Homilias Crisostomo 2 1

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I HOMILÍA PRIMERA del Crisóstomo, predicada cuando fue ordenado presbítero y trata de sí mismo, del prelado que lo ordenó y de la multitud del pueblo. (1)

¿SON POR VENTURA REALES las cosas que me están sucediendo? ¿De verdad acontecieron las que se han llevado a cabo y no nos hemos engañado? ¿No son noche y ensueño las que ahora tenemos delante, sino que es de día y estamos todos despiertos? Pero ¿quién podría creer que, siendo de día y estando todos los hombres despiertos y en vigilia, un pobrecillo (2) y despreciado y de ínfima clase, ha sido encumbrado a tan grande alteza de dignidad? ¡Que esto suceda durante la noche, no es increíble! Porque algunos mutilados del cuerpo y que apenas tienen, por la escasez de sus recursos, lo necesario para vivir, se ven entre

Pero lo que ahora sucede nadie creería jamás que se verificara en la realidad de los acontecimientos durante el día. Y sin embargo, ¡ahora todo eso se ha realizado, y aconteció y se llevó a cabo, como lo estáis presenciando, y es más increíble que las visiones de los ensueños! ¡Una ciudad de tanta grandeza y tan populosa y un pueblo tan admirable, se desvive por la pequeñez mía, como si fuera a escuchar de mis labios alguna cosa notable y preclara! Mas he aquí que aunque de mí brotara, al modo de los ríos perennes, el discurso, y aunque estuvieran en mi boca las fuentes de la elocuencia, todavía, por el miedo a este concurso de tan inmensa multitud que corre a escucharme, se detendría la corriente y los ríos se volverían hacia atrás.

Ahora, en cambio, como esté yo tan lejos de la abundancia de los ríos y de las fuentes que ni siquiera llego a lo exiguo de una mediana llovizna ¿cómo puede suceder que no se extinga necesariamente mi pequeño caudal, desecado por el temor, y que no me suceda exactamente lo que en lo corporal suele sucedemos? ¡Que muchas veces, precisamente por el temor, se nos caen de las manos las cosas que en ellas tenemos y con los dedos apretamos, porque se nos aflojan los nervios y el cuerpo todo se nos relaja en su vigor! ¡Este es el miedo que yo tengo ahora: que los discursos que con tanto trabajo he preparado, aunque sean verdaderamente humildes y de ninguna importancia, se me olviden con el temor y se me evaporen y se me vayan y dejen desierto mi espíritu!

Por lo cual, os ruego a todos vosotros por igual, a los que tenéis el mando y a los que al mando obedecéis, que, cuanta fue la ansiedad en que nos colocasteis por vuestra presura en venir a escucharnos, tanta sea la audacia que ahora nos inspiren vuestras oraciones con su diligencia; y que supliquéis al que da a los que anuncian la Buena Nueva palabras de grande virtud, nos las proporcione también a nosotros y sea Él quien abra nuestra boca. (3) ¡Ningún trabajo será para vosotros, tantos y tan esclarecidos varones, levantar el ánimo de un pobrecito, decaído a causa del temor! ¡Más aún: es cosa conveniente y justa que nos concedáis lo que ahora os pedimos, ya que en favor vuestro y sólo por vuestro amor, hemos afrontado el éxito de este discurso; (4) motivo el más fuerte y poderoso que otro cualquiera, puesto que a nosotros, que no tenemos excesiva experiencia en el hablar, ha logrado movernos y nos ha arrastrado al pulpito, y nos ha hecho salir al medio en el estadio de la enseñanza, a pesar de que anteriormente no habíamos aprendido este género de certámenes; sino que, colocados perpetuamente en las filas de los oyentes, habíamos gozado sin trabajo de completa tranquilidad.

Pero ¿quién será tan duro y tan intratable que guarde silencio delante de vuestro concurso; y que habiendo encontrado un auditorio tan inflamado en el deseo de escuchar, permanezca callado, aun en el caso de ser el hombre más imperito en los discursos?… Quería, pues, yo, la primera vez que hubiera de hablar en la iglesia, consagrar las primicias y comienzos míos a Dios que me ha dado esta lengua, por ser conveniente que así lo hiciera. Porque no solamente de la era y del lagar se han de ofrecer las primicias, sino también de la palabra; y aun mucho más de ésta que no de las gavillas. Pues así como el fruto de aquélla es más propio nuestro, así es más agradable a Dios, a quien se honra. El racimo y la espiga de su seno los brota la tierra y los alimenta el riego de la lluvia y los cultiva la mano del agricultor, mientras que al himno sagrado lo engendra la piedad, lo alimenta la buena conciencia y lo recibe en sus graneros celestiales Dios. De modo que cuanto es más excelente el alma que la tierra, tanto mejor es este provecho que aquél.

Por esto, un varón grande y admirable de entre los profetas, llamado Oseas, a quienes habían ofendido a Dios y se preparaban para hacérselo propicio, los exhortaba a llevar consigo no manadas de bueyes ni tantas más cuantas medidas de flor de harina ni tórtolas ni palomas ni otra alguna cosa a éstas semejante, sino ¿qué?: ¡Llevad con vosotros, dice, palabras! (5) Pero, preguntará alguno ¿qué clase de sacrificio son las palabras? ¡Grandísimo es y muy excelente, mi muy amado! ¡y más precioso que otro cualquiera! Y ¿quién es el que lo dice? Uno que conoce a fondo y con exactitud estas cosas; es a saber, aquel grande y magnánimo David. Porque éste, como en cierta ocasión inmolara víctimas de acción de gracias a Dios por una victoria que había alcanzado, dice así, poco más o menos: ¡Alabaré el nombre de mi Dios con un cantar, lo engrandeceré con alabanzas! (6) Y luego, declarando la excelencia de este sacrificio, añade: ¡Agradará a Dios más que el novillo tierno que va echando cuernos y pezuñas! (7)

Por todo esto, deseaba yo en este día ofrecer víctimas de esta clase y ensangrentar el altar espiritual con este género de hostias. Pero ¿qué haré? Porque un varón sabio me cierra la boca y me aparta de esto, diciendo: No es preciosa la alabanza en la boca del pecador. (8) Porque, así como en las coronas no basta con que las flores sean puras, si no es también pura la mano que las entreteje, así también en los himnos sagrados es necesario que no solamente las palabras sean piadosas, sino también el alma que los canta. Pero yo… ¡la tengo manchada, vacía de confianza y llena de infinitas maldades!

Y a quienes así se encuentran no solamente esta ley les cieña la boca, sino también otra más antigua y promulgada antes que ésta. Porque también David, aquel que ha poco nos hablaba de los sacrificios, estableció otra. Puesto que una vez que dijo: ¡Alabad al Señor desde los cielos! ¡alabadle desde las alturas! (9) cuando poco después añadió: ¡Alabad al Señor desde la tierra!? (10) invitó así a todas las criaturas, las de arriba y las que están acá abajo, las sensibles y las intelectuales, las que se ven y las que no se ven, las que están en los cielos y las que están debajo de ellos, y de ambos géneros constituyó un coro solo, y ordenó que de este modo fuera celebrado el Rey del universo, no invitó en modo alguno al pecador, sino que también acá le cerró las puertas!

Y para que veáis con mayor evidencia esto que os digo, voy a leeros el salmo desde su comienzo. ¡Alabad al Señor en los cielos; alabadlo en lo alto! ¡Alabadlo vosotros, sus ángeles todos; alabadlo vosotras, sus milicias! (10) ¿Ves a los ángeles alabándolo? ¿ves a los arcángeles? ¿ves a los Querubines y a los Serafines y aquellas Potestades sumas? ¡Porque cuando dice todas sus milicias, abarca a todo el pueblo celestial! Pero ¿ves en alguna parte al pecador? - –Mas, responderá alguno: ¿cómo puede ser que lo vea en el cielo?– ¡Ea, pues! ¡bajemos a la tierra y pasemos a la otra parte del coro, y aquí tampoco encontrarás al pecador. ¡Alabad, dice, al Señor desde la tierra los dragones y todos los abismos y las bestias feroces y todos los ganados, los reptiles y las aves aladas! (11)…

¡No en vano ni sin razón, mientras esto estaba diciendo, callé un poco! Mi pensamiento, allá en mi interior, quedó confuso por el miedo y reciamente me empujaba a las lágrimas y los gemidos. Porque, pregunto: ¿qué cosa puede haber más miserable? ¡Los escorpiones, las serpientes, los dragones son invitados a alabar a Aquel por quien fueron criados, y solamente el pecador queda excluido de este coro sagrado, y con muy justo derecho! ¡Mala y cruel bestia es el pecado y que no daña precisamente los cuerpos de los consiervos, sino que levanta su malicia contra la gloria del mismo Dios. ¡Por vosotros, dice, mi nombre es blasfemado entre las gentes! (12)

Pues por esto el profeta al pecador lo alejó, como de una patria sagrada, del orbe de la tierra, y lo obligó a desterrarse. Y así como un citaredo excelente arranca de su cítara la cuerda que desentona, a fin de que no eche a perder la armonía de las otras voces, y el médico perito en el arte al miembro corrompido lo amputa para que su humor maligno no se pase a los otros miembros que están sanos, del mismo modo el Profeta procedió al apartar del cuerpo que forman las criaturas todas al pecador, como a cuerda disonante y a miembro contagiado.

¿Qué habremos, pues, de hacer? ¡Una vez que hemos sido rechazados, una vez que hemos sido cortados! ¿convendrá que en absoluto nos callemos? Pero, dime, te ruego: ¿callaremos? ¿nadie nos permitirá celebrar a nuestro Dios con nuestros himnos? ¿Acaso hemos implorado en vano el auxilio de vuestras oraciones, y en vano nos hemos acogido a vuestro patrocinio? ¡De ninguna manera ha sido en vano! Porque en esta duda, yo he encontrado ya, he encontrado otro modo de glorificar a Dios, modo que ha brillado como un relámpago en medio de las tinieblas, y esto por vuestras oraciones. ¡Alabaré a mis consiervos! ¡Porque lícito es alabar a nuestros consiervos! ¡Alabándolos a ellos sin duda que su gloria redundará en gloria de su Señor! Y que esto redunde en gloria del Señor, nos lo enseña Cristo cuando dice: ¡Brille vuestra luz delante de los hombres a fin de que vean vuestras buenas obras y glorifiquen al Padre vuestro que está en los cielos! (13) ¡He aquí, pues, otro modo de glorificar a Dios que sí puede usar el pecador, sin que por ello viole la ley!

¿A cuál, pues, a cuál, pregunto, de los consiervos alabaremos? ¡A cuál otro sino al común Maestro de esta patria, y por medio de esta patria Maestro también de toda la tierra! Porque a la manera que él os enseñó a permanecer firmes hasta la muerte en defensa de la verdadera fe, así vosotros enseñasteis eso mismo a los demás hombres; o sea, que antes es preferible perder la vida que no la piedad. ¿Queréis, pues, que partiendo de aquí le tejamos una corona de encomios?

Pero advierto que el asunto de sus virtudes es un piélago insondable en sus profundidades, y temo no sea que nuestro discurso, una vez sumergido hasta el fondo, se encuentre débil para de nuevo aflorar a la superficie. Porque va a ser necesario referir sus hechos antiguos, sus peregrinaciones, sus vigilias, sus presentaciones ante los jueces, sus luchas, y sus victorias y trofeos acumulados sobre otros trofeos y victorias. En una palabra: ¡las empresas que llevó a cabo superan no solamente nuestro lenguaje sino el de todo el universo, y necesitan una voz inflamada en celo apostólico, que sea capaz de demostrarlo y explicarlo todo!

Por esto, dejando a un lado esta parte de su elogio, vengamos a la otra, que presenta menos escollos, y puede, por lo mismo, navegarse en una humilde barquilla. ¡Ea, pues! ¡encaminemos el discurso a su templanza, y de qué manera tuvo a raya su vientre y despreció los placeres, e hizo a un lado las mesas suntuosas; y esto, habiéndose educado en un hogar notable por su esplendor. Porque, a la verdad, no es cosa de admiración que quien ha vivido en pobreza llegue hasta ese extremo de vida ruda y austera, puesto que ha tenido a la estrechez por compañera durante todos los días de su vida y ha peregrinado juntamente con él, con lo que la carga se le hizo día a día más llevadera. Pero quien fue dueño de abundantes riquezas no se libra fácilmente de su abrazo: ¡tan enorme es el enjambre de codicias que en torno del alma revolotean! ¡Las desordenadas aficiones, a la manera de una inmensa y caliginosa nube, le oscurecen los ojos del pensamiento y no le permiten levantar sus miradas al cielo, sino que la obligan a inclinar la cabeza a la tierra y andar anhelando lo terreno!

Porque ¡no hay! ¡no hay nada que más impida el camino del cielo como las riquezas y los males que de ellas se siguen! Y no es esta palabra mía, sino que proviene semejante sentencia de labios del mismo Cristo: Es más fácil, dice, que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el reino de los cielos} Pero he aquí que lo que era difícil, o por mejor decir imposible, se ha hecho posible; y aquello de que en otro tiempo Pedro dudaba y quiso saber del Maestro, ahora todos lo sabemos por experiencia, y sabemos más aún que eso. ¡Porque ya no solamente sube al cielo el que es rico, sino que además introduce consigo en el cielo a un pueblo tan grande! ¡y esto a pesar de tener, aparte las riquezas, otros no menores impedimentos que ellas, como es el ser joven y el haber quedado en la horfandad prematuramente! ¡cosas que por sí mismas podían llevar el engaño al ánimo de cualquiera de los hombres! ¡tan inmenso encanto poseen! ¡tan dulce es el veneno que ofrecen!

Pues todas estas cosas, éste las venció; y comprendió lo que vale el cielo y se dedicó a la celestial sabiduría; y no consideró ni el esplendor de la vida presente ni el lustre de sus progenitores, sino que más bien atendió a la nobleza más brillante y mucho mayor, no ciertamente de estos a quienes la naturaleza lo unió con los vínculos del parentesco, sino de aquellos otros que viven unidos con los lazos de la piedad, y con esto se modeló a sí mismo tal como ellos habían sido. Miró al patriarca Abrahán. Miró al gran Moisés, que habiendo sido educado en el palacio del rey y hallándose acostumbrado a una mesa sibarítica, y habiendo vivido entre el estrépito de los egipcios y su alboroto –¡sabéis bien vosotros de qué calidad son las costumbres de aquellos bárbaros y cómo están llenos de fausto y arrogancia!–, despreció todo eso, y voluntariamente se entregó a los trabajos de la arcilla y del lodo, y prefirió ser del número de los siervos y de los esclavos, él que era rey e hijo del rey.

Mas por esto precisamente regresó después con mayor dignidad de la que antes tenía y había rechazado. Porque después del destierro y de la servidumbre en la casa de su suegro, y de los trabajos tolerados allá lejos, volvió como señor de su mismo príncipe; y más aún, hecho en verdad como el Dios de aquel reino: Te he hecho, dice el Señor, dios de Faraón (15) Y sin portar corona ni vestido de púrpura ni ser llevado en carro de oro, sino habiendo conculcado todo ese fausto, resplandecía ahora más que el mismo rey. Porque toda la gloria de la hija del rey es interior. (16)

Regresó con un cetro mediante el cual había de mandar no solamente a los hombres sino también a los cielos y a la tierra y al mar y al aire y a la naturaleza de las aguas y a las lagunas y a las fuentes y a los ríos: ¡porque los elementos se convertían en lo que él quería, y en sus manos la naturaleza de las criaturas de nuevo se transformaba, y a la manera de una criada presta y laboriosa que ha visto llegar a un amigo de su amo, así en todo le obedecía y en todo se mostraba dócil, como si él fuera el señor de ella.

Mirando, pues, éste que ahora queremos alabar, a ese Moisés, se hizo semejante a él cuando era joven, si es que alguna vez fue joven, cosa que no creo: ¡de tal manera su pensamiento estaba maduro ya desde sus pañales! Pero, en fin, cuando conforme a la cuenta de los años, era joven, se aplicó a toda sabiduría. Y en cuanto conoció ser la naturaleza del hombre a manera de una heredad y campo silvestre, cortó, mediante la oración y la piedad, como con una hoz, fácilmente todas las enfermedades del alma; y así presentó al agricultor purificados los cam pos para que en ellos depositara él la semilla. Y una vez recibida ésta, la ocultó en lo más profundo, a fin de que enraizada allá abajo, no cediera ni a los rayos del sol urentes y violentos, ni tampoco fuera malamente sofocada por las espinas.

¡En esta forma cuidó de su alma! En cambio, las concupiscencias de la carne las curó con los remedios de la templanza, e impuso a su cuerpo, como a un corcel rebelde, el freno del ayuno, y así lo obligó a caminar en sentido contrario de sus propios deseos; y esto hasta tal punto que a causa del conveniente régimen y gobierno, llegó a ensangrentar las bocas mismas de las concupiscencias. Sólo que no atormentaba al cuerpo de tal manera que por afligirlo sin moderación lo volviera corcel inútil para los ministerios, ni tampoco de tal manera que éste se volviera excesivamente obeso, ni se Je insubordinara de nuevo, a causa del indebido desarrollo, contra los dictámenes de la razón que empuñaba las riendas. De manera que al mismo tiempo tuvo cuidado de la salud y de la templanza.

Ni tampoco tuvo este cuidado únicamente cuando era joven y lo abandonó una vez salido de la edad aquella; sino que aún ahora, asentado ya en la ancianidad como en un puerto seguro, observa continuamente aquel mismo régimen de vida. Porque es la juventud, hermanos carísimos, a manera de un piélago enfurecido y lleno de la aspereza de las olas y de los vientos malignos; mientras que la ancianidad tiene ya ancladas las almas de los ancianos en un como puerto seguro y sin olas, y les concede gozar tranquilos de los placeres propios de esa edad. Y, como os decía, éste, sentado ya en el puerto seguro, y gozando de él, con todo prosigue solícito su régimen de vida.

Semejante cuidado y temor lo aprendió de san Pablo, quien aun habiendo sido arrebatado al tercer cielo, como de allá tornara a la tierra, decía: ¡Temo no sea que tras de haber predicado a otros yo mismo me haga réprobo! (1Co 9,27) En ese santo temor se ha afianzado siempre éste para poder vivir en continua confianza, y para poder sentarse al timón, no precisamente para observar el nacimiento de los astros ni los escollos que ocultos yacen debajo de las aguas, sino los asaltos y engaños del demonio y las luchas entabladas en el pensamiento, y para observar por todas partes su ejército y mantenerlos a todos en seguridad. Porque él no mira únicamente a que no se hunda la navecilla, sino además a que ninguno de los pasajeros que consigo lleva le sea arrebatado en algún asalto, como por unos piratas; y así, nada deja por hacer y nada tanto procura como esto. ¡Por él y por su sabiduría, navegamos todos nosotros con próspero viento y con las velas de la nave totalmente desplegadas!

Por cierto que cuando perdimos a nuestro Padre anterior, (18) ese que nos engendró a este otro, nuestros asuntos se encontraban en grave dificultad. Y por esto, nos lamentábamos amargamente, como quienes no esperábamos que este trono fuera ocupado por otro varón a él semejante. Pero, una vez que éste vino y en plena luz se nos manifestó, hizo que toda aquella angustia pasara de largo a la manera de una nube, y que todas las penas se disiparan. Y nos libró de aquel nuestro luto no con lentitud, sino de una manera tan repentina, como si aquél hubiera vuelto redivivo a esta su sede por segunda vez, habiendo abandonado el sepulcro. (19)

Mas, sin darnos cuenta, llevados del cariño y con el anhelo de referir los hechos preclaros de nuestro Padre, hemos ido alargando en demasía nuestro discurso. Y no digo en demasía por lo que mira a las empresas que éste llevó a cabo, ya que de ellas ni siquiera comenzábamos a hablar; sino decimos en demasía en atención a nuestra poca edad. ¡Ea, pues! ¡de nuevo dejemos descansar nuestra palabra en el silencio como en un puerto; aunque ella se niega a terminar y lo lleva con dificultad y se indigna, a la manera de una fuente deseosa de henchir todo el prado! ¡Mas esto es imposible, hijos míos! ¡Desistamos de perseguir lo que es imposible de alcanzar y basten para nuestro consuelo las cosas ya dichas! ¡Al fin y al cabo, aun tratándose de los ungüentos más preciosos, no solamente quien vacía todo el vaso, sino también aquel que apenas toca con la punta de sus dedos la superficie, llena el ambiente de un aroma nuevo, y envuelve con la suavidad de su fragancia a todos cuantos se hallan presentes!

Esto es lo que ahora ha sucedido, y no precisamente por la fuerza de nuestra elocuencia sino por la virtud de las buenas obras de éste. ¡Apartémonos, pues! ¡apartémonos, y acojámonos a la oración, y reguemos a Dios que éste, que es a manera de una madre común, permanezca inconmovible y firme; y que a este nuestro Padre, Doctor, Pastor y Gobernante, le prolongue la vida. Y, si acaso os interesáis también un poco por nosotros, porque en verdad no nos atrevemos a colocarnos entre el número de los presbíteros, puesto que no es lícito contar a los abortivos entre los hijos legítimos y perfectos; si, pues, digo, en algo os interesáis por nosotros, como por un feto abortado, rogad que de los cielos nos venga una gran fortaleza. (19)

Cierto que anteriormente, cuando vivíamos solos y apartados de los negocios, también necesitábamos de defensa; pero ahora que hemos sido traídos aquí en medio de vosotros (no sabré decir si por favor humano o por beneficio divino, porque no quiero ahora entrar en discusiones acerca de esto con vosotros, para no parecer que hablo con ironía y disimulo); pues, ahora que hemos sido traídos aquí en medio de vosotros, y hemos recibido este recio y pesado yugo, necesitamos el auxilio de muchas manos y de infinitas oraciones, para poder devolver íntegro el depósito, en aquel día en que aquellos a quienes se les confiaron los talentos serán citados para comparecer a juicio y dar cuenta de su administración.

¡Orad, pues, para que no nos acontezca lo que a quienes fueron atados y luego arrojados a las tinieblas exteriores, sino más bien que seamos del número de los que podrán alcanzar algún perdón, por la gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder y la adoración, por los siglos de los siglos. Amén.


(1) Las Homilías llevan con mucha frecuencia alguna indicación de la materia que tratan. A veces también, aunque poquísimas, una breve nota acerca del sitio en donde fueron predicadas y aun alguna indicación vaga cronológica. Estos títulos son de los estenógrafos. La presente Homilía tuvo lugar al comienzo del año 386, cuando el Crisóstomo contaba unos 32 años de edad. El sitio pudo ser la santa Iglesia Catedral. La Homilía abunda en recursos retóricos y no faltan quienes la tachen de excesivamente floreada y con demasiado sabor de las Preceptivas escolares. Puede, por ejemplo, notarse una reminiscencia de Demóstenes en el párrafo que comienza: "Por lo cual os ruego a todos vosotros…" Compárese con el Exordio del Discurso por la Corona.

(2) Hemos traducido el epíteto fteigaxíoxov como pobrecillo, atendiendo más al sentido que a la letra, que sería mozuelo o jovencito. Pero adviértase que este epíteto no puede servir de base cronológica. También a su madre, aunque apenas andaba en los 47 años, la llamó en otra parte 'yeyTjgaxvíav o sea anciana y aun cercana al sepulcro. Es una forma de modestia oratoria. Aunque es verdad que en comparación del obispo Flaviano, que era el consagrante, podía el Crisóstomo sin mucho forzar el sentido de las palabras llamarse ¡iEiga>tLaxov, sueños con sus miembros renacidos, y que son hermosos y que participan de la mesa de los reyes. Pero semejantes visiones eran engaño de los ensueños. Puesto que tal es la naturaleza de los ensueños: ser astuta y obradora de prodigios y que se deleita en las paradojas.

(3) Alusión al Ps 67,12 y a Ep 6,19.

(4) La frase del Crisóstomo EJiel nal SI yfia.q xbv xvéov avegQÍtpa/ÁEV TOVTOV a la letra dice: puesto que por causa vuestra hemos arrojado este dado. Es decir hemos echado suertes, nos hemos arrojado a esto como a ver qué salía. La palabra xvSoq significaba un dado de seis caras, a diferencia del astrágalo en el que solamente cuatro caras eran valederas.

(5) Os 14,3.

(6) Ps 68,31.

(7) Ps 68,32.

(8) Si 15,9.

(9) Ps 148,1.

(10) Ps 148,2.

(10) Ps 148,10.

(11) Is 52,5

(12) Rm 2,24.

(13) Mt 5,16.

(14) Mt 19,24.

(15) Ex 7,1.

(16) Ps 44,14.

(18) Alusión a la muerte del obispo Melecio, en Constantinopla. Véase la Introd. Gen., n. 9.

(19) Alusión a 1Co 15,8, donde san Pablo se llama apóstol abortivo.


2

II HOMILIA DISCURSO acerca del bienaventurado ABRAHÁN. (1)

¿HABÉIS VISTO UNA CANICIE llena de vigor y una vejez florida? ¿Habéis visto a un generoso atleta que lucha contra la naturaleza y sus sentimientos? ¿Habéis visto a un varón más firme que el diamante, aunque ya en su extrema ancianidad? ¡Las fuerzas de su cuerpo se habían debilitado, pero el vigor de su fe se había robustecido! Porque tales son los hechos preclaros de la Iglesia: es a saber, que la debilidad del cuerpo no dañe al fervor de la fe. Ornato es de la Iglesia una ancianidad postrada por tierra juntamente con una fe que goza de alas. Y de esto es de lo que más se alegra la Iglesia.

Porque en los asuntos profanos, el anciano es ya un inútil que no sirve para cosa alguna, aunque en todas partes se le juzga como digno de disculpa, puesto que por su debilidad no puede ser útil para nada a sus parientes. Por ejemplo: el anciano no puede presentarse en la batalla durante la guerra, no puede subir a caballo, ni blandir la lanza, ni menear el escudo, ni soportar el ardor del sol, ni los largos caminos, ni la aspereza del hambre, ni tolerar el exceso de los tumultos; sino que, confiado bajo el amparo de sus canas, se sienta solo en un lugar tranquilo.

Y lo mismo se puede observar en la navegación: no puede ya manejar el timón, ni surcar los mares, ni empuñar los remos, ni tender las velas, ni hacer frente a los vientos contrarios, ni soportar los rigores del frío, ni llevar a cabo cosa alguna parecida; sino que permanece sentado en la nave; pero todo se le perdona a causa de su edad. Y lo mismo se puede ver entre los agricultores: porque el anciano ya no puede arrastrar el arado, ni ahondar los surcos, ni hacerse domador de caballos, ni afrontar el vigor de los robustos bueyes, ni lo pesado del calor, ni la dureza del estío, ni el peso de la azada, ni hacer cosa alguna de cuantas son necesarias para el cultivo de la tierra; sino que se está sentado en su casa y se defiende bajo la excusa de sus canas que le hacen las veces de abogado.

Las cosas de la Iglesia, en cambio, van por otro camino. Porque una vez que llegan a la ancianidad aquellos que han pasado su vida en el ejercicio de la virtud, entonces se vuelven más útiles; puesto que no se buscan las fuerzas del cuerpo sino la excelencia de la fe. Así era Abrahán, cuyas fuerzas se habían debilitado, mientras que él se había afianzado en el vigor de su fe. Anciano era, pero en lo avanzado de su ancianidad pugnaba contra la naturaleza y lograba un triunfo preclaro: anciano era pero más robusto que el hierro y más firme que el diamante. Y ciertamente esto no lo hizo por estar en plena juventud; sino que, cuando ya su edad estaba casi consumida y terminado su curso, entonces fue cuando logró la victoria.

Estaba ya totalmente encanecido, pero las canas no le ponían impedimento. Y, como Dios conociera su firmeza, se le apareció y le dijo: ¡Sal de tu tierra y de tu parentela y de la casa de tu padre y ven a la tierra que yo te mostraré! (2) Obedeció Abrahán a pesar de que ya estaba muy anciano y débil de cuerpo, y no dijo: Pero en mi extrema ancianidad ¿a dónde podré ir? ¿He de abandonar la casa de mi padre y la tierra en que nací y en donde están mis riquezas y mis nobles antepasados, y en donde están mis opulentas posesiones y la comodidad de mis abundantes relaciones sociales?

Y por cierto, hacía ya tiempo que padecía enfermedades dolorosas, pero no rehusaba obedecer. Como amante de su patria, se dolía de abandonarla; pero como hombre piadoso amador de Dios, obedecía y se sujetaba. Y lo más admirable es que Dios no le indicó el sitio a que debería ir; y así, con no designarlo, tentaba su ánimo y lo ejercitaba en la virtud. Porque si le hubiera dicho: voy a conducirte a una tierra que mana leche y miel, sin duda que Abrahán no habría obedecido a la voz divina, sino encontraríamos que solamente había preferido una tierra a otra. ¡Salió, pues, Abrahán sin saber a dónde iba! ¿Ves a la ancianidad esclarecida por sus hechos gloriosos? ¡Pues esto es, como ya antes dije, lo propio nuestro: no deprime a la ancianidad la debilidad, no la debilita el transcurso del tiempo! Porque la ancianidad no es asunto del cuerpo sino del alma, de manera que resulta, por lo mismo, que no envejece.

Salió, pues, Abrahán, sin llevar nada consigo, porque habitaba aún en tiendas de campaña, y no fue incrédulo ni dudó, sino que tuvo como prenda suficiente la voz de quien lo había invitado. Ya no era capaz de engendrar y no tenía hijos, ni Sara tampoco, que era su esposa. Y por la promesa recibió al hijo Isaac. Cuando ya la naturaleza había defeccionado entonces la gracia le entregó ese don. Recibió la conveniente merced por su obediencia pero sin él saberlo: ¡si lo hubiera sabido, nada preclaro habría en lo que hizo! Y para que veas que esa fue la razón de que obedeciese, mira cómo no se negó a obedecer cuando le fue ordenado sacrificarlo, sino que despreció el afecto natural para abrazarse con el amor de Dios; despreció sus entrañas de padre y no se apartó de Aquel que lo había llamado.

¿Qué es pues lo que dice Dios? ¡Abrahán, Abrahán! Y éste: ¡Aquí estoy! y Dios: ¡Toma a tu querido hijo, al que has amado, Isaac, ofrécelo en sacrificio sobre uno de los montes que yo te mostraré! (3) Y no le dijo el nombre del monte, sino que por la incertidumbre del monte, le infundió una tristeza mayor. Pero nada de eso conturbó a Abrahán. ¡Es decir, sí lo conturbó! Porque sufrió, como hombre que era, pero no cometió pecado. Lo agitaron las olas, como padre que era; pero no se hundió, como amante que era de Dios. Se le quemaban las entrañas, pero vencía la fe.

Porque no vayas a decir que Abrahán nada sufrió. Considera, más bien, cómo en sus entrañas ardía conmovido; pero advierte también su sabiduría. ¡Ni siquiera a Sara le notifica el caso, porque temió no fuera a ser que ella impidiera el misterio que se consumaba! Si se lo indicara, era verosímil que ella lo contradiría, y le diría: "¿A dónde llevas al hijo que concebí contra toda esperanza? ¿al que recibí conforme a la promesa? ¿al que obtuve en gracia de la hospitalidad? ¿al que Dios me concedió en el extremo de la vejez? ¿a dónde lo llevas, a dónde lo arrebatas? ¡Nadie se te ha aparecido! Porque, ¿cómo puede ser que Dios se te aparezca y venga a exigirte el hijo que contra toda esperanza me dio? El me lo dio ¿y ahora me lo quita? ¡Si para quitármelo me lo dio, mejor hubiera sido que no me lo diera; porque no es tan doloroso el no tenerlo como el perderlo!"

Considera a Sara ardiente, inflamada de amor, sacudida por el afecto natural v su vientre estremecido y sus entrañas convulsas, porque fácilmente se conmueven las mujeres en casos semejantes. Y cuanto era más delicada y afectuosa tanto más habría disputado con Abrahán, y le habría impedido aquel sacrificio, y el misterio habría quedado sin consumarse. Porque ¿qué no hubiera dado Sara por apartar de él a su hijo? ¡No habría podido soportar una tan grave cosa como el que se diera muerte al hijo que le había nacido cuando no lo esperaba, y que se inmolara al que se le había dado ya en la ancianidad, ni que las manos mismas del padre inmolaran al hijo! ¡Sara no habría soportado cosa semejante, sino que habría movido contra Abrahán una guerra sin medida! Y, una vez suscitada la lucha, tenían que seguirse las astucias, y tras de las astucias se habría impedido el sacrificio.

Por esto Abrahán nada le dijo a Sara su mujer, a fin de que no se produjera algún altercado y el altercado llegara hasta la riña, y la riña, pasando adelante, llegara a un rompimiento a causa del hijo, y llegado el rompimiento por causa del niño, se retardara la promesa, y retardada la promesa el asunto quedara impedido por algún engaño, y finalmente el misterioso sacrificio no llegara a su cumplimiento.

Pero aquel prudente Abrahán, aquel atleta que luchaba contra su naturaleza y contra sus entrañas, armado contra la naturaleza no se negó a obedecer; sino que, atendiendo al mandato divino, obedeció a lo que se le mandaba, y al punto tomó al hijo. Con gusto me detengo en estas palabras: ¡Toma al hijo amado tuyo, al que tanto quieres, Isaac; y ofrécemelo en holocausto sobre uno de los montes que yo te mostraré!i Y Abrahán, habiendo tomado a Isaac y una asna y a dos criados, se echó al camino. Y como llegara a cierto sitio, dijo a los criados: ¡Permaneced aquí vosotros. En cuanto a mí y al pequeñuelo, iremos hasta allá, y una vez que hayamos adorado a Dios, regresaremos a vosotros! (5) ¡Profetizaba Abrahán sin saberlo, cooperando a ello la gracia divina! ¿Vas a sacrificar a tu hijo y dices regresaremos? ¡Intentando ocultar el negocio a los criados se vuelve profeta!

Y puso la leña sobre los hombros de Isaac, y habiendo tomado el cuchillo y el fuego, subió a la montaña. Y ¿qué decía Isaac a su padre?: "¡Padre!" Y aquél: "¿Qué quieres, hijo?" Y di cele: "he aquí el fuego y la leña; pero ¿en dónde está la oveja para el sacrificio?" Entonces aquél: ¡Dios proveerá, hijo mío, de oveja para el holocausto! (6) ¡He aquí otra profecía! ¡No puedo pasar en silencio esas palabras ni ir de ligero sobre esos acontecimientos! ¡Considera las palabras que muy pronto van a quedar privadas de sentido real por los hechos! Así aquél llama a su padre y éste a su vez a su hijo: Por el momento aquellas palabras eran como un velo, pero muy pronto debía descorrerse.

Considera lo que sufriría Abrahán, siendo padre, al oírse llamar así por Isaac, al que iba a degollar. ¿Cómo pudo suceder que sus rodillas no se doblasen? ¿Cómo sus miembros no se destrozaron? ¿Cómo no perdió el uso de la razón cuando su hijo Isaac lo llamaba con tales palabras? Y con todo, lo ofreció a Dios, lo ató y arrebató el cuchillo con su diestra para dar muerte a su hijo. ¡Oh diestra aquella armada contra el hijo! ¡no sé cómo expresar con palabras aquel hecho! ¿Cómo no se le entorpeció la mano? ¿Cómo no se le cayó de las manos la espada? ¿Cómo todo él no perdió las fuerzas y quedó yerto? ¿Cómo pudo ver a Isaac atado y seguir él viviendo? ¿Cómo no murió instantáneamente? ¿Cómo soportaron sus nervios? ¿Cómo no le faltó el ánimo? ¡No encuentro modo de expresar aquel suceso con palabras! ¡Vosotros, padres y madres que estáis presentes, venid todos, extended vuestra mano, ayudad a mi discurso, porque los hechos superan a mis palabras! ¡Perdonadme, o mejor aún, vosotros mismos socorredme!

Con frecuencia tiene cualquiera de vosotros cinco o seis hijos e hijas. Y si acaso uno de ellos enferma, el padre da vueltas por todo el aposento, besa al hijo en los ojos, aprieta sus manos, el día le parece noche y la luz tinieblas; y esto no porque trastrueque los elementos, sino porque a causa del acerbo dolor no se deleita en ellos. Se preparan lechos blandos, los médicos están en derredor, mucha guardia se hace al enfermo, y el padre queda al fin del todo yerto. Aunque abunden las riquezas, le parecen repugnantes; aunque esté comido de cuidados, los rechaza todos; y como embriagado por el exceso de la tristeza en absoluto no puede entrar en templanza: ¡para él, el mundo entero sufre de enfermedad incurable! Y del mismo modo la madre, va y viene, como loca, perturbada, inflamada de cariño, y busca el modo de compartir el dolor del enfermo, o mejor aún de tomarlo todo íntegro para sí, a fin de que el hijo doliente quede libre de la enfermedad. En nada se tiene la vida presente ni la futura; sino que más deseable que todas esas cosas le parece el poder padecer ella la enfermedad íntegra del hijo. ¡No tengo palabras con qué describir aquel amor!

Pues pon ante tus ojos a Abrahán así afectado por el dolor, pero él sabiamente pondera las cosas y obedece al mandato. ¡Dominaba a la naturaleza y la orden recibida superaba al cariño de las entrañas! Pero todo esto, como ya antes dije, lo sufría como hombre que era; mas, como amante de Dios discurría sabiamente. ¡Ahí podía verse al mártir Isaac vivo y no vivo! ¡muerto y no muerto! Por lo que mira al propósito de su padre, muerto está; pero por lo que hace a la divina bondad, no está muerto. Era él imagen y figura del Señor: llegó pues la figura, pero inmediatamente la siguió la verdad. Isaac es atado, perb no degollado. Porque de lo alto viene una voz llena de benignidad y misericordia que detiene al Patriarca, ya atento y preparado para llevar a cabo aquella muerte. Y la voz le dice: ¡Abrahán! ¡no pongas tus manos en el chicuelo! (7) Y ¿por qué no dice en el niño, sino en el chicuelo? Porque así, parece hablar con cierto desprecio. Pues porque el chicuelo era hombre y el negocio que se trataba era propio del Hijo de Dios y no de un niño; no de un criado sino del verdadero Hijo Unigénito, enviado por el Padre para nosotros, le dice: "¡No pongas tus manos en el chicuelo!" ¡Pues te contentó la figura, recibe ahora la verdad!

De manera que Abrahán verdaderamente profetiza cuando engaña a sus criados. Yo veo ahora que se cumple la verdad, conforme a sus palabras. Porque ¿qué había dicho?: ¡Esperad aquí con el asna. En cambio yo y el niño iremos hasta allá; y una vez que hubiéremos adorado a Dios, regresaremos a vosotros! (8) No dijo esto porque así lo sintiera, sino que sucedió luego como lo decía y no como lo sentía. Dejó ahí a los criados a fin de que no le impidieran por fuerza aquel mandato de Dios. No fuera a suceder que los criados, creyendo que él, a causa de su ancianidad, quería mal a su hijo, le impidieran su arrojo en degollarlo y dijeran: ¿Qué haces, señor? ¡Inmolas al hijo que recibiste por promesa, al amado, al recibido de Dios, al nutricio de tu ancianidad, al heredero, al sucesor tuyo, al hijo de Sara! ¡Mira lo que haces! ¡da cuenta a tu esposa del negocio, engendradora común y que con tan graves dolores lo dio a luz! ¡degüéllanos primero a nosotros y luego a tu hijo! Por esto, aquel prudente anciano no los llevó consigo, pues le habían de impedir; sino que ordenó que la víctima misma cargara con la leña y fue así figura del Salvador cargando con la cruz.

Y el hijo, cargado con la leña, habló a su padre y lo conmovió, pero no logró apartarlo del amor divino. Porque ¿qué dice?: "¡Padre!" Quiero que consideres esta palabra padre. Porque también nosotros, cuando queremos matar un cordero o algún otro animal, y lo oímos balar y emitir aquella su voz mansa, nos movemos a misericordia, aunque no profiera palabras articuladas. Quiero, pues, que pienses qué habría logrado esta oveja si hubiera hablado a un hombre cobarde: ¡Padre! ¡he aquí el juego y la leña! ¿dónde está la oveja para el sacrificio? (9) ¡Pero aquel que hablaba era, precisamente por decreto de su padre, la oveja, la cual trataba de mover a misericordia al sacerdote sacrificador! Porque aún no estaba bajo la enseñanza de Cristo, que dice: El que ama a su padre o a su madre o a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. (10) Sino que imitaba al Padre, del cual se dijo: No perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por todos nosotros. (11)

"¿Dónde está la oveja?" –pregunta el hijo prudentemente–. Y ¿qué le responde el padre?: ¡Dios proveerá de víctima para el holocausto, hijo mío! (12) ¡No proveerá con un criado, sino con su Hijo. Aquél era unigénito, también el Hijo de Dios es Unigénito. Aquél llevó en sus hombros la leña, Cristo la cruz sobre sus hombros. Aquél no habiendo cometido culpa iba a ser inmolado, y el Hijo de Dios, no habiendo cometido pecado, fue crucificado. Aquél fue degollado y no degollado, y también el Hijo de Dios fue degollado y no fue degollado, muerto y no muerto. Porque aquél, por lo que mira a la determinación de Abrahán, murió; pero por lo que hace a la realidad, no murió. Y el Hijo de Dios murió según la carne, pero según la divinidad ¡impasible permaneció!

Siempre que Dios quiere llevar a cabo entre los hombres alguna cosa de maravilla, la da a entender de antemano, y primero pinta una como sombra de ella; a fin de que cuando llegue la verdad no le nieguen los hombres su fe, y habiendo precedido la imagen no se aparten de creer en la verdad. Por ejemplo, la Virgen Santísima había de dar a luz, y esto parecía cosa increíble. Porque ¿cómo podía dar a luz una virgen siendo esto en contra de las leyes de la naturaleza? ¡Uno que así fuera engendrado, nacería en contra del orden natural! ¿Quién en todos los siglos había visto una virgen que diera a luz? Pues, con el objeto de que los judíos no cayeran en una grande incredulidad, previno Dios y figuró la verdad en Sara; a fin de que, cuando pusieran la dificultad de cómo una virgen había engendrado, más bien, recurriendo a la memoria, exclamaran: ¿Cómo engendró Sara? O mejor aún: "¿cómo la tierra, siendo virgen, engendró?"

Porque no existía aún la azada, no había labrador que la cultivara, no había caído la lluvia, no había germinado en ella la hierba, no tenía surcos, árida estaba y no había recibido simiente ni la había alegrado el rocío. Respóndeme, pues: ¿cómo siendo virgen engendró tan variados géneros de hierbas? Y como no lo puedes explicar, dices: ¡pues como Dios lo quiso! Del mismo modo, cuando respecto de la Virgen te llegue la duda, aprende a no inquirir con curiosidad lo que hace Dios. ¡No preguntes si la cosa va conforme a la naturaleza cuando el que la hace es el mismo Creador de la naturaleza. No te metas en muchas cuestiones. Dijo El: ¡Germine la tierra! (13) Y al punto aquella palabra penetró en las entrañas de la tierra y las incitó al parto, y así dio a luz la que era virgen. Una fue la palabra que brotó, pero hizo germinar infinitos géneros de hierbas; y por esa palabra la tierra se vistió de su propio ornato.

Y era cosa de ver a la tierra agitarse en movimiento: es decir en las aves, en los animales acuáticos y terrestres, en los prados, flores, árboles, en la vid, el olivo y mil otros géneros de plantas, así las que producen frutos precoces como las que los producen estacionales y a su tiempo, las que viven en las llanuras y las que viven junto a los mares y los lagos y los ríos y las fuentes y las montañas. Una palabra era la que obraba y toda la tierra se cubría de su ornato. ¡Explícame esto, oh judío, cómo pudo ser! ¡pero no lo podrás! ¿Veis cómo el error por sí mismo es combatido y es vencido?

Escucha con diligencia. Porque, como ya dije, cuando quiere Dios llevar a cabo alguna cosa que habrá de parecer increíble a los hombres, echa por delante una sombra y figura de ella, a fin de que la verdad, por llegar de repente, no los arroje a la incredulidad. Necesario era que el Hijo de Dios viniera y bautizara a todo el género humano, y renovara al hombre viejo, y sumergiera en las aguas al que pretendía renovar del pecado, (14) y trajera las bendiciones, y borrara la maldición, y nos diera la justicia, e hiciera de los hombres ángeles. Había de recibir al hijo adulterino y hacerlo, como lo hizo, hijo legítimo; y al que no era digno ni siquiera de este suelo hacerlo digno del cielo. Y como esto para muchos había de ser cosa increíble y de milagro, es a saber, que una misma naturaleza a un hombre lo ahogue y lo justifique, y borre el pecado y traiga al mundo de nuevo la verdad, a fin de que no dijeran los judíos que las palabras de los cristianos no son sino fábulas, porque ¿cómo puede ser que una misma agua ahogue y justifique, y siendo una pueda tener dos operaciones contrarias?, pues para que esto no hicieran, ¿qué hace El para redargüir la impudencia de los judíos?

Los hijos de Israel estaban oprimidos en Egipto con trabajos y aflicciones con aquella ocupación de hacer ladrillos, y con llanto clamaban y decían: ¿quién nos librará de la esclavitud de los egipcios? ¡Pereceremos! ¡somos destruidos en trabajos injustos!

Es decir al hombre viejo. Quizá el pensamiento está un tanto alambicado. Lo explica más abajo con la doble virtud del agua del Mar rojo, que a la vez salvó y ahogó.

¿Qué sucedió? Los oyó Dios y envió a Moisés armado de milagros y prodigios. Llegó, pues, Moisés llevando súplicas contra Faraón y metió en el país un ejército de langostas destructoras; ordenó a la langosta sin alas y ésta se presentó; cambió en sangre las aguas; hizo brotar llagas en los hombres y en las bestias cuadrúpedas. Y como Faraón ni ante tantas plagas cediera, finalmente mandó Dios la muerte sobre los primogénitos. Y luego (para darme prisa, no sea que entreteniéndome en estas cosas no cumpla lo prometido), por fin salieron de la tierra de Egipto y llegaron hasta las orillas del mar.

Envió Faraón en pos de ellos su ejército con muchedumbre de carros y jinetes; y al contemplar Israel semejante ejército, se llenó de pavor. Pero, cuando llegaron a la playa, Dios dijo a Moisés: ¡Por qué clamas a Mil lo Ciertamente Moisés no había dicho nada. Pero Dios añadió: "¡Soy Dios que oye no solamente las cosas que se profieren con los labios, sino que conoce lo que hay en los corazones"; a fin de que adviertas que la oración no consiste en el clamor de los labios, sino en el impulso del corazón. "¿Por qué clamas a mí?" ¡No clamaba con los labios pero sí clamaba con el corazón! Porque lo que se necesita es la oración que nace de la bondad del alma y no de grandes clamores. "¿Por qué clamas a mí? ¡Extiende sobre el mar la vara que llevas en la mano y crúzalo tú y todos los hijos de Israel!" Y extendió Moisés su vara que llevaba en la mano y golpeó el mar. Entonces el desordenado ímpetu de las aguas se acabó y deshizo, y se olvidó de su propio natural.

Porque así es ese elemento: cuando se presenta la voluntad de Dios, se olvida de su propio natural y encadena sus propias operaciones. Pues a la manera de una sierva cariñosa, cuando el mar vio al siervo de su Señor, cedió y obedeció. Y obedeció no porque temiera aquella vara seca sino en reverencia del que había de ser clavado en la cruz. Vio la figura y al punto reconoció la verdad, y obedeció y se apartó: "¡Pasa, dijo, tú y todos los hijos de Israel!" Y pasó luego él y todo el pueblo de Israel. Y los egipcios los siguieron en persecución: es a saber, Faraón y sus carros de guerra y sus jinetes. Y una vez que los israelitas habían pasado, se echó encima el agua y ahogó a los egipcios.

Explícame, pues, oh judío ¿cómo es que el agua que los sumerge ejerce dos operaciones y tiene una doble virtud, de manera que al uno lo ahoga y al otro lo vivifica? Explícame ¿cómo el mar aquel, siendo uno solo según su naturaleza, a unos los salvó y guardó con vida y a otros les dio muerte, a unos los ahogó y a otros les dio paso franco, a pesar de ser uno solo y desordenado el ímpetu de las aguas? ¿Cómo a unos los reverenció como un siervo mientras que contra los otros imitó las costumbres de los bárbaros? ¡Explícame esto, oh judío, que aún no crees en la cruz, y cómo una misma agua a unos los ahogó y a otros los salvó!

Una era el agua y uno era el mar; y con todo, de unos ni siquiera mojó los pies, y de los otros ni siquiera dejó señal, sino que a todos juntamente los cubrió con sus olas, y a todos los egipcios y a su pueblo les prestó una sepultura común. ¡Explícame cómo fue esto! ¿Ves cómo precedió la figura a fin de que la, verdad encontrara fe? Y ¿cómo aquello era la sombra y esto es la verdad; aquello la figura y esto la realidad? ¿Ves cómo, según ya lo dije, cuando Dios quiere llevar a cabo alguna obra maravillosa, envía por delante figuras y sombras para que así la verdad que luego se presenta fácilmente sea recibida? Pero es necesario que la figura sea inferior a la realidad; porque si fuera en sí perfecta ya no fuera figura, sino que ella misma fuera la realidad. Precedió la sombra y luego llegó la verdad con todos sus colores y así resultó clara la imagen. Aquellos eran simulacros, esta es la realidad: exactamente como sucedió con el cordero.

Había de suceder que con la sangre de Cristo el orbe se justificara y quedara libre de la maldición. Pero como también esto era un gran milagro y parecía increíble a la estulticia de los judíos, Dios, por medio del cordero, lo previno y prefiguró de antemano. Porque cuando se preparaba a borrar de la vida a los primogénitos de los egipcios, a fin de que no perecieran juntamente los hijos de Israel ¿qué hizo? Con el objeto, dice Moisés, de que no suceda que al herir el ángel destructor, hiera también a los primogénitos de los hijos de Israel, ¿qué acontece?: le dice Dios: "Avisa a los hijos de Israel que tomen un cordero sin mancha, de sexo masculino, de un año de edad, conforme a sus familias; y si acaso alguna familia no basta para comerlo, el vecino invite a su vecino v una familia invite a otra familia". "Y así, dice, si tomáis un cordero sin mancha, de sexo masculino, de un año de edad, matadlo según las familias y casas de las tribus; y comed sus carnes asadas al fuego, y no se dejará nada de ellas. Mas con la sangre untad las puertas de vuestras casas. Y lo comeréis con los lomos ya ceñidos y con el calzado en los pies, a la manera del ajuar de los que van de camino, y estad con vuestras lámparas encendidas".

Y todo esto ¿por qué? ¡Porque se les echaba encima la tarde! Y ¿por qué lo habéis de comer a la manera de quienes salen de viaje? ¿por qué? ¡Yo os lo diré: tanto por la figura como por la realidad! Porque Faraón había sido herido muchas veces, pero no los dejaba partir. Y Moisés les aseguraba: ¡Hoy será herido y os dejará partir! (Ex 11,1) Y era herido y no los dejaba salir. Por la novena vez fue herido y no los dejó ir. Pero a la décima plaga sí los dejaría ir. Por esto dice Moisés: ¡Tomad traje de caminantes; porque una vez que comáis ya nada habrá de común con Egipto (Ex 12,11) Tomad, pues, les dice, un cordero sin mancha, de sexo masculino, de un año de edad, y matadlo y con su sangre ungid vuestros dinteles, a fin de que al venir el ángel, si por motivo de aquéllos no os perdonare, por esta sangre y señal os perdone.

Pero estas cosas no fueron hechas por motivo del ángel sino de la sangre que me libró. ¿Acaso el ángel no podía distinguir qué era lo que diferenciaba a los judíos de los egipcios? El, que conocía a los primogénitos, ¿no podía distinguir a los egipcios de los hebreos? Así pues: cuando un judío se burle de ti y te diga: "¿En la sangre esperas?", respóndele: "¡También tú esperaste en la sangre de un cordero! ¿Y no te avergüenzas, oh impudente? Tú fuiste salvo por la sangre de un cordero y yo ¿no seré salvo por la sangre del Señor?"

Así pues, el judío, una vez que comió, se apresuró a salir de Egipto; y el cristiano, una vez que come, se apresura a salir de este mundo. Porque te lo amonesta Pablo: ¡Permaneced revestidos de la loriga de la justicia y calzados los pies en preparación del Evangelio de la paz. (Ep 6,14-15) Allá calzados y aquí calzados. Allá una vara, aquí una loriga. Moisés habla a quienes se preparan para emprender un camino, y Pablo ordena a quienes han de emprender una batalla. Aquéllos de una tierra partían para otra y por esto eran caminantes; pero yo marcho de la tierra al cielo, y por esto soy soldado. ¿Por qué? Porque mi camino por los aires está infestado de ladrones, y los demonios me salen al paso. Por esto llevo, como una espada desnuda, la confianza; por esto visto la loriga de la justicia; por esto me ciño con la verdad.

Porque no soy solamente caminante, sino además milite: ¡Angosto y estrecho es el camino que conduce a la vida! (Mt 7,14) ¡Mira, pues, cómo Pablo habla de las realidades y Moisés de las figuras! ¡mira cómo se tienen las cosas sensibles y cómo las espirituales! Procuremos, pues, también nosotros, oh carísimos, imitar a Abrahán, a fin de que nos reciba en el hospedaje de sus senos, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, al cual sea la gloria y el poder, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.


(1) Antiguamente se creyó que esta Homilía o Discurso, estaba trunca del comienzo y del fin. Y respecto del fin así era, hasta que nuevos manuscritos la dieron íntegra. Respecto del comienzo, no parece que estuviera trunca; sino que sus primeras palabras se refieren, probabilísimamente, a un pasaje de la Sagrada Escritura que acababa de leerse, o bien a alguna Homilía precedente de inmediato. A algunos les ha parecido el estilo redundante, vulgar y desprovisto de energía. Otros, al revés, juzgan que sí responde al estilo del Crisóstomo. Por esta razón Montfaucon la ha colocado entre las dudosas. Con esta ocasión advertimos a nuestros lectores que vamos a seguir el orden alfabético de los santos celebrados en las Homilías, ya que otro orden, sea de materias, sea cronológico, es imposible.

(2) Gn 12,1.

(3) Gn 12,2.

(4) Ibid.

(5) Gn 22,5.

(6) Gn 22,7-8.

(7) .

(8) Ibid., XXII, 5.

(9) Gn 22,7.

(10) Mt 10,37.

(11) Rm 8,32.

(12) Gn 22,7-8.

(13) Gn 1,11.

(14) Ep 4,23 ss.

(15) Ex 14,15.



Homilias Crisostomo 2 1