Crisostomo Ev. Juan 78

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HOMILÍA LXXVIII (LXXVII)

No os dije esto al principio, porque estaba Yo con vosotros. Mas ahora me voy al que me envió y ninguno de vosotros ya me pregunta ¿a dónde vas? Pero porque os digo esto la tristeza, llenó vuestro corazón (Jn 16,5-6).

GRANDE ES la fuerza de la tristeza y necesitamos de fortaleza grande para resistir generosamente esta enfermedad del ánimo, y para sacar de ella la utilidad que engendra y echar a un lado lo que tiene de superfluo. Porque ciertamente no deja de tener alguna utilidad. Buena es la tristeza, pero sólo cuando es por nuestros pecados o por los pecados ajenos; pero cuando caemos en humanas desgracias, la tristeza es inútil. Y como a los discípulos, que aún eran imperfectos, los combatía la tristeza, observa en qué forma la corrige Cristo, aun echando mano de la reprensión.

Infinitas veces le habían preguntado anteriormente, como cuando Pedro le dijo: Señor ¿a dónde vas? Y Tomás también le dijo: No sabemos a dónde vas ¿y cómo podemos saber el camino? Y Felipe: Muéstranos al Padre. Mas cuando oyeron: Os echarán de las sinagogas y seréis objeto de odio; y también: El que os dé muerte pensará que hace un servicio a Dios, hasta tal punto decayeron de ánimo, que no podían hablar ni decir nada. Reprendiéndolos por esto, les dijo: No os dije esto al principio porque estaba Yo con vosotros. Pero ahora voy al que me envió y ninguno de vosotros me pregunta: ¿A dónde vas? Pero porque os dije esto la tristeza llenó vuestro corazón. Cierto que una tristeza excesiva es cosa dura; dura, lo repito, y tal que prepara el camino a la muerte. Por lo cual Pablo decía: Para que ése (el adultero de Corinto) no sea absorbido por una tristeza excesiva.

No os dije esto desde el principio. ¿Por qué no se lo dijo desde el principio? Para que nadie pensara que hablaba y opinaba por lo que ordinariamente sucede. Entonces ¿por qué ahora acomete un asunto tan difícil? Como si les dijera: Ya lo sabía Yo desde el principio; de modo que no callaba porque no lo supiera, sino: Porque estaba Yo con vosotros. Se expresa al modo humano. Es decir: Porque entonces vosotros estabais en seguridad y podíais preguntar cuanto quisierais: aparte de que entonces la guerra toda era en contra mía. De manera que resultaba superfluo deciros esto al principio. Pero… ¿en verdad nada les dijo? ¿Acaso no los reunió a todos los doce y les decía: Seréis conducidos a la presencia de los gobernantes y os azotarán en las sinagogas?.

Entonces ¿por qué ahora les dice: No os dije esto desde el principio? Porque aún cuando entonces les predijo azotes y destierros, no les declaró que los enemigos estarían decididos a darle muerte y que llegarían hasta a pensar que semejante asesinato era un acto del culto divino. Semejante cosa podía amedrentarlos en aquel tiempo, en especial si se les había de tener por impíos y dañinos. Además, entonces les predecía lo que padecerían de parte de los gentiles. Ahora, en cambio, añade lo tocante a los judíos y con mayor vehemencia, y les manifiesta que semejantes sufrimientos están ya a la puerta.

Mas ahora me voy al que me envió y ninguno de vosotros ya me pregunta: ¿A dónde vas? Pero porque os digo esto la tristeza ha llenado vuestro corazón. No pequeño consuelo era para ellos eso mismo de saber que Jesús conocía la gran tristeza en que se hallaban. Al fin y al cabo, estaban espantados por la angustia de la partida de Jesús y la vecindad de los males que los amenazaban y que no sabían si podrían tolerar. Mas ¿por qué no les declaró eso hasta después de que hubieran recibido el Espíritu Santo? Para que conozcas que ya estaban suficientemente fuertes en la virtud. Si no se echaron atrás ahora, cuando aún no habían recibido el Espíritu Santo, aun estando oprimidos por la tristeza, piensa cuáles van a ser una vez llenos de la gracia. Por otra parte, si ellos en esa ocasión de venido ya el Espíritu Santo hubieran aceptado los padecimientos que se les proponían, todo lo atribuiríamos al Espíritu Santo. Ahora, en cambio, les pertenece todo el fruto y dan testimonio de que todo procedió de su amor a Cristo, pues estaban en su ánimo aún sin aquella virtud del Espíritu Santo.

Con todo, os digo la verdad. Advierte cómo de nuevo los consuela. Como si les dijera: Yo no hablo por agradar, sino que tenéis que oír lo que os conviene aun cuando por eso os entristezcáis. Anheláis que Yo esté con vosotros; pero la conveniencia pide otra cosa. Porque es propio de quien cuida los intereses de alguno, el no dejarse influir por los amigos cuando éstos quieren apartarlo de lo que a tales intereses conviene. Si Yo no me voy no vendrá el Paráclito. ¿Qué dirán a esto los que no opinan correctamente acerca del Espíritu Santo? ¿Será conveniente que se vaya el Señor y venga el siervo? Por otra parte ¿adviertes cuán grande es la dignidad del Espíritu Santo?

Mas si Yo me fuere os lo enviaré. ¿Qué utilidad hay en esto?: Cuando El viniere argüirá al mundo y lo convencerá? O sea, que no os perseguirán impunemente, si El viene. Las obras ya realizadas por Jesús eran suficientes para cerrar la boca a los perseguidores; pero cuando se realicen las demás y la enseñanza sea más perfecta y los milagros más estupendos, con mayor razón serán condenados, al ver tantas y tan grandes maravillas hechas en mi nombre. Esto da una más clara prueba de la realidad de la resurrección. Ahora pueden decir de Jesús que es el hijo del artesano cuyo padre y madre conocimos. Mas cuando vean acabada la muerte, quitada la perversidad y que la naturaleza que anteriormente claudicaba ahora camina correctamente, y que son echados los demonios y que se da abundantemente el Espíritu Santo, y que todo ello se verifica a la invocación de mi nombre ¿qué dirán? Mi Padre dio testimonio de Mí; y lo dará también el Espíritu Santo. Ya lo hizo desde un principio, pero lo hará también ahora.

Y argüirá al mundo de pecado. Quiere decir que se le quitará toda excusa y demostrará que los crímenes de ellos no merecen perdón. Y de justicia, por cuanto me voy al Padre y ya no me veréis más. O sea, que he llevado una vida irreprensible; y es indicio de ello que me voy al Padre. Pues continuamente lo acusaban de que no venía de Dios, y por eso lo llamaban pecador e impío, afirma aquí que les quitará esa ocasión de acusarlo. Si ese juzgar que Yo no vengo de Dios me muestra como transgresor, una vez que el Espíritu Santo, a Mí que voy al Padre me manifieste no estar allá por un tiempo sino para permanecer allá para siempre (porque esto significa: Ya no me veréis más), ¿qué podrán aquéllos decir?

Advierte las dos cosas con que deshace esa opinión perversa. Porque no es propio de un pecador hacer milagros, ya que eso no está en su poder; ni tampoco es propio de un pecador el venir de Dios. Y de condenación, porque el príncipe de este mundo está ya condenado. De nuevo habla de la justicia, pues ha vencido al adversario, cosa que un pecador no puede hacer ni tampoco un justo de entre los hombres. Como si dijera: Sabrán los que en lo futuro pisotearán a ese príncipe, que ya ha sido vencido por Mí y verán clara mi resurrección: cosas ambas que son propias de quien condena. Porque El no ha podido detenerme en el sepulcro.

Pues decían que Yo era impostor y poseso, se verá que todo eran afirmaciones fútiles. Porque yo no habría podido encadenar a ese príncipe si Yo fuera reo de pecado. Pero ahora condenado está y arrojado fuera. Tengo todavía muchas cosas que deciros, pero no podéis ahora comprenderlas. En consecuencia, os conviene que Yo me vaya, pues una vez que me hubiere ido, entonces las comprenderéis. Pero ¿cómo es esto? ¿Acaso el Espíritu Santo es mayor que Tú, oh Señor? Puesto que ahora no comprendemos esas cosas y El nos tornará idóneos para entenderlas. ¿Acaso es mayor y más perfecto y más perfecta su eficacia? ¡De ningún modo!

Por eso dice Cristo: Nada hablará de su cosecha, sino que transmitirá el mensaje que reciba, y os anunciará lo que ha de venir. El me glorificará, porque recibirá mi mensaje y os lo comunicará. Todo cuanto tiene el Padre es mío. Habiéndoles dicho: El os enseñará y os traerá a la memoria y os consolará en los trabajos (como El no lo hizo); y también: Os conviene que Yo me vaya para que El venga; y además: Ahora no los podéis comprender, pero entonces sí podréis; y: El os llevará a toda verdad; con el objeto de que no por oír estas cosas pensaran ser mayor el Espíritu Santo que Jesús, y así cayeran en extrema impiedad, les dice ahora: El transmitirá mi mensaje.

O sea, que dirá lo mismo que Yo he dicho. Al añadir: No hablará de su cosecha, significa que el Espíritu Santo nada dirá contrario a lo que El enseñó, ni otra cosa propia ni ajena, sino mi mensaje.

Así como hablando de sí mismo dijo: Yo nada digo de mí mismo? o sea, nada sino lo que oí del Padre, y no otra cosa ni propia ni ajena, sino eso, lo mismo ha de entenderse del Espíritu Santo. La expresión De mi cosecha significa de lo que yo conozco, de mi conocimiento. Porque una misma es la ciencia del Espíritu Santo y la mía. Y os anunciará lo que ha de venir. Así les levanta el ánimo, puesto que ninguna cosa anhela tanto el género humano como conocer lo futuro. Por ese anhelo movidos, con frecuencia los discípulos interrogaban a Jesús: Señor ¿a dónde vas?; y también: ¿cuál es el camino? Para librarlos de semejante cuidado y preocupación, les dice: El os dirá de antemano todo, para que no caigáis por incautos. El me glorificará. ¿Cómo? Porque hará las obras en mi nombre. Después de la venida del Espíritu Santo los discípulos iban a obrar mayores milagros; por esto les declara Jesús su igualdad con el Espíritu Santo diciendo: El me glorificará.

¿Qué significa: Toda verdad? Porque Jesús testifica que el Espíritu Santo nos llevará a toda verdad. Jesús, por estar revestido de carne y para no parecer que hablaba magníficamente de Sí mismo, y porque los discípulos aún no entendían lo de la resurrección, y eran aún un tanto imperfectos; y también a causa de los judíos, para que no pareciera que se le castigaba como a transgresor de la Ley, no hablaba sino pocas cosas altas de Sí mismo, ni tampoco se apartaba abiertamente de la Ley.

Ahora, estando ya separados los discípulos de los judíos, y colocados fuera de ellos; y habiendo muchos de creer y de purificarse de sus pecados; y habiendo otros que hablaran acerca de El, con toda razón no se expresaba grandemente acerca de Sí mismo ni decía cosas altas. De modo que, les dice, no proviene de ignorancia mía el no decir lo que sería necesario decir, sino de la rudeza de los oyentes. Por eso habiendo dicho: Os llevará a toda verdad, añadió: No hablará de su cosecha. Que el Espíritu Santo no necesite de enseñanza, oye cómo lo dice Pablo: Así las cosas de Dios nadie las conoce sino el Espíritu de Dios. Como el espíritu del hombre conoce las cosas del hombre sin que otro se las enseñe, así el Espíritu de Dios. Recibirá mi mensaje, es decir, hablará cosas que con las mías consuenan. Todo cuanto tiene el Padre es mío. Puesto que esas cosas son mías y el Espíritu Santo transmitirá el mensaje del Padre, digo que hablará de lo mío.

¿Por qué no vino el Espíritu Santo antes de que Cristo se fuera? Puesto que aún no se había abolido la maldición, ni se había borrado el pecado, sino que todos eran aún reos de castigo, por tal causa el Espíritu Santo no había venido. Conviene, dice, primero quitar la enemistad y reconciliarse con Dios y después recibir ese Don. Y ¿por qué dice: Yo lo enviaré? Es decir, Yo os prepararé para recibirlo. Puesto que ¿cómo podría ser enviado el que está en todas partes? Por lo demás, manifiesta aquí la distinción de Personas. Por dos motivos habla así: porque ellos con dificultad podían separarse de El, los persuade a que se adhieran al Espíritu Santo y lo reverencien. Podía Jesús hacer esas cosas por sí mismo; pero deja que el Espíritu Santo obre los milagros para que los discípulos le reconozcan su dignidad. Si el Padre pudo crear lo que existe y el Hijo hace lo mismo que el Padre para que reconozcan su poder, igualmente lo hace el Espíritu Santo.

Por tal motivo se encarnó el Hijo y reservó para el Espíritu Santo la operación de los milagros, para cerrar la boca de quienes tomaran lo que es argumento de inefable bondad para ocasión de impiedad. Cuando dicen que el Hijo se encarnó porque era inferior al Padre, les respondemos: ¿Y qué decir del Espíritu Santo? Porque éste no se encarnó y sin embargo no afirmaréis que es mayor que el Hijo ni que el Hijo es inferior a El. Por esto para el bautismo se invoca la Trinidad. El Padre puede hacerlo todo, y lo mismo el Hijo, y lo mismo el Espíritu Santo. Mas como esto nadie lo pone en duda respecto del Padre, la duda anda entre el Hijo y el Espíritu Santo. Por tal motivo en la iniciación se invoca para el bautismo a la Trinidad, a fin de que por la común entrega de los bienes inefables conozcamos la igual dignidad de las divinas Personas. Que el Hijo pueda por sí mismo lo que en el bautismo puede junlamente con el Padre, y que el Espíritu Santo pueda lo mismo, oye cómo claramente se dijo.

Porque a los judíos les decía Jesús: Para que conozcáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar los pecados, y luego: Para que seáis hijos de la luz; y además: Yo les doy la vida eterna; y más adelante: Para que tengan vida y la tengan más abundante. Pues bien: veamos cómo el Espíritu Santo obra esto mismo. ¿En dónde?: A cada cual se da la manifestación del Espíritu para utilidad. Quien esto -obra mucho más perdona los pecados. Y luego: El Espíritu es el que da vida. Y también: Vivificará vuestros cuerpos morales por obra del Espíritu que habita en vosotros. Y: El Espíritu es vida por la justicia. Además: Si sois conducidos por el Espíritu ya no estáis bajo la Ley. Y: Porque no habéis recibido Espíritu servil para recaer en el temor, sino que habéis recibido espíritu filial.

Por otra parte, los que entonces obraban milagros los hacían por virtud del Espíritu Santo que había venido. Escribiendo Pablo a los de Corinto les decía: Pero fuisteis lavados, fuisteis santificados, fuisteis justificados en el nombre de nuestro Señor Jesucristo y en el Espíritu de Dios Habiendo, pues, oído muchas cosas acerca del Padre y habiendo visto al Hijo obrar infinitas cosas, pero no habiendo hasta aquel momento sabido nada claramente acerca del Espíritu Santo, éste obró milagros y así dio un conocimiento perfecto de Sí.

Mas, como ya dije, para que no por esto se le tuviera por mayor, dijo Jesús: Transmitirá el mensaje que reciba y os anunciará lo que ha de venir. Si esto no fuera así ¿cómo no sería absurdo que hasta entonces lo oyera y que lo oyera a través de los discípulos? Pues según vosotros, oh herejes, ni aun entonces lo iba a saber, sino para ayudar a los discípulos. Pero ¿qué habría más inexacto que decir semejante cosa? Por otra parte, ¿en qué iba a poder ayudar a los discípulos, cuando ya todo lo había dicho por los profetas? Puesto que si había de hablar para disolver la Ley o acerca de Cristo, de su divinidad, de su encarnación, todo eso ya estaba dicho. ¿Qué podía decir El en adelante con mayor claridad?

Y os anunciará lo que ha de venir. Sobre todo con esto de clara Cristo la dignidad del Espíritu Santo, puesto que sobre todo es propio de Dios predecir lo futuro. Ahora bien, si eso lo ha de saber de otros el Espíritu Santo, nada tiene más que los profetas. Pero Jesús con lo dicho declara el exactísimo conocimiento que tiene en Dios, sin poder hablar cosa distinta.

La expresión: Recibirá mi mensaje quiere decir: De la gracia que vino a mi carne; o también, del conocimiento que Yo mismo tengo. Y esto no porque lo necesite o lo sepa por otro, sino porque es uno y único y el mismo conocimiento.

Mas ¿por qué Jesús se expresó así y no de otro modo? Porque los discípulos aún no tenían conocimiento del Espíritu Santo convenientemente. De manera que Jesús una sola cosa cuida: que sea creído y lo acepten y no se escandalicen. Como les había dicho: Uno es vuestro Maestro, para que no creyeran que si aceptaban al Espíritu Santo sería ya no creer en Cristo, les dice: Una y única es mi doctrina y la suya. De las cosas que Yo habría de hablar de esas mismas hablará El. No penséis que se os dirán cosas ajenas, pues son las mismas mías y celebran mi gloria. Pues la voluntad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo es única.

Y Cristo anhela que de modo semejante nosotros seamos uno, pues dice: Que sean uno como Tú y Yo somos uno. Nada hay como la unión y concordia: por ella el que es uno se multiplica. Si están concordes dos o diez, ya cada uno de ellos no es uno, sino que cada cual será el décuplo y encontrará en los diez al uno y en el uno a los diez. Si tienen un enemigo lo vencerán como a quien tiene que pelear no con uno sino con diez, pues será acometido no por uno sino por diez. ¿Está uno necesitado? Pues bien, no estará en penuria, puesto que abunda con lo que tienen los más de ellos, o sea los otros nueve, y ese uno necesitado cubre su necesidad, que viene a ser la menor parte, pues la otra mayor toca a los otros.

Cada uno de ellos cuenta con veinte manos, veinte ojos y otros tantos pies. No ve únicamente con sus propios ojos, sino además con los de los otros; ni es llevado únicamente por sus dos pies ni trabaja únicamente con sus dos manos, sino también con las ajenas. Tiene diez almas, puesto que él no es el único que cuida de la suya, sino también los otros. Y lo mismo sucedería si fueran un centenar; y así el poder iría creciendo.

¿Has observado la excelencia de la caridad, y cómo a quien es solo uno lo torna múltiple y lo hace invencible? ¿Has visto cómo el que es uno puede estar a la vez en Persia y en Roma? Lo que no puede la naturaleza, lo puede la caridad: una parte de él estaría aquí, y otra estará en otra parte. O mejor dicho, estará todo aquí y todo allá. Pues si tiene mil o dos mil amigos, considera cuán grande poder alcanzará. Porque es cosa de maravillar que uno se convierta en mil. Entonces ¿por qué no adquirimos para nosotros semejante poder tan grande y con esto permanecemos seguros? Esto es más excelente que cualquier principado y que cualesquiera riquezas. Esto es más excelente que toda salud y aun mejor que la luz y que la vida. Esto es motivo de alegría. ¿Hasta cuándo circunscribiremos nuestro amor a uno o dos? Comprende esto, atendiendo a lo contrario.

Supongamos a un hombre que no tiene un solo amigo, cosa que sería el colmo de la locura (pues sólo el fatuo dirá: Yo no tengo amigos, según afirma el Sabio. Semejante hombre ¿qué género de vida llevará? Aun cuando sea riquísimo, aun cuando abunde en haberes y delicias, aun cuando posea bienes sin cuento, será un pobre destituido de los demás y abandonado. No sucede esto entre amigos. Pues aun cuando sean pobres, serán más opulentos que los ricos; y lo que uno no se atreva a decir en favor propio, lo dirá por él su amigo; y lo que por sí no puede llevar a cabo, lo llevará mediante otro, y aun mucho más hará de lo que pensaba; y de este modo la amistad será para nosotros motivo de gozo y de seguridad. Nada malo puede acontecer a quien anda rodeado de tantos guardias, pues ni aun los guardias que rodean al rey son tan vigilantes y diligentes como los amigos. Porque aquéllos hacen guardia por necesidad y miedo, mientras que los amigos la hacen por benevolencia y cariño; y la fuerza del amor es mucho más recia que la del temor. El rey teme a veces a sus guardias; el amigo confía en sus amigos más que en sí mismo, y apoyado en ellos no teme las asechanzas de nadie.

En consecuencia, procurémonos estas riquezas: el pobre para tener consuelo; el rico para tener seguras sus riquezas; el príncipe para poder mandar estando seguro; el súbdito para tener benévolo al príncipe. Esto es ocasión de benevolencia; esto es ocasión de mansedumbre. Entre las fieras son más irritables y feroces aquellas que no forman rebaño. Por igual motivo habitamos los hombres en ciudades, y tenemos foro para convivir unos con otros. Lo mismo ordena Pablo diciendo: No desatendáis vuestras asambleas. Nada hay peor que la soledad y la privación de la compañía y convivencia.

Preguntarás: entonces ¿qué pensar de los monjes y de los que habitan allá en las cumbres de las montañas? Digo que tampoco ellos carecen de amigos. Huyen del tumulto de las plazas, pero tienen muchos compañeros unidos con el vínculo de la caridad: precisamente para tenerlos se apartaron a esas montañas. Como las disputas por los negocios engendran cantidad de querellas, ellos, apartándose de los negocios, cultivan cuidadosísimamente la caridad. Instarás: pero si alguno vive solo, ¿puede tener infinitos amigos? Respondo que por mi parte querría yo, si se pudiera, que todos vivieran juntos. Digo que sin embargo y a pesar de eso, permanece firme la amistad. Porque no es el lugar lo que hace a los amigos. Ellos tienen muchos que los alaban y no sólo los alaban, sino que los aman. En compensación, ellos ruegan por todo el universo, que es la más grande prueba de caridad.

Por igual motivo nosotros en la celebración de los misterios nos damos el abrazo de caridad, para que siendo muchos nos hagamos uno; y hacemos oraciones comunes por los no iniciados, por los enfermos, por los frutos de la tierra, por la tierra y el mar. ¿Adviertes la fuerza de la caridad en las oraciones, en la celebración de los misterios, en las exhortaciones? Esta caridad es la causa de todos los bienes. Si la cultivamos con fervor, administraremos bien los bienes presentes y conseguiremos el Reino de los Cielos. Ojalá todos lo alcancemos, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, por el cual y con el cual sea al Padre la gloria juntamente con el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.




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HOMILÍA LXXIX (LXXVIII) Dentro de poco ya no me veréis, y dentro de otro poco me volveréis a ver, porque voy al Padre.

Comentaban, pues, entre sí algunos de sus discípulos: ¿Qué es esto que dice?: Dentro de poco, etc. (Jn 16,16-33).

NADA suele hacer decaer el ánimo tanto, cuando ya se duele y se encuentra triste, como el repetir con frecuencia palabras de tristeza. Entonces ¿por qué Cristo, habiendo dicho: Me voy; y: Ya no me veréis más, repite con frecuencia lo mismo diciendo: Dentro de poco ya no me veréis; y también: Voy al que me envió? Les levantó el ánimo hablándoles del Espíritu Santo y ahora de nuevo los aflige. ¿Por qué lo hace? Es para explorar el ánimo de ellos y mejor probarlo y acostumbrarlo a oír cosas aflictivas, y con esto lleven su partida con generosidad y fortaleza. Habiéndolo ya considerado en las palabras, más fácilmente soportarán después la realidad.

Si alguno examina con cuidado, verá que esto mismo es un consuelo, pues dice que va al Padre. Significa con esto que al parecer su muerte no es sino un traslado. También les da otro consuelo. Porque no dijo únicamente: Dentro de poco ya no me veréis, sino que añadió: Y dentro de otro poco me veréis, indicando que volvería y que la separación no era larga y que luego su convivencia con ellos sería perpetua. Cierto que ellos no entendieron esto. Por lo cual razonablemente se admirará alguno de que habiendo oído esto con frecuencia, dudaran aún como si nada hubieran oído.

¿Por qué no lo entendieron? Pienso yo que fue a causa de la tristeza, que les quitaba el recuerdo de cuanto Jesús les iba diciendo; o también por la oscuridad de las sentencias con que parecía aseverar cosas entre sí contrarias, no siéndolo. Como si le dijeran: Si te veremos ¿a dónde vas? Y si te vas ¿cómo te veremos? Por eso dicen: No sabemos qué es lo que dice. Entendían que se marcharía, pero ignoraban que poco después volvería. Por lo cual El los reprende, pues no atinan con lo dicho.

Queriendo inculcarles con fuerza la enseñanza acerca de la muerte ¿qué les dice?: En verdad, en verdad os digo: vosotros lloraréis y os lamentaréis, mientras el mundo se regocijará. Fácilmente eran llevados a creer que Jesús no moriría, porque ellos no querían que muriera; y así andaban dudosos y no sabían qué podía significar eso de: Dentro de poco. Y El les dice: Lloraréis y os lamentaréis, pero vuestra tristeza se trocará en gozo. Y tras de asegurarles que después de la tristeza vendrá el gozo y que la pena dará a luz la alegría y que el dolor será breve, recurre a un ejemplo popular. Y ¿qué dice?: La mujer al dar a luz se acongoja. Con frecuencia usaron los profetas de esta parábola, comparando la tristeza con los dolores de parto. Quiere decir el Señor: Os invadirán dolores como de parto, pero los dolores de parto son causa de alegría. Reafirma así la verdad de la futura resurrección, y declara que el partir de este mundo es equivalente a salir del vientre a la espléndida luz. Como si dijera: No os admiréis de que por medio de los dolores os conduzca Yo a cosas útiles, pues también las madres, mediante esos dolores, llegan a ser madres.

Pero además indica aquí un misterio, o sea, que además El ha destruido el dolor de la muerte y ha cuidado de engendrar al hombre nuevo. No dijo únicamente que la tristeza sería pasajera, sino que ni siquiera la menciona: tan grande era el gozo que iba a venir. Esto sucederá con los santos. La mujer no se goza porque ha venido al mundo un hombre, sino porque a ella le ha nacido un hijo. Y es claro, pues si por lo primero se alegrara, entonces nada impediría que incluso las que no dan a luz se gozaran de que otras parieran.

¿Por qué habló así Jesús? Porque tomó el ejemplo únicamente para aclarar que el dolor es temporal, pero el gozo es perpetuo; y que la muerte es un traslado a la vida; y que de esos dolores, como de parto, se sigue un fruto grande. Y no dijo: Porque ha nacido un niño; sino: Porque ha nacido un hombre. Con lo cual parece dar a entender su propia resurrección; y que al dar así a luz no engendraría para la muerte, sino para el reino. Por esto no dijo: Le ha nacido un niño; sino: Porque ha nacido un hombre en el mundo.

También vosotros tenéis ahora tristeza. Pero os volveré a ver y vuestra tristeza se tornará en gozo. Y para indicar que El ya no morirá, dice: Y nadie os quitará vuestro gozo. En aquel día nada tendréis ya que preguntarme. Nuevamente confirma con estas palabras que viene de Dios. Entonces conoceréis todas las cosas. Pero ¿qué significa: Ya nada tendréis que preguntarme? Es decir, no necesitaréis intermediarios, pues os bastará con sólo proferir mi nombre para que lo recibáis todo. En verdad, en verdad os digo: Si algo pidiereis al Padre en mi nombre, os lo otorgará. Declara aquí el poder de su nombre, puesto que sin ser visto, sin ser rogado, con solo su nombre los hace admirablemente agradables ante el Padre. ¿Guando sucedió esto? Cuando dicen: Mira, Señor, sus amenazas y otorga a tus siervos predicar tu palabra con entera libertad y hacer milagros en tu nombre. Y se sacudió el sitio en donde estaban!

Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre. De nuevo les declara ser conveniente que El se vaya, puesto que hasta entonces nada habían pedido; pero después alcanzarán todo cuanto pidieren. Porque no debéis pensar que por no estar Yo con vosotros en adelante, ya habéis sido abandonados por Mí: mi nombre os aumentará la confianza. Ahora bien, como esas expresiones fueran un tanto oscuras, les dice: Os he dicho todo esto en enigmas. Llega la hora en que ya no os hablaré en enigmas. Llegará un tiempo en que todos entenderéis todo con claridad; es decir, el tiempo de la resurrección. Entonces claramente os hablaré de mi Padre. Porque después, durante cuarenta días convivió con ellos y conversaba con ellos y con ellos comía y les exponía lo pertinente al Reino de Dios.

Como si les dijera: Ahora, aturdidos por el temor, no atendéis a lo que se os dice; pero después, viéndome resucitado y conviviendo con vosotros, podréis con toda seguridad saberlo todo, pues el Padre os amará porque vuestra fe en mí será más firme. Y yo rogaré al Padre. Es decir: os basta el amor que me tenéis como patrocinador. Porque vosotros me habéis amado y habéis creído que vine enviado de Dios. Salí del Padre y vine al mundo. De nuevo dejo el mundo y voy al Padre.

Puesto que lo dicho sobre la resurrección los había consolado no poco; y lo mismo el oírle que había salido del Padre y volvía al Padre, con frecuencia les repite la misma idea. Con esto les prometía dos cosas: una, que tendrían ya fe correcta acerca de El; otra, que ya estarían seguros. Por lo mismo, cuando decía: Dentro de poco ya no me veréis, y dentro de otro poco me veréis, lógicamente ignoraban ellos qué era lo que decía; pero ahora ya no lo ignoran.

¿Qué significa: Ya no me preguntaréis? Es decir: ya no me interrogaréis
diciendo: Muéstranos al Padre; ni tampoco: ¿A dónde vas?, pues estaréis llenos
de todo conocimiento y el Padre os amará como Yo os amo. Esto sobre todo les
dio buena esperanza: saben que serán amigos del Padre. Por lo cual le dicen:
Ahora conocemos que todo lo sabes. ¿Adviertes cómo les respondía según la
disposición de sus ánimos? Y no necesitas tú que nadie te pregunte. Es decir:
antes de que nos oigas, ves ya lo que nos conturba; y así nos has confortado
diciéndonos: El Padre os ama, porque vosotros me habéis amado. Tras de tantas y
tantas cosas, finalmente exclaman: Ahora conocemos. ¿Observas cuán rudos eran
todavía? Luego, puesto que ellos, como quien da las gracias, han dicho: Ahora
conocemos, El les dice: Todavía necesitáis otras muchas cosas para llegar a la
perfección. Todavía no habéis llegado. Por eso ahora me dejaréis en manos de
mis enemigos y se apoderará de vosotros un miedo tan grande que ni siquiera
podréis apartaros en grupo. Pero Yo no sufriré por eso daño alguno. ¿Notas cómo
de nuevo atempera su discurso?

Los reprende porque continuamente necesitan de indulgencia. Pues habiendo ellos dicho: Ahora sí que hablas abiertamente y no en enigmas; y también: por eso hemos creído en Ti, les declara que aún ahora, cuando creen, no creen todavía, y que no se fía de sus palabras. Dice esto refiriéndose a un tiempo posterior. La expresión: El Padre está conmigo de nuevo la lanza por ellos, pues continuamente se esforzaba en que lo entendieran. Luego, para manifestar que con lo que va diciendo aún no les ha comunicado un conocimiento perfecto; pero al mismo tiempo evitar que se guíen por humanos raciocinios (puesto que era verosímil que hubieran pensado al modo humano y temieran no tener de parte de El ningún auxilio), les dice: Esto os he dicho a fin de que en Mí tengáis paz. Es decir, para que no me echéis de vuestros ánimos, sino que me recibáis. De modo que nadie tome esto como un dogma, pues fue dicho únicamente para consuelo y cariño nuestro.

Como si les dijera: No padeceréis perpetuamente tales cosas, sino que vuestras penas al fin tendrán su término. Pero mientras estéis en el mundo, tendréis que andar entre sufrimientos, no sólo ahora que yo soy entregado, sino también después. Pero levantad vuestros ánimos, pues nada grave sufriréis. Una vez que el Maestro haya vencido a los enemigos, ya no deben contristarse los discípulos. Pero yo pregunto: ¡Señor! ¿cómo has vencido al mundo? Dije ya que Yo he echado fuera al príncipe de este mundo; y vosotros lo conoceréis más adelante, cuando todos cedan ante vosotros y os obedezcan.

Pues bien, también nosotros podernos vencer, si queremos mirar al caudillo de nuestra fe, y caminar por el camino que El desbrozó. De este modo ni aun ante la muerte nos vencerá. Pero dirás: ¿cómo es eso? ¿Acaso no moriremos? Porque ese sería el modo de constarnos que no nos ha vencido la muerte. Respondo que el luchador no se torna esclarecido cuando no lucha contra el enemigo, sino cuando lucha y no es vencido. No somos mortales a causa de la lucha, sino inmortales a causa de la victoria. Mortales seremos si perpetuamente permanecemos en la muerte.

Así como a un viviente no lo llamamos inmortal por el hecho de que tenga muy larga vida, aun cuando antes de morir viva por larguísimo lapso, así tampoco llamaremos mortal a quien después de morir ha de resucitar. Dime, te ruego, si alguno se ruborizara por algún tiempo, ¿podríamos afirmar que perpetuamente vive ruborizado? ¡De ningún modo! puesto que no tiene eso perpetuamente. Y si alguno palidece, ¿afirmaremos que sufre de ictericia? ¡De ningún modo, puesto que se trata de un accidente pasajero! Pues igualmente no llames mortal a quien por breve tiempo ha estado muerto. Porque en este caso a quienes duermen podríamos llamarlos muertos, ya que están, por decirlo así, como muertos y sin actividades.

Insistes: pero es que la muerte corrompe el cuerpo. ¿Qué tiene qué ver eso? Porque no mueren para permanecer en la corrupción, sino para mejorarse tales cuerpos. Venzamos, pues, al mundo, corramos a la inmortalidad, sigamos a nuestro Rey, levantémosle un trofeo, despreciemos los placeres. No se necesitan grandes trabajos: traslademos nuestra alma a los Cielos y con eso ya está vencido el mundo. Si no lo codicias, ya está vencido. Si lo burlas, ya lo venciste. Huéspedes somos y peregrinos: en consecuencia, no nos dolamos de ninguna cosa triste. Si nacido en floreciente patria y de nobles antepasados, transmigraras a una región lejana en donde de nadie fueras conocido ni tuvieras hijos ni riquezas; y allá recibieras de alguien alguna injuria, la sentirías no menos que si estuvieras en tu patria. Pero sabiendo que vivías en una región extranjera y extraña, te persuadirías de que todo lo habías de soportar con facilidad: hambres, sed y cualquiera otra cosa. Pues bien, hazte ahora la misma cuenta.

Eres peregrino y extranjero; y en consecuencia, que nada te turbe, como quien vive en una patria extraña. Al fin y al cabo tienes una ciudad cuyo artífice y Creador es Dios; y la presente peregrinación es corta. Quien acá guste, que azote, que injurie, que cargue de afrentas. Vivimos en tierra extraña: ¡míseramente vivimos! Lo grave sería padecer eso allá en la patria entre los conciudadanos: ¡eso sí sería infamia enorme y gravísima pérdida! Pero si alguno estuviera en donde no hubiera conocidos, todo lo llevaría con facilidad. La injuria se estima como más grave según la voluntad del que la infiere. Por ejemplo, si alguien injuria a un Prefecto, sabiendo quién es, la injuria sería amarga; pero si lo injuria creyendo que se trata de un particular, entonces parecerá que la injuria ni siquiera toca a la persona del Prefecto. Pues bien: pensemos así. Ya que esos que nos injurian ni siquiera saben quiénes somos, o sea, que somos ciudadanos del Cielo, inscritos en la patria celeste, y entre los coros de los querubines. En consecuencia, no nos dolamos ni tengamos la injuria como injuria. Si supieran ellos quiénes somos, ciertamente no nos molestarían.

Dirás: pero es que nos tienen por pobres y miserables. Pues bien, no lo tomemos a injuria. Dime: si alguno que va de camino tiene que esperar a sus criados por algún tiempo en un mesón; y un hostelero u otro caminante cualquiera desconocido lo maldice e injuria ¿acaso no despreciaría la ignominia y aun se deleitaría pensando en lo equivocados que andan ellos? ¿No se alegraría como si fuera otro el injuriado? Pues procedamos nosotros igualmente. Al fin y al cabo en hospedería estamos, en espera de otros compañeros de viaje. Cuando ya nos reunamos todos, entonces los injuriantes caerán en la cuenta de a quién injuriaron. Entonces, bajando la cabeza, nos dirán: ¡Este es el que nosotros hicimos objeto de burlas!

Consolémonos, pues, con estas dos cosas: con que nosotros no recibimos la injuria; y con que, al fin de cuentas, si queremos vengarnos, serán ellos los que sufran gravísimos castigos. Pero… ¡no, que no haya nadie tan cruel e inhumano! Dirás: ¿y si es de nuestros parientes de quienes recibimos la injuria? ¡Molesta cosa sería! Pero por mi parte respondo que más bien sería cosa de nada y levísima. ¿Por qué? Porque no toleramos de igual modo que nos injurien los extraños a que lo hagan los que amamos.

Con frecuencia repetimos esto para exhortar a quienes sufren injurias: ¡mira que es tu hermano el que te ofendió! Llévalo con magnanimidad; es tu padre; es tu tío. Pues si respetas el nombre de padre o de hermano, te voy a señalar un pariente más próximo aún. Pues no sólo somos hermanos entre nosotros mismos, sino miembros de un mismo cuerpo. Entonces, si respetamos el nombre de hermano, mucho más debemos respetar a un miembro nuestro. ¿No has oído aquel refrán seglar que dice: Al amigo hay que soportarlo con todas sus deficiencias? ¿No has oído a Pablo que dice: Llevan los unos las cargas de los otros? ¿No habéis visto lo que hacen quienes aman? Puesto que no puedo tomar ejemplos de entre vosotros, me veo obligado a recurrir a ese otro. Lo mismo hace Pablo cuando dice: Además, teníamos a nuestros padres naturales que nos corregían y los respetábamos? Y más oportunamente podemos aducir lo que escribe a los romanos: A la manera como entregasteis vuestros miembros como esclavos a la impureza y al desorden para cometer la iniquidad, así ahora entregad vuestros miembros como esclavos a la justicia para la santidad. Pues bien, por nuestra parte nosotros continuamos confiadamente aplicando ese ejemplo.

¿No has visto a los amasios que andan inflamados por las meretrices cuántas miserias soportan? Son abofeteados, azotados, burlados, sufren a las prostitutas corrompidas, querellosas, insultantes. Y sin embargo, apenas ven algo más suave y blando que eso, y todo lo tienen por felicidad, olvidando lo anterior. Todo les parece próspero, ya sea que les venga la pobreza, la enfermedad u otra cosa semejante. Juzgan miserable o feliz su vida según como se porta con ellos la amasia. Nada saben de la gloria humana, ni de la ignominia; sino que si se les injuria, lo llevan con facilidad, buscando siempre aquel placer, si van bien con la amasia. Si ésta los afrenta, si los escupe, creen que reciben un baño de rosas. Pero ¿qué maravilla es que así sientan acerca de ella? Su casa les parece la más espléndida de todas aun cuando sea de adobes y amenace ruina. Mas ¿para qué referirme a las paredes? Con sólo ver el sitio en donde la amasia suele estar se inflaman. Permitidme que a este propósito repita las palabras del apóstol: Así como entregasteis vuestros miembros como esclavos a la impureza y al desorden para cometer la iniquidad, así ahora entregad vuestros miembros como esclavos a la justicia para la santidad. Lo mismo digo yo: Así como a esas rameras habéis amado, así amémonos unos a otros y ya no pensaremos que sufrimos de los demás nada pesado. Más aún: ¡no nos amemos a nosotros con ese amor, sino a Dios!

¿Sentisteis escalofrío porque os he pedido tan grande amor a Dios cuanto es el que mostráis a una meretriz? Pues yo lo siento de que ni siquiera ese amor le demostremos. Y si os place, aunque el asunto es molesto en gran manera, considerémoslo. La amasia a su amante nada bueno le promete, sino vergüenza, ignominia, injurias, porque esto es lo que trae consigo el trato con las meretrices. Deja en ridículo, torna desvergonzado e infame. En cambio Dios promete el Cielo y los bienes celestiales; nos hace hijos suyos y hermanos de su Hijo Unigénito; te da mientras vives bienes incontables, y ya muerto te da la resurrección y tantos otros bienes incontables que ni siquiera los puedes abarcar con el entendimiento, y nos torna honorables y respetables. La meretriz obliga a dilapidarlo todo como en una vorágine, y para en ruina. Dios, en cambio, ordena sembrar Cielo y se cosecha el céntuplo y además la vida eterna. La meretriz abusa del amante como de un esclavo y es más cruel que cualquier tirano. Dios en cambio dice: Ya no os llamaré siervos, sino amigos.

¿Has advertido de un lado la grandeza de males y de otra la grandeza de bienes? ¿Qué más? Muchos por la amasia se desvelan, y si ella algo les manda la obedecen con toda presteza, y abandonan padre, madre, amigos, dineros, defensores, todos sus intereses y los dejan que se arruinen; y en cambio, por amor a Dios, o mejor dicho por nuestro propio interés, con frecuencia no queremos emplear ni la tercera parte de nuestros bienes, sino que despreciamos al hambriento y cuando vemos al desnudo pasamos de largo y ni siquiera nos dignamos hablarle. Los amantes de que tratamos, si ven a la criada de la amasia, aun cuando sea una bárbara, se detienen en mitad del agora y le hablan con semblante blando y risueño y se alargan en pláticas. Por la amasia desprecian la vida, a los príncipes, el reino (lo saben bien cuantos han experimentado semejante enfermedad), y cuidan más de estar bien con ella que los manda que con todos los demás que a ellos les sirven. ¿Acaso, pues, no nos esperan justamente la gehenna y suplicios sin número?

Vigilemos y ofrezcamos en servicio de Dios siquiera tanto cuanto ésos ofrecen a la meretriz, o a lo menos la mitad o la tercera parte. Quizá de nuevo habéis sentido escalofrío. También yo lo he sentido. Pero yo anhelo que os horroricéis no únicamente de las palabras, sino también de las obras. Lo que sucede es que aquí os conmovéis, pero una vez allá fuera, todo lo olvidamos. ¿Qué ventaja se saca de esto? Si allá con la amasia se han de gastar dineros, nadie llora la pobreza, sino que aún se toman a rédito, a pesar de haber sido engañados muchas veces; acá, en cambio, si nombramos la limosna, al punto se nos objetan los hijos, la esposa, la casa, el cuidado de los haberes familiares y mil otras excusas. Dirás que allá se encuentra el placer. Precisamente de eso me duelo y eso me atormenta. Pues ¿qué si os demuestro que hay acá mayores placeres? Porque allá con la amasia frecuentemente disminuyen el placer no sólo la vergüenza, la injuria, el gasto, sino además las riñas y enemistades, mientras que acá nada de eso existe.

Yo pregunto: ¿qué deleite puede haber igual al de estar esperando el Reino de los Cielos, el esplendor de los santos, la vida sin término? Objetarás: sí, pero tales cosas las esperamos, mientras que aquel otro placer ya lo experimentamos. ¿Cómo lo experimentas? ¿quieres que te demuestre cómo también de estas otras hay ya experiencia? Piensa con cuán grande libertad procedes y cómo a nadie temes, ni a enemigos ni a sicofantas, ni a quienes ponen asechanzas, ni a émulos ni a rivales, ni a envidiosos, ni pobrezas, ni enfermedades, ni cosa alguna humana, mientras ejercitas la virtud.

En cambio en aquellas otras cosas de la amasia, aun cuando infinitas sucedan a tu gusto y las riquezas te lleguen como derivadas de una fuente, sin embargo, las batallas de los rivales y las asechanzas hacen que la vida de tales amantes que así en el lodo se revuelcan, sea la más infeliz de todas. Para conseguir el placer de esa mujercilla despreciable y desgastada, se hace necesario andar moviendo querellas, cosa más dura que mil muertes y más intolerable que cualquier suplicio.

Acá, en la virtud, nada de eso hay, pues dice Pablo: Los frutos del Espíritu Santo son caridad, gozo, pazfi Nada de guerras, nada de gastos inoportunos ni de oprobios tras de los gastos. Si das un óbolo, un pan, un vaso de agua fresca, se te agradece mucho y no te causa dolor ni tristeza, sino que, al revés, todo te vuelve honorable y te da mayor libertad; aparte de que te libra de toda vergüenza. Pues ¿qué excusa tendremos, qué perdón si omitimos este ejercicio de virtud y nos damos voluntariamente a esas otras cosas y nos arrojamos al horno de fuego ardiente?

Por lo mismo, exhorto a quienes sufran de semejante enfermedad a que se arrepientan y tornen a la salud y no desesperen. También el hijo pródigo cayó en pecados y peores; pero, pues regresó a la casa paterna, fue restituido a su prístino honor y apareció más brillante que su hermano, aquel que siempre se había portado bien. Imitémoslo; y vueltos al Padre, aunque sea tarde, salgamos de esa esclavitud y entremos en la libertad, para gozar del Reino de los Cielos, por gracia y benignidad del Señor nuestro Jesucristo, con el cual sea la gloria al Padre juntamente con el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.





Crisostomo Ev. Juan 78