Homilias Crisostomo 2 4

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IV HOMILÍA SEGUNDA acerca de ANNA:

de la fe de Anna y de su sabiduría o sea de su moderación de ánimo y de su modestia, y de honrar a los sacerdotes, y de hacer oración tanto al principio como al fin de las comidas.

¡No HAY COSA IGUAL a la oración, oh carísimos; ni nada más fuerte que la fe! Ambas cosas nos las demostró hace poco Anna. Porque habiéndose acercado a Dios con esos dones, logró todo lo que quiso. Corrigió la esterilidad de la naturaleza, abrió la matriz que permanecía cerrada, echó de sí el oprobio y acabó con las injurias de su émula, y entró en suma confianza al poder cosechar de la piedra infructuosa la mies bien granada. Todos habéis oído cómo lloró y oró, como rogó e insistió, y así persuadió al Señor, y concibió y dio a luz, y educó a Samuel, y lo consagró a Dios. De manera que no se equivocaría quien a esta mujer la llamara madre y padre a la vez de este niño. Porque, aunque el esposo la había fecundado, fue la oración de ella la que dio fuerza y eficacia a la fecundación, e hizo que Samuel naciera de un parto mucho más honorable.

Porque el principio de esta generación no fue, como en los demás hombres, únicamente el sueño y el coito, sino además las preces y las lágrimas y la fe. Y así este profeta tuvo un nacimiento más ilustre que los otros, por haber nacido mediante la fe de su madre. Por esto, de esta mujer se puede con derecho decir: ¡Los que siembran con lágrimas cosecharán con alegría! (1) ¡A ésta emulemos los varones, a ésta imiten las mujeres! Porque esta mujer es maestra de ambos sexos. Las estériles no desesperen y las que son madres eduquen así a sus hijos. Y todos a la vez imitemos la virtud que demostró antes del parto y el cuidado que tuvo después del parto. Porque ¿qué hay de más virtuoso y prudente que esta mujer que soportó la intolerable calamidad con paz y fortaleza y no desistió hasta que hubo vencido la desgracia y hubo encontrado el fin de sus males, fin admirable e increíble; y esto, sin haber llamado en favor suyo a ninguno de entre los humanos que la ayudara y le prestara auxilio?

¡Conocía ella la benignidad del Señor, y por esto se dirigió sola a El y alcanzó cuanto quiso! Porque la curación de su tristeza no necesitaba de ningún auxilio humano, sino de la gracia divina, puesto que la dicha tristeza no nacía de la pérdida de dineros, de manera que alguna cantidad de oro que alguno aportara la disipara, ni nacía de la enferma disposición del cuerpo, de manera que lograra sanar de la enfermedad con llamar algunos médicos. La naturaleza misma estaba afectada y necesitaba de una mano celeste. Y por esto, habiendo hecho a un lado todos los medios terrenos, acudió al Señor de la naturaleza; y no desistió hasta haberle rogado que le quitara aquella soledad y le abriera la matriz, y de estéril la convirtiera en madre.

De manera que ésta es bienaventurada no por haber sido hecha madre, sino porque no siéndolo antes, luego fue hecha madre. Puesto que lo primero es don común de la naturaleza, pero lo segundo obra fue del mérito insigne de esta mujer. Bienaventurada en verdad por aquel parto, y con todo, bienaventurada también por todo lo que al parto precedió. Porque todos vosotros, así los varones como las mujeres, sabéis que no hay cosa más intolerable para una mujer que carecer de hijos, hasta el punto de que, aun gozando por otra parte de millares de felicidades, no logra echar de su ánimo el dolor que esta herida le causa. (2)

Y si esto es intolerable ahora, cuando hemos sido llamados ya a una superior sabiduría, y cuando, para quienes caminan hacia el cielo, no hay particular interés por las cosas presentes, sino que todo es una preparación para la vida futura, y cuando con grandes alabanzas se ensalza la virginidad, ¡piensa cuán grande haya parecido entonces semejante desgracia, cuando no había aún esperanza de los bienes futuros entre aquellos antiguos, sino que todo lo hacían movidos por las cosas de la vida presente, y cuando el que una mujer fuera estéril y privada de descendencia llevaba consigo una como señal de reprobación! ¡Nadie puede decir ni alcanzar con palabra alguna la grandeza del dolor que de semejante llaga procedía!

¡Testigos de ello son las mujeres que en los tiempos pasados, habiéndose mostrado virtuosas y perfectas en los demás sufrimientos, esta sola desgracia no pudieron tolerar con ánimo tranquilo, sino que unas se indignaban contra sus maridos y otras tuvieron su vida como ya del todo infeliz! A esta mujer, en cambio, no la asediaba solamente la amargura que de la esterilidad le provenía, sino además otro mal que era el de la ira proveniente de los oprobios de su émula. Y así como cuando los vientos luchan encontrados, y mientras luchan arrebatan en medio a una barquichuela; y cuando se levantan olas infinitas por el lado de la proa e infinitas también por el lado de la popa, el patrón de la nave, sentado al timón, la defiende, y aparta las acometidas de los tumbos con su prudencia en el gobierno del timón; del mismo modo, aquella mujer, cuando la ira o la tristeza, a manera de vientos contrarios, acometían su ánimo y trataban de perturbar su razón, y suscitaban olas innumerables, y esto no por tres o veinte días, sino durante tantos años (puesto que así le sucedía, según afirma la Escritura, durante mucho tiempo), llevó la tempestad con fortaleza, y no permitió que su razón padeciera naufragio. Porque el temor de Dios, sentado a la manera de un patrón, al gobernarle, la persuadió de que semejante tempestad había que soportarla con grandeza de ánimo, y no dejó de gobernar su mente hasta que condujo a puerto seguro aquella nave cargada de mercancías; es a saber, aquel vientre repleto de preciosísimos tesoros. Porque no llevaba plata ni oro, sino a un sacerdote y profeta, por lo que la santificación de aquel vientre era doble: la de estar preñado de semejante niño y la de haber tomado principio su concepción en la oración y en la gracia del cielo.

Ni era solamente increíble y admirable la carga aquella, sino que además, el modo de negociarla fue de mayor admiración aún. Porque no fue a venderla a varones algunos mercaderes, sino que inmediatamente que la sacó de la barquilla, la vendió a Dios. Y con esta negociación logró ganancia tan grande, cuanta puede lograr y debe lograr la mujer que hace su comercio con Dios. Porque Dios, en cuanto recibió aquel niño, le dio a ella otro hijo más. Más aún: no uno ni dos ni tres ni solamente cuatro, sino muchos más que ésos. Porque dice la Escritura: La estéril dio a luz siete veces. (3) De manera que la ganancia excedió al capital que había impuesto a rédito. Y así es toda negociación que se hace con Dios; porque El no devuelve una insignificante partecilla del capital, sino éste reduplicado. Y no le concedió solamente hijas, sino que le acreció la ganancia con hijos de ambos sexos, a fin de que su gozo fuera cabal.

Pero yo traigo a la memoria estas cosas no únicamente para que las alabéis, sino para que emuléis la paciencia y la fe de esta mujer, virtudes que en parte habéis escuchado hoy. Mas para agotar las reliquias de la materia, concededme que recordemos un poco la conversación con el sacerdote y su ayudante, después de la primera oración, a fin de que veáis el ánimo tranquilo y manso de esta mujer. Y sucedió, dice la Escritura, que mientras ella oraba reiteradamente en la presencia de Yavé, Helí estaba mirándole a la cara. (4) Dos virtudes nos testifica en este sitio el escritor sagrado acerca de esta mujer: la constancia en las preces y la atención de su ánimo. La primera cuando dice: "oraba reiteradamente"; y la otra cuando añade: "en la presencia del Señor". Porque todos oramos, pero no todos lo hacemos en la presencia del Señor. Cuando con el cuerpo postrado en tierra y con la boca suelta en delirantes palabras, el pensamiento anda vagando por el foro y por la casa ¿cómo podrá quien esto hace decir que ha orado delante de Dios? Porque en la presencia de Dios ora, quien ora con la mente recogida de todo otro asunto, y sin tener comunicación con nada terreno, sino habiendo como emigrado totalmente al cielo y habiendo echado de su ánimo todo humano pensamiento. Como lo hacía en aquellos instantes aquella mujer. Porque se había recogido totalmente dentro de sí, y había fijado su mente, y de este modo había invocado a Dios con el alma transida de dolor.

Mas ¿por qué dice que había multiplicado sus preces, siendo así que la oración que pronunciaron sus labios es muy pequeña? No se alargó en palabras ni prolongó el tiempo de su súplica, sino que habló solamente unas pocas y sencillas palabras y ésas sin adorno: Adonai Kyrie Eloi Sabaoth: si atiendes a la angustia de tu esclava y te acuerdas de mí y no te olvidas de tu esclava y das a tu esclava un hijo varón, yo lo consagraré a Yavé por todos los días de su vida, y no lo tocará la navaja en su cabeza. (5) ¿Qué significa toda esta cantidad de palabras? ¿Qué es lo que sugiere la Escritura cuando dice multiplicó? ¡Que repetía esto mismo con frecuencia, y no desistió de repetir las mismas palabras durante largo tiempo. De esta manera nos enseñó Cristo en el Evangelio a orar. (6)

Porque, cuando enseñó a sus discípulos que no oraran al modo de los gentiles, usando de abundancia de palabras, nos enseñó el modo de hacer oración y nos manifestó que el ser oídos no está en la multitud de las palabras, sino en la atención de la mente. Pero, dirá alguno: ¿cómo es eso, ya que si se ha de orar con pocas palabras, con todo El les propuso la parábola en que amonesta que se ha de orar sin intermisión? Había una mujer viuda que clamando constantemente a un juez cruel e inhumano, y que no temía a Dios ni a los hombres, con todo, por haber acudido ella con frecuencia, logró al fin doblegarlo. (7) Y ¿cómo Pablo nos exhorta diciendo: Instando en la oración/ y luego: ¡Orad sin intermisión! (8) Porque si no se deben alargar las palabras y con todo hay que orar largamente, ambas cosas pugnan entre sí. Digo que no pugnan entre si estas cosas ¡ni de lejos! ¡Al revés, grandemente se conciertan! Porque lo que Pablo y Cristo ordenaron fue que se hicieran breves pero frecuentes oraciones y con pequeños intervalos.

Y la razón es porque si tú te alargas en las palabras, como habrá de suceder que con frecuencia estés poco atento, harás que el demonio cobre grande audacia para acercarse y engañarte y vencerte y apartar tu mente de lo que estás diciendo.

Pero si con frecuencia y de tiempo en tiempo orares, dividiendo el espacio de tiempo entre las diversas oraciones, fácilmente podrás estar atento y despierto para llevar a cabo tu oración con atención grande. Que fue lo que hizo aquella mujer, quien no con muchas palabras sino con repetidas y frecuentes preces se presentó a Dios.

Y luego, cuando el sacerdote le cerró la boca, porque eso significa lo que dice: La miraba a la cara, y sus labios se movían pero su voz no se oía; (10) es decir que fue obligada por el sacerdote a obedecer y dejar de orar, cierto que se le impidió la voz pero no se le quitó la confianza; sino que el corazón clamaba interiormente con mayor vehemencia aún. ¡Oración es sobre todo aquella que lanza de lo más íntimo sus voces a lo alto!

¡Esto es lo propio de las almas ya ejercitadas por el dolor; hacer su oración no alzando la voz sino con el ánimo inflamado en el fervor!

Así oró Moisés. Pues aunque su voz no resonaba, con todo dice Dios: ¿Por qué clamas a mí? (11) Los hombres no oyen sino esta voz exterior; pero Dios, aun antes de ella, escucha a quienes interiormente claman. Por esto puede suceder que aún aquellos que no hablan sean escuchados. Por ejemplo, si alguno camina por la plaza y ora fervorosamente, o bien en la reunión con sus amigos, o haciendo cualquier otro negocio invoca a Dios con vehemente clamor, digo con vehemente clamor interno, de manera que nada haga que pueda notar ninguno de los presentes.

Y esto fue lo que hizo entonces aquella mujer: Su voz, dice, no se oía, pero Dios la escuchó. ¡Tan grande era su interno clamor! Y le dijo el ayudante de Helí: (12) ¿Hasta cuándo vas a estar ebria? ¡quita de ti el vino y apártate de la presencia del Señor! (13) Sobre todo en este punto se puede admirar la sabiduría de esta mujer. En su casa la maltrataba su émula. Viene al templo, y acá la injuria el ayudante del sacerdote y el sacerdote mismo la increpa. Huía de la tempestad de los domésticos para acogerse al puerto y acá se encontró de nuevo el oleaje.

Vino para recibir algún medicamento y se le añadió el azote de los oprobios, con el cual su llaga se acrecentara en vez de curarse. Porque ya sabéis en qué forma rehuyen los ánimos afligidos las contumelias y las injurias. Las grandes llagas no soportan ni siquiera un leve contacto de la mano, sino que con él se hacen mayores; y del mismo modo el ánimo perturbado es impresionable y de todo se incomoda, y se siente herido por una palabra cualquiera.

Y con todo, ninguno de esos efectos experimentó aquella mujer, ni aun en el punto en que el ayudante del sacerdote la colmaba de oprobios. Cierto que si hubiera sido el sacerdote el que la injuriara no sería tan admirable su paciencia, porque la alteza de la dignidad y la autoridad del cargo la habrían obligado, aun contra su voluntad, a que se portase con moderación. Pero ahora, ni siquiera contra el ayudante del sacerdote se indigna, cosa con que se hizo aún más benévolo a Dios. Pues de la misma manera, cuando nosotros somos acometidos con oprobios y malos tratos, y llevamos con ánimo generoso a quienes nos injurian, nos conciliamos mayor benevolencia de parte de Dios.

¿Cómo se hace manifiesto? Por lo que aconteció a David. (14) Pues ¿qué le sucedió? Andaba en cierta ocasión como desterrado fuera de su patria y puestas en peligro su libertad y su vida, y vagaba en el desierto con un ejército preparado contra aquel joven indisciplinado, tirano y parricida. (15) Y con todo, ni se indignó David ni perdió su confianza en Dios, ni dijo: "¿Qué significa esto? ¡Ha permitido Dios que el hijo se levantara contra su padre que lo engendró, hijo que aunque tuviera algo de que justamente se quejara todavía no era conveniente que lo hiciera! Y ahora, sin que le hayamos hecho daño alguno en cosa grande ni pequeña, anda por acá ansioso de teñir su diestra con la sangre paterna, ¿y Dios permite esto?"

Pues nada de eso dijo. Al revés, lo que es aún más admirable, a él, que andaba errante y echado de todas partes, un cierto hombre criminal, llamado Semeí, lo acometió llamándolo homicida e impío, y colmándolo de otras mil injurias. Y con todo, ni aun así se exasperó. Y si alguno dijera ¿qué maravilla es que no se haya vengado cuando la debilidad le quitaba el poder para vengarse?, le diré en primer lugar que yo no lo admiraría más, si portando la diadema y gozando de su reino y sentado en su solio, hubiera tenido paciencia con el injuriante, de lo que ahora lo admiro y lo alabo, cuando al tiempo de la calamidad demuestra su virtud.

Y la razón de esto es que con frecuencia en el primer caso la grandeza del poder y la bajeza del ofensor a muchos ha persuadido a despreciar el oprobio. Muchos reyes con frecuencia de mostraron parecida moderación de ánimo y tuvieron como suficiente excusa en favor de los injuriantes lo excesivo de su lo cura. Pero no nos suelen doler igualmente los oprobios cuando estamos en prosperidad y cuando estamos en adversidad. Cuando estamos caídos es cuando más nos muerden y más amargamente nos punzan las injurias. Y por lo que hace a David, se puede añadir otra cosa: que en su mano estaba tomar venganza y no la tomó.

Y para que veas que aquella moderación de ánimo no era impotencia sino paciencia, como el jefe de su ejército quisiera que se le encomendara dicha venganza, e ir al injuriante y cortarle la cabeza, no solamente no lo permitió David, sino que aún se indignó y dijo: ¿Qué tenéis que ver conmigo, hijos de Sarvia? ¡Dejadlo que me maldiga! ¡Quizá Yavé mirará mi aflicción y me pagará con favores las maldiciones de este día. (16) Como en efecto sucedió.

¿Ves cómo aquel justo comprendió que el soportar con magnanimidad los oprobios es ocasión de alcanzar grande gloria? Por este motivo, en otra ocasión, cuando encontró a Saúl como emparedado y tuvo oportunidad de matarlo, lo perdonó; y esto en los momentos en que lo instaban a que le diera muerte aquellos que lo rodeaban. Pero ni aquella facilidad tan oportuna para matarlo, ni la provocación de los que ahí estaban presentes, ni el recuerdo de las innumerables injurias que de él había sufrido ni el peligro de padecer otras mayores, pudieron empujarlo a desenvainar su espada, y esto a pesar de que ni había de ser conocido él como homicida por el ejército en el caso de que llevara a cabo aquella muerte, puesto que estaban en una caverna y no había otros testigos sino sólo Saúl.

Tampoco dijo lo que cierto hombre que iba a cometer un adulterio: Las tinieblas me rodean como una muralla: ¿por qué temo? (17) Sino que él miraba al otro ojo insomne, y sabía que los ojos del Señor son en infinito más luminosos que el sol.

Y por esto, todo lo hacía y decía como si Dios estuviera presente y juzgara de las cosas que se decían ya en aquel instante.

Y así dijo: ¡No pondré mi mano en el ungido del Señor! (18) ¡Yo no miro a la maldad, sino a la dignidad! ¡No me diga alguno que éste es un malvado y perverso, porque yo atiendo al honor de Dios, aunque éste parezca ser indigno de ello!

Oigan esto los que desprecian a los sacerdotes, y aprendan cuánta reverencia demostró David al rey. Aunque ciertamente el sacerdote es mucho más digno de honra y veneración que el rey, puesto que está llamado a un principado más excelso. Aprendan a no juzgarlo ni ponerle penas, sino a sujetarse a él y cederle. Porque en realidad, tú, aunque el sacerdote sea vil y bajo, no conoces su vida; mientras que aquel David sí conocía todas las cosas que contra él había perpetrado Saúl. Y a pesar de todo, reverenciaba en él la dignidad que Dios le había conferido. Pero más aún: aun en el caso de que conocieras bien a los sacerdotes, todavía no serías digno de perdón ni tendrías excusa en el caso de que despreciaras su dignidad y no te sujetaras a su sentencia. Oye de qué manera Cristo en el Evangelio nos ha quitado todo pretexto con aquello que dijo: En la cátedra de Moisés se sentaron los escribas y fariseos: haced pues todo lo que os dijeren, pero no hagáis conforme a sus obras. (19)

¿Ves cómo de aquellos cuyas costumbres eran tan depravadas que merecían ser reprendidos por los discípulos, con todo no despreció sus amonestaciones ni rechazó su doctrina? Y no digo esto por querer acusar a los sacerdotes, ¡lejos de mí!; porque vosotros sois testigos de su modo de vivir y de su piedad, sino para que les mostremos aún mayor honra y reverencia. Y la utilidad de esto más será para nosotros que para ellos. Porque quien recibe al profeta en el nombre del profeta recibirá la merced del profeta. (20) Además de que, si se nos prohíbe que andemos haciendo juicios de nuestras vidas, mucho más que los hagamos de los sacerdotes.

Pero voy a lo que quería decir (porque es necesario que volvamos de nuevo a aquella mujer): cuantas veces soportamos los oprobios con ánimo levantado, nos resultan de ahí bienes innumerables. Esto se comprueba viendo lo que le aconteció a Job. Porque yo no lo admiro tanto antes de que lo instigara su mujer, como después de que ella le daba aquel dañino consejo. Y para que no le vaya a parecer a alguno cosa increíble lo que estoy diciendo, recuerde que muchas veces a aquellos a quienes la natural corrupción no pudo derribar, a esos los venció una palabra y una malvada exhortación. Y como el demonio no ignora esto, tras de haberle causado las úlceras a Job, añadió, para tentarlo, la acometida mediante las palabras, del mismo modo que lo hizo con David.

Porque una vez que vio que éste había llevado con ánimo generoso la rebelión de su hijo y aquella su malvada tiranía, queriendo vencer los pensamientos de David y moverlos a ira, lo acometió finalmente mediante las palabras de aquel virulento Semeí, y lo hizo para de este modo morderle el ánimo. Y la misma astucia urdió contra el bienaventurado Job. Al ver que también éste se burlaba de sus dardos, y que no de otra manera que una torre de diamante se mantenía firme contra todos sus ataques, armó a su mujer contra él; y esto con el fin de que el consejo no fuera a parecer sospechoso, pues le venía de ella a Job; y encubrió su veneno bajo las palabras de la esposa, con lo que a la vez le hacía mayor su desdicha.

Pero ¿qué fue lo que dijo aquel magnánimo?: ¿Por qué, le dijo, has hablado como una de tantas mujeres necias? Si recibimos los bienes de manos de Dios ¿no recibiremos también los males? (21) Lo que éste dijo tiene el siguiente sentido: si no se tratara del Señor ni de quien tan inmensamente nos es superior, sino de un amigo de igual condición que nosotros, ¿qué excusa tendríamos si, colmados de tan grandes beneficios y tantos, no le recibiéramos también los males contrarios? ¿Ves cómo este varón por amor a Dios ni se ensoberbece ni se gloría de sobrellevar aquellas llagas que exceden a las fuerzas naturales, con entera fortaleza; ni atribuye a su virtud y paciencia tan insigne tolerancia, sino que, como si hubiera simplemente cumplido con un deber, y no hubiera hecho sino lo que era justo hacer, así cierra la boca de su esposa?

Pues lo mismo aconteció a aquella mujer. Porque en cuanto Satanás se dio cuenta de que ella llevaba magnánimamente la esterilidad, empujó al ayudante del sacerdote a fin de que la atormentara más aún. Pero no perdió nada con eso la mujer. Porque acostumbrada como estaba desde su casa a sufrir las ofensas y ejercitada de antemano con los oprobios de su émula, se armaba para sobrellevar intrépidamente los asaltos de ese género. Y por esto mostró en el templo grande mansedumbre, soportando varonil y magnánimamente los ludibrios, cuando se la llamó ebria y redundante de vino. Aunque nada nos impide escuchar las palabras mismas de la mujer. Porque como el ayudante del sacerdote le dijera: ¡Digiere tu vino allá contigo y apártate de la presencia del Señor, Anna le respondió y dijo: ¡No es así, señor! (22) A quien la había hablado tan injuriosamente, a ése ella lo llama señor. Ni dijo lo que suele la mayor parte de los hombres: "¡Dime! ¿así habla un sacerdote? ¿así el que enseña a otros? ¡me injurias con eso de la embriaguez y del vino en exceso!" Pues nada de eso dijo, sino que únicamente atendió a apartar de sí aquella sospecha, aunque era falsa.

Al contrario procedemos nosotros cuando alguna vez se nos injuria: soplamos el incendio cuando convenía extinguirlo y excusar al prójimo y volverlo a nuestra amistad. Y, a la manera de fieras, saltamos contra el injuriante queriendo ahogarlo, arrastrarlo, y exigiendo se le castigue por sus palabras. Y con ese comportamiento lo que hacemos es confirmar la sospecha contra nosotros. Porque si deseas demostrar a quienes te injurian que tú no eres ebrio, muéstraselo con la mansedumbre, muéstraselo con la bondad y no mediante contumelias e injurias. Si tú hieres a quien te cargó de insultos, todos te condenarán como ebrio; pero si lo soportas con grandeza de alma, con tus hechos mismos desharás la mala sospecha. Que fue precisamente lo que entonces hizo aquella mujer.

Porque al decir: "¡No es así, señor!", en realidad declaró ser falsa la sospecha. Pero ¿de dónde pudo siquiera sospechar esto el sacerdote? ¡Acaso la había visto riendo? ¿la había visto bailando? o bien ¿la había visto tambaleando y cayendo? ¿le oyó alguna palabra obscena y propia de esclavas? ¿De dónde, pues, concibió semejante sospecha? ¡No procedió el sacerdote temerariamente y sin motivo; sino que lo dedujo de la hora del día! Porque era ya el medio día cuando ella hizo su oración. ¿Cómo se prueba esto? Por lo que procede en ese mismo sitio de la Escritura: Se levantó Anna, dice, una vez que habían comido y bebido en Silo, y después de la bebida se presentó ella en la presencia del Señor. (23)

¿Lo adviertes? ¡El tiempo que otros gastan en recrearse ella lo hace tiempo de oración! ¡Después de la comida fue corriendo a la oración y desató las fuentes de sus lágrimas, y se mostró sobria y vigilante en su pensamiento! Y tras de la comida oró con tan grande atención que logró alcanzar un don sobre la naturaleza, y apartó la esterilidad y corrigió la debilidad natural. De manera que esta ganancia hemos conseguido de esta mujer: el saber orar aun después de la comida. Porque quien esté preparado para esto, jamás caerá en la embriaguez y exceso de vino, ni reventará a causa de la crápula; sino que como tiene delante, a la manera de un freno, la oración que le espera, tomará moderadamente y según lo que convenga de cada uno de los manjares que le fueren servidos, y saciará a la vez su alma y su cuerpo con abundante bendición. Porque comida que se comienza con las preces y con ellas se termina, jamás defraudará, sino colmará de bienes con mayor abundancia que una fuente cualquiera. No descuidemos, pues, este lucro tan grande.

Sería en verdad cosa absurda que cuando nuestros criados han recibido alguna parte de aquellas viandas que se nos han servido, nos den las gracias y se aparten deseándonos bienes; y que en cambio nosotros, tras de disfrutar de tantos y tan inmensos beneficios, ni siquiera este honor tributemos a Dios; y esto a pesar de que conseguiríamos una grande confianza. Porque a donde están las preces y las acciones de gracias, ahí anda la gracia del Espíritu Santo, de ahí huyen los demonios y escapa toda Potestad adversa y se aparta. Aquel que en seguida se ha de poner a orar, no dirá nada disonante ni aun en mitad del banquete; y si acaso lo dice, al punto se arrepiente.

Conviene, pues, que así al principio como al fin de las comidas demos gracias a Dios, en especial por este motivo. Porque, como iba diciendo, no nos deslizaremos a la embriaguez si acaso nos confirmamos en esta costumbre. Por esto, si alguna vez te levantas de la mesa pesado por la crápula y la bebida, no por eso omitas esta costumbre; y aunque nos sintamos pesados y que nos dan vahídos y que todo gira y nos caigamos, a pesar de todo debemos insistir en la oración y no perder esta costumbre. Si el día anterior orares de este modo, corregirás al siguiente la falta repugnante que cometiste en aquel anterior. En resumen: siempre que comamos, acordémonos de esta mujer y de sus lágrimas y de su preclara embriaguez. Porque ciertamente ebria estaba ella, pero no de vino sino de la abundancia de la piedad. Pues si en acabando de comer tan fervorosa estaba ¿cuál estaría al amanecer? Si con tan grande instancia oró después del alimento y la bebida, ¿cuál sería su oración cuando estaba en ayunas?

Pero volvamos a las palabras de ella: palabras llenas de abundante sabiduría y repletas de mansedumbre. Porque, una vez que dijo: ¡No es así, señor!, al punto añadió: ¡Soy una mujer afligida! ¡no he bebido vino ni otra cosa que pueda embriagar! (24) Observa cómo ni entonces hace memoria de los oprobios de su émula, ni acusa su malicia ni echa a la calle y divulga y encarece la desgracia doméstica; sino que solamente y en tanto deja entrever su aflicción en cuanto es necesario para justificarse delante del sacerdote: ¡Mujer soy que tiene el corazón afligido! ¡no he bebido vino ni otra cosa que pueda embriagar; sino que he derramado mi alma en la presencia del Señor! Y no dice: "¡Ruego al Señor, suplico al Señor!" sino "he derramado mi alma en la presencia del Señor". O sea: toda entera me he convertido y vuelto al Señor, y he vaciado mis pensamientos en su presencia, y con todo mi ser y con todas mis fuerzas he hecho mi oración y he narrado mi desgracia, y le he mostrado mi llaga y El puede darme el remedio. ¡No eches en cara a tu sierva el ser como una mujer vulgar y desvergonzada e impudente! (25)

De nuevo se llama a sí misma sierva, pero poniendo todo cuidado en no quedar delante del sacerdote con fama de mala. Y no dijo en su interior "¿Qué me importa la calumnia de éste? ¡me acusa por ignorancia y sin motivo, y sospecha en donde no había por qué! ¡esté mi conciencia pura y que todos me calumnien!" Sino que cumplió con aquella ley apostólica que ordena proveer lo bueno no solamente delante de Dios sino también delante de los hombres. (26) Y así, quitó en absoluto la sospecha con lo que dijo: "No eches en cara a tu sierva el ser como una mujer vulgar y desvergonzada e impudente". Pero ¿qué significa eso de "en cara"?: significa, no me tomes por una mujer sin decoro. Porque esta audacia no es propia de un vinolento, sino de un alma afligida. ¡Es palabra de tristeza y no de embriaguez!

¿Y qué le contestó el sacerdote? Considera también la prudencia del sacerdote. Porque no preguntó por curiosidad el género de desgracia; no investigó con mayor exactitud el motivo de la tristeza. Pues ¿qué fue lo que le dijo? ¡Vete en paz, y que el Dios de Israel te conceda muy cumplida la petición que le has hecho! (27) Esta mujer de un acusador hizo un patrono: ¡tan grande bien son la bondad y la mansedumbre! Y así se apartó ella llevando consigo un abundante viático en cambia de los oprobios sufridos; y logró que fuera su patrono e intercesor aquel mismo a quien había encontrado como reprensor. Pero no se contentó con esto; sino que añadió y dijo: ¡Que halle gracia tu sierva a tus ojos! (28) Es decir: que por el término y éxito de este negocio conozcan que yo esta oración y estas preces las hice no por vinolencia sino por tristeza.

Y una vez que se hubo marchado, dice la Escritura, ya no volvió a decaer su rostro. (29) ¿Ves la fe de esta mujer? ¡Aun antes de haber recibido lo que había suplicado, de tal manera confió como si ya lo hubiera recibido. Y la causa fue que había orado con grandísimo fervor y con mucho empeño y sin andar dudando. Por esto se marchó como si ya todo lo hubiera alcanzado. Más aún: Dios desde luego le quitó del alma toda aquella su tristeza, porque pensaba ya en concederle el don que le pedía. ¡Imitemos nosotros a esta mujer, y refugiémonos en Dios en cualquiera tribulación! Si no tenemos hijos a El pidámoslos; y si los recibiéremos de El, eduquémoslos con todo cuidado. Apartemos a los adolescentes de todos los vicios. Pero sobre todo de la sensualidad, porque esta batalla es difícil, y en esa edad no hay otra que sea más molesta que esta enfermedad. Amurallémoslos, pues, por todos lados con consejos, exhortaciones, miedos y amenazas. Si logramos dominar esta pasión, las otras no los vencerán fácilmente, sino que ellos se harán superiores a la codicia de dineros y a la crápula y al vino, y se apartarán con toda diligencia de las compañías perversas, y serán más amables para con sus padres y más respetados de los hombres.

Porque ¿quién no respetará a un joven que vive casta y limpiamente? ¿Quién no abrazará y besará a quien ha puesto un freno a sus pasiones? ¿Quién, aun de los más ricos, no querrá entregarle en matrimonio su hija, y esto con todo gusto, aunque el joven fuera el más pobre de todos? Así como, por el contrario, nadie hay tan miserable ni de tan desdichada fortuna que quiera tener por yerno a quien vive en la lascivia, aunque por lo demás sea el más opulento de todos. Nadie hay, por necio que él sea, que rechace a un joven honesto y lleno de templanza, y lo colme de deshonras.

Así pues, con el objeto de que los hijos sean respetados por los demás y amables a Dios, adornemos de virtudes sus almas, y llevémoslos con honestidad hasta el matrimonio; porque de este modo les vendrán de eso, como de una fuente, todos los bienes, y tendrán propicio a Dios y gozarán de la gloria de la vida presente y también de la futura. ¡Acontézcanos alcanzar ésta a todos nosotros! por la gracia y benignidad del Señor nuestro Jesucristo, con el cual sea al Padre la gloria, el honor y el poder, juntamente con el Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.


(1) Ps 25,5.

(2) En la Introducción, n. 9, indicamos cómo muchas veces el santo improvisaba y había de subir al pulpito hasta dos y aun tres veces al día. De aquí vino el que con frecuencia se repitiera en lo que decía, como aquí, en que repite algunas de las ideas de la Homilía anterior.

(3) 1S 2,5.

(4) 1S 2,12.

(5) Ibid., 1S 1,11.

(6) Mt 6,7.

(7) Lc 18,3-5.

(8) Rm 12,12.

(9) 1Th 5,3 1Th 5,17.

(10) 1S 1,12-13.

(11) Ex 14,15.

(12) En el hebreo y en la Vulgata solamente Helí habla; pero en los LXX se introduce al siervo de Helí hablando. San Crisóstomo cita a los LXX, para el Antiguo Testamento y no la Vulgata, Parece que él no sabía el hebreo.

(13) 1S 1,14.

(14) 2S 16: véase el capítulo todo con la narración.

(15) Se refiere a Absalón.

16) 2S 16.

(17) Si 23,26.

(18) 1S 24,7.

(19) Mt 23,2-3.

(20) Mt 10,41.

(21) Jb 2,10.

(22) 1S 1,14-15.

(23) 1S 1,9.

(24) 1S 1,15. 182

(26) 1S 1,16.

(27) Rm 12,17.

(28) 1S 1,17.

(29) 1S 1,18.



Homilias Crisostomo 2 4