CRISOSTOMO-HOMILIAS I - Prolog.

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XXII: Homilía sobre la santa Pascua.

(Algunos dudaron de que esta Homilía fuera auténtica. Se fundaban en que en ella se repiten ideas y aun trozos de otras, como la sobre el Cementerio y la Cruz y la otra contra los ebrios y sobre la Resurrección. Mas el parecer general es que se trata de una obra genuina del Crisóstomo. Era natural que habiendo de predicar el santo durante 18 años a veces se repitiera o simplemente echara mano de materias ya muy de antemano preparadas y tratadas. Esto mismo hace ver cómo el santo jamás se preocupó de la gloria humana: ¡iba a su negocio, que era la utilidad de los oyentes! Por lo demás Demóstenes mismo en más de una ocasión se repitió y aun se citó a sí mismo).

OPORTUNAMENTE podemos hoy todos exclamar con el profeta David: ¿Quién contará las obras del poder de Yavé? ¿Quién podrá darle toda la alabanza que merece? ¡He aquí que ha llegado la para nosotros deseada y saludable festividad; es a saber, la Resurrección del Señor Jesús, que es motivo de paz y causa de reconciliación; y que ha removido las guerras, acabado con la muerte y derribado al demonio! ¡Hoy los hombres se han mezclado con los ángeles, y los que están vestidos del cuerpo cantan himno a la par de las Potestades incorpóreas! ¡Hoy se ha echado por tierra la tiranía del demonio! ¡Hoy se han roto las ataduras de la muerte! ¡Hoy se ha concluido la victoria del infierno!

Por esto podemos hoy levantar aquel canto profético: ¿En dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿en dónde, oh infierno, tu victoria? ¡Hoy nuestro Señor Jesucristo rompió las puertas de bronce y acabó con la muerte misma! ¿Qué digo con la muerte? ¡Su mismo nombre lo cambió, y ya no se llama muerte, sino sueño y dormición! Porque antes de la venida de Cristo y del ensalzamiento de la cruz, el nombre mismo de la muerte era temible. El primer hombre escuchó como una muy grave pena aquella sentencia: En cualquier día en que comieres, morirás. Y el bienaventurado Job con este nombre la designó: ¡La muerte es descanso para el varón! Y el profeta David decía: ¡La muerte del pecador es pésima! y se designaba con el nombre de muerte, no solamente la separación del alma y el cuerpo, sino al infierno mismo. Oye al patriarca Jacob cómo dice: ¡Llevaréis mi ancianidad con dolor hasta el infierno! Y también el profeta: ¡El infierno ensanchó su boca! Y otro profeta: ¡Me librará del lago inferior! o sea del profundo averno. Y en muchos otros pasajes del Antiguo Testamento encontrarás que el paso de esta vida se llama muerte o infierno.

Pero, como Cristo, el Dios nuestro, se ofreció en sacrificio, y luego se siguió la resurrección, el benigno Señor suprimió esos nombres, y trajo al mundo un modo de vivir extraño y novedoso; y desde entonces al paso de esta vida no se le llama muerte, sino sueño y dormición. Y ¿cómo se demuestra esto? Oye a Cristo que dice; ¡Nuestro amigo Lázaro duerme, pero yo voy para despertarlo del sueño! Porque así como a nosotros nos es fácil despertar y volver en sí al que duerme, así lo es para el común Señor de todos, el resucitar a los muertos.

Así, como era nuevo y extraño lo que Él había dicho, ni los mismos discípulos entendieron lo que decía, hasta que, acomodándose El a la debilidad de ellos, les dijo todo más claramente.

Y el Doctor de todo el orbe, Pablo, escribía a los Tesalonicenses: No quiero que ignoréis, hermanos, lo tocante a la suerte de los que ya durmieron, para que no os entristezcáis como los demás que carecen de esperanza. Y también en otra parte: ¡Entonces los que ya durmieron en Cristo, perecieron! Y también: Nosotros, los que vivimos, los que quedamos para la venida del Señor, no nos anticiparemos a los que ya durmieron Y de nuevo: Pues si creemos que Jesús murió y resucitó, así también Dios a los que durmieron los tomará consigo.

¿Ves cómo la muerte con frecuencia se llama sueño y descanso? ¿Y cómo la que antes era temible, ahora se ha hecho despreciable con facilidad? ¿Ves la espléndida victoria de la resurrección? ¡Porque por ella nos vinieron infinitos bienes! Por ella se deshizo la falacia del demonio. Por ella nos reímos de la muerte. Por ella despreciamos la vida presente. Por ella nos inflamamos en el deseo de los bienes futuros. Por ella, aunque estemos vestidos de cuerpo, en nada somos inferiores, si nosotros queremos, a los seres incorpóreos.

¡Hoy celebramos un preclaro triunfo de victoria! ¡Hoy el Señor nuestro, tras de erigir un trofeo contra la muerte, y habiendo pisoteado la tiranía del demonio, nos dejó, con su resurrección, seguro el camino para la salud! ¡Alegrémonos, pues, todos! ¡demos saltos de gozo y de regocijo! Porque, aunque sea propiamente el Señor quien erigió el trofeo y venció, pero con todo, común es la alegría, común es el gozo; puesto que todo lo llevó a cabo por nuestra salvación; y por los medios por los que el demonio había vencido, por esos mismos Cristo lo venció. Tomó él sus mismas armas y con ellas lo venció. ¡Cómo haya sido eso, óyelo!

Una virgen, un leño y la muerte eran los símbolos de nuestra ruina. Porque virgen era Eva, puesto que cuando fue engañada aún no conocía varón. Leño era el árbol. La muerte era el castigo impuesto a Adán. ¿Ves, pues, cómo una virgen, un leño y la muerte son símbolos de nuestra ruina? Pues mira ahora cómo ellos mismos vinieron a ser causa de nuestra victoria. En vez de Eva, María. En vez del árbol de la ciencia del bien y del mal, el leño de la Cruz. En vez de la muerte de Adán, la muerte del Señor. ¿Observas cómo por medio de aquellas cosas con que venció el demonio, por ésas fue vencido?

El demonio había vencido a Adán por medio de un árbol; pues Cristo, por medio del árbol de la cruz derrotó al demonio; y por cierto, aquel árbol arrojaba al infierno, mientras que el leño de la cruz a los muertos los saca del infierno. Aquél, al que había sido vencido, lo cubría pero como a un guerrero cautivo y desnudo; éste en cambio mostraba a todos al vencedor desnudo y clavado en lo alto. Aquella muerte primera a todos arrastraba a la condenación; pero esta segunda, aun a los que la precedieron los resucita. ¿Quién, pues, podrá contar las obras del poder de Yavé y darle la alabanza que se merece? ¡Por medio de la muerte hemos sido hechos inmortales! ¡mediante una caída nos hemos levantado! ¡mediante una derrota somos vencedores!

Estas son las obras excelentes de la cruz, y la mejor demostración de la resurrección. Hoy los ángeles forman coros, todas las Virtudes del cielo se alegran y en común se gozan por la salvación del género humano. Hoy a la naturaleza humana, libertada de la tiranía del demonio, la volvió Cristo a su prístina dignidad. Porque cuando yo veo que mis primicias han alcanzado la victoria sobre la muerte, ya no temo la guerra, ya no me horroriza. Ya no considero mi debilidad, sino que miro lo inmenso del poder que peleará por mí. Pues, quien venció la tiranía de la muerte y le quitó su fuerza ¿qué no hará en adelante por los de su linaje, cuya forma por su grande clemencia se dignó revestir, y por medio de ella bajó a la arena y se puso a combatir contra el demonio?

Hoy por todo el orbe de la tierra hay gozo y alegría espiritual. Hoy, también, todo el coro de los ángeles y todo el conjunto de las celestes Virtudes se alegran por la salud de los hombres.

Piensa, pues, carísimo, en la magnitud del gozo, ya que también las Potestades superiores celebran con nosotros la festividad; ellas se alegran de nuestro bien! Porque, aunque esta gracia está propiamente ordenada por el Señor para nosotros, con todo, ellas participan de nuestro gozo. Y por esto no se avergüenzan de celebrar fiesta con nosotros. Pero ¿qué digo, que nuestros consiervos no se avergüenzan de celebrar la fiesta juntamente con nosotros? ¡El Señor nuestro y de ellos no se avergonzó de hacerlo! ¡Ni solamente no se avergonzó, sino que anhela celebrar la fiesta con nosotros!

Y ¿cómo quedará esto en claro? Óyelo al tiempo en que dice: Con deseo he deseado comer esta Pascua con vosotros. Pues si deseó comer la Pascua, es cierto que también deseó celebrar la fiesta con nosotros. Viendo, pues, tú no solamente a los ángeles y a todo el coro de las celestes Potestades y al mismo Señor de los ángeles, celebrar la fiesta con nosotros, ¿qué cosa te falta para alegrarte?

¡Que nadie el día de hoy esté triste por su pobreza! ¡se trata de una fiesta espiritual! ¡Que ningún rico se ensoberbezca por sus abundantes riquezas; porque nada puede añadir con sus riquezas a esta festividad! En las fiestas profanas, en donde hay grande pompa y boato y grande abundancia de manjares en las mesas, con razón el pobre se halla en tristeza y tiene que bajar sus ojos de pena, mientras el rico se encuentra entre delicias y goces. Y esto ¿por qué? Porque anda el rico ceñido de espléndidas vestiduras y prepara una mesa mucho más abundante; mientras que al pobre le impide su estrechez el ostentar un lujo parecido. Pero nada que a eso se parezca hay aquí. ¡Lejos está toda esa desigualdad! ¡Una misma es la mesa para el rico y para el pobre, para el siervo y para el libre! ¡Si eres rico no por eso tendrás más que el pobre; y si pobre, nada menos que el rico!

No se disminuye la abundancia del banquete espiritual por motivo de penurias; porque divina es esta gracia y no entiende de discriminación de personas. Pero ¿qué digo ponerse a una misma mesa el pobre y el rico? Más aún: una misma mesa se pone delante al que anda ceñido de diadema y ataviado de púrpura y que tiene en su mano el imperio del universo, y al pobre que está por allá sentado y pide limosna. Porque de esta naturaleza son los bienes espirituales: se comunican y distribuyen no según las dignidades, sino según las voluntades y los buenos propósitos. Con la misma confianza se acercan a la participación y al uso de los divinos misterios el emperador y el pobre. Pero ¿qué digo con el mismo honor? ¡Muchas veces el pobre se acerca con mayor confianza!

Y esto ¿por qué? Porque el emperador, distraído con los cuidados y los negocios, y rodeado por todas partes de diversas circunstancias, como si estuviera en medio del mar, así es agitado de todos lados por las olas que se le echan encima, y se mancha con muchos pecados. En cambio el pobre, libre de todo eso, y solamente solícito de lo que ha de comer, y llevando una vida libre de negocios y tranquila, como si estuviera sentado en un puerto seguro y en lugar sereno, se presenta ante esta mesa.

Pero, no solamente por lo dicho, sino por otras muchas causas, a quienes celebran fiestas profanas, se les ofrecen muchas ocasiones de tristeza. Porque semejantes fiestas el rico las celebra con gozo y el pobre con tristeza, no únicamente por la abundancia de las mesas, sino además por los vestidos espléndidos y la excelencia de los mantos. Y lo que padecen por causa de la abundancia de las mesas, eso lo sufren también por motivo de los vestidos. Cuando el pobre observa al rico refulgente por sus vestiduras, se desgarra de dolor y se estima como miserable y rompe en maldiciones. Pero en esta otra festividad, semejante tristeza se halla excluida, puesto que solamente hay una vestidura que sea saludable. Por esto Pablo exclama: ¡Todos los que habéis sido bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo!

En consecuencia, os ruego que no deshonremos esta festividad, sino recibamos los dones que la divina gracia nos ha concedido con una disposición de nuestro ánimo que sea digna. No nos entreguemos a la embriaguez y a la crápula; sino más bien, teniendo en cuenta la munificencia de Dios con nosotros, y cómo ha honrado igualmente a los ricos y a los pobres, a los siervos y a los libres, y nos ha enviado un don común a todos, correspondamos con iguales servicios a nuestro bienhechor por esa benevolencia que nos ha mostrado. Y el congruo servicio con que podemos correspondería es vivir en una forma que le sea agradable, con un ánimo vigilante y temperado.

La presente festividad no requiere dineros, no necesita riquezas ni erogaciones, sino un buen propósito y un alma pura. Nada corporal hay aquí que pueda comprarse, porque todo es espiritual, como son la doctrina de las Sagradas Escrituras, las oraciones de los sacerdotes, las bendiciones, la comunicación de los divinos y arcanos misterios, la paz y concordia, los dones espirituales dignos de la munificencia del dador de ellos. ¡Celebremos pues esta festividad en la que ha resucitado el Señor, porque resucitó y juntamente resucitó a todo el universo! El resucitó habiendo roto las ataduras de la muerte; y a nosotros nos resucitó desatando las cadenas de nuestros pecados. Pecó Adán y murió; no pecó Cristo y murió. ¡Cosa nueva y singular! ¡Aquél pecó y murió! ¡Este no pecó y murió! ¿Por qué motivo? ¿por qué causa? ¡Para que el que pecó y murió, por medio del que no pecó y murió pudiera quedar libre de las ataduras de la muerte!

Esto mismo suele suceder cuando se trata de dineros. Debe alguno a otro plata, y no puede pagar y por esto se le aprehende. Pero otro, que nada debía, pero que está en posibilidad de pagar, entrega el dinero y libra de la cárcel al deudor. Pues algo parecido pasó entre Adán y Cristo. Deudor era Adán y sujeto estaba a la muerte, y estaba encarcelado por el demonio. Cristo nada debía ni estaba encarcelado. Con todo, vino y pagó la deuda de muerte en lugar del encarcelado para así librarlo de las ataduras de la muerte. ¿Ves el preclaro fruto de la resurrección? ¿Ves la benignidad del Señor? ¿Ves la grandeza de la providencia? ¡No seamos pues ingratos para con tan grande bienhechor; ni porque ya pasó el tiempo del ayuno nos tornemos perezosos! Mas bien, ahora cuidemos de nuestra alma con mayor empeño que antes, con el fin de que no suceda que, engordada la carne, el alma se haga más débil: ¡no sea que cuidando de la esclava, descuidemos a la señora! ¿Qué utilidad hay, pregunto, en que reventemos de gordos y pasemos toda medida? ¡Con eso incluso el cuerpo se destruye y el alma recibe daño! Tomemos tanto de alimento cuanto pide la necesidad; para que de este modo demos lo conveniente así al alma como al cuerpo; y para que no disipemos apresuradamente lo que con el ayuno habíamos recogido.

¿Prohíbo por esto el uso del alimento y la recreación? ¡No lo prohíbo! Únicamente exhorto a que no nos excedamos de lo necesario y a que cortemos el nimio placer, a fin de que no suceda que, pasándonos de la medida, dañemos la salud del alma. Porque en verdad ni siquiera disfrutará de placer aquel que se propasa de los límites de la necesidad: ¡cosa que saben muy bien los que la han experimentado! ¡Porque se procuraron infinitos géneros de enfermedades y sufrieron enormes molestias!

Por esto, dando por terminada esta materia, voy con mi discurso a los que en esta noche, portadora de luz, han sido dignos de recibir el bautismo. Es decir, a estas hermosas plantas de la Iglesia, a estas flores espirituales, a estos nuevos soldados de Cristo. Antier Cristo pendía de la cruz, pero ahora ya ha resucitado. Del mismo modo, éstos antier aún estaban retenidos por el pecado, pero ahora resucitaron con Cristo. El murió en su cuerpo y resucitó; éstos estaban muertos por el pecado y han resucitado del pecado. De manera que la tierra, en esta estación primavera} produce rosas, lirios y otros géneros de flores; pero hoy las aguas, mucho más amenas que la tierra, nos ofrecen todo un prado de flores.

¡Y no te admires, carísimo, si del agua han brotado prados cubiertos de flores! Porque tampoco la tierra allá en sus principios brotó los gérmenes de las plantas de su propia naturaleza, sino por mandato de Dios. En aquel entonces, las aguas produjeron animales dotados de movimiento, porque oyeron el mandato: ¡Produzcan las aguas en abundancia animales que en ellas se muevan! Y el precepto se convirtió en hechos: ¡la sustancia inanimada produjo seres vivientes! Pues ahora ese mismo precepto y del mismo modo ha obrado totalmente. Entonces dijo: ¡Produzcan las aguas animales que en ellas se muevan! Ahora en cambio no producen animales con vida, sino que derraman sus dones espirituales. Entonces las aguas produjeron peces destituidos de razón; ahora, en cambio, nos han engendrado peces racionales y espirituales, a los que los apóstoles han pescado. Porque dice: ¡Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres!

¡Nuevo género de pesca! Porque los pescadores pescan peces en las aguas y una vez capturados los matan. Nosotros, en cambio, arrojamos al agua los que son cogidos, y reciben la vida. También antiguamente había entre los judíos una piscina de agua. Pero, ¡advierte qué es lo que ella podía, para que veas con mayor claridad la pobreza de los judíos; y al mismo tiempo observes nuestra abundancia! ¡Bajaba, dice la Escritura, el ángel y movía el agua; y el primero que descendía, después del movimiento del agua, alcanzaba la salud! Bajó el Señor de los ángeles a las corrientes del Jordán y habiendo santificado la naturaleza del agua, sanó a todo el orbe. Por esto allá, el que descendía después del' primero, ya no sanaba; porque era aquella una gracia concedida a los judíos enfermos, y que aún se arrastraban por la tierra. Acá, en cambio, tras del primero baja el segundo y tras del segundo el tercero y el cuarto. Y aunque digas infinitos, y aunque eches a estas corrientes espirituales a todo el orbe de la tierra, la gracia no se consume, el don no se agota, las corrientes no se manchan, la liberalidad no disminuye.

¿Has visto la grandeza del don? ¡Oídlo vosotros los que en esta noche habéis sido inscritos como ciudadanos de la celestial Jerusalén! ¡Custodiad en una forma digna de su grandeza estos dones, para que alcancéis y os atraigáis gracia más abundante! Porque el alma agradecida por lo que ya ha recibido, provoca la munificencia de Dios. Ya no te es lícito, carísimo, vivir de cualquiera manera; sino que has de ponerte tú mismo leyes y reglas para hacer todas las cosas con perfección; y has de poner sumo cuidado en guardar aun los preceptos que se juzgan leves. Toda la vida presente es un certamen y una batalla. Por esto, todos cuantos una vez han entrado en este estadio, conviene que sean del todo continentes. ¡Porque todo el que combate en el certamen, dice la Escritura, se abstiene de todas las cosas!

¿No ves en los certámenes gimnásticos cuánto cuidado de sí mismos tienen los que han echado sobre sí la carga de la lucha con los hombres, y cómo ejercitan su cuerpo con tan grande continencia? ¡Pues acá las cosas van por el mismo camino! Porque no es nuestra batalla con hombres sino con los espíritus de la maldad, conviene que nuestro entrenamiento y nuestra continencia sean también espirituales. Espirituales son también las armas de que Dios nos ha revestido. ¡Tengan pues los ojos en su término y sus reglas para que no se vayan a la ventura sobre cualquier objeto que se les ofrezca; tenga también la lengua su cerco y no se adelante sin razón! Por esto los labios y los dientes fueron puestos como guardianes de la lengua, a fin de que nunca salte ella fuera de la puerta, ni se desplieguen los guardias a la ligera; sino que una vez que la lengua haya dispuesto convenientemente todo lo que le atañe, finalmente se adelante con todo decoro y ornato; y profiera palabras tales que agraden a los que oyen; y hable aquellas cosas que han de producir edificación en los que las perciben.

Conviene desde luego evitar toda risa disoluta y salir al público andando modestamente y no en forma precipitada, y llevando la túnica ceñida. De este modo conviene que se arregle de todo en todo y se componga quien ha dado su nombre en los certámenes para este estadio de la virtud. Porque la compostura exterior de los miembros viene siendo una como imagen del estado interior del alma.

Si desde un principio nos ajustamos a estas costumbres, fácilmente en adelante, al ir subiendo en el camino, recorreremos todas las virtudes, y no necesitaremos de poner excesivo trabajo, y del cielo lograremos muy grande auxilio. De esta manera podremos pasar con seguridad por entre los oleajes de esta vida. Y tras de haber vencido todas las asechanzas del demonio, conseguir los bienes eternos, por gracia y benignidad del Señor nuestro Jesucristo, con el cual sea al Padre, juntamente con el Espíritu Santo, la gloria, el poder y el honor, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.


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XXIII: Homilía contra los entregados al vino y acerca de la Resurrección del Señor

(Fue predicada esta Homilía el año mismo en que lo fue la segunda sobre la traición de Judas. Ignoramos qué año fue ese. Sólo sabemos que la predicación fue muy continua. Por comparaciones se saca que en ese mismo año el santo predicó las 32 Homilías sobre el Génesis, cinco sobre el principio de los Hechos de los Apóstoles, cuatro sobre el cambio de nombres. Luego continuó las restantes sobre el Génesis).

¡HEMOS DEJADO ya la carga de los ayunos, pero no vayamos a perder el fruto de los ayunos; puesto que podemos juntamente dejar la carga de los ayunos y cosechar el fruto de los ayunos! Ha pasado el trabajo de la pelea; que no se pase el empeño en las buenas obras. Pasó el ayuno, pero permanece la piedad. Más aún: ni siquiera ha pasado el ayuno. Pero no temáis; porque no he dicho esto para promulgar una nueva Cuaresma, sino para predicaros la misma virtud. Ha pasado el ayuno corporal, pero no ha pasado el ayuno espiritual. Este es mejor que aquel otro; y aquel otro por éste fue instituido. Así como cuando ayunabais os decía que podía suceder que alguno ayunando no ayunara, así ahora os digo que puede suceder que alguno no ayunando ayune. Quizá os parezca esto un enigma, pero yo mismo voy a daros la solución.

¿Cómo puede suceder que alguno ayunando no ayune? Cuando se abstiene de los alimentos, pero no se abstiene de los pecados. ¿Cómo puede suceder que alguno no ayunando ayune? Cuando gusta de los alimentos, pero no gusta el pecado. Este ayuno es mejor que aquel otro. Y no solamente es mejor sino más ligero. En el tiempo de aquel ayuno, muchos alegaban la debilidad de su cuerpo, ¡prurito molesto! "¡Estoy lleno de roña, decían; y no soporto dejar el baño! ¡Beber agua me mata! ¡No puedo comer legumbres!" Oía yo entonces a muchos que decían estas cosas. Pero en cambio de este otro ayuno no se pueden decir cosas semejantes.

Deléitate en los baños, participa de la mesa, bebe con moderación un poco de vino. Igualmente puedes gustar las carnes: ¡nadie te lo prohíbe! ¡Goza de todo, pero abstente del pecado! ¿Ves cómo a todos les resulta fácil este ayuno? ¡Aquí no se puede alegar la debilidad corporal: el bien obrar es el vino puro del alma! De manera que puede alguno estar ebrio y no haber probado el vino, y consiguientemente beber vino y no embriagarse. Y eso de que exista una embriaguez y no de vino, apréndelo del profeta que dice: ¡Ay de vosotros los que estáis ebrios y no de vino! 1 Pero ¿cómo puede suceder que alguno sin beber vino esté ebrio? ¡Cuando al vino puro de las pasiones no lo temperas con el discurso de la piedad! ¡Puede también alguno, beber vino y no estar ebrio! Si no pudiera ser eso, Pablo no lo habría ordenado a Tito, cuando le escribía, con estas palabras: ¡Usa de un poco de vino a causa del estómago y tus frecuentes enfermedades!

Porque la embriaguez no es otra cosa que sacar al alma de su natural sanidad; es la depravación del raciocinio, la pobreza del pensamiento, la vaciedad del entendimiento. Y estas cosas las produce, no únicamente la embriaguez por el vino, sino también la embriaguez por la ira y por la codicia irracional. Porque, así como las vigilias producen la fiebre, así también la engendra la fatiga, la engendra la tristeza, la engendran los malos humores: ¡diversa es la causa, pero una es la pasión y una la enfermedad! De ese mismo modo en las personas engendra la embriaguez el vino, la engendra la codicia, la engendra el mal humor. ¡Diversa es la materia, pero una es la pasión, una la enfermedad!

¡Apartémonos, pues, de la embriaguez! ¡No digo que nos apartemos del vino! Sino que nos abstengamos de la embriaguez. Porque el vino no es el que causa la embriaguez, puesto que él es criatura de Dios, y ninguna criatura de Dios hace el mal: ¡la voluntad desordenada es la que hace la embriaguez! Y para que entiendas cómo puede alguno embriagarse de otros modos y no solamente por el vino, oye lo que dice Pablo: ¡No queráis embriagaros de vino! 3 con lo cual indica que puede haber ebrios de otra cosa. ¡No queráis embriagaros de vino, en el cual está la lujuria! Con admirable concisión, en pocas palabras, abarcó toda la acusación contra la embriaguez. ¿Qué significa No queráis embriagaros de vino, en el cual está la lujuria? De entre los jóvenes llamamos lujuriosos a quienes, habiendo recibido la herencia paterna, inmediatamente la dilapidan del todo, sin atender a quién haya de darse y cuándo haya de darse; sino que, sin selección alguna, reparten entre las meretrices y los desvergonzados el oro y la plata, los vestidos y las riquezas paternas. Y precisamente esto es lo que hace la embriaguez: ella invade la mente de los ebrios a la manera de un joven lujurioso; y tras de entregar la razón a la esclavitud, la obliga a derrochar inconsideradamente y sin ninguna atención del ánimo, todas las riquezas de nuestros pensamientos.

No sabe el ebrio qué se ha de decir ni qué se ha de callar. Su boca es una puerta perennemente abierta y sin cerraduras: no hay cierre ni candado hay en sus labios. El ebrio no puede disponer con juicio sus palabras, no sabe administrar las riquezas de su mente. No sabe guardar unas cosas y exponer al público otras; sino que todas sus cosas son despilfarras y derramamientos. La embriaguez es una locura voluntaria, una traición a los pensamientos. La embriaguez es una desgracia risible, una enfermedad digna de burla, un demonio voluntario y más molesto que la locura misma.

¿Quieres ver cómo el ebrio es peor que un endemoniado? ¡Nos compadecemos del poseso vejado por el demonio, mientras que solemos odiar al ebrio! De aquél nos condolemos, de éste nos irritamos e indignamos. ¿Por qué esto? Porque la enfermedad de aquél es una fuerza que le hacen; la de éste nace de su negligencia. En aquél las asechanzas son de los enemigos en éste de su propio consejo. Ni se diferencian el ebrio y el endemoniado en su situación. El ebrio, lo mismo que aquel otro, es traído y llevado; como aquél, está privado de entendimiento; como aquél cae por tierra; como aquél revuelve a una parte y a otra las pupilas de sus ojos; como aquél, una vez echado por tierra, tira golpes con los pies y de su boca igualmente lanza espumarajos y arroja una saliva pestilente y exhala un denso hedor intolerable.

Semejante hombre es repugnante para sus amigos y ridículo para sus enemigos, despreciable para sus criados y desagradable a su esposa, odioso a todos y más molesto que las bestias salvajes. Porque las bestias solamente beben hasta que han apagado su sed, y miden su deseo por la necesidad. Pero el ebrio, a causa de su intemperancia, pasa más allá de lo que exige la necesidad, y aparece más ajeno a la razón que los animales que carecen de razón. Y lo más intolerable es que una enfermedad que tantos males reboza y trae consigo tan grande número de calamidades, ni siquiera se juzga crimen; sino que en las mesas de los ricos, por causa de esta desvergüenza brotan riñas y competencias, y andan compitiendo entre sí para ver quién se infama más, quién da más ocasiones de burlas, quién destroza más sus nervios, quién queda más sin fuerzas y quién irrita más a nuestro común Señor: ¡verías ahí tú un certamen y una batalla diabólicos!

¡El ebrio es más miserable que los muertos! Porque yace privado de sus sentidos el cadáver y no puede ya hacer nada ni bueno ni malo; pero el ebrio, en cambio, está pronto a obrar maldades, y lleva su alma sepultada en un cuerpo muerto, como en una tumba. ¿Ves cómo es más miserable el ebrio que el poseso del demonio y más que quien ya está muerto y destituido de sus sentidos? ¿Quieres que te diga lo que es en todo eso lo más grave y más enorme? ¡El ebrio no puede entrar en el reino de los cielos! ¿Quién lo afirma? ¡Pablo! ¡No os engañéis: ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas, ni los ladrones, ni los avaros, ni los ebrios, ni los maldicientes, ni los rapaces, poseerán el reino de Dios! ¿Has oído entre qué turba arrojó al ebrio? ¡Con los impúdicos, con los fornicarios, con los idólatras, con los adúlteros, con los maldicientes, con los avaros, con los rateros!

¿Cómo es eso, preguntará alguno: es lo mismo un ebrio que un impúdico? ¿Es lo mismo un ebrio que un idólatra? ¡Ah, hombre! ¡No me pongas semejantes objeciones! ¡Yo te he recitado las palabras divinas! ¡No me pidas cuentas! ¡Pregunta a Pablo y él te dará la respuesta! ¡Yo no puedo decirte si acaso serán condenados al mismo suplicio y entre esos, o a otro distinto! ¡Pero que el ebrio, no menos que el idólatra, pierde el reino de los cielos, eso sí lo sostengo con toda firmeza! Y una vez que esto está confirmado ¿para qué me preguntas la medida del pecado? Una vez que el ebrio queda fuera de las puertas, una vez que pierde el reino de los cielos, una vez que pierde su salvación, una vez que es arrojado al eterno suplicio ¿por qué tú me vienes con las medidas y las balanzas y los pesos de los pecados?

¡Indigna cosa es, carísimos, el embriagarse! ¡es excesivamente grave! Pero ¡no me dirijo a los presentes, lejos de mí! Porque yo creo que vuestra alma está del todo libre de semejante enfermedad y miseria. Y la prueba de vuestra sanidad es que estáis aquí reunidos; que habéis venido con toda diligencia; que oís con atención. ¡Ninguno de los que se embriagan puede andar deseoso de la divina palabra! ¡No queráis embriagaros de vino, en el que se encuentra la lujuria! ¡Embriagaos del Espíritu Santo! ¡Embriaguez bellísima es ésta! ¡Adormece tú el alma con esta abundancia del Espíritu, para que no la adormezcas con la otra embriaguez! Procura con tu mente y con tus pensamientos adelantarte a fin de que esa desvergonzada enfermedad no encuentre en ellos sitio. Por esto no dijo Pablo: participad del Espíritu, sino henchíos del Espíritu. Llena tu mente hasta los bordes, como una copa, con el Espíritu, a fin de que no pueda el diablo meter ahí ya cosa alguna. Porque no conviene que participemos en cualquier modo del Espíritu Santo, sino que nos repletemos con salmos, himnos y cánticos espirituales, como vosotros lo estáis el día de hoy: razón por la cual yo he confiado en vuestra templanza.

¡Preclaro es el cáliz que para embriagarnos poseemos! ¡cáliz que engendra templanza y no parálisis de los miembros! ¿Cuál es él? ¡El cáliz espiritual, el cáliz de la salvación, el cáliz de la sangre del Señor! ¡Este cáliz no engendra embriaguez, no engendra parálisis de los miembros! Porque no destruye las fuerzas, antes las aumenta; no destroza los nervios, sino que los templa, puesto que engendra sobriedad. ¡Este cáliz es venerando para los ángeles, terrible para los demonios, precioso para los hombres, amable a Dios! ¿Ves lo que dijo David acerca de este cáliz?: Tú pones delante de mí una mesa enfrente de mis enemigos; has derramado óleo sobre mi cabeza y mi cáliz rebosa; y ¡cuan preclaro ese tu cáliz que embriaga! 6 Porque para que no fueras a tener temor inmediatamente que oyeras el nombre de embriaguez y lo juzgaras tal que engendrara debilidad, añadió luego que es preclaro y firme. ¡Oh nuevo género de embriaguez, pues da fuerzas y hace firme y poderoso! ¡Y esto, porque ha fluido de la piedra espiritual! ¡Por eso no es extravío de los pensamientos, sino aumento de espirituales pensamientos!

¡Embriaguémonos con esta embriaguez, y abstengámonos de la otra, a fin de que no echemos una mancha de deshonor sobre la presente festividad! Porque la presente solemnidad no lo es solamente en la tierra sino también en el cielo. Puesto que si por un pecador que se convierte hay gozo en el cielo y en la tierra, mucho mayor gozo habrá en el cielo, cuando ha sido arrancado de manos del demonio el orbe todo de la tierra. ¡Ahora se alegran los ángeles, se regocijan los arcángeles; ahora los Querubines y los Serafines celebran con nosotros esta festividad! ¡no se avergüenzan de nosotros, sus consiervos, sino que se congratulan de nuestros bienes! Porque si bien el don que del Señor recibimos es propio nuestro, pero el gozo es común con ellos.

Mas ¿para qué traigo a la memoria a los consiervos? ¡El Señor común de ellos y nuestro no se avergüenza de celebrar con nosotros la festividad! Pero más aún: ¿qué digo no avergonzarse?: ¡Con deseo, dice, he deseado comer esta Pascua con vosotros! Y si deseó celebrar con nosotros la festividad de la Pascua, cierto es que también la de la resurrección. Cuando, pues, se alegran los ángeles y los arcángeles, y el Señor mismo de todas las Potestades celestes celebra con nosotros la fiesta ¿qué ocasión puede quedar de tristeza? ¡Ningún pobre se entristezca por su pobreza, porque esta festividad es espiritual! ¡Ningún rico se exalte por sus riquezas; porque con todas sus riquezas no puede añadir nada a la alegría de esta festividad! En las fiestas profanas y seculares, en donde abunda el vino y la mesa está llena y se come hasta la saciedad; en donde hay risas y torpezas; en donde hay toda la pompa de Satanás, razonablemente el pobre se encuentra triste y el rico alegre.

Y esto ¿por qué? Porque el rico dispone de una mesa opípara y goza de mayor amplitud en los deleites; mientras que al pobre le impide su pobreza el ostentar tan grande magnificencia. Pero aquí no hay nada de eso. Una misma mesa hay para el rico y para el pobre. Aunque alguno sea rico, nada puede añadir a esta mesa; aunque alguno sea pobre, no se encuentra en condición inferior por lo que mira a la comunión. Porque esta es gracia divina. Y ¿por qué te admiras de que sea igual para el rico y para el pobre? ¡La misma mesa está puesta delante para el emperador ceñido de corona, revestido de púrpura y que tiene a su cargo el régimen y gobierno de todo el mundo, y para el pobre que se sienta por ahí a pedir limosna. ¡Los dones de Dios son así! No hace El distinción, cuando se trata de la comunión, entre las personas y sus dignidades, sino de la disposición de las voluntades y de los pensamientos.

Cuando vieres en la Iglesia al pobre que se sienta al lado del rico, al plebeyo al lado del noble, al que allá afuera temblaba ante el poder del otro y que aquí se acerca al poderoso sin temor alguno, piensa qué es lo que significa aquello de: ¡Entonces será apacentado el lobo juntamente con los corderos! Al rico llama la Escritura lobo y al pobre cordero. Mas ¿cómo ha de entenderse eso de que andarán juntos el lobo y el cordero, como si se tratara del rico y el pobre? ¡Atiende con diligencia! Frecuentemente se presentan en la Iglesia un rico y un pobre. Se va llegando la hora de los divinos misterios. Entonces el rico es echado fuera porque no está aún iniciado; mientras que el pobre es introducido al tabernáculo celestial. Y no se indigna el rico, porque reconoce que es aún ajeno a los divinos misterios.

Pero ¡oh gracia divina! ¡No solamente tienen, por gracia de Dios, honra igual ambos en la Iglesia; sino que, presentes ambos, es antepuesto el pobre al rico con frecuencia; y de nada le aprovechan a éste sus riquezas sin la piedad; y en nada daña al fiel su pobreza cuando se acerca confiadamente a la mesa sagrada. Esto lo digo, carísimos, refiriéndome a los catecúmenos y no simplemente a los ricos. Advierte, carísimo, cómo al rico se le aparta de la Iglesia mientras el siervo fiel se acerca a los misterios. ¡Se aparta a la señora y permanece dentro la esclava! Porque: ¡Dios no es aceptador de personas! De manera que en la Iglesia no hay siervo ni libre. La Escritura no conoce otro esclavo que aquel que está sujeto al pecado. Porque dice: ¡Quien hace el pecado es siervo del pecado! Y solamente reconoce como libre a aquel a quien libertó la gracia de Dios.

Con la misma confianza se acerca a esta mesa el emperador que el pobre, y con el mismo honor. Más aún: con frecuencia se acerca el pobre con mayor honor. ¿Por qué así? Porque el emperador, envuelto en infinitos negocios, a la manera de una nave, de todas partes recibe la rociada de las olas y contrae muchas manchas; mientras que el pobre, cuidadoso únicamente de su mantenimiento, y llevando una vida libre de negocios y tranquila, se acerca a esta mesa como si estuviera sentado en el puerto y con grande seguridad. Sucede al revés en las fiestas profanas. El pobre pasa en tristezas y el rico en rosas, no solamente por la mesa sino además por el vestido. Porque lo que acontece con la mesa eso mismo acontece con los vestidos. El pobre, cuando ve al opulento revestido de preciosas vestiduras queda herido y se juzga el más infeliz de todos.

Aquí, en cambio, aun esta pobreza ha desaparecido; porque para todos uno solamente es el vestido, a saber el baño saludable. Porque cualquiera de vosotros, dice Pablo, que habéis sido bautizados os habéis revestido de Cristo. Así pues, no manchemos con deshonra la presente festividad; puesto que nuestro Señor ha honrado igualmente a los ricos y a los pobres, a los siervos y a los señores. Más bien correspondamos a esta benevolencia del Señor para con nosotros. Y la óptima correspondencia es la conversación pura y la mente sobria. Esta solemnidad y reunión festiva no necesita de dineros ni de gastos, sino de buena voluntad y mente sana. Porque de ese género son las mercaderías que aquí están a la venta: nada corpóreo se vende aquí, sino el oír las divinas Escrituras, las oraciones de los sacerdotes, las bendiciones, la concordia, la paz, la igualdad de pareceres, los dones espirituales y todo a un precio espiritual.

Celebremos esta suprema e ilustre festividad en que el Señor resucitó. Celebrémosla juntamente con gozo y con piedad. Porque resucitó el Señor y juntamente con El resucitó la tierra toda habitada, puesto que El resucitó tras de romper las ataduras de la muerte. Pecó Adán y murió; no pecó Cristo y murió. ¿De manera que éste no pecó y, sin embargo, murió? ¿Por qué esto? Con el fin de que quien había pecado y murió, por las obras del que no había pecado y, sin embargo, murió, pudiera evadir los lazos de la muerte. Lo mismo sucede cuando se trata de dineros. Con frecuencia acontece que alguno esté endeudado; y como no puede pagar porque no tiene con qué es encarcelado. Pero otro, que no es deudor y sí tiene con qué pagar, suele librar al endeudado. Así sucedió en el caso de Adán. Deudor era Adán. Prisionero lo retenía el demonio porque no tenía con qué pagar. Cristo en cambio ni era deudor ni estaba prisionero del demonio; pero era solvente y capaz de pagar. Vino, pues; sufrió la pena de muerte en vez de aquél que el diablo tenía prisionero, para que el otro quedara libre.

¿Ves los efectos excelentes de la resurrección? ¡Con doble muerte estábamos muertos! ¡Esperemos pues una doble resurrección! ¡El murió con sola una muerte y por esto resucitó con una sola resurrección. ¿Qué significa esto? ¡Digo que Adán murió en el cuerpo y en el alma! ¡murió por razón del pecado y por razón de su naturaleza! ¡En cualquier día en que comas del árbol, morirás seguramente! Pero no murió el mismo día cuanto a su naturaleza y cuanto al pecado. Este es muerte del alma y aquélla es muerte del cuerpo. Pero cuando oyes muerte del alma no vayas a pensar que el alma muere, puesto que es inmortal; sino que la muerte del alma es el pecado y el suplicio eterno. Por esto dijo Cristo; ¡No queráis temer a los que matan el cuerpo pero no pueden dar muerte al alma; sino más bien temed a aquel que puede echar en la gehena el alma y al cuerpo! Y por cierto lo que así se ha echado subsiste aún, aunque se oculta a la perspicacia de los ojos del que lo perdió.

Pues, como decía, dos muertes tenemos en nosotros; por lo cual es necesario que se opere en nosotros una doble resurrección. En Cristo hubo una sola muerte, porque El no pecó, sino que tomó esa única muerte por nosotros. Porque El no estaba sujeto a la muerte, puesto que no era reo de pecado, y por lo mismo tampoco de muerte. Y por esto El resucitó con una sola resurrección de su única muerte; pero nosotros, que estamos muertos con una doble muerte, resucitaremos con una doble resurrección. Con una ya resucitamos anteriormente que es la del pecado, porque fuimos consepultados con El en el bautismo y conresucitamos con El mediante el bautismo. Esta es una resurrección, o sea una liberación del pecado. La otra es la resurrección del cuerpo. Ya te dio la que es mayor, espera ahora la que es menor. Porque aquélla es mucho mayor que ésta. Puesto que mucho más es ser libre del pecado que no el mirar un cuerpo resucitado. El cuerpo murió porque pecó; luego, si la causa de la caída fue el pecado, el principio de la resurrección es la liberación del pecado.

Por lo demás, hemos ya resucitado con la resurrección que es mayor. Una vez quitada la terrible muerte del pecado y dejada ya la antigua vestidura: en consecuencia, no desesperemos de la menor. Con aquella primera resucitamos nosotros cuando fuimos bautizados, lo mismo que los que ayer fueron dignos de recibir el bautismo: ¡ellos, corderos preciaros! Antier fue crucificado Cristo, pero en la noche pasada resucitó. Así éstos, antier estaban aún ligados con el pecado, pero resucitaron juntamente con El. El murió según el cuerpo y resucitó según el cuerpo.

Estos estaban muertos por el pecado, pero, libertados del pecado, resucitaron.

La tierra en este tiempo de primavera nos ha producido violetas y otros diversos géneros de flores; en cambio, las aguas nos han puesto delante un prado más deleitoso que la tierra. Ni te admires de que las aguas hayan brotado flores, puesto que la tierra tampoco por propia virtud, sino por mandato de Dios, produjo los gérmenes. La naturaleza de las aguas allá al principio engendró a los animales dotados de movimiento. ¡Produzcan, dijo el Señor, las aguas reptiles de ánima viviente! Y el mandato se convirtió en obra. Y aquella sustancia privada de alma produjo los animales animados. Del mismo modo ahora: ¡produzcan las aguas no reptiles con ánima viviente, sino dones espirituales! Y produjeron entonces las aguas peces que no tienen uso de razón y mudos; pero ahora, en cambio, han producido peces racionales y espirituales, peces que los apóstoles han pescado. Porque dice el Señor: ¡Venid y os haré pescadores de hombres! ¡Esta es la pesca de que entonces se hablaba! ¡Género nuevo de pesca! ¡Los peces que se pescan son extraídos del agua, en cambio nosotros los echamos al agua y de ese modo los pescamos!

Hubo anteriormente, cuando aún estaba en pie la Ley de los judíos, una piscina. Conoce tú lo que podía aquella piscina a fin de que conozcas la pobreza de los judíos y las riquezas de la Iglesia. De agua era aquella piscina, y el ángel bajaba y removía las aguas. Tras de esa agitación, un enfermo solo descendía y quedaba sano. Uno solamente sanaba al año y quedaba agotada la virtud y don; y esto, no por pobreza del que lo daba, sino por la debilidad de aquellos que lo recibían. Bajaba, pues, el ángel a la piscina y removía el agua y sanaba uno solo. Pero bajó el Señor de los ángeles al Jordán, movió el agua y así sanó a todo el orbe de la tierra. Por esto, pues, allá aquel que bajaba después del primero y en segundo lugar ya no sanaba. Porque el don se dio a los judíos débiles y enfermos. Aquí, en cambio, tras del primero, el segundo; tras del segundo, el tercero; y tras del tercero, el cuarto; y aunque sean diez y aunque sean veinte y aunque sean cien y aunque sea todo el orbe de la tierra al que metas en la piscina, el don no se consume, el regalo no se agota, el agua no se mancha. ¡Nuevo modo de purificación! ¡Porque no es corporal! Tratándose de los cuerpos, cuantos más se bañan tanto más llenas de impurezas quedan las aguas; pero aquí, cuantos más se bañan tanto más puras se vuelven las aguas.

¿Ves la grandeza del don? ¡Tú pues, oh hombre, conserva la grandeza de ese don! ¡No te es lícito vivir de cualquier manera! ¡Ponte tú mismo una regla de conducta cuidadosamente! ¡Certamen y batalla es por cierto de algún modo esta vida! ¡Y el que lucha, se abstiene de todo! ¿quieres que te enseñe un modo seguro y excelente para las buenas obras? ¡Alejemos de nuestra mente aquellas cosas al parecer indiferentes, pero que engendran el pecado! Porque de entre nuestras acciones algunas son pecado, otras no lo son; pero son causa del pecado. Así, por ejemplo, la risa por su naturaleza no es pecado; pero se convierte en pecaminosa si se desata sin medida. Porque de la risa nacen los chistes, de los chistes las obscenidades en las palabras, de la obscenidad en las palabras las acciones torpes, de las acciones torpes los suplicios y las penas.

¡Quita, pues, primeramente la raíz, para que puedas luego extirpar toda la enfermedad! Si nos guardamos de aquellas cosas que parecen indiferentes, nunca caeremos en las prohibidas. Así a muchos les parece indiferente el ver a una mujer, pero de eso se engendra la concupiscencia lasciva; de la concupiscencia, la fornicación; de la fornicación igualmente el suplicio y la pena. Del mismo modo, el vivir delicada y muellemente, no parece cosa grave, pero de ahí nace la embriaguez y los males infinitos que de la embriaguez se siguen. ¡Quitemos pues por todos lados los principios de la culpa! Por esto cada día gozáis de continuas enseñanzas. Por esto, por el espacio de ya siete días nos reunimos, sin interrupción en la Iglesia, y os ponemos delante la mesa espiritual, a fin de que, con nuestra cooperación, gocéis de las divinas Escrituras; y de este modo os armamos cada día y os ejercitamos contra el demonio. Porque ahora con mayor ferocidad acomete: ¡cuanto mayor es el don, mayor es la batalla! Pues, si cuando vio a un solo hombre en el paraíso no lo toleró, ahora cuando ve a tan grande multitud en el cielo, dime ¿cómo lo podrá soportar?

¡Exasperaste a la fiera, pero no temas! ¡mayor gracia has recibido, y una muy más aguda espada! ¡hiere con ella a la serpiente! Por esto permitió Dios que el demonio se exasperara contra ti, a fin de que, por la experiencia misma, conozcas el poder de tus fuerzas. Y así como cuando un entrenador excelente recibe bajo su dirección a un atleta escuálido y sin fuerzas y despreciado, una vez que lo ha ungido con óleo y lo ha instruido y lo ha ejercitado y lo ha vuelto corpulento, en adelante no le permite estarse ocioso, sino que le ordena bajar a las competencias, a fin de que la experiencia le enseñe cuánta es la fuerza que él le ha procurado, así lo hizo Cristo. Porque podía haber quitado desde luego de en medio al enemigo. Pero, a fin de que conozcas la excelencia de la gracia y de la virtud espiritual que con el bautismo has adquirido, deja que luche contigo y te proporcione muchas ocasiones de ganar coronas. Por esto, durante siete días consecutivos habéis gozado de la enseñanza por medio de la predicación, a fin de que quedéis perfectamente instruidos para las luchas de la palestra.

Por otra parte, espirituales son las bodas que ahora se celebran. Ahora bien: en las nupcias los recintos están a disposición de los convidados durante siete días. Por esto también nosotros hemos puesto como ley ésta de que durante el espacio de estos siete días os presentéis a este recinto. Por lo demás en aquellas bodas, al séptimo día es el término y se acaban. Pero acá, si quieres, puedes permanecer perpetuamente en el tálamo. Además, en las bodas del siglo, después de un mes o dos, ya la esposa no es igualmente amable al esposo. Pero aquí no es así, sino que cuanto más adelanta el curso del tiempo, tanto más crecen los amores del Esposo, tanto más agradables son sus abrazos, tanto más espiritual es la convivencia, con tal de que nosotros seamos diligentes y vigilemos.

Finalmente, en las nupcias corporales, tras de la juventud llega la vejez. Acá, por el contrario, tras de la vejez sigue la juventud, juventud que no tiene ya acabamiento, si nosotros lo queremos. ¡Grande es esta gracia, pero mayor puede ser si lo queremos! ¡Grande era Pablo al bautizarse pero después fue mucho mayor! Cuando predicaba, confundía a los judíos; pero después fue arrebatado hasta el tercer cielo y llevado al paraíso. Pues del mismo modo, podemos nosotros crecer, si queremos, e ir aumentando la gracia recibida en el bautismo. Y ella se aumenta y se hace más ilustre mediante las buenas obras, y con eso nos da una luz mucho más espléndida. Si esto sucede, entraremos con grande confianza en el tálamo del Esposo juntamente con El; y gozaremos de los bienes que están preparados para los que lo aman. ¡Cosas todas que ojalá nos acontezca alcanzar, por gracia y benignidad del Señor nuestro Jesucristo, con el cual sea al Padre, juntamente con el Espíritu Santo, la gloria y la adoración por los siglos de los siglos! Amén.



CRISOSTOMO-HOMILIAS I - Prolog.