Homilias Crisostomo 2 46

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XLVI HOMILÍA segunda encomiástica en honor del santo mártir ROMANO.

Dudan algunos de la autenticidad de esta Homilía a causa de que el estilo no parece el propio del Crisóstomo: es redundante en inoportunos tropos y un tanto extraño y lleno de exclamaciones como el de la Homilía en honor de San Basso. Y dicen que tal vez la predicó algún presbítero antioqueno que alternaría con el Crisóstomo en la cátedra sagrada, y a continuación del cual habló el obispo Flaviano.

LAS PALESTRAS FORTIFICAN LOS CUERPOS y confieren habilidad en el arte del atletismo. En cambio, el recuerdo de los mártires arma a las almas contra las artes de los demonios y las entrena para los combates contra ellos. Porque pone en público el esfuerzo atlético y la lucha continua contra los azotes, y despierta y anima a la piedad; y la narración de sus padecimientos nos propone, como en un estadio, la pista tendida y recorrida por cada uno de los mártires. ¡Y tal es la memoria del atleta que hoy fue coronado! Porque ¿quién no saldrá valientemente al estadio a luchar contra el demonio, una vez que haya entrenado su alma mediante la memoria de las luchas del mártir, al que tan grande cantidad de peligros en absoluto no conmovió? En aquel tiempo, una inmensa tiranía de impiedad danzaba en todo el mundo; y la vida de los hombres semejaba un mar conmovido desde sus profundidades y cuyas olas se arrojaban sobre la tierra en triples encrespamientos, de los que el último

era el más poderoso; y la vehemente tormenta de la impiedad se echaba encima de la nave de la piedad: tempestad en la que muchos de los pilotos perecían y un pequeño número de navegantes quedaban hundidos, y todas las regiones estaban llenas de naufragios y de horrendos temores. Los reyes soplaban con mayor ímpetu la tempestad, los tiranos producían temibles oleajes, se ponían en conmoción los tribunales de los magistrados; y los jueces promulgaban que se había de renegar de Jesucristo, y los legisladores amenazaban con terribles suplicios, y los hombres eran arrastrados a los sacrificios en honor de los demonios, y las mujeres a las abominaciones de los altares y a los simulacros, y a la misma locura eran empujadas las vírgenes, y los sacerdotes eran expatriados o amenazados con destierros y muertes, y los fieles eran sacados de los sagrados edificios.

Para un tan grande combate se armaba el mártir, y se enfrentaba con tan enormes peligros; y aquella campaña le parecía una sombra de certamen y se burlaba; y como si puesto en la plataforma del estadio despreciara a los príncipes con su fe, como si fueran simple polvo, de esa manera excitaba el ánimo del que entonces hacía de juez; y con esto lo refrenaba al tiempo en que aquél se preparaba para asaltar a la Iglesia. Por este motivo aquel varón generoso fue arrastrado de pronto al suplicio y se prepararon contra él varios géneros de tormentos. Pero el mártir era semejante a una cítara pulsada con el plectro de los tormentos y que así emitía su sonido. Los verdugos lo rodeaban, lo golpeaban y le herían su cuerpo; pero él, a la manera de un tímpano de bronce, al ser golpeado producía el canto de la piedad. Lo desgarraban suspendido en el ecúleo, pero él abrazaba el ecúleo como si fuera el árbol de la vida. Le destrozaban las mejillas a la manera de los costados del justo; (1) pero él, como si hubiera adquirido muchas bocas, así multiplicaba sus preces Yavérgonzaba al adversario con cada derrota que le infligía.

Y como viera que los jueces lo provocaban al culto de los demonios, pidió que le llevaran de la plaza un pequeñuelo que hiciera de juez justo acerca de las cosas sobre que el juez le interrogaba. Habiéndole pues llevado uno de los niños, él lo interrogó acerca de las cuestiones que entonces se traían entre manos: "¡Oh hijo! le dice: ¿es justo que sea adorado Dios o que lo sean los que éstos llaman dioses?" Grande, en verdad, fue la excelencia de la sabiduría de este mártir. ¡A un niño lo constituyó juez de su juez! Y el niño al punto dirimió la cuestión en favor de Cristo; a fin de que los infantes se mostraran más sabios que los jueces que impíamente procedían: más aún, con el objeto de que no solamente el mártir apareciera verdadero mártir, sino además maestro y admonitor de los mártires. Con todo, ni aun esto echó por tierra la rabia del juez, sino que al punto fue el mártir arrastrado hacia el ecúleo juntamente con el infante. Y al suplicio del ecúleo se seguía el de la cárcel; y al de la cárcel, la sentencia del juez que señalaba a los atletas los varios castigos: ¡al niño lo condenó a muerte y al mártir en cambio a que le sacaran la lengua!

¿Quién ha oído semejante género de juicio? Los jueces azotan a los reos para obligarlos a confesar lo que saben. Pero este juez de la iniquidad hizo cortar la lengua al mártir, con el fin de obligarlo a callar lo que sabía. ¡Oh invención ingeniosa del arte del malvado! "¡No he podido, se dijo, derribar al alma que una vez ha tomado sabor a las cosas de Cristo! ¡Pero a lo menos arrancaré la lengua del que habla de Cristo!" ¡Corta, oh tirano, la lengua, a fin de que conozcas que la naturaleza, aun sin la lengua, se vuelve elocuente para testificar a Cristo! ¡Extirpa de la boca la lengua para que conozcas ser veraz Aquel que prometió el don de lenguas! Porque fue extirpado el instrumento de la lengua, pero la palabra brotaba con mayor fuerza aún, como si la lengua le hubiera sido impedimento del cual se encontrara ya libre. ¡Espectáculo nuevo y admirable! ¡Un hombre, hecho de carne, a otros hombres hechos también de carne, les habla sin lengua de carne!

Conviene, por lo mismo, a este mártir la palabra del profeta : ¡Nuestra boca se ha llenado de alegría y nuestra lengua de gozo! (2) Se llenó de gozo su boca porque ofrecía a Cristo la lengua, con un nuevo género de sacrificio; y con todo, la lengua estaba repleta de alegría a la manera de un mártir que corre y se adelanta al martirio. ¡Oh lengua que se adelantó al alma misma a entrar en los ejércitos de los mártires! ¡Oh boca que engendró dentro de sí a ese otro mártir oculto! ¡Oh lengua a la que sirvió la boca de altar! ¡Oh boca a la que sirvió la lengua de víctima! ¡Ignorábamos, oh mártir generoso, que tenías un templo en tu boca! ¡templo en el que, como a una oveja consanguínea tuya, sacrificaste tu lengua!

Pues ¿qué orador podrá enaltecer dignamente con alabanzas tus virtudes? ¡Recibiste de la naturaleza tu lengua, pero tú la educaste para el martirio! ¡recibiste la boca como defensa de tu lengua, pero tú la hiciste altar de tu lengua! ¡recibiste ese plectro para hablar, pero tú una vez cortada la lengua, la exhibiste como una espiga fecunda! ¡recibiste la lengua como instrumento de la palabra, pero tú la ofreciste como cordera inmaculada en sacrificio a Cristo! Pues ¿con qué palabras que sean dignas declararé el decoro de tu boca? ¿con qué palabras podré glorificarla? ¡Le acercaban los verdugos el hierro, pero ella no se resistía, como lo hiciera Isaac; (3) sino que permaneciendo quieta en la boca, esperaba con deleite la herida; y enseñaba que, por Cristo, las lenguas de los hombres no solamente debían hablar sino también ser arrancadas. ¡Obtuviste el mismo sacrificio que el Patriarca, oh mártir generoso, cuando en vez del hijo unigénito ofreciste en sacrificio el germen único de tu lengua! ¡Justamente Cristo plantó de nuevo en ti otra lengua, porque te encontró buen cultivador de la primera! ¡Bellamente te dio otra lengua no de carne, porque para efectos angélicos no convenía la de carne! ¡rectamente te devolvió ese pago por tu lengua! ¡Porque tú entregaste a rédito tu lengua a Jesucristo para que El la sacrificara; pero El, a su vez, te devolvió como rédito la voz necesaria para la elocuencia! ¡Se verificó un intercambio entre tu lengua y Jesucristo, cuando por Jesucristo ella fue cortada y ahora Cristo habla por ella!

¿Dónde está ahora aquel Macedonio, que alzó guerra contra el Espíritu Santo en aquello de que había El concedido el don de lenguas? ¡Y de que no miento al atribuir a la divinidad del Paráclito los dones carismáticos, me es testigo el bienaventurado Pablo, quien en este momento satisface vuestro deseo de oír con estas palabras: ¡Todas estas cosas las obró el único y solo Espíritu, repartiendo a cada uno como le parece! (4) ¡Como a Él le parece, dice el bienaventurado Pablo, y no como le es mandado! Mas, para que no suceda tal vez que si añadimos algo a esa sentencia ahora recarguemos vuestra memoria con la abundancia de las cosas, pasemos adelante, pero manteniendo en la memoria este pasaje, en que se trata del Espíritu Santo, con entera firmeza y certidumbre; y gloriándonos por encima de aquellos herejes, pero perdonándolos en lo que yerran adoremos la divinidad del Paráclito.

La trompeta profética, anunciando de antemano la fe de todo el orbe en Jesucristo, decía cosas concordantes con éstas: Porque me entenderán, dice, desde el pequeño hasta el grande de ellos; (5) y luego: Toda lengua confesará al Dios verdadero. (6) El profeta, como decíamos, encerró como en una red del conocimiento divino a toda lengua; pero nosotros en este día escucharemos las preces sin lengua de quien patrocina la piedad: porque a la manera de una cítara sin plectro alaba al Creador. Diga pues el bienaventurado Romano: ¡Mi lengua es pluma del escriba que escribe rápidamente! (7) Pero ¿cuál lengua? ¡No por cierto la que cortó el hierro, sino la que fabricó el Espíritu Santo; porque al ser cortada aquella lengua la sustituyó la gracia del Espíritu Santo! También los apóstoles tenían lenguas; pero, para hacer notar la virtud que operaba, callaba el barro y hablaba el fuego del cielo.

Tiene la Sagrada Escritura a su vez una semejanza de esto que sobrepasa al discurso. Porque delante de Moisés la zarza también fue fuego. El fuego apostólico prefiguraba en la zarza las voces de la predicación y por esto a una cosa inanimada se le concedió el don de la palabra, para que al ponerse en contacto con instrumentos animados, se le diera crédito. (8) Pues si el contacto del fuego dio palabra a una cosa inanimada ¿no era acaso razonable que, cuando llenara las almas dotadas de razón, con su contacto levantara un sonido del todo armonioso? Pues de esta virtud participó este glorioso mártir Romano; el cual, con la lengua cortada, reprendía con una voz aún más penetrante, al tirano. Ni se hubiera apresurado el tirano a cortar aquella lengua si no hubiera temido las avenidas de la reprensión, si no lo hubieran aterrorizado los ríos de la predicación evangélica, si no hubiera sospechado que las olas de elocuencia sagrada lo arrastrarían. Pero veamos ya qué fue lo que empujó al tirano a semejante crimen y lo obligó a efectuarlo.

Tras de haber sacrificado aquel impío a los demonios, y estando repleto de humo y de olor a grasas y manchado con las gotas de la impiedad, velozmente se encaminó a la Iglesia; y buscaba el altar para el sacrificio incruento, mientras llevaba en las manos la segur que destilaba sangre. No se le ocultó a nuestro mártir la rabia del tirano. Por esto, saltó de pronto y se presentó ante el vestíbulo; y detuvo ahí la inundación de la impiedad que se echaba encima. Y, a la manera de un solícito piloto, cuando ve que el mar acomete por la proa, no puede permanecer inactivo, sino que recorre con veloces pies la nave toda, y haciendo levantar mediante el timón la popa, logra que la nave presente su punta opuesta a las olas, y habiendo así salvado lo que peligraba con levantarlo en alto, luego parte por medio la triple ola que se echaba encima, y con arte especial cruza el ponto embravecido, así se comportó el bienaventurado Romano.

Al tiempo en que el mar de la idolatría rebramaba con blasfemias y se enfurecía contra la nave del Clero, y vomitaba espumas de sangre sobre los altares, él solo se arma contra el piélago enfurecido, y como advirtiera que la navecilla quedaba casi sumergida, él despertaba al Señor, que dormía dominado por el sueño de la longanimidad. Mira el mar perturbado por los soplos de encontrados vientos y revuelto con las tempestades, y toma en sus labios las palabras de los discípulos cuando se encontraban en un peligro semejante: ¡Maestro! ¡sálvanos porque perecemos! (9) ¡Los piratas rodean por todas partes la navecilla; los lobos circundan el aprisco; los ladrones perforan tu habitación; en torno de tu esposa suenan voces de adúlteros; de nuevo la serpiente quebranta los muros del paraíso; es golpeada la piedra fundamental de tu Iglesia! ¡echa pues desde el cielo Tú el áncora evangélica y confirma la piedra angular sacudida! ¡Maestro! ¡sálvanos porque perecemos!

¡El peligro común divide la atención del mártir! ¡Se dirige confiadamente al Señor, pero al mismo tiempo desata la elocuencia de su lengua contra el tirano: "¡Deten, le grita, tu carrera, oh loco tirano! ¡date cuenta de tu pequeñez! ¡teme la amplitud del Crucificado! ¡Su amplitud no se contiene en las paredes de la iglesia, sino que su término son los confines de la tierra! ¡sacude las sombras de tu furor! ¡vuelve los ojos hacia la tierra y considera la debilidad de tu naturaleza! ¡Levántalos al cielo y advierte la grandeza del combate! ¡desprecia el débil auxilio de los demonios! ¡mira que ellos, heridos por la cruz, quieren echarte por delante a la manera de un defensor de sus altares! ¿Por qué persigues lo que es imposible alcanzar? ¿por qué pugnas contra el viento? ¿Acaso Dios se encuentra circunscrito por los muros? ¡Es Divinidad incircunscrita! ¿Acaso nuestro Dios ve con los ojos materiales? ¡Es una Esencia invisible y sin figura, aunque en su Humanidad se le pinte y se le vea! ¿Habita acaso en la piedra o en el leño y vende su providencia por ovejas y rebaños? ¿Acaso en sus pactos está interpuesto el altar y se necesita de éste? ¡Exigencia de golosos es ésa, de parte de tus demonios! ¡Mi Señor, o mejor dicho el Señor del universo, Jesucristo, habita el cielo y gobierna la tierra! ¡sus sacrificios son el alma que levanta a El sus ojos! ¡todo su alimento es la salvación de los creyentes!

"¡Deja ya de combatir a la Iglesia! ¡La grey se encuentra en la tierra, pero el Pastor está en los cielos! ¡En la tierra están los sarmientos, pero la vid en el cielo! ¡Si cortas los sarmientos multiplicas la vid! ¡Tus manos destilan sangre, tu espada está teñida con la sangre de sacrificios irracionales! ¡Deja ya esas ovejas inocentes y vuelve tu espada contra nosotros que te reprendemos! ¡Perdona a las ovejas que callan y danos muerte a nosotros que te acusamos! ¡No temo yo el hierro homicida sino la segur que está al servicio del altar! ¡Porque el hierro de los homicidas mata al cuerpo, pero la segur del altar mata el alma! ¡El hierro del homicida mata las víctimas del sacrificio, pero la segur del altar mata lo que se sacrifica y también al sacrificante juntamente! ¡Corta mi cabeza, pero no manches el altar! ¡Aquí tienes una víctima voluntaria! ¿para qué vas a buscar al toro maniatado? ¡Si deseas matar, mata en el vestíbulo mismo de la iglesia a esta víctima racional!" (10)

No soportó el tirano aquella amplia libertad del mártir en hablar; y por esto, al punto comenzó el sacrificio por la lengua. Así cayó cortada aquella lengua, no porque el tirano intentara cortarla, sino porque él luchaba contra la predicación del Evangelio; ni fue precisamente porque odiara al predicante, sino porque odiaba al predicado. ¡Pero Aquel que enreda a los sabios en sus propias astucias, restituyó desde el cielo aquel instrumento de la voz al mártir, y sostuvo, con una lengua invisible, la voz que perecía; y dio voz a quien no tenía lengua, y mostró de esta manera al tirano el hecho de la creación del hombre. Y a la manera que los poceros, mientras abren excavando los conductos del agua, hacen con eso que las aguas salgan con mayor libertad, así el tirano, al excavar la lengua con el hierro se encontraba cada vez más oprimido por más vehementes raudales de reprensiones.

Hubiera yo querido llevar hasta el fin mi discurso en alabanza de este mártir. Pero se ha terminado el justo espacio de tiempo, y esto nos exhorta a callar. Por otra parte, lo dicho os basta para vuestra utilidad; y además son necesarias también las instrucciones de nuestro Padre, para que se lleven a la práctica las cosas que hemos dicho. Por parte nuestra, guardemos en los senos de la memoria lo que se ha dicho; y abramos los surcos del campo de nuestra alma a lo que se va a decir. Y sobre todo, adoremos al Autor de todo milagro, Cristo Jesús, puesto que a El se debe la gloria juntamente con el Padre y el santísimo Espíritu, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén. (11)


(1) La expresión helena es oscura. á>g nXsvgag rov Sixaíov rag nagsiái; SiEOnágatTOv. Podría significar: "Como los costados del justo así hacían piezas las mejillas", en referencia al mismo mártir; o bien en referencia lejana a Cristo en la cruz: así como al Justo le rasgaron el costado, así al mártir las mejillas.

(2) Ps 125,2

(3) La Sagrada Escritura no refiere que Isaac se haya resistido a Abrahán, sino al revés: como figura de Jesús iba mansamente al sacrificio.

(4) 1Co 12,11.

(5) Jr 31,34.

(6) Rm 14,11.

(7) Ps 44,1.

(8) En Ex 3se cuenta el milagro de la zarza; pero no se dice que la zarza hablara o el fuego de la zarza, sino Dios.

(9) Lc 8,24.

(10) Naturalmente que esta larga arenga y tan rebuscada, es obra del orador y no del mártir.

(11) Es curioso notar cierta ansia del predicador de asemejarse en las antítesis al estilo del Crisóstomo y cierto conceptualismo exagerado. Puede notarse además la impericia en la disposición de la pieza oratoria, en la que es difícil ir siguiendo el orden del martirio del santo. Se pone al fin lo que parece debía haber servido para comienzo.


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XLVII HOMILÍA encomiástica en honor de la santa protomártir y apóstol TECLA.

Esta Homilía, de buen estilo, composición y elocuencia, se tiene, por crítica interna de la pieza, como dudosa en su autenticidad. Muchos y doctos varones así la han juzgado. Quizá sea más propia de algún no imperito orador contemporáneo del santo. En cuanto a la mártir, se trata de Tecla, discípula del apóstol San Pablo (aunque hubo otras muchas Teclas notables). Su fiesta se celebraba en la Iglesia latina el 23 de septiembre, entre los griegos el 24 de ese mes. Algunos, apoyados en las Actas apócrifas del martirio de esta santa, sostuvieron que había enseñado, al modo de los Doctores, en la Iglesia de Dios. No consta nada de eso. Se le daba el título de apóstol porque con su santa conversación, el ejemplo de su vida y la doctrina que enseñó a muchos en privado, llevaba las almas al cielo. En el Menologio griego se la llama "protomártir entre las mujeres".

¡BELLAS IMÁGENES DE LOS SANTOS nos ha puesto delante la gracia del Espíritu Santo en las celebraciones anuas de ellos! Con esto nos conserva fresca la memoria de sus hechos, la cual, con el progreso de los tiempos, va siempre al olvido. Porque cada cual, al encontrarse, como con una imagen, con el recuerdo de los santos, contempla ahí como en un espejo, la hermosura de sus acciones y las considera así impresas por la imagen en su memoria. Cuanto a mí, me parece que el día de hoy, miro, como en una imagen grabada en mi memoria, a la bienaventurada doncella, la cual me presenta delante en una mano las victorias obtenidas sobre los placeres y en otras las obtenidas en los peligros; de manera que, con una ofrece al Señor íntegra su virginidad y con la otra su martirio.

Poseía la virginidad, que para aquellos que consideran atentamente las cosas es como un gran martirio antes del martirio. Porque las delicias son ciertos verdugos del cuerpo, y aún más crueles que los otros verdugos. Ellas atormentan bajo ataduras no fabricadas con las manos. Ellas por los ojos hieren el alma y por los oídos aplican al vigor de la mente y a la virtud de la constancia, las teas encendidas de la concupiscencia; aparte de que al entendimiento lo azotan con látigos de un nuevo género. De manera que nos oprimen con mil nuevas luchas. Si alguno impone a sus ojos la ceguedad para que no se fijen en las formas de la mujer, entonces llegan los deleites y abren lo que estaba cerrado y lo franquean mediante las cantilenas lascivas a través de los oídos. Y si encuentran cerrados los oídos a las cantilenas lascivas, entonces tratan de engañar con imágenes lujuriosamente adornadas. Y, para decirlo con una palabra, cuando en todos los sentidos los vencemos mediante la vigilancia, entonces luchan en el sueño y molestan mediante los ensueños. Con esto, nos obligan a una lucha continua y a periódicas batallas, que ni comienzan con la salida del sol ni se adormecen con la noche.

Y si acaso acometen en la juventud, entonces se suma un fuego a otro, y la paja se junta con el horno. Porque la juventud fácilmente se enciende con las delicias, como si fuera más grasosa y a la manera de aceite, y más apta, por lo mismo, para inflamarse; así como, por el contrario, es más delicada para el trabajo de la templanza. Todas estas cosas hacían de la virginidad un largo martirio para esta mártir; porque tenía que luchar a la vez contra las delicias como contra las bestias lucha un mártir. Luchaba contra los malos pensamientos como el mártir contra los tormentos. Entraba en combate contra las imaginaciones libidinosas como contra los suplicios de los verdugos. Pero salía victoriosa de aquel combate interior y tan variado, porque llevaba en su ánimo un fuego santo y más ardiente que el fuego natural. La naturaleza era vencida, y el ardor que en otros se enfurece para la unión conyugal y los domina, a la bienaventurada Tecla únicamente la hacía ejercitarse más en la virtud de la virginidad.

Ignoraban los padres el pacto que su hija había hecho con la virginidad, y que Cristo desde el cielo le había dado su diestra para unirla consigo con los lazos de esposa, y por esto la incitaban al matrimonio con muchas y repetidas exhortaciones. Pero ya los oídos de la joven resonaban con el canto de Pablo: ¡La que no está casada se ocupa en pensar las cosas que pertenecen a Dios, para ser santa en el cuerpo y en el espíritu! (1) ¡La corona de la virginidad muy pronto le será concedida! ¡Este es el primero de sus cuidados! ¡Porque está llena de esa solicitud, llena está también de bendiciones! ¡Anda solícita con un cuidado más libre que ninguna desocupación! ¡el de cómo ser santa en el cuerpo y en el espíritu! ¡Nada tiene ya de común con esta tierra! ¡ningún parentesco con las necesidades conyugales, como son el tolerar al esposo que resulta fornicario, soportar las falsas sospechas, estar privada con frecuencia de la facultad de ocuparse útilmente en público, andar buscando los alimentos, estar expuesta por sus adornos a las envidias, ser despreciada antes de dar a luz como quien no ha sido aún hecha esposa, ser reprochada por sus mismos hijos después que ha dado a luz!

¿Le ha nacido una niña? ¡El marido pone el rostro triste porque el recién nacido no es varón! ¿Se ha añadido además un varón? ¡Sí! ¡ha dado a luz, pero el hijo no resulta hermoso! ¿Son de linda presencia los gemelos? ¡Se aumentan los cuidados, puesto que tienen que ser para niños hermosos! ¿Se les ha destetado ya? ¡Sobrevienen los cuidados para su educación! ¡Si están sanos existe el temor de que enfermen! ¡Si enferman, el de que vayan a morir! ¡Si mueren, el de carecer de prole en adelante y ser por eso despreciada! ¡Si no mueren, sobrevienen los cuidados necesarios acerca de los vivos, o sea de cómo se proveerá a su educación y sus gastos, que es el mayor cuidado! ¡Y luego, de dónde se tomará para el ornato conyugal, para la decencia de los vestidos, y la distribución de los criados para cada uno y cuánto de bienes se le dará al mayor y cómo se suavizará la envidia del menor!

En cambio, la que no está casada piensa en las cosas de Dios para ser santa en el cuerpo y en el espíritu. ¡No trato de deshonrar al matrimonio! ¡El es una providencia común del género humano! ¡Solamente publico los cuidados añadidos al matrimonio, y antepongo los cuidados del cielo a los del matrimonio! ¡prefiero a lo bello lo que es más bello! ¡La que es virgen evade y se hace superior a la pena impuesta a Eva! Porque aquello de que te volverás a tu varón y él dominará sobre ti (2) no tiene fuerza sobre las doncellas, puesto que no están sujetas al dominio de ningún varón. Y aquello de que entre dolores darás a luz tus hijos, (3) tampoco tiene aplicación en las que cultivan la virginidad, puesto que la que no da a luz está exenta de la sentencia de graves dolores en el parto.

¡Ya te deleitas, oh virgen, con las prendas de la vida futura; la santidad de la resurrección ya te es familiar! Porque en la resurrección, dice el Señor, ni se casan ni se casarán. (4) Mas, precisamente por todo esto, la caída en ese estado es sumamente grave, precisamente por ser tan eminente la empresa. Por esto la impureza de la que cultiva la virginidad es mucho más pecaminosa que no la de una meretriz. Porque no es igual la corrupción de una meretriz a la de una virgen que cultiva la virginidad. No es igual la corrupción de una mujer privada que la de una reina. No es igual el hurto de un vaso destinado a los usos sagrados y el de los destinados a usos vulgares.

Porque la virgen es un vaso destinado a usos sagrados; es un vestido de púrpura que no puede ser usado por otro sino por el Rey de todas las cosas; es una esposa que perpetuamente mantiene unos virgíneos esponsales. ¡Bienaventurados desposorios aquellos cuyo tálamo es la virginidad! ¡Y hubo esta virgen de superar tantos peligros para conseguirlos! ¡Había conocido la belleza del eterno Esposo y ya no apartaba de El sus miradas! ¡Instaba su madre que la impelía al matrimonio! pero ella invocaba al celestial Esposo con estas palabras: ¡He levantado mis ojos a Ti que habitas en los cielos! (5) Se le acercaba el pretendiente (6) y la empujaba suavemente con frases nupciales. Pero ella calladamente se unía con Cristo, y le decía: ¡Mi alma se ha adherido a Ti! (7) ¡Venía la turba de los parientes y trataba de doblegarla mediante las adulaciones! Pero ella tenía delante el pensamiento de Pablo en el que afirma: ¡Te he desposado con un varón, para que te presentes como casta esposa delante de Cristo! (8) ¡Le suplicaban con lágrimas los esclavos! Pero ella decía amorosamente a su Esposo Cristo: ¿Quién nos separará de la caridad de Cristo? (9) ¡Con tormentos la aterrorizaban los jueces! Pero ella, echándolos a todos por tierra, clamaba con ánimo grande: ¡Los príncipes no son para temor de las buenas obras, sino de las malas! (10)

Y, como era necesario que también en los caminos se erigieran estatuas a la virginidad, le aconteció a esta joven también ese género de tentaciones. Porque una vez que la dejaron libre en el juicio, se dio a buscar a Pablo, como quien busca una presa. Y se atrevió a emprender el camino que a él la conducía, fiada de los rumores (acerca de en dónde moraba el apóstol). Pero el diablo observaba a la doncella. Y cuando la vio que había emprendido el camino, envió detrás a un malvado, como un ladrón de la virginidad en pleno desierto. Y cuando ella estaba para terminar su jornada, el infame desvergonzado, el cuidadoso investigador, comenzó a clamar a espaldas de la doncella que ya la tenía en sus manos. Entonces a la virgen por todas partes la rodeaban las dificultades molestas. ¡Robusto era el hombre que le declaraba la guerra, y débil ella a quien aquél la hacía! ¿En dónde podría encontrar un asilo en aquellos sitios carentes de todo asilo?

Entonces la doncella, vuelta al cielo, que en todas partes y siempre atiende a quienes lo invocan, clamaba y gemía: ¡Señor Dios mío! ¡en Ti he esperado! (12)


(1) 1Co 7,34.

(2) Gn 3,16.

(3) Ibid.

(4) Mt 22,30.

(5) Ps 1,22.

(6) La palabra griega p.vr<3zr (>, propiamente significa el que anda en busca de matrimonio.

(7) 2Co 11,2 Ps 63,9.

(8) Rm 8,35.

(9) Rm 8,35.

(10) Rm 13,3.

(11) Ps 7,2 Ps 70,1 Ps 30,2.

(12) Hasta aquí los códices. Es lástima que no se nos haya conservado íntegra esta pieza, pues ciertamente es de valor. El estilo, como se ve, no tiene la frescura casi poética del Crisóstomo, sino más bien cierta madurez reposada y severa.



\B APÉNDICE Los FAVORITOS DE ARCADIOb\ (1)

El emperador Teodosio (379-395) dirigió su política a dos objetivos que le parecían esenciales: la unidad religiosa y la defensa del imperio contra los bárbaros. Para lo primero procuró aniquilar al arrianismo, que era un foco de perpetuas turbaciones. Para lo segundo quiso que los bárbaros fueran estableciéndose en el territorio mismo del imperio ya como súbditos, ya como aliados. De manera que para combatir a los bárbaros echaba luego mano de los mismos bárbaros. Cuando llegó a punto de muerte, confió algo así como el Protectorado sobre el Imperio a Estilicón, un General bárbaro de grandes cualidades, casado con una sobrina e hija adoptiva suya de nombre Serena. Pero además repartió el imperio entre sus |dos hijos Honorio y Arcadio. Parece que no estimaba en mucho las cualidades de éstos. Pues, aun cuando los puso al frente del imperio, a Honorio, que había de gobernar el Occidente, le dejó como tutor al vándalo afortunado Estilicón, bajo el título de Magister utriusque militiae, o sea la infantería y la caballería. Y a Arcadio, en Oriente, lo dejó en manos de su antiguo mentor Rufino, hombre profundamente perverso, bajo el título de Prefecto del Pretorio.

Respecto de Estilicen, Teodosio tenía en él una grande confianza porque le había sido muy fiel en las campañas; aparte de que, como bárbaro de nación, no había peligro de que pudiera aspirar al trono en contra de Honorio. Estilicen se dio cuenta de sus propias ventajas y procuró de diversos modos ganarse la confianza del Senado Romano, que como a bárbaro no lo miraba con muy buenos ojos. Para consolidar su posición, casó a Honorio con su primogénita María en 398; y a la muerte de María, en 408, con su segunda hija Termancia. Cuanto al imperio de Oriente, en modo alguno renunció a esa especie de Protectorado que Teodosio le confiara. Pero muy pronto hubo de experimentar que allá no aceptaban de buen grado aquella supremacía. Más aún: ella dio origen a que en la corte de Constantinopla se acrecentara el aborrecimiento a los bárbaros.

El gobierno de Oriente, por la debilidad de Arcadio, quedó prácticamente en manos de Rufino, que no pensaba en subordinarse a Estilicón. Y este primer privado de Arcadio arrastró al emperador a romper con el General vándalo que, según él, contra todo derecho se arrogaba el Protectorado de Oriente. Pronto estalló la discordia. Por consejo de Rufino, Arcadio exigió para su imperio las provincias de Dalmacia y Macedonia. Estilicón, alegando, según parece, las voluntades últimas de Teodosio, se negó a cederlas. Para obligarlo, Rufino se puso en relaciones con Alarico, jefe de los godos, que se rebelaron en febrero o marzo de 395 y devastaron la Península Balcánica y llegaron hasta junto a los muros de Constantinopla. Rufino alcanzó de Alarico que se retirara a Macedonia. Logró con esto dos cosas. Una, hacer que Estilicón renunciara a la Iliria oriental so pena de tener, en caso contrario, a los godos en Dacia y Macedonia, que no lo dejarían en paz; otra, que los godos, mediante ese arreglo, respetaran el imperio de Oriente.

Estilicón se halló en circunstancias difíciles. Ya durante la rebelión de Eugenio (392-393), Teodosio había tenido que llamar, para hacerle frente, a las tropas de Oriente. Cuando murió Teodosio, la mayor parte de esas tropas estaban aún en Italia. Viendo esto los bárbaros, aprovecharon la falta de guarniciones del lado oriental y se arrojaron sobre él. Los hunos cruzaron el bajo Danubio e invadieron Tracia; otros de la misma familia cruzaron el Cáucaso y Armenia y se dirigieron contra el Asia Oriental y Siria, sin encontrar resistencia. Otros, en especial los marcomanos, por el Danubio medio se arrojaron sobre Panonia y devastaron el Adriático. Todo al tiempo en que Alarico y sus hordas llegaban hasta frente a Constantinopla.

Como se ve, el golpe de Rufino fue certero. Con todo, Estilicón era un hombre de grande energía y buen táctico, y no se intimidó. En la primavera de 395 reunió las tropas y marchó contra Alarico, antiguo conmilitón suyo en las filas de Teodosio. Sólo que se vio obligado a formar su ejército en gran parte con los soldados orientales que aún había en Italia, para no desguarnecer el Occidente. Venciendo una serie de obstáculos, tardó algo en llegar frente a su adversario, al cual encontró en el norte de Tesalia. Rufino estaba a la mira. Y en aquel momento decisivo, hizo que Arcadio ordenara a Estilicón remitir las tropas orientales a Constantinopla y evacuar la Iliria oriental. El general vándalo sintió la orden a par de muerte, pero obedeció a Arcadio como soberano de Oriente. En cambio juró la ruina de Rufino.

Este valido de Arcadio, con el plan de consolidar su posición como Prefecto del Imperio de Oriente, trazó un plan parecido al de Estilicón: casar con Arcadio a su propia hija. Adelantando en sus proyectos, hizo que Arcadio nombrara un Procónsul para Acaya y un Comandante militar para las Termopilas, en cuanto Estilicón, desarmado por sus intrigas, se retiró de frente a Alarico sin empeñar la batalla. Todo iba pues bien para el astuto Rufino. Pero no contaba con un temible adversario que en la corte andaba también intrigando. Era Eutropio, de quien en el texto dimos ya algunas noticias. Eutropio se manejó de tal manera que Arcadio rechazó la mano de la hija de Rufino y se desposó, el 27 de abril del 395, con la bella Elia Eudoxia, hija de un bárbaro de nombre Bauton. Tras de este triunfo, Eutropio se puso al habla con Estilicón para eliminar a Rufino. Por su parte el General vándalo se ilusionó con que Eutropio le podía servir para obtener en Oriente una influencia decisiva; y para tenerlo contento cedió la Iliria oriental, aunque, según parece, se reservó la occidental.

Mientras tales arreglos se llevaban a cabo, las tropas orientales, que al mando de Estilicón habían ido de Italia para combatir a Alarico, llegaron a Constantinopla. Arcadio y su corte salieron a recibirlas con grande solemnidad. Iban bajo el mando del Prefecto de milicias, Gainas, un bárbaro godo de todas las confianzas de Estilicón. Cuando se encontraron con Arcadio, a cuyo lado iba Rufino, los soldados, a una señal de Gainas, se lanzaron sobre el valido y lo asesinaron, a los pies del emperador, el 27 de noviembre de 395. El pueblo, que aborrecía a Rufino por sus tropelías, exacciones e injusticias, profanó su cadáver. Sus bienes fueron al fisco, por de pronto; porque muy luego pasaron a poder de Eutropio, el nuevo valido.

Era Eutropio esclavo e hijo de esclavos, pero gracias a sus dotes personales y a sus intrigas, ya para entonces había logrado escalar el puesto de Praepositus Sacri Cubículi. Enseguida se entendió con Estilicón para desterrar a dos de los grandes generales formados en la escuela de Teodosio, que anteriormente habían sido cónsules y podían hacerle sombra. Eran Timasio, que había sido jefe de la infantería y tenido en algún tiempo a sus órdenes al mismo Estilicón, y Abundancio. A Rufino le sucedieron en el cargo Cesario, que deseaba, como Estilicón, aprovecharse de los bárbaros en bien del imperio, y un tal Eutiquiano, político incoloro que supo mantenerse en el puesto hasta el año 405.

Es probable que al entenderse Estilicón y Eutropio, pensaran en hacer de Alarico un nuevo aliado del imperio. Pero Alarico, en cuanto Estilicón se retiró de frente a él, y Gainas con las tropas orientales evacuó Tesalia y las Termopilas, corrió a echarse .sobre la Grecia Central. No logró dominar a Tebas, pero sí se apoderó de Atenas y Corinto, y devastó el Peloponeso durante un año. Estilicón no pudo oponérsele, pues hubo de reclutar nuevas tropas y de acudir inmediatamente al Rin para arreglar las paces con los germanos, en tanto que el gobierno de Oriente tenía que pelear contra los hunos en Tracia (397). Pero, una vez arregladas las cuestiones con los germanos, Estilicón corrió en auxilio de Grecia.

Ahora temió Eutropio que aquel gran hombre dominara la situación y su influencia en Oriente quedara bien asentada. Pero no se acobardó. Dio dos pasos que iban a alejar a Estilicón por varios años de los negocios de Oriente y dejar así este imperio en manos del valido. El primero consistió en animar a la sublevación contra el imperio de Occidente a Gildon, jefe bárbaro de África. Ante el peligro de que Gildon se fortaleciera demasiado y se arrojara sobre Italia, Estilicón hubo de regresar a toda prisa al Occidente. El otro paso de Eutropio consistió en obtener del Senado de Constantinopla un decreto por el que se declaraba al Regente de Occidente enemigo público del imperio, y en consecuencia se le confiscaron a Estilicón todos los bienes que allá poseía.

Estilicón respondió a los dos pasos haciendo que el Senado Romano declarara enemigo público del imperio, no a Eutropio, pues el golpe hubiera sido directamente sobre Arcadio, sino a Gildon. La razón fue porque Gildon, apenas declarada su rebelión acudió a pedir auxilio a Arcadio; y éste, maneja'do por Eutropio, le abrió los brazos. Y luego Estilicón, como supiera que Gildon tenía un hermano de nombre Mascezel, que lo odiaba a muerte, le encomendó las fuerzas militares que habían de combatir a Gildon. Mascezel batió a su hermano en abril de 398; y Gildon, en su fuga, fue hecho prisionero y ejecutado. Pero enseguida Estilicón, se cree que por envidias, hizo desaparecer a Mascezel, y hasta el año 408, a la muerte de Arcadio, no volvió a querer manejar los negocios de Oriente.

No carecía Eutropio ni de energía ni de astucia política. Pero su origen de esclavo, y el haber dado entrada en la corte a todos los advenedizos de su ralea, hizo que desde muy al principio se le apartaran las clases sociales distinguidas. Por su parte él, con su comportamiento altivo y sin escrúpulos morales, aumentó el odio y se echó encima incluso a las turbas. Dio algunas leyes útiles como las de 22 de julio de 396, la del 10 de marzo de 399 y la de 25 de mayo de ese mismo año, en favor de los colonos para defenderlos de los amos déspotas. En 398 partió personalmente a la guerra contra los hunos, que continuaban siendo un azote de las provincias de Asia; y los obligó a desalojar las fronteras de Armenia. Esto le valió un honor jamás concedido a un eunuco, y que Estilicón se negó a reconocerle: el Consulado para el año 399. Más aún: hacia la mitad del 398 tenía ya de tal manera dominado al débil Arcadio, que obtuvo el nombramiento de Patricio o Parens Principian, que no había logrado nunca ni el mismo Estilicón.

Con esto, su soberbia e impositivísmo no tuvieron ya límites, ni siquiera ante la emperatriz Eudoxia, a la cual, según parece, llegó a echarle en cara que a él le debía su encumbramiento. Así las cosas, se suscitó una dificultad a causa de la rebelión del jefe de los ostrogodos instalados en Frigia de nombre Trebigildo. Los ostrogodos instalados en Frigia habían pensado en rebelarse ya desde 386, cuando formaban parte de las fuerzas de Odoteo. Pero su plan fue descubierto y huyeron hacia las marismas unos, y otros hacia las montañas de Macedonia. Los que no huyeron de Frigia quedaron al mando de Trebigildo. Pero Eutropio hubo de pactar con ellos ciertas condiciones que luego no les cumplió. Por esto Trebigildo se lanzó a la revuelta. Eutropio quiso entrar en nuevas negociaciones, mas el jefe bárbaro, fuerte por la notable cantidad de esclavos que corrían a engrosar sus filas, se negó. Exigía simplemente la libertad.

Se formaron entonces en el imperio de Oriente dos ejércitos para combatirlo. Uno fue puesto al mando de Gainas, para impedir que los bárbaros se corrieran hacia Europa,- el otro, quedó al mando de León (una de las hechuras de Eutropio), quien debía marchar sobre Trebigildo. Pero éste huyó a Pisidia y Panfilia. Allá la población, en defensa propia, lo derrotó y a duras penas logró él salvarse. Mas, cuando se le acercó León, que lo seguía, muchos de los soldados se le unieron, pues también eran bárbaros; y en un ataque nocturno León murió en el combate. Con esto, Gainas, que había pasado al Asia Menor, y desde la muerte de Rufino anhelaba la privanza ante Arcadio, creyó llegado el momento de entrar en acción contra Eutropio. Alegó no estar muy seguro de sus tropas y prefirió entrar en arreglos con Trebigildo. Como éste andaba resentido contra Eutropio, exigió como una de las condiciones para los arreglos la eliminación del privado. Arcadio comenzó a vacilar.

Pronto se añadió una nueva circunstancia. Había subido al trono de Persia un sasanida enérgico, Yezdgar I el Pecador (399-420), y en Constantinopla comenzó a temerse una nueva guerra con Persia. Pero en caso de guerra, era indispensable contar con Estilicón, cuyo auxilio no podría obtenerse sin la caída de Eutropio. Juntamente la emperatriz Eudoxia, que no soportaba ya la altivez del favorito, iba trabajando el ánimo de Arcadio. Finalmente vino a llenar la medida la posición de Eutropio ante el arzobispo de Constantinopla, Juan, llamado más tarde el Crisóstomo. El valido, pensando en halagar la opinión pública y ganarse a los católicos, había hecho consagrar arzobispo a Juan, que venía a constituir por su elocuencia una gloria para la ciudad. Pronto se llevó la misma desilusión que Teófilo de Alejandría, el consagrante. Aquel hombrecillo de baja estatura, complexión débil y enfermiza, flaco, pálido, de sensibilidad exquisita, ascetismo viviente, no era manejable. Rectilíneo en sus normas de conducta, desde el primer día dedicó sus energías de santo a la reforma de las costumbres. Y la corte tenía muchas cosas que reformar.

Eutropio hubo de sufrir diversas veces las amonestaciones, llenas de suave dulzura cristiana, del prelado, aunque inútilmente. El pueblo se daba cuenta, y esto acababa de enajenar su ánimo contra el valido. Por último Eutropio, para asegurar, según se cuenta, sus venganzas contra ciertos personajes, hizo que Arcadio promulgara, a fines de julio del 398, una ley por la que se prohibía terminantemente al Clero y monjes proteger a los criminales que hubieran sido legalmente condenados, y se hacía a los obispos responsables ¡de la conducta del Clero y los monjes a este respecto. Además se prohibía admitir en el Clero a personas que tuvieran lazos de unión obligatorios que los ataran a otra clase social; y finalmente se quitaba a las iglesias el derecho de asilo, y se advertía a los obispos que su jurisdicción debía limitarse en los juicios civiles a los casos en que ambas partes contendientes voluntariamente quisieran sujetar a ellos su proceso.

El revuelo fue muy grande. Intervino la emperatriz. Arcadio decidió la deposición del privado a principios de agosto de 399, y lo despojó de todos sus títulos. Gainas y Trebigildo se echaron sobre el desvalido: turbas y soldados lo pidieron para la muerte. Y Eutropio no encontró modo de salvarse sino refugiándose, como sitio de asilo, en la catedral. Durante muchos días el prelado hizo frente a la guarnición, al populacho, a Gainas y Trebigildo, a la emperatriz y a Arcadio, y mantuvo a salvo al refugiado. El jefe de la guarnición se presentó con una orden del emperador para que se le entregara el reo, pero el Crisóstomo se negó. Más aún: predicó una bellísima Homilía que movió a piedad al pueblo. Por algunas frases parece que o él personalmente o por medio de algunos delegados, logró del emperador que aplacara la cólera de los soldados.

Pero Eutropio no se sentía seguro de las insidias de sus enemigos y huyó de la catedral. Hacia el 17 de agosto fue de nuevo capturado y conducido a Chipre en destierro. No mucho después fue trasladado a Calcedonia y ejecutado como reo de lesa majestad. Eudoxia no sabía perdonar. Inmediatamente se preocupó la emperatriz de llenar ella el hueco del valido ante Arcadio, lo que disgustó sobremanera a Gainas. Logrado esto, arremetió contra Aureliano, Prefecto del Pretorio, sucesor de Cesario y hermano de éste. Luego comenzó a sentirse fuertemente el movimiento antibárbaro, a pesar de ser Eudoxia hija de un germano. Se quiso reorganizar el ejército, pero eliminando al elemento de los bárbaros. Gainas advirtió que el tiro iba contra él, y se alió con Trebigildo para imponerse por el terror. Trebigildo con los suyos se movió hacia el Helesponto mientras Gainas se situaba en Calcedonia. Arcadio tuvo miedo, pues el único cuerpo de milicias que le quedaba disponible era el de Tracia, y precisamente lo comandaba Gainas. Por otra parte, también Alarico, a quien había nombrado Magister Militium per Illyricum se le mostraba adverso. Prefirió pactar y se entrevistó con Gainas en la iglesia de Santa Eufemia mártir, en las afueras de Calcedonia.

Pero el pacto, por el lado de Gainas fue leonino. Entre las varias condiciones para sujetarse, puso la de ser nombrado Magister Militum Praesentalis, o sea General en jefe de las tropas que se situaran en el lugar en donde residiera el Gobierno. Exigió además que se le entregaran varios de los jefes antibárbaros de mayor influencia, entre los cuales señaló desde luego a Aureliano y Saturnino. Lo hizo con el objeto de quitar de delante a todos los personajes que podían hacerle sombra en su omnipotencia. A todo se avino el débil Arcadio; y así, tras de una reconciliación confirmada con juramento, Gainas al fin entró en Constantinopla al frente de unas 35,000 personas, entre soldados y familias.

Entendió el Crisóstomo el peligro en que se encontraban Aureliano y Saturnino, pues Gainas meditaba darles muerte. Pero logró arrancarlos de la pena de muerte y que se les conmutara por el destierro, tras de muchas vueltas y sudores, como lo indicó el santo en una de sus Homilías. Luego quiso Gainas que se cediera a los godos arríanos una iglesia en la ciudad. A los godos católicos ya el Crisóstomo les había asignado una. Arcadio no se atrevió a oponerse. Pero el Crisóstomo afrontó la situación y logró conjurar aquel peligro, y Arcadio, tras de la visita hecha por el santo personalmente a Gainas, negó el permiso. Gainas se puso furioso y corrieron rumores de que pensaba en incendios y matanzas. Aumentó el terror un cometa que apareció por entonces. De manera que aunque Gainas dominaba militarmente la plaza de Constantinopla, el pueblo se hallaba exasperado y lo odiaba.

Por fin la noche del 11 al 12 de julio del año 400, bajo el pretexto de ir a venerar la cabeza de San Juan Bautista, que se decía estar depositada en la iglesia dedicada en su nombre, a siete millas, Gainas, con una parte de sus soldados, su familia y otras personas abandonó la ciudad. Iban a seguirlo los otros godos, porque ya sospechaban la catástrofe que se les echaba encima. Pero una riña que se suscitó inflamó al populacho, que logró cerrar las puertas de la ciudad, y quedaron dentro prisioneros unos 7,000 godos. De éstos, unos fueron asesinados y otros se refugiaron en la iglesia que el Crisóstomo había cedido a los godos católicos para el culto. Arcadio y Eudoxia vieron la oportunidad de vengarse, y el emperador ordenó incendiar la iglesia, en donde murieron quemados vivos los refugiados.

Todavía Cesario intentó una reconciliación entre Arcadio y Gainas, que se había retirado a Tracia y la devastaba, pero fracasó. Entonces Arcadio con expresa aprobación del Senado envió fuerzas contra Gainas al mando de un buen militar de la escuela de Teodosio, llamado Fravitas. Gainas intentó pasarse a Asia, pero Fravitas le hundió las barcas en el Helesponto. Con el resto de sus bárbaros se retiró Gainas hasta el otro lado del Danubio. En la ribera misma, el jefe huno Uldino le dio muerte y envió su cabeza a Constantinopla. Fravitas, en recompensa, fue designado Cónsul para 401. Unos meses después revocó Arcadio la orden de destierro que pesaba sobre Aureliano, quien tomó de nuevo la Prefectura del Pretorio. Luego Fravitas fue condenado a muerte bajo la acusación, según parece, de andar procurando un entendimiento con Estilicen.

Comenzó entonces la reorganización del ejército, pero eliminando al abundantísimo elemento bárbaro: política que duró hasta la muerte de Arcadio, acontecida el 10 de mayo de 408. Con esa eliminación, el imperio quedó militarmente muy debilitado, porque sus poblaciones no tenían espíritu guerrero. Llegó hasta el punto de que ya ni siquiera lograba contener las incursiones de los bárbaros por la Cirenaica y el sur y oriente del Asia Menor. En esta última parte, sobre todo de 404 a 408, los isauros cometieron infinitas tropelías que grandemente molestaron al Crisóstomo en su destierro.

Libre, pues, el imperio de los desórdenes causados por los favoritos y sus ambiciones y sin enemigos poderosos exteriores que lo pusieran en peligro, pudo Eudoxia ocupar el puesto de primacía en el manejo de Arcadio y entregarse a una vida de lujo, pompas y vanidades a su capricho. Tras de sus elegantísimos vestidos y ruidosas fiestas, siempre quedaba a retaguardia la bárbara con todas sus pasiones y con toda la omnipotencia que le prestaba la sujeción de Arcadio a sus voluntades. Era obvio que, con semejante línea de conducta, pronto encontraría dificultades con el Prelado, celoso de la pureza de las costumbres. La prudencia del santo evitó un rompimiento durante casi tres años. Pero en el ánimo de Eudoxia bullía el resentimiento oculto y ella no sabía perdonar.

Le dolió la conducta del Prelado cuando salvó a Eutropio; le dolió la forma en que trató a Gainas; pero sobre todo le dolía mucho que perorara contra las liviandades y desórdenes femeniles, pues se creía aludida. Por su parte, el Crisóstomo nunca mantuvo rencor contra nadie. Más aún: siempre que se ofreció la ocasión, nunca dejó de alabar a los príncipes y en particular a la emperatriz, en previsión de males mayores. Ya en 399, cuando Eudoxia acompañó a pie las reliquias de los mártires desde Constantinopla, en el mes de septiembre, por un trayecto de nueve millas, hasta Drypias, en la Homilía predicada allá, la colmó de elogios. En abril de 401, el día 10, le bautizó al futuro Teodosio II, que al año siguiente fue proclamado Augusto. Y así trató de mantener pacíficas relaciones con ella. Pero todo resultó inútil.

Cuando en 401 el Santo hubo de ir a Éfeso, como el viaje iba a ser de alguna duración, dejó encargada su iglesia de Constantinopla al obispo Severiano. Pero Severiano era uno de los que ambicionaban la sede constantinopolitana; y empleó los tres meses de ausencia del Crisóstomo en ponerlo en mal con Eudoxia y el Clero. El pueblo se puso furioso, y en un arranque expulsó de la ciudad a Severiano, quien se refugió en Calcedonia, al lado del obispo Cirino, que era enemigo del Crisóstomo. Estaba el Crisóstomo muy al tanto de las intrigas de Severiano. Pero intervino Eudoxia, y el Santo hubo de recibir de nuevo, aunque contra su voluntad, al intrigante. Luego, el año 402, prevalida la emperatriz de su posición, se apoderó de un terreno contra toda justicia, cosa que el Santo no pudo menos de reprocharle. El terreno era de una pobre viuda que en su abandono acudió al Crisóstomo. También se incautó de un dinero perteneciente a otra viuda de nombre Calítrope. Y de nuevo intervino el Santo. Y el bloque de oposición fue aprovechando las circunstancias. (2)

Los cabecillas de aquel partido político-eclesiástico, decidido a echar de su sede al prelado, eran Severiano, obispo de los gabalos; Acacio, obispo de Berea; Antíoco, obispo de Ptolemaida, e Isaac, sirio de nación, y abad de unos monjes. Detrás de ellos y como jefe supremo estaba Teófilo, quien desde Alejandría no perdía de vista la sede de Constantinopla. Como el partido se sintiera apoyado por la valida Eudoxia, se puso en movimiento. Envió unos delegados a Antioquía con el objeto de buscar datos sobre la juventud del Crisóstomo con que condenarlo; pero no encontraron nada reprensible. Acudió entonces a Teófilo de Alejandría, a quien por su opulencia y sus formas solemnes apodaban El Coturno. Juntamente comenzaron los del partido a llenar los oídos de Eudoxia con miles de hablillas acerca de que en su predicación el Santo la injuriaba. (3) Arcadio seguía en todo a Eudoxia. Diversos palaciegos al notar el movimiento se sumaron a los descontentos. También se sumaron clérigos y obispos sufragáneos a quienes el Santo había advertido de sus faltas. Finalmente engrosaron el grupo varias mujeres de alta posición social y de influencia en la corte, por resentimientos contra el prelado, como ya indicamos en el texto.

Por su parte, Teófilo, advertido de todo, iba preparando muy bien desde Alejandría el golpe decisivo. Había vejado sin motivo a un presbítero octogenario de nombre Isidoro, el cual se acogió a unos monjes. Teófilo, enfurecido, hizo echar del monasterio a varios de los principales. Entonces Ammonio, anciano venerable, encabezó una comisión que fue a entrevistarse con Teófilo y suplicarle alguna explicación sobre la expulsión de los perseguidos. El prelado se llenó de cólera, cargó de golpes a Ammonio, y para evitar hablillas contra sí, acusó a los monjes de origenistas, que era el error que por entonces andaba armando revuelo. Más aún: convocó un Sínodo de obispos circunvecinos contra los origenistas, y en él excomulgó a tres de los más notables monjes, uno de los cuales fue Ammonio. Enseguida envió emisarios que echaran de sus monasterios a todo monje origenista que encontraran. Quiso quitarles los escritos de Orígenes, pero ellos alegaban que sabían bien discernir el error de la verdad.

Había entre los monjes cuatro a quienes por su estatura denominaban Los Hermanos Largos. Estos fueron a refugiarse, con otros 50, a Palestina. No se sintieron seguros y se trasladaron a Constantinopla. Teófilo advirtió la buena ocasión para sus ambiciones, y astutamente se dedicó a aprovecharla. Los refugiados rogaron al Crisóstomo que les ayudara a reconciliarse con Teófilo; pero le añadieron que, en caso de no ser ayudados, recurrirían al emperador. El Santo les prometió escribir a Teófilo, y por mientras les señaló como residencia la iglesia de Santa Anastasia. Los monjes comenzaron a vivir del trabajo de sus manos y también algunas personas piadosas les ayudaban.

Escribió el Crisóstomo a Teófilo una carta llena de humildad. Mientras, como estuvieran en Constantinopla algunos clérigos enviados por Teófilo para el arreglo de varios asuntos, el Santo inquirió de ellos si conocían a los dichos monjes. Contestaron que sí; pero aconsejaron al prelado no admitirlos en su comunión para no exacerbar a Teófilo. Cosa que hizo el Santo. Por su parte no procedió igualmente Teófilo, porque se persuadió de que el Crisóstomo los había admitido a la comunión. Se negó pues a recibirlos de nuevo en Alejandría, y además redactó un libelo en que grandemente los calumniaba como a hechiceros, etc. Como esto lo supieron, a su vez escribieron otro libelo contra Teófilo, y lo entregaron al Crisóstomo. El prelado les suplicó que no escribieran contra Teófilo; pero al mismo tiempo hizo llegar a éste el libelo a fin de que conociéndolo procediera en la forma que mejor le conviniera. Al mismo tiempo le hacía saber que no había recibido en la comunión a los monjes refugiados, y que les había suplicado salieran de Constantinopla, a lo que ellos se habían negado.

Teófilo se exaltó. Escribió al Santo en tono soberbio asentando qjue él no tenía quien le juzgara sino el Sínodo de los obispos de Egipto, y no un prelado de Constantinopla que distaba de Alejandría 75 días de camino. Además, expulsó de su territorio a un obispo de nombre Dióscoro por haberse mostrado amigo de los monjes refugiados. Dióscoro huyó a su vez a Constantinopla. Entonces Teófilo pensó en utilizar directamente la cuestión origenista en su favor. Escribió pues a todos los obispos que pudo cartas anti-origenistas y envió a Constantinopla otros monjes que lo defendieran ante el emperador. La ciudad se convirtió en un campo de batalla de los contendientes. En vano se esforzó el Crisóstomo en que mantuvieran la paz. Se negaron unos y otros, por lo que el prelado se salió fuera del negocio.

Al ver esto los refugiados escribieron varios libelos contra Teófilo en que lo acusaban de muchos crímenes y los entregaron al emperador y a la Augusta. Luego personalmente se presentaron a esta última mientras andaba visitando el martirio de San Juan; y le suplicaron que hiciera examinar por el Prefecto de la ciudad los libelos de los adversarios y que hiciera venir a Constantinopla a Teófilo para ser juzgado delante del Crisóstomo; y que si los monjes contrarios no demostraban la verdad de sus afirmaciones, se les castigara como a calumniantes. Accedió la emperatriz. Pero los monjes que Teófilo había enviado para que lo defendieran, suplicaron no ser juzgados hasta que Teófilo estuviera presente. Entonces el Prefecto ordenó que entretanto los custodiaran en la cárcel. Parece que el desaire definitivo del Crisóstomo a los refugiados inclinó a favor de ellos el ánimo de la emperatriz como una forma de vengarse del Santo. Arcadio por su parte veía las cosas a través de lo que su esposa le sugería, aunque a veces no dejaba de andar vacilando.

Entre esas tardanzas, los carceleros, por hacer gracia a Eudoxia, trataron mal a los monjes encarcelados; de manera que algunos murieron en la prisión. Pero otros fueron convencidos de calumnia y relegados al Proconeso. Arcadio al fin se decidió a mandar llamar a Teófilo y le ordenó que se presentara solo. Teófilo dio largas al asunto. Pero mientras procuró ganarse al obispo de Salamina de Chipre, San Epifanio. Se acusaba a éste de sostener el error de los antropomorfistas que decían tener Dios figura corporal como los hombres. Teófilo por de pronto simuló estar de acuerdo con él, y le escribió que condenara a los origenistas. San Epifanio reunió un Sínodo en Chipre y procedió a la condenación. Luego Teófilo rogó a San Epifanio que se trasladara a Constantinopla y examinara de cerca al Crisóstomo, pues estaba tocado de origenismo. Era san Epifanio un alma muy virtuosa pero en exceso sencilla, y cayó en el lazo. Con buen celo partió a Constantinopla, ya prevenido a causa de las hablillas de Teófilo.

Antes de entrar en Constantinopla se detuvo en la iglesia de san Juan, que estaba en la séptima piedra miliaria, es decir a siete millas, y ahí celebró los divinos misterios y ordenó de diácono a cierto sujeto, sin las facultades del propio prelado del ordenando que era el Crisóstomo. Pero el Santo disimuló aquella irregularidad, e invitó a san Epifanio a hospedarse en su casa. Epifanio lo rehusó para no molestar a Teófilo. Pero enseguida reunió a los obispos que se encontraban en la ciudad, les mostró los decretos antiorigenistas de su Sínodo de Salamina y les rogó que los suscribieran, cosa que sólo hicieron algunos. Como el Crisóstomo le instara de nuevo a hospedarse en su casa, Epifanio le contestó que no lo haría hasta que expulsara de la ciudad al obispo Dióscoro y firmara también él lo decretado en Salamina.

Cuando los partidarios de Teófilo vieron a Epifanio tan inclinado en favor del alejandrino, determinaron aprovecharlo. En consecuencia lo exhortaron a que celebrara los misterios en la iglesia de los Apóstoles, y condenara delante de todo el pueblo los libros de Orígenes y excomulgara a Dióscoro y amonestara al Crisóstomo como fautor del origenismo. Era el plan de Teófilo. No perdía de vista el Santo las maniobras. Y cuando Epifanio estaba ya dentro de la iglesia, dispuesto a todo, le envió un mensajero con la súplica de no proceder a tantas irregularidades en contra de las leyes eclesiásticas. Epifanio se aterrorizó, salió inmediatamente de la iglesia y al punto se embarcó camino de Chipre. Murió en el viaje un día del mes de mayo de 403. (4)

Ido Epifanio, los adversarios del Crisóstomo buscaron el apoyo de Eudoxia y continuaron representándole las predicaciones del Santo como alusiones a su persona. Entonces la emperatriz pensó en tomar definitivamente el asunto por su cuenta y urgió a Teófilo a cumplir con el decreto de Arcadio que lo llamaba a Constantinopla. Quería que se reuniera un Sínodo en que el Santo fuera juzgado. Andaban ya trabajando en lo mismo Severiano y los del grupo. El de Alejandría comprendió que el negocio estaba maduro y emprendió el camino de Constantinopla, aunque no solo, según lo disponía Arcadio, sino con todo un cortejo numeroso y cargado de regalos para los emperadores y otros influenciables. Hizo el viaje por tierra, y así llegó hasta Calcedonia, en donde se le unieron los obispos que él había convocado y los convocados por el emperador, ya con la idea del Sínodo para juzgar al Crisóstomo.

Así, gracias a la esposa y valida de Arcadio, Teófilo se había convertido de acusado en acusador. A todos les atendió el obispo Cirino, de esa ciudad, enemigo del Santo. Teófilo, para mejor llegar a su objetivo, hizo las paces con los monjes que había desterrado; y se procedió enseguida a forjar ahí mismo todo el plan para deponer al Crisóstomo. (5) Una vez combinado, los obispos, menos Girino, que estaba enfermo, cruzaron el Bosforo y entraron solemnemente en la metrópoli. Ninguno de los clérigos salió a recibirlos, por respeto al prelado. En cambio, los marinos de la nave frumentaria de Alejandría, que estaba anclada en el puerto, les tributaron aclamaciones. Era el mes de junio del 403.

Había el Crisóstomo preparado alojamiento para todos. Pero Teófilo se negó incluso a entrar en su iglesia; y fue a hospedarse en una casa imperial que llamaban la Placidiana. El Santo intentó varias veces que Teófilo le explicara el motivo de su enemistad y le prometía la enmienda en lo que le hubiera faltado. Pero Teófilo nada le contestó que no habría encargado su iglesia a ese obispo; en cambio Demougeot quiere que hayan sido antes, etc… (6) Todavía Arcadio hizo un débil conato para zafarse del enredo de su mujer. Llamó al Crisóstomo y le indicó que procediera a juzgar a Teófilo. El Santo le respondió que eso no le tocaba a él, sino a un Concilio o Sínodo de los obispos de Egipto. Y no porque ignorara que podía sujetar a Teófilo al juicio de un Sínodo general de los obispos de todo el Oriente, sino porque preveía que todo habría de ser inútil con aquel hombre obcecado.

Repasaron el estrecho y fueron a reunirse en una quinta de campo, en las orillas de Calcedonia, llamada La Encina, en latín Quercus, que dio su nombre al conciliábulo. Tuvieron las sesiones en la iglesia de los apóstoles Pedro y Pablo que había construido Rufino. Presidieron el conciliábulo Acacio, Severiano y Antíoco. Pero en él no se dijo nada de las acusaciones de origenismo contra el Crisóstomo ni de la cuestión de los Hermanos Largos. Cirino acudió a las juntas aunque estaba enfermo. Acudió también un joven, sobrino de Teófilo, que después brilló como una lumbrera de Alejandría: era Cirilo. Se tuvieron 13 sesiones, de las que (6) se dedicaron al Crisóstomo y la última a la discusión sobre la legitimidad del obispo Heraclidas, a quien el Crisóstomo había consagrado en su viaje a Éfeso. El Sínodo no pudo demostrar la invalidez de la consagración. Era el mes de septiembre.

El acusador del Crisóstomo fue el diácono Juan, que era uno de los enemigos del Santo. Presentó 29 acusaciones, que se nos han transmitido en la forma siguiente.
Primera: Que a él (el diácono acusador) lo había depuesto por haber azotado a un criadito que tenía.
Segunda: Que a él un cierto monje Juan lo había azotado por orden del prelado y lo había sacado de su casa y lo había encadenado y arrojado entre los posesos.
Tercera: Que había dado a contrata por una suma exorbitante la fábrica de los cimientos de la iglesia.
Cuarta: Que había vendido los mármoles que Nectario dejó para adornar la iglesia de Santa Anastasia.
Quinta: Que a los clérigos los llama viles, corrompidos e inútiles y que no valen tres óbolos.
Sexta: Que al venerable Epifanio lo llamó delirante y pequeño demonio.
Séptima: Que puso asechanzas al obispo Severiano e incitó contra él a los Decanos.
Octava: Que había escrito un libro lleno de calumnias contra el Clero.
Novena: Que habiendo reunido a todo el Clero, citó a comparecer a tres diáconos, Acacio, Edafio y Juan, y los acusó de haberle robado su humeral y anduvo investigando si acaso lo habían utilizado para alguna otra cosa.
Décima: Que ordenó obispo a Antonio, violador de sepulcros.
Once: Que a su compañero Juan lo traicionó y lo entregó a los soldados.
Doce: Que no rezaba ni al entrar ni al salir de la iglesia.
Trece: Que había hecho ordenaciones de diáconos y presbíteros sin altar.
Catorce: Que en una ordenación única había creado cuatro obispos a la vez.
Quince: Que recibía a las mujeres solas y estando él solo, tras de echar fuera a todos los demás.
Dieciséis: Que por medio de Teódulo había vendido la heredad de Tecla.
Diecisiete: Que no se sabía a dónde iban a parar los réditos de la iglesia.
Dieciocho: Que ordenó presbítero a Serapión, estando éste sujeto a juicio.
Diecinueve: Que había despreciado a quienes estaban en comunión con todo el orbe, y que por sentencia suya habían sido detenidos en la cárcel y habían muerto en ella, y que ni siquiera se había dignado dar sepultura a los cadáveres.
Veinte: Que había injuriado al santísimo varón Acacio y que no lo habían sido detenidos en la cárcel y habían muerto en ella, y que tregado en manos de Eutropio al presbítero Porfirio para que lo enviara al destierro.
Veintidós: Que lo mismo había hecho con Venerio, tras de golpearlo gravemente.
Veintitrés: Que para él solo se calienta el baño, y que una vez que se ha bañado, Serapión cierra la puerta a fin de que nadie más se bañe ahí.
Veinticuatro: Que ha ordenado a muchos sin testigos.
Veinticinco: Que come solo y de modo intemperante y lleva una vida de Cíclope.
Veintiséis: Que hace a la vez de acusador, juez y testigo, como consta por lo que se cuenta que hizo con el protodiácono Martirio y con Proheresio, obispo de Licia.
Veintisiete: Que a Memnón lo golpeó con el puño y que, mientras aún manaba la sangre, así celebró los divinos misterios.
Veintiocho: Que se reviste y se desviste en el trono y se come una pastilla. (7)
Veintinueve: Que a los obispos que ordenaba luego les daba dinero para poder oprimir al Clero por su medio.

Luego se presentó el abad Isaac y formuló 18 acusaciones. Se nos han conservado en la forma siguiente.
Primera: Acerca del monje Juan, ya nombrado, al cual había mandado azotar y encadenar, para favorecer así a los origenistas.
Segunda: Que el bienaventurado Epifanio no había querido comunicar con el Crisóstomo porque éste tenía a su lado a los origenistas Ammonio, Eutimio, Eusebio, Heráclides y Paladio.
Tercera: Que diariamente comía solo con desprecio de la hospitalidad.
Cuarta: Que había dicho en la Iglesia que la mesa sagrada estaba llena de furias.
Quinta: Que había dicho en la Iglesia con vanagloria hablaré! y ¡enloquezco!, palabras que siempre ha ignorado la Iglesia. (8)
Séptima: Que se mostraba laxo con los pecadores y les decía: "Si otra vez pecaste, otra vez haz penitencia; y cuantas veces pecares ven a mí y yo te sanaré".
Octava: Que ha blasfemado en la Iglesia diciendo que cuando Cristo oraba no había sido escuchado por su Padre, porque no oraba como convenía.
Novena: Que excitaba al pueblo a la sedición y en contra del Sínodo.
Décima: Que había recibido en la Iglesia y retenía y defendía a los gentiles que habían perpetrado muchos males contra los cristianos.
Once: Que invadía las provincias de otros prelados y en ellas hacía ordenaciones de obispos.
Doce: Que procedía en forma contumeliosa contra los obispos y ordenaba echar de su casa a los 'entyyárovg. (9)
Trece: Que injuriaba en forma desusada a los clérigos.
Catorce: Que se apoderaba por la violencia de los dineros depositados por otros.
Quince: Que sin la reunión y contra la voluntad del Clero confería órdenes sagradas.
Dieciséis: Que recibía a los origenistas, y en cambio, a quienes estaban en comunión con la Iglesia, aun cuando llevaran cartas comendaticias no los libraba de la cárcel; y que ni siquiera los visitaba cuando estaban encarcelados y ya moribundos.
Diecisiete: Que había ordenado obispos a esclavos ajenos aún no manumitidos, y aun acusados de crímenes.
Dieciocho: Que al mismo Isaac muchas veces lo había maltratado.

El Sínodo comenzó por examinar las 29 acusaciones del diácono Juan; luego siguió con las 18 del abad Isaac. Finalmente entró a considerar también las que se hacían contra Heráclides, cuyo acusador fue Macario, obispo de Magneto. Contra este Heráclides, Isaac había afirmado que era origenista y que en Cesárea de Palestina le había robado las vestiduras al diácono Aquilino, y que a pesar de todo, el Crisóstomo lo había consagrado obispo de Éfeso. Terminado el examen de las acusaciones, el Sínodo determinó citar al Santo a comparecer ante él y sincerarse de ellas. Fueron comisionados para hacer la citación Dióscoro y Pablo, originarios de Libia, ordenados hacía poco.

Cuando éstos se presentaron ante el Crisóstomo, estaba éste a la mesa juntamente con los 40 obispos que se habían reunido espontáneamente en Constantinopla con el fin de defenderlo; y comentaban en esos momentos el arte y la audacia de Teófilo, quien, habiendo sido citado por el emperador como reo, se había convertido en acusador. Los emisarios del Sínodo llevaban por escrito la citación. El Santo quiso que ahí públicamente la leyeran. Decía: "El santo Sínodo congregado en Quercus. Hemos recibido libelos contra ti que contienen infinitos crímenes. En consecuencia, preséntate y trae contigo a Serapión y a Tigrio presbíteros porque son necesarios". El Santo contestó: "Si retiráis de entre los jueces a los que son enemigos míos manifiestos, estoy pronto a presentarme. Y si alguno me acusa me defenderé. Pero si no lo hacéis, aunque me citéis muchas veces no acudiré". Se refería a Teófilo, Severiano, Acacio y Antíoco.

Los obispos que estaban a la mesa con él optaron por enviar al Sínodo una comisión de tres de ellos que fueron Lupiciano, Demetrio y Eulysio, con dos presbíteros, Germano y Severo: todos varones notables por su virtud. Con ellos enviaron al Sínodo una respuesta un tanto agria: "No perturbes a la Iglesia ni la dividas (se referían a Teófilo), pues por ella Dios se hizo carne. Mejor, ven tú a nosotros y no nos provoques a salir fuera, como lo hizo Caín con Abel; ven para que primero nosotros te oigamos, porque tenemos contra ti setenta libelos llenos de acusaciones y somos más numerosos que los congregados en tu Sínodo. .."

Los obispos congregados en Quercus eran, en efecto, según las noticias más probables, 36. Estos recibieron a los emisarios de los 40 de mala manera. A uno lo azotaron, a otro le rasgaron las vestiduras, a otro le echaron al cuello las cadenas que tenían preparadas para el Crisóstomo, porque pensaban encadenar al Santo, ponerlo en una nave y relegarlo a algún lugar ignoto. Con esto, por motivo del terror, algunos de los emisarios ya no regresaron a verse con el Santo. Sólo volvió fielmente Demetrio. Pero Eudoxia ardía en ansias de la deposición y destierro del prelado y apretaba en ese sentido a Arcadio. Por esto, apenas habían partido hacia el Sínodo los emisarios de los 40, cuando llegó corriendo y sudando un enviado del palacio real que al mismo tiempo era Notario oficial, y a nombre del emperador urgió al Crisóstomo a presentarse ante el conciliábulo. (10) El Santo respondió lo que ya había dicho al Sínodo, y no se movió.

El Sínodo sin más lo declaró depuesto de su Sede sin alegar otro motivo que la contumacia en no presentarse. El plan de Teófilo estaba, pues, perfectamente realizado. El Sínodo envió al punto una carta al Clero de Constantinopla, avisándole que su prelado había sido depuesto, y lo mismo comunicó oficialmente al emperador. A éste le suplicaba además que procediera a desterrar al Crisóstomo e imponérsele las penas debidas al crimen de lesa majestad por haber llamado a Eudoxia Jezabel (11) El débil Arcadio cedió, pero a medias. Confirmó la deposición del Santo, mas no quiso imponerle las penas que el Sínodo ansiaba. Fue en las horas de la tarde cuando se hizo pública la deposición del prelado, y el pueblo inmediatamente se amotinó y formó guardia en torno a la iglesia durante toda la noche, con el objeto de impedir que sacaran al pastor: ¡se decía entre el pueblo que por lo menos debía ventilarse su causa en un Sínodo mucho más numeroso!

Como viera el Santo que Arcadio perseveraba en su determinación, al tercer día se entregó voluntariamente al jefe de la escolta, por bien de la paz y sin que el pueblo se diera cuenta. Así fue conducido entre soldados al puerto de Hierón y de ahí a los campos de Préñete, en Bitinia, que quedaban enfrente de Nicomedia hacia el suroeste. Entonces Teófilo se apresuró a entrar en la iglesia con los suyos. Pero, como el pueblo no cedía, fue necesario desalojarlo por medio de las armas, y el Bautisterio, según parece, se manchó de sangre. Severiano subió al pulpito y quiso defender lo hecho, pero el pueblo se irritó más aún, y muchos corrieron al palacio a pedir al emperador que revocara la orden. Mientras, Teófilo volvió a su grado antiguo al diácono adúltero y al otro asesino, y redactó un rescripto por el cual nombraba, sin tener jurisdicción, a otro prelado para suceder a Juan en la sede.

Pero sucedió que esa misma noche sobreviniera un terremoto que sacudió a la ciudad. Eudoxia al sentir cómo el palacio parecía querer hundirse sintió un miedo pánico. Y dándose cuenta de ser ella la autora principal de la deposición y destierro del prelado, voló a suplicar a Arcadio que revocara la orden. Este obedeció al punto a su esposa y valida. Y con la orden en la mano salió a toda prisa, por mandato de Eudoxia, el eunuco Brisos a llamar al Santo. El eunuco lo encontró en Préñete y le comunicó la orden de regresar inmediatamente a Constantinopla. Lo supo el pueblo y cubrió de barcas la Propóntide para recibir a su pastor: llevaban todos cirios en las manos. Pero el Crisóstomo, considerando la forma en que se le había expulsado, caminó lentamente, y aun prefirió detenerse en el suburbio llamado Mariana, o según Sozomeno Anaplon. Dudan los autores acerca de si se le envió al Santo a Préñete un solo emisario o si fueron tres, uno tras otro.

Todavía andaba Teófilo procurando que se pusiera a discusión el caso de Heráclides de Éfeso, a quien se acusaba de haber encadenado a algunos y haberlos paseado así por en medio de la ciudad. Con esto se suscitó un grande alboroto entre alejandrinistas y partidarios del Crisóstomo, y hubo muchos heridos y algunos muertos. Al notar el tumulto, Teófilo huyó rápidamente hacia Alejandría. Todavía el Santo insistió en no entrar en su sede si un Sínodo en número mayor que el de Quercus no lo declaraba inocente. El pueblo comenzó a maldecir al emperador, y el prelado, otra vez en bien de la paz, entró en su sede. Los constantino-politanos buscaron en vano a Teófilo: ¡querían arrojarlo al mar! Como él, huyeron Severiano y los obispos egipcios que habían venido al Sínodo con Teófilo, excepto unos pocos. Pero el Santo continuó insistiendo ante el emperador en que se reuniera un gran Sínodo en el cual estuviera presente el alejandrino y ante el cual pudiera sincerarse él de su conducta. Arcadio lo concedió. Pero Teófilo no quiso regresar a Constantinopla, alegando que el Crisóstomo preparaba tumultos entre el pueblo.

A pesar de la derrota, los enemigos siguieron trabajando. Eudoxia muy pronto olvidó el terremoto. De manera que apenas habían transcurrido dos meses, cuando en noviembre de 403 recomenzó la tempestad. La ocasión fue la dedicación de una estatua de plata que se le erigió a Eudoxia, fiesta en que hubo graves desórdenes. El Santo los reprendió desde el pulpito, y Eudoxia tomó aquellos avisos como una reprensión personal. Inmediatamente se puso a trabajar en la convocación de un gran Sínodo, pero con la perversa idea de acabar definitivamente con el predicador, que en el fuego de su celo quizá pudo dejar escapar alguna frase menos prudente. Los enemigos del Crisóstomo, en cuanto notaron el ambiente de la corte, trataron de que Teófilo regresara a la ciudad. Pero Teófilo era astuto y no quiso precipitar los pasos. Envió por delante a tres obispos (Pablo, Pemenes y otro), y les dio algunos cánones del Sínodo anterior antioqueno, celebrado en 341. En ellos se contenía que si un prelado era depuesto de su sede por un Concilio o por decreto imperial, o de propia voluntad dejaba su sede, por el hecho mismo quedara perpetuamente depuesto y no se le admitiera ni aun a defenderse: cánones redactados por los arríanos contra San Atanasio.

Eudoxia se sintió segura por aquellos cánones. Y al tiempo de la fiesta de la Navidad logró que Arcadio no se presentara en la iglesia, contra la costumbre establecida, sino que mandara decir al Crisóstomo que no comunicaría con él si primero no se justificaba de sus crímenes. El escándalo fue grande. Inmediatamente comenzaron a reunirse muchos obispos de ambos partidos, y así se formó un nuevo Sínodo, conforme al decreto del emperador enviado con ese fin desde que regresó el Santo a su sede y a ruegos del mismo. Entre los varios prelados se presentó también Teodoro de Tyana, varón de excelsa virtud y muy recto. Pero, al enterarse de la conspiración que se urdía contra el Crisóstomo, se regresó a su diócesis sin siquiera saludar a los obispos.

Reunidos todos en Constantinopla, desde luego asistieron con el prelado legítimo a los misterios divinos, cosa que a Eudoxia le pareció muy mal, y lo mismo a Arcadio, asesorado por la emperatriz. Al Sínodo, según parece, se presentaron las acusaciones debatidas en el de Quercus. Pero los prelados las encontraron tan vacías de culpa, que quedaron desilusionados. Con todo, los alejandrinistas insistieron en los cánones del Sínodo Antioqueno. Entonces hubo una gran discusión; y como no se pusieran de acuerdo los obispos, comenzaron a acudir unos tras otros al emperador. No ha quedado en claro en los autores antiguos cuál fue la sentencia que el Sínodo pronunció finalmente, ni si pronunció alguna.

Eudoxia no renunciaba a su proyecto. Por lo cual, según se cree, empujó a Acacio y Antíoco, cuando ya se acercaban las fiestas de la sagrada Pascua, a pedir del emperador sin más la orden de expulsión del prelado. Arcadio no resistió a Eudoxia y dio la orden. El Crisóstomo se contentó con decir esta vez que "tenía él su sede por mano de Dios y que sólo Dios podía arrojarlo de ella", aludiendo, sin duda, a la irregularidad de los dos conciliábulos.

Los obispos favorables al Santo acudieron también a los Augustos mientras éstos andaban visitando las iglesias, por ser el tiempo cuaresmal. Pero nada lograron de Eudoxia. Ante esta maniobra, los obispos enemigos temieron sin duda que Arcadio, dada su conocida debilidad de carácter, revocara la orden. Se armaron, pues, de fuerzas militares, y el sábado santo, por la tarde, se lanzaron sobre la iglesia del Crisóstomo, en donde él se encontraba rodeado de su Clero. Echaron de ahí a los clérigos y cercaron con soldados la iglesia. Las mujeres que ya se habían puesto en paños menores para el bautismo (12) huyeron sin dárseles tiempo de vestirse decentemente. Muchas fueron heridas y las piscinas bautismales se llenaron de sangre. Los soldados se metieron incluso hasta el sitio en que se guardaban las Sagradas Especies, y aun el Sanguis divino se derramó sobre los vestidos de los milites. De éstos los había que ni siquiera estaban iniciados en los misterios.

El vulgo se dio a la fuga y las iglesias quedaron vacías. Los obispos amigos del prelado huyeron. Los presbíteros, expulsados de la iglesia, convocaron al pueblo al baño público llamado "Termas Constantinianas", y ahí prosiguieron las ceremonias de la festividad. Entonces Severiano, Acacio y Antíoco rogaron al jefe de las fuerzas militares que también de ese sitio se echara a los presbíteros. Se negaba el jefe, pero al fin, urgido por los obispos dichos, envió a un varón pagano, Lucio, a desalojar el sitio con un pelotón de soldados. El pueblo se negó a salir de ahí. Lucio regresó a pedir órdenes. Entonces Acacio envió con Lucio a sus propios clérigos y así acometieron al pueblo. A los presbíteros más ancianos los golpearon con palos en la cabeza y se los llevaron a la cárcel. Y corrían de un lado a otro los pregoneros de edictos que amenazaban con las más graves penas a quienes no se apartaran de la comunión con el prelado.

El intento de Acacio era que el pueblo volviera a la iglesia catedral para poder él enseguida celebrar ahí los santos misterios. Pero la ciudad en masa, al amanecer se dirigió a un sitio extra muros llamado Pempton, y ahí comenzó la celebración de la Pascua.

Los iniciados iban aún vestidos con sus túnicas blancas y eran unos 3,000. Entre tanto Arcadio había salido a hacer un poco de ejercicio al campo. Y cuando vio aquella multitud preguntó a algunos qué significaba aquello. Como los partidarios de Acacio habían cuidado de rodear al príncipe, le dijeron que eran herejes que andaban en sus ceremonias. E inmediatamente echaron sobre aquella masa humana a los soldados. (13) Muchos de los fieles fueron conducidos a las cárceles y se repitieron los desórdenes.

A raíz de estos sucesos escribió el Crisóstomo su primera carta al Papa Inocencio I, a la que siguió otra de los obispos fieles al prelado, y luego una tercera de parte de los Clérigos leales. Llevaron estas cartas a Roma los obispos Demetrio, Pansofio, Pappo y Eugenio. Iban con ellos los diáconos Pablo y Ciríaco. Cuando llegaron, ya el Papa había recibido carta de Teófilo en la que contaba las cosas a su manera. Dudoso Inocencio, optó por exhortarlos a todos a la paz, pero reprobó la condenación del Santo hecha sin oírlo por el conciliábulo de Quercus; y remitió la solución de la querella a un Concilio universal de Oriente y Occidente que debía celebrarse de acuerdo con Honorio y Arcadio.

Temieron Arcadio y Eudoxia semejante paso, y según los autores antiguos, por artes de Eudoxia "quae ad nutum suum Arcadii consilia moderabatur", ese concilio no llegó a reunirse. También influyó en eso el carácter aniñado de Honorio. Mientras tanto, el Santo permanecía en su iglesia, aunque amenazado de muerte. Los fieles le formaban guardia día y noche. Esta situación se prolongó por dos meses. Pero al quinto día después de la fiesta de Pentecostés, o sea el 9 de junio de 404 (según Baur), Acacio, Severiano, Antíoco y Cirino se presentaron al emperador; y apoyados por Eudoxia le exigieron perentoriamente el destierro del Crisóstomo. Envió Arcadio a un notario patricio que le conminara de nuevo la orden al Santo. Este dijo entonces a los obispos que lo rodeaban: "¡Venid! ¡Hagamos oración! ¡Digamos adiós al Ángel custodio de esta Iglesia!" Se despidió de algunas piadosas mujeres que no se apartaban del templo, entre ellas de Olimpias, Pentadia, Procla y Silvina, y salió por el lado oriente de la ciudad, tras de haber enviado su cabalgadura por el de occidente a fin de que el pueblo hacia esta parte se arremolinara. Porque había el peligro inminente de que se entablara una lucha entre la plebe y el ejército.

Luego se le puso en una nave pequeña y se le condujo a Bitinia con toda cortesía de parte de sus guardias. Salió, como indicamos, el 9 de junio o según otros el 20 (Stein). Fue llevado hasta Nicea, en donde permaneció hasta el 4 de julio. En Constantinopla, siguióse a su salida el incendio de la iglesia y del Senado, que estaba adyacente; y Acacio y los suyos lo atribuyeron a los partidarios del Santo o al mismo Santo. Los juanistas fueron puestos en la cárcel y atormentados, otros se ocultaron o huyeron. A los encarcelados el Santo les escribió una carta consolatoria el 27 de junio. Y "curante Eudoxia Imperatrice", fue designado como sucesor del Crisóstomo Arsacio, hermano de Nectario, ya de 80 años de edad, que se dejó gobernar por los clérigos. Por su parte la emperatriz procedió a una cruel persecución: obispos echados de la ciudad, fieles encarcelados y torturados, etc. El obispo Serapión de Heracles, en Tracia, ordenado por el Santo, fue muerto entre tormentos. Los obispos simoníacos que el Santo había depuesto volvieron a sus sedes. El mismo Honorio, al tener noticias de los sucesos, se condolió del prelado y escribió a su hermano Arcadio que hubiera sido mejor esperar la determinación del Papa; pero en Constantinopla de nada sirvió todo eso: "Arcadio semper uxoris et aulicorum optata sequen te". Más aún: a los Legados del Papa que tiempo después fueron a Constantinopla con el objeto de inquirir directamente los sucesos y ver de arreglar el asunto, la corte los recibió muy mal y nada pudo conseguirse.

Mientras tanto el Crisóstomo, en manos de sus guardias, que no se le apartaban, iba su camino. Varios de los obispos de los sitios por donde debía pasar, llenos de terror ante la posición de la corte, lo persiguieron, lo maltrataron y aun lo amenazaron de muerte. Así, por ejemplo, el de Ancyra de Galacia. Pero el que se portó quizá con mayor saña fue el de Cesárea de Bitinia, un tal Faretrio. Acerca de él nos dejó noticias pormenorizadas el mismo Crisóstomo en su carta XIV a Olimpias. Faretrio hacía correr la voz de que ansiaba ver al Crisóstomo y recibirlo, pero todo era ficción para que el Santo no se le ocultara. Consumido de fatigas y muerto de cansancio entró al fin en Cesárea, pero Faretrio no se presentó para nada. Hubo de buscar hospedaje en una barriada de arrabal, con alta fiebre y sin poder ver algún médico. Cuando mejoró un poco, se presentó un "ejército de monjes", dice el Santo, a la aurora delante de su morada, y quería incendiarla, y amenazaban con la muerte a los guardias del Santo si no salían inmediatamente de la ciudad. Los soldados y la gente, cuando entendió ser Faretrio el que detrás maniobraba, se abstuvieron de auxiliar al desterrado. Hubieron pues los guardias de salir con él en pleno mediodía. Todavía una buena matrona, Seleucia, le ofreció hospedaje en su finca de campo. Allá fue el Crisóstomo. Pero Faretrio amenazó a la matrona, y ésta temió que los monjes asaltaran su finca. Un ardid hizo salir de ahí a media noche al prelado, pues sus acompañantes, para librar a la matrona, fingieron una acometida de los isauros, y sacaron por entre barrancos, en una litera acomodada en un mulo, al desterrado. En una ocasión resbaló el mulo y arrojó al Santo al suelo; por lo que luego hubo de caminar a pie un buen trecho a oscuras y llevado de la mano por el presbítero Evecio. Así llegó a Cúcuso, en donde pudo al fin acomodarse un poco, y desde ahí escribió grande cantidad de cartas. Ahí se sentía más seguro porque, según dijo, temía a los obispos más que a los isauros.

Como ya indicamos, entre los años 404 y 408 los isauros cometieron en esas regiones mil tropelías, de manera que apenas pasado el invierno se derramaban por las comarcas y todo lo robaban y lo destruían. Con eso los correos escaseaban y una grave pena del desterrado era la soledad. Luego hubo de ser trasladado, como a lugar fuerte y menos expuesto a los ataques de los bárbaros, a Arabisos, en donde estuvo encerrado como en una cárcel, según él dice. Con todo, la correspondencia del Santo y las visitas que recibía en cuanto era posible y la fama de santidad que había dejado tenían en, vilo a la corte de Constantinopla, siempre temerosa del regreso del prelado; pero más que a todos asustaba su vuelta a los partidarios de Teófilo y a los intrusos. Para consolar y consolarse escribió entonces el Crisóstomo sus dos bellos Tratados acerca de que nadie que no se dañe a sí mismo puede ser dañado por otros y acerca del escándalo padecido por las almas buenas con ocasión de los miserables sucesos de Constantinopla.

Pero ni aun teniendo así encerrado al Santo se sentían seguros sus adversarios, por lo cual cuidaron de que fuera alejado más aún. Se le señaló como residencia Pityunte, en los bordes del mar. Pero, cuando se le trasladaba hacia allá, murió en el camino, junto a Comana del Ponto, el 14 de septiembre del año 407. (14) La terrible Eudoxia había muerto de un mal parto desde el 6 de octubre del 404, tres meses después de su victoria sobre el Crisóstomo. Pero Arcadio no podía pasarse sin un tutor o valido. A Eudoxia le sucedió Antemio, hecho Prefecto de Oriente en 404 y Cónsul en 405, y enseguida patricio. Dirigió los negocios hasta el año 414. Arcadio murió el 10 de mayo de 408. (15)


(1) Esta narración, complemento de la biografía breve del Crisóstomo, que va en el texto, está combinada con los datos de Paladio, Sozomeno, Teodoreto, Sócrates y Focio y sobre todo las cartas del mismo Crisóstomo desde el destierro, entre los antiguos autores: y entre los modernos, con los de Lacombrade, Demougeot, Grumel, Baur, Lazzati, Puech3 etc. No hemos creído pertinente llenar de notas y citas este apéndice, dada nuestra finalidad. Por la misma, como era obvio, al tratar de los validos del emperador Arcadio nos hemos alargado en lo que se roza con los sufrimientos del Santo. Pero todo lo hemos hecho abreviando lo posible dentro de la necesaria claridad.

(2) Eudoxia cometió otra serie de excesos. Los atropellados generalmente recurrían al prelado como a padre común, y él antepuso siempre la caridad y la justicia a quedar bien con los príncipes.

(3) En muchas Homilías encontramos trozos dedicados a combatir el exceso de lujo, el amor a las riquezas, la avaricia, la vanidad de las mujeres, etc. Pero era obvio que sus exhortaciones parecieran reprimendas a quienes andaban manchados con esos vicios.

(4) Hemos ido siguiendo las fechas con la probabilidad posible. Hay entre los mejores autores y biógrafos del Santo muchas divergencias que no estamos llamados a resolver. Por ejemplo: según Stein (Vol. I, pág. 242) el viaje del Santo a Éfeso tuvo lugar en el invierno del 401-402; según Gregoire (Byzantion III, 1927), ha de colocarse en el invierno del 400-401, y lo mismo afirma Baur. Acerca de las diferencias entre Severiano y el Santo, Stein las coloca después del viaje a Éfeso, pues de otro modo el Crisósto

(5) A propósito de Cirino se cuenta una anécdota curiosa (Sozomeno y Sócrates). Se dice que como estuvieran va reunidos los obispos adversos al Santo allá en Calcedonia, en una de las juntas previas al Sínodo, Marutas, obispo de Mesopotamia, inadvertidamente dio un pisotón a Cirino, ya enfermo de las piernas. El golpe se le inflamó, por lo cual Cirino se abstuvo de pasar a Constantinopla con los otros obispos cuando las primeras juntas. Marutas era un varón probo que había sido engañado por Teófilo y sus secuaces. Pero Dios lo tomó como instrumento para hacer sentir a Cirino su castigo. Pues en tal manera le afectó el golpe la pierna, que un poco después, como no pudiera Cirino soportar los dolores, él mismo pidió a los médicos que se la amputaran, como se hizo; y de eso murió.

(6) Así lo dice expresamente el Crisóstomo en su carta primera al Papa Inocencio. La versión del Epistolario del Santo la encontrará el lector en el Vol. III nuestro, de aparición próxima.

(7) Recuérdese que en la Iglesia griega la comunión se daba y tomaba bajo las dos especies y el pan que se consagraba era con levadura. De aquí que para mejor purificar la boca acostumbrara el Santo tomar una pastilla después de la comunión. Aun ahora se toma un pedazo de pan bendito para lo mismo.

(8) La alusión no puede referirse sino a la Homilía del Santo predicada con ocasión de haber acompañado la emperatriz, a pie y sin insignias reales, las reliquias de los mártires cuando fueron trasladadas desde la Iglesia mayor hasta Drypias. Mostró el Santo inmenso regocijo, pero eso no puede constituir culpa alguna. Véase la versión de esa Homilía y lo que sobre ella anotaremos en nuestro Vol. III de las Obras Completas del Crisóstomo de aparición próxima.

(9) Parece que esa palabra griega fue corrompida en los manuscritos, pues no se encuentra en los Diccionarios. No se puede conjeturar cuál sería la auténtica.

(10) Los epítetos puestos al mensajero indican de por sí la agitación que en el palacio reinaba. Se le llama zaxvSgo/iog xaí xaxvyeaKpoi;, o sea veloz para correr y para escribir.

(11) La Homilía en que se encuentran esas palabras referentes a Jezabel en forma realmente injuriosa para la emperatriz, tiene dos partes muy diferentes cuanto al estilo, etc. La primera sí parece del Santo. La segunda actualmente se tiene como ciertamente espuria. En esta segunda parte es en donde se encuentra esa brevísima comparación o mejor alusión a Jezabel y luego otra a Herodías. Parece que la fingió algún griego inepto ya antes de que escribieran sobre este asunto Sócrates y Sozomeno, quienes la tomaron como auténtica. Por lo demás en el resto de las obras que conservamos del Crisóstomo no se encuentra rastro alguno de que en esa forma tratara a los príncipes.

(12) Para entender lo del desorden en las pilas bautismales y lo que sigue del aspecto del campo llamado Pempton, recuérdese que el bautismo se administraba entonces por inmersión en la fuente, y para eso se usaban vestidos ligeros. Los que se iban a bautizar llevaban vestidos blancos, señal de la inocencia adquirida con el bautismo, y eran verdaderos candidatos.

(13) Si hemos de dar en esto fe a Paladio, en verdad nada hay que nos pinte tan al vivo el infantilismo de aquel emperador Arcadio, famoso en la historia por su debilidad de carácter y volubilidades.

(14) Para darse cuenta de los gravísimos sufrimientos del Crisóstomo en su destierro son un documento insustituible sus cartas. La amargura con que algunas están escritas nos deja entrever un temperamento ya gastado por las penitencias, el trabajo y las enfermedades. Véase la versión en el Vol. III de esta obra que aparecerá pronto.

(15) Para todo lo referente a los conflictos entre Eudoxia y el Crisóstomo puede verse Balducci, Atti del IV Congr. Naz., di Studi Romani (35-45), 1938. Para la interesante figura de Teófilo de Alejandría, hermano del padre de San Cirilo de Alejandría, véase Lazzati, Teófilo d'Alessandria, 1935.




Homilias Crisostomo 2 46