamas. ¡Oh admirable pira! ¡cuán grande era el tesoro que en su interior contenía! ¡Es a saber aquel polvo y ceniza más preciosa que cualquier otro, más fragante que todos los aromas, más rico que todas las piedras preciosas! ¡Porque ni las riquezas ni el oro pueden lo que conceden las reliquias de los mártires!

¡El oro jamás apartó las enfermedades ni echó fuera la muerte! ¡En cambio, los huesos de los mártires hicieron ambas cosas! Y sucedió lo primero en tiempo de nuestros antepasados y lo segundo ahora en nuestros días. Acerca de esto supieron discurrir y reflexionar con exactitud los justos que vivieron antes de la venida de Cristo, y no sólo nosotros, puesto que al tiempo en que salían todos de Egipto, como unos llevaran consigo oro, otros plata, en vez de eso y de esas riquezas, Moisés tomó los huesos de José y los llevó consigo a su casa como tesoro supremo que daba de sí bienes innumerables.

Preguntará alguno: Pero ¿por qué motivo los llevaba de Egipto a Palestina? Porque al celebrar la memoria de los mártires conviene sobre todo examinar esto. Pues, como muchos, cuidando diligentemente de su sepultura, ordenan a sus parientes que si acaso acontece que mueran en otra parte, los regresen a su patria y ahí les den sepultura, ellos, si nosotros nos burlamos de su falta de grandeza de ánimo, suelen oponernos esa antigua historia. Y cuando les decimos que nada importa el que alguno sea sepultado lejos de su patria o en ella, nos responden: "¿Por qué entonces, si nada importa, Moisés tomó consigo los huesos de José y los llevó a Palestina?" (8) Pues yo les voy a decir algo que es todavía mayor: no solamente lo hizo así Moisés, sino que él mismo, al morir, mandó que con él hicieran otro tanto. En verdad que esto es más que aquello: ¡Visitándoos os visite el Señor, dice; y llevaréis con vosotros mis huesos! (9)

¿Por qué, pues, lo ordenó así José y Moisés lo obedeció? ¡Porque el asunto es digno de investigarse! ¿Qué dices? ¿de modo que el patriarca que despreciaba la vida presente y menospreciaba todas las cosas, y de quien el mundo no era digno, sino que era en él un inquilino y peregrinante; el que constantemente revolvía en su alma las cosas del cielo y esperaba la celestial Jerusalén, ése, que mientras vivía aun se vio privado de la patria y de la libertad por conservar el temor de Dios, y fue llevado a la cárcel y no se doblegó ante las asechanzas de sus adversarios, ése, ahora, cuando está a punto de morir, se muestra tan solícito de estas menudencias que pone diligencia tan grande en lo de la traslación de sus huesos, y con tanta anticipación ordena que sus despojos mortales sean trasladados? ¿Quién se atrevería ni siquiera a decirlo? Porque ¿qué ventaja o qué utilidad se le seguía, una vez difunto, de esa traslación de sus huesos?

Entonces ¿por qué la ordena? Podemos contestar que no lo hizo porque estuviera solícito de sus despojos mortales, sino porque temía de la impiedad de los egipcios. Los había colmado de muchos y grandes beneficios y los había alimentado y ayudado, y además les había prestado el máximo socorro contra el hambre, y les había descifrado, él el primero, cosas que jamás eílos habían conocido, y se las había explicado, y mediante la interpretación de los sueños no solamente había predicho el hambre, sino que había preparado el conveniente remedio para ella, y había repletado los graneros de los egipcios hasta el punto de que ninguno de éstos pudiera sentirse oprimido por el hambre, cuando ésta se presentara; a fin, pues, de que no sucediera que a causa de la magnitud de los beneficios, tras de su muerte lo tuvieran por Dios, puesto que aquellos bárbaros muy fácilmente divinizaban a los hombres, para quitarles toda ocasión de impiedad ordenó que sus huesos fueran trasladados.

Este fue uno de los motivos. Pero hay otro que sin duda podemos también alegar, ya que podemos confirmarlo por las Escrituras. ¿Cuál es? Sabía él, por haberlo oído de su padre, quien a su vez lo había recibido de sus antepasados, que iba a suceder que los israelitas estuvieran sujetos a la servidumbre por largos años y que fueran oprimidos por los egipcios, puesto que Dios había dicho a Abrahán: Tu descendencia andará peregrina por tierra ajena y la sujetarán a servidumbre y la oprimirán durante cuatrocientos años}0 A fin, pues, de que no les cogiera el tedio por ser el tiempo tan largo, y por no poder soportar los trabajos desesperaran del regreso y decayeran de ánimo, les predijo que sucedería que sus huesos fueran transportados, dándoles con esto una prenda de suprema esperanza, a fin de que ellos razonaran cómo, a no ser que ese justo se hubiera persuadido con absoluta certeza y sin duda ninguna de que todos habían de regresar, jamás habría ordenado nada acerca de sus huesos, y por lo mismo tuvieran en esto una demostración del todo segura, y una esperanza firmísima de su regreso a la patria.

Y de que esto es verdad y que por esto predijo acerca de sus huesos aquel José, y no porque estuviera solícito acerca de su sepultura, sino porque deseaba poner un remedio a la incredulidad de ellos, oye el testimonio con las palabras mismas de Pablo:

¡Por la fe, José al tiempo de expirar se acordó de la salida de los israelitas de regreso, y así dio órdenes acerca de sus huesos! (11) ¿Qué significa eso de "por la fe"? Es como si dijera: preveía lo que había de suceder después de muchos años, y que había de acontecer que sus pósteros recuperaran su patria. Y para significar esto, predijo ambas cosas: ¡era cosa digna de admiración y como increíble el ver cómo llevaban aquellos huesos cuando iban de regreso! Porque el mismo José que los había hecho descender a Egipto, ese mismo ahora de nuevo los precedía cuando regresaban y los instruía en la esperanza de los bienes futuros y en la paciencia.

Puesto que, cuando veían delante de sí las reliquias suyas, y mediante ellas recordaban toda su historia, y consideraban cómo sus hermanos le tendieron asechanzas y fue arrojado en una cisterna y estuvo a punto de muerte y fue encarcelado, y todo lo demás que le aconteció; y cómo después de todo eso fue hecho rey y príncipe de todo el Egipto, y fue constituido Prefecto y Procurador de tan inmensas regiones, cobraban ellos certísimas esperanzas de que serían libertados de sus males que continuamente los oprimían, puesto que los huesos de aquel justo les enseñaban que nunca nadie había sido privado del auxilio divino, si había confiado en Dios y esperado en su ayuda. Pues, aunque entre tanto sucedieran acontecimientos adversos e indeseables, mientras estaban esperando ese auxilio, sin embargo, quienes esperan en él no pueden quedar defraudados en la esperanza de lo que desean; sino que sucede a la letra, por sentencia divina, lo que ya les habían profetizado; de manera que resultarán más ilustres aún aquellos que con paciencia esperan todo lo que Dios ha determinado.

No estemos, pues, solícitos de que nos sepulten en nuestra patria, ni temamos la muerte sino el pecado. Porque no fue la muerte la que engendró al pecado, sino el pecado quien dio origen a la muerte. La muerte, al revés, se convirtió en remedio del pecado. Y que no se haya de temer la muerte sino el pecado, oye con qué palabras nos lo enseña el profeta: ¡Hermosa es en la presencia del Señor la muerte de sus santos! (12) Y en otra parte:

¡La muerte de los pecadores es pésima! (13) ¿Ves cómo quienes andan cuidadosos de sus cosas pueden incluso sacar una muy grande utilidad de la muerte? ¡En cambio a los perezosos y desidiosos la muerte les es parte del suplicio!

Y no sin razón voy discurriendo sobre esto, porque oigo a muchos hablar con mucha frecuencia de los varios géneros de muertes y que cosas que de suyo no llevan consigo ignominia las consideran como vergonzosas, y en cambio otras que sí son culpables no las vituperan. Por este motivo determiné entrar el día de hoy en esta disquisición. Porque es oportuna esta consideración y muy propia y conveniente con la solemnidad de los mártires. A muchos he oído decir: "¡Fulano murió allá lejos con más ignominia que un perro, sin que estuviera presente ninguno de sus allegados y lo depositara en el sepulcro; sino que apenas logró reunirse un grupo de vecinos y habiendo hecho una colecta entre ellos, se le amortajó y se le depositó en el sepulcro!" Pues para que estas cosas no nos estorben, vale la pena corregir esta falsa opinión. Porque esto, oh hombre, no es morir de un modo más miserable que un perro. Lo que sí es más miserable que la muerte de un perro es morir en pecado y no el morir allá lejos.

No me nombres a ese otro que en un féretro dorado es conducido al sepulcro y toda la ciudad lo acompaña, y las multitudes lo alaban, y va adornado con telas de seda recamadas de oro y éstas en abundancia: porque esto no es otra cosa que ponerles a los gusanos una mesa más opípara. No me presentes a semejante hombre y en semejante situación. Yo quiero que me presentes a ese mismo que ahora es llevado con tanta honra al sepulcro en aquel día en que Cristo se sentará en el excelso tribunal y ese hombre se acercará a juicio y será llamado y dará cuenta de lo que dijo, de lo que hizo, de lo que pensó. Porque en aquellos momentos ninguno de los de esta turba que ahora lo acompaña, lo defenderá ni lo eximirá del suplicio y de las penas; ni las presentes aclamaciones y alabanzas le darán auxilio, sino que con el rostro clavado en tierra, temblando y cubierto de vergüenza a causa de los crímenes que se le han echado en cara, será sacado del tribunal y será arrastrado por los malos espíritus al. tormento eterno, mientras él rechina horriblemente los dientes y se lamenta en vano y llora por causa de los dolores intolerables.

Todo esto les sucederá a esos hombres en la otra vida. Pero tampoco son tolerables las cosas que en esta presente vida les acontecen. Porque después de aquellas públicas alabanzas, ya sean compradas o ya nacidas de algún temor, oirá cómo todos lo acusan en las encrucijadas, en el foro, en las casas, en las tabernas o en las otras oficinas, en el camino o en el campo; y en todas partes oirá cómo conversan los viajantes con sus compañeros, y dicen llenos de terror cuan grandes males padece ahora y con qué suplicios va a ser castigado y a qué tormentos se va a ver sujeto. ¿Cuál de las cosas de esta vida le aprovechó? ¿qué fruto sacó de su avaricia? ¡Se ha marchado y ha dejado sus riquezas a otros, mientras él, llevando consigo sus pecados, fue sepultado! Muchos de sus acusadores ahora se compadecen de aquellos a quienes él hizo injuria, a pesar de que en nada lo habían ofendido.

Porque del mismo modo que cuando algunos reciben beneficios, los congratulan aun aquellos a quienes nada toca, y se les unen en las alabanzas a los bienhechores, así, cuando a algunos se les hacen injurias, los compadecen aun aquellos a quienes no se han hecho, y vituperan al que las hizo. Por esto dijo el profeta: "¡Pésima es la muerte del pecador!": tanto por las acusaciones que en esta vida se le hacen como por los tormentos que en la otra se le dan. Este es, pues, el que de verdad muere y más miserablemente que un perro. ¡No les acontece así a los justos! Porque, aunque mueran en el desierto y sin que nadie los amortaje y sin que esté presente nadie a su muerte, tienen como suficientes exequias el salir de esta vida con su grande confianza en Dios; y el justo es llevado al sepulcro honoríficamente por la presencia de los ángeles que conducen su alma, como ya anteriormente lo demostré hablando de Lázaro, y deja detrás de sí innumerables gentes que lo alaben; y si deja hijos todos los habitantes de la ciudad los socorrerán y cuidarán de ellos, para pagar en ellos la benevolencia del padre.

En cambio, aquel que muere cargado de rapiñas y pecados, si acaso tiene hijos al morir, los deja como herederos de las enemistades que se ganó y entre enemigos; y si no los tiene y así muere, deja materia perpetua de acusación en los edificios y posesiones que con sus fraudes y rapiñas adquirió. No así el justo. Sino que cuando muere, aun en eso tiene grandes utilidades a causa de la memoria de su virtud, pues con ella hace mejores a sus conciudadanos, así como el malvado por este motivo también es castigado; porque los malvados no solamente mientras viven sino aun después de su muerte dañan a muchos, puesto que dejan detrás de sí por todas partes demostraciones de su avaricia.

Conscientes nosotros de estas cosas, no juzguemos miserables a quienes mueren fuera de su patria, sino a quienes mueren siendo reos de pecado; ni a quienes mueren en su casa y en su lecho los llamemos felices, sino a quienes salen de esta vida cargados de virtudes; y así evitemos el pecado y sigamos la virtud; puesto que ésta nos aprovecha en la vida y en la muerte, mientras que aquél daña en ambos casos: acá sujeta a los malos a mucha vergüenza y allá a los suplicios eternos.

Así, pues, ojalá que Dios, que concedió a esta santa que hoy aquí nos ha congregado la oportunidad de entrar en combate y luchar y vencer para que se adornara con la corona, también nos conceda a todos nosotros el que una vez que hayamos observado sus mandamientos y sus leyes, podamos en aquel día entrar en los eternos tabernáculos con esta bienaventurada santa, y gozar de los bienes inmortales, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo con quien sea la gloria al Padre y juntamente al Espíritu Santo, por todos los siglos. Amén. (14)


(1) Qo 12,40.

(2) Pr 24,27.

(3) 1Co 6,3.

(4) 1Co 6,2.

(5) Lc 11,32.

(6) Nótese el delicado juego de palabras, pues en griego el nombre de la mártir Agóais significa precisamente gota de rocío.

(7) En efecto la palabra griega que usa el santo Padre significa inmersión en un baño de tintura, o la tintura misma. De la familia pánzco, f3anTÍoo, etc., que tiene la idea fundamental de sumergir en.

(8) Gn 50,24.

(9) Ex 13,19 Ex 50,24. El hebreo dice: "Ciertamente os visitará Dios; entonces llevad de aquí mis huesos".

(10) Gn 15,13.

(11) He 11,13.

(12) Ps 115,15.

(13) Ps 33,22.

(14) Es esta Homilía, como se ve desde luego, un caso típico o ejemplar de cómo entendían este género de predicación los santos Padres, y de modo especial el Crisóstomo: por definición la Homilía es una conversación con el auditorio, que puede ser de alumnos de una escuela o de amigos, o de oyentes, y tiene como nota típica el tono familiar y la amplitud de la materia. La Homilía, a diferencia de la Conferencia, no se eleva sino que anda más bien al nivel ordinario del pueblo; y a la manera de un arroyuelo que discurre por una pradera, avanza en giros vagos y al parecer sin dirección definida, sino que va tocando los puntos ascéticos, morales y dogmáticos según se van ofreciendo. Por esto, un análisis escolar de las Homilías es con frecuencia muy difícil, pues no van sujetas a un plan o cuadrícula. En cambio tienen todo el encanto del frescor matinal no ajado por las asperezas de la lima.



Homilias Crisostomo 2 16