Homilias Crisostomo 2 39

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XXXIX HOMILÍA quinta en honor del santo apóstol PABLO.

¿DÓNDE ESTÁN AHORA LOS QUEJUMBROSOS PERPETUOS que SUelen andar constantemente doliéndose de la muerte, y diciendo que este cuerpo corruptible y pasible les es impedimento para la virtud? ¡Escuchen las preclaras empresas de Pablo y cesen ya de su maligna acusación! Porque ¿en qué dañó la muerte al género humano? ¿en qué ha impedido el cuerpo corruptible al ejercicio de la virtud? ¡Considera a Pablo y verás que el ser mortales incluso nos ha sido de grandísima utilidad! Porque si Pablo no hubiera sido mortal no habría podido exclamar durante su existencia y menos lo habría podido demostrar con los hechos aquello de ¡Cada día muero, os lo aseguro, por la gloria que en vosotros tengo en Jesucristo nuestro Señor! (1) Porque así en todas partes necesitamos del aliento del ánimo y del fervor de la voluntad; y estar colocados en primera fila no es impedimentó alguno. ¿Acaso Pablo no era mortal? ¿no era plebeyo? ¿No era pobre y se procuraba el alimento con el diario trabajo? ¿Acaso no tuvo un cuerpo sujeto también a todas las naturales necesidades?

Y de todo eso ¿qué fue lo que le impidió llegar a ser lo que fue? ¡Nada! Así pues, ninguno pierda el ánimo, ningún plebeyo se entristezca, nadie se duela de ser gente de ningún valer! ¡Duélanse solamente aquellos que son de ánimo irresoluto, muelle y sin energía! Porque sólo esto es impedimento para la virtud: la maldad del alma y la flojedad en los propósitos. ¡Fuera de estas cosas, ningunas otras! Y esto se demuestra partiendo de las proezas del bienaventurado Pablo, quien ahora aquí nos ha congregado. Porque así como a éste en nada le dañaron tales cosas, así a los que están fuera de nuestra religión en nada les ayudarán las cosas opuestas: ni la agudeza de los discursos, ni la abundancia de las riquezas, ni lo ilustre del linaje, ni la alteza de su gloria, ni el que estén constituidos en el poder. Pero ¿qué digo de los hombres? Más aún: ¿hasta cuándo retengo mi discurso en las cosas de la tierra pudiendo hablar de las virtudes celestes, es a saber de los Principados y las Potestades, y de los que gobiernan el mundo de las tinieblas de este siglo? ¿Qué les aprovechó a todos éstos el haber tenido semejante incorpórea naturaleza? ¿Acaso no todas estas Virtudes y las a ellas semejantes van a ser juzgadas por Pablo? ¿No sabéis, dice, que juzgaremos a los ángeles, cuanto más las cosas seculares? (2)

En consecuencia no nos dolamos por otros motivos que el de los vicios únicamente. ¡Pésenos de la maldad sólo y no de otra cosa! ¡alegrémonos y regocijémonos únicamente de la virtud! ¡Si ésta la procuramos con fervor, nada nos impedirá ser como Pablo! Porque él, no únicamente ayudado de la gracia de Dios, sino ayudándose de su buena voluntad, llegó a ser tal como fue; y precisamente ayudado de la gracia, por haberse él ayudado de su buena voluntad. Porque ambas cosas fueron en él plenas y perfectas: los dones de Dios y la cooperación de su buena voluntad. ¿Quieres conocer los dones de Dios? ¡Aun los vestidos de Pablo aterrorizaban a los demonios! Pero yo lo que admiro es lo otro. Como tampoco admiro que la sombra de Pedro echara fuera las enfermedades de los cuerpos. Lo grande es lo que Pablo llevó a cabo, grande desde los comienzos y desde los principios de su fe, antes de la gracia; puesto que no ilustrado aún por los dones que después poseyó y sin tener aún la gracia del apostolado, de tal manera se inflamó su celo por Cristo que conmovió contra sí a todo el pueblo judío. (3)

Como viera él que estaba en tan grande peligro y que la ciudad estaba sitiada por causa suya, por el muro fue descolgado en una espuerta; y así, una vez puesto en tierra, no cayó en timidez ni en pereza; sino que concibió mayores ánimos y más presteza, y se expuso con frecuencia a diversos peligros por la salvación de los demás. Y no abandonó su empeño en enseñar, sino que portando cada día la cruz, iba siguiendo al Señor. Y lo hizo, por cierto, cuando aún tenía delante de los ojos el reciente ejemplo de Esteban; y cuando veía excitados en contra suya a todos los judíos que respiraban matanzas y casi ansiaban devorar sus carnes. (4)

Con todo, Pablo ni imprudentemente se precipitaba en los peligros, ni huyéndolos se mostraba débil. Amaba grandemente la vida presente por el lucro que de ella sacaba; y grandemente la despreciaba por la sabiduría a donde lo iba conduciendo ese mismo desprecio; o más bien porque vehementemente era empujado hacia Cristo. Porque como he dicho siempre acerca de Pablo y no ceso de repetirlo, no ha habido nadie que como él se empeñara en cosas entre sí contrarias y que las llevara todas a la utilidad suya y las aprovechara. Nadie de entre los que más aman la vida presente la ha amado como él; y nadie ni aun de los que voluntariamente se privan de ella, la ha despreciado como él. Hasta este punto estaba Pablo limpio de toda pasión y no se dejaba dominar por la codicia de las cosas presentes, sino que en todo unía su deseo a la voluntad de Dios. Y unas veces decía ser la vida presente más necesaria que la misma compañía y conversación con Cristo; y otras confesaba que le era tan molesta y pesada que aún gemía y se veía obligado a desear la muerte.

De manera que solamente deseaba aquellas cosas que le podían traer alguna ganancia en lo referente a Dios, aunque parecieran ser entre sí contrarias a las que antes deseaba. De manera que constantemente era vario y múltiple, no ciertamente por hipocresía y disimulación?–¡lejos de él tal cosa!– sino para llevar a cabo cuantas cosas parecía exigir la salvación de los hombres; de manera que también en esto era un imitador de su Señor. Porque éste apareció como Dios y como hombre, según iba siendo conveniente que apareciera. Antiguamente apareció en fuego, cuando la ocasión lo pedía; otras veces como hoplita y en figura de soldado; ahora en forma de anciano; ahora en forma de soplo de viento; ahora como caminante; ahora finalmente como verdadero hombre en cuya forma no rehusó el morir. Pero –es necesario recalcarlo–, cuando esto afirmo ninguno vaya a pensar que tal proceder de Dios era por necesidad, sino piense sólo en el amor de Dios para con el hombre.

Unas veces se asienta sobre un trono, otras sobre los Querubines. Pero todo lo hacía según sus divinas ordenaciones. Por lo cual dijo por el profeta: ¡Yo multipliqué las visiones y me asimilé en las manos de los profetas! (5) Del mismo modo Pablo, imitando a su Señor, evidentemente que no queda culpado por haberse hecho ora judío, ora como si estuviera fuera de la Ley, la cual ahora guardaba, ahora se desentendía de ella. Del mismo modo, ahora procuraba conservar la vida presente, ahora la despreciaba; ahora pedía dineros, ahora rechazaba los que le ofrecían. Así procedió a celebrar el sacrificio y a la purificación como se acostumbraba y se rasuró la cabeza; pero también anatematizó a quienes eso mismo hacían. De manera que unas veces circuncidaba con su propia mano, y otras en absoluto proscribía la circuncisión. De este modo, los hechos eran varios y entre sí encontrados, pero la determinación de la mente, de donde los hechos partían, era enteramente una y constante y fija. Una sola cosa era la que anhelaba: la salvación de quienes tales hechos oían o veían.

Y por este motivo, unas veces ensalza la Ley, otras la abate y deprime. Porque no solamente en sus acciones sino también en sus palabras era, como ya dije, variado y múltiple. No porque cambiara de parecer ni porque fuera ahora uno y ahora otro; sino porque permaneciendo perpetuamente el mismo que era, usaba de los medios dichos y los iba variando según la necesidad y las oportunidades. Así pues: ¡no lo reprendas por estas cosas por las que más bien debes enaltecerlo y coronarlo! Porque también al médico, cuando lo ves que ora quema, ora proporciona alimento, ora usa del hierro, ora de la medicina, algunas veces quita al enfermo toda comida y bebida y otras ordena se le suministren en abundancia, y unas veces lo cubre y arropa del todo y otras ordena que al que estaba completamente ardiendo le den de beber una copa de agua del todo fría, no lo acusas por estas variaciones y cambios frecuentes, sino que más bien te admiras de su arte, al ver que las cosas que a nosotros nos parecen contrarias y dañosas, él las suministra con entera confianza: ¡porque esto es lo propio del perito y buen conocedor del arte médica!

Si, pues, aprobamos al médico las cosas contradictorias que hace, ¡cuánto más debemos ensalzar el ánimo de Pablo, que se acomodaba a tantas y tan variadas dolencias y enfermos! Porque no menos necesitan los que están oprimidos por la enfermedad corporal que los que lo están por la espiritual del arte y variedad en el tratamiento y curación. Si a éstos quieres acercarte de improviso y repentinamente, huirán de ti, y de toda esperanza de sanarlos. Mas aún: ¿cómo ha de ser cosa admirable que los hombres hagan esto, cuando Dios, que es todopoderoso, usa de esa misma costumbre y modo de curar y no dice todas las cosas directa y uniformemente? Porque quiere que seamos buenos espontáneamente y por voluntad y no por necesidad y violencia, tiene necesidad de ir mudando la curación. Y no por alguna imposibilidad suya ¡lejos de nosotros afirmarlo! ¡sino a causa de nuestra fragilidad! Porque El con sólo insinuar y aun con sólo querer puede ver realizado lo que quiere. En cambio nosotros, una vez que somos señores de nosotros mismos, no sufrimos el estar enteramente sujetos a El. Si nos arrastrara contra nuestra voluntad El mismo nos arrebataría lo que nos dio, o sea el libre albedrío. Y para no tener que hacer eso, fue necesaria la variedad de medicinas.

No en vano hemos entrado en esta discusión, sino por pedirlo el variado y sabio proceder de Pablo. Para que cuando lo veas que huye de los peligros no lo admires menos que cuando se goza en exponerse a ellos: ¡lo primero es propio de la prudencia, esto otro lo es de la fortaleza! Y cuando lo oigas decir de sí grandes cosas lo admires igualmente que cuando lo veas despreciarse a sí mismo: ¡esto es propio de la humildad, aquello otro de la magnanimidad! ¡Admíralo cuando lo veas que se gloría, pero igualmente alábalo cuando lo oyes decir de sí cosas humildes y despreciables! Porque aquello está exento de arrogancia y esto está lleno de amor y de benevolencia. Pues todo lo hacía para la administración de la salud de muchos; por lo cual dice: ¡Porque si hacemos el loco es por Dios y si mostramos juicio y sabiduría es por vosotros!6

Ningún otro tuvo tantas no diré ocasiones sino necesidades de mostrarse arrogante, ni hubo otro alguno que estuviera tan limpio de jactancia. Considera esto con ánimo más atento: La ciencia, dice, hincha. (7) Esto también nosotros lo diríamos con facilidad, como él. Pero, en él había tanta ciencia como en ningún otro ha habido, y sin embargo no se elevó a la insolencia; sino que por eso mismo se humilla y deprime, y dice: ¡En parte conocemos y en parte profetizamos! (8) Y luego: ¡No creo haber alcanzado (la perfección). (9) Y también: ¡Si alguno cree saber algo, aún no sabe lo que conviene saber. (10) Porque también el ayuno hincha, como lo manifestó el fariseo que dijo: ¡Yo ayuno dos veces por semana! (11) En cambio Pablo, no solamente ayunando sino sufriendo hambres por Cristo, se llamaba a sí mismo hijo abortivo.

Pero ¿para qué referirme a la ciencia y al ayuno, cuando aun teniendo tan alta y frecuente comunicación con Dios, cuanta no tuvo ninguno de los profetas ni de los apóstoles, por ella misma se tornaba más humilde? ¡Ni me alegues lo que acerca de eso hemos leído! Porque fueron muchas más las cosas que ocultó, y no dijo todas las que tenía, para no verse envuelto en una gloria mayor. Pero tampoco las calló todas para no abrir contra sí las bocas de los pseudoapóstoles. Porque nada hacía en vano, sino con muy justa causa y razón. Y con tanta razón hacía tantas y tan diversas y contrarias cosas, que por todas partes se le colmaba de alabanzas. Nótalo bien, ahora que lo vamos a explicar más claramente.

¡Grande virtud es no hablar de sí cosas grandes! Pero Pablo lo hacía con tan grande rectitud y oportunidad, que merecía más alabanza cuando hablaba de sí que cuando callaba. Y si esto no hubiera hecho y de esa manera, sería más culpable que los que han aprendido a alabarse inoportunamente. Si no se hubiera gloriado habría perdido a todos aquellos que le habían sido encomendados; y al humillarse a sí mismo habría ensalzado las cosas de sus adversarios. Así, sabía él usar en todas partes de la oportunidad y hacer con recta intención y prudencia las cosas que a primera vista parecen reprobables; y lo hacía con tanta utilidad, que no menos complacía que cuando cumplía con las cosas que estaban mandadas. Porque más agradó Pablo gloriándose que cualquiera otro ocultando sus méritos; y nadie llevó a cabo tantas cosas buenas ocultando sus méritos, como Pablo declarando los suyos. Y esto es, en verdad, lo más admirable: que no solamente habló de sí, sino que lo hizo únicamente en cuanto eso tenía alguna utilidad.

Porque no se tomó una libertad excesiva, como quien aprovecha una ocasión oportuna de usar de sus propias alabanzas, sino que tuvo en cuenta hasta dónde convenía adelantarse en eso. Ni le bastó. Sino que a fin de no viciar a otros y hacer con su ejemplo que vanamente se predicaran a sí mismos, se llamaba necio al tocar sus alabanzas, a pesar de que las tocaba sólo cuando el asunto lo requería. Porque era obvio que otros al oírlo se dejaran llevar de su ejemplo vana y temerariamente. Cosa que con frecuencia les sucede a los médicos. Muchas veces la medicina que uno oportunamente aplicó, el otro, por aplicarla inoportunamente, le echa a perder su virtud, y la hace desmerecer. Pues a fin de que esto no sucediera, advierte cómo, habiendo de gloriarse, usa de tan grande cuidado. Porque, habiendo de gloriarse, no una, ni dos, sino muchas veces lo difiere y duda y dice: ¡Ojalá soportéis un poco de mi demencia! (12) Y luego añade: ¡Lo que voy a decir no lo digo según Dios sino como en locura! ¡En aquello en que cualquiera ose gloriarse, en locura lo digo, también osaré yo! (13) Y tras de haber dicho todo eso, aún no le bastó, sino que, teniendo de nuevo que embarcarse en sus alabanzas, se oculta y dice: ¡Conozco a un hombre…! (14) Y más aún: ¡En tales cosas me gloriaré, pero no en mí mismo! (15) Y, después de todo, añade: ¡He hecho el loco! ¡vosotros me habéis obligado!

¿Quién, pues, quién será tan necio e insensato y loco que viendo a este santo dudoso y temeroso de decir de sí alguna cosa grande, a pesar de que tan urgente necesidad se presentaba; y que a la manera de un corcel que habiendo llegado hasta la orilla de un precipicio horrendo, repetidas veces se retrae y se aparte de él; y todo eso al tiempo en que Pablo lo iba a hacer con inmenso provecho de los demás; quién, repito, será tan necio que no huya de sus propias alabanzas con mayor cuidado aún, y solamente toque algo de ellas cuando fuere oportunísimo y la ocasión lo exija? ¿Quieres que te muestre otro caso semejante de Pablo? Porque es cosa del todo admirable que no se contentaba con el testimonio de su propia conciencia, sino que además enseñaba la regla según la cual debemos proceder en semejante asunto; y no sólo cuidando de su defensa por causa de la necesidad y la ocasión, sino además enseñando a los otros con cuánta precaución, cuando el tiempo lo pide, ni han de huir de alabarse ni tampoco hacerlo inoportunamente.

Puesto que por esas cosas que dijo, declaró equivalentemente también esto otro: Grande mal es decir uno de sí mismo algo grande y admirable, y cosa propia de locura extremada el querer ensalzarse con las alabanzas propias cuando los asuntos no lo exigen con grave necesidad. Porque esto no es hablar según Dios; sino que más bien es señal de locura, ya que nos priva de todo el premio que con tantos sudores y trabajos hemos andado buscando. Porque todo esto y más aún parece haber dicho a todos cuando ensalzó sus alabanzas propias, aunque lo hiciera por necesidad. Y mayor cosa es aún que, aun exigiéndolo la necesidad, no echó todo al público; sino que las cosas más altas y numerosas, las ocultó. ¡Vengo, dice, a las visiones y revelaciones del Señor! ¡Pero me abstengo para que nadie juzgue de mí por encima de lo que en mí ve u oye de mí! (16)

Esto dijo, enseñando a todos que, ni aun existiendo la necesidad, expongamos en público todo lo que de nosotros sabemos, sino solamente las cosas que sean de utilidad común para los oyentes. Puesto que también Samuel… ¡Porque nada tiene de inconsecuencia el que traigamos a la memoria a este santo, ya que sus alabanzas pueden acarrearnos algún provecho! Así pues: también aquel santo en alguna ocasión se glorió, y profirió sus propias buenas obras. Pero, pregunto yo, ¿cuáles fueron ellas? ¡Las que convenía que los oyentes conocieran! Porque no se extendió sobre su prudencia largamente, ni sobre su humildad, ni de cómo sabía olvidar las injurias, sino ¿sobre qué? Sobre aquello que entonces más convenía que supiera el rey: ¡sobre la justicia y sobre tener las manos limpias de dones!

Y también David al gloriarse se gloría de aquellas cosas que pueden enderezar los pasos del oyente. Porque no trajo a la memoria otra virtud suya, sino que habló del oso y del león y nada más. (17) Puesto que el hablar más altamente de sí es propio del vanidoso y del que insolentemente se jacta; mientras que decir sólo aquello que ha de aprovechar al negocio presente, es propio de quien tiene caridad y se preocupa por el provecho de la multitud. Y esto fue lo que hizo Pablo. Como los pseudo-apóstoles murmuraran de él, como si no fuera apóstol aprobado, ni tuviera de parte de Cristo potestad alguna, a causa de las falsas calumnias se vio obligado a lanzarse a las propias alabanzas, que principalmente comprobaban su dignidad de apóstol.

¿Ves, pues, de cuántas maneras enseñó al oyente a no vanagloriarse? En primer lugar, declarando haberlo hecho él obligado de la necesidad. En segundo lugar, llamándose a sí mismo, a pesar de todo, insensato, y temperando sus alabanzas con muchas excusas. En tercer lugar no echando en público todas las cosas, sino omitiendo las más grandes, y esto precisamente cuando se veía obligado a alabarse por la necesidad. En cuarto lugar, diciendo en persona de otro conozco a un hombre. . En quinto lugar, no trayendo al medio todas sus virtudes sino solamente aquella parte que entonces el tiempo exigía. Y no se mostraba así únicamente en lo de gloriarse, sino también cuando tenía que mostrarse alterado era lo mismo.

Porque también injuriar al hermano es de las cosas prohibidas. Mas también esto usó de tal manera, tan oportuna y tan debidamente, que fue por ello apreciado más aún que por lo que de sí alababa. Así llama a los gálatas, insensatos; a los cretenses, vientres perezosos y malas bestias; y con todo, por esto mismo es alabado. Porque así nos daba el término y regla para no tratar con blandura a quienes descuidan cumplir con la voluntad de Dios, sino usar con ellos de un lenguaje un tanto más hiriente. Puestas están en él las medidas de todas las cosas; y por esto, a la verdad, es alabado en lo que dice y en lo que hace, cuando se irrita y cuando alaba, cuando acusa y cuando trata con suavidad, cuando se humilla y cuando se enaltece, cuando se gloría y cuando se llama miserable.

Pero ¿por qué ha de ser cosa admirable que tanto la injuria como el insulto motiven la alabanza, cuando así en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, han motivado alabanza el asesinato, el dolo y el engaño? (18) Considerando, pues, diligentemente y con atención estas cosas, admiremos a Pablo y glorifiquemos a Dios, a fin de que también nosotros consigamos los bienes eternos, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén. (19)


(1) 1Co 5,31.

(2) 1Co 6,3.

(3) Como se ve, aquí el santo Doctor, al decir "antes de la gracia", en tiende de las gracias gratis datas que luego se siguieron; pero en ninguna manera quiere decir que Pablo obrara sin necesidad de la gracia.

(4) Ac 9,22-26.

(5) Os 12,10.

(6) 2Co 5,13.

(7) 1Co 8,1.

(8) 1Co 13,9.

(9) Ph 3,13.

(10) 1Co 8,2.

(11) Luc. XVIII, 12.

(12) 2Co 11,1-2.

(13) 2Co 11,17.

(14) 2Co 11,17-21.

(15) Ibid.

(16) Ibid.

(17) 1S 17,34.

(18) Se refiere el Crisóstomo a diversos casos de muertes como la que dio Finés a los adúlteros (NM 25,7-8); el dolo de Judit contra Holofernes (Jdt 11 ss.), etc.: casos justificados por motivos de orden superior, aunque aquí el santo no lo explica.

(19) La forma de acabar esta Homilía parece indicar, por el corte abrupto, que le urgía al santo poner término a su discurso: tal vez iba a predicar en seguida San Flaviano.


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XL HOMILÍA sexta en honor del santo apóstol PABLO.

¿QUERÉIS, AMADÍSIMOS, que en el día de hoy, dejando a un lado los grandes y maravillosos hechos de Pablo, traigamos al medio aquellas cosas que algunos juzgan como si fueran cierta mancha? ¡Porque encontraremos que éstas, no menos que aquellas otras, lo hacen preclaro y excelente! ¿Qué es, pues, lo que parece contener alguna mancha? ¡Algunas veces, dirás, pareció temer los azotes! Porque a la verdad así pareció cuando los soldados le prepararon expeditas las correas! Ni solamente entonces, sino también allá en la casa de la vendedora de púrpura, cuando se defendió de los que lo querían llevar prisionero. Porque haciendo eso no hacía otra cosa que preparar su defensa, y proveía, si acaso podía escapar de estas ocasiones, para no caer en otras.

¿Qué responderemos a esto? ¡Que nada como esas mismas cosas declaran su grandeza y lo hacen admirable! Es a saber: que teniendo tal alma, no atrevida ni neciamente precipitada, y un cuerpo tal que cedía a los azotes y temblaba de las correas, con todo, a la par de las Virtudes incorpóreas, despreció todo lo que parece terrible, cuando la ocasión lo exigió. Así pues: cuando lo veas que, extendido para los azotes, teme, acuérdate de aquellas palabras por las que traspasó los cielos y compitió con los ángeles: ¿Quién nos arrebatará el amor de Cristo? ¿la tribulación o la angustia o la persecución o el hambre o la desnudez o el peligro o la espada? (1) Y acuérdate también de aquellas otras, en las que declara ser cosa de nada todo cuanto padece: Pues la ligera y momentánea tribulación nos prepara un peso eterno de gloria incalculable, y no ponemos nosotros los ojos en las cosas visibles sino en las invisibles. (2)

Añade a esto las cotidianas tribulaciones. Más aún: las muertes de cada día. Y considerándolas, admira a Pablo y deja de desesperar de ti mismo. Porque esas cosas que parecen debilidades de la naturaleza, son el mayor indicio de su virtud; puesto que se mostraba tal, a pesar de que se veía atormentado por infinitas necesidades. Porque a muchos la enormidad de los peligros les hizo concebir acerca de él esta sospecha: que era tan grande porque marchaba por encima de las fuerzas naturales y ya fuera de las leyes de la naturaleza. Pero permitía Dios que fuera atribulado, para que tú aprendieras que, siendo él uno de tantos por su naturaleza, en cambio por la energía de su voluntad no solamente estaba sobre muchos de los hombres, sino que era uno de los ángeles. Con la misma alma y con el mismo cuerpo que tú, toleraba miles de muertes, despreciaba las cosas de este mundo y tenía en poco los acontecimientos futuros. Por lo cual decía aquellas maravillosas palabras y para muchos increíbles: ¡Porque desearía yo mismo ser anatema por mis hermanos, mis deudos según la carne! (3)

Luego sí es posible cumplir con los mandamientos divinos, con tal de que queramos nosotros vencer esforzadamente, mediante la virtud, todo el temor de la naturaleza. Nada hay imposible de cuanto Cristo ordena a los hombres. Si queremos aprovechar todas las energías que tenemos, también Dios nos dará su auxilio máximo; y de este modo, aunque concurran en nosotros todas las cosas contrarias, nos conservaremos seguros e intactos en medio de los peligros. Por otra parte, ningún reproche merece eso de temer los azotes; sino el hacer, por temor de los azotes, algo indigno de la piedad. Porque por lo mismo de temer los azotes aquel que, con todo, no se deja vencer en la pelea, es más admirable que aquel que no los teme. Puesto que más resplandece la virtud en éste, ya que venció lo que temía.

¡El temer los azotes es cosa natural! Pero el no hacer nada inconveniente por temor de los azotes, eso es propio de la voluntad que auxilia y endereza a la naturaleza débil y que supera con su virtud aquella debilidad. Del mismo modo, estar triste no es culpa ninguna; pero sí el hacer o decir algo de lo que a Dios desagrada, a causa de la tristeza. Si yo alegara que Pablo no fue un hombre, con razón me opondrías tú esas debilidades de la naturaleza, para poder refutar mi discurso. Pero si yo mismo te digo y pruebo que fue un hombre, y que no fue más excelente que nosotros por lo que mira a la condición de la humana naturaleza, en vano me opones esas cosas. O más bien: no en vano sino enteramente en favor de Pablo, y sobre todo por aquí mismo declaras cuánto fue excelente, puesto que viviendo en tal naturaleza pudo en cierto modo elevarse sobre la naturaleza.

Pero, con eso, no solamente lo engrandeces a él, sino que además cierras las bocas de los desidiosos que se entregan a la pereza y no les permites acudir a refugiarse en la eminencia de la naturaleza de Pablo, sino que los obligas e impeles al fervor de la voluntad.

Pero dirás que también alguna vez temió la muerte. Sí, mas esto también es propio de la naturaleza; y con todo, ese que temió la muerte, decía: ¡Porque mientras estamos en este tabernáculo, gemimos oprimidos! (4) Y también: ¡Gemimos dentro de nosotros mismos…! (5) ¿Ves cómo puso el contrapeso de la virtud delante de la debilidad natural? Porque también muchos mártires, al ser conducidos a la muerte, palidecieron y se llenaron de terror y temblor. Pero precisamente por esto comprueban ser admirables: puesto que esos mismos que habían temido a la muerte, con todo, no la rehuyeron por Cristo. Del mismo modo Pablo, aunque temía la muerte, no rehuía ni aun el infierno; y aunque temía la muerte, por amor a Cristo deseaba ardientemente morir.

Y no solamente él fue así; sino también el que fue cabeza de los apóstoles, y que dijo muchas veces encontrarse preparado para dar su vida por Cristo, temió grandemente la muerte. ¡Oye, pues, lo que acerca de esto le dice Cristo! ¡Cuando llegues a ser anciano otro te ceñirá y te conducirá a donde tú no quieres! ,6 indicando con esto la debilidad de la naturaleza y no de la voluntad. Porque la naturaleza manifiesta su modo de ser aun contra nuestro querer; y sus deficiencias no las podemos superar aunque mucho y fervorosamente lo queramos. Ni ponemos culpa en eso, porque en nada nos daña. Más aún: por eso mismo somos dignos de admiración. Porque no es crimen ninguno temer la muerte. Al contrarío: ¡cuán grande alabanza es para ti el que, aun temiendo la muerte, no sufras el hacer algo torpe o vil a causa de ese temor! ¡Lo culpable no es tener una naturaleza sujeta a debilidades, sino ser esclavos de esas debilidades! ¡De manera que con razón se tiene por grande y admirable a quien supera con su virtud las debilidades de la naturaleza!

Porque con eso mismo ese tal demuestra cuánto es el poder de la voluntad libre; y cierra las bocas de los que dicen: "¿por qué no hemos sido hechos buenos por naturaleza? ¿por qué no hemos sido engendrados con una virtud connatural?" Pero ¿qué importa ser por naturaleza lo que podemos ser por la energía de la voluntad? ¡Más aún: tanto es mejor ser voluntariamente buenos que no serlo por el natural, cuanto es más excelente el ser honrados con coronas y altísimas alabanzas a no merecer nada! Dirás que la naturaleza es firme. Pero si quieres tener una voluntad fuerte y robusta, esto resulta más firme que la naturaleza. ¿No te has fijado en que los cuerpos de los mártires han sido destrozados y ceden al hierro, mientras que en nada cede ni es vencida la voluntad?

¿No te has fijado en Abrahán, quien superó con su voluntad los impedimentos de la naturaleza, cuando le fue mandado que inmolara a su hijo Isaac, ocasión en que en cierto modo la naturaleza hubo de ceder a la voluntad que era más fuerte que ella? ¿No te has fijado en que lo mismo aconteció a los tres jóvenes del horno? ¿No has oído aquel antiguo y secular proverbio que dice que la costumbre hace una segunda naturaleza? ¡Pues yo diría que aún hace una primera, como lo demuestra lo que antes dijimos! ¿Ves cómo es posible poseer la firmeza de la naturaleza si la voluntad es fuerte y vigilante? ¿Ves cómo es digno de mayor alabanza el que quiere ser bueno que quien es obligado a serlo? Y así, cuando dice Pablo: Castigo mi cuerpo y lo reduzco a servidumbre, porque temo no sea que mientras predico a otros yo caiga en reprobación, (7) entonces es cuando yo lo honro sobre todo con los merecidos elogios, al ver que no ha logrado la virtud sin trabajo; y esto a fin de que los que habían de venir después no sacaran de su facilidad para el bien un argumento en favor de la desidia.

Y cuando en otra ocasión dice: ¡Estoy crucificado al mundo!, yo pongo una corona a su voluntad. Porque puede, ¡puede! repito, la virtud de la voluntad imitar la firmeza de la naturaleza. Y si traemos al medio a este Pablo, imagen ideal de la virtud, observaremos que los bienes que tenía por el esfuerzo de su voluntad, cuidó de injertarlos honda y firmemente en la naturaleza. Se dolía de ser azotado, pero despreciaba los dolores no menos que las Potestades incorpóreas, como puede advertirse por sus mismas palabras, que no parecen salidas de una naturaleza como la nuestra. Porque cuando dice: ¡El mundo está crucificado para mí y yo para el mundo!; (8) y también cuando dice: ¡Pero ya no vivo yo, sino que vive en mí Cristo!, (9) ¿qué otra cosa querrá decir sino que al parecer ha salido del cuerpo a causa de la virtud? Y ¿qué le concede a la carne cuando afirma: ¡Fueme dado el aguijón de mi carne, el ángel de Satanás!? (10) ¡Esto no es otra cosa que demostrar cómo desprecia el dolor que siente en el cuerpo; no porque ese dolor no le llegue al alma, sino porque con la firmeza de la voluntad lo aleja y despide de sí.

Pues qué, cuando dice otras cosas, y más admirables que éstas, y se alegra de ser azotado, y se gloría de sus cadenas, ¿acaso afirma algo diverso de lo que ya tengo dicho? Es a saber que al clamar: ¡Castigo mi cuerpo y lo reduzco a servidumbre, porque temo no sea que mientras predico a otros yo quede reprobado, muestra la debilidad de la naturaleza; y por lo que llevo declarado muestra la nobleza de la voluntad! Pues por esto se dijeron ambas cosas: para que ni por aquellas grandezas lo juzgues de naturaleza distinta y así desesperes de alcanzar la virtud, ni por estas pequeñeces vayas a reprender aquella santa alma; y que echando fuera de ti la desesperación por tal motivo, cobres mejores esperanzas. Y por esto añade luego lo que confiesa ser propio de la gracia, y por cierto acumulándolo y exagerándolo; o más bien no exagerándolo, sino mostrándose agradecido, a fin de que pienses que nada es propio de él. Pero añade también lo que es propio de su voluntad, a fin de que no le dejes todo a Dios y te entregues al sueño y a roncar.

Porque encontrarás en Pablo la regla y la medida para todas las cosas. ¿Dirás que también alguna vez maldijo al herrero en bronce, de nombre Alejandro? Pero esto ¿qué tiene de vicio? Porque no fue con lenguaje de ira sino más bien de dolor, nacido de la injuria que se hacía a la verdad; puesto que no se dolía por lo que le tocaba, sino porque el otro se resistía a la predicación: Porque en gran manera, dice, ha resistido (y no dice a mí, sino) a nuestras palabras(11) Para declarar por una parte su cariño a la verdad, y por otra consolar no solamente a aquel a quien escribía, sino también a sus discípulos. Y como era natural que todos se escandalizaran, por eso lo dijo. Pero también al que había resistido a Dios lo conminó con la venganza; y rogó al Señor contra otros, como cuando dijo: Pues es justo a los ojos de Dios retribuir con tribulaciones a los que os atribulan. (12) Pero no lo hizo por el deseo de que aquéllos fueran castigados, sino para consolar a quienes eran atribulados. Y por esto añade: Y a vosotros, atribulados, (retribuir con) descanso en compañía nuestra. (13)

En cambio cuando algo padece, oye con cuan alta sabiduría y paciencia discurre y vuelve bien por mal a sus enemigos: ¡Afrentados, bendecimos; y perseguidos, lo soportamos; y difamados, consolamos! (14) Y si acaso las cosas que ha dicho o hecho en contra de otro por alguna ocasión, las tomas como fruto de la ira, tendrás que decir que también aquel mago Elymas fue cegado y corregido por ira y con injuria; y has de exclamar que también Ananías y Zafira fueron muertos por Pedro a causa de la ira. Pero ¿quién hay tan estulto e insano que se atreva a sospechar esto? Encontraremos además otras muchas cosas de Pablo, que parece haberlas dicho o hecho pesadamente. Pero precisamente son las que demuestran su modestia. Porque cuando entregó a Satanás al hombre aquel de Corinto que había fornicado, lo hizo con suma caridad y con un ánimo lleno de amor; lo cual se manifiesta claramente en su segunda carta. Y cuando amenaza a los judíos y dice: ¡La ira de Dios está para llegar hasta ellos!, (15) lo hace no repleto de ira (puesto que lo oyes continuamente rogando por ellos), sino con el deseo de atemorizarlos y hacerlos más prudentes.

Pero dirás: al sacerdote le hizo grave injuria, cuando le dijo: ¡Te herirá el Señor, pared blanqueada! (16) Sabemos que algunos, queriendo justificar este pasaje ¡lo han interpretado de una profecía! ¡No culpo a los que lo afirman, porque en verdad así sucedió y así murió aquel sacerdote! Pero si se nos presenta algún enemigo más agudo en su discurso e insta de nuevo en la cuestión y dice que si eso era una simple profecía ¿por qué Pablo luego se excusaba de haberlo dicho, al afirmar?: No sabía yo que era el sumo sacerdote (17) le contestaremos que, enseñando e instruyendo a otros a portarse de un modo reverente con los que mandan, procedía Pablo al modo de Cristo. Porque Cristo habiendo dicho contra los Escribas y Fariseos lo decible y lo indecible, (18) sin embargo añadió: Sobre la cátedra de Moisés se sentaron los Escribas y los Fariseos: haced, pues, todo lo que os dijeren, pero no hagáis conforme a sus obras. (19) Pues del mismo modo procede aquí Pablo: mostró reverencia al Pontífice, pero al mismo tiempo predijo de antemano lo que había de suceder.

Cuanto a que separó a Juan de su compañía, (20) rectísimamente lo hizo, por motivo del común oficio de predicar. Porque quien toma este oficio no ha de ser un hombre débil e irresoluto, sino al revés firme y resuelto a todo. Puesto que este oficio preclaro nadie debe ni siquiera tocarlo a no ser que se prepare a entregar su alma a la muerte millares de veces y a todos los peligros. Pues dice el mismo Señor: El que quiera venir en pos de Mí, niegúese a sí mismo, tome su cruz y sígame. (21) De manera que quien no es así, a muchos otros pierde con su ejemplo, y es cosa más útil que no se mueva, y que solamente cuide de sí que no salir al medio y tomar una carga superior a sus fuerzas: entonces no solamente aprovechará a sí mismo, sino que será provechoso para la salud de otros muchos que le están encomendados.

Y ciertamente ¿cómo no ha de ser absurdo que quien no sabe el arte de pilotear y luchar contra las olas, aunque miles de circunstancias lo aprieten, con todo, elija sentarse al timón; mientras que el que se entrega al oficio de predicar, con simplicidad y a como salga se acerque a él y tome sobre sí, sin la menor reflexión, el cuidado de infinitas cosas? Porque ni el piloto, ni el que lucha contra las fieras ni el destinado a los juegos gladiatorios necesita tener el ánimo hecho a la muerte y estar preparado para ella, como el que toma sobre sí el oficio de predicar. Acá los peligros son mayores y los enemigos más crueles, y además hay que afrontar la muerte por cosas que son de sumo interés. Y no amenaza un solo género de muerte, ni hay otra parte alguna en que se haya de combatir en condiciones semejantes. Porque aquí se nos propone como premio el cielo y como castigo la gehenna; es decir la eterna salvación o la condenación eterna del alma.

Pero no solamente aquel que se dispone para la predicación conviene que esté así preparado, sino todos, aunque sólo se trate de un cristiano; porque a todos se les ordena tomar la cruz y seguir a Cristo. Pero si a todos, mucho más a los Doctores y Pastores del pueblo; de cuyo número era aquel Juan por ese tiempo: ese Juan a quien se le llama también Marcos. A éste, pues, porque puesto en el frente mismo del escuadrón se portaba menos varonilmente, con razón Pablo lo rechazó; para que no sucediera, por su ejemplo, que las fuerzas de los demás, como con un contagio, se enervaran. Y Lucas refiere que tuvo lugar entre ellos una especie de contienda; pero no imagines que esto constituyó un delito. Porque lo malo no es conmoverse pasionalmente, sino conmoverse irracionalmente, y conmoverse sin que lo exija ningún justo negocio. Porque la ira injusta, dice, no se justificará. (22) De manera que no se culpa simplemente a la ira, sino a la ira injusta. Y dice también: El que se irritare contra su hermano sin motivo… , (23) y no simplemente el que se irritare. Y el profeta a su vez: ¡Encolerizaos y no queráis pecar! (24)

Y si acaso es necesario no dejar que se explaye este afecto, ni aun cuando la ocasión lo exija, me parece que en vano se le habría dado a la naturaleza. Pero, a la verdad, no en vano se la dio nuestro providente Creador, sino a fin de sacar de su desidia e inercia a las almas irresolutas. Porque a la manera que a la espada el filo, así a nuestro corazón le impuso el filo de la ira, para que lo usemos a su tiempo oportuno. Por esto Pablo usó con frecuencia de este afecto; y resultaba que cuando más se irritaba era cuando más lo echaban de menos y lo deseaban aquellos que con modestia procedían; porque todo lo hacía a sus tiempos debidos y oportunos y en bien del Evangelio. La suavidad no es buena sencillamente, sino cuando la ocasión la pide; pero cuando la ocasión no la pide, incluso es un vicio y también la ira se convierte en contumacia.

Todo esto no lo he dicho por defender a Pablo, puesto que él no necesita de nuestro discurso; su alabanza no procede de los hombres sino de Dios. Lo he dicho para enseñar a los oyentes a usar de todos los afectos en su oportunidad, como ya antes lo declaré. Así podremos obtener de todos lados incrementos de gracias espirituales, y llegar segurísimos al puerto y con grandes riquezas, y conseguir las coronas indeficientes. Las cuales ojalá nos acontezca a todos merecer por gracia y misericordia de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.


(1) Rm 8,35.

(2) 2Co 4,17-18.

(3) Rm 9,3.

(4) 2Co 5,4.

(5) Rm 8,23.

(6) Jn 21,18.

(7) 1Co 9,27.

(8) Ga 4,14.

(9) Ga 2,20.

(10) 2Co 12,7.

(11) 2Tm 4,14-15.

(12) 2Th 1,6.

(13) 2Th 1,7.

(14) 1Co 4,12.

(15) 1Th 2,16.

(16) Ac 23,3.

(17) Ibid.

(18) Expresión helena que significa todo lo que puede decirse, literalmente lo decible y lo indecible: ¿tjra nal aggr¡va.

(19) Mt 23,2-3.

(20) Ac 15,38.

(21) Mt 16,24.

(22) Si 1,21.

(23) Mt 5,22. El santo sigue aquí la lectura con eixfj, o sea, sin razón, injustamente.

(24) Ps 4,5 Ep 4,20.



Homilias Crisostomo 2 39