Crisostomo Ev. Juan 23

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HOMILÍA XXIII (XXII)

Con éste inició Jesús sus milagros en Cana de Galilea (Jn 2,11).

CON VEHEMENCIA acomete el diablo, y por todas partes pone asechanzas a nuestra salvación. Es pues necesario vigilar y cerrarle por todas partes la entrada. Si encuentra una ocasión, por pequeña que sea, se abrirá enseguida una ancha y poco a poco introducirá en el alma todo su poder. Si pues en algo nos interesamos por nuestra eterna salud, no le permitamos que se acerque, ni aun en cosas mínimas, para estar prestos por este medio en las mayores. Sería cosa de extremada locura el que, mientras él pone tan gran diligencia para perder nuestra alma, nosotros no empleáramos a lo menos la misma diligencia para nuestra salvación.

No sin motivo he dicho lo que precede, sino porque temo no sea que en mitad del redil esté ahora aquí oculto el lobo aquel, y arrebate alguna oveja que se haya apartado del rebaño o por desidia o engañada. Si las llagas espirituales cayeran bajo el dominio de los sentidos y se tratara de ser el cuerpo quien las recibe, no sería necesario precaverse tanto contra semejantes asechanzas. Pero siendo el alma invisible y siendo ella la que es traspasada con las heridas, necesitamos suma vigilancia para que cada uno examine lo que en él hay: Nadie conoce lo que hay en el hombre, sino el espíritu del hombre que está en el.

Lleva a todos el discurso y ofrece a todos una medicina común; pero toca a cada uno de los creyentes recibir lo que le sea conveniente para curar su propia enfermedad. Por mi parte no conozco ni a los enfermos ni a los sanos. Por tal motivo voy tocando todas las materias y diciendo lo que conviene a cada una de las enfermedades del alma. Unas veces trato de la avaricia, otras de los placeres de la mesa, otras acometo lo referente a la liviandad; más tarde, alabo la limosna y exhorto a que se practique; y enseguida me refiero a otros géneros de buenas obras. Pues temo no sea que mientras me aplico a curar una enfermedad, el remedio que apronto sea para otra, mientras vosotros estáis atacados de enfermedades distintas.

Si estuviera presente una sola persona, no creería yo ser necesario emplear tan variados discursos. Pero como es verosímil que en una multitud tan variada existan también enfermedades variadas, no sin razón voy modificando mis enseñanzas. De esta manera el discurso hecho para todos tendrá sin duda alguna utilidad. Tal es también el motivo de que las Sagradas Escrituras tengan tan gran variedad y hablen de infinitas materias, pues dirigen sus palabras a la común naturaleza. En una multitud tan grande, por fuerza se han de encontrar todas las enfermedades espirituales, aunque no todas estén en todos. Ahora, una vez que así nos hemos justificado, escuchemos con atención las divinas palabras que hoy se nos han leído.

¿Cuáles son?: Con éste inició Jesús sus milagros en Cana de Galilea. Dije ya que algunos piensan no haber sido éste el primer milagro. Porque dicen: Bueno ¿y qué si esto se refiere a los milagros hechos en Cana de Galilea? Pues dice: Con éste inició en Cana de Galilea. Por mi parte, no habría yo hablado más cuidadosamente de esto; pero afirmo que Jesús comenzó a hacer milagros hasta después de su bautismo; y que antes no hizo otro alguno, como ya dejé explicado. Pero sea o no este milagro el primero o haya sido otro, después del bautismo, creo que no vale la pena explicarlo ni discutirlo.

Así manifestó su gloria. ¿De qué modo? Porque no eran muchos los que veían lo que se hacía, sino solamente los criados, el maestresala y el esposo. Entonces ¿en qué forma manifestó su gloria? La manifestó en cuanto estaba de su parte. Pues si no entonces, a lo menos después todos sabrían el milagro, ya que hasta el día de hoy es celebrado y no está oculto. Que en aquel día no todos lo conocieran, queda claro por lo que sigue. Porque una vez que hubo dicho el evangelista: Así manifestó su gloria, prosigue: Y creyeron en El sus discípulos; los discípulos que anteriormente sólo lo admiraban. ¿Observas cómo ya fue necesario proceder a obrar milagros, pues había ya hombres morigerados que atendieran a lo que se les decía? Estos más fácilmente habían de creer y habían de observar cuidadosamente lo que se hacía. Por otra parte ¿cómo habría sido conocido sin los milagros? En cambio ciertamente eran suficientes la enseñanza y la profecía unidas a los milagros para que tales cosas penetraran en el ánimo de los oyentes y para que, como ya dije, estando bien dispuestos, pusieran atención a los hechos. Por esta razón dicen en otra parte los evangelistas que Jesús no hizo milagros a causa de la perversidad de aquellos hombres.

Después de este suceso, descendió a Cafarnaúm El con su Madre, sus hermanos y sus discípulos; y ahí quedó unos pocos días. ¿Por qué descendió a Cafarnaúm con su Madre? Pues acá no verificó ningún milagro; y los habitantes de la ciudad no lo querían bien, sino que estaban en sumo grado corrompidos, como lo significó Cristo cuando dijo: Y tú, Cafarnaúm, ensoberbecida hasta el cielo, hasta los infiernos serás precipitada? Entonces ¿por qué se encamina a ella? Según me parece, porque muy luego tenía que subir a Jerusalén, y no quería andar trayendo y llevando a su Madre y a sus hermanos consigo de un lado a otro. Bajó, pues, allá por hacer honor a su Madre, y se detuvo ahí un poco de tiempo; pero enseguida la dejó ahí y de nuevo emprendió la prueba mediante los milagros. Por lo cual dice el evangelista que pasados unos pocos días, subió a Jerusalén. Según esto, pocos días antes de esa Pascua fue bautizado.

¿Qué hace en Jerusalén? Obras de suma autoridad. Pues arrojó del templo a los cambistas, comerciantes y vendedores de palomas, bueyes y ovejas que ahí se habían establecido. Otro evangelista refiere que mientras los echaba fuera, les iba diciendo: No hagáis de la casa de mi Padre cueva de ladrones. Juan dice casa de traficantes. No es que ambos se contradigan, sino que demuestran que los arrojó dos veces y que esto no sucedió en un mismo tiempo, sino ahora al principio de su predicación y luego cuando fue para su Pasión. Por lo cual en la segunda vez usó ese lenguaje de mayor vehemencia diciendo cueva, cosa que no hizo al principio, sino que usó de una reprensión más moderada. Es pues verosímil que lo haya hecho dos veces.

Preguntarás: ¿por qué Cristo procedió así y echó mano de una vehemencia tan grande cuanta no se encuentra en otra ocasión alguna, cuando lo llamaron samaritano, poseso, y lo colmaron de injurias y ultrajes? Porque no contento con las palabras los arrojó del templo con un azote. Observa cómo los judíos cuando a otros se les hace un beneficio, acusan a Jesús y se irritan; y ahora, cuando era conveniente que, pues eran castigados, se enfurecieran, no muestran igual aspereza. Porque no lo reprendieron ni lo injuriaron, sino ¿qué fue lo que le dijeron?

¿Qué señal presentas que te acredite para proceder así? ¿Adviertes su gran envidia y cómo se indignaban por los beneficios hechos a otros? En cierta ocasión decía que ellos habían convertido el templo en cueva de ladrones, indicando lo que ahí se vendía y que era fruto de hurtos y provenía de rapiñas y avaricia, y que ellos se enriquecían mediante las desgracias ajenas. En otra ocasión dijo que lo habían convertido en tienda de comercio, indicando sus desvergonzadas transacciones. Pero instarás: ¿por qué procedió así? Porque iba a suceder que curara en sábado e hiciera otras obras parecidas que ellos juzgaban como transgresiones de la ley. Pues bien: para que no pareciera ser El adversario de Dios y que en tales obras se rebelaba contra su Padre, desde ahora corrige semejante sospecha de ellos.

Quien tan gran indignación demostraba en honor de1 templo, sin duda que no iría a ser un adversario del Señor que en el templo se adoraba. Por lo demás bastaban los años anteriores en que había vivido sujeto a la ley, para demostrar su reverencia al Legislador y que en forma alguna combatiría contra la ley. Mas como esos años se echarían en olvido, puesto que no todos conocerían su comportamiento en ellos, pues se había criado en una casa pobre, ahora, estando todos presentes, porque se acercaba la Pascua, procede así, y por cierto no sin exponerse a peligro.

Porque no únicamente arrojó del templo a los vendedores, sino que derribó las mesas y derramó por el suelo los dineros, en tal forma que ellos pensaran que quien por el decoro de la Casa del Señor se exponía a peligro, no despreciaría al Señor de la Casa. Si todo aquello hubiera sido una simple comedia, bastaba con haberlos exhortado, porque exponerse a peligro era ya cosa de audacia. No era pequeña hazaña el exponerse a las iras de aquellos placeros, hombres embrutecidos, es decir, de aquellos mercaderes; y cargar de injurias a semejante plebe e irritarla contra sí. No era eso propio de quien representa una comedia, sino de quien acomete toda clase de peligros por el honor de la Casa de Dios.

De modo que no solamente con las palabras, sino también con las obras manifiesta su concordia con el Padre. Porque no dijo: la casa santa, sino la casa de mi Padre. Llama a Dios su Padre, y ellos no se indignan, porque pensaban que hablaba al modo vulgar y sencillo. Cuando más tarde habló con toda claridad y declaró su igualdad con el Padre, entonces sí se enfurecieron. Y ¿qué sucedió? Le dicen: ¿Qué señal ríos presentas que te acredite para proceder así? ¡Oh locura suma! ¿Cuál señal era necesaria para que ellos se abstuvieran de su mal proceder? ¿para que libraran al templo de tan grave profanación? Por otra parte ¿acaso no era la suma señal de su poder aquel extremado celo por la casa de Dios? ¡Bien se conoció por aquí la probidad de aquellos hombres! En efecto, más tarde recordaron los discípulos que estaba escrito: El celo de tu casa me consume. Pero los judíos no se acordaron de esa profecía, sino que dijeron: ¿Qué señal nos presentas? doliéndose de que perdían aquellas vergonzosas ganancias; y esperando poder por este camino impedir lo que El hacía, y recurriendo a exigir un milagro para de este modo acusarlo en sus hechos.

Por tal motivo no les concede señal alguna. Más aún, cuando ellos de nuevo se le acercaron y le exigieron un milagro, El les replicó: ¡Raza perversa e infiel! Una señal pide. Pero sólo se le dará la señal de Jonás. En esta segunda ocasión lo dijo con mayor claridad; en aquella otra, de un modo enigmático. Procedió en esa forma a causa de la extremada locura de ellos. Pues quien incluso se adelantaba y verificaba milagros, no habría rechazado a estos suplicantes, si no hubiera tenido conocida su mente perversa y llena de dolo.

Quiero yo que consideres de cuánta perversidad estaba llena la pregunta misma. Cuando convenía aplaudir su empeño y celo y quedar admirados de que así tan gran cuidado tuviera de la Casa de Dios, ellos lo acusan y se empeñan en demostrar que aquel comercio les era lícito y que no podían lícitamente interrumpirlo, si El no les mostraba una señal. ¿Qué les dice Cristo?: Destruid este santuario y dentro de tres días lo levantaré. Muchas cosas dice así Jesús, oscuras para los oyentes, pero claras para los venideros. ¿Por qué? Para que cuando se realizara lo que predecía, se demostrara que ya El de antemano lo conocía; como aconteció en la profecía presente. Pues dice: Cuando resucitó de entre los muertos, se acordaron los discípulos que había dicho esto; y creyeron la palabra pronunciada por Jesús.

Cuando así habló, unos dudaban del significado y otros disentían diciendo: Cuarenta y seis años hace que está edificado este santuario: ¿cómo lo vas a levantar en tres días? Al decir cuarenta y seis años se referían a la última construcción, pues la primera se terminó en veinte años. Mas ¿por qué no resuelve el enigma y dice: Yo no hablo de este santuario material, sino de mi carne? Porque el evangelista lo explicó, pero mucho después. Jesús no lo aclaró: ¿por qué? Porque no le habrían creído. Si ni aun los discípulos podían entonces comprenderlo, mucho menos las turbas. Dice, pues, el evangelista: Cuando resucitó Jesús de entre los muertos se acordaron y creyeron en la palabra pronunciada por Jesús y en la Escritura.

Dos eran las cosas que entonces se les proponían: la resurrección y otra que era mayor, o sea, si acaso era Dios el que habitaba en aquella humanidad. Ambas cosas dio a entender Jesús al decir: Destruid este santuario y dentro de tres días lo levantaré. Pablo afirma ser esto una no pequeña demostración de la divinidad, cuando dice: Y fue constituido Hijo de Dios en poderío, según el Espíritu Santo, a partir de su resurrección de entre los muertos. ¿Por qué motivo Cristo aquí y en el otro texto y en todas partes hace referencia a esta señal? Pues unas veces dice: Cuando yo fuere levantado de la tierra; otras: Cuando levantéis en alto al Hijo del Hombre, entonces conoceréis que yo soy; y también: Y no se os dará otra señal, sino la señal del profeta Jonás. Y en este sitio: Y dentro de tres días lo levantaré. Porque sobre todo con este argumento se demostraba no ser El puro hombre, puesto que podía triunfar de la muerte, y en tan breve tiempo deshacer la perpetua tiranía de ella y terminar guerra tan difícil.

Por eso añade: Entonces conoceréis. Entonces: ¿cuándo? Cuando una vez resucitado, atraiga a Mí a todo el orbe, entonces conoceréis que lo he hecho procediendo como Dios y verdadero Hijo de Dios, y para vengar la injuria inferida a mi Padre. Y ¿por qué no dice qué señales eran necesarias para borrar lo mal hecho, sino que solamente prometió que daría una señal? Porque los habría enfurecido más. Mientras que de este otro modo, más bien los aterrorizó. Pero ellos nada respondieron. Les parecía que hablaba Jesús cosas increíbles y no le pudieron preguntar más, y echaron a un lado su afirmación como cosa imposible. Si no hubieran estado ofuscados, aun cuando pareciera increíble la afirmación, una vez que hubo realizado tantos milagros, le habrían interrogado para que les resolviera la duda; pero locos como andaban, ni siquiera prestaron una pequeña atención a las demás palabras de Jesús; aparte de que otras las escuchaban ya con mala intención. Por tal motivo Cristo les habla enigmáticamente.

Pero la cuestión que se presenta es: ¿por qué los discípulos no conocieron que El resucitaría de entre los muertos? Fue porque aún no habían recibido el Espíritu Santo. Tal fue el motivo de que aún oyéndolo hablar con frecuencia de la resurrección, nada entendían, sino que en su interior se preguntaban qué significaba eso. Cierto que era cosa estupenda y que no podía esperarse lo que decía Jesús; o sea, que alguien pudiera resucitarse a sí mismo y resucitar de esa manera. Por lo cual Pedro fue reprendido cuando, por no saber nada acerca de la resurrección, dijo: ¡No lo quiera el cielo, Señor!

Tampoco Cristo les reveló prematuramente la resurrección, para que no se escandalizaran y les fuera obstáculo; pues a los comienzos apenas si tenían fe poca en lo que se decía, por ser cosas tan inesperadas, y no saber aún con claridad quién era Jesús. A lo que mediante las obras se comprueba, nadie niega su fe; pero a lo que sólo con las palabras se profería, era verosímil que algunos negaran su aquiescencia. Por lo cual Jesús al principio dejaba secreta su resurrección. Y cuando los sucesos comprobaban ser verdaderas sus palabras, entonces daba la inteligencia de éstas y añadía tal abundancia del Espíritu Santo que al punto se aceptaba todo. Porque El mismo dijo: El Espíritu os traerá a la memoria todas las cosas.

En efecto: quienes en sola una noche perdieron toda la reverencia que para Jesús habían concebido y huyeron; quienes afirmaban no conocerlo, con dificultad habrían recordado todos los dichos y hechos de tan largo tiempo, si no hubieran alcanzado una amplísima gracia del Espíritu Santo. Preguntarás: pero, si todo lo habían luego de oír del Espíritu Santo ¿para qué era necesario que convivieran con Cristo, no habiendo de entender lo que El les decía? Respondo: No los enseñó el Espíritu Santo, sino que les trajo a la memoria lo que Cristo les había dicho.

Por lo demás, mucho importaba para la gloria de Cristo que el Espíritu Santo fuera enviado, para renovarles la memoria de sus palabras. Allá al comienzo fue beneficio de Dios que el don del Espíritu Santo revoloteara sobre ellos en forma tan copiosa y tan amplia; pero luego virtud fue de ellos que conservaran semejante don. Pues llevaban una vida santa y demostraban gran prudencia y se ejercitaban en grandes trabajos y despreciaban las cosas humanas y en nada estimaban la vida presente, sino que se hicieron superiores a todo eso. A la manera de águilas veloces que vuelan en las alturas, tocaban con sus obras las cumbres del cielo y mediante ellas alcanzaban inmensa gracia del Espíritu Santo.

Imitémoslos nosotros. No dejemos extinguir nuestras lámparas, sino mantengámoslas brillantes por medio de la limosna. La luz de este fuego por esc medio se conserva. Juntemos el óleo en nuestros vasos mientras vivimos; pues una vez llegada nuestra partida de este mundo, ya no podremos comprarlo, ni de otras manos adquirirlo, sino de las manos de los pobres. Repito: acá recojamos con abundancia si queremos entrar con el Esposo. De lo contrario, necesariamente permaneceremos fuera del tálamo. Porque es imposible, del todo es imposible, aun cuando hadamos infinitas obras buenas entrar al reino si no hacemos limosnas. En consecuencia, hagámoslas con abundancia y con gran liberalidad, para que disfrutemos los bienes inefables. Ojalá nos acontezca a todos conseguirlos, por gracia y benignidad del Señor nuestro Jesucristo, al cual sean la gloria y el poder en todas partes, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

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HOMILÍA XXIV (XXIII)

Mientras estuvo Jesús en Jerusalén durante la fiesta pascual, muchos creyeron en él (Jn 2,23).

ENTONCES MUCHOS de aquellos hombres persistían en sus errores, mientras otros abrazaban la verdad. Pero de estos últimos, algunos solamente la retenían por breve tiempo y finalmente descaecían. Esto dio a entender Cristo cuando los comparó a las simientes que no echan raíces profundas sino superficiales, de los cuales aseguró que muy luego perecen. A éstos se refiere aquí el evangelista cuando dice: Mientras estuvo Jesús en Jerusalén durante la fiesta pascual muchos creyeron en El, viendo los milagros que hacía. Mas Jesús no se confiaba. Mayor firmeza tenían los discípulos que se le acercaron no movidos únicamente por los milagros, sino además por sus enseñanzas. Los milagros atraían a los más rudos; pero las profecías y las enseñanzas atraían a los más despiertos y razonables. Pues bien, cuantos quedaron prendados de su enseñanza, eran más firmes que quienes se movieron por los milagros. A esos otros Cristo los llamó bienaventurados con estas palabras: Bienaventurados los que no vieron y creyeron. En cambio, que los segundos no fueron verdaderos discípulos, lo demuestra lo que sigue: Mas Jesús no se les confiaba. ¿Por qué? Porque todo lo conocía. No necesitaba quien lo informara acerca de los individuos, pues conocía perfectamente por sí mismo qué había en cada persona. Penetraba las mentes y los corazones, y por esto no se cuidaba de las palabras. Sabiendo que el fervor de estos tales era pasajero, no se les confiaba como a perfectos discípulos. Es decir, no les comunicaba todas las verdades, como si ya hubieran abrazado firmemente la fe.

Ahora bien: conocer lo que hay en el corazón de los hombres, solamente es propio de Aquel que modeló uno a uno los corazones; es decir, de sólo Dios. Pues dice de El la Escritura: Tú solo conoces los corazones. No necesitaba de testigos para conocer las mentes que El mismo habia formado; por lo cual no se fiaba de la fe pasajera de aquellos hombres. Los hombres, que no conocen ni lo presente ni lo futuro, revelan todos sus pensamientos a quienes se les acercan con dolo para luego apartarse. No procede así Cristo; porque El sabía perfectamente todos los secretos de aquellos hombres.

Muchos hay actualmente que son así: tienen el nombre de fieles, pero son versátiles y sin constancia. Por eso Cristo no se les confía, sino que les oculta muchísimas cosas. Así como nosotros no nos fiamos de cualquier amigo, sino solamente de los que lo son sincera y verdaderamente, así procede Dios. Oye lo que dice Cristo a sus discípulos: Ya no os llamo siervos, porque vosotros sois mis amigos. ¿Cómo y por qué? Porque todo lo que oí de mi Padre os lo he dado a conocer. Por la misma causa no concedía milagros a los judíos que se lo pedían, pues los pedían por tentarlo.

Pero ¿acaso no ahora también, lo mismo que entonces, el andar pidiendo milagros es propio de quienes tientan a Dios? Pues también ahora hay quienes dicen: ¿Por qué no se verifican ahora milagros? Pues bien, si eres fiel, como debes serlo; si amas a Cristo como debes amarlo, no necesitas milagros. Los milagros son para los infieles. Instarás: entonces ¿por qué no se les concedieron a los judíos? A la verdad sí se les concedieron. Si algunas veces no se les concedieron precisamente al tiempo en que los pedían, fue porque no los pedían para salir de su infidelidad, sino para más confirmarse en su perversidad.

Había entre los fariseos uno por nombre Nicodemo, varón principal entre los judíos. Este se llegó a Jesús de noche. Este, ya en pleno evangelio, parece hablar en favor de Cristo, pues dice: Nuestra ley a nadie condena sin haber escuchado su alegato. Y los judíos se irritaban contra él y le decían: Investiga y verás que de Galilea no surge ningún profeta. Y después de la crucifixión tuvo gran cuidado de la sepultura del cuerpo del Señor. Pues dice el evangelista: Vino asimismo Nicodemo, aquel que al principio se presentó a El de noche. Traía una mezcla de mirra y áloe, como cien libras.

Este, pues, ya desde los comienzos sentía favorablemente respecto de Juan, pero no todo lo que convenía ni con la intención que debía, porque aún estaba impedido por la debilidad judaica. El benignísimo Señor no lo rechaza ni lo reprende ni lo priva de su enseñanza. Al contrario, le habla con suma mansedumbre y le descubre sublimes verdades. Cierto que aún en forma enigmática, pero se las descubre. Al fin y al cabo, era mucho más digno de perdón que los otros que por malignidad procedían en sus preguntas. Estos eran del todo indignos de excusa alguna, mientras que a Nicodemo se le podía tachar, pero no en tal grado. Entonces ¿por qué el evangelista no lo alaba por eso? En otro sitio dijo ya que muchos de los principales creyeron en Jesús, pero que por temor de los judíos no lo confesaban abiertamente, para que no se les arrojara de la sinagoga. De manera, que en este sitio, con eso de la llegada de Nicodemo de noche, deja entender todo.

Y ¿qué dice Nicodemo?: Rabbí: conocemos que eres Maestro enviado por Dios. Porque nadie podría hacer los milagros que tú haces, si no le asistiera Dios. Todavía Nicodemo se arrastra, por la tierra; todavía piensa de Jesús a lo humano y habla de El como de un simple profeta, sin deducir de sus milagros nada más alto. Dice: Sabemos que eres un Maestro enviado por Dios. Entonces ¿por qué vienes a El de noche; a El que trae un mensaje divino, pues viene de Dios? ¿Por qué no lo confiesas plenamente? No le echó esto en cara Jesús ni lo reprendió; pues dice el profeta: No quebrará la caña cascada, no apagará la antorcha que aún humead Y el mismo profeta añade: No vociferará ni alzará el tono de la voz. Y Jesús por su parte dice: No he venido a condenar al mundo, sino a salvarlo. Porque nadie podría hacer los milagros que tú haces, si no le asistiera Dios. Todavía habla como hablarán después los herejes, al decir que tiene Jesús que ser movido por otro y que necesita de auxilio ajeno para hacer sus milagros.

¿Qué le contesta Cristo? Observa la grandeza de su mansedumbre. No le contestó: Yo no necesito del auxilio de nadie, sino que en todo procedo por mi propio poder, porque yo soy el verdadero Hijo de Dios y tengo el mismo poder que el Padre. No quiso declarar por de pronto nada de ese poder, para acomodarse a la capacidad de su oyente. Voy a repetir lo que continuamente os digo: Cristo se empeñó no en revelar su alta dignidad, sino en persuadir que en nada procedía contra la voluntad del Padre. Por tal motivo con frecuencia aparece moderado en sus expresiones, aunque no en lo que toca a sus obras.

Cuando hace milagros los obra con plena potestad. Por ejemplo: Quiero, sé limpio. Talitha, levántate. Extiende tu mano. Se te perdonan tus pecados. Calla, enmudece. Toma tu lecho y vete a tu casa. A ti te lo ordeno, demonio perverso, sal de él. Hágase como tú quieres. Si alguien os dice algo, respondedle que el Señor los necesita. Hoy estarás conmigo en el paraíso. Habéis oído que se dijo a los antiguos: No matarás. Pero yo os digo que quien sin motivo se irrita contra su hermano, es reo de juicio. Venid en pos de Mí y os haré pescadores de hombres. Por todas partes se advierte su plena y grande autoridad. En sus obras nadie encuentra nada que reprender. Ni ¿cómo lo podría? Si lo que El decía no hubiera tenido efecto ni alcanzado su fin, podría decir alguno que sus preceptos procedían de arrogancia. Pero como sí se cumplían, la realización los obligaba a callar, aun contra su voluntad. En sus palabras, en cambio, por ser ellos impudentes, podían acusarlo de arrogante.

Hablando pues ahora con Nicodemo, no profiere cosa alguna altísima abiertamente; sino que mediante enigmas lo saca y levanta de su opinión terrena, manifestándole así que El se basta para obrar milagros. El Padre lo ha engendrado perfecto y suficiente para todo de por sí y no tiene imperfección alguna. Veamos de qué manera lo prueba. Dijo Nicodemo: Rabbí, sabemos que eres un Maestro enviado por Dios. Porque nadie podría hacer los milagros que tú haces si no lo asistiera Dios. Pensó que con esto decía algo muy alto acerca de Cristo. Pero ¿qué le responde Cristo? Declarándole que aún no había llegado ni siquiera al dintel del verdadero conocimiento y que no estaba ni en la entrada, sino que andaba del todo errante y fuera del palacio; y que lo mismo él que quien se expresa como él, en forma alguna se habían ni siquiera acercado a la verdad, teniendo semejante opinión del Unigénito ¿qué le dice?

En verdad, en verdad te digo: el que no es engendrado de nuevo de lo alto, no es capaz de ver el reino de Dios. Como si le dijera: Si tú no naces con un nacimiento de lo alto, y no aceptas un conocimiento exacto de los dogmas, andas errando y fuera y estás lejos del reino de Dios. Pero no se lo dice claramente. Para que le fuera menos pesado lo que le decía, no le habla con toda claridad, sino que en forma vaga le dice: El que no fuere engendrado de nuevo. Es decir, si tú o cualquiera otro así piensa de Mí, está fuera del reino. Si no fuera este el sentido con que lo dijo, la respuesta no sería apropiada.

Si los judíos hubieran oído eso, sin duda que se habrían apartado. Pero Nicodemo demostró su empeño en instruirse. Con frecuencia Cristo habla oscuramente para que los oyentes se tornen más diligentes en preguntar y más expeditos en obrar. Lo que se dice con entera claridad no pocas veces se le escapa al oyente; pero lo que se dice sin tanta claridad lo vuelve más empeñoso y atento. Quiere, pues, decir Jesús: Si no fueres engendrado de lo alto, si no recibes el baño de regeneración del Espíritu Santo, no lograrás llegar a pensar correctamente acerca de Mí. Tu opinión no es de hombre espiritual, sino todavía animal. Claro está que no usó Jesús estas mismas expresiones, para no aterrar a su interlocutor, que le hablaba según él entendía; sino que, sin que Nicodemo lo sospeche, lo va levantando a un conocimiento más alto cuando le dice: El que no es engendrado de nuevo de lo alto. Ese de lo alto lo interpretan algunos del Cielo; otros desde el principio. Como si Jesús dijera: El que no es engendrado de ese modo, no puede ver el reino de Dios, significándose Jesús a Sí mismo y dejando ver que no era El solamente lo que se veía, sino que se necesitaban otros ojos para verlo.

Como esto oyera Nicodemo, respondió: ¿Cómo puede un hombre avanzado en años renacer? Tú lo llamas Rabbí y afirmas que viene de Dios, ¿y sin embargo admites sus palabras y le lanzas al Maestro una sentencia que puede causar una gran perturbación? Ese ¿cómo? no nos hace ver una duda de quienes tienen fe firme, sino de quienes andan aún arrastrándose por el suelo. Así se rio Sara tras de pronunciar ese ¿cómo?; y muchos ha habido que tras de usar ese modo de pregunta, perdieron la fe. Pues los herejes persisten en su herejía por andar preguntando de esa manera. Unos preguntan: ¿Cómo se encarnó? Otros ¿cómo nació? Sujetan al examen de su débil pensamiento aquella inmensa substancia. Sabiendo esto, conviene que evitemos esa curiosidad intempestiva. Al fin y al cabo jamás sabrán los que tales cosas preguntan el modo como ha sucedido lo que preguntan y perderán la fe. Por examinar Nicodemo dudoso ese ¿cómo? (pues comprendió que lo que Cristo decía era con referencia a él), se turba, duda, se llena de tinieblas; porque pensaba haberse acercado a uno que era igual a él, simplemente hombre; y le resulta que lo que oye son cosas superiores a lo que un hombre puede alcanzar y tales que jamás nadie las ha escuchado.

Levanta su pensamiento a la sublimidad de lo que se le dice, pero se envuelve en oscuridades y no halla en dónde hacer pie. Vacila de un lado a otro, traído y llevado de acá para allá, y con frecuencia pierde la fe. Persiste, sin embargo, intentando aun lo imposible, para lograr de Jesús una más clara doctrina. Y le dice: ¿Podrá acaso el hombre entrar de nuevo en el seno materno y de nuevo nacer? Advierte cómo cuando alguno sujeta las cosas espirituales a sus propios modos de pensar, inclusive dice ridiculeces, y parece delirar y estar ebrio, por andar escrutando, contra lo que a Dios agrada, las sentencias y no prestar su asentimiento a la fe.

Oyó Nicodemo eso de la generación, pero no entendió que se trataba de una generación espiritual, sino que refirió la sentencia a las bajezas carnales; y un dogma tan eximio y altísimo, lo rebajó al sentido del orden puramente natural de las cosas. Por tal motivo finge bromas y ridículas preguntas. Tal es el motivo de que Pablo dijera: El hombre animal no capta las cosas del Espíritu de Dios. Sin embargo, aun en esto Nicodemo conserva el debido respeto a Cristo. Porque en realidad no hizo burla del dicho de Jesús, sino que, creyéndolo imposible, guardó silencio. Dos cosas había que podían engendrar la duda: ese modo de generación y lo del reino. Porque el nombre de reino no se había oído aún entre los judíos, ni tampoco una tal generación.

Sabiondo esto, no escrutemos las cosas divinas con humano raciocinio, ni las entendamos según el orden natural de las cosa, ni tampoco las sujetemos a la necesidad de las leyes naturales, sino pensémoslas con piedad y con fe en las Sagradas Escrituras. Nada logra el vano escrutador; y, aparte de que no encontrará lo que busca, sufrirá castigos extremos. Oyes que el Padre engendró. Da fe a lo que oíste; pero no investigues el cómo, y menos aún niegues el hecho de la generación: ¡eso sería el colmo de la maldad! Si Nicodemo, habiendo oído acerca de esa generación -no la inefable del Padre, sino la otra de la gracia-, por no haber pensado de ella nada eximio, sino solamente algo humano y terrenal, cayó en dudas y oscuridades, quienes escrutan y examinan vanamente aquella eterna generación escalofriante que sobrepuja todo entendimiento y razón, dime: ¿de qué castigo no serán reos?

Nada hay que engendre tantas y tan espesas tinieblas, como son las que engendra la razón humana, siempre ocupada en lo terreno, sin admitir la luz que le viene de lo alto. Anda revolviendo pensamientos de barro y terrenos. Por tal motivo nos son necesarias las fuentes de la luz de allá arriba; para que despojados de nuestro lodo, se eleve a lo alto todo lo que hay de puro en la mente y se identifique con los dogmas divinos. Y así sucederá si llevamos una vida virtuosa y honrada y un alma pura. Porque puede, sí, puede oscurecerse nuestra mente no sólo por la intempestiva curiosidad, sino además por la perversidad de las costumbres.

Por tal motivo decía Pablo a los corintios: Leche os di a beber, no manjar sólido, porque no erais aún capaces. Pero ni aun ahora lo sois. Pues sois aún carnales. Mientras haya entre vosotros emulaciones y disensiones ¿acaso no sois carnales? En la carta a los Hebreos y en otras partes, con frecuencia Pablo dice ser esa la causa de los errores perversos. El alma entregada a sus pasiones no puede contemplar nada sublime ni generoso; sino que, como extraviada por una enfermedad legañosa, anda esclava de tinieblas densísimas. En consecuencia, purifiquémonos a nosotros mismos; iluminémonos con la luz del conocimiento, para que no arrojemos la simiente sobre espinas. Vosotros, aun cuando no os lo digamos, sabéis cuál es la multitud de espinas. Porque muchas veces habéis oído a Cristo designar con el nombre de espinas las solicitudes de la vida presente y el engaño de las riquezas; pues así como aquéllas punzan y hieren a quienes las tocan, así éstas destrozan el alma. Y así como las espinas fácilmente se consumen con el fuego, y son aborrecidas de los agricultores, lo mismo sucede con las cosas mundanas. Y así como entre las espinas se ocultan las fieras, las víboras, los escorpiones, así se ocultan también entre los engaños de las riquezas.

Pongamos en ellas el fuego del Espíritu Santo, para consumirlas por este medio y hacer huir las fieras y preparemos un campo limpio al agricultor; y luego reguémoslo con los raudales de las aguas del espíritu. Plantemos ahí el olivo fructífero, árbol suavísimo y en perpetua flor, y tal que ilumina, nutre y es apto para conseguir la salud. Todo eso contiene en sí la limosna y lo encierra. Es ella a la manera de un sello para quienes la practican. Semejante árbol ni la muerte misma lo seca, sino que permanece perenne, siempre iluminando las mentes, siempre acerando las energías del alma, siempre conservando íntegras las fuerzas y tornando al alma cada vez más robusta.

Si continuamente lo tenemos con nosotros, podremos confiadamente contemplar al Esposo y entrar en su tálamo. Mansión que ojalá a todos nos acontezca lograr, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, al cual, juntamente con el Padre y el Espíritu Santo, sea la gloria, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amen.

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