Crisostomo Ev. Juan 16

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HOMILÍA XVI (XV)

Este es el testimonio de Juan, cuando los judíos le enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas para preguntarle: ¿Quién eres tú? (Jn 1,19).

GRAVE COSA ES la envidia, carísimos; grave cosa es, pero no para los envidiados, sino para los que envidian. A éstos, antes que a nadie, es a quienes daña; a éstos destroza antes que a nadie, pues llena su ánimo de un como mortífero veneno. Si daña en algo a los envidiados, el daño es pequeño y de nonada, puesto que les acarrea una ganancia mayor que el daño. Y no sólo en la envidia, sino también en los demás vicios, quien recibe el daño no es el que suíre el mal, sino el que lo causa. Si esto no fuera así, no habría Pablo ordenado a los discípulos sufrir las injurias antes que perpetrarlas, cuando dice: ¿Por qué no más bien toleráis el atropello? ¿por qué no más bien sufrís el despojo? Sabía perfectamente que en todo caso la ruina sería no para el que sufre el mal, sino para el que lo causa.

Todo esto lo he dicho a causa de la envidia de los judíos. Los que de las ciudades habían concurrido y arrepentidos confesaban sus pecados y se bautizaban, movidos a penitencia, envían a algunos que le pregunten: ¿Tú quién eres? Verdadera estirpe de víboras; serpientes y más que serpientes si hay algo más. Generación mala, adúltera y perversa. Tras de haber recibido el bautismo, ahora ¿preguntas e inquieres con vana curiosidad quién sea el Bautista? ¿Habrá necedad más necia que ésta? ¿Habrá estulticia más estulta? Entonces ¿por qué salisteis a verlo? ¿por qué confesasteis vuestros pecados? ¿por qué corristeis a que os bautizara? ¿para qué le preguntasteis lo que debíais hacer? Precipitadamente procedisteis, pues no entendíais ni el origen ni de qué se trataba.

Pero el bienaventurado Juan nada de eso les echó en cara, sino que les respondió con toda mansedumbre. Vale la pena examinar por qué procedió así. Fue para que ante todos quedara patente la perversidad de ellos. Con frecuencia Juan dio ante ellos testimonio de Cristo; y al tiempo en que los bautizaba muchas veces les hacía mención de Cristo y les decía: Yo os bautizo en agua. Mas el que viene en pos de mí es más poderoso que yo. El os bautizará en el Espíritu Santo y fuego. Pensaban ellos acerca de Juan algo meramente humano. Procurando la gloria mundana, y no mirando sino a lo que tenían ante los ojos, pensaban ser cosa indigna de Juan el ser inferior a Cristo.

Ciertamente muchas cosas recomendaban a Juan. Desde luego el brillo de su linaje, pues era hijo de un príncipe de los sacerdotes. En segundo lugar, la aspereza en su modo de vivir. Luego, el desprecio de todas las cosas humanas, pues teniendo en poco los vestidos, la mesa, la casa, los alimentos mismos, anteriormente había vivido en el desierto. Cristo en cambio era de linaje venido a menos, como los judíos con frecuencia se lo echaban en cara diciendo: ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama María su madre, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? 4 Y la que parecía ser su patria de tal manera era despreciable que aún Natanael vino a decir: ¿De Nazaret puede salir algo bueno? Añadíase el género de vida vulgar y el vestido ordinario. No andaba ceñido con cinturón de cuero ni tenía túnica de pelo de camello, ni se alimentaba de miel silvestre y de langostas, sino que su comida era de manjares ordinarios, y se presentaba incluso en los convites de publícanos y hombres pecadores para atraerlos.

No entendiendo esto los judíos, se lo reprochaban, como El mismo lo advirtió: Vino el Hijo del hombre que come y bebe y dicen: Ved ahí a un hombre glotón y bebedor, amigo de publícanos y pecadores! Pues como Juan con frecuencia remitiera a quienes se le acercaban de los judíos a Cristo, el cual a ellos les parecía inferior a Juan; y éstos avergonzados y llevándolo a mal, prefirieran tener como maestro a Juan, no atreviéndose a decirlo abiertamente, lo que hacen es enviarle algunos de ellos, esperando que por medio de la adulación lo obligarían a declarar ser él el Cristo.

Y no le envían gente de la ínfima clase social, como a Cristo, cuando querían cogerlo en palabras -pues en esa ocasión le enviaron unos siervos y luego unos herodianos, gente de esa misma clase-, sino que le envían sacerdotes y levitas; y no sacerdotes cualesquiera, sino de Jerusalén, o sea, de los más honorables -pues no sin motivo lo subrayó el evangelista-. Y los envían para preguntarle: ¿Tú quién eres? El nacimiento de Juan había sido tan solemne que todos decían: Pues ¿qué va a ser este niño? Y se divulgó por toda la región montañosa. Y cuando se presentó en el Jordán, de todas las ciudades volaron a él; y de Jerusalén y de toda Judea iban a él para ser bautizados. De modo que los enviados preguntan ahora no porque ignoren quién es?-¿cómo lo podían ignorar, pues de tantos modos se había dado a conocer?-, sino para inducirlo a confesar lo que ya anteriormente indiqué.

Oye, pues, cómo este bienaventurado responde, no a la pregunta directamente, sino conforme a lo que ellos pensaban. Le preguntaban: ¿Tú quien eres? y él no respondió al punto lo que convenía responder: Soy la voz que clama en el desierto sino ¿qué? Rechaza lo que ellos sospechaban. Pues preguntado: ¿Tú quien eres?, dice el evangelista: Lo proclamó y no negó la verdad y declaró: Yo no soy el Cristo. Observa la prudencia del evangelista. Tres veces repite la afirmación, para subrayar tanto la virtud del Bautista como la perversidad de los judíos.

Por su parte Lucas dice que como las turbas sospecharan si él sería el Cristo, Juan reprimió semejante sospecha. Deber es éste de un siervo fiel: no sólo no apropiarse la gloria de su Señor, sino aun rechazarla si la multitud se la ofrece. Las turbas llegaron a semejantes sospechas por su ignorancia y sencillez; pero los judíos, como ya dije, le preguntaban con maligna intención, esperando obtener de sus adulaciones la respuesta que anhelaban. Si no hubieran intentado eso, no habrían pasado tan inmediatamente a la siguiente pregunta; sino que, indignados porque él no respondía según el propósito que traían, le habrían dicho: ¿Acaso nosotros hemos sospechado eso? ¿Venimos por ventura a preguntarte eso que dices? Pero cogidos en su misma trampa, pasan a otra pregunta.

¿Entonces que? ¿Eres tú Elías? Y él les respondió: No soy. Porque ellos esperaban la venida de Elías, como lo indicó Cristo. Pues cuando los discípulos le preguntaron: ¿Cómo es que los escribas dicen que antes debe venir Elías? El les respondió: Elías, cierto, ha de venir y lo restaurará todofi Lluego los judíos preguntan a Juan: ¿Eres tú el profeta? Y respondió: ¡No! Y sin embargo era profeta. Entonces ¿por qué lo niega? Es que de nuevo atiende al pensamiento de los que preguntan. Esperaban éstos que había de venir un gran profeta, pues Moisés había dicho: Os suscitará un profeta el Señor Dios de entre vuestros hermanos, como yo, al cual escucharéis? Se refería a Cristo. Por eso no le preguntan: ¿Eres un profeta? es decir, uno del número de los profetas, sino que ponen el artículo, como si dijeran: ¿Eres tú aquel profeta? Es decir el anunciado por Moisés. Y por esto Juan negó ser aquel profeta, pero no negó ser profeta.

Insistiéronle: ¿quién eres, pues? Dínoslo para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado. ¿Qué dices de ti mismo? Observa cómo se empeñan e instan y no desisten; y cómo Juan, una vez descartadas las falsas opiniones, establece la verdad. Pues dice: Yo soy la voz del que clama en el desierto: Enderezad el camino del Señor, como lo dijo el profeta Isaías. Pues había proclamado algo grande y excelente acerca de Cristo, atemperándose a la opinión de ellos se refugia en el profeta Isaías y por aquí hace creíbles sus palabras. Y dice el evangelista: Los que se le habían enviado eran algunos de los fariseos. Y le preguntaron y dijeron: ¿Cómo, pues, bautizas, si tú no eres el Cristo, ni Elías, ni el Profeta?

¿Ves por aquí cómo no procedí yo a la ligera cuando afirmé que ellos querían inducirlo a la dicha confesión? Al principio hablaron así para no ser entendidos de todos. Pero después, como Juan afirmó: No soy el Cristo, enseguida, para encubrir lo que en su interior maquinaban, recurrieron a Elías y al Profeta. Y cuando Juan les dijo que no era ni el uno ni el otro, dudosos, pero ya abiertamente, manifiestan su dolo y le dicen: Entonces ¿cómo es que bautizas si no eres el Cristo? Pero de nuevo encubriendo su pensamiento recurren a Elías y al Profeta. Pues no pudieron vencer al Bautista por la adulación, creyeron que lo lograrían mediante la acusación, para que confesara lo que ellos anhelaban, y que no era verdad.

¡Oh locura, oh arrogancia y curiosidad extemporánea! Se os ha enviado para saber de Juan de dónde sea y de quién es. Y ahora vosotros ¿le pondréis leyes? Porque tales palabras eran propias de quienes lo quieren obligar a que confiese ser Cristo. Y sin embargo, tampoco ahora muestra indignación; ni, como parecía convenir, exclamó algo parecido a esto: ¿Me ponéis mandato y me fijáis leyes? Sino que de nuevo manifiesta suma moderación. Pues les dice. Yo bautizo con agua; pero en medio de vosotros está ya el que vosotros no conocéis. Ese es el que ha de venir en pos de mí, el que existía antes que yo y del cual no soy digno de desatar la correa de sus sandalias.

¿Qué pueden oponer a esto los judíos? La acusación contra ellos por aquí se torna irrefutable; su condenación no tiene perdón que la pueda apartar; contra sí mismos han pronunciado la sentencia. ¿Cómo y en qué forma? Tenían a Juan como digno de fe y tan veraz, que se le debía creer no solamente cuando diera testimonio de otros, sino también cuando lo diera acerca de sí mismo. Si no hubieran pensado así de él, nunca le habrían enviado quienes le preguntaran acerca de sí mismo. Sabéis bien vosotros que nadie da crédito a quienes hablan de sí mismos, sino cuando se les tiene por sumamente veraces. Y no es esto sólo lo que les cierra la boca, sino además el ánimo con que lo acometieron.

Se acercaron a Juan con sumo anhelo, aunque luego cambiaron. Ambas cosas significó Cristo cuando dijo: Juan era una antorcha que brillaba y ardía; y a vosotros os plugo regocijaros momentáneamente con su llamad La respuesta de Juan le procuraba todavía una mayor credibilidad. Pues dice Cristo: El que no busca su gloria es veraz y en él no hay injusticia. Juan no la buscó, sino que los remitió a Cristo. Y los que le fueron enviados eran de los más dignos de fe y principales entre ellos, de modo que no les quedara excusa o perdón por no haber creído en Cristo.

¿Por qué no creéis a lo que Juan afirmaba de Cristo? Enviasteis a vuestros principales. Por boca de ellos vosotros interrogasteis. Oísteis lo que respondió el Bautista. Los enviados desplegaron todo su empeño, toda su diligencia, y todo lo escrutaron, y trajeron al medio a todos los varones de quienes tenían sospecha que fuera Juan. Y sin embargo éste con toda libertad les respondió y confesó no ser el Cristo, ni Elías, ni el famoso Profeta. Y no contento con esto, declaró quién era él y habló de la naturaleza de su bautismo, afirmando ser humilde y poca cosa y que, fuera del agua, ninguna virtud tenía, y proclamó la excelencia del bautismo instituido por Cristo. Trajo además el testimonio del profeta Elías, proferido mucho antes y en el que al otro lo llamaba Señor y a Juan siervo y ministro.

¿Qué más habían de esperar? ¿qué faltaba? ¿Acaso no únicamente que creyeran a aquel de quien Juan daba testimonio, y lo adoraran y lo confesaran como Dios? Y que semejante testimonio no procediera de adulación, sino de la verdad, lo comprobaban las costumbres y la prudencia y demás virtudes del testificante. Lo cual era manifiesto, pues nadie hay que prefiera al vecino a sí mismo, ni que ceda a otro el honor que puede él apropiarse, sobre todo tratándose de tan gran honor. De modo que Juan, si Cristo no fuera verdaderamente Dios, jamás habría proferido tal testimonio. Si rechazó aquel honor porque inmensamente superaba a lo que él era, ciertamente nunca habría atribuido tal honor a otro que le fuera inferior.

En medio de vosotros está ya el que vosotros no conocéis. Habló así Juan porque Cristo, como era conveniente, se mezclaba con el pueblo y andaba como uno de los plebeyos, porque en todas partes daba lecciones de despreciar el fausto y las pompas y vanidades. Al hablar aquí Juan de conocimiento, se refiere a un conocimiento perfecto acerca de quién era Cristo y de dónde venía. Lo otro que dice Juan y lo repite con frecuencia: Vendrá después de mí, es como si dijera: No penséis que con mi bautismo ya está todo perfecto. Si lo estuviera, nadie vendría después de mí a traer otro bautismo nuevo. Este mío no es sino cierto modo de preparación. Lo mío es sombra, es imagen. Se necesita que venga otro que opere la realidad. De modo que la expresión: Vendrá en pos de mí declara la dignidad del bautismo de Cristo. Pues si el de Juan fuera perfecto, no se buscaría otro además.

Es más poderoso que yo. Es decir más honorable, más esclarecido. Y luego, para que no pensaran que esa superioridad en la excelencia la decía refiriéndose a sí mismo, quiso declarar que no había comparación posible y añadió: Yo no soy digno de desatar la correa de sus sandalias. De modo que no solamente ha sido constituido superior a mí, sino que las cosas son tales que no merezco que se me cuente entre los últimos de sus esclavos; puesto que desatar la correa del calzado es el más bajo de los servicios. Pues si Juan no es digno de desatar la correa, Juan, mayor que el cual no ha nacido nadie de mujer ¿en qué lugar nos pondremos nosotros? Si Juan, que era superior a todo el mundo (pues dice Pablo: De los que el mundo no era digno), no se siente digno de ser contado entre los últimos servidores de Cristo, ¿qué diremos nosotros, cargados de tantas culpas y que tan lejos estamos de Juan en las virtudes cuanto la tierra dista del cielo?

Juan se declara indigno de desatar la correa de su calzado. Pero los enemigos de la verdad se lanzan a tan grande locura que afirman conocer a Cristo como El se conoce. ¿Qué habrá peor que semejante desvarío? ¿qué más loco que semejante arrogancia? Bien dijo cierto sabio: El principio de la soberbia es no conocer a Dios. No habría sido destronado el demonio, ni convertido en demonio aquel que antes no lo era, si no hubiera enfermado con esta enfermedad. Esto fue lo que lo derribó de su antigua amistad con Dios; esto lo arrojó a la gehenna; fue para él cabeza y raíz de todos los males. Este vicio echa a perder todas las virtudes: la limosria, la oración, el ayuno y todas las demás. Dice el sabio: El soberbio entre los hombres, es impuro delante de Dios.

No mancha tanto al hombre ni la fornicación ni el adulterio, cuanto lo mancha la soberbia. ¿Por qué? Porque la fornicación, aun cuando sea indigna de perdón, sin embargo puede alguno poner como pretexto la furia de la pasión. Pero la arrogancia no tiene motivo alguno ni pretexto por el cual merezca ni sombra de perdón. Porque no es otra cosa que una subversión de la mente: enfermedad gravísima nacida de la necedad. Pues nada hay más necio que un hombre arrogante, aun cuando sea opulentísimo; aun cuando esté dotado de suma sabiduría humana; aunque sea sumamente poderoso; aunque haya logrado todas cuantas cosas parecen deseables a los hombres.

Si el infeliz y miserable que se ensoberbece de los bienes verdaderos pierde la recompensa de todos ellos, el que se enorgullece de los bienes aparentes y que nada son; el que se hincha con la sombra y la flor del heno, o sea con la gloria vana ¿cómo no será el más ridículo de los hombres? Porque no hace otra cosa que el pobre y el mendigo que pasa la vida consumido de hambre, pero se gloría de haber tenido un ensueño placentero. Oh infeliz y mísero que mientras tu alma se corrompe con gravísima enfermedad, sufriendo de pobreza suma, tú andas ensoberbecido porque posees tantos más cuantos talentos de oro y tantas más cuántas turbas de esclavos. Pero ¡si esas cosas no son tuyas! Y si a mí no me crees, apréndelo por la experiencia de otros ricos. Si a tanto llega tu embriaguez que con esos ejemplos no quedes enseñado, espera un poco y lo sabrás por propia experiencia. Todo eso de nada te servirá cuando entregues el alma; y sin que puedas ser dueño de una hora ni de un minuto, todo lo abandonarás contra tu voluntad a los que se hallan presentes; y con frecuencia serán aquellos a quienes tú menos querrías abandonarlo.

A muchísimos ni siquiera se les ha concedido disponer de sus bienes, sino que se murieron repentinamente, al tiempo preciso en que anhelaban disfrutarlos. No se les concedió, sino que arrastrados y violentamente arrancados de la vida, los dejaron a quienes en absoluto no querían dejarlos. Para que esto no nos acontezca, ahora mismo, mientras la salud lo permita, enviémoslos desde aquí a nuestra patria y ciudad. Solamente allá podremos disfrutar de ellos y no en otra parte alguna: así los pondremos en sitio segurísimo. Porque nada ¡no! nada puede arrebatarlos de ahí: ni la muerte, ni el testamento, ni la sucesión hereditaria, ni los sicofantes, ni las asechanzas: quien de aquí allá vaya llevando grande cantidad de bienes, disfrutará de ellos perpetuamente.

¿Quién será, pues, tan mísero que no anhele gozar delicias con sus dineros eternamente? ¡Transportemos nuestras riquezas, coloquémoslas allá! No necesitaremos de asnos ni de camellos ni de carros ni de naves para ese transporte: Dios nos libró de semejante dificultad. Solamente necesitamos de los pobres, de los cojos, de los ciegos, de los enfermos. A ellos se les ha encomendado semejante transporte. Ellos son los que transfieren las riquezas al cielo. Ellos son los que conducen a quienes tales riquezas poseen a la herencia de los bienes eternos. Herencia que ojalá nos acontezca a todos conseguir, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, por el cual y con el cual sea al Padre la gloria, juntamente con el Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.




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HOMILÍA XVII (XVI)

Estos sucesos tuvieron lugar en Betania, allende el Jordán, donde Juan bautizaba. Al día siguiente vio a Jesús venir hacia él y dice: He aquí al Cordero de Dios que carga sobre sí el pecado del mundo (Jn 1,28-29).

GRAN BIEN es la confianza y la libertad en expresarse y saber posponerlo todo a la confesión de Cristo: ¡tan grande es y tan admirable que el Hijo Unigénito al hombre que lo posee, lo proclama delante de su Padre! Aunque, a decir verdad, la recompensa no es igual. Tú confiesas a Cristo en la tierra, y El te confiesa en el cielo; tú, delante de los hombres; El, delante del Padre y de los ángeles. Así era el Bautista: no atendía a la multitud, tampoco a la gloria ni a otra cosa alguna, sino que todo eso lo pisoteaba; y con la libertad que conviene, a todos predicaba lo tocante a Cristo. El evangelista nota el lugar para declarar por aquí la confianza y seguridad del Bautista, quien con resonante y clara voz, no en una esquina, no en una casa, no en el desierto, sino junto al Jordán, ante una multitud, presentes todos cuantos se habían bautizado (pues había ahí aun judíos), hizo su admirable confesión de Cristo, llena de sublimes, arcanas y altas verdades; y dijo que no se sentía digno de desatar la correa de sus sandalias.

¿Cómo lo declaró el evangelista? Con estas palabras: Estos sucesos tuvieron lugar en Betania. Los manuscritos más exactos ponen en Betara. Porque Betania no está al otro lado del Jordán, ni en el desierto, sino cerca de Jerusalén. Pero también por otro motivo nota el sitio el evangelista. Pues debiendo referir cosas no antiguas, sino recientemente sucedidas, trae como testigos de lo que dice a los que estaban presentes y habían visto los sucesos; y notando el sitio, toma ese testimonio de veracidad. Cosa que, como ya dije, sería luego no pequeña demostración de que decía verdad.

Al día siguiente ve a Jesús venir hacia él y dice: He aquí al Cordero de Dios que carga sobre sí el pecado del mundo. Dividieron el tiempo los evangelistas. Mateo, tras de tocar brevemente el que precedió al encarcelamiento del Bautista, se apresura a referir los sucesos subsiguientes, y en ellos se detiene largamente. El evangelista Juan no sólo no narra brevemente lo de ese tiempo, sino que en ello se alarga. Mateo, después que Jesús regresó del desierto, omitió los sucesos intermedios, por ejemplo lo que dijo el Bautista, lo que dijeron los enviados de los judíos y todo lo demás; y al punto pasa al encarcelamiento, y dice: Habiendo oído Jesús que Juan había sido aprisionado, se apartó de ahí?

No procede así el evangelista Juan, sino que omite la ida al desierto, pues ya Mateo la había referido y narró lo sucedido después que Jesús bajó del monte; y pasando en silencio muchas cosas, continuó: Pues Juan aún no había sido encarcelado. Preguntarás: ¿por qué ahora Jesús viene a Juan el Bautista no una sino dos veces? Porque Mateo por fuerza tenía que decir que vino para ser bautizado; y así lo declaró Jesús diciendo: Así conviene que cumplamos toda justiciad Y Juan afirma que de nuevo fue Jesús al Bautista, después del bautismo. Así lo declara éste con las palabras Yo he visto al Espíritu descender del cielo como paloma y posarse sobre El. Pregunto yo: ¿Por qué vino de nuevo al Bautista? Porque no solamente vino, sino que se le hizo presente. Pues dice el evangelista: Como viniera a él, lo vio. ¿Por qué, pues, vino? Como el Bautista había bautizado a Jesús que se hallaba mezclado con la turba, de manera de que nadie pusiera sospecha en que El por la misma causa que los otros se había acercado a Juan, o sea para confesar sus pecados y con el bautismo en el río lavarlos para penitencia, ahora de nuevo se acerca a Juan para darle oportunidad de corregir semejante opinión y sospecha.

Porque al exclamar Juan: He aquí al Cordero de Dios que carga sobre sí el pecado del mundo, deshace toda esa imaginación. Puesto que quien es tan puro que puede lavar los pecados de todos los demás, como es manifiesto, no se acerca para confesar pecados suyos, sino para dar ocasión al eximio pregonero de que por segunda vez repita lo dicho en la primera, y así más profundamente se grabe en el ánimo de los oyentes. Y también para que añadiera otras cosas más.

Profirió la expresión: He aquí porque muchos y muchas veces y desde mucho tiempo antes, por lo que él había dicho, andaban en busca de Jesús. Por esto lo indica ahí presente y dice: He aquí, declarando ser aquel a quien de tiempo atrás andaban buscando. Este es el Cordero. Lo llama Cordero para recordar a los judíos la profecía de Isaías y también la sombra y figura del tiempo de Moisés; y así, mediante una figura mejor, llevarlos a la verdad. Aquel cordero antiguo no tomó sobre sí ningún pecado de nadie; mientras que éste otro cargó con todos los pecados de todo el orbe. Este arrancó rápidamente de la ira de Dios el mundo que ya peligraba.

A éste me refería cuando anunciaba: Viene en pos de mí un hombre que ha sido constituido superior a mí, porque existía antes que yo. ¿Observas cómo de nuevo interpreta aquí aquella palabra antes? Pues habiendo dicho: El Cordero, y que éste cargaba sobre sí el pecado del mundo, luego añadió: Ha sido constituido superior a mí, declarando de este modo que aquel antes se ha de entender en el sentido de superior, pues carga sobre sí el pecado del mundo y bautiza en el Espíritu Santo. Como si dijera: mi venida no tiene más valor que el haber predicado al común bienhechor del universo y haber administrado el bautismo de agua. En cambio la venida de Este tiene como empresa el limpiar a todos los hombres y darles a todos la operación del Espíritu Santo.

Fue constituido superior a mí, o sea, ha aparecido más resplandeciente que yo. Porque existía antes que yo. ¡Cúbranse de vergüenza todos cuantos siguen el loco error de Pablo de Samosata, el cual tan abiertamente pugna contra la verdad! Yo no lo conocía. Observa cómo con este testimonio quita toda sospecha, declarando que su discurso no ha dimanado de favoritismo ni de amistad, sino de divina revelación. Dice: Yo no lo conocía. Pero entonces ¿cómo puedes ser testigo digno de fe? ¿Cómo enseñarás a otros lo que tú ignoras? Es que no afirma: No lo conocí, sino: Yo no lo conocía, de manera que por aquí sobre todo aparece ser digno de fe. Porque ¿cómo iba a expresarse favorablemente y por favoritismo acerca de quien no conocía? Pero vine yo con mi bautismo de agua para preparar su manifestación a Israel.

De modo que no necesitaba Cristo semejante bautismo, ni hubo otro motivo para preparar ese baño, sino el que se facilitara a todos el camino para creer en Cristo. Pues no dijo: Para tornar puros a los bautizados; ni tampoco: He venido a bautizar para librar de los pecados, sino: Para preparar su manifestación a Israel. Por mi parte pregunto: entonces ¿qué? ¿Acaso sin ese bautismo no se podía predicar a Cristo y atraerle el pueblo? Sí se podía, pero no tan fácilmente. Si la predicación se hubiera hecho sin el bautismo, no habrían concurrido así todos, ni habrían comprendido, mediante la comparación, la preeminencia de Cristo. Porque aquella multitud iba a Juan no para escuchar su predicación, sino ¿para qué? Para confesar sus pecados y ser bautizados. Una vez así reunidos, se les enseñaba lo referente a Cristo y la diferencia de ambos bautismos. Porque el de Juan era superior a los lavatorios de los judíos, y por esto todos acudían a Juan; y sin embargo el bautismo de éste aún era imperfecto.

Pero ¡oh Juan! ¿cómo conociste a Jesús? Por la bajada del Espíritu Santo, nos responde. Mas, para que nadie sospeche que Cristo necesitaba del Espíritu Santo, como lo necesitamos nosotros, oye cómo deshace semejante opinión, declarando que la bajada del Espíritu Santo fue únicamente para anunciar a Cristo. Pues habiendo dicho: Yo no lo conocía, añadió: Pero el que me envió a bautizar con agua me previno: Aquel sobre quien vieres descender el Espíritu Santo y reposar sobre El, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo. ¿Observas cómo para esto vino el Espíritu Santo, para manifestar a Cristo? Tampoco el testimonio de Juan era sospechoso; pero para hacerlo aún más digno de fe, lo añadió al de Dios y al del Espíritu Santo.

Habiendo Juan predicado algo tan grande y tan admirable, y tal que podía dejar estupefactos a los oyentes, como fue que Cristo y sólo El cargaría con el pecado del mundo, y que la grandeza del don bastaría para tan excelsa y universal redención, lo confirma de ese modo. Y lo confirma por tratarse del Hijo de Dios, que no necesita del Bautismo; de modo que el Espíritu Santo únicamente desciende para darlo a conocer. Juan no podía dar el Espíritu Santo; y lo declaran así los mismos que habían recibido el bautismo de Juan diciendo: Pero ni siquiera hemos oído que exista el Espíritu Santo. De manera que Cristo no necesitaba de bautismo alguno, ni del de Juan ni de ningún otro; más bien era el bautismo el que necesitaba de la virtud de Cristo. Puesto que le faltaba precisamente al bautismo de Juan lo que era lo principal de todos los bienes y origen de ellos; o sea que al bautizado le confiriera el Espíritu Santo. Este don del Espíritu Santo lo añadió Cristo cuando vino.

Y dio testimonio Juan: He visto al Espíritu descender del cielo como paloma y posarse sobre El. Yo no lo conocía; pero el que me envió a bautizar con agua me previno: Aquel sobre quien vieres descender el Espíritu Santo y reposar sobre El, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo. Y yo lo he visto y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios. Con frecuencia usa Juan de esa expresión: Y yo no lo conocía. Y no es sin motivo, sino porque era pariente suyo según la carne. Pues dice el evangelista Lucas: He aquí que Isabel tu parienta ha concebido también ella un hijo. De modo que para que no pareciera que hablaba movido por el parentesco, frecuentemente dice: Y yo no lo conocía. Así era en efecto, pues por toda su vida había morado en el desierto, fuera de la casa paterna. Pero entonces ¿cómo es que, si antes de la venida del Espíritu Santo no lo conocía, sino que entonces por vez primera lo conoció, ya antes de bautizarlo se negaba y decía: Yo debo ser bautizado por ti? Esto parece demostrar que ya lo conocía bien.

Sin embargo, no lo conocía de mucho tiempo atrás, y con razón. Porque los milagros hechos durante la infancia de Jesús, cuando la visita de los Magos y otros semejantes, habían acontecido muchos años antes, cuando también Juan era un niño. Y a causa de ese largo lapso, Jesús era desconocido de todos. Si todos lo hubieran conocido, no habría dicho Juan: Para que se manifieste El a Israel, yo vine a bautizaré Y por aquí queda manifiesto que los milagros que se atribuyen a Cristo niño son falsos e inventados por alguien. Si Cristo niño hubiera hecho milagros, Juan lo habría conocido; y tampoco la demás multitud habría necesitado de Juan, como maestro que se lo mostrara. Ahora bien: el mismo Bautista afirma haber venido: Para que Cristo se manifestara a Israel. Por la misma causa decía: Yo debo ser bautizado por ti. Después, por haberlo conocido con mayor claridad, lo anunciaba a las turbas diciendo: Este es aquel de quien os dije: Viene detrás de mí un hombre que ha sido constituido superior a mí. Porque el que me envió a bautizar en agua, y por lo mismo me envió para que El se manifestara a Israel, ese mismo, antes de la bajada del Espíritu Santo, a él se lo reveló. Por tal motivo decía Juan antes de que Cristo llegara: Viene detrás de mí un hombre que ha sido constituido superior a mí.

De manera que Juan no conocía a Jesús antes de que Este bajara al Jordán y de que Juan bautizara a las turbas. En el momento en que Jesús iba a bautizarse lo conoció por revelación del Padre al profeta; y porque al tiempo de su bautismo el Espíritu Santo lo manifestó a los judíos, en favor de los cuales descendía. Para que no se menospreciara el testimonio de Juan que decía: Fue constituido superior a mí y que bautiza en el Espíritu y que juzgará al orbe de la tierra, el Padre da voces proclamando a Jesús por Hijo suyo; y el Espíritu Santo llega y habla sobre la cabeza de Cristo. Y pues Juan lo bautizaba y Cristo era bautizado, para que ninguno de los presentes pensara que la voz se refería a Juan, se presentó el Espíritu Santo, quitando así toda falsa opinión. Así que cuando Juan dice: Yo no lo conocía, esto debe entenderse del tiempo pasado y no del próximo al bautismo. De otro modo ¿cómo podía decir Juan: Yo debo ser bautizado por ti, apartándolo del bautismo? ¿Cómo habría podido decir de El cosas tan excelentes?

Preguntarás: entonces ¿por qué no creyeron los judíos? Pues no fue solamente Juan quien vio al Espíritu Santo en forma de paloma. Fue porque aún cuando también ellos lo habían visto, este género de cosas no necesita únicamente de los ojos corporales, sino mucho más de los ojos de la mente, para que se entienda que no se trata de simples fantasmagorías. Si viéndolo más tarde hacer milagros y tocando El con sus manos los cuerpos de los enfermos y de los muertos y dándoles por este medio la vida y la salud, andaban aquéllos tan presos de la envidia que se atrevían a afirmar lo contrario de lo que veían ¿cómo iban a dejar su incredulidad por el solo hecho de la bajada del Espíritu Santo?

Hay quienes afirman que no todos lo vieron, sino solamente Juan y los mejor dispuestos. Pues aun cuando el Espíritu Santo al descender en figura de paloma, pudiera ser visto sensiblemente por cuantos estuvieran dotados de ojos, sin embargo no había necesidad de que aquello se hiciera manifiesto a todos. Zacarías vio muchas cosas en figuras sensibles y lo mismo Daniel y Ezequiel, mas sin compañero alguno en la visión. Moisés vio también muchas cosas, y tales cuales nunca nadie había visto. Tampoco en la transfiguración del Señor en el monte se concedió a todos los discípulos el contemplar aquella visión. Más aún: no todos participaron en ver la resurrección, como lo dice claramente Lucas: A los testigos de antemano escogidos por Dios?

Y yo lo vi y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios. ¿Cuándo dio semejante testimonio de que Cristo era el Hijo de Dios? Lo llamó Cordero y dijo que bautizaría en el Espíritu Santo; pero en ninguna parte afirmó ser Cristo el Hijo de Dios. Y para después del bautismo, ninguno de los evangelistas escribe que lo haya dicho; sino que omitiendo todo eso que sucedió en el intermedio, pasan a referir los milagros obrados por Jesús tras del encarcelamiento de Juan. Lo que de aquí podemos deducir conjeturando es que tanto ese dicho de Juan como otras muchas cosas las pasaron en silencio, como lo significó nuestro evangelista al fin de su evangelio. Pues tan lejos están de inventar de El cosas grandes, que todos concordes y cuidadosamente narran lo que parecía ser oprobio; y no encontrarás que alguno de ellos haya callado nada de eso. En cambio, omitieron muchos milagros, refiriendo unos unos y otros otros; pero todos a la vez callaron muchos otros.

Y no sin motivo digo estas cosas, sino para rebatir la impudencia de los gentiles. Pues a la verdad, aun sólo esto es ya suficiente para demostrar la exactitud de los evangelistas en la materia, y que nada escribieron por simple favoritismo. Y vosotros, carísimos, armados de estos argumentos y de otros parecidos, podéis combatir contra los dichos gentiles. Pero… ¡atended! Sería un absurdo que el médico tan activamente luchara según su arte, lo mismo que el peletero y el tejedor y los demás profesionistas; y que en cambio el que es cristiano y como tal se profesa, no pudiera decir ni siquiera una palabra en defensa de su fe. Y eso que las artes de esos profesionistas, si se echan a un lado, solamente causan daño en el dinero; mientras que estas otras, si se desatienden, ponen en peligro el alma y la matan. Y sin embargo, tan míseros somos que todos los cuidados los ponemos en aquellas artes y en cambio despreciamos como cosas de ningún valor estas otras que son necesarias y operan nuestra salvación.

Esto es lo que impide que los gentiles fácilmente desprecien sus errores. Ellos, apoyados en mentiras, echan mano de todos los medios para encubrir la vergüenza de sus afirmaciones; y nosotros, los que profesamos la verdad, no nos atrevemos ni aun a abrir la boca. Resulta de aquí que ellos arguyen y condenan nuestros dogmas como cosas sin fundamento. Y tal es el motivo de que sospechen que lo nuestro se reduce a falacias y necedades. Por eso blasfeman de Cristo y lo tratan de engañador y charlatán, que se valió de la necedad de muchos para sus fraudes. Nosotros tenemos la culpa de semejante blasfemia, pues no queremos despertar para defender la religión con argumentos, sino que los hacemos a un lado como inútiles y nos ocupamos exclusivamente de los negocios terrenos.

Los encariñados con un bailarín o con un auriga o con uno que combate con las fieras, ponen todos los medios para que su preferido no salga vencido ni sea inferior en los certámenes; y lo colman de alabanzas y se preparan para defenderlo contra quienes lo vituperan, y a los contrarios los cargan de mil vituperios. Y cuando se trata de defender el cristianismo, todos agachan la cabeza, muestran flojedad, dudan; y si se les recibe con bromas y risas, se alejan. ¿De cuán grande indignación no es digno esto? ¡Tenéis a Cristo en menos que a un bailarín, pues para defender a éste, preparáis miles de razones, aun cuando sea él hasta lo sumo desvergonzado; y cuando se trata de los milagros de Cristo que atrajeron la admiración del orbe todo, parece que ni aun pensáis en ellos ni para nada os cuidáis de ellos.

Creemos en el Padre y en el Hijo y en el Espíritu Santo, en la resurrección de los cuerpos y en la vida eterna. De modo que si alguno de los gentiles pregunta: ¿Quién es ese Padre, quién es ese Hijo, quién es ese Espíritu Santo para que a nosotros nos acuséis de admitir multitud de dioses, qué le responderéis? ¿Cómo resolveréis esta cuestión? Y ¿qué si callando nosotros proponen ellos otra pregunta y dicen: En qué consiste esa resurrección? ¿resucitaremos en nuestro cuerpo o en otro? Si en el nuestro ¿qué necesidad hay de que muera? ¿Qué responderéis a esto? Y ¿qué si se os objeta: por qué Cristo no vino en los tiempos anteriores? ¿Es que le pareció estar bien el acudir al género humano y cuidar de él ahora, pero lo descuidó en todos los siglos anteriores? Y ¿qué si el gentil os examina en otras muchas cosas semejantes? Porque no conviene aquí ahora amontonar otras muchas dificultades y pasar en silencio las respuestas, no sea que esto haga daño a las almas más sencillas. Las que acabamos de proponer son suficientes para sacudir vuestro sueño.

En fin ¿qué sucederá si os pregunta esas cosas a vosotros que ni siquiera queréis escuchar las que nosotros os decimos? Pregunto yo: ¿Acaso nos espera un castigo pequeño siendo nosotros causa tan señalada del error para quienes yacen sentados en las tinieblas? Quisiera yo, si me lo permitiera el tiempo de que disponéis, traer aquí un execrable libro de un filósofo gentil, escrito contra nosotros; y aun el de otro más antiguo aún, para por este medio suscitar vuestra atención y sacudir esa tan gran desidia vuestra. Pues si esos filósofos anduvieran tan despiertos para atacarnos ¿qué perdón mereceremos si ignoramos el modo de redargüir y rechazar los dardos en contra nuestra lanzados?

Mas ¿por qué nos hemos alargado en eso? ¿No escuchas al apóstol que dice: Siempre dispuestos a dar razón a quienes preguntan acerca de la esperanza que profesáis? Y la misma exhortación usa Pablo: Que la palabra de Cristo resida en vosotros opulentamente. Pero ¿qué objetan a esto los hombres más desidiosos que los zánganos?: ¡Bendita sea toda alma sencilla! Y también: Quien camina con sencillez va seguro. Esta es la causa de todos los males: que muchos no saben usar oportunamente los textos de la Sagrada Escritura. Pues en ese sitio no se entiende de un necio ni de un ignorante que nada sabe, sino de aquel que no es perverso ni doloso, sino prudente. Porque si el sentido fuera aquel otro, en vano nos diría: Sed prudentes como las serpientes y sencillos como las palomas)

Mas ¿para qué continuar en este tema que de nada aprovechará? Porque aparte de lo ya indicado, hay otras cosas pertinentes a las costumbres y modo de vivir en que procedemos mal. En realidad, en todos aspectos somos míseros, somos ridículos. Siempre dispuestos a corregir a los demás, somos perezosos para enmendar aquello en que somos reprochables. Os ruego, pues, que atendiendo a nosotros mismos, no nos detengamos en sólo lanzar reproches. No basta eso para aplacar a Dios. Esforcémonos en mostrar en todos nuestros procederes un cambio en forma excelentísima; de modo que viviendo para glorificar a Dios, gocemos de la gloria futura también nosotros. Ojalá a todos nos acontezca conseguirla, por gracia y benignidad del Señor nuestro Jesucristo, al cual sean la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

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Crisostomo Ev. Juan 16