Homilias Crisostomo 2 38

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XXXVIII HOMILÍA CUARTA en honor del santo apóstol PABLO.

EL BIENAVENTURADO APÓSTOL PABLO, que nos ha congregado aquí y que ilumina todo el orbe de la tierra, fue cegado por un poco de tiempo al momento de su vocación, pero su ceguera fue luz para todo el mundo. Porque veía torcidamente, por eso lo cegó Dios, para que en adelante la vista le fuera de utilidad; y también para darle una demostración de su poder al mismo tiempo que en ese padecer se le daba una previa figura de lo futuro y se le enseñaba el modo que había de tener en su predicación: es a saber que convenía echar fuera de sí todos sus antiguos deseos y seguir a Cristo a ojos cerrados. Por esto el mismo Pablo, para significarlo decía: ¡Si alguno de vosotros parece sabio, hágase el necio para que sea sabio! (1) De manera que nunca habría podido ver de nuevo correctamente si primero no hubiera cegado, a fin de que habiendo hecho a un lado la sabiduría propia que lo perturbaba, se entregara plenamente en todas las cosas a la fe.

Mas ninguno, cuando oye estas cosas, vaya a juzgar que la vocación era una necesidad; puesto que Pablo podía volverse a lo que había abandonado. Muchos, así en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, después de haber visto cosas aún más maravillosas, se volvieron atrás, como lo leemos. Así, Nabuco-donosor, así Judas, así Elymas el mago, así Simón y Ananías y Safira, así todo el pueblo judío. Pero no así Pablo. Porque interiormente ilustrado dirigió su carrera hacia aquella luz purísima y velozmente se encaminó al cielo. Y si preguntas el motivo por que fue cegado, sábelo de él mismo, que dice: Habéis oído mi conducta de otro tiempo en el judaísmo, cómo con grande juña perseguía a la Iglesia de Dios y la devastaba, aventajándome en el celo por el judaísmo a muchos de los coetáneos de mi nación, mostrándome en extremo celador de mis tradiciones paternas. (2)

Pues, porque aún era tan vehemente y fervoroso, necesitaba de más fuertes frenos, es a saber para que no sobrecogido por el ímpetu mismo de aquella presteza de que era llevado, despreciara las palabras que se le decían. Por esto, primeramente reprime el Señor aquel su furor indómito, aquellas olas alborotadas y violentas de su ira, y con el beneficio de la ceguera lo reduce a la tranquilidad; y finalmente entonces le habla y le muestra lo inaccesible de su sabiduría y la bondad de la ciencia divina que supera todas las cosas, a fin de que se diera cuenta desde luego con cuál adversario luchaba; adversario al que no podría soportar ciertamente si lo castigaba, pero tampoco al hacerle beneficios. Puesto que no quedó ciego por la densidad de las tinieblas sino por el exceso de la luz.

Preguntarás: ¿por qué esto no sucedió antes? ¡No preguntes eso ni quieras ser demasiado curioso, sino más bien concede a la incomprensible providencia de Dios el que ordene la salvación de los hombres en la oportunidad del tiempo que El sabe! Porque así lo confesaba también el mismo Pablo: Pero cuando le plugo al que me segregó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia para revelar en mí a su Hijo… (3) Así pues, tampoco tú examines más esto, puesto que lo dice Pablo. ¡Entonces, entonces fue cuando convino, una vez quitados de en medio los escándalos! Aprendamos de Pablo que nadie antes de Pablo ni aun el mismo Pablo logró encontrar el motivo por sus propias fuerzas, sino que Cristo mismo se lo manifestó. Y por esto decía: ¡No me elegisteis vosotros a mí sino que yo os elegí a vosotros! (4)

Por lo demás ¿por qué no creyó Pablo ya antes, pues había visto en nombre de Cristo resucitar a los muertos, hacer andar a los cojos, fortalecerse a los paralíticos y ponerse en fuga los demonios? Porque de todo esto él no sacó fruto ninguno, siendo así que no lo ignoraba, ya que tan curioso era en investigar las cosas de los apóstoles, además de que estuvo personalmente presente cuando Esteban era apedreado, y vio su faz radiante con angélicos fulgores. Entonces ¿por qué no sacó de ahí ganancia alguna? ¡Porque aún no había sido llamado por Cristo! Mas tú, cuando esto oyes no vayas a pensar que la vocación es una necesidad. Porque Dios, al llamar no obliga a los hombres; sino que, aun después de la vocación, los deja dueños de su propia voluntad.

A los judíos se reveló El cuando fue conveniente. Pero, a causa de la gloria que exigían de los hombres no quisieron recibirlo. Y si dijera alguno de los incrédulos ¿por dónde se prueba que el Señor habló a Pablo desde los cielos y que éste obedeció? ¿Por qué no me llamó también a mí?, le contestaremos: si es que lo crees, eso mismo te sirve de comprobación del milagro. Porque si no crees que lo llamó desde el cielo ¿cómo me preguntas eso de por qué no me llamó también a mí? Y si lo crees, eso te basta como comprobación del milagro. ¡Créelo, pues! ¡porque también a ti te llama desde el cielo, si es que tienes un alma dispuesta a obedecer! Pero si eres desobediente y perverso en tus pensamientos, no te bastará para tu salvación ni siquiera una voz bajada del cielo.

¡Cuántas veces los judíos oyeron, así en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, la voz del cielo; y con todo no se hicieron mejores! Porque en el Antiguo Testamento, los judíos, después de infinitos milagros, adoraron en lugar de Dios a un becerro que fabricaron; y en cambio la meretriz de Jericó, que no había visto ninguno de esos milagros, manifestó una fe admirable en recibir a los exploradores. Y en la tierra de promisión los judíos, viendo los milagros, permanecían más duros que una roca; mientras que los de Nínive, con sólo ver a Jonás creyeron e hicieron penitencia, y se convirtieron, y apartaron de sí la ira de Dios que se acercaba. Y en el Nuevo Testamento, en la presencia misma de Cristo, el ladrón, como viera al Crucificado, lo adoró. Mientras que los judíos que lo habían visto resucitar a los muertos, lo ataron y lo crucificaron.

Y en nuestros tiempos, ¿acaso no salió fuego de los cimientos del templo que estuvo en Jerusalén, y brotó y consumió a quienes intentaban reedificarlo? ¡Con esto, los demás desistieron de sus perversos conatos, pero no se apartaron de su ciega impiedad! ¡Y cuántos otros milagros se han hecho después y ningún lucro se ha sacado de ellos; como cuando cayó un rayo sobre el templo de Apolo y las respuestas mismas del demonio obligaron al rey a trasladar a otra parte al mártir sepultado junto al dios, porque dijo el demonio que en absoluto no podía dar sus oráculos mientras viera ahí cercano aquel lóculo, que en realidad estaba ahí cerca! (5) Y luego el tío del mismo rey, quien se había atrevido a tocar profanamente los vasos sagrados y mancharlos, murió comido de gusanos. Y el Prefecto del erario real, por otra injuria que infirió a la Iglesia, murió de repente habiendo reventado por medio. Entonces también las fuentes de nuestra región que antes vencían a los ríos en su abundancia, de pronto, recogiéndose sobre sí mismas se escondieron, cosa que nunca había anteriormente sucedido hasta que el rey manchó aquellos sitios con sacrificios y víctimas a los ídolos.

Y ¿para qué recordaría alguno el hambre que sobrevino a toda la tierra con aquel rey impío, o la muerte misma del rey allá en la región de los persas y la locura que le cogió antes de morir y el ejército abandonado en medio de los bárbaros como en una red y entre mallas, y el admirable y repentino regreso? Porque, una vez que el impío rey murió de manera tan miserable y le sucedió el otro, que era piadoso, al punto desaparecieron todas las adversidades, y el ejército que se encontraba como atrapado en medio de aquellas redes y no creía poder hallar jamás alguna salida, librado de los enemigos por evidente voluntad de Dios, regresó con toda seguridad.

Cosas como éstas ¿a quién no podrán arrastrar a la piedad? Y ¿qué diremos de las actuales? ¿Acaso no deben llamarse mucho más admirables? ¿Acaso no se predica la cruz y todo el mundo corre a la fe? ¿Acaso no es una muerte ignominiosa la que se anuncia y sin embargo acuden todos? ¿Acaso no son innumerables los que han sido crucificados? ¿Acaso no estuvieron pendientes de la cruz juntamente con el Señor? ¿Acaso no estuvieron con El muchos sabios y muchos poderosos? ¿Cuándo el nombre de alguno dominó de esa manera? Y ¡qué digo sabios y poderosos! ¿acaso no estuvieron a su lado reyes esclarecidos? ¿Quién en tan breve tiempo subyugó así al orbe de la tierra? (6).

¡Ni me opongas las varias y distintas herejías! Porque todos predican a Cristo, aunque no todos lo prediquen recta y legítimamente! ¡Todos predican al que nació en Palestina y padeció siendo juez Pilatos y murió crucificado! Y todas estas cosas que he dicho ¿acaso no parecen ser documentos de su poder, mayores que aquella voz venida del cielo a Pablo? ¿Por qué ningún rey ha triunfado como ha triunfado éste, y eso cuando se le oponían tan incontables impedimentos? Porque reyes pelearon contra el Evangelio, tiranos lo combatieron, contra él se levantaron los pueblos; y con todo, nuestra religión, hasta tal punto no fue destrozada, que al revés, ha salido más esclarecida. ¿De dónde, pues, nace este tan grande y tan admirable poder?

¿Era acaso un mago? Pero ¿solamente este mago fue tan poderoso? Sabéis que tanto entre los persas como entre los indos ha habido magos y aun ahora los hay; pero ni siquiera nos llega su nombre. Aquel engañador y maléfico de Tyana, apareció por ahí en algún sitio, y brilló por un exiguo espacio de tiempo y en una pequeña parte del orbe, y muy pronto se apagó y su gloria se borró; porque no fundó iglesia alguna ni algún pueblo ni cosa semejante. Pero ¿qué digo los magos y los maléficos que han perecido? ¿Por qué, pregunto, se han acabado los templos de los falsos ídolos, el de Dodona y el de Claros, y callan todas esas oficinas de profanidades y están del todo impedidas? ¿Por qué los demonios tiemblan no solamente del crucificado sino aun de las cenizas de los que han sido muertos por su nombre? ¡Porque con sólo oír el nombre de la cruz salen huyendo, siendo así que, si las cosas tuvieran otra explicación, antes habían de burlarse que huir! ¿Acaso la cruz parece algo esclarecido y noble? ¡Al revés! ¡Parece una muerte vergonzosa y digna de reprobación! Porque desde luego es una muerte que se da en castigo, y es del todo horrible; y entre los judíos era cosa maldita, y entre los gentiles, abominable.

¿Por qué, pues, la temen los demonios, si no es por el poder del Crucificado? Porque si la temieran por sí misma, aunque eso ya sería algo indigno de los dioses, con todo, muchos antes que Él y después de Él han sido crucificados y aun dos juntamente con El. Pues ¿qué? Si alguno invoca el nombre de un ladrón o de cualquier crucificado ¿tiembla acaso el demonio, acaso huye? ¡De ninguna manera! ¡antes bien se ríe! ¡Pero si añades el nombre de Jesús Nazareno, al punto y repentinamente los demonios huyen como del fuego! ¿Qué dices, pues? ¿Por qué ha vencido? ¿Dirás que fue un engañador? Pero los preceptos que dio no arguyen eso. Por otra parte muchos engañadores han existido y ninguno triunfó así. ¿Es que fue un mago? Pero por sus dogmas nos consta lo contrario. Por otra parte continuamente ha habido grande copia de magos y con todo nunca se ha oído que alguno fuera de tanta fama y poder. ¿Es que fue un sabio? Pero siempre ha habido copia de sabios. ¿Mas de cuál de ellos se afirma que venciera de tal modo como éste? Porque nadie jamás ni siquiera en parte se acercó a su poder.

Queda, pues, en claro que Cristo no fue mago ni seductor; sino que por el contrario, fue enmendador de magos y seductores, y verdadera virtud divina no superable por nadie; y por esto El venció todo y todo lo domó. Por eso pudo inspirar a Pablo, el fabricador de tiendas de campaña, una gran fortaleza, tanta cuanta manifiestan los hechos mismos. Porque un hombre que no era de alta alcurnia sino despreciado y de los que andan por la plaza y que se ocupaba en una arte de pieles, de tal manera tomó fuerzas, que en el espacio de apenas treinta años, puso bajo el yugo de la verdad a los romanos, persas, partos, medos, indos, escitas, etíopes, saurómatas y sarracenos, y casi a todo el género humano.

¡Di, pues! ¿cómo el hombre que andaba por la plaza y que se mantenía en su taller de trabajo, y manejaba el escalpelo, pudo llegar a esa sabiduría y la pudo enseñar a otros, es decir a los pueblos, ciudades y regiones, especialmente cuando no tenía pericia oratoria ni la mostraba, sino por el contrario era en absoluto entre los ignorantes el más ignorante? ¡Oye cómo lo afirma él y no se avergüenza! Y aunque imperito en la palabra pero no en la sabiduría. (7) Y que no poseía riquezas él mismo lo testifica: Hasta el presente pasamos hambre y sed y desnudez y somos abofeteados. (8) Pero ¿qué digo dineros, cuando muchas veces no tuvo ni siquiera el necesario alimento ni el vestido con qué cubrirse? Y que tampoco era esclarecido en su arte lo manifiesta su discípulo cuando dice: Porque permanecía en la casa de Aquila y Priscila a causa de que eran de su misma arte: porque eran ambos fabricantes de tiendas de campaña. (9)

No era, pues, noble por sus antepasados, puesto que se le comprueba ejerciendo una arte tan humilde; ni por su patria o su linaje; y sin embargo, apenas aparece y se presenta al medio, perturba a sus enemigos y a todos los confunde; y a la manera de un fuego echado sobre pajas o sobre heno, consumió todas las obras de los demonios e hizo en todas las cosas lo que le pareció. Ni solamente es de admirar que siendo el que era haya alcanzado tan grande poder; sino que, además, la mayor parte de sus discípulos eran pobres, imperitos y ajenos a toda erudición, y vivían en hambres y necesidades, y no eran nobles sino nacidos plebeyos. Cosa que el mismo Pablo publicó; y no se avergonzó de mencionar su pobreza de ellos; más aún, ni tampoco de pedir limosnas para ellos: Marcharé, dice, a Jerusalén a servir a los santos! (10) Y también: El día primero de la semana, cada uno ponga aparte en su casa lo que bien le pareciere; de modo que no se hagan las colectas cuando yo vaya (11)

Y que la mayor parte de sus discípulos fueran personas ignorantes, lo dice escribiendo a los Corintios: Mirad vuestra vocación; pues no hay entre vosotros muchos sabios según la carne. (12) Y que no eran gente noble lo afirma: ni muchos poderosos ni muchos nobles; (13) sino que fueron incluso harto oscuros de linaje y plebeyos. Porque: Eligió Dios, dice, la flaqueza del mundo para confundir a los fuertes; y lo que nada es, para destruir lo que es. (14) ¿Dirás que era un idiota e ignorante, pero capaz de hablar y de persuadir? Pues ni esto tampoco. Porque él mismo lo confirma cuando dice: Yo llegué a anunciaros el testimonio de Cristo no con sublimidad de elocuencia o sabiduría; porque nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna sino a Jesucristo, y éste crucificado. Mi palabra y mi predicación no fue en persuasivos discursos de humana sabiduría. (15) Dirás que el motivo mismo de la predicación era idóneo para arrastrar a los oyentes. Pues oye acerca de esto al mismo Pablo: Porque los judíos piden milagros, los griegos buscan sabiduría, mientras que nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, locura para los gentiles. (16)

Pero dirás: ¡Pablo gozó de seguridad y libertad! ¡Al revés! ¡Nunca tuvo descanso entre los peligros! Porque yo, dice, anduve entre vosotros en debilidad, temblor y mucho temor. (17) No sólo él, sino también sus discípulos estaban sujetos a los sufrimientos: ¡Recordad, les dice, los días pasados, en los cuales, después de iluminados, soportasteis una grave lucha de padecimientos! Por una parte fuisteis dados en espectáculo a las públicas afrentas y persecuciones; y por otra, os habéis hecho participantes de los que así están. Pues habéis tenido compasión de los presos y recibisteis con alegría el despojo de vuestros bie

nes. (18) Y de nuevo, escribiendo a los tesalonicenses, dice: Vosotros habéis padecido de vuestros conciudadanos lo mismo que ellos de los judíos, de aquellos que dieron muerte al Señor Jesús y persiguieron a los profetas, y nos persiguieron a nosotros y no agradan a Dios y están en contra de todos los hombres. (19) Y también a los de Corinto: Así como abundan los padecimientos de Cristo en vosotros, y como sois compañeros en sus padecimientos, así lo seréis en las consolaciones. (20) Y a los Gálatas: ¿Tanto habéis padecido sin motivo? ¡Si es que sin motivo! (21) Siendo, pues, Pablo un predicador imperito y pobre y sin nobleza en su linaje; y siendo la doctrina que predicaba no solamente vacía de recomendación en sí misma, sino además repelente y repleta de escándalo; y siendo los oyentes rudos, pobres y débiles y cosa de nada; y abundando los peligros que amenazaban a maestros y discípulos; y siendo el anunciado uno que había sido puesto en cruz ¿cómo lograron que éste triunfara? ¿No aparece manifiesto que había ahí una fuerza divina e inefable? ¡Esto es completamente claro! ¡Y puede deducirse de sus mismos enemigos! porque, cuando ves a sus contrarios de ellos que juntamente y a la vez se les oponen; o sea la riqueza, la nobleza, la patria esclarecida, la pompa del arte oratorio y la seguridad y paz, y la grande cultura dentro de la superstición, y cómo al punto se apagan las otras nuevas invenciones dime ¿cuál es la causa de esto?

Porque resulta semejante a si un rey perfectamente armado y apoyado en su ejército, formara delante de su enemigo en escuadrones poderosos y con todo no pudiera vencerlo; en tanto que un hombre desnudo de armas, pobre, solo y que no lleva ni siquiera un corto dardo o a lo menos vestido con una simple vestimenta, emprendiera la batalla y llevara a cabo lo que los otros no lograron hacer ni con todas sus armas y pertrechos y miles de fortificaciones. Así pues: no te aferres a tu torcido parecer, sino da a cada uno lo suyo y venera la fuerza del Crucificado. Si vieras a alguno que se prepara contra excelsas ciudades y las rodea de fosos y aplica contra sus muros las máquinas de combate y lleva innumerable multitud de guerreros y armas resplandecientes, y riquezas infinitas; y a pesar de todo eso no es capaz de apoderarse ni de una sola de las ciudades del enemigo, y vieras a otro que peleara sin armas y usando solamente de las manos; y que con todo, velozmente recorriera no una, ni dos, ni algunas pocas ciudades, sino innumerables y esparcidas por todo el orbe, y que a todas las capturara, dirías que eso no es propio del humano poderío.

Pues sin duda que también en el asunto presente es así como debes juzgar. Porque por esto permitió Dios que los ladrones fueran crucificados con el Salvador; y que antes de su venida aparecieran algunos engañadores, para manifestar la excelencia de la verdad también por este medio de la comparación con los que fueron del todo insensatos; y para que tú así conocieras no ser Jesús uno de aquéllos, sino que hay una distancia infinita entre El y los otros. Puesto que nada pudo oscurecer su gloria: ni la comunidad de los padecimientos ni el haber vivido en las mismas épocas. Porque si los demonios hubieran temido a la cruz y no al poder del crucificado, la comparación con los ladrones cerraría las bocas de quienes tales cosas afirmaran. Y si fue la condición de los tiempos la que todo lo llevó a cabo, para rechazar a quienes opongan esto están los que rodearon a Teudas y a Judas, quienes existieron más o menos al mismo tiempo que Cristo y procuraron atacar la verdad también con ciertos milagros aparentes; pues todos ellos acabaron y perecieron. Y por esto, como ya antes dije, Dios permitió que de vez en cuando se obraran falsos milagros, para que por la comparación hubiera mayores pruebas de los suyos.

Y por lo mismo permitió que aparecieran juntamente con los profetas otros pseudoprofetas, y con los apóstoles otros pseudo-apóstoles: para que vieras que jamás puede oscurecer una cierta sombra y apariencia de virtudes los milagros suyos que por doquiera resplandecen. Pero, ¡ea! demostremos con otros argumentos que el poder de la predicación fue singular y admirable. ¿Te demostraré cómo además la gloria misma de Cristo ha crecido con la impugnación de sus enemigos? Porque como algunos persiguieran al bienaventurado Pablo, algunas veces predicaban en Roma su misma enseñanza, con el objeto de que más se irritara Nerón y se enardeciera en combatirlo. Con este fin echaron sobre sí el trabajo de la predicación, para que, extendiéndose más aún la palabra de Dios, y aumentándose el número de los discípulos, el ánimo del tirano se volviera más terrible y la bestia se enfureciera más aún. Y Pablo, escribiendo esto a los filipenses, les decía: Quiero, hermanos, que sepáis que mi actuación ha contribuido al progreso del Evangelio; y la mayor parte de los hermanos en Cristo, alentados por mis cadenas, sienten ánimos para hablar sin temor la palabra de Dios. Hay quienes predican a Cristo por espíritu de envidia y de competencia; otros lo hacen con buena intención; unos por caridad, otros por emulación y no con sinceridad, pensando que así añaden tribulación a mis cadenas; y otros por caridad, porque saben que estoy puesto para la defensa del Evangelio. Pero ¿qué importa? ¡Sea hipócritamente, sea sinceramente, que Cristo sea anunciado! (22)

¿Ves cómo había algunos que predicaban por emulación? Pero con todo la verdad dominaba mediante los enemigos. Pero, aparte de eso, otras cosas había que se oponían. Porque las leyes antiguas no solamente no ayudaban sino que en realidad se oponían y peleaban en contra; además de la malicia y la ignorancia de los que acometían. Decían éstos: ¡tienen por Rey a Cristo! Porque no conocían su reino celestial, terrible y sin términos; y por esto los acusaban como si anduvieran introduciendo una nueva tiranía en el orbe: ¡y todos en conjunto y cada uno en particular, luchaban! En común, como en contra de quienes destruían los preceptos de la pública disciplina y las leyes; en particular, como en contra de quienes anduvieran deshaciendo, mediante disensiones y divorcios, las familias.

En ese tiempo, el padre impugnaba al hijo y el hijo negaba a su padre; al marido lo odiaba la mujer, y a la mujer el marido; también las hijas andaban en desacuerdo con sus madres, los parientes con sus parientes y los amigos peleaban contra los amigos. Y por todas las casas existía este vario y múltiple combate que dividía a los parientes, dispersaba las Curias, conturbaba los tribunales. Era un tiempo en que las patrias costumbres desaparecían, se lanzaba fuera el culto antiguo y las festividades de los demonios: ¡cosas que los primitivos legisladores habían cuidado de que antes que nada se guardaran! Todo esto, juntamente con la suspicacia de que se fuera a introducir una nueva tiranía odiosa, los hacía estallar de odio.

No hay quien pueda decir que estas cosas provenían de los gentiles, pero que de parte de los judíos había una plena quietud; sino que éstos eran los que con mayor violencia acometían, y le achacaban a Pablo que destruía la Ley: Porque no cesa, decían, de hablar contra la Ley y el lugar santo. (23) De manera que una vez encendido el fuego en las casas, en las ciudades, en los campos, en el desierto, en la tierra y en el mar, entre los gentiles y los judíos, entre los príncipes y los plebeyos, entre los parientes y los reyes y los ministros de los reyes; como todos a una se exhortaran a la crueldad y se levantaran en contra con suma ferocidad y dureza, con todo, el bienaventurado Pablo, saltando al medio de tan grandes incendios y presentándose en medio de tales lobos, aunque recibía los golpes de todos, no solamente no fue derrocado, sino que a todos ellos los atrajo al partido de la verdad.

Recordaré, además, otras batallas no menos crueles. Por ejemplo, la que movían los pseudoapóstoles, y que era la que más lo atormentaba, y las emboscadas de los conciudadanos, y la ruina de los que andaban tambaleando. Porque muchos de los fieles caían. Pero también de esta lucha Pablo salió victorioso. ¿Por qué medios, por cuál poder? Porque, dice el mismo, las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas por Dios para derribar fortalezas, destruir consejos y toda altanería que se levante contra la ciencia de Dios. (24) Por eso todo se cambiaba en contrario y se mudaba de repente. Y así como una vez encendido el fuego, las espinas ceden y se consumen y son superadas por las llamas y quedan limpios los campos novales, así al sonido de la lengua de Pablo que se adelantaba con mayor vehemencia que cualquier fuego, todo cedía, y desaparecía todo culto y todas las festividades de los demonios y sus celebraciones, lo mismo que las costumbres patrias y el furor de los pueblos y las amenazas de los tiranos y las asechanzas de los compatriotas y las malignas maquinaciones de los pseudoapóstoles.

Y así como a los rayos del sol naciente se disipan las tinieblas y las fieras se ocultan y se esconden en sus cuevas y los bandoleros se apartan y los homicidas se refugian en sus antros y los piratas se alejan y echan a huir los violadores de sepulcros y desaparecen los adúlteros y los rateros y los taladradores de paredes, alcanzados todos ellos por el sol, y puestos en peligro de ser aprehendidos, y así van a ocultarse por allá en partes lejanas, y todas las cosas aparecen brillantes y llenas de claridad al tiempo en que los rayos del sol iluminan desde las alturas la tierra y el mar, los montes y las ciudades y todas las regiones: así sucedió en aquel tiempo, al brillo de la predicación, cuando Pablo diseminaba por todas partes el Evangelio. ¡Huía el error y volvía la verdad! Y se acabaron las cenizas adivinatorias y el humo de los templos y todos los tímpanos y címbalos y las embriagueces y las comilonas y los estupros y los adulterios, y muchas otras cosas feas de nombrar, que acostumbraban celebrarse; y se consumieron como la cera al calor del fuego que se le acerca, y como las pajas que en un incendio amontonadas se queman.

Y en medio de todo, la llama de la verdad surgía clara y resplandeciente, subiendo hasta la sublimidad misma de los cielos, llevada sobre todo precisamente por aquellos que intentaban oprimirla, y recibiendo especialmente de ellos su incremento; ¡de ellos, que eran los que más deseaban extinguirla! Porque ni los peligros pudieron detener su progreso y sus ímpetus, ni la inveterada costumbre de las tiranías, ni la autoridad de las patrias costumbres, ni el poder de las leyes, ni la dificultad misma de guardar lo que el Evangelio ordenaba; ni otra cosa alguna de las que pueden servir de impedimento, logró detener o siquiera retardar el curso de la verdad que velozmente se adelantaba.

Y para que veas cuánta fuerza tiene este argumento, anda y conmina a los gentiles, no digo ya peligros, hambres, muertes, sino siquiera un pequeño daño, y los verás repentinamente cambiados de sus supersticiones.

¡No son así nuestras cosas! ¡Sino que muertos y despedazados todos, y en todas partes combatidos con diversos géneros de guerras, nuestras cosas florecen continuamente y cada vez más!

Y ¿para qué traigo ahora a la memoria a los gentiles de nuestro tiempo, de poco valer y despreciados! ¡Traigamos al medio a los otros, que en otro tiempo fueron entre ellos admirables ya por el honor de su filosofía, como Platón, Pitágoras, Diágoras, Anaxágoras de Clazomene y otros muchos semejantes, y entonces finalmente verás la fuerza del Evangelio! Porque, tras del envenenamiento de Sócrates, unos se fueron a Megara por el miedo de sufrir algo semejante; otros fueron privados de su patria y de su libertad y a nadie dominaron con sus estudios filosóficos, excepto a una mujer. Y el citieo, (25) habiendo dejado escrita en sus libros la forma de república que había ideado, murió.

Y ciertamente, en aquel tiempo no los impedían ni los peligros ni la necesidad ni la impericia del lenguaje; sino que eran poderosos en la palabra y estaban colmados de riquezas y se gloriaban de la nobleza de sus patrias. ¡Pero nada pudieron! ¡Porque tal es la condición del error, que aunque nadie se le oponga, envejece y desaparece! ¡Y por el contrario, tal es la situación de la verdad, que aún impugnándola muchos, se despierta y crece! Y esto lo proclama la verdad misma de los hechos. Ni se necesitan palabras ni discursos, puesto que todo el mundo, en cierta manera lanza su voz: las ciudades, los campos, la tierra y el mar, lo habitado y lo desierto, y aun las cumbres de las montañas. Porque ni al desierto dejó la verdad sin participación suya y de sus beneficios; sino que a él en especial lo llenó de bienes que, bajando del cielo, nos trajo por medio de la lengua de Pablo y por la gracia que en él depositó.

Llevaba en sí tan grande fervor, digno de semejante don, que por esto brilló en él copiosamente la gracia, y la mayor parte de las maravillas indicadas, por medio de su lengua las llevó a cabo rectamente. Así pues: ya que Dios en tal modo ennobleció nuestro linaje que se dignó a un solo hombre hacerlo causa de tan grandes bienes, anulémoslo nosotros, imitémoslo, apresurémonos a ser como él y no creamos ser esto imposible. Porque no cesaré de repetir lo que ya tengo dicho muchas veces: que Pablo cuanto al cuerpo, cuerpo era como nosotros, e igual cuanto al alma, e iguales eran sus alimentos. Sólo que en él había una firmeza de voluntad admirable y un excelente fervor, y esto fue lo que lo hizo tal como es. De manera que nadie desconfíe, nadie desespere. Si preparas tu ánimo y lo dispones, nada hay que pueda impedir que goces de los mismos bienes y dones de esa gracia: no es Dios aceptador de personas. Un mismo Dios fue el que los formó a él y a ti; y tan Dios es de él como tuyo. Y así como a él con razón lo hizo preclaro, del mismo modo te ofrece a ti la corona.

¡Entreguémonos, pues, a Dios y purifiquémonos! Para que así, tras de recibir también nosotros gracia abundante, obtengamos los mismos bienes, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo a quien sea la gloria y el poder, por los siglos de los siglos. Amén. (26)


(1) 1Co 3,18.

(2) 1Co 12,31.

(3) Ga 1,13-14.

(4) Jn 15,16.

(5) Véase nuestra Introd. n. 6 y la Homilía n. IX o Discurso sobre San Babylas, etc.

(6) Como se ve, insiste el santo Doctor en la necesidad de la cooperación a la gracia; pero en realidad cuanto a la pregunta del auditorio que él mismo se finge, la respuesta queda únicamente en que los fieles no han de inquirir más sino acatar la providencia de Dios. Debajo de todo esto está el problema de la distribución de las gracias y las relaciones entre el libre albedrío y la gracia. Como indicamos en la Introd. n. 14, la cuestión no se había aún suscitado y la Iglesia nada había definido. Fueron los pelagianos y semipelagianos quienes movieron la cuestión ya casi al tiempo de la muerte del santo.

(7) 2Co 11,6.

(8) 1Co 4,11.

(9) Ac 18,3.

(10) Rm 15,25.

(11) 1Co 16,2.

(12) 1Co 1,26.

(13) Ibid.

(14) 1Co 1,27-28.

(15) 1Co 2,1-4.

(16) 1Co 1,22-23.

(17) 1Co 2,3.

(18) He 10,32-34.

(19) 1Th 2,14-15.

(20) 1Co 1,7.

(21) Ga 3,4. El griego dice: ¿Tantos dones habréis recibido en vano? ¡Sí que sería en vano! El santo interpreta de otro modo.

(22) Ph 1,12-18.

(23) Ac 6,13.

(24) 2Co 10,4-5.

(25) El citieo fue Zenón, natural de Citión, en Chipre, nacido en 336, a. C. Enseñó en la 2roá noixíXr), o Pórtico de las pinturas, en Atenas, llamada así por las pinturas de Polignoto; y de ahí, el epíteto de estoicos dado a los discípulos de Zenón, quien ahí enseñaba. No sabemos a qué se refiere eso de que los filósofos no ganaron sino "a una mujer". Sin duda que el gran influjo que el platonismo y neoplatonismo ejercieron en las herejías, hizo que el santo cobrara ese como horror y desprecio a los filósofos paganos; y también por sus bajas costumbres. Pero los trabajos de la investigación de la humana verdad no fueron despreciables.

(26) Esta primorosa Homilía propiamente trata del poder de Jesucristo, de su cruz y de su predicación, el cual se prueba brillantemente. Algunos de sus párrafos han sido muy citados a través de todos los siglos.




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