Homilias Crisostomo 2 3

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III HOMILÍA PRIMERA acerca de ANNA:

que es conveniente acordarse del ayuno también después de Pentecostés y en otro tiempo cualquiera, porque el ayuno no solamente es útil cuando se presenta sino también cuando solamente se recuerda; y acerca de la providencia de Dios, que gran parte de ella está, entre otras cosas, en el amor de los padres para con sus hijos; y que no solamente a los padres sino también a las madres se les ha puesto el precepto de educar a sus hijos; y finalmente de Anna. (1)

CUANDO A ALGÚN PEREGRINO que se ha hospedado con nosotros lo hemos acogido con toda benevolencia y lo hemos hecho partícipe de nuestras conversaciones y de nuestra mesa, y al fin nos despedimos de él, al sentarnos a la mesa, al día siguiente de su partida, al punto lo recordamos y también la conversación que con él tuvimos, y con mucha caridad lo echamos de menos. Pues esto mismo tenemos que hacer respecto del ayuno. Porque él se hospedó entre nosotros durante cuarenta días y lo recibimos con toda benevolencia y con la misma lo hemos despedido. Ahora, pues, cuando se nos va a disponer la mesa espiritual, acordémonos de él y de todos los bienes que nos trajo. Porque no solamente la presencia del ayuno sino también su recuerdo puede sernos de grande utilidad. Pues así como aquellos a quienes amamos no sólo cuando están presentes sino también cuando los recordamos nos causan grande placer, del mismo modo el ayuno juntamente con las colectas y las comunes reuniones, y todos los demás bienes que por beneficio del ayuno hemos recibido, aun con sola su memoria nos deleitan; y así, si las recordamos, obtendremos de ellas grande ganancia aun en este tiempo.

Y no digo esto porque quiera yo obligaros al ayuno, sino para persuadiros que no os dejéis llevar de vuestros deseos, ni estéis en la disposición en que muchos hombres suelen estar (si es que pueden llamarse hombres quienes demuestran tan grande pusilanimidad); que, como si salieran de una cárcel y de sus pesadas ataduras, hablan entre sí y dicen: "¡Por fin hemos salido de ese mar del ayuno molesto!" Y algunos que están en peor disposición y son más débiles, incluso se aterrorizan por la futura Cuaresma. Esto les acontece porque durante todo el resto del tiempo se entregan a los deleites, a la lujuria y a la crápula. Porque si durante los demás días nos acostumbráramos a llevar una vida casta y moderada, echaríamos de menos el ayuno pasado, y recibiríamos con grande regocijo al que luego vendrá. En efecto: ¿qué bienes nos vinieron por medio del ayuno?

Ahora todo está en tranquilidad plena y en serena calma. ¿Acaso las mansiones no han quedado libres de los alborotos, de las vueltas y revueltas y de toda perturbación? Más aún: más que las mismas casas, los ánimos de los que ayunaron gozan de esa paz, y la ciudad toda imita esa moderación que se ve en todos los ánimos y en todos los hogares. No se oyen ahora por las tardes hombres que se dediquen a cantares escandalosos, ni quienes anden ebrios durante todo el día, ni que vociferen, ni que pleiteen, sino que por todas partes puede observarse cómo reina una completa paz.

Pero apenas ha pasado el ayuno y ya no es lo mismo. Desde que nace el sol comienza la grita y andan las turbas agitadas y se apresuran los cocineros y se levantan grandes humaredas así en los hogares como en las mentes, al suscitarse en nuestro interior la pugna de afectos que enciende la llama de las torpes codicias, empujadas por el ansia de los deleites. ¡Echemos pues de menos el ayuno, puesto que era él quien todo eso lo mantenía reprimido! De manera que aunque ya nosotros nos hayamos despedido de su trabajo, no echemos de nuestras mentes su deseo ni su recuerdo. Sino que cuando tú vinieres al foro, una vez que has comido y te has despavilado, y observares que el día va ya declinando hacia la tarde, entra en esta iglesia; y habiéndote acercado al santuario, acuérdate del tiempo del ayuno; del tiempo aquel en que veíamos la iglesia repleta con la reunión de los fieles, y todos andaban encendidos con el deseo de escuchar la palabra divina, y había grande regocijo, y todas las mentes andaban levantadas al cielo. Y, meditando todo esto en tu interior, acuérdate de aquellos deseables días. Y si vas a sentarte a la mesa, saborea tus alimentos con este recuerdo; y así nunca podrás deslizarte a la embriaguez.

Porque así como los que han tomado en matrimonio a una mujer casta, honesta y no de servil condición, y se han inflamado vehementemente en su cariño, ni aun estando ella ausente pueden encariñarse con una meretriz y perdida, porque aquel su amor les tiene preocupadas las mentes y no permite la entrada a otro amor alguno, así te sucederá respecto del ayuno con la embriaguez. Si de aquél, casto y honesto, nos acordamos, fácilmente rechazaremos a ésta, meretriz pública y madre de toda torpeza, digo a la embriaguez; porque el recuerdo del ayuno rechazará la impudencia de la crápula con mayor fuerza que otra mano cualquiera.

Por todas estas razones, os ruego que recordemos los días aquellos. Y para ayudar también yo de alguna manera a ese recuerdo, me esforzaré en proponeros ahora la misma materia que entonces iba a tratar, a fin de que la semejanza de la doctrina suscite en vosotros el recuerdo de aquellos días. Quizá vosotros la habéis olvidado ya por haber nosotros interpuesto grande cantidad de sermones sobre otras materias. En efecto: habiendo regresado nuestro Padre de aquella lejana peregrinación, fue necesario conmemorar lo que entonces aconteció en su acompañamiento; (2) y luego en seguida, fue necesario emprenderla con los gentiles, a fin de que, a quienes la fuerza de la calamidad había vuelto a mejores procederes y habían abandonado sus errores paganos y se habían sumado a nosotros, según nuestras fuerzas los confirmáramos en la fe y los instruyéramos acerca de la inmensa luz a donde se habían acercado, libres ya de las tinieblas. (3) Tras de esto, por muchos días disfrutamos de la festividad de los mártires; y no habría sido oportuno que, encontrándonos vecinos a los sepulcros de los mártires, nos alejáramos luego sin haber participado en las alabanzas que a los mártires les son debidas. (4) Vino luego la exhortación para que os abstuvierais de los juramentos. Porque, habiendo nosotros advertido la inmensa cantidad de rústicos venida de los contornos a la ciudad, pensamos ser bueno despacharlos bien abastecidos con ese viático. (5)

Tal vez, a causa de esta multitud de materias, no os será fácil recordar la disputa que entonces sostuvimos contra los gentiles. Pero yo, por estar continuamente ejercitándome en estas cosas y aplicándome a este combate, sin trabajo alguno, con repetiros algunas pocas cosas de las que entonces dije, podré refrescar en vuestra memoria la materia de todo mi discurso. ¿Cuál fue, pues, esa materia? Nos preguntábamos de qué manera, allá a los principios, proveía Dios al género humano, y de qué manera le enseñaba lo que le había de ser útil, ya que entonces no había aún letras, ni se nos habían comunicado las Sagradas Escrituras.

Demostramos entonces que el hombre era conducido al conocimiento de Dios mediante la contemplación de las criaturas. Y habiéndoos tomado, no con mi mano, sino por medio del pensamiento, os hice recorrer todo el universo de las criaturas; y os mostré el cielo, la tierra, el mar, los lagos, las fuentes, los ríos, las inmensas llanuras, los prados, las huertas de árboles fructíferos, las mieses florecidas, los arbustos inclinados al peso de sus frutos y las cumbres de las montañas cubiertas de encinas; y luego, diserté largamente acerca de las semillas y de las verduras, y de las flores y de las plantas, así las que producen fruto como las que son estériles, y de las bestias, así de las domésticas como de las agrestes, y de las aguas y de la tierra, y de los anfibios que habitan en ambos elementos, y de las aves que cortan el aire con sus alas y de los animales que se arrastran por la tierra, y de los elementos constitutivos del mundo. Y en cada uno de esos seres, todos a la vez aclamábamos a Dios, porque nuestro pensamiento no podía abarcar tan infinitas riquezas: ¡Cuan excelentes son, Señor, tus obras! ¡todo lo has hecho con sabiduría! (6)

Y admirábamos la sabiduría de Dios no solamente por la multitud de los seres, sino también por estas dos cosas: que había criado hechuras tan grandes y bellas, y que les había dejado muchos indicios de la misma debilidad de ellas, embebidos en las cosas que contemplamos; y esto, tanto para que alabáramos su sabiduría de El y las criaturas nos atrajeran a darle culto, como también para que no sucediera que aquellos que observaran la grandeza y la belleza de las criaturas, tras de abandonar al Criador de ellas, fueran a adorar, en lugar de Dios, esas criaturas colocadas delante de sus ojos; puesto que la debilidad que en ellas aparece puede corregir error semejante.

Y vimos de qué manera toda criatura está sujeta a la corrupción, y cómo luego será llevada a mayor belleza y gozará de una gloria mayor, y cuándo y por qué motivo, y por qué causa ha quedado sujeta a la corrupción. Todas estas cosas las discutíamos entonces delante de vosotros, y ahí demostrábamos el poder de Dios que ha puesto tan grande hermosura en cuerpos corruptibles, como, por ejemplo, la que desde el principio dio a las estrellas, al cielo y al sol. Porque de verdad podemos admirarnos de que, a pesar de haber transcurrido ya tan grande cantidad de años, no hayan sufrido nada de lo que suelen sufrir nuestros cuerpos; ni la ancianidad las haya hecho más débiles, ni por alguna enfermedad o accidente se hayan desmejorado; sino que perennemente conservan su vigor y su belleza, aquella, que, como ya dije, Dios les comunicó desde el principio. Y ni se ha consumido la luz del sol, ni se ha oscurecido el esplendor de los astros, ni se ha deteriorado el brillo de los cielos, ni se han cambiado los términos del mar, ni se ha extinguido la virtud generativa de la tierra, con dar a luz, año por año, sus frutos. (7)

Y que todas las cosas estén sujetas a la corrupción, lo de mostramos tanto por la luz de la razón como por las Sagradas Escrituras. Y que sean bellas y espléndidas y que conservan su perenne vigor, lo testifican las diarias miradas de los que las observan: en todo lo cual sobre todo ha de ser admirado Dios, puesto que El desde los principios así las creó. Pero ¿por qué cuando nosotros eso decíamos, algunos se nos oponían, y decían: entonces de todas las cosas visibles la más vil es el hombre; puesto que la masa del cielo, y la del sol, y la de la tierra, y la de las estrellas han durado tanto tiempo, mientras que el hombre, después de los setenta años, se disuelve y perece? (7)

Por nuestra parte, afirmamos, en primer lugar, que no todo el ser viviente se disuelve; sino que la parte principal y más necesaria, que es el alma inmortal, permanece para siempre, y que ella no está sujeta a ninguna clase de corrupción. Y en segundo lugar, que precisamente esto sucede para mayor honor nuestro.

Porque no al acaso y sin justo motivo, sino con toda justicia y en favor nuestro, sufrimos la ancianidad y las enfermedades. Con justicia, porque caímos en pecado; en favor nuestro, para que así rectifiquemos la soberbia, nacida en nosotros a causa de nuestro descuido, oponiéndole la consideración de estas enfermedades y defectos.

De modo que Dios permitió que esto fuera así no porque quisiera hacernos injuria. Si nos la hubiera querido hacer, no habría hecho inmortal a nuestra alma. Tampoco hizo así nuestro cuerpo porque El fuera impotente; puesto que si hubiera sido débil no habría podido mantener en su naturaleza los cielos, las estrellas y la masa de la tierra. Lo hizo para volvernos mejores y más modestos y más obedientes a El; y esto nos da ocasión de plena salud espiritual. Por lo mismo hizo que ni vetustez ni enfermedad ninguna afectaran al cielo, porque éste, como carece de libre albedrío y no tiene alma, no puede ni pecar ni obrar rectamente en lo moral; y por esto no necesita de correctivo. En cambio nosotros, dotados de cuerpo y alma, necesitábamos que, mediante estas debilidades y enfermedades, se nos ingiriera la modestia y la humildad, puesto que ya desde el principio y antes que todo, el hombre se elevó en soberbia. Por lo demás, si el cielo estuviera constituido de la misma manera que nuestros cuerpos y se encontrara sujeto a la vejez, muchos habrían acusado al Criador de debilidad e impotencia, ya que no había podido conservar un cuerpo a través del círculo de muchos años. Ahora, en cambio, les ha quitado esa ocasión, puesto que a través de tan largos tiempos su obra permanece.

Añádase a lo que ya dijimos, que nuestras cosas no se contienen dentro de los límites del tiempo presente ni a ellos se circunscriben; sino que, una vez que hayamos sido bien probados en esta vida, nuestros cuerpos resucitarán con una gloria mayor, y se verán más que el cielo espléndidos, más que el sol y que los otros seres, y pasarán a otra condición y suerte mejor.

De manera que hay un camino para el conocimiento de Dios por medio del universo; y hay otro, en nada inferior, que es el que nos ofrece nuestra propia conciencia, camino que entonces expusimos largamente. Al mismo tiempo demostramos cómo la naturaleza misma nos ha dotado del conocimiento de las cosas buenas y malas y cómo la conciencia interiormente nos dicta todo eso. Porque desde el principio la naturaleza nos dio dos preceptores: las criaturas y la conciencia. Estos sin palabras nos adoctrinan a todos. Porque las criaturas, admirando con sola su figura a quien las contempla, a ése, que todo lo observa, lo van llevando a la admiración de Aquel que las crió. Y la conciencia, resonando interiormente, nos sugiere todo lo que debe hacerse, y por la vista misma de las cosas, venimos al conocimiento de sus juicios y su fuerza. Pues ella, al acusarnos interiormente de pecado hace que aún exteriormente el rostro decaiga y lo llena de tristeza. Y cuando nos vemos cogidos en alguna cosa torpe, nos vuelve pálidos y temerosos: ¡no oímos su voz, pero por el aspecto exterior contemplamos la interior indignación que en ella se ha engendrado!

Demostraba también el discurso que además de estos dos maestros, la providencia de Dios había añadido un tercero; y éste, no ya mudo, al modo de los dos anteriores, sino tal que con su palabra, amonestación y consejo, corrigiera nuestras almas. ¿Cuál es ése? ¡El padre que a cada uno se le ha dado al nacer! Porque por esto hizo Dios que fuéramos amados de nuestros padres para que tuviéramos en éstos preceptores de la virtud. No el solo engendrar hace al padre, sino el educar rectamente; ni el dar a luz tan sólo, sino el bien educar hace a la madre. Y que esto sea verdad, y que no sea la naturaleza la que hace al padre sino la virtud, lo confesarán los padres mismos. Porque muchas veces, cuando ven a sus hijos con depravadas costumbres, y que han degenerado hacia la maldad, los echan de entre los consanguíneos suyos y los desconocen, y adoptan como hijos a otros que no estaban unidos a ellos con ningún parentesco.

¿Puede haber cosa más admirable que ésta, que a los que ellos engendraron los echen de sí, y en cambio adopten a los que no engendraron? Y no sin motivo voy diciendo estas cosas; sino para que veáis que es mayor la fuerza del libre albedrío que la de la naturaleza; y que es aquélla y no ésta la que hace a los padres. Pero esto, obra es de la providencia divina; es a saber, que ni dejara a los hijos destituidos del natural afecto de sus padres, ni, por el contrario, todo lo encomendara al afecto. Porque si los padres hubieran de amar a sus hijos, sin ser compelidos por ninguna natural necesidad, sino únicamente llevados por la probidad de sus costumbres y de sus buenas obrasy habríais visto a muchos arrojados de la casa paterna por causa de su maldad, y aun a todo el mundo lo veríais destruido y desgarrado. Y si, por el contrario, todo lo hubiera encomendado a la fuerza de la naturaleza, y no hubiera permitido odiar ni siquiera a los malvados, sino que los padres, tras de sufrir infinitos males e injurias de parte de sus hijos, no cesaran con todo de acariciarlos a causa del vínculo natural, al mismo tiempo que eran respecto de ellos contumeliosos e insensatos, entonces el género humano habría llegado al colmo de la injusticia.

Pues si ahora, cuando los hijos no pueden enteramente fiarse de las leyes de la naturaleza, sino que saben que muchos, por ser depravados, han sido echados de sus casas y despojados de los bienes paternos, con todo, fiados en el amor de sus padres los colman de injurias, si Dios no hubiera permitido que éstos, encendidos en ira, se vengaran arrojando lejos de sí a los hijos que se han convertido, en malvados, ¿con qué perversidades no se habría ya contaminado el género humano? Por esto quiso Dios que el amor de los padres se apoyara a la vez en la necesidad natural y en la probidad de los hijos en sus costumbres; para que cuando los hijos cometieran faltas más leves, el amor natural invitara a los padres a darles el perdón, y en cambio, a los ya depravados y corrompidos con una enfermedad insanable, los castigaran; de manera que no –por su indulgencia– les hicieran fáciles mayores vicios si acaso la natural necesidad los venciera y los obligara a acariciar a esos hijos suyos, a pesar de haberse convertido en unos malvados.

¡Cuan grande providencia, os ruego lo consideréis, es ésta! Puesto que manda amarlos, pero pone límites a ese amor y además constituye premios para la excelente educación de la prole. Y para que entiendas que se ha propuesto el premio no únicamente a los varones sino también a las mujeres, oye cómo, en muchos sitios, a ellos y a ellas les habla la Escritura, y no menos a ellas que a ellos. Pues habiendo dicho Pablo: La mujer seducida cayó en la prevaricación añadió pero se salvará por la generación de los hijos. Lo cual significa: ¿te dueles de que la primera mujer te arrojó a los dolores del parto y a los trabajos de una larga gestación? Pues no te irrites. Porque no es tanto lo que sufres con los dolores del parto y sus trabajos, cuanto es lo que ganas, si lo quieres, cuando tomas de eso ocasión para buenas obras, mediante la recta educación de tus hijos. Puesto que esos niños que te han nacido, si tuvieren una recta educación y por tus cuidados se formaren en la virtud, te darán una ocasión magnífica de salvarte. Y recibirás un gran premio, aparte de tus otras buenas obras, por el cuidado puesto en ésta.

Y para que entiendas que no es el parto lo que constituye a la madre, y que no es a esa obra material a la que se le ha propuesto el premio, en otro sitio Pablo, hablando a una viuda, le dice: ¡Si educó a los hijos! (9) y no dice: "¡si engendró hijos!", sino "¡si educó a sus hijos!" Porque lo primero es cosa que pertenece a la naturaleza, pero esto otro es lo propio del libre albedrío. Y por lo mismo ahora, cuando dijo: "se salvará por la generación de los hijos", no se detuvo en eso; sino que, como quisiera manifestar que lo que nos acarrea la merced no es el haber engendrado hijos, sino el haberlos educado rectamente, añadió: Si permaneciere en la fe, en la caridad y en la castidad acompañada de la modestia. (10)

Y el sentido de estas palabras es como sigue: entonces recibirás un gran premio si los hijos que has procreado permanecen en la fe, en la caridad y en la castidad. De manera que si tú los incitas y amonestas, y los enseñas y los ayudas con tus consejos, por esa diligencia te está reservada delante de Dios una grande merced. No tengan, pues, las mujeres por cosa ajena de ellas el cuidar así de las niñas como de los niños. Porque en esto Dios no hizo distinción de sexos. Puesto que en el otro lugar de la Escritura dijo: "Si educó a sus hijos", y en éste añade: "Si permanecen en la fe y en la caridad y en la castidad". De manera que es necesario tomar sobre sí el cuidado de los hijos de ambos sexos. Y esto, tanto más toca a las mujeres cuanto que son ellas las que con mayor frecuencia residen en la casa.

Porque a los varones muchas veces los viajes y los cuidados del foro y los negocios políticos los apartan; mientras que la mujer, a quien ha tocado en suerte la inmunidad de semejantes cuidados, más fácilmente podrá, por tener tan grande descanso, ocuparse de los hijos.

Así lo hacían las mujeres antiguas. Porque, lo repito, no solamente de los varones se pide esto, sino también de las mujeres: el que eduquen a sus hijos y los inciten a la virtud. Y para que conste ser esto verdad, os referiré una historia antigua. Hubo entre los judíos cierta mujer de nombre Anna. Esta mujer sufrió por mucho tiempo la esterilidad; y, lo que es más grave aún, su émula era madre de muchos hijos. Sabéis bien cuan intolerable cosa sea ésa, tanto por su naturaleza misma como por lo que ella es en sí, para las mujeres. Porque cuando se añade el que la émula 'tenga hijos, se hace mucho más pesada la carga; puesto que por la felicidad de ésta, mejor comprende aquélla su desgracia. Lo mismo que sucede con los que andan oprimidos con la extrema miseria: que más fuertemejite se duelen cuando se acuerdan de los ricos.

Ni fue la única calamidad el que la émula tuviera hijos y la otra no, sino que además se añadió el que fuera su émula; y no solamente que lo fuera, sino que además la provocara a cólera mediante los desprecios. Y Dios, aunque veía esto, lo dejaba ir. Y Dios no le concedió hijo, dice, según su tribulación y según la tristeza de su alma. (11) ¿Qué significa eso de "según la tribulación suya"? No puede decirse, sugerirá alguno, que mirándola Dios cómo llevaba con ánimo tranquilo y pacífico su calamidad, le impidió los partos; sino que, aunque la veía destrozada, afligida, adolorida, con todo no apartó de ella la tristeza, con el fin de llevar a cabo una obra más grande.

No escuchemos esto como si estuviéramos ocupados en otra cosa, sino aprendamos de aquí una excelente sabiduría. De manera que si alguna vez cayéremos en algún mal, aunque sintamos dolor, aunque nos lamentemos, aunque nos parezca insoportable el padecimiento, no nos precipitemos, no decaigamos de ánimo, sino confiemos en la providencia de Dios. Porque El sabe muy bien cuándo ha de apartar de nosotros aquello que nos engendra tristeza, como le aconteció a esta mujer. Pues no porque la aborreciera y la odiara le había Dios cerrado la matriz, sino para abrirnos las puertas de la sabiduría con que procedía aquella mujer y de que estaba dotada, y para que pudiéramos así contemplar las riquezas de su fe, y conociéramos que mediante esto El la había hecho más preclara aún.

Pero escucha lo que sigue. Y así lo hacía, año por año, desde tiempos atrás, cuando subía ella a la casa del Señor. Y se entristecía y lloraba y no comía.' (12) Intenso era el dolor, continua la tristeza, y no de un solo día, ni de dos, ni de tres, ni de veinte, ni de ciento, ni de mil, ni de dos tantos más: durante muchos años se dolía aquella mujer y era atormentada. Porque esto es lo que significa aquello de "desde hacía mucho tiempo". Pero ella no lo llevó con impaciencia, y la larga duración del tiempo no venció a su sabiduría, ni aun los insultos y burlas de su émula; sino que asiduamente oraba y suplicaba. Y lo que es más que todo, y mejor nos declara su amor a Dios, es que no simplemente pedía un hijo, sino que deseaba dedicarlo y entregarlo a Dios, apenas hubiera salido de su vientre, para lograr de este modo ella misma el premio de aquella preclara promesa.

¿Cómo nos consta esto? Por las palabras que siguen. Todos vosotros sabéis cuan intolerable es para las mujeres la esterilidad, por motivo de sus maridos. Porque hay hombres tan brutales que aún reprochan a sus mujeres como una falta el que no engendren hijos, e ignoran que eso de engendrar trae su origen de lo alto y de la providencia de Dios, y que no basta para eso la sola naturaleza de la mujer, ni el coito ni otra cosa alguna de por sí. Y con todo, aun sabiendo que injustamente las acusan, muchas veces las insultan, y con frecuencia las rechazan y no se deleitan con su convivencia.

Veamos, pues, si acaso a esta mujer le sucedió eso mismo. Porque si la ves despreciada y humillada e insultada por su esposo, y que no encuentra gracia delante de él, y que él no le dispensa benevolencia alguna, podrás por ahí conjeturar que tal vez por ese motivo era por lo que deseaba ella tener un hijo, con el objeto de alcanzar así grande confianza y libertad, y hacerse más agradable a su marido. Pero si, al revés, encuentras que era ella más grata a su esposo que la que tenía hijos, y que éste le mostraba mayor benevolencia, de aquí aparecerá que ella deseaba tener hijos, no por algún afecto meramente humano, ni para ganarse más el cariño de su esposo, sino por el motivo que ya dijimos.

¿Cómo quedará esto más claro aún? Oye al autor sagrado que dice esto mismo. Porque no lo escribió al acaso, sino para que conozcas la virtud de esta mujer. ¿Qué es pues lo que dice?: Porque amaba Elcana a Anna mucho más que a Fenena. (13) Y luego, como viera él que ella no comía sino que lloraba, dice: ¿Qué es esto que te sucede para que estés llorando, y por qué no comes, y por qué motivo está acongojado tu corazón? ¿Acaso no soy yo para ti mejor que diez hijos? (14) ¿Adviertes cuan unido estaba a ella, y como más bien se dolía por causa de ella, y no porque ella no tuviera hijos, sino porque la veía consumida en el abatimiento y en la tristeza? Con todo, logró persuadirla que echara de sí la tristeza. Porque no era ese el motivo por el que ella andaba en busca de un hijo, sino para ofrecer a Dios algún fruto suyo.

Y continúa: Y después de que habían comido en Silo y habían bebido, fue a presentarse delante de Dios. (15) Pero tampoco esto se ha dicho al acaso: "una vez que habían comido y bebido", sino para que entiendas que el tiempo que otros emplean en deleites y pasatiempos, ella lo gastaba en oraciones y lágrimas, por encontrarse bien alerta a causa de la moderación y templanza. "Y se presentó delante del Señor". Y el sacerdote Helí, añade, estaba sentado en su silla en el dintel de la casa de Dios. Y tampoco esto está escrito sin motivo, que ''Helí, el sacerdote de Dios, estaba sentado en los dinteles del templo del Señor", sino para que entiendas cuánto era el fervor de aquella mujer.

Porque a la manera que una mujer viuda, cuando está destituida de todo auxilio y abandonada y cubierta de contumelias y varias injurias, sucede con frecuencia que si está para llegar el emperador no se aterroriza por los guardias ni por los soldados que portan escudo ni por los jinetes ni por toda la comitiva de siervos que le preceden, ni echa por delante ningún patrono, sino que ella misma, con inmensa confianza y atravesando por entre todos, se llega y habla al emperador en persona y le llora su calamidad, movida por su propia desgracia a semejante coloquio, del mismo modo, en verdad, esta mujer no se avergonzó ni se apenó de pedir directamente a Dios, aunque el sacerdote estaba en su silla, ni de acercarse con grande confianza al Emperador mismo; sino que llevada de su deseo y con el pensamiento clavado en el cielo, como si viera al mismo Dios ahí presente, así le hablaba con sumo fervor.

Y ¿qué es lo que le dice? Pues en realidad ni siquiera le dice una palabra de antemano, sino que hace exordio de su llanto y derrama fervorosos ríos de lágrimas. Y así como cuando descienden las lluvias aun la tierra de suyo más dura, regada y reblandecida se excita a sí misma a producir con mayor facilidad los frutos, así sucedió en esta mujer. Porque su matriz, como reblandecida con sus lágrimas a la manera de una cierta lluvia, y como recalentada por el dolor, comenzó a excitarse para este preclaro parto de los hijos. Mas, oigamos sus palabras mismas y su bellísima oración: Llorando lloró, dice la Escritura, e hizo voto al Señor diciéndole: ¡Adonai Domine Eloi Sabaot! (16) ¡Palabras tremendas y que causan abundante pavor! ¡Y muy bien hizo el autor sagrado en enquistarlas a nuestro idioma, puesto que no hubiera podido pasarlas a la lengua griega y al mismo tiempo mantenerles su propia fuerza! Y no lo llamó la mujer con una palabra sola, sino con varias que se le aplican, con el objeto de manifestarle su amor y lo ardiente de sus deseos. (17)

Así como los que redactan libelos de súplica para presentarlos al emperador, no le dan a éste un soló nombre, sino que primero le ponen el de Triunfador, el de Augusto, el de Emperador y otros muchos más encumbrados que éstos, y finalmente le ponen sus peticiones, del mismo modo esta mujer, como presentara a Dios un libelo de peticiones, en el comienzo le pone cantidad de nombres, y esto, tanto para demostrarle, como antes dije, el afecto, como también para denotar el honor que se le debe a Aquel a quien ella suplica.

En cambio, la súplica la dictó el dolor. Y por esto fue oída al punto, puesto que la había presentado con tanta prudencia y tan maravillosa. Pues así suelen ser las oraciones que nacen del dolor del corazón. Ahí le sirvió de papel o libelo su mente, de pluma su lengua, de tinta sus lágrimas; y por esto su petición se nos ha conservado hasta el día de hoy. Peticiones así escritas permanecen indelebles cuando con semejante tinta se escriben. Tal fue pues el exordio del libelo de súplicas. Pero ¿qué fue lo que se siguió?: ¡Si te dignas mirar a la humillación de tu sierva! ls Aún no ha recibido nada y con todo, comienza su discurso y oración por la promesa. Ya da gracias a Dios y le ofrece la paga, cuando aún no tiene nada en sus manos. ¡Tan fervorosa se encontraba, y así miraba más a esto que a lo otro! Y por este motivo, rogaba se le concediera un hijo. "Si te dignas mirar a la humillación de tu sierva". Como si dijera: en doble derecho me apoyo, en el de sierva y en el de afligida. "¡Concédeme un hijo varón, a mí tu sierva, y yo te lo entregaré y lo pondré como un don delante de ti!" Pero ¿qué significa esto de "te lo daré como un don delante de ti"? Es decir, entregado a toda tu discreción, como siervo total. Me despojo de toda potestad sobre él. Porque solamente y en tanto deseo ser madre, en cuanto el hijo tome de mí su principio, pero desde ese momento te cedo totalmente mis derechos y me retiro.

Considera la piedad de esta mujer. No dijo si me dieres tres yo te daré dos; y si me dieres dos yo te daré uno. Sino que si uno solo me dieres yo te consagraré íntegro el fruto. "Y no beberá vino ni cosa alguna que pueda embriagar". Aún no recibe el hijo y ya lo está modelando para profeta, y habla del modo como lo educará, y establece un pacto con Dios. ¡Oh confianza de esta mujer! Puesto que no podía en aquel momento pagar con lo que aún no había recibido, paga con los bienes que luego le han de venir. Y a la manera que muchos agricultores, oprimidos por la penuria extrema, no teniendo el dinero suficiente para comprar una ternera o una oveja, frecuentemente reciben de sus dueños esos animales con la condición de que les entregarán la mitad de lo que éstos produzcan, y luego les pagarán con el precio de los frutos de las cosechas futuras. del mismo modo hizo esta mujer; o mejor aún, hizo una cosa mayor.

Porque no recibió al niño bajo la condición de restituir la mitad del fruto, sino con la de restituirlo en seguida y totalmente, y en vez de los frutos futuros se encarga de la educación del hijo. Porque juzgó ser suficiente paga el emplear sus trabajos en la formación de un sacerdote de Dios. Y dice: "Y vino y todo lo que embriaga, no lo beberá". Y no se le ocurrió decir: "¿Pero, qué sucederá si mientras aún está tierno el infante la bebida del agua daña su salud? ¿Qué, si acaso cae enfermo? ¿Qué si bajo el peso de una grave enfermedad perece?" Sino que, como si conociera que Aquel que se lo había dado era poderoso para proveer a su salud desde el parto mismo y desde los pañales, lo empuja a la santidad y deja todo el negocio en las manos de Dios. Antes del parto ya se santificaba su vientre, que portaba un profeta; era concebido un sacerdote y era presentado un don, digo un don animado.

Y por esto permitió Dios que fuera atormentada con la tristeza por tan largo tiempo; por esto se tardaba en concederle lo que le pedía; para mediante este parto, hacerla más preclara, y manifestar así la prudencia y moderación de ánimo de ella. Porque ella en su oración no se acordó de su emula ni trajo a colación sus injurias, ni sacó a relucir los oprobios, ni dijo: "¡Véngame de aquella malvada y perversa mujer!" –como lo hacen muchas mujeres. Sino que sin acordarse de los oprobios, suplicaba únicamente aquellas cosas que le habían de aprovechar.

Pues haz tú lo mismo, oh hombre. Y cuando te encuentres con un enemigo que te atormenta, no le digas alguna palabra menos blanda, ni lances imprecaciones contra el que te aborrece; sino que, habiendo entrado en la iglesia, y habiendo doblado las rodillas, ora a Dios derramando lágrimas, a fin de que retire de ti la tristeza y mitigue tu dolor. Como lo hizo esta mujer, con lo que sacó no pequeño fruto de aquella su enemiga. Porque ésta le ayudó para alcanzar el parto de aquel infante. Y cómo haya sido eso, lo voy a explicar.

Esta le había lanzado oprobios, la había afligido, le había causado las mayores penas. Pero precisamente por esto su oración fue más fervorosa, y la oración hizo benévolo a Dios, y logró que ella alcanzara lo que pedía, y así vino el parto de que nació Samuel. De manera que si permanecemos vigilantes, en nada podrán dañarnos los enemigos; antes bien, nos ayudarán en gran manera, puesto que nos volverán para todo más diligentes, con tal de que nosotros no nos dejemos arrastrar a las injurias y ofensas contra ellos, a causa de las molestias y sufrimientos que nos causan, sino más bien nos convirtamos a la oración.

Y una vez que dio a luz al niño, le puso por nombre Samuel, o sea oirá el Señor. Porque por haber sido escuchada y haber recibido al niño por obra de la oración y no por beneficio de la naturaleza, quiso que la memoria de aquella ganancia quedara grabada, como sobre una columna de bronce, en el nombre mismo del niñito. Y no dijo: llamémoslo con el nombre de su padre o de su tío paterno o de su abuelo o de su tatarabuelo; sino que dijo: Aquel que me lo dio ése que sea honrado con el nombre del niño.

¡Pues a ésta emulad, oh mujeres! ¡a ésta imitemos, oh varones! Y pongamos tanto cuidado en la educación de los niños y de tal manera instemos en su formación, una vez nacidos, como ella; y esto tanto en todo lo demás como sobre todo en la castidad. Porque en nada es tan necesario esforzarse y poner tanto cuidado, como en que los jóvenes sean castos y honestos. Puesto que esta enfermedad sobre todo causa grandes molestias en esa edad. (19) Procedamos pues con los niños como solemos con las lámparas. Con frecuencia exhortamos a la sierva encargada de las luces a que no lleve la lámpara a un sitio en que haya paja o heno o cosas semejantes, no vaya a acontecer que sin darnos cuenta caiga alguna chispa y tras de abrasar aquella materia enseguida incendie toda la casa. Tengamos el mismo cuidado respecto de los niños, y no expongamos sus miradas a sitios en donde haya criadas disolutas o doncellas descocadas o sirvientas petulantes; sino que más bien amonestémosles y avisémosles, si es que tenemos en la casa alguna de semejantes criadas o alguna vecina de ese jaez, o alguna otra del mismo género, a fin de que no se acerque a los jóvenes ni platique con ellos; no sea que, brincando de ahí alguna centella, incendie totalmente el alma del jovencito y le acarree una desgracia irreparable.

Apartémoslos no solamente de los espectáculos, sino aun de los cantares muelles y disolutos, a fin de que su alma no se deje fascinar por ellos. No los llevemos al teatro ni a los banquetes y symposios, sino más bien cuidemos de los jóvenes con más cautela que de las vírgenes encerradas en sus tálamos. No hay cosa que adorne a esa edad como la corona de la honestidad, y el que los jóvenes lleguen al matrimonio libres de toda lascivia. Entonces las mujeres les parecerán amables cuando nunca antes se hubieren entregado a la fornicación, ni el alma se hubiere corrompido. Porque entonces el joven no conocerá sino a aquella mujer con la que se ha unido en matrimonio; entonces será más ardiente su cariño y más sincera su benevolencia; entonces la amistad será más íntima, cuando los jóvenes se lleguen al matrimonio tras de haberse defendido con tantas cautelas.

Porque las que ahora se celebran no merecen el nombre de nupcias, sino de negociación pura de dineros y mercaderías. Cuando el joven se ha corrompido antes del matrimonio, y luego, enseguida del matrimonio, lanza sus miradas sobre otra mujer ¿de qué, pregunto, le sirve el matrimonio? Más aún: entonces el pecado merece un mayor castigo y es menos digno de perdón, cuando teniendo en el interior de la casa a su legítima esposa, el joven se mancha a sí mismo acercándose a las meretrices y cometiendo adulterio. Porque tras de haber tomado esposa, aunque sea una meretriz aquella con que se une el marido, el hecho no deja de ser un adulterio.

Y esto es lo que ahora sucede. Los jóvenes, apenas celebrado el matrimonio, corren hacia las meretrices; y hacen esto porque no aprendieron a guardar la castidad antes del matrimonio. Y de esto nacen los pleitos, los insultos, la destrucción de los hogares y las continuas y diarias querellas. De aquí nace que el amor a la esposa disminuya y languidezca y al fin desaparezca, por la frecuentación de los lupanares. En cambio, si el joven aprende a guardar la castidad, tendrá a su esposa por la más amable y digna de desearse de entre todas las mujeres, y la mirará con suma benevolencia, y guardará con ella una absoluta concordia. ¡Todos los bienes estarán en un hogar semejante!

Así pues, para que las cosas de esta vida las administremos debidamente, y mediante ellas alcancemos el reino de los cielos, tengamos cuidado de nuestros hijos, así para cumplir con este mandamiento, como por el bien de los mismos hijos; y para no presentarnos con los vestidos sórdidos a aquellas espirituales nupcias; sino que confiadamente disfrutemos de ese honor que está allá reservado a los que dignamente se presentan. Honor que ojalá todos consigamos por la gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, por el cual y con el cual sea la gloria, el honor y el imperio al Padre juntamente con el Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.


(1) Acerca de cuándo hayan sido predicadas estas Homilías, solamente se puede decir que lo fueron enseguida de la dedicada a los rústicos que acudieron en gran número el domingo V después de la Resurrección, o sea el precedente a la Ascensión del Señor. Y esto, según todos los datos, sucedía el año 387, es decir después de que fueron predicadas las veinte sobre las estatuas, con ocasión de la sedición antioquena, de que hablamos en la Introducción, en el número 9. Parece que la primera corresponde al lunes antes de la fiesta de la Ascensión, la segunda al viernes siguiente a la dicha fiesta, la tercera al lunes siguiente; la cuarta, que no se nos ha conservado, al miércoles siguiente; la quinta (que ahora va numerada como cuarta), al viernes de esa misma semana, y la sexta (ahora numerada como quinta), ya pasada la fiesta de Pentecostés. Para más pormenores, puede consultarse a Montfaucon, vol. IV, Prefacio, págs. XII-XVI, y págs. 808-809 del mismo volumen.

(2) Como indicamos en la Introducción, el Crisóstomo, atento siempre al bien de las almas, no se cuida, sino raras veces, de las preceptivas retóricas; y el caso de esta Homilía es uno de aquellos en que habla de las diversas materias útiles a los oyentes, sin otro plan que el de una charla amena y espiritual. Para la alusión cronológica véase la Introducción, n. 9. Se trata de cuando el anciano obispo Flaviano fue a ver al emperador para alcanzar el perdón de la ciudad.

(3) En efecto, la grande influencia del obispo Flaviano ante el gran emperador, conmovió a muchos gentiles que pidieron hacerse cristianos.

(4) Las fiestas de los mártires, subsiguientes a los días de Resurrección, se celebraron estando ausente san Crisóstomo por una enfermedad a la que el santo no hace alusión. Quizá predicó en ellas Flaviano.

(5) Véase la Introducción n. 2.

(6) Ps 91,6.

(7) Como se ve, el santo se atiene a las nociones generales de aquellos tiempos respecto de la Cosmografía.

(8) 1Tm 2,14-15.

(9) 1Tm 5,10.

(10) 1Tm 2,15.

(11) 1S 1,6.

(12) 1S 1,7.

(13) 1S 1,5.

(14) 1S 1,8.

(15) 1S 1,9.

(16) Es de notar que el estenógrafo pone las palabras hebreas con letras griegas, o sea en aljamiado. Pero intercala, a pesar de lo que luego dice, la versión de la primera Adonai al griego y dice Kyrie o sea Señor.

(17) 1S 1 1S 10-11.

(18) 1S 1,11.

(19) Por la forma de la expresión juzgaron algunos haber una laguna en el texto. Porque el santo viene hablando de la castidad y honestidad de los jóvenes, y sin transición se refiere a "esta enfermedad". Pero se ha advertido ya que más bien se trata de lo que los griegos llamaban anoauánrjat^ o sea una subindicación que deja pensar al oyente lo que en realidad no se dice. No quiere el santo ni nombrar el vicio opuesto a la santa virtud angélica, pero el oyente inmediatamente lo entiende. Creemos que es verdaderamente delicada la forma en que trata el asunto de la castidad de los jóvenes en el resto de la Homilía.



Homilias Crisostomo 2 3