Crisostomo Ev. Juan 5

5

HOMILÍA V (IV)

Todo por El fue hecho y ni una sola cosa de cuantas existen ha llegado a la existencia sin El (Jn 1,3).

COMENZÓ Moisés la historia en el Antiguo Testamento por las cosas sensibles y largamente las enumera. Porque dice: En el principio hizo Dios el cielo y la tierra; y añadió luego que fue hecha la luz y el segundo cielo y las estrellas y los animales de todas las especies, para no alargarnos recorriendo todos los seres. En cambio nuestro evangelista lo encerró todo en una sola expresión: tanto esos seres como los que les son superiores. Y con razón, porque al fin y al cabo, las cosas sensibles ya son conocidas de sus oyentes, y por otra parte, tenía prisa de pasar a una más alta materia. Emprende pues una obra que tratará no de los seres creados, sino del Hacedor y Creador de todos ellos. Por tal motivo Moisés, aun cuando acomete la narración de la parte inferior de la creación (pues nada nos dijo de las Potestades invisibles), se extiende en enumerarlos. En cambio el evangelista, que se apresura a subir al Creador, justamente deja de lado todo eso, y encierra en brevísimas palabras eso que Moisés dijo y lo que calló: Todas las cosas fueron hechas por El.

Y para que no pienses que sólo se refiere a las que narró Moisés, añadió: Y ni una sola de cuantas existen ha llegado a la existencia sin El. Quiere decir que todas las criaturas, así las que caen bajo los sentidos como las que sólo se conocen por el entendimiento, no han recibido el ser sino por el poder del Hijo. Porque nosotros no ponemos punto final después de: Ninguna cosa, como lo hacen los herejes. Porque éstos afirman que el Espíritu Santo es creado; y por consiguiente leen el texto de esta manera: Lo que ha sido hecho, en El era vida. Pero si así se puntúa, en forma alguna lo podrán entender. Desde luego que aquí es inoportuna la mención del Espíritu Santo. Pues si esto quería decir el evangelista ¿por qué usó de tan grande oscuridad. ¿Por dónde consta que eso se dijo del Espíritu Santo? Por otra parte, según esa puntuación, encontraremos que no el Espíritu Santo, sino el Hijo, se hizo a Sí mismo.

Atended para que esto no se os escape. Y entre tanto sigamos la lectura que ellos hacen, con lo que aparecerá más claro lo absurdo de su sentencia. Lo que fue hecho, en El era Vida. Afirman que aquí, Vida se entiende el Espíritu Santo. Pero es el caso que aquí mismo esa Vida es llamada Luz, pues continúa: Y la Vida era Luz de los hombres. De modo que, según ellos, aquí llama Luz de los hombres al Espíritu Santo. Pero en este caso es necesario que también en donde dice: Hubo un hombre enviado por Dios para que diera testimonio de la Luz, afirmen que se trata del Espíritu Santo; puesto que al que primeramente llamó Verbo y luego Dios, lo llama ahora Luz y Vida. Pues dice: Era Vida este Verbo, y esa misma Vida era Luz. Si pues el Verbo era Vida; y el Verbo que es Vida se hizo carne, síguese que la Vida se hizo carne, es decir el Verbo; y vimos su gloria que le viene del Padre, como que es su Unigénito. En consecuencia, si afirman que aquí el Espíritu Santo es llamado Vida, mira todos los absurdos que se siguen. Entonces se habría encarnado el Espíritu Santo y no el Hijo; y el Espíritu Santo sería el Hijo Unigénito.

Pero no siendo esto así, caen en otro absurdo mayor, por huir de ése, según su lectura. Pues si confiesan que eso fue dicho del Hijo, y no cambian su puntuación, y no leen como nosotros, les será necesario sustentar que el Hijo se hizo a Sí mismo. Puesto que si el Verbo era Vida; si lo que se hizo, en El era Vida, según esa puntuación El en Sí mismo y por Sí mismo se hizo. Poco después dice el evangelista: Y contemplamos su gloria, gloria que le viene del Padre por cuanto es su Unigénito. En resumen, que según la lección de ellos, se encuentra que el Espíritu Santo es el Hijo Unigénito; pues toda la narración viene tratando de El.

¿Has observado a qué precipicios se lanza el discurso una vez que se ha apartado de la verdad y cuántos absurdos engendra? Instarás: pero ¿acaso el Espíritu Santo no es luz? Sí es luz, pero aquí no se habla de El. Dios es espíritu, y por lo mismo es incorpóreo; pero no en todos los sitios en que se habla del espíritu, se le declara como Dios. ¿Te admira que afirmemos respecto del Padre? Tampoco del Espíritu Santo diremos que dondequiera que se le llama Espíritu, se ha de entender Paráclito, aunque este nombre le convenga de modo especial; pero es un hecho que no siempre en donde dice la Escritura Espíritu se ha de entender Paráclito. Asimismo también Cristo es llamado Virtud de Dios y Poder de Dios; y sin embargo, no en todos los sitios en que se dice virtud de Dios y poder de Dios, se alude a Cristo. Pues bien, del mismo modo en este sitio, aun cuando el Espíritu Santo ilumine, no por eso habla aquí el evangelista de El.

Pero, aun rechazadas esas absurdas consecuencias, esos herejes, que siempre se oponen a la verdad, no cesan de repetir: Todo lo que fue hecho en El era Vida, es decir, que lo que fue hecho era Vida. Pero entonces el castigo de Sodoma, el diluvio, la gehenna y mil otras cesas de ese género, ¿también eran ahí Vida? Responden: Nosotros hablamos de la creación. Pero todas esas cosas pertenecen a la creación. En fin, para refutar con mayor fuerza la sentencia de ellos por otro camino, preguntémosles: ¿El árbol es vida? ¿lo son la piedra y los demás seres inanimados e inmóviles? El hombre mismo ¿es vida? Pero ¿quién afirmará tal cosa? Porque el hombre no es la Vida, sino un ser capaz de recibir la vida.

Observa un nuevo absurdo, siguiendo su misma puntuación e interpretación, para que más claramente aparezca la necedad de los herejes, puesto que por ese camino nunca dirán cosa que pueda convenir al Espíritu Santo. Una vez caídos de la verdad, atribuyen a los hombres lo que creían haberse dicho dignamente del Espíritu Santo. Examinemos ya la expresión misma. La criatura se llama vida, luego también será luz; y Juan vino a dar testimonio de la luz. Pero entonces ¿por qué Juan mismo no es luz? Pues dice el evangelista: No era el la luz. Ahora bien, Juan ciertamente es una de las criaturas, ¿cómo es pues que no es luz? ¿Cómo dice el evangelista: En el mundo estaba y el mundo fue hecho por El? ¿Estaba la criatura en la criatura; y la criatura fue hecha por la criatura? Además ¿cómo es que el mundo no lo conoció? ¿La criatura no conoció a la criatura? Mas a cuantos lo acogieron, les dio el poder llegar a ser hijos de Dios.

Pero… ¡basta de risas! En adelante os dejo a vosotros el cuidado de refutar esas monstruosas interpretaciones, para que no parezca que hemos movido esta disquisición con el objeto de burlarnos y reírnos y gastar inútilmente el tiempo. Si el texto no se refiere al Espíritu Santo, como ya queda demostrado, ni tampoco a la criatura; y sin embargo se empeñan ellos en mantener su lección, de eso se seguirá, como ya dijimos, que el Hijo se hizo a Sí mismo. Si el Hijo es Luz verdadera y esta Luz era la Vida, y la Vida fue hecha en El, necesariamente se sigue lo primero, según la lección de ellos.

Dejémosla, pues, y vengamos a la lección legítima y a su interpretación. ¿Cuál es? Que hemos de puntuar con punto final, después de la expresión: Lo que ha sido hecho. Y comencemos con la expresión que sigue: En él estaba la Vida. Quiere decir el evangelista: Y ni una sola cosa de cuantas existen ha llegado a la existencia sin El. Como si dijera: Si algo ha sido hecho, no lo ha sido sin El. Mira cómo con esa breve expresión añadida eliminó todos los absurdos que podían engendrarse. Pues con esa añadidura: No ha llegado a la existencia sin El; y luego: Todo lo que ha sido hecho, incluyó a los seres espirituales, pero excluyó al Espíritu Santo. Porque habiendo dicho: Y ni una sola cosa de cuantas existen ha llegado a la existencia sin El, para que no fuera a decir alguno: Si todas las cosas, luego también el Espíritu Santo ha sido hecho por El, fue necesario añadir la otra expresión.

Es como si dijera: Yo he dicho que cuanto ha sido hecho, por El ha sido hecho, ya sea invisible, incorpóreo, en el cielo, lo que se ha hecho. Por eso no dije sencillamente todo, sino: Lo que ha sido hecho; y el Espíritu Santo no ha sido hecho. ¿Adviertes cuál sea la exacta doctrina? Hizo mención de la creación de las cosas sensibles que ya antes Moisés había tratado; y una vez así instruidos los oyentes, los encamina a cosas más altas, como son los seres incorpóreos e invisibles; pero separa de toda criatura al Espíritu Santo. Pablo, inspirado por la misma gracia y cansina, decía: Porque todas las cosas en El fueron creadas.

Quiero que de nuevo observes aquí la misma exactitud en Pablo, pues era el mismo Espíritu el que movía a esta alma. Para que nadie exceptuara de la acción creativa de Dios alguna criatura, por el hecho de ser ella invisible; pero tampoco mezclara con las cosas creadas al Espíritu Santo, dejó a un lado las cosas sensibles, por ser tan conocidas de todos, y enumeró las celestiales con estas palabras: Ora Tronos, ora Dominaciones, ora Principados, ora Potestades. Ese ora antepuesto a cada clase, no significa otra cosa, sino esto: Todo fue hecho por El y ni una sola de cuantas cosas existen ha llegado a la existencia sin El. Y si crees que ese por El significa inferioridad, oye al profeta que dice: Desde antiguo tú fundaste la tierra, y los cielos son obra de tus manos. Eso que se dijo del Padre como Creador, aquí el evangelista lo afirma del Hijo; y no lo habría afirmado si no lo tuviera por Creador y no por simple instrumento y ministro.

Si aquí él dice: Por El, no lo dice sino para que nadie vaya a pensar que el Hijo es engendrado. Que por lo que se refiere a la dignidad de Creador no es inferior al Padre, oye cómo El mismo lo dice: Así como mi Padre resucita los muertos y los hace revivir, así el Hijo da vida a quienes le place. De modo que si en el Antiguo Testamento se dice del Hijo: En el principio tú, Señor, fundaste la tierra, aparece manifiesto el poder de crear. Y si dices que el profeta lo dijo del Padre, como Pablo atribuye al Hijo lo que dices que se dijo del Padre, la consecuencia es la misma. Pablo no lo habría afirmado del Hijo, si no hubiera estado certísimo de que Padre e Hijo tienen la misma dignidad. Sería extrema audacia atribuir a uno que fuera menor e inferior lo que sólo compete a la incomparable substancia divina.

El Hijo no es menor ni inferior que la substancia divina. Por tal motivo Pablo se atrevió a afirmar del Hijo no solamente eso sino otras cosas semejantes. Por ejemplo: ese por el cual que tú, hereje, adscribes a sola la dignidad del Padre, Pablo lo dice del Hijo con estas palabras: Del cual todo el cuerpo recibe nutrimento y cohesión, por medio de las coyunturas y ligamentos y crece con el crecimiento de Dios. Y no se contentó con eso, sino que por otro camino también os cerró la boca, al adscribir al Padre aquello de por el cual, que tú dices que contiene idea de inferioridad. Pues dice: Fiel es Dios por el cual habéis sido llamados a la comunión de su Hijo Jesucristo nuestro Señor.

Y también: Por voluntad del cual. Y en otra parte: Porque de El, por El y para El son todas las cosas. De manera que adscribe no únicamente al Hijo, sino también al Espíritu Santo aquello: de El. Y así el ángel dijo a José: No temas recibir en tu casa a María tu esposa, pues lo en ella engendrado es del Espíritu Santo.

Del mismo modo, tampoco rehúsa el profeta atribuir a Dios aquel: en el cual, que es del Espíritu Santo, cuando dice: En Dios haremos proezas. Y Pablo a su vez dice: Suplicando a Dios continuamente en mis oraciones que, por fin, su voluntad me allane los caminos algún día, para llegar a vosotros! Y lo mismo afirma de Cristo en su fórmula: En Cristo Jesús. Esta fórmula frecuentemente la encontramos tomada y aplicada sin distinción, cosa que Pablo no haría si en todas tres personas no hubiera una misma substancia. Y para que no creas que el Todo por él fue hecho se dijo acerca de los milagros -pues de éstos se ocupan otros evangelistas-, añadió enseguida: En el mundo estaba y el mundo fue hecho por El. Pero no fue hecho el Espíritu Santo, el cual no está en el número de las criaturas.

Pero vengamos ya a lo que sigue. Una vez que Juan, tratando de la creación, dijo: Todo por El fue hecho y ni una sola cosa de cuantas existen ha llegado a la existencia sin El, añadió lo referente a su providencia diciendo: En El estaba la Vida. Para que ningún incrédulo dudara pensando cómo tantas y tan grandes cosas se hicieron por El, añadió: En El estaba la vida. Como si de una fuente que emite infinitos raudales sacas agua, por más que saques no disminuye la fuente, lo mismo se ha de pensar del poder operativo del Unigénito: por más seres que tú pienses hechos por El, jamás se disminuye. O mejor aún, para poner un ejemplo más apropiado, o sea el de la luz, de la cual dijo enseguida el evangelista: Y la vida era Luz: así como la luz, aun cuando ilumine a cuantos miles de hombres se quiera, nada pierde de su esplendor, del mismo modo Dios, antes de producir y crear algo y después de creado, permanece igualmente íntegro, de manera que ni se disminuye, ni por la multiplicidad de operaciones se fatiga. Aunque fuera necesario crear infinitos mundos, poderoso es para crearlos; y no sólo para crearlos, sino también para conservarlos después de creados.

Porque aquí la palabra vida no se refiere únicamente a la creación, sino también a la providencia con que las cosas, una vez creadas, se conservan en su ser. Con lo cual va ya el evangelista dándonos los fundamentos de la resurrección, doctrina que se inicia con estas buenas nuevas. Pues con la venida acá de la Vida, se disipó y deshizo el imperio de la muerte; y con esa Luz iluminados, ya no hay tinieblas, sino que permanece en nosotros la vida; y la muerte no puede ya dominarla. En conclusión: lo dicho acerca del Padre, con toda propiedad ha de decirse del Hijo: En El vivimos, nos movemos y somos. Lo mismo declara Pablo con estas palabras: Porque en El fueron creadas todas las cosas y todas tienen en El su consistencia Motivo por el cual se le llama también raíz y fundamento.

Pero cuando oyes que: En El estaba la vida, no pienses en un ser compuesto. Porque luego afirma: Así como el Padre tiene vida en Sí mismo, así otorgó al Hijo tener vida en sí mismo. Pues bien, así como al Padre no lo llamas ser compuesto, tampoco así llames al Hijo. Porque en otra parte dice el evangelista: Dios es luz,> y Pablo: Habita una luz inaccesible Las expresiones dichas no son para que pensemos en Dios composición, sino para que nos vayan elevando poco a poco a lo más alto de la doctrina. No pudiendo fácilmente el vulgo entender cómo la vida esté en Dios, comienza el evangelista por decir lo menos elevado. Y una vez enseñados los oyentes, los levanta a más profundos conocimientos. El mismo que dijo: Le dio tener vida en Sí mismo, ese mismo dijo: Yo soy la vida; y luego: Yo soy la luz.

Pregunto yo: ¿qué clase de luz es ésta? No es sensible, sino espiritual, que ilumina el alma. Puesto que más adelante Cristo diría: Nadie puede venir a Mí si mi Padre no lo atrae, el evangelista, previniéndolo ya, pone que es El quien ilumina. Todo para que si algo semejante oyes del Padre, confieses que no es privativo del Padre, sino que es también del Hijo. Dice Cristo:

Todo lo que tiene el Padre es mío. De modo que en primer lugar nos enseñó acerca de la creación; luego con una palabra el evangelista dio a entender los bienes que el Verbo nos trajo con su venida cuando dijo: Y la vida era luz de los hombres. No dijo: Era luz de los judíos, sino de todos los hombres, pues alcanzaron su conocimiento no sólo los judíos, sino también los gentiles: esa luz común se propuso a todos los hombres. Mas ¿por qué no añadió: Para los ángeles, sino que solamente hizo mención de los hombres? Porque aquí trataba sólo de la humana naturaleza y el Verbo vino para anunciar bienes a los hombres.

Y la luz brilla en las tinieblas. Llama aquí, tinieblas a la muerte y al error. Nuestra luz sensible no brilla en las tinieblas, pues no tiene tinieblas; pero la predicación brilló en medio del error que todo lo llenaba, y acabó por destruirlo. Vino El a morir, y así venció a la muerte, para arrancarle a los que ya ella tenía encadenados. Y como ni la muerte ni el error la vencieron, sino que por todas partes resplandece con su brillo propio, dice el evangelista: Y las tinieblas nunca la han detenido. Porque es inexpugnable y no habita de buen grado en las almas que no quieren ser iluminadas.

Si semejante luz no ha conquistado a todos, no te perturbes por ello. Dios se acerca a nosotros no por necesidad ni violencia, sino por voluntad libre, por libre albedrío. No cierres tu puerta a esta luz y gozarás de grande placer. Esta luz se acerca mediante la fe; y una vez que llega, sobremanera ilumina a quien la recibe; y si llevas una vida limpia y pura, perpetuamente permanece en tu corazón. Pues dice: Quien me ama guardará mis mandamientos y vendremos a él yo y mi Padre y pondremos en él nuestra morada. Así como no puede uno disfrutar bien de los rayos del sol si no abre los ojos, del mismo modo no puede ampliamente participar del esplendor de esta luz si no abre los ojos del alma y en todas formas prepara su mirada.

¿Cómo podrá hacerse esto? Si limpiamos el alma de todos los vicios. El pecado es tiniebla y tiniebla densa; como se ve claramente en que se le admite sin pensar ni razonar y a ocultas. Pues dice la Escritura: Todo el que obra el mal aborrece la luz y no se acerca a la luz. Y Pablo: Pues lo que a escondidas ellos hacen da rubor aun el decirlo. Así como en la oscuridad no reconocemos al amigo ni al enemigo, y no distinguimos la naturaleza de las cosas, así acontece en el pecado. Quien se da a la avaricia, no distingue al amigo del enemigo; y el envidioso tiene como enemigos aun a sus propios parientes; y el que tiende asechanzas trae guerra con todos: en una palabra, todos los culpables de pecado en nada se diferencian de los ebrios y de los locos, y no se dan cuenta de la naturaleza de las cosas. Así como de noche, no habiendo luz para distinguir, vemos iguales el madero, el plomo, el hierro, la plata, el oro, la piedra preciosa, así el que lleva una vida de impureza no conoce la virtud de la templanza ni la belleza de la sabiduría. Pues, como ya dije: en las tinieblas, ni aun las piedras preciosas muestran su esplendor; y no por defecto de su naturaleza, sino por ignorancia de los espectadores.

Ni es este el único mal que acontece a quienes viven en pecado, sino que además perpetuamente andan en temor. Como los que viajan durante una noche sin luna, continuamente temen aun cuando nada haya que ponga miedo, así los que se han entregado al pecado no pueden vivir confiados, aun cuando nadie haya que los reprenda; pues por el aguijón de la conciencia, de todos temen, de todo sospechan, todo para ellos está Heno de terror y de miedos; y preocupados, a todas partes vuelven sus miradas. Huyamos nosotros de tan molesto modo de vivir. Y luego, tras de tan grave tristeza, vendrá la muerte, muerte inmortal, pues allá no tendrá acabamiento el castigo. Además de que en la vida presente en nada difieren de los locos los que se fingen cosas que en realidad no existen.

Les parece que son ricos, no siéndolo. Les parece que viven en deleites, y no hay tales deleites; y no conocen el engaño que beberían conocer, hasta que quedan libres de semejante locura y de semejante sueño despiertan. Y este es el motivo de que Pablo a todos nos aconseja vivir en sobriedad y vigilantes; y lo mismo hace Cristo. El que así vive y vigila, si acaso cae en pecado, al punto lo echa fuera; mientras que el que duerme o está loco, ni siquiera se da cuenta del modo con que el pecado lo encadena. No durmamos. Ya no es el tiempo de la noche, sino del día. Así pues: Como en pleno día andemos decorosamente. Nada hay más vergonzoso que el pecado por lo que mira a la desvergüenza; peor es andar en pecado y cargado de crímenes que andar desnudos. Puesto que podría ser que esto no tuviera tanto de pecado, como por ejemplo si sucede a causa de la pobreza, como es frecuente que suceda; pero, en cambio, nada hay más torpe que el pecado ni más despreciable.

Pensemos en aquellos que por la rapiña y las usuras son llevados a los tribunales: cuán ridículos y desvergonzados aparecen, puesto que todo lo han llevado a cabo sin pudor, con engaño, con violencia. Pero nosotros somos tan infelices y miserables que, no soportando llevar la capa descuidadamente o atravesada, y aun corrigiendo eso en los demás, ni siquiera nos damos cuenta de que andamos con la cabeza invertida. Pregunto yo: ¿hay algo más torpe que el hombre que se une a una meretriz? ¿Qué hay más ridículo que un maldiciente, un rijoso, un envidioso? ¿Cómo es que tales cosas se tienen por menos vergonzosas que el andar desnudo? La única explicación es por la costumbre. Porque el andar desnudo nadie jamás lo tolera por voluntad propia; mientras que lo otro todos atrevidamente lo ejercitan.

Por cierto que si alguno así se presentara ante los coros angélicos, que nunca han perpetrado cosas semejantes, al punto vería cuán ridículas son. Mas ¿para qué hablar de los coros angélicos? Acá en la tierra, si en las mansiones de los príncipes alguno se entrega a una meretriz o se le coge en ebriedad o en otra cosa torpe cualquiera, se le condena a la pena última. Pues bien, si en los palacios imperiales no es lícito atreverse a tales cosas, mucho menos lo será delante del Rey que está en todas partes presente y todo lo mira: si tales cosas hiciéramos, las expiaremos con el supremo suplicio.

Os ruego, pues, que procedamos en esta vida con grande paz y modestia, y con gran limpieza de alma. Tenemos un Rey que continuamente mira lo que hacemos. De modo que para que aquella luz siempre nos ilumine, atraigamos sobre nosotros sus rayos. Así gozaremos de los bienes presentes y de los futuros, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, por el cual y con el cual, juntamente con el Espíritu Santo, sea la gloria al Padre, por los siglos de los siglos. Amén.

LXI


6

HOMILÍA VI (V)

Hubo un hombre enviado por Dios, llamado Juan (Jn 1,6).

EL EVANGELISTA, en su doctrina sobre el Dios Verbo, puso las cosas más esenciales y necesarias; y procediendo por su orden, vino luego al Precursor del Verbo, llamado Juan. Pero tú, cuando oyes que fue enviado por Dios, piensa desde luego que nada de lo que dice lo dice al modo humano. Porque no dice cosas suyas, sino del que lo envía. Por tal motivo fue llamado ángel o enviado. El oficio del ángel o enviado es no decir nada suyo. Además, eso de hubo no significa que vino a la existencia, sino que se le dio una misión. Fue enviado por Dios es lo mismo que fue enviado de Dios. Yo pregunto: ¿cómo es que los herejes dicen que aquello de: Subsistiendo en la naturaleza divina no se ha de entender de una igualdad del Hijo con el Padre, porque la palabra Dios no lleva artículo? Tampoco acá hay artículo alguno. Entonces ¿aquí no se refiere al Padre? Pero ¿qué diríamos del profeta que clama: He aquí que yo envié a mi mensajero para allanar el camino delante de ti? Ese mi y ti significan personas.

Este vino como testigo para dar testimonio de la luz. Preguntará alguno: ¿Cómo es eso de que el siervo da testimonio del Señor? Pues bien: ¿no te admirarás más aún y dudarás cuando veas que no sólo es testificado por el siervo, sino que El mismo acude al siervo y es bautizado por el siervo, estando mezclado con los demás judíos? No conviene perturbarse ni alborotarse, sino más bien admirarse de la inefable benignidad del Señor. Si alguno duda y permanece turbado, el Señor le dirá lo que al Bautista: Déjame ahora hacer: pues así conviene que cumplamos toda justicia. Y si más aún se conturba, le añadirá lo que dijo a los judíos: Yo no necesito que un hombre testifique en favor mío. Pero si Jesús no necesita de semejante testimonio, entonces ¿por qué Juan fue enviado por Dios? No fue porque Cristo necesitara de semejante testimonio: afirmarlo sería el colmo de la impiedad. Entonces ¿por qué? Juan mismo nos lo enseña cuando dice: Para que todos creyeran en El.

Cristo, habiendo dicho: Yo no necesito que un hombre testifique en favor mío, para no parecer ante los necios como contradiciéndose, ya que en una ocasión afirma: Es otro el que da testimonio de Mí y sé Yo que su testimonio es verdadero 5 refiriéndose a Juan; y en esta otra dice: Yo no necesito que un hombre testifique en favor mío, El mismo añadió la solución: Lo digo por vosotros, para que os salvéis. Que es como si dijera: Soy Dios y verdadero Hijo de Dios y de su misma substancia inmortal y feliz, y no necesito del testimonio de ningún hombre. Pues aun cuando nadie quisiera testificarlo, no por eso sería yo en nada inferior en naturaleza al Padre. Mas como tengo el cuidado de muchos, me he abajado a esta humillación de dar el oficio de testificar de Mí a un hombre.

Atendiendo a la debilidad y bajas apetencias de los judíos, parecía que por este camino sería más fácil que creyeran en El. De manera que así como se revistió de carne para no descender al certamen en su manifiesta divinidad, lo que hubiera sido dar muerte a todos, así envió a un hombre como heraldo, para que escuchando ellos la voz de uno de su mismo linaje, más fácilmente se le acercaran los que entonces lo oyeran. No teniendo necesidad del testimonio del Bautista, cosa que sólo podía demostrarse apareciendo en clara substancia, con lo que habría espantado a todos, no procedió así, como hace un momento lo dije, pues a todos los hubiera perdido, por no poder nadie resistir la fuerza de aquella luz inaccesible. Tal fue el motivo de revestirse de carne y dar a uno de nuestros consiervos el oficio de testimoniar acerca de El; porque El todo lo hizo buscando siempre la salvación de los hombres. Por lo cual cuidó al mismo tempo de su propia dignidad y de la capacidad de entender de sus oyentes y de la utilidad de los mismos.

Dando a entender esto, decía: Esto lo digo por vosotros, para que seáis salvos. Y el evangelista, que dice lo mismo que afirma el Señor, una vez que dijo: Para dar testimonio de la luz, añadió: Para que por su medio creyeran todos en El. Como si dijera" No pienses que vino Juan el Bautista para añadir algo a la fe en las palabras del Señor. No vino para eso, sino para que por su medio creyeran sus congéneres los judíos. Y que el evangelista lo haya dicho para suprimir esa imaginación, consta por lo que sigue. Pues añadió: No era él la luz. Si no lo hubiera dicho con el objeto de apartar la imaginación que indiqué, resultaría inútil decirlo y más sería una repetición que no una explicación de la doctrina. Habiendo dicho ya: Fue enviado para que diera testimonio de la luz ¿por qué había de añadir: No era él la luz? No lo hizo sin causa y motivo. Lo que sucede es que como entre nosotros con frecuencia es de mayor dignidad el que testifica que aquel de quien testifica, por lo cual de ordinario se le juzga más digno de fe, para que nadie imaginara eso del Bautista, ya desde el principio lo excluye; y una vez corregido eso de raíz, declara quién es el que testifica y quién aquel del que da testimonio, y cuán grande es la diferencia entre ambos.

Hecho esto, y demostrada la incomparable excelencia del Verbo, prosigue confiadamente con lo demás. Rechazado ya con diligencia lo que de absurdo podría ocurrirse a los necios, se dedica a enseñar la doctrina fácilmente y sin tropiezo. Roguemos, pues, al Señor que, ya que poseemos la revelación de tantas y tan excelentes cosas, y juntamente la recta y sana doctrina, llevemos una vida pura y santa. Pues la doctrina de nada nos aprovecha sin las buenas obras. Aun cuando logremos una fe plena y una inteligencia clara de todas las Escrituras, si no tenemos el patrocinio de una vida buena, nada obstará para que caigamos en la gehenna del fuego y nos quememos para siempre en la llama inextinguible. Así como los que obraron el bien resucitarán para vida eterna, así los que se atrevieron a llevar una vida desordenada, resucitarán para un castigo sin acabamiento y eterno.

En consecuencia, empleemos todo nuestro empeño, para que la ganancia lograda mediante la fe correcta, no la perdamos a causa de la perversidad en nuestras obras; sino que tras de vivir acá piadosamente, nos presentemos confiados ante Cristo, felicidad que no tiene igual. Ojalá que nosotros, conseguido todo lo dicho, en todo procedamos para la gloria de Dios; al cual sea la gloria, juntamente con el Hijo Unigénito y el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.

LXII


7

HOMILÍA VII (VI)

Existía la Luz Verdadera, la que viniendo al mundo ilumina a todos los hombres (Jn 1,9).

RAZONABLEMENTE OS apacentamos, carísimos, suministrándoos las Escrituras por partes brevísimas, y no os explicamos todo de una vez, a fin de que os sea más fácil guardar en la memoria lo que os decimos. Quien pone unas piedras sobre otras que no han fraguado aún en sus junturas, cuando se trata de edificios, no levanta una firme pared, sino un muro fácilmente caedizo; en cambio, quien espera a que, mediante la cal, queden firmes las piedras, y luego poco a poco va añadiendo otras, levanta un edificio seguro, firme y duradero. Imitemos nosotros a estos constructores de casas, y con el mismo método edifiquemos vuestras almas. Porque tememos no sea que estando aún reciente y tierna la primera estructura, si le añadimos nuevas disquisiciones, se derrumben las anteriores, por no poder vosotros contenerlas juntamente a todas.

¿Qué es pues lo que ahora se nos ha leído?: Existía la luz verdadera, la que viniendo al mundo ilumina a todos los hombres. El evangelista, que antes trató del Bautismo y dijo que éste había venido para dar testimonio de la luz y que ahora había sido enviado, con el objeto de que no sucediera que alguien oyendo eso, por la reciente venida del que daba testimonio, concibiera alguna sospecha acerca de aquel de quien se daba el testimonio, levantó los pensamientos y los llevó de nuevo a la existencia que es anterior a todo principio y que jamás tendrá fin. Preguntarás: ¿cómo puede ser esto, puesto que es Hijo? Estamos tratando de Dios ¿y tú preguntas el cómo? ¿No temes? ¿no te horrorizas? A propósito de esto, si alguno te pregunta cómo disfrutarán las almas y los cuerpos de una vida inmortal, tú te ríes de semejante pregunta, porque no es propio del entendimiento humano investigar esa verdad, sino creerla es lo necesario, y no se ha de escrutar semejante proposición, para cuya demostración es suficiente el poder del que la lleva a cabo. En cambio, si nosotros aseveramos que aquel que creó las almas y los cuerpos y supera sin comparación en excelencia a toda criatura, no tiene principio ni comienzo ¿te pones a preguntar cómo sea eso? ¿Quién no dirá ser eso propio de quien está loco? ¿quién de quienes no estén enfermos de la mente y fuera de la lógica lo afirmará?

Habéis oído que Existía la Luz Verdadera. ¿Para qué os empeñáis en alcanzar vanamente explicación, mediante el raciocinio, de aquella vida sin término, que no es asequible? ¿Por qué investigas lo que es imposible de investigar? ¿Por qué escrutas lo incomprensible? ¿Por qué examinas lo que no puede sujetarse a examen? Escruta la raíz de los rayos solares: no podrás alcanzarla; y sin embargo no te indignas ni te dueles de tu incapacidad. Entonces ¿por qué te muestras audaz en cosas más altas? Juan, el hijo del trueno, que toca la espiritual trompeta, una vez que escuchó del Espíritu Santo aquel Existía, ya no inquirió más. En cambio tú, que no gozas de una gracia como la suya, sino que hablas apoyado en tus propios débiles raciocinios ¿te empeñas en pasar más allá de lo que él conoció? Precisamente por ese tu apoyo, jamás podrás tener un conocimiento igual al que tuvo Juan.

Astucia del demonio es hacer que quienes se le sujetan traspasen los límites que Dios nos ha señalado, como si pudiéramos avanzar mucho más allá. Pero una vez que, alimentados con esa vana esperanza, los ha derribado de la gracia divina, entonces finalmente no sólo no añade algo más de conocimiento (¿ni cómo podría hacerlo siendo demonio?), sino que ni siquiera nos deja regresar a los antiguos dogmas, en los que con seguridad creíamos antes. Entonces nos trae y lleva por todos lados, como los vagabundos, y nunca podemos estar firmes.

Así procuró echar del paraíso al primer padre. Lo hinchó con la esperanza de mayor conocimiento y honor, y así lo arrojó de los bienes que ya poseía tranquilamente. Pues no sólo no se hizo igual a Dios, como el demonio le prometía, sino que lo entregó a la tiranía de la muerte; y no solamente nada consiguió con la comida de aquel árbol, sino que aún perdió no poco de la ciencia que ya poseía, precisamente por la esperanza de adquirirla mayor. Entonces comenzó a avergonzarse de su desnudez, siendo así que antes vivía en una esfera superior a todo pudor y vergüenza. Le aconteció entonces caer en la cuenta de que estaba desnudo y de que en adelante necesitaría de vestidos y de otras muchas cosas harto tristes.

Para que a nosotros esto no nos suceda, obedezcamos a Dios, guardemos sus mandamientos y no nos ocupemos en ir adelante en vanas disquisiciones; no sea que perdamos los bienes que ya tenemos concedidos, como les aconteció a los herejes. Investigando el comienzo y origen de la vida que no tiene comienzo ni principio, perdieron aun los bienes que podían alcanzar. No encontraron lo que buscaban, pues no tenían fuerzas para eso, y erraron acerca de la verdadera doctrina y sana fe sobre el Unigénito. No traspasemos los antiguos límites que nuestros padres nos señalaron, sino que en todo aceptemos las leyes puestas por el Espíritu Santo.

Cuando oímos: Existía la luz verdadera no inquiramos más, pues no podemos alcanzar más. Si Dios engendrara al modo humano, necesariamente habría un lapso entre el engendrador y el engendrado. Pero, pues engendra de un modo inefable y a El conveniente, abstente de usar las palabras antes y después. Ellas designan tiempo, pero el Hijo es hacedor de todos los tiempos y siglos. Insistirás diciendo: Entonces el Padre no es padre, sino hermano. Pero yo pregunto: ¿qué necesidad hay de eso? Si dijéramos que el Padre y el Hijo se originan de otra raíz, podría haber lugar razonable para esa objeción. Pero si evitamos tal impiedad y afirmamos que el Padre no tuvo principio ni fue engendrado; y que el Hijo no tuvo principio pero es engendrado por el Padre ¿qué necesidad se sigue por esto de objetar esas impías razones? ¡Ninguna, en verdad!

El Hijo es esplendor del Padre; y se comprende que el esplendor sea simultáneo con la cosa de la cual es esplendor. Y así lo llamó Pablo para que no sospeches que haya lapso entre el Padre y el Hijo. Eso es lo que con el nombre de esplendor se significa. Y tras de poner ese ejemplo, corrige lo erróneo que de él podía seguirse para los necios. Como si dijera: No por haber oído que es esplendor del Padre, vayas a pensar que no es persona sino que está privado de ella. Esto sería una impiedad, una locura propia de los sabelianos y marcelianos. Nosotros no pensamos así, sino que el Hijo tiene su propia persona. Por lo cual Pablo, tras de haberlo llamado esplendor, añadió: Y sello de su substancia, para significar con esto la propia hipóstasis del Hijo y declarar que es de la misma substancia de que es sello y carácter. Pues, como ya dije, no les es posible a los hombres una palabra única para significar los dogmas acerca de Dios. Por esto anhelamos que, amontonando muchas palabras, nos aprovechemos de cada una de ellas según sea conveniente. Así podremos glorificar a Dios dignamente; es decir dignamente según nuestras posibilidades.

Si alguno piensa que puede hablar cosas dignas de Dios y de su gloria, y afirma que conoce la substancia de Dios como se conoce El a sí mismo, en absoluto ignora lo que es Dios. Sabiendo esto, confirmémonos en lo que nos han comunicado aquellos que con sus ojos vieron desde el principio al Verbo humanado y fueron sus ministros, y no escrutemos más con vana curiosidad. A quienes sufran de enfermedad semejante, o sea, de esa curiosidad, les sobrevendrán dos daños: trabajar en vano en su investigación de lo que no pueden encontrar, y provocar la ira de Dios por querer traspasar los límites que El mismo ha señalado.

No es necesario deciros en qué medida excita la ira de Dios semejante hombre, pues todos lo sabéis. En conclusión, dejando a un lado la arrogancia de los herejes, oigamos con temor santo la palabra de Dios, para que así perpetuamente El nos patrocine. Porque dice: ¿En quién voy a fijarme? En el manso y humilde y quieto y que tiembla a mi palabra. Dejemos tales curiosidades, quebrantemos nuestros corazones, lloremos nuestros pecados como lo ordena Cristo, compunjámonos de nuestros delitos, y con diligencia reordenemos lo que hasta aquí hemos delinquido, y empeñémonos en lavar nuestras manchas.

Muchos caminos nos abrió Dios para ello. Dice: Di tú primero tus pecados para que seas justificado. Y también: Confesaré ante Dios mis injusticias y tú absolviste la impiedad de mi corazón. No poco ayuda para aminorar la multitud de los pecados el frecuente recuerdo de ellos y acusarlos. Hay además otro camino más eficaz, como es el no irritarnos con nadie de los que nos han ofendido. ¿Quieres conocer un tercer camino? Oye al profeta Daniel que dice: Por lo cual rompe tus pecados con obras de misericordia y tus iniquidades con la limosna a los pobres. Otro camino hay que son las oraciones frecuentes y la perseverancia en elevar a Dios nuestras preces. También nos acarrea no pequeño consuelo y perdón el ayuno, si se une a la mansedumbre para con los demás: esto apaga grandemente la ira de Dios. Pues dice la Escritura: El agua apaga el fuego llameante; la limosna perdona los pecados.

Entremos, pues, todos por estos caminos. Si continuamente anduviéremos por ellos y en ellos pusiéremos nuestro empeño, no sólo borraremos los pecados pasados, sino que lograremos grandes bienes para lo futuro. Porque no daremos al demonio lugar de acometernos, ni caeremos en pereza, ni en la curiosidad dañosa. Esta mete en esas cuestiones inútiles y locas y en dañosas controversias, pues ve el demonio que andamos desidiosos y que para nada cuidamos de una vida santa: Cerrémosle esa puerta, vigilemos, vivamos sobriamente, a fin de que habiendo trabajado este poco de tiempo, disfrutemos de los bienes inmortales por siglos infinitos, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, por el cual y con el cual sea al Padre juntamente con el Espíritu Santo la gloria, por los siglos de los siglos. Amén.

LXIII



Crisostomo Ev. Juan 5