Crisostomo Ev. Juan 83

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HOMILÍA LXXXIII (LXXXII)

Dicho esto, salió Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, en el que entró Jesús acompañado de sus discípulos (Jn 18,1).

COSA ESCALOFRIANTE y llena de terror es la muerte; pero no para quienes están compenetrados con la sabiduría celestial. El que nada conoce con claridad acerca de lo futuro, y juzga que sólo se trata de una descomposición y término de la vida, con razón se escalofría y se horroriza, como si fuera a dar en la nada. Pero nosotros, que por gracia de Dios hemos conocido los ocultos misterios de su sabiduría y pensamos que la muerte no es sino una transmigración, lógicamente no debemos temer. Al contrario, conviene que tengamos buen ánimo y nos regocijemos, pues vamos desde esta vida pasajera a otra mejor y más espléndida y que no tiene acabamiento.

Cristo, enseñándonos esto con sus obras, se llegó a su Padre no violentado por la necesidad, sino voluntariamente. Dice el evangelista: Dicho esto, salió Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, en el que entró Jesús acompañado de sus discípulos. También Judas que lo entregaba conocía aquel lugar, pues con frecuencia se reunía ahí Jesús con sus discípulos. Camina a la media noche para el torrente y se apresura al sitio conocido del traidor, ahorrándoles trabajo a los que le ponían asechanzas, ahorrándoles todo sudor; y demostrando a los discípulos que iba gustoso al sitio aquel. Esto podía ser para ellos un consuelo. En cuanto a El, se encerró en el huerto como en una cárcel.

Habiendo dicho esto. ¿Cómo es eso? ¿Qué es lo que ha dicho? Oró al Padre, suplicó al Padre. Entonces, oh evangelista, ¿por qué no dices que habiendo terminado su oración fue al sitio aquel? Porque no fue propiamente una oración, sino un coloquio que hizo por razón y en bien de los discípulos. Y los discípulos entraron al huerto. Hasta tal punto los había librado del terror, que no se resistieron, sino que entraron al huerto. Pero ¿qué movió a Judas para presentarse allá? ¿Cómo supo que era allá a donde se debía ir? Consta por aquí que Jesús con frecuencia pasaba las noches al aire libre. Pues si las pasara bajo techado, Judas no habría ido a buscarlo a un sitio desierto, sino a su casa, para prenderlo mientras durmiera.

Mas, para que en oyendo huerto no vayas a pensar que Jesús se escondía, el evangelista añadió: Judas conocía aquel lugar; ni sólo eso, sino además: pues con frecuencia se reunía ahí Jesús con sus discípulos. De modo que muchas veces se reunía ahí con ellos, para tratar aparte de asuntos indispensables que no convenía que otros oyeran. Esto lo hace siempre en los montes, en los huertos, siempre buscando un sitio alejado de los tumultos, con el objeto de que no se interrumpiera a sus oyentes mientras escuchaban.

Judas, pues, tomó los de la cohorte y los esbirros proporcionados por los sumos sacerdotes y los fariseos, y se llegó allá. Los fariseos con frecuencia habían enviado quienes aprehendieran a Jesús y no habían podido. Por donde se ve claro que El voluntariamente se entregó. ¿Cómo persuadieron a la cohorte para que ayudara en esto? Se trataba de soldados dispuestos para todo mediante el dinero. Jesús, conociendo todo lo que iba a suceder, salió al encuentro de ellos y les dijo: ¿A quién buscáis? De manera que no fue por la llegada de ellos por lo que se dio cuenta, sino que, con ánimo tranquilo, sabiéndolo todo, dijo e hizo cuanto dijo e hizo.

¿Por qué se presentan con armas para prenderlo? Temían a sus seguidores y por esto emprendieron su hazaña en altas horas de la noche. Jesús les salió al encuentro y les dijo: ¿A quién buscáis? Respondieron: a Jesús el Nazareno. ¿Adviertes el invicto poder y cómo puesto en medio de ellos los cegó? Que esto no sucediera a causa de las tinieblas de la noche, lo indicó el evangelista diciendo: que llevaban lámparas. Pero, aun sin lámparas, por su voz podía Jesús ser conocido. Pues aun cuando ellos no la conocieran ¿cómo pudo desconocerla Judas, quien con frecuencia estaba con él? Judas andaba entre ellos y sin embargo no lo conocía mejor que ellos. Más aún, como ellos cayó también de espaldas en tierra. Hizo esto Jesús para demostrar que estando El en medio de ellos no sólo no lo aprehendían, pero ni siquiera podían verlo si El no quería.

Segunda vez les dice: ¿A quién buscáis? ¡Oh necedad! Con una palabra los echó por tierra, pero ni así reflexionaron ni se arrepintieron, aun experimentando tan gran poder, sino que de nuevo acometen lo mismo. Pero Jesús, habiendo hecho lo que a El le convenía, finalmente se entregó a ellos y les dijo: Ya os lie dicho que Yo soy. Y Judas estaba con ellos, el traidor. Advierte la moderación del evangelista, pues no maldice al traidor, sino que solamente narra el suceso. Únicamente anhela mostrar que todo aconteció permitiéndolo Jesús. Luego, para que no dijera alguno que Cristo con mostrárseles y salirles al encuentro, los incitó a prenderlo, una vez que hizo Jesús demostración de todo lo que podía aterrorizarlos, ya que ellos perseveraban en su maldad y no daban oportunidad alguna para excusarlos, por último se entregó diciéndoles: Si pues me buscáis a Mí, dejad marchar a éstos. Demostró de este modo, hasta en sus últimos momentos, la bondad para con sus discípulos. Como si dijera a los esbirros: si el asunto es conmigo, no os metáis con éstos. Mirad que Yo mismo me entrego.

Para que se cumpliera la palabra que había dicho: De los que me diste no he perdido a ninguno. No habla aquí de la muerte temporal sino de la eterna; pero el evangelista lo entiende incluso de la muerte temporal. Es cosa digna de admiración cómo no los aprehendieron al punto y les dieron muerte, sobre todo habiéndolos Pedro excitado con haber herido al siervo del pontífice. ¿Qué poder los detuvo? No otro sino la fuerza misma que los había derribado por tierra. Lo da a entender el evangelista cuando, al decir que eso no fue por voluntad de los esbirros, sino por el poder y mandato del Señor que era aprehendido, añadió: Para que se cumpliera la palabra que había dicho: ninguno de ellos pereció.

En oyendo Pedro aquella palabra y confiado en lo que acababa de ver, se arroja contra los soldados armados que se echaban encima. Preguntarás: ¿cómo pudo ser que quien había recibido el mandato de no tener arguenas ni dos túnicas, tuviera ahí una espada? Yo pienso que, temeroso de lo que iba a suceder, se habría provisto de antemano. Y si preguntas: ¿cómo es que quien había recibido el mandato de no dar una bofetada hace aquí el oficio de homicida, sobre todo habiéndosele ordenado no vengarse, respondo que aquí no se vengó a sí mismo sino al Maestro. Aparte de que aún no era varón perfecto y consumado en la virtud ni los otros discípulos. Si quieres contemplarlo ya perfecto y virtuoso, lo verás después azotado y de mil modos cargado de males y sin embargo para nada irritado.

Por su parte, Jesús también en esta ocasión hizo un milagro para enseñarte juntamente que aún a quienes nos hieren se ha de hacerles el bien; y también para revelarnos su virtud. Restituyó la oreja al siervo, y dijo a Pedro: Cuantos empuñan la, espada, a espada perecerán}- Así como cuando el lavatorio de los pies, dirimió la cuestión con una amenaza, lo mismo hace aquí. Y el evangelista pone el nombre del siervo porque se trata de una acción grande, pues no sólo hace Jesús una curación, sino que cura al que poco después lo herirá con una bofetada; y es una acción tal que por este medio apagó la guerra que tenía que levantarse contra los discípulos. Puso pues el evangelista su nombre, para que pudieran los que entonces Jo leyeran investigar y conocer la verdad.

No sin motivo dice que fue la oreja derecha, sino, según yo creo, para declarar así el ímpetu del apóstol que tiró el golpe casi a la cabeza. Pero Jesús no únicamente lo reprime con sus palabras, sino que además lo consuela con estas otras: El cáliz que me dio mi Padre ¿Yo no lo he de beber? Indica así que el suceso no se ha de atribuir al poder de los esbirros, sino a una permisión de El; y declara no ser contrario al Padre, sino que, al revés, lo obedece hasta la muerte.

Luego prendieron a Jesús y lo ataron. Y lo condujeron a Anas. ¿Por qué a Anas? Alegres proclamaban el suceso, como si levantaran un trofeo. Porque era suegro de Caifas. Y era este Caifas el que había dado el consejo: Es preferible que muera un hombre solo por el pueblo. ¿Por qué de nuevo nos recuerda el evangelista esta profecía? Para significarnos que todo sucedió por nuestra salvación. Y que era tan alta la excelencia de esta verdad que aún los enemigos la ensalzaban. Y para que nadie, al oír lo de las ataduras se perturbara, recuerda esta profecía, pues la muerte de Jesús era la salvación del orbe todo.

Seguían a Jesús Simón Pedro y otro discípulo. ¿Quien es ese otro discípulo? El que escribió estas cosas. ¿Por qué no se nombra a sí mismo? Cuando se recostó en el pecho de Jesús con razón ocultó su nombre; pero ahora ¿por qué hace lo mismo? Por la misma causa. Porque aquí refiere una hazaña preclara; o sea, que habiendo huido todos, él seguía a Jesús. Por tal motivo calla su nombre; y pone primero el de Pedro. Luego se ve obligado a recordarse a sí mismo. Todo para que sepas que él, más cuidadosamente que los otros, refiere lo que sucedió en el palacio, pues se encontraba presente allá dentro. Advierte cómo omite su propia alabanza. Y para que nadie preguntara cómo fue que apartados todos los demás él penetró más adentro que el mismo Pedro, añadió: Porque era conocido del pontífice. Lo hace a fin de que nadie se admire de haber él seguido a Jesús hasta ahí, ni alaba su fortaleza.

En cambio, sí es muy de admirar que Pedro, siendo miedoso, mientras los demás se apartaban, se entró hasta el patio del palacio. Que se entrara hasta ahí fue obra del amor; que no avanzara más adentro fue obra del temor y pavor. Y el evangelista escribió esto preparando ya una excusa a las negaciones. Respecto de sí mismo no da gran importancia a ser conocido del pontífice. Y pues dijo haber entrado él solo con Jesús, para que no pensaras que era una gran hazaña, puso el motivo. Por lo que sigue deja entender que también Pedro habría penetrado más al interior si se le hubiera dado licencia. Puesto que habiendo él salido y dicho a la portera que dejara entrar a Pedro, éste al punto entró.

¿Por qué no lo introdujo él personalmente? Porque no se apartaba de Cristo y lo iba siguiendo. Y así ordenó a la mujer que lo introdujera. Y ¿qué dice la mujer?: ¿Acaso no eres también tú de los discípulos de este hombre? Pedro le contestó: ¡No soy! ¿Qué dices, oh Pedro? ¿No afirmabas hace poco que si fuera necesario dar la vida tú la darías por El? ¿Qué ha sucedido para que no puedas soportar ni siquiera la pregunta de una portera? ¿Fue acaso un soldado el que te preguntaba? ¿Era alguno de los que aprehendieron a Jesús? No, sino una vil portera que no hacía ásperamente la pregunta. Porque nadie dijo: ¿Eres tú discípulo de ese criminal embaucador? Sino solamente: De este hombre, palabra más propia de quien se compadece. Sin embargo, Pedro no la pudo soportar.

La portera dice: ¿Acaso no tú también? Porque Juan ya estaba dentro: tan suavemente se expresaba aquella mujer. Pero Pedro no se daba cuenta de esto ni lo entendía, ni en la primera, ni en la segunda ni en la tercera vez; sino hasta que cantó el gallo. Y aun entonces no lo comprendió hasta que Cristo lo miró amargamente. Y permanecía de pie calentándose al lado de los siervos del pontífice. Y Cristo estaba prisionero y atado allá en el interior. No decimos esto acusando a Pedro, sino para mostrar la verdad de lo que Cristo había dicho.

Y el príncipe de los sacerdotes preguntó a Cristo acerca de sus discípulos y de su doctrina. ¡Oh perversidad! Ahora quiere saber eso, tras de haberlo oído predicar y públicamente enseñar en el templo. Como no tenían de qué acusarlo, le preguntan acerca de sus discípulos. Quizá le preguntaba en dónde estaban y por qué los había reunido y qué pretendía y de qué trataba con ellos. Se lo preguntaba para poder argüirlo de sedicioso y novador; y como si fuera de sus discípulos nadie más creyera en El; y como si formara una escuela perversa. ¿Qué le contesta Cristo? Refutándolo le dice: Yo públicamente he hablado al mundo, y no en privado ni a solos mis discípulos. Yo he enseñado en el templo. Pero, oh Señor, ¿nada has dicho en secreto? Sí había hablado así. Pero no como ellos creían por temor o porque armara una sedición, sino porque lo que entonces decía estaba por encima de lo que la multitud podía captar. ¿Por qué me preguntas? Pregunta a los que me han oído. No es respuesta de arrogante, sino de quien confía en la verdad de lo que ha dicho. Lo que dijo al principio: Si Yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio no es fidedigno, lo deja entender ahora, queriendo poner un testimonio fidedigno. Cuando se le pregunta acerca de sus discípulos, en calidad de discípulos suyos ¿qué dice? ¿A mi me preguntas acerca de los míos? Pregunta a mis enemigos, a los maquinadores de asechanzas que me ataron: ¡ellos que hablen! Es esta una firme demostración de la verdad: invocar como testigos de lo que se ha dicho a los adversarios. ¿Qué hace el sumo sacerdote? Cuando convenía instituir una investigación, no lo hace. Pero uno de los esbirros que ahí estaban le dio una bofetada, por haber respondido así. ¿Qué petulancia habrá mayor? ¡Horrorízate, oh cielo! ¡tiembla, oh tierra! ¡Tan grande es la paciencia del Señor! ¡tan criminal la perversidad de los siervos!

Pero ¿qué es lo que había dicho Jesús? Puesto que no contestó: ¿Por qué me lo preguntas? como si no quisiera responder, sino para quitar toda ocasión a la maldad. Y luego, herido por esa causa, cuando podía removerlo todo y arruinarlo y destrozarlo, nada de eso hizo; sino que pronunció unas palabras capaces de amansar cualquier procacidad y fiereza: Si hablé mal, demuéstralo; mas, si bien, ¿por qué me hieres? ¿Adviertes este juicio lleno de alboroto, de ira, de apasionamiento? Dolosamente preguntaba el príncipe de los sacerdotes; correctamente y como convenía le responde Cristo. ¿Cuál debía ser la consecuencia? O refutar a Cristo o asentir a lo que decía. Sin embargo, se procede de modo diverso, pues el criado lo golpea. De modo que aquello no era juicio, sino violencia y tumulto.

Y como nada más encontraron, lo remiten atado a Caifas. Y Simón Pedro estaba de pie y se calentaba. ¡Ay! ¡en cuán profunda somnolencia estaba envuelto aquel hombre fervoroso y atrevido hasta la locura, cuando la prisión del Salvador! Y no se conmovía, sino que permanecía al calor de la lumbre. Para que aprendas cuán grande es la debilidad de la humana naturaleza cuando Dios nos abandona. Y otra vez preguntado, otra vez niega a Cristo. Luego: Uno de los siervos del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro cortó la oreja, indignado por la negación de Pedro, le dijo: ¿Acaso no te vi yo en el huerto con él? Pero ni lo del huerto le trajo a la memoria a Pedro lo que allá había sucedido, ni el amor que allá había demostrado a Cristo con sus palabras, sino que el temor lo hizo olvidarse de todo.

Mas ¿por qué los evangelistas están concordes en escribir esto? No lo hacen por acusar al condiscípulo, sino para enseñarnos cuán malo es no entregarse totalmente a Dios, sino confiar en sí mismo. Por tu parte, admira la providencia del Maestro; pues aun prisionero y atado cuidadosamente ayuda al discípulo, levantándolo de su caída con la mirada y llevándolo al dolor y lágrimas de arrepentimiento.

Llevan, pues, a Jesús de Caifas a Pilato. Sucedió esto para que la multitud de los jueces demostrara, aun contra su voluntad, que la verdad había sido explorada. Amanecía ya. Jesús fue llevado a Caifas antes de que cantara el gallo, y por la mañana fue conducido a Pilato. Con esto declara el evangelista que, aunque fue preguntado Jesús continuamente desde la media noche, por Caifas, de nada malo se le pudo convencer. Por lo cual Caifas lo remitió a Pilato. Pero omite el evangelista las demás cosas y deja que otros las refieran, en tanto que él sigue su narración.

Advierte cuán ridículos aparecen los judíos. Una vez aprehendido el inocente, no entran con armas al pretorio, para no contaminarse. Pero ¿qué contaminación podía haber en entrar al pretorio, lugar en donde se condenaba a los criminales? Ellos, que pagaban el diezmo de la menta y el anís, no creían contaminarse dando injustamente la muerte al inocente; y en cambio creían contaminarse si entraban al pretorio.

¿Por qué no le dieron muerte ellos mismos, sino que lo entregaron a Pilato? Mucho tiempo hacía que habían perdido el mando y el poder, y estaban en todo sujetos a los romanos. Por otra parte, temían ser castigados si Pilato los acusaba. ¿Qué significa: Para poder comer la Pascua? Cristo la había celebrado ya el primer día de los ázimos. Tal vez el evangelista llama Pascua al conjunto de la solemnidad; o tal vez los judíos la celebraban en ese día, mientras que Cristo la habría celebrado el día antes, guardando su muerte para el día de la Parasceve, que era cuando antiguamente se celebraba la Pascua. Pero ellos, al mismo tiempo que van armados, cosa no lícita en ese día, y mientras asesinan, observan cuidadosamente lo tocante al lugar y llaman afuera a Pilato.

Salió, pues, fuera, y les dijo: ¿Qué acusación traéis contra este hombre? ¿Adviertes cuán lejos está de la envidia y ambición de los judíos? Viendo a Jesús atado y presentado por tales hombres, sin embargo no pensó que el motivo de acusarlo fuera tan evidente; por lo cual se puso a interrogarlos, diciendo ser cosa absurda que ellos le pidieran castigar a Jesús, arrebatándole el derecho de juzgarlo y sin formarle juicio alguno. ¿Qué responden ellos?: Si no juera éste un malhechor no te lo hubiéramos entregado. ¡Oh necedad! ¿Por qué no confesáis el crimen, sino que lo envolvéis en sombras? ¿Por qué no declaráis qué es lo mal hecho? Observa cómo constantemente rehuyen el recto camino de acusar, y nada tienen que decir. Anas lo interrogó acerca de su doctrina; y después de haberlo oído lo remitió a Caifas. Este, a su vez, como lo interrogara y nada encontrara, lo remitió a Pilato. Pilato investiga: ¿Qué acusación traéis contra este hombre? Y tampoco tienen nada que responderle, sino que solamente lanzan algunas conjeturas.

Dudoso Pilato, les replica: Tomadlo vosotros y juzgadlo según vuestra Ley. Le dijeron los judíos: A nosotros no nos es permitido dar muerte a nadie. Lo decían: para que se cumpliera la palabra de Jesús cuando señaló el género de muerte con que había de morir. Pero ¿cómo lo significaban al decir: No nos es permitido dar muerte a nadie? Lo afirma el evangelista: o bien porque moriría no únicamente por ellos, sino también por los gentiles; o porque a ellos no les estaba permitido poner a nadie en la cruz. Si dicen: No nos está permitido dar muerte a nadie, quieren decir que en ese tiempo no podían. Porque ciertamente dieron muerte y la daban de otros modos, como lo prueba la forma en que mataron a Esteban lapidándolo. Pero ellos lo que anhelaban era que Jesús fuera crucificado para gloriarse de haberle dado ellos semejante género de muerte.

Por su parte Pilato, para librarse pronto de la molestia, no dejó el juicio para más tarde, sino que entró e interrogó a Jesús: ¿Eres tú el rey de los judíos? Respondióle Jesús: ¿Dices esto por tu cuenta o bien otros te lo han dicho de Mí? ¿Por qué hace Cristo semejante pregunta? Para dejar al descubierto la perversa intención de los judíos. Ya la conocía Pilato por noticias de muchos. Y como ellos nada tenían que oponer a Jesús, para que la discusión no se alargara, Pilato trae al medio lo que continuamente los judíos achacaban a Cristo. Y como les había dicho Pilato: Juzgadle según vuestra Ley, ellos, para demostrarle que el crimen de Jesús no era judaico, le dicen: A nosotros no nos es lícito dar muerte a nadie. Como quien dice: No ha pecado contra nuestra Ley, sino que es un criminal del fuero común.

Teniendo en cuenta esto Pilato, como si él mismo estuviera en peligro, le pregunta a Jesús: ¿Eres tú el rey de los judíos? De modo que no pregunta Jesús a Pilato porque ignore, sino queriendo que el propio Pilato acuse a los judíos; y así le dice: ¿Acaso otros te lo han dicho de Mí? Entonces Pilato lo declara diciendo: ¿Soy yo acaso judío? Tu nación y los sumos sacerdotes te han entregado a mí: ¿qué has hecho? Quería de este modo excusarse. Luego, como le había preguntado a Jesús: ¿Eres tú el rey de los judíos?, Jesús le responde declarándole: eso tú lo oíste de los judíos. ¿Pero por qué no instituyes una cuidadosa investigación? Te dijeron que soy malhechor. Pregúntales cuál es el mal que Yo he hecho. ¿Por qué no lo haces, sino que simplemente expones la acusación? ¿Lo dices por tu cuenta u otros te lo dijeron?

Pilato, como no pudiera responder al punto a lo que le dijeron, simplemente alega el rumor de la turba. Le dice: Te entregaron a mí. Es, pues, necesario que yo te pregunte qué es lo que has hecho. ¿Qué responde Cristo?: Mi reino no es de este mundo. Pilato no era tan perverso, y Jesús trata de elevarle sus pensamientos. No era como los judíos, y por lo mismo trata de declararle que El no es simple hombre sino Dios e Hijo de Dios. ¿Qué le dice? Si mi reino juera de este mundo, mis adictos lucharían para que no fuese entregado a los judíos. Con esto le quita a Pilato el temor que hasta entonces lo molestaba de que El anhelara hacerse tirano.

Pero ¿en realidad el reino de Cristo no es de este mundo? Lo es, por cierto. Entonces, Señor, ¿cómo afirmas que no es? No lo es porque no impere en este mundo, sino porque también impera en el cielo; pero allá su imperio no es humano, sino mucho más alto y espléndido. Mas si ese imperio suyo es muy superior a los imperios humanos ¿cómo es que ha sido apresado? Porque él voluntariamente lo quiso. Esto no lo oculta Jesús en aquellos momentos, sino ¿qué dice a Pilato?: Si fuera de este mundo mis adictos lucharían para que Yo no fuera entregado. Declara por aquí la debilidad de los reinos humanos que dependen del poder de los adictos, mientras que el reino celeste por sí mismo se mantiene, se basta a sí mismo y de nadie necesita.

Toman de aquí ocasión los herejes, y asientan que este mun-?do no pertenece al Creador. Mas ¿cómo se entiende entonces lo que dijo el evangelista: Vino a los suyos? ¿Y lo otro: Ellos no son del mundo, como yo tampoco soy del mundo? Pues bien, en el mismo sentido afirma que su reino no es de este mundo; no porque prive al mundo de su providencia y poder, sino declarando, como ya dije, que no es transitorio ni humano. ¿Qué dice entonces Pilato? ¿Luego tú eres rey? Respondió Jesús: Tú lo dices. Yo soy rey. Yo para esto he nacido. Pero si ha nacido rey, también tiene por nacimiento todo lo demás y nada tiene que haya recibido de otro. De modo que cuando oyes: Así como el Padre tiene vida en sí mismo, así dio al Hijo tener vida,5 no entiendas otra cosa sino la generación; e igualmente en los demás pasajes. Yo para esto he venido, para dar testimonio de la verdad. O sea, para enseñar eso mismo a todos y persuadirlo.

Por tu parte, carísimo, cuando ves al Señor atado, traído y llevado, ya no aprecies en nada las cosas presentes. Pues ¿cómo no sería absurdo que cuando Cristo por ti ha sufrido tantas y tan graves cosas, tú no puedas soportar ni siquiera unas cuantas palabras? Al revés: El es escupido y tú te adornas de vestidos y anillos; y si no gozas delante de todos de estimación ya piensas que la vida no puede vivirse. El es acometido con oprobios, sufre dicterios, golpes vergonzosos en sus mejillas, y tú quieres andar siempre en honores y no portas en ti los vituperios de Cristo.

¿No oyes a Pablo que dice: Sed imitadores míos como yo lo soy de Cristo? En consecuencia, cuando alguno te burle, acuérdate de tu Señor, al cual adoraban por burla y con palabras y obras lo infamaban y le mostraban suma descortesía. Y El no sólo no se vengaba, sino que procedía todo al contrario, con mansedumbre y clemencia. Pues imitémoslo: así podremos librarnos de toda ignominia. No recibe injuria quien es objeto de dicterios, sino quien se abate y se duele y da peso a semejantes ofensas y con esto hace que ellas lo puncen y muerdan. Si no la tomaras a mal, no recibirías la injuria. Semejantes incidentes no resultan pesados por el lado del que injuria, sino del que recibe la injuria.

¿Por qué te dueles? Si el otro injustamente te injurió no te indignes, sino más bien conviene que compadezcas. Y si fue justamente, con mayor razón debes quedar en paz. Así como si alguien te alabara de rico siendo tú pobre, sus alabanzas para nada te ayudarían, y más bien las tomarías a broma, así también, si el que te injuria dice de ti falsedades, nada tienen que ver contigo. Y si la conciencia te reprende, no te turben las palabras, sino procura corregir tu vida. Me refiero a las verdaderas injurias. Porque si lo que se te echa en cara es la pobreza o lo plebeyo, ríete de eso; puesto que no es injuria del que lo oye, sino del que lo dice, ya que nada entiende de la virtud.

Pero dirás: cuando tales cosas se afirman delante de muchos que ignoran la verdad, la llaga se torna insoportable. Pues yo digo que precisamente entonces es más tolerable, por estar presente la multitud de testigos que te alaban y aprueban, mientras reprueban y burlan al injuriante. Para con los prudentes es admirable aquel que calla y no el que se venga. Y si ninguno de los presentes es razonable, con mayor razón debes reírte de ellos, para que después te goces allá arriba en la reunión de los seres celestiales. Pues allá arriba todos te alabarán, te aplaudirán, aprobarán tu conducta. Un solo ángel vale por todo el universo. Mas ¿para qué me refiero a los ángeles, cuando el Señor de los ángeles te alabará?

Ejercitémonos en estos pensamientos. Al fin y al cabo, no recibe daño el que es injuriado, si calla; mientras que le sucederá lo contrario si se venga. Si recibir las injurias callando fuera daño, no habría dicho Cristo: A quien te abofetea en la mejilla derecha preséntale también la izquierda. Si dice falsedades compadezcámoslo, pues atrae sobre sí el castigo debido a los que injurian y no es digno de leer las Escrituras. Porque: Al pecador dijo Dios: ¿Qué tienes tú que recitar mis preceptos por tu boca? Te sientas a hablar contra tu hermano. Y si dice verdades, también es digno de compasión. El fariseo del evangelio también decía verdades, pero en nada dañó al que lo oía, antes le ayudó; mientras que él se privó de infinitos bienes y por haber hecho aquella acusación se hundió.

De manera que el injuriante por ambos caminos es castigado, pero no lo eres tú. Si vigilas, doblemente ganas: por tu silencio te haces propicio a Dios y te vuelves más modesto y tomas de ahí ocasión para enmendarte y de no hacer caso de las glorias humanas. Porque nosotros por esto nos dolemos: porque muchos andan tras de la fama. Si queremos razonar conoceremos así bien la nada de las cosas humanas. Pues bien, aprendamos. Caigamos en la cuenta de nuestros defectos, y poco a poco corrijámoslos. Este mes uno; al siguiente, otro; al tercero, igualmente propongamos corregirnos. Subiendo así de grada en grada, llegaremos al Cielo por la escala de Jacob.

Yo pienso que esa escala de la visión, nos indica el ascenso por la virtud. Por ella podemos subir de la tierra al Cielo, no por gradas materiales que caen bajo el dominio de los sentidos, sino con la enmienda de las costumbres. Emprendamos esta peregrinación, esta ascensión, para que, habiendo alcanzado el Cielo, gocemos allá de todos los bienes, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, al cual sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.




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HOMILÍA LXXXIV (LXXXIII)

Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. Todo el que es discípulo de la verdad me escucha y oye mi voz (Jn 18,37).

ADMIRABLE cosa es la paciencia, pues al alma, liberada de las tempestades que suscitan los espíritus malignos, la establece en un puerto tranquilo. Cristo nos la enseñó y nos la enseña, sobre todo ahora que es llevado y traído para juicio. Llevado a Anas, respondió con gran mansedumbre; y al criado que lo hirió, le contestó de un modo capaz de reprimir toda soberbia. Desde ahí fue llevado a Caifas y luego a Pilato, gastándose en eso toda la noche; y en todas partes y ocasiones se presentó con gran mansedumbre.

Cuando lo acusaron de facineroso, cosa que no le podían probar, El, de pie, lo toleró todo en silencio. Cuando se le preguntó acerca del reino, le respondió a Pilato, pero adoctrinándolo y levantándole sus pensamientos a cosas mayores. Mas ¿por qué Pilato no examina a Jesús delante de los judíos sino en el interior del pretorio? Porque tenía gran estima de Jesús y quería examinar la causa cuidadosamente, lejos del tumulto. Cuando le preguntó: ¿Qué has hecho? Jesús nada le responde; en cambio, sí le responde acerca del reino. Le dice: Mi reino no es de este mundo, que era lo que más anhelaba saber el presidente. Como si le dijera: En verdad soy rey, pero no como tú lo sospechas, sino rey mucho más espléndido. Por aquí y por lo que sigue le declara no haber hecho nada malo. Pues quien asegura: Yo para esto he nacido y a esto vine, para dar testimonio de la verdad, claramente dice no haber hecho nada malo.

Y cuando dice: Todo el que es discípulo de la verdad oye mi voz, invita a Pilato y lo persuade a oír sus palabras. Como si le dijera: Si alguno es veraz y anhela la verdad, sin duda me escuchará. Con estas pocas palabras lo excita hasta el punto de que Pilato le pregunta: ¿Qué es la verdad? Pero mientras lo insta y oprime lo urgente del momento. Pues advierte que semejante pregunta necesitaba tiempo para responderse, mientras que a él lo urgía el ansia de librarlo del furor de los judíos. Por tal motivo salió afuera. Y ¿qué les dice?: Yo no encuentro en él delito alguno. Observa cuán prudentemente lo hace. Porque no dijo: Puesto que ha pecado, es digno de muerte, pero ceded a la solemnidad. Sino que primero lo declaró libre de toda culpa; y hasta después, a mayor abundamiento, les ruega que si no quieren dejarlo libre como a inocente, a lo menos por la solemnidad lo perdonen como a pecador. Por tal motivo añade: Tenéis vosotros la costumbre de que en la Pascua se os dé libre un prisionero. Luego, como quien suplica, dice: ¿Queréis, pues, que os suelte al rey de los judíos? Vociferaron todos: No a ése, sino a Barrabás. ¡Oh mentes execrables! ¡Dejan libres a criminales como ellos y de sus mismas costumbres y en cambio ordenan castigar al que es inocente! ¡Antigua era en ellos semejante costumbre! Pero tú considera la benignidad del Señor.

Y ordenó Pilato que lo azotaron, quizá para salvarlo, una vez aplacado así el furor de los judíos. Como por los medios anteriores no logró arrancárselo de las manos, esperando que con esto otro terminaría el daño, ordenó que lo azotaran y permitió que le vistieran la clámide y le pusieran la corona, a fin de amansar con esto la ira de los judíos. Por igual motivo, una vez coronado, lo sacó hacia ellos, para que viendo los ultrajes que se le habían inferido, reprimieran los judíos sus furores y vomitaran todo el veneno. Mas ¿por qué sin mandato del pretor los soldados hicieron todo esto? Para congraciarse con los judíos. También sin órdenes de él, durante la noche fueron al huerto: con ese motivo y para recibir la paga se atrevieron a todo. Y en medio de tantas y tan crueles injurias, Jesús permanecía callado, como lo estuvo también cuando nada respondió a Pilato, que lo interrogaba.

Pero tú no te contentes con oír estas cosas, sino tenias constantemente presentes, viendo al que es rey de la tierra y de los ángeles burlado por los soldados con palabras y con obras; y cómo todo lo tolera en silencio, y procura imitarlo de verdad. Como oyeron los soldados que Pilato lo había llamado rey de los judíos, lo revistieron de un paramento risible. Y Pilato lo sacó afuera y dijo: No encuentro en él delito alguno. Salió, pues, Jesús llevando su corona; pero ni aun así se aplacó el furor de los judíos, sino que clamaban: ¡Crucifícalo, crucifícalo! Como viera Pilato que en vano intentaba todos los caminos, les dijo: ¡Tomadlo allá y crucificadlo! Por aquí se ve que las afrentas anteriores fueron una concesión hecha a la ira de los judíos.

Dice Pilato: Yo no encuentro en él delito alguno. Observa de cuántos modos lo justifica el juez y con cuánta frecuencia rechaza los crímenes que se le achacan. Pero nada podía alejar de la presa aquellos canes. Las expresiones: Tomadlo allá vosotros y crucificadlo son propias de quien está ya fastidiado y de quien finalmente los empuja a una cosa ilícita. Los judíos lo habían llevado al juez para que condenado por su sentencia quedara perdido por ellos. Pero sucedió lo contrario, que por sentencia del juez fue absuelto. Entonces ellos, puestos en vergüenza por ese modo, respondieron al juez: Nosotros tenemos una Ley, y según la Ley debe morir, pues se ha hecho Hijo de Dios.

Pero entonces, ¿por qué cuando el juez dijo: Tomadlo allá vosotros y según vuestra ley juzgadlo, le respondisteis: A nosotros no nos es lícito dar la muerte a nadie; y en cambio ahora acudís a vuestra ley? Advierte además la acusación: Pues se ha hecho Hijo de Dios. Pero decidme: ¿Es cosa de recriminar a quien hace obras de Hijo de Dios el que a Sí mismo se llame Hijo de Dios? ¿Qué hacía mientras Cristo? En tanto que ellos así dialogaban, él hacía verdadero el dicho del profeta: No abrirá su boca. En su humildad fue arrebatado del juicio;1 El callaba. Cuando Pilato les oyó decir que Jesús se hacía Hijo de Dios, temió; y con el miedo de que fuera verdad lo que decían, tembló de parecer que obraba con injusticia. En cambio los judíos, aun sabiendo ser eso verdad por la doctrina y las obras, no temblaron sino que lo llevaron a la muerte, por los mismos motivos por los que debían adorarlo.

Pilato ya no le pregunta: ¿Qué has hecho? Conmovido por el temor cuida de interrogarlo sobre cosas más altas y le dice: ¿Eres tú el Cristo? Pero Jesús nada le respondió. Ya había oído Pilato decir: Yo para esto nací y para esto he venido; y también: Mi reino no es de este mundo. Era pues su deber oponerse a los judíos y arrancarles a Cristo de sus manos. Pero no lo hizo, sino que se dejó llevar del impulso de los judíos. Estos, una vez refutados en todo, se acogen a la acusación de un crimen político y dicen a Pilato: Quien se proclama rey se rebela contra el César. Convenía por lo tanto examinar también este capítulo con diligencia y ver si anhelaba Cristo convertirse en tirano y echar del trono al César. Pero Pilato no lo examina acerca de eso; y por lo mismo tampoco Cristo le responde, pues sabía que el pretor inútilmente preguntaba.

Por lo demás no quería Cristo, estando en pie el testimonio de sus obras, vencer con el de sus palabras ni defenderse por este medio, demostrando con esto que voluntariamente se encontraba en aquel paso. Como El callaba, Pilato le dice: ¿No sabes que tengo poder para crucificarte? ¿Adviertes cómo a sí mismo de antemano se condena? Pues si todo está en tu mano ¿por qué no lo das libre, ya que no has encontrado en El crimen alguno? Pronunciada así la sentencia contra sí mismo, finalmente le dice Cristo: El que me entregó a ti tiene más grave pecado, con lo que avisaba al pretor que tampoco él estaba libre de pecado.

Luego, reprimiéndole su arrogancia y soberbia, le añadió: No tendrías potestad si no se te hubiera dado. Le declaraba así que todo iba sucediendo, no según el curso natural de las cosas, sino de un modo misterioso. Y para que Pilato al oír: Si no se te hubiera dado, no se creyera libre de crimen, añade Cristo: El que me entregó a ti tiene mayor pecado. Dirás: pero si se le había dado poder, ni él ni los judíos eran reos de pecado. Vanamente te expresas así; porque aquí la palabra dado es lo mismo que concedido. Como si dijera: Han permitido que esto sucediera, mas no por eso vosotros quedáis sin culpa. Aterrorizó Jesús a Pilato con semejantes palabras, y al mismo tiempo El claramente se justificó. Por lo cual Pilato intentó librarlo.

Mas los judíos de nuevo clamaban: Si dejas libre a éste, no eres amigo del César. Puesto que con presentar infracciones contra la ley de ellos nada habían aprovechado, astutamente acuden a las leyes civiles y dicen: Todo el que se hace rey se rebela contra el César. Pero ¿en dónde apareció Cristo anhelando ser rey? ¿cómo podéis comprobarlo? ¿Por la púrpura? ¿por la diadema, por el vestido, por los soldados? ¿Acaso no andaba siempre con solos los doce discípulos? ¿Acaso no usaba de alimentos, vestido, habitación más humildes que todos? Pero ¡oh impudentes! ¡oh miedo inmotivado! Pilato, temeroso del peligro si en eso del reino se descuidaba, salió como quien va a examinar las acusaciones (porque esto da a entender el evangelista cuando dice que se sentó al tribunal); pero luego, sin instituir examen alguno, puso a Jesús en manos de los judíos, creyendo que así los doblegaría.

Que éste fuera su pensamiento, óyelo por sus palabras: ¡He aquí a vuestro rey! Y como ellos clamaran: ¡Crucifícalo! todavía les dijo: ¿A vuestro rey he de crucificar? Pero ellos gritaban: No tenemos otro rey que el César. Espontáneamente se sujetaron al castigo. Por eso Dios los entregó a sus enemigos, ya que ellos primero se habían sustraído a su providencia y protección; y pues de común consentimiento negaron a su rey, permitió Dios que por sus mismos votos se arruinaran.

Todo el curso de lo que se había ido ventilando debía haberles calmado la ira; pero temían que si Jesús quedaba libre de nuevo congregaría al pueblo; de manera que ponían todos los medios para que eso no sucediera. Grave cosa es la ambición; grave y tal que puede perder las almas. Por tal motivo ellos nunca dieron oídos a Jesús. Pilato con oírlo, por solas sus palabras se inclina a dejarlo ir libre; pero ellos instan y claman: ¡Crucifícalo! ¿Por qué tenían tan gran empeño en darle muerte? ¡Muerte ignominiosa era aquella! Temerosos por lo mismo de que su memoria perdurara en lo futuro, cuidan de que se le aplique este suplicio ignominioso, sin caer en la cuenta de que la verdad precisamente por los obstáculos más resplandece y se alza. Y que esto fuera lo que sospechaban, oye cómo lo dicen: Nosotros hemos oído que aquel engañador dijo:

Después de tres días resucitaré? Por tal motivo todo lo agitaban y revolvían con el objeto de borrar en lo futuro todo recuerdo de Jesús. Y gritaban repetidas veces: ¿Crucifícalo! Los príncipes habían corrompido a la turba desordenada.

Por nuestra parte, no únicamente leamos estas cosas, sino llevemos en nuestro pensamiento la corona de espinas, la clámide, la caña hueca, las bofetadas, los golpes dados en los ojos, los salivazos y las burlas. Tales cosas, si frecuentemente las meditamos, pueden apagar toda la ira. Aun cuando se burlen de nosotros, aun cuando suframos injusticias, repitamos muchas veces: No es el siervo más que su señorA Traigamos a la memoria lo que los judíos rabiosos le decían a Jesús: Eres poseso, eres samaritano; en nombre de Beel zebul arroja los demonios. Todo esto lo sufrió El para que sigamos sus huellas, soportando las afrentas, que es la cosa que más duele a las almas.

En realidad El no sólo padeció estas cosas, sino que puso todos los medios para librar del castigo preparado a quienes las perpetraron y maquinaron. Así les envió para su salvación a los apóstoles. Y a éstos les oímos que les dicen a los judíos: Sabemos que procedisteis por ignorancia? y así los atraen a penitencia. Imitemos estas cosas. Nada hay que aplaque a Dios como el amar a los enemigos y hacer bien a los que nos dañan. Cuando alguno te molesta, no te fijes en él, sino en el demonio que es quien lo mueve, e irrítate grandemente contra éste. En cambio al que éste ha movido, compadécelo. Si la mentira viene del demonio, mucho más proviene de él irritarse sin motivo. Cuando veas al que de ti se burla, piensa que es el demonio quien lo incita, puesto que semejantes burlas no son propias de cristianos.

Ciertamente aquel a quien se le ha ordenado llorar y ha oído aquella palabra: ¡Ay de vosotros los que reís a carcajadas! ese tal, cuando echa injurias a la cara o se burla o se irrita, no es digno de injurias sino de lágrimas. También Cristo se conmovió pensando en Judas. Cuidemos de poner por obra estas cosas. Si no lo hacemos, en vano hemos venido a este mundo, o mejor dicho, para nuestra desgracia. No puede la fe sin obras introducir al Cielo. Al revés, puede servir para mayor condenación de quienes viven desordenadamente.

Dice Cristo: Quien conoce la voluntad de su señor y no la cumple, será reciamente, abundantemente azotado. Y también: Si Yo no hubiera venido y no les hubiera hablado, no tendrían pecado. Pues bien, ¿qué excusa tendremos los que habitando en los palacios reales, penetrando en el santuario, hechos partícipes de los misterios que redimen de los pecados, somos peores que los gentiles que no disfrutan de ninguna de esas cosas? Si los paganos por la gloria vana dieron tantas muestras de alta sabiduría y virtudes, mucho más conveniente es que nosotros por la voluntad de Dios ejercitemos toda clase de virtud.

Pero ahora, ni siquiera despreciamos los dineros cuando esos paganos con frecuencia despreciaron la vida; y en las guerras ofrecieron a la insania de los demonios a sus propios hijos, y para honrarlos pasaron por sobre lo que pedía la humana naturaleza. Nosotros ni siquiera despreciamos la plata por Cristo, ni deponemos la ira para agradar a Dios, sino que nos ponemos furiosos y en nada diferimos de los delirantes atacados de la fiebre. Pues así como éstos, a causa de su enfermedad están ardiendo, así nosotros como ahogados por un fuego, nunca logramos contener la codicia, sino que acrecentamos la avaricia y la cólera.

Por tal motivo me avergüenzo y me admiro sobre manera cuando veo entre los gentiles gentes que desprecian las riquezas, mientras que acá entre nosotros todos andamos enloquecidos por la codicia. Pues aun cuando veamos entre vosotros a algunos que las desprecian, pero esos tales son por otra parte víctimas de otros vicios, como son la ira y la envidia: cosa difícil es encontrar quienes limpiamente ejerciten todas las virtudes. Y la razón es que no cuidamos de tomar los remedios que nos ofrecen las Sagradas Escrituras, ni atendemos a su lectura con el corazón contrito y con lágrimas, sino que cuando tenemos algún descanso las leemos, pero muy de ligero, y por encima.

Por tal motivo, y habiendo entrado ya en el alma todo un aluvión de cosas seculares, éste la inunda y arrastra consigo y destruye el fruto que se haya podido conseguir. No puede ser que quien tiene una llaga y le aplica la medicina, pero no la liga cuidadosamente sino que deja que el remedio se caiga y expone su úlcera al agua y al polvo, al calor y a otros incontables elementos, capaces de exacerbar la llaga, aproveche algo. Y no acontece tal cosa por falta de eficacia del remedio, sino por la desidia del enfermo. Y es lo que suele acontecemos cuando apenas si atendemos un poco a las divinas palabras, mientras que, por el contrario, continuamente nos damos a los negocios del siglo. La simiente queda ahogada y no produce fruto.

Para que esto no suceda, abramos siquiera un poquito los ojos y levantémoslos al cielo; y de ahí abajémoslos luego a los sepulcros y a las tumbas de los muertos. La misma muerte nos espera a todos y la misma necesidad de salir de este mundo se nos echa encima, quizá incluso antes de que llegue la noche. Preparémonos para semejante partida, puesto que necesitamos abundante viático; porque allá al otro lado hay grandes calores, mucho bochorno y gran soledad. Allá no se puede demorar en la hospedería ni comprar en la plaza: todo hay que llevarlo preparado desde acá. Oye lo que dicen las vírgenes prudentes del evangelio: Id a los vendedores. Oye lo que dice Abrahán: Grande abismo hay entre vosotros y nosotros. Escucha lo que clama Ezequiel en referencia a ese día último: Ni Noé, ni Job, ni Daniel librarán a sus hijos.

Pero… ¡lejos de nosotros que vayamos a oír tales palabras; sino que habiendo apañado acá todo el viático necesario para la vida eterna, ojalá contemplemos al Señor nuestro Jesucristo, con el cual sean al Padre, juntamente con el Espíritu Santo, la gloria, el poder y el honor, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.





Crisostomo Ev. Juan 83