Crisostomo Ev. Juan 25

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HOMILÍA XXV (XXIV)

Jesús le replicó: En verdad te digo: el que no nace del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios (Jn 3,5).

ACUDIENDO los niños día por día a los maestros aprenden la doctrina y la repiten, y nunca dejan de hacer lo mismo; más aún, a veces se les obliga a juntar los días con las noches; y a todo esto se ven obligados por cosas pasajeras. Por parte nuestra, a vosotros, que estáis ya en la edad perfecta, no os exigimos lo que vosotros exigís a vuestros hijos, sino que os exhortamos a venir a las reuniones y poner atención a lo que se predica; y esto no cada día, sino sólo dos veces por semana; y únicamente durante una pequeña partecita del día, con el objeto de aligeraros el trabajo. Por lo mismo poco a poco vamos seleccionando las sentencias de la Escritura, para que más fácilmente podáis captarlas y conservarlas en el receptáculo de vuestra mente y retenerlas en la memoria, de modo que luego las repitáis a otros; a no ser que haya por ahí alguno fuertemente entregado al sueño y perezoso y con mayor desidia que la de un niño pequeño.

Continuemos, pues, por su orden las sentencias. A Nicodemo, que se hundía en pensamientos terrenos y rebajaba a sentidos terrenales la generación de que le hablaba Cristo, y añadía ser imposible que el hombre, siendo ya anciano, vuelva al seno de su madre y nazca otra vez, el mismo Cristo le explica con mayor claridad el modo de semejante generación; generación que difícilmente entiende el hombre que interroga en un sentido animal y del todo naturalista; pero que sin embargo puede ser levantado desde su bajos pensamientos. ¿Qué es lo que Cristo le dice?: En verdad te digo: El que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios. Como si le dijera: Esto tú lo juzgas imposible, pero yo te digo que es sobremanera posible, hasta el punto de que incluso sea necesario para la salvación, de tal modo, que sin eso nadie puede salvarse. Las cosas necesarias para la salvación Dios nos las dejó sumamente fáciles.

La generación según la carne es terrena, y por lo mismo no tiene lugar en las cosas del Cielo. Porque ¿qué tiene de común la tierra con el Cielo? En cambio, la generación por el Espíritu fácilmente nos abre las puertas del Cielo. Escuchad esto los que aún no habéis sido iluminados; sentid escalofrío, gemid. Pues la conminación es tremenda, la sentencia es terrible. Dice: Quien no ha sido engendrado por el agua y el Espíritu, no puede entrar en el reino de los Cielos. Sucede esto porque ese tal va revestido con la vestidura de la muerte, o sea de la maldición y de la corrupción. No ha recibido aún el símbolo del Señor; es aún peregrino y extranjero; no soporta la regia señal. Porque dice el Señor: El que no haya nacido del agua y del Espíritu Santo no puede entrar en el reino de los Cielos.

Sin embargo, Nicodemo ni aun así comprendió. Nada hay peor que entregar las cosas espirituales a los humanos raciocinios. Esto fue lo que le impidió el pensar más altamente y algo más eximio. Nosotros somos llamados fieles, para que despreciada la debilidad de las razones humanas, subamos a la sublimidad de las regiones de la fe y hagamos de esta enseñanza la suma de todos nuestros bienes. Si así lo hubiera hecho Nicodemo, no le habría parecido imposible la generación y el nacimiento dichos. ¿Qué hace Cristo? Para arrancarlo de tales pensamientos que se arrastran por el suelo, y declararle que no se refiere a esa generación terrena, le dice: El que no haya nacido del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de los cielos. Le habló así para mediante esta amenaza atraerlo a la fe y persuadirlo que no debía estimar imposible la cosa, y sacarlo del pensamiento de la generación carnal. Como si le dijera: ¡Oh Nicodemo! De otra generación hablo yo. ¿Por qué rebajas a lo terreno mis palabras? ¿Por qué sujetas a las leyes naturales necesarias ese otro nacimiento? Este nuevo parto es muy superior a ese otro vulgar y que nada de común tiene con nosotros. Cierto que también se llama generación, pero ambas sólo tienen de común el nombre: en la realidad, diiieren. Apártate de ese modo de pensar vulgar. Yo vengo a traer otra clase de nacimiento. Yo quiero engendrar hombres de otro modo. Traigo otro modo de procreación.

Formé al hombre de agua y tierra; pero lo hecho se tornó inútil y la obra se deterioró. Ya no quiero formar otro hombre de agua y tierra, sino de agua y Espíritu. Y si alguno pregunta: ¿cómo de agua?, a mi vez yo le preguntaré: ¿cómo de tierra? ¿Cómo pudo el barro distribuirse en diversos órganos? ¿Cómo lo pudo, siendo él de una especie única, pues sólo era tierra? En cambio los órganos formados de ese barro son de diversas especies. ¿De dónde se diferenciaron los huesos, los nervios, las arterias, las venas? ¿De dónde las membranas, los contenidos orgánicos, los cartílagos, los revestimientos; el hígado y el bazo y el corazón? ¿De dónde la piel, la sangre, la pituita, la bilis? ¿De dónde tantos géneros de movimientos y tanta variedad de colores? Porque no es eso propio de la tierra ni del barro. ¿Cómo sucede que la tierra, recibiendo la semilla, la hace germinar; y en cambio la carne, si recibe las semillas, las corrompe? ¿Cómo sucede que la tierra nutra las simientes que en ella se han arrojado y en cambio la carne no las nutre a ellas, sino que de ellas se nutre?

Por ejemplo. La tierra recibe el agua y la transforma en vino; la carne con frecuencia recibiendo el vino lo devuelve en agua. ¿De dónde consta, pues que tales elementos son fruto de la tierra, siendo así que la tierra, como ya indiqué, procede con operaciones contrarias? Yo no lo alcanzo con el raciocinio, pero lo recibo de la fe. Pues si lo que cada día acontece y es tangible necesita de la fe, mucho más la necesitarán esas otras cosas espirituales y en exceso arcanas. Así como la tierra inanimada y sin operaciones recibió por voluntad de Dios virtud para producir de sí seres tan admirables, así del Espíritu y el agua fácilmente al unirse proviene esta otra generación, tan admirable y que tanto supera a la humana razón.

En consecuencia, no le niegues tu fe tan sólo porque no la ves. Tampoco ves el alma y sin embargo crees que existe y que es distinta del cuerpo. Pero Cristo no instruyó a Nicodemo mediante ese ejemplo, sino mediante otro. Este del alma, por ser ella incorpórea, no lo trajo al medio, pues Nicodemo era todavía un tanto rudo. Le pone otro ejemplo que nada tiene de común con lo craso de los cuerpos, pero tampoco se levanta hasta el nivel de las naturalezas incorpóreas; o sea el del soplo de los vientos. Comienza por el agua, que es menos densa que la tierra, pero más densa que el aire. Así como allá al principio la materia manejada fue la tierra, pero la obra toda fue del Creador, as: ahora el elemento manejado es el agua, pero la obra es toda de la gracia del Espíritu Santo. Y por cierto, allá al principio: Fue formado el hombre con alma viviente;! ahora en cambio lo es con Espíritu vivificante.

Gran diferencia hay entre ambos, porque el alma no da la vida a un cuerpo ajeno; mientras que el Espíritu, no solamente tiene vida en Sí y por Sí, sino que además vivifica a otros. Así los apóstoles resucitaron a los muertos. Además, allá antiguamente el hombre fue formado después de la creación de los otros seres; pero acá sucede al contrario: antes de la nueva creación es creado el hombre nuevo, y después se sigue la transformación del mundo: primeramente es engendrado el hombre nuevo. Y así como al principio Dios creó todo, así ahora todo lo crea El. Entonces dijo: Hagámosle un auxiliar; en cambio acá nada hay de ese auxiliar.

En efecto, quien ha recibido el Espíritu Santo ¿qué otro auxiliar necesita? Quien se apoya en el cuerpo de Cristo ¿de qué otro auxilio necesitará después? Al principio Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza; ahora en cambio lo une con el mismo Dios. Entonces le ordenó imperar sobre los peces y las bestias feroces; ahora ha elevado las primicias de nuestro linaje sobre los Cielos. Entonces le entregó como habitación el paraíso; ahora nos ha abierto los Cielos. Entonces formó al hombre en el sexto día, pues debía completarse aquella edad; ahora lo forma en el primer día, desde el principio, en la luz.

De todo lo cual queda manifiesto que cuanto se hacía iba ordenado a otra vida mejor y a una situación que ya no tendrá fin. La formación primera de Adán es terrena; y luego del costado de Adán fue formada la mujer; y del germen humano procedió Abel. Y sin embargo ninguna de esas formaciones podemos explicarla ni con palabras describirla, a pesar de que son materiales y rudas. Pues ¿cómo podremos dar explicación razonada de la generación espiritual por medio del bautismo, siendo ésta mucho más sublime? ¿Cómo se nos puede exigir explicación de este parto estupendo? Los ángeles estuvieron presentes a él. Pero nadie puede explicar el modo de esa admirable generación hecha por medio del bautismo.

Presentes estuvieron los ángeles, pero sin poner operación alguna, sino solamente contemplando lo que se verificaba. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo es quien todo lo obra. Aceptemos, pues, y obedezcamos la determinación de Dios, que es más real y verdadera que lo que por los sentidos percibimos. La vista con frecuencia engaña, pero aquélla no puede engañarse. Aceptémosla. Quien de la nada produjo lo que no existía, bien merece que se le crea cuando nos habla de la naturaleza de las cosas. Y ¿qué es lo que nos dice? Que en el bautismo se obra una generación. Y si alguno te preguntare: ¿Cómo es esa generación?, ciérrale la boca con las palabras de Cristo, que son la más grande y clara demostración.

Si alguno pregunta por qué se usa el agua, nosotros a nuestra vez le preguntaremos: ¿Por qué allá a los principios Dios usó la tierra como materia para formar al hombre? Pues a todos es manifiesto que el hombre pudo ser formado sin necesidad de la tierra. En consecuencia, no investigues con vana curiosidad. Ahora bien, que el agua sea necesaria e imprescindible, puedes conocerlo por aquí. En cierta ocasión en que el Espíritu descendió sobre algunos discípulos antes de recibir el agua, el apóstol Pedro no se contentó con esto, sino que dijo, para demostrar que al agua era necesaria y no superflua: ¿Puede nadie negar el agua del bautismo a estos que han recibido el Espíritu Santo lo mismo que nosotros?

Mas ¿para qué se necesita el agua? Voy a explicártelo para descubrirte un arcano misterio. Hay acerca de esto otros discursos arcanos; pero entre tantos yo os diré uno. ¿Cuál es? En este símbolo del agua se realizan cosas divinas: sepultura, mortificación, resurrección, vida; y todo ello se realiza a la vez. Metiendo nosotros la cabeza en el agua como en cierto sepulero, todo el hombre viejo se mete y sepulta; y luego, saliendo nosotros del agua, sale también el hombre nuevo. Así como a nosotros nos es fácil sumergirnos y salir, así le es fácil a Dios sepultar al hombre viejo y revestirnos del nuevo. Y se hace tres veces para que comprendas que el poder del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo lleva a cabo toda esta obra.

Y que esto no lo afirmemos por meras conjeturas, oye cómo lo dice Pablo: Y hemos sido sepultados con El por el bautismo A Y también: Nuestro hombre viejo fue con El crucificado? Y luego: Pues hemos sido injertados con El en una muerte que es semejanza de la suya. Pero no solamente el bautismo se llama cruz, sino además la cruz se llama bautismo: Con el bautismo con que yo soy bautizado seréis bautizados. Y además: Un bautismo he de recibir que vosotros no conocéis. Así como nosotros fácilmente nos sumergimos en el agua y luego salimos, así Cristo, una vez muerto, resucitó cuando quiso; más aún, con mayor facilidad; aunque permaneció en el sepulcro por tres días por una misteriosa economía.

Habiéndosenos comunicado tan grandes misterios, llevemos una vida digna de don tan grande, una forma de proceder que sea excelente. Y vosotros los que aún no lo habéis recibido, haced cuanto podáis para recibirlo, a fin de que todos formemos un solo cuerpo y seamos hermanos. Pues mientras estamos así separados, aunque el uno sea padre y el otro hijo, el otro hermano, en fin cualquiera que sea, aún no es verdadero pariente, pues se encuentra separado del parentesco celestial. Al fin y al cabo, del parentesco según el barro ¿qué utilidad proviene mientras no estamos espiritualmente emparentados? ¿Qué utilidad proviene del parentesco terreno, pues para el Cielo permanecemos extraños?

En este orden, el catecúmeno es aún un extraño respecto del fiel, pues no tienen la misma cabeza. , ni el mismo padre, ni la misma ciudad, ni el mismo alimento, ni la misma vestidura, ni la misma mesa, ni la misma casa, puesto que de todas esas cosas está apartado. Para él todo está en la tierra; para el fiel, todo en el Cielo. Para el fiel Cristo es Rey; para el otro lo es el pecado y el diablo. Para aquél sus delicias es Cristo; para este otro, la corrupción. Para el infiel el vestido es obra de gusanos; para el fiel, lo es el Señor de los ángeles. Para éste su ciudad es el Cielo; para el otro, la tierra. Ahora bien: no teniendo ellos nada en común, pregunto ¿cómo nos comunicaremos?

Dirás que todos nacemos con un parto igual y salimos de un vientre. Pero no basta eso para un parentesco auténtico. Procuremos, pues, ser ciudadanos de la ciudad celestial. ¿Hasta cuándo permaneceremos en el destierro? Lo necesario es regresar a la patria, ya que no se exponen en el caso cosas que no tengan valor. Si aconteciera, lo que Dios no permita, que los no iniciados fueran arrancados de este mundo con una muerte inesperada, aun cuando poseamos infinitos bienes, más allá no nos recibirán sino la gehenna y el gusano venenoso y el fuego inextinguible y las irrompibles ataduras.

¡Que no suceda que alguno de nuestros oyentes vaya a experimentar aquel tormento! Lo evitaremos una vez iniciados en los sagrados misterios, si ponemos como base oro, plata y piedras preciosas. Así podremos al emigrar a la otra vida aparecer allá ricos, no habiendo dejado acá riquezas, sino habiéndolas trasladado a aquellos tesoros seguros, por manos de los pobres, y habiéndolas colocado a rédito en las manos de Cristo. Tenemos allá una deuda crecida, no de dineros sino de pecados. Pongamos, pues, allá dineros a rédito, para que alcancemos el perdón de nuestros pecados. Cristo es el que juzga. No lo desechemos aquí cuando sufre hambre, para que allá El nos alimente. Démosle acá vestido, para que El no nos deje desnudos de su patrocinio. Si acá a El le damos de beber, no tendremos allá que decir con el rico Epulón: Envía a Lázaro para que con la punta de su dedo mojado en agua refrigere mi lengua abrasada.

Si acá le damos hospedaje, El nos preparará allá muchas mansiones. Si a El encarcelado lo visitamos, El por su parte nos librará de las cadenas. Si lo recibimos como huésped, no nos despreciará El a nosotros como huéspedes y peregrinos del Reino de los Cielos, sino que nos hará participantes de la eterna ciudad. Si enfermo lo visitamos, El nos librará rápidamente de nuestras enfermedades. De modo que para recibir grandes dones a cambio de los nuestros tan pequeños, démoselos aunque exiguos, con lo cual compraremos allá los que son máximos. Mientras aún es tiempo, sembremos para que luego cosechemos. Pues cuando llegue el invierno, y el mar ya no sea navegable, no podremos negociar. Y ¿cuándo llega ese invierno? Cuando llega el día aquel grande y manifiesto. Pues entonces no navegaremos ya por este mar actual, grande y espacioso; porque al hn y al cabo la presente vida es semejante a un mar.

Ahora es el tiempo de sembrar; entonces lo será de cosechar y lucrar. Pero si alguno no deposita la simiente mientras es tiempo de siembra; si en el tiempo de la siembra inútilmente lanza la semilla, caerá en ridículo por cierto. Ahora bien, si el tiempo de la siembra es el tiempo presente y no lo es de la cosecha, ahora es el momento de sembrar. Esparzamos la simiente para que después cosechemos. No nos empeñemos en cosechar ahora para que no perdamos después la cosecha. Pues, como ya dije, es ahora el tiempo de presente el que nos llama a la siembra y a hacer el gasto y no a recoger y entrojar. No perdamos la oportunidad, sino sembremos con abundancia y no perdonemos gasto de nuestros haberes familiares, para que luego todo lo recuperemos con crecidos réditos, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, al cual sea la gloria juntamente con el Padre y el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.

LXXXI


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HOMILÍA XXVI (XXV)

Lo nacido de la carne, carne es. Pero lo nacido del Espíritu es espíritu (Jn 3,6).

GRANDES MISTERIOS nos trajo el Unigénito Hijo de Dios; grandes y tales que no los merecíamos, pero que eran conformes a la dignidad del Dador. Pues si alguno pesa nuestros merecimientos, verá que no sólo éramos indignos del don, sino reos de castigo y de pena. Cristo, sin atender a eso, no únicamente nos libró del castigo, sino que además nos comunicó una vida mucho más ilustre que la anterior y nos trasladó a otro mundo y creó en nosotros una nueva criatura. Pues dice Pablo: Por cuanto, si alguno está en Cristo, es nueva criatura.

¿Cuál es esa nueva criatura? Oye al mismo Cristo: El que no haya renacido de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Se nos entregó el paraíso, pero no fuimos dignos de vivir en él, y entonces nos levantó hasta el Cielo. No fuimos fieles en lo primero, y sin embargo nos confirió dones mayores. No pudimos abstenernos del fruto de un árbol, y nos dio las delicias del Cielo. No perseveramos en el paraíso, y nos abrió los Cielos. Con razón dijo Pablo: ¡Oh alteza de las riquezas de sabiduría y ciencia de Dios! No más madre, no más padre, no más sueño, ni coitos, ni abrazos corporales; finalmente se teje para nosotros allá arriba una obra de agua y Espíritu Santo. Se toma el agua, y sirve de parto para el que es engendrado. Lo que es la matriz para el embrión, eso es el agua para el fiel, puesto que en agua se modela y se forma.

Allá a los principios se dijo: Produzcan las aguas reptiles con vida. Pero desde que el Señor entró a las corrientes del Jordán, ya el agua no produce reptiles con vida, sino almas racionales portadoras del Espíritu Santo. Lo que se dijo del sol que: Sale de su tálamo a la manera de un esposo, puede ya decirse de los fieles, pues emiten rayos de luz más brillantes que el sol. Lo que se forma en el vientre de la mujer necesita tiempo; lo que se forma en el agua no lo necesita, porque en un instante se obra todo. Donde toma su principio una vida perecedera de una corrupción corpórea, lo que nace lleva consigo tardanzas y esperas (pues tal es la naturaleza de los cuerpos que necesita tiempo para perfeccionarse); pero no sucede lo mismo en lo espiritual, sino ¿qué? Que desde su comienzo es perfecto.

Como Nicodemo, oyendo estas cosas padecía frecuente turbación, oye cómo Cristo le va descubriendo el secreto del misterio y le va aclarando lo que antes estaba oscuro, con decirle: Lo que nace de la carne, carne es; y lo que nace del Espíritu, es espíritu. Lo saca de lo que cae bajo el dominio de los sentidos y no lo deja examinar el misterio con ojos corporales. Como si le dijera: No estamos hablando de cosas carnales, sino espirituales, oh Nicodemo. Enseguida lo lleva a las cosas del Cielo. No quieras, pues, buscar nada sensible, ya que el Espíritu no puede percibirse con estos ojos, ni vayas a pensar que el Espíritu engendra la carne.

Preguntará alguno: entonces ¿cómo se engendró la carne de Cristo? No únicamente del Espíritu, sino también de la carne, como lo significa Pablo con estas palabras: Hecho de mujer, hecho súbdito de la ley. De modo que el Espíritu Santo la formó así, y no de la nada (puesto que en ese caso no habría sido necesario el vientre), sino de la carne de la Virgen. El cómo yo no lo puedo explicar. Pero ciertamente fue así, para que nadie pensara que aquel parto era cosa ajena a nuestra naturaleza. Si habiendo sucedido así las cosas, todavía algunos no dan crédito a la dicha generación, ¿a qué abismos de impiedad no se habrían lanzado si aquella carne virginal no hubiera tomado parte en ella?

Lo que ha nacido del Espíritu es espíritu. ¿Adviertes la dignidad del Espíritu Santo? Por El hizo ahí una obra propia de Dios. Antes dijo: Han nacido de Dios; y aquí dice que han sido engendrados por el Espíritu Santo: Lo que ha nacido del Espíritu es espíritu. No habla aquí de la generación según la substancia, sino según el honor y la gracia. Dirás: pero si el Hijo así ha sido engendrado ¿qué tiene de más que los otros hombres que así han nacido? ¿Cómo es Unigénito? También yo soy nacido de Dios, pero no soy de su substancia. De modo que si el Hijo tampoco es de su substancia ¿en qué difiere de nosotros? Y lo mismo el Espíritu Santo, será menor que Dios. Puesto que esta generación se lleva a cabo mediante el Espíritu Santo y su gracia. ¿Acaso el Unigénito para ser Hijo necesita del auxilio del Espíritu Santo? ¿En qué difiere esta doctrina de la que sostienen los judíos?

Previniendo esto dijo Cristo: El que ha nacido del Espíritu es espíritu. Y como viera que Nicodemo aún estaba preso de la turbación, avanzó hacia un ejemplo más sensible. Le dice, pues: No te maravilles de lo que te dije: Es necesario que nazcáis de nuevo con un nacimiento nuevo. El viento sopla donde quiere. Con decir: No te maravilles, significa la turbación de ánimo de Nicodemo; por lo cual lo lleva a lo más leve de las cosas corporales. De las cosas carnales lo había arrancado con estas palabras: Lo que ha nacido del Espíritu es espíritu. Mas como Nicodemo no entendiera qué era eso, lo lleva a otra comparación, no conduciéndolo a los cuerpos pesados, pero tampoco hablándole en absoluto de los incorpóreos, puesto que esto Nicodemo no podía entenderlo.

Encuentra, pues, Jesús algo intermedio entre lo corpóreo y lo incorpóreo, o sea el soplo del viento, y por aquí lo instruye. Y del viento dice: Percibes su rumor, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Cuando dice: Sopla donde quiere, no significa que el viento escoja moverse a su voluntad, sino únicamente significa su ímpetu natural y su fuerza, que sin impedimento se desarrolla. Porque suele la Escritura hablar así aun de las cosas inanimadas, como cuando dice: Sometida está la creación a la vanidad no de grado. De manera que con aquello de: Sopla donde quiere, significa que no se le puede detener y que por todas partes se difunde y que nadie puede impedir que vaya a una parte o a otra; y que con gran fuerza se expande, sin que pueda nadie reprimir su violencia.

Y escuchas su rumor; es decir su sonido y estrépito. Pero no sabes de dónde viene o a dónde va. Igual sucede con aquel que ha nacido del Espíritu. Esta es una consecuencia, como si dijera: si no puedes explicar el ímpetu del viento que percibes con los sentidos -es a saber el oído y el tacto-, ni cuál sea su camino ¿por qué con vana curiosidad examinas la operación del Espíritu Santo cuando no comprendes el ímpetu del viento a pesar de que oyes su rumor? Porque ese: Sopla donde quiere, se dice también del Paráclito, y debe explicarse del modo siguiente: si el viento nada puede impedirlo, sino que se encamina a donde quiere, mucho menos podrán impedir la operación del Espíritu Santo ni leyes algunas naturales, ni los modos y límites de las generaciones humanas corporales ni otra cosa alguna semejante.

Por otra parte, es claro que aquello: Escuchas su rumor, se dice del viento, lo cual se ve bien, porque indudablemente a un infiel que no conoce la operación del Espíritu Santo se le puede decir: Escuchas su rumor. De manera que así como el viento no se ve aun cuando produzca rumor, así tampoco la generación espiritual se percibe con los ojos corporales. Sucede esto, porque el viento es cuerpo, aunque sea levísimo; pues lo que cae bajo el dominio de los sentidos necesariamente es cuerpo. Entonces, si no llevas a mal el no ver ese cuerpo ni niegas por eso su existencia ¿por qué te conturbas y exiges tantos argumentos cuando se trata del Espíritu y no haces lo mismo cuando se trata de una cosa corporal?

¿Qué responde Nicodemo? Permanece aún en la debilidad judía a pesar del ejemplo tan claro que se le ha dado. Y como aún dudando dijera: ¿Cómo puede ser eso?, Cristo le responde con vehemencia: ¿Tú eres maestro en Israel y no sabes esto? Advierte cómo nunca lo acusa Cristo de malicia, sino de necedad y simplicidad. Preguntará alguno: pero ¿es que estas cosas tienen algo de común con las doctrinas judías? Por mi parte yo pregunto: ¿qué es lo que tienen de no común? La formación del primer hombre y aun la de la mujer sacada del costado de Adán; y el caso de las estériles; y los milagros obrados mediante las aguas (por ejemplo en la fuente en donde Eliseo hizo notar el hierro) y en el Mar Rojo que atravesaron los judíos; y en la piscina donde el ángel agitaba las aguas; y lo referente al leproso Naamán el sirio que se lavó en el Jordán y quedó limpio; todas estas cosas, repito, precedían como en figura la futura generación espiritual y purificación; así como también la daban a entender los dichos de los profetas.

Por ejemplo: Se hablará del Señor a la edad venidera; se anunciará su justicia al pueblo que está por nacer, al que el Señor hizoj Y aquello otro: Se renovará tu juventud como el águila. Y también: Resplandece, oh Jerusalén: He aquí tu Rey que viene. Y además: Dichosos los que son perdonados de sus culpas. Isaac fue también figura de esta regeneración. Porque, dime oh Nicodemo: ¿cómo nació Isaac? ¿acaso conforme a las leyes de la naturaleza? ¡De ningún modo! Entonces sin duda que existió él como algo intermedio entre esta generación y aquella otra: aquélla fue por coito, mientras que esta otra no fue por la sangre.

Pero voy a demostrar que no solamente esa generación, sino también la de la Virgen fue predicha de la misma manera. Puesto que nadie creería fácilmente que una virgen diera a luz, por eso dieron a luz las estériles y luego no sólo las estériles, sino también las ancianas. Aunque a decir verdad, todavía es más admirable que de una costilla se formara una mujer. Pero como este último caso era antiquísimo, vino luego el más reciente en ese otro nuevo modo de dar a luz, o sea, el de las estériles que precedió al parto virginal de María y lo hizo creíble. Recordándolo Cristo a Nicodemo le decía: Tú eres maestro en Israel ¿y no sabes estas cosas? Nosotros hablamos lo que sabemos y testificamos lo que hemos visto; pero nadie acepta nuestro testimonio. Esto dijo Cristo terminando por aquí la conversación y al mismo tiempo atemperándose a la debilidad de su oyente.

Pero ¿qué significa: Nosotros hablamos lo que sabemos y testificamos lo que hemos visto? Es que cuando queremos persuadir una cosa, como sobre todo la vista más que los otros sentidos hace fe, solemos expresarnos así: No lo hemos oído, sino que lo hemos visto. Cristo habla, pues, así a Nicodemo, acomodándose al modo y costumbre humana, y por aquí hace creíbles sus asertos. Que esto sea así y que no quiera significar otra cosa, ni se refiera al sentido material de la vista, se ve claro por aquí. Pues habiendo dicho: Lo que ha nacido de la carne, carne es; y lo que ha nacido del Espíritu es espíritu, continuó: Nosotros hablamos lo que sabemos y testificamos lo que hemos visto. Ahora bien, el ver la operación de la generación espiritual no había sucedido. Entonces ¿cómo dice: Lo que hemos visto? Es evidente que se refiere a un conocimiento exacto y que no puede equivocarse. Pero nadie acepta nuestro testimonio. De manera que ese: Hablamos lo que sabemos o lo dice de sí solamente o de sí y del Padre. Y lo de: Nadie acepta nuestro testimonio no es expresión de quien lleva muy a mal una cosa, sino simplemente de quien refiere un hecho.

¿Por qué no dijo: quién habrá más insensible que vosotros, pues no admitís lo que nosotros con tan gran exactitud os anunciamos? No se expresa así, sino que en hechos y palabras manifiesta toda mansedumbre. Con palabras mansas predice lo que va a suceder; enseñándonos, también por aquí, suma mansedumbre; para que cuando hablamos con algunos y no logramos persuadirlos, no nos indignemos. Quien se indigna nada suele lograr, sino más bien apartar de dársele fe. Conviene por lo tanto abstenerse de la ira. Y esto que decimos de abstenernos de la ira para alcanzar que se nos dé fe, se entiende también de los gritos. Al fin y al cabo, el clamor suministra materia a la ira. Reprimamos el corcel para poder derribar al jinete; cortemos a la ira sus alas, para que no se acreciente el daño. Recia enfermedad es la ira y tal que puede robar y destrozar nuestras almas.

Conviene, pues, cerrarle por todas partes la entrada. Cosa absurda sería que podamos amansar las fieras y en cambio descuidemos nuestra alma cuando se vuelve furiosa. Fuego vehemente es la ira, que todo lo consume: destroza el cuerpo, derriba el alma y torna al hombre desagradable y de fea catadura. Si el hombre irritado se pudiera ver a sí mismo, no necesitaría de otra alguna advertencia y admonición. Porque nada hay más desagradable que el aspecto de un hombre irritado. La ira es un género de embriaguez. Más aún, es peor que la embriaguez y más mísera que un demonio. Si procuramos abstenernos de los gritos y clamores, encontraremos un excelente camino para la moderación y la virtud. Por tal motivo Pablo ordena evitar no únicamente la ira sino también los clamores: Se destierre de entre vosotros la ira y clamor Obedezcamos a semejante maestro de toda virtud. Y cuando sintamos ira contra nuestros siervos, recordemos nuestros pecados y avergoncémonos de la mansedumbre de los mismos sirvientes. Cuando tú los cargas de ultrajes, ellos los soportan en silencio: precedes tú vergonzosamente, mientras ellos ejercitan la virtud. ¡Ten en cuenta esto! Es para ti como una admonición. Aun cuando el otro sea un siervo, pero al fin y al cabo es un hombre dotado de un alma inmortal y ha sido honrado por el común Señor de todos con los mismos dones que tú. Ahora bien: si por esas cosas espirituales y de más alta estima es igual a nosotros, y sólo por una prerrogativa tuya humana -y vil por cierto- sobrelleva tan mansamente nuestras injurias ¿de qué perdón, de qué excusa seremos dignos nosotros que ni por el temor de Dios podemos, o mejor dicho, no queremos ser virtuosos, como el siervo lo es por temor a nosotros?

Pensando y meditando estas cosas en nuestro interior, y cayendo en la cuenta de nuestros pecados, y entendiendo la comunidad de naturaleza que con los siervos nos une, empeñémonos en hablar siempre con mansedumbre en todas partes; para que así, hechos humildes de corazón, encontremos la paz para nuestras almas: así la paz presente como la futura. Ojalá todos la consigamos, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, al cual, juntamente con el Padre y el Espíritu Santo, sea la gloria, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.




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HOMILÍA XXVII (XXVI)

Si al hablaros cosas de la tierra no me creéis ¿cómo me creeréis cuando os hable de las celestes? Nadie ha subido al cielo, sino el que ha bajado del Cielo: el Hijo del hombre, el cual está en el cielo (Jn 3,12-13).

REPETIRÉ ahora lo que muchas veces tengo dicho, y no me cansaré de repetirlo. ¿Qué es lo que tengo dicho? Que Jesús, teniendo que hablar de cosas sublimes, con frecuencia se acomoda a la debilidad de los oyentes y usa expresiones inferiores a lo que pide su propia dignidad. Una sentencia sublime y profunda, aunque solamente se profiera una vez, es suficiente para declararnos la dignidad de Cristo, en cuanto nosotros podemos alcanzarla. Pero las sentencias más ordinarias y vulgares, y que más se acercan a la inteligencia de los oyentes, que aún se arrastran por el suelo, si no se repiten constantemente no se las captaría ni los conducirían a las cosas que son más sublimes. Por tal motivo Cristo dijo muchas más sentencias vulgares que no las sublimes y altísimas. Mas, para que no se fuera a seguir otro mal, que era el retener al discípulo en lo terreno, Cristo no profiere esas sentencias ordinarias sino proponiendo al mismo tiempo el motivo. Como lo hizo en este caso.

Porque habiendo hablado del bautismo y de la generación que tiene efecto por virtud de la gracia -generación arcana y misteriosa-, como quisiera explicar semejante generación arcana e inefable, sin embargo omítelo y da la razón de omitirlo. ¿Cuál es? La rudeza y debilidad de los oyentes que enseguida dio a entender con estas palabras: Si al hablaros de las cosas de la tierra no me creéis ¿cómo me creeréis cuando os hable de las celestes? En consecuencia, cuando se baja a decir cosas ordinarias y modestas, es necesario atribuirlo a la debilidad de los oyentes.

Piensan algunos que en este pasaje cosas de la tierra es una referencia al aire, como si dijera Cristo: Si os puse un ejemplo de lo de acá abajo y sin embargo no habéis creído ¿cómo podéis creer en las cosas que son más elevadas? Pero no. No te extrañes de que aquí al bautismo lo llame cosa de la tierra. Lo llama así o porque confiérese en la tierra o por comparación con la eterna y escalofriante generación de El mismo. Pues aun cuando esta generación por el bautismo sea celeste, si se compara con la otra generación de la substancia del Padre, puede bien llamarse terrena. Y con razón no dijo: no entendéis, sino: No creéis. Pues a quien se niega a creer lo que puede percibirse por los sentidos, razonablemente se le achaca a necedad; pero si alguno no admite lo que no percibe la mente, sino sólo la fe, a éste noi se le achaca a necedad sino a incredulidad. De modo que para apartarlo de andar buscando raciocinios para comprender lo que se le dice, se le ataca con alguna mayor vehemencia y se le acusa de incrédulo.

Ahora bien, si esa generación nuestra no puede admitirse si no es mediante la fe ¿de qué suplicio no serán dignos los incrédulos que andan vanamente inquiriendo el modo de la generación del Unigénito? Quizá diga alguno: Mas ¿para qué se dijo todo eso si al fin y al cabo los oyentes no habían de creer? Pues se dijo porque aún cuando ellos no habían de creer, pero los hombres que luego iban a venir, sacarían provecho de lo dicho por Cristo. Por tal motivo El, acometiendo a Nicodemo con alguna mayor vehemencia, le declara lo que El sabe, no solamente lo dicho, sino otras muchas cosas y más sublimes aún. Y se lo manifiesta al proseguir diciendo: Nadie ha subido al Cielo, sino el que bajó del Cielo; el Hijo del hombre que está en el Cielo.

Preguntarás: pero ¿cuál es aquí la consecuencia? Estrechísima y muy de acuerdo con lo dicho antes. Nicodemo le había dicho a Cristo: Sabemos que eres maestro enviado por Dios. Cristo lo corrige, como si le dijera: No pienses que yo soy uno de tantos maestros, al modo de los profetas, que eran de acá de la tierra. Porque yo vengo del Cielo. Ninguno de los profetas subió allá al Cielo; pero yo habito en el Cielo. ¿Adviertes cómo aun lo que parece en extremo sublime es indigno de la sublimidad de Cristo? Porque no está solamente en el Cielo sino en todas partes y todo lo llena. Sin embargo, aun aquí se acomoda a la debilidad del oyente, con el objeto de irlo elevando poco a poco. No llamó aquí Hijo del hombre a su humanidad; sino que, por así decirlo, se dio nombre a Sí todo, partiendo de la substancia inferior y más humilde. Suele Cristo llamarse de esta manera, unas veces a Sí todo, por su divinidad; otras, por su humanidad.

Y así como Moisés enarboló la serpiente en el desierto, así es menester que sea levantado el Hijo del hombre en alto. También esta expresión parece no concordar con lo anterior; y sin embargo perfectamente concuerda. Pues habiendo dicho Jesús que por el bautismo se ha conferido a los hombres el máximo beneficio, añade aquí el motivo y causa de ese beneficio, que es no menor que el mismo beneficio; o sea la cruz. También Pablo escribiendo a los de Corinto, junta ambos beneficios cuando dice: ¿Acaso Pablo fue crucificado por vosotros? ¿o habéis sido bautizados en el nombre de Pablo? Es porque estos dos beneficios de modo especialísimo demuestran su amor: el haber padecido por quienes eran enemigos y el haber concedido mediante el bautismo el perdón total de los pecados.

Mas ¿por qué no dijo abiertamente que sería crucificado, sino que remitió a los oyentes a aquella antigua figura? En primer lugar para que aprendieran la conexión y parentesco que hay entre el Antiguo Testamento y el Nuevo; y cayeran en la cuenta de que estas cosas nuevas no habían sido desestimadas en aquellas antiguas. En segundo lugar para que entiendas que El no fue a la muerte contra su voluntad. En tercer lugar, para que supieras que eso no le causaría daño alguno, y en cambio de ahí se preparaba para muchos la salvación.

Nos lleva a la historia antigua, para que nadie vaya a decir: ¿Cómo puede ser eso de que quienes creen en el crucificado obtienen la salvación, cuando él mismo fue arrebatado por la muerte? Si los judíos mirando a la serpiente de bronce, que era la figura, evitaban la muerte, con mayor razón los que creen en el crucificado gozarán de un beneficio mayor. No sucedió eso porque el crucificado fuera menos poderoso o los judíos fueran gente superior; sino que porque Dios amó al mundo fue crucificado ese su Templo vivo. Para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga la vida eterna. Advierte el motivo de la cruz y de la salvación de ahí originada. ¿Adviertes cómo consuena la figura con la realidad? Allá en el desierto los judíos evitaban la muerte, pero era la muerte temporal; acá los fieles evitan la muerte, pero la eterna. Allá la serpiente suspendida de un palo curaba las mordeduras de las serpientes. Acá Jesús crucificado curaba las llagas causadas por el dragón infernal. Allá quien veía a la serpiente con sus ojos corporales se curaba; acá quien ve con los ojos de la mente se libra de todos sus pecados. Allá era bronce el que modelado en forma de serpiente pendía de un palo; acá pende de la cruz el cuerpo del Señor modelado por el Espíritu Santo. Allá la serpiente mordía y la serpiente curaba; acá la muerte mató y la muerte dio la vida. Pero la serpiente que allá mataba tenía veneno; mientras que acá el que salvaba no lo tenía.

Lo mismo puede verse por otro camino. La muerte que mataba contenía pecado, como la serpiente que mordía tenía veneno. En cambio, la muerte del Señor estaba libre de todo pecado, del mismo modo que la serpiente de bronce no tenía veneno. Porque dice la Escritura: El cual no hizo pecado ni se halló dolo en su boca. Es lo que significó Pablo al decir: Y habiendo despojado de sus derechos a los Principados y Potestades, los exhibió públicamente a la vista de todos, formando con ellos un cortejo triunfal. Así como cuando el atleta valeroso toma a su adversario y lo levanta de la tierra y luego lo estrella, es cuando logra la más brillante victoria, así también Cristo, a la vista de todo el orbe echó por tierra a las Potestades adversas; y a los que en la soledad del desierto habían sido heridos, El, suspendido en la cruz, los libró de todas las fieras. Pero no dijo: Conviene que sea suspendido, sino que sea exaltado, levantado. Es lo que parecía más tolerable en gracia de Nicodemo que lo escuchaba; y lo dijo Cristo acercándose así más a la figura de bronce.

Pues tanto amó Dios al mundo, que le dio su propio Hijo Unigénito, a fin de que todo el que crea en El no perezca, sino que obtenga la vida eterna. Como si le dijera: No te espantes de que sea exaltado para que vosotros consigáis la vida eterna. Pues así lo ha querido el Padre; y os ha amado tanto que, para salvar a los siervos, entregó a su Hijo; y a lo verdad, por siervos malagradecidos, cosa que nadie hace ni aun por sus amigos: Pues por el justo quizá alguno moriría. Pablo usó de más largo discurso, porque predicaba a los fieles; Cristo lo usó más breve, pues hablaba con sólo Nicodemo; pero lo hizo con mayor énfasis, como se ve en cada una de sus palabras.

En efecto. Al decir: Tarito amó y también: Dios al mundo, se significa un amor inmenso. Al fin y al cabo, la diferencia también era grande o por mejor decir inmensa. El Ser inmortal y sin principio, la grandeza infinita, a los formados de ceniza y polvo, a los cargados de culpas sin número, a los que continuamente lo ofendían y le eran desagradecidos, a ésos, lo repito, los amó. Lo que luego sigue lleva igual vehemencia, pues añadió: Que entregó a su propio Hijo. Es decir no a un siervo, no a un ángel ni a un arcángel. Nadie jamás demostró semejante cariño, ni aun tratándose de su propio hijo, como Dios tratándose de siervos malagradecidos.

De modo que aunque no abiertamente, predice su Pasión; en cambio sí predice claramente los frutos de su Pasión. Pues continúa: Para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga la vida eterna. Pues había dicho que sería exaltado, dando a entender su muerte, para que semejantes palabras no entristecieran al oyente, y para que no fuera a pensar de El algo simple y meramente humano, y creyera que la muerte sería el fin de la existencia de Cristo, advierte cómo atempera todo cuando dice que el Padre entregó a su Hijo, causador de vida y vida eterna. Por cierto que quien iba a dar a otros la vida mediante su muerte, sin duda que no permanecería mucho tiempo en manos de la muerte.

Si quienes creen en el crucificado no perecen, mucho menos perecerá el mismo crucificado. Quien aparta de otros la destrucción, con mucha mayor razón él mismo está libre de la destrucción. Quien es poderoso para dar a otros la vida, mucho mejor se la dará a sí mismo. ¿Adviertes cómo en todo esto y en todas partes es necesaria la fe? Dice que la cruz es fuente de vida. Esto la razón no lo admite fácilmente. Testigos son de esto los gentiles actuales, que se ríen y burlan. Pero la fin, que está por encima de la debilidad de la razón, con toda facilidad lo admite y lo sostiene. Mas ¿por qué motivo amó Dios tantísimo al mundo? ¡No hay otro sino su bondad! Pues ¡que nos avergüence caridad tan eximia! ¡que nos dé vergüenza tan eximia y excesiva bondad! El para salvarnos no perdonó a su Hijo Unigénito; y en cambio nosotros nos mostramos tacaños con nuestros dineros, para daño nuestro. El entregó por nosotros a su Hijo Unigénito y nosotros ni nuestra plata entregamos para su servicio; y lo que peor es, ni siquiera lo hacemos para utilidad nuestra. ¿Qué perdón merece esto? Si vemos que un hombre afronta en nuestro favor los peligros y aun la muerte, lo estimamos en más que todo y lo contamos entre nuestros más íntimos amigos y ponemos en sus manos todos nuestros haberes, y afirmamos que más son suyos que nuestros; y ni aun así pensamos que dignamente lo recompensamos.

En cambio, para con Cristo ni siquiera ese agradecimiento demostramos. El dio su vida por nosotros; por nosotros derramó su sangre preciosa; por nosotros, lo repito, que no éramos buenos y ni siquiera benévolos y amigos. En cambio nosotros aun para utilidad propia no gastamos nuestros dineros; pues, al contrario, al ver a quien murió por nosotros que anda desnudo y peregrino, lo despreciamos. ¿Quién nos librará del futuro castigo? Si no fuera Dios quien nos ha de castigar, sino nosotros mismos ¿acaso no sentenciaríamos en contra nuestra? ¿Acaso no nos condenaríamos nosotros mismos a la gehenna por haber despreciado a quien dio su vida por nosotros, cuando lo vimos acabado por el hambre?

Mas ¿para qué referirme a los dineros? Si mil vidas tuviéramos ¿acaso no convendría perderlas todas por él? Pero aun así, nada habríamos hecho digno de beneficio tan enorme. Pues quien se adelanta a hacer el beneficio demuestra su bondad; mientras que el beneficiado, dé lo que dé, no hace favor, sino que paga una deuda. Sobre todo si el que se adelanta a hacer el beneficio lo otorga a quienes son sus enemigos; y el que trata de pagarlo, paga al bienhechor con dones que a su vez disfruta de mano del bienhechor.

Y sin embargo, con nada de esto nos conmovemos; y somos hasta tal punto desagradecidos que adornamos y vestimos de oro a los criados, los mulos, los caballos; mientras que al Señor nuestro, que vaga desnudo, que mendiga de puerta en puerta, que se presenta de pie en la calle extendiendo su mano, lo despreciamos y con frecuencia aun le dirigimos torvas miradas; y esto a pesar de que El se sujeta a semejantes miserias por nuestro bien. De buena gana sufre hambre para que tú te alimentes; va desnudo para lograrte el vestido de la inmortalidad.

Y a pesar de todo, no le dais nada, mientras vuestros vestidos andan unos roídos de la polilla, otros yacen en un arcón, y no son en su conjunto sino cuidados superfluos para sus poseedores. Entre tanto, aquel mismo que te proporcionó todas las cosas anda desprovisto de vestido. ¿Argüiréis que no los guardáis en el arcón, sino que vais magníficamente vestidos?

Pues bien, yo pregunto: ¿qué ganancias os vienen con eso? ¿Qué os contemplen los que gustan de estar en el foro? Y ¿qué vale esa turba? Porque no admiran al que va así vestido, sino al que socorre a los necesitados. En consecuencia, si quieres que te admiren, viste a otros y recibirás infinitos aplausos. Entonces te alabarán juntamente Dios y los hombres. Por el contrario, si procedes de otro modo, nadie te alabará y todos te envidiarán, al ver tu cuerpo adornado pero descuidada tu alma.

Ornato semejante es el que se procuran las meretrices, las cuales a veces llevan vestidos más ricos y más resplandecientes. El ornato del alma sólo se encuentra en los que cultivan la virtud. Con frecuencia repito esto y no cesaré de repetirlo, por el cuidado que tengo, más que de los pobres, de vuestras almas. Les pobres, si no de vosotros, de otros tal vez obtendrán auxilio y consuelo; y si no lo obtienen y perecen de hambre, no será eso para ellos un daño mayor. ¿En qué dañó a Lázaro la pobreza? ¿en qué el hambre? En cambio, a vosotros nada os podrá sacar de la gehenna, si no os ayudáis del auxilio de los pobres; sino que tendremos que decir lo mismo que el rico Epulón echado al fuego y sin alivio alguno.

Pero no, ¡lejos que alguno de vosotros oiga semejantes palabras jamás! Haga el Señor que todos sean recibidos en el seno de Abrahán, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, por el cual y con el cual sea al Padre, juntamente con el Espíritu Santo, la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

LXXXIII



Crisostomo Ev. Juan 25