Crisostomo Ev. Juan 28

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HOMILÍA XXVIII (XXVII)

Pues no envió Dios su Hijo al mundo para que condene al mundo, sino para que el mundo sea salvado por El (Jn 3,17).

MUCHOS de los que son más desidiosos, abusando de la divina clemencia, para multiplicar sus pecados y acrecentar su pereza, se expresan de este modo: No existe el infierno; no hay castigo alguno; Dios perdona todos los pecados. Cierto sabio les cierra la boca diciendo No digas: Su compasión es grande. El me perdonará la multitud de mis pecados. Porque en El hay misericordia, pero también hay cólera y en los pecadores desahoga su furor. Y también: Tan grande como su misericordia es su severidad.

Dirás que en dónde está su bondad si es que recibiremos el castigo según la magnitud de nuestros pecados. Que recibiremos lo que merezcan nuestras obras, oye cómo lo testifican el profeta y Pablo: Tú darás a cada uno conforme a sus obras; y Pablo: El cual retribuirá a cada uno según sus obras A Ahora bien, que la clemencia de Dios sea grande se ve aun por aquí: que dividió la duración de nuestra vida en dos partes; una de pelea y otra de coronas. ¿Cómo se demuestra esa clemencia? En que tras de haber nosotros cometido infinitos pecados y no haber cesado de manchar con crímenes nuestras almas desde la juventud hasta la ancianidad, no nos ha castigado, sino que mediante el baño de regeneración nos concede el perdón; y más aún, nos da la justicia de la santificación.

Instarás: mas si alguno participó en los misterios desde su primera edad, pero luego cayó en innumerables pecados ¿qué? Ese tal queda constituido reo de mayores castigos. Porque no sufrimos iguales penas por iguales pecados, sino que serán mucho más graves si después de haber sido iniciados nos arrojamos a pecar. Así lo indica Pablo con estas palabras: Quien violó la ley de Moisés, irremisiblemente es condenado a muerte, bajo la deposición de dos o tres testigos. Pues ¿de cuánto mayor castigo juzgáis que será merecedor el que pisoteó al Hijo de Dios y profanó deliberadamente la sangre de la alianza con que fue santificado y ultrajó al Espíritu de la gracia?

Para este tal Cristo abrió las puertas de la penitencia y le dio muchos medios de lavar sus culpas, si él quiere. Quiero yo que ponderes cuán firme argumento de la divina clemencia es el perdonar gratuitamente; y que tras de semejante favor no castigue Dios al pecador con la pena que merecía, sino que le dé tiempo de hacer penitencia. Por tal motivo Cristo dijo a Nicodemo: No envió Dios su Hijo al mundo para que condene al mundo, sino para que el mundo sea salvado por El. Porque hay dos venidas de Cristo: una que ya se verificó; otra que luego tendrá lugar. Pero no son ambas por el mismo motivo. La primera fue no para condenar nuestros crímenes, sino para perdonarlos; la segunda no será para perdonarlos sino para juzgarlos. Por lo cual de la primera dice: Yo no he venido para condenar al mundo, sino para salvarlo. De la segunda dice: Cuando venga el Hijo del Hombre en la gloria de su Padre, separará las ovejas a la derecha y los cabritos a la izquierda. E irán unos a la vida, otros al eterno suplicio Sin embargo, también la primera venida era para juicio, según lo que pedía la justicia. ¿Por qué? Porque ya antes de esa venida existía la ley natural y existieron los profetas y también la ley escrita y la enseñanza y mil promesas y milagros y castigos y otras muchas cosas que podían llevar a la enmienda. Ahora bien: de todo eso era necesario exigir cuentas. Pero como El es bondadoso, no vino a juzgar sino a perdonar. Si hubiera entrado en examen y juicio, todos los hombres habrían perecido, pues dice: Todos pecaron y se hallan privados de la gloria de Dios. ¿Adviertes la suma clemencia?

El que cree en el Hijo no es condenado. Mas quien no cree, queda ya condenado. Dirás: pero, si no vino para condenar al mundo ¿cómo es eso de que el que no cree ya queda condenado? Porque aún no ha llegado el tiempo del juicio. Lo dice o bien porque la incredulidad misma sin arrepentimiento ya es un castigo, puesto que estar fuera de la luz es ya de por sí una no pequeña pena; o bien como una predicción de lo futuro. Así como el homicida, aun cuando aún no sea condenado por la sentencia del juez, está ya condenado por la naturaleza misma de su crimen, así sucede con el incrédulo.

Adán desde el día en que comió del árbol quedó muerto; porque así estaba sentenciado: En el día en que comiereis del árbol, moriréis. Y sin embargo, aún estaba vivo. ¿Cómo es pues que ya estaba muerto? Por la sentencia dada y por la naturaleza misma de su pecado. Quien se hace reo de castigo, aunque aún no esté castigado en la realidad, ya está bajo el castigo a causa de la sentencia dada. Y para que nadie, al oír: No he venido a condenar al mundo, piense que puede ya pecar impunemente y se tome más desidioso, quita Cristo ese motivo de pereza añadiendo: Ya está juzgado. Puesto que aún no había llegado el juicio futuro, mueve a temor poniendo por delante el castigo. Y esto es cosa de gran bondad: que no sólo entregue su Hijo, sino que además difiera el tiempo del castigo, para que pecadores e incrédulos puedan lavar sus culpas.

Quien cree en el Hijo no es condenado. Dice el que cree, no el que anda vanamente inquiriendo; el que cree, no el que mucho escruta. Pero ¿si su vida está manchada y no son buenas sus obras? Pablo dice que tales hombres no se cuentan entre los verdaderamente creyentes y fieles: Hacen profesión de conocer a Dios, mas reniegan de El con sus obras? Por lo demás, lo que aquí declara Cristo es que no se les condena por eso, sino que serán más gravemente castigados por sus culpas; y que la causa de su infidelidad consistió en que pensaban que no serían castigados.

¿Adviertes cómo habiendo comenzado con cosas terribles, termina con otras tales? Porque al principio dijo: El que no renaciere de agua y Espíritu, no entrará en el reino de Dios; y aquí dice: El que no cree en el Hijo ya está condenado. Es decir: no pienses que la tardanza sirve de algo al que es reo de pecados, a no ser que se arrepienta y enmiende. Porque el que no crea en nada difiere de quienes están ya condenados y son castigados. La condenación está en esto: vino la Luz al mundo y los hombres prefirieron las tinieblas a la Luz. Es decir que se les castiga porque no quisieron abandonar las tinieblas y correr hacia la Luz. Con estas palabras quita toda excusa. Como si les dijera: Si yo hubiera venido a exigir cuentas e imponer castigos, podrían responder que precisamente por eso me huían. Pero no vine sino para sacarlos de las tinieblas y acercarlos a la luz. Entonces ¿quién será el que se compadezca de quien rehúsa salir de las tinieblas y venir a la luz? Dice: Siendo así que no se me puede reprochar, sino al revés, pues los he colmado de beneficios, sin embargo se apartan de mí.

Por tal motivo en otra parte dice, acusándolos: Me odiaron de valde; y también: Si no hubiera venido y no les hubiera hablado no tendrían pecado! Quien falto de luz permanece sentado en las tinieblas, quizá alcance perdón; pero quien a pesar de haber llegado la luz, permanece sentado en las tinieblas, da pruebas de una voluntad perversa y contumaz. Y luego, como lo dicho parecía increíble a muchos?-puesto que no parece haber quien prefiera las tinieblas a la luz-, pone el motivo de hallarse ellos en esa disposición. ¿Cuál es? Dice: Porque sus obras eran perversas. Y todo el que obra perversamente odia la luz y no se llega a la luz para que no le echen en rostro sus obras.

Ciertamente no vino Cristo a condenar ni a pedir cuentas, sino a dar el perdón de los pecados y a donarnos la salvación mediante la fe. Entonces ¿por qué se le apartaron? Si Cristo se hubiera sentado en un tribunal para juzgar, habrían tenido alguna excusa razonable; pues quien tiene conciencia de crímenes suele huir del juez; en cambio suelen correr los pecadores hacia aquel que reparte perdones. De modo que habiendo venido Cristo a perdonar, lo razonable era que quienes tenían conciencia de infinitos pecados, fueran los que principalmente corrieran hacia El, como en efecto muchos lo hicieron. Pecadores y publicanos se le acercaron y comían con El.

Entonces ¿qué sentido tiene el dicho de Cristo? Se refiere a los que totalmente se obstinaron en permanecer en su perversidad. Vino El para perdonar los pecados anteriores y asegurarlos contra los futuros. Mas como hay algunos en tal manera muelles y disolutos y flojos para soportar los trabajos de la virtud, que se empeñan en perseverar en sus pecados hasta el último aliento y jamás apartarse de ellos, parece ser que a éstos es a quienes fustiga y acomete. Como el cristianismo exige juntamente tener la verdadera doctrina y llevar una vida virtuosa, temen, dice Jesús, venir a Mí porque no quieren llevar una vida correcta.

A quien vive en el error de los gentiles, nadie lo reprenderá por sus obras, puesto que venera a semejantes dioses y celebra festivales tan vergonzosos y ridículos como lo son los dioses mismos; de modo que demuestra obras dignas de sus creencias. Pero quienes veneran a Dios, si viven con semejante desidia, todos los acusan y reprenden: ¡tan admirable es la verdad aun para los enemigos de ella! Advierte, en consecuencia, la exactitud con que Jesús se expresa. Pues no dice: el que obra mal no viene a la luz; sino el que persevera en el mal; es decir, el que quiere perpetuamente enlodarse y revolcarse en el cieno del pecado, ese tal rehúsa sujetarse a mi ley. Por lo mismo se coloca fuera de ella y sin freno se da a la fornicación y practica todo cuanto está prohibido. Pues si se acerca, le sucede lo que al ladrón, que inmediatamente queda al descubierto. Por tal motivo rehuye mi imperio.

A muchos gentiles hemos oído decir que no pueden acercarse a nuestra fe porque no pueden abstenerse de la fornicación, la embriaguez y los demás vicios. Entonces ¿qué?, dirás. ¿Acaso no hay cristianos que no viven bien y gentiles que viven virtuosamente? Sé muy bien que hay cristianos que cometen crímenes; pero que haya gentiles que vivan virtuosamente, no me es tan conocido. Pero no me traigas acá a los que son naturalmente modestos y decentes, porque eso no es virtud. Tráeme a quienes andan agitados de fuertes pasiones y sin embargo viven virtuosamente. ¡No lo lograrás!

Si la promesa del reino, si la conminación de la gehenna y otros motivos parecidos apenas logran contener al hombre en el ejercicio de la virtud, con mucha mayor dificultad podrán ejercitarla los que en nada de eso creen. Si algunos simulan la virtud, lo hacen por vanagloria; y en cuanto puedan quedar ocultos ya no se abstendrán de sus deseos perversos y sus pasiones. Pero, en fin, para no parecer rijosos, concedamos que hay entre los gentiles algunos que viven virtuosamente. Esto en nada se opone a nuestros asertos. Porque han de entenderse de lo que ordinariamente acontece y no de lo que rara vez sucede. Mira cómo Cristo, también por este camino, les quita toda excusa. Porque afirma que la Luz ha venido al mundo. Como si dijera: ¿acaso la buscaron? ¿acaso trabajaron para conseguirla? La Luz vino a ellos, pero ellos ni aun así corrieron hacia ella.

Pero como pueden oponernos que también hay cristianos que viven mal, les contestaremos que no tratamos aquí de los que ya nacieron cristianos y recibieron de sus padres la auténtica piedad; aun cuando luego quizá por su vida depravada hayan perdido la fe. Yo no creo que aquí se trate de éstos, sino de los gentiles y judíos que debían haberse convertido a la fe verdadera. Porque declara Cristo que ninguno de los que viven en el error quiere acercarse a la fe, si no es que primeramente se imponga un método de vida correcto; y que nadie permanecerá en la incredulidad, si primero no se ha determinado a permanecer en la perversidad. Ni me alegues que, a pesar de todo, ese tal es casto y no roba, porque la virtud no consiste en solas esas cosas. ¿Qué utilidad saca ése de practicar tales cosas pero en cambio anda ambicionando la vana gloria y por dar gusto a sus amigos permanece en el error? Es necesario vivir virtuosamente. El esclavo de la vanagloria no peca menos que el fornicario. Más aún: comete pecados más numerosos y mucho más graves. ¡Muéstrame entre los gentiles alguno libre de todos los pecados y vicios! ¡No no lograrás!

Los más esclarecidos de entre ellos; los que despreciaron las riquezas y los placeres del vientre, según se cuenta fueron los que especialísimamente se esclavizaron a la vana gloria: esa que es causa de todos los males. Así también los judíos perseveraron en su maldad. Por lo cual reprendiéndolos les decía Jesús: ¿Cómo podéis creer vosotros que captáis la gloria unos de otros? ¿Por qué a Natanael, al cual anunciaba la verdad, no le habló en esta forma ni usó con él de largos discursos? Porque Natanael no se le había acercado movido de semejante anhelo de gloria vana. Por su parte Nicodemo pensaba que debía acercarse e investigar; y el tiempo que otros gastan en el descanso él lo ocupó en escuchar la enseñanza del Maestro. Natanael se acercó a Jesús por persuasiones de otro. Sin embargo, tampoco prescindió en absoluto de hablarle así, pues le dijo: Veréis los Cielos abiertos y a los ángeles de Dios subir y bajar el servicio del Hijo del hombre. A Nicodemo no le dijo eso, sino que le habló de la Encarnación y de la vida eterna, tratando con cada uno según la disposición de ellos.

A Natanael, puesto que conocía los profetas y no era desidioso, le bastaba con oír aquello. Pero a Nicodemo, que aún se encontraba atado por cierto temor, no le revela al punto todas las cosas, sino que va despertando su mente a fin de que excluya un temor mediante otro temor; diciéndole que quien no creyere será condenado y que el no creer proviene de las malas pasiones. Y pues tenía Nicodemo en mucho la gloria de los hombres y la estimaba más que el ser castigado -pues dice Juan: Muchos de los principales creyeron en El, pero por temor a los judíos no se atrevían a confesarlo-, lo estrecha por este lado y le declara no ser posible que quien no cree en El no crea por otro motivo sino porque lleva una vida impura. Y más adelante dijo: Yo soy la luz. Pero aquí solamente dice: La Luz vino al mundo. Así procedía: al principio hablaba más oscuramente; después lo hacía con mayor claridad. Sin embargo, Nicodemo se encontraba atado a causa de la fama entre la multitud y por tal motivo no se manejaba con la libertad que convenía.

Huyamos, pues, de la gloria vana, que es el más vehemente de todos los vicios. De él nacen la avaricia, el apego al dinero, los odios y las guerras y las querellas. Quien mucho ambiciona ya no puede tener descanso. No ama las demás cosas en sí mismas, sino por el amor a la propia gloria. Yo pregunto: ¿por qué muchos despliegan ese fausto en escuadrones de eunucos y greyes de esclavos? No es por otro motivo sino para tener muchos testigos de su importuna magnificencia. De modo que si este vicio quitamos, juntamente con esa cabeza acabaremos también con sus miembros, miembros de la iniquidad; y ya nada nos impedirá que habitemos en la tierra como si fuera en el Cielo.

Porque ese vicio no impele a quienes cautiva únicamente a la perversidad, sino que fraudulentamente se mezcla también en la virtud; y cuando no puede derribarnos de la virtud, acarrea dentro de la virtud misma un daño gravísimo, pues obliga a sufrir los trabajos y al mismo tiempo priva del fruto de ellos. Quien anda tras de la vanagloria, ya sea que ejercite el ayuno o la oración o la limosna, pierde toda la recompensa. Y ¿qué habrá más mísero que semejante pérdida? Es decir esa pérdida que consiste en destrozarse en vano a sí mismo, tornarse ridículo y no obtener recompensa alguna, y perder la vida eterna.

Porque quien ambas glorias ansia no puede conseguirlas. Pero sí podemos conseguirlas si no anhelamos ambas, sino únicamente la celestial. Quien ama a entrambas, no es posible que consiga entrambas. En consecuencia, si queremos alcanzar gloria, huyamos de la gloria humana y anhelemos la que viene de solo Dios: así conseguiréis ambas glorias. Ojalá gocemos de ésta, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, por el cual y con el cual sea al Padre la gloria, juntamente con el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.

LXXXIV


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HOMILÍA XXIX (XXVIII)

Después de esto, Jesús y sus discípulos partieron a la región de Judea y ahí moraba y bautizaba (Jn 3,22).

NADA HAY más resplandeciente que la verdad, nada más fuerte, así como nada hay más débil que la mentira, aun cuando se encubra con miles de cortinajes. Porque ésta fácilmente se descubre y fácilmente se desecha. En cambio la verdad se manifiesta a todos desnuda en cuantos quieren contemplar su belleza. La verdad no ama esconderse, no teme el peligro ni las asechanzas, no ambiciona la gloria de las multitudes, no es esclava de cosa alguna humana, sino que es superior a todas éstas. Pasa por entre muchas asechanzas, pero siempre permanece victoriosa; y a quienes a ella se acogen, los resguarda como si estuvieran defendidos por una muralla segurísima. Y todo esto lo consigue por sólo la grandeza de su poder. Deshace los ocultos asaltos y a todos propone con entera claridad su contenido. Así lo declaró Cristo a Pilato con estas palabras: Yo públicamente he hablado al mundo, y nada he enseñado en secreto. Pues bien, eso que entonces enseñó Jesús, ahora lo practica. Dice el evangelista: Después de esto Jesús y sus discípulos partieron a la región de Judea y ahí moraba y bautizaba. En las solemnidades subía a Jerusalén para proponer en público su doctrina a los judíos y para que éstos se aprovecharan de los milagros y sacaran alguna utilidad. Pero pasados los días festivos, con frecuencia iba al Jordán, pues muchos concurrían allá. Buscaba siempre los sitios más frecuentados, no para ostentación ni por ambición, sino para poder aprovechar a los más posibles. Más adelante dice el evangelista que bautizaban no Jesús sino sus discípulos; por donde se ve claro que también en este pasaje se ha de entender que solamente ellos bautizaban.

Preguntarás: ¿por qué no bautizaba Jesús? Ya antes había dicho el Bautista: El os bautizará en Espíritu y en fuego. Pero aún no había sido dado el Espíritu Santo. Así que con razón no bautizaba, sino solamente sus discípulos, pues anhelaban atraer a muchos a la enseñanza saludable de Jesús. Mas, ¿por qué, bautizando los discípulos de Jesús, el Bautista no cesó de bautizar hasta que fue encarcelado? Pues dice el evangelista: Juan bautizaba en Enón; y añade: aún no había sido echado en la cárcel. Con lo cual da a entender que no desistió hasta entonces. ¿Por qué pues bautizaba durante ese tiempo? Ciertamente habría proclamado como superiores a él a los discípulos de Jesús si cuando ellos comenzaron a bautizar él hubiera desistido. ¿Por qué, pues, continuaba bautizando? Para no agudizar entre fus discípulos la envidia. Pues si clamando con frecuencia y dando a Cristo la supremacía y confesándose menor que El, no logró persuadirlos de que se acercasen a Cristo, si a esto hubiera añadido el ya no bautizar, los habría tornado más querellosos aún. Por igual motivo Jesús no intensificó su predicación hasta después de que Juan fue quitado de delante.

Por mi parte me persuado que el Bautista fue quitado rápidamente de delante para que toda la multitud volviera su atención a Cristo y no anduviera ya dividida. Por lo demás, el Bautista, al mismo tiempo que bautizaba, no cesaba de amonestar a todos y de alabar grandemente a Cristo. Bautizaba únicamente como preparación para Aquel que en pos había de venir y para que creyeran en El. Instarás: pues bien, quien en esa forma predicaba ¿de qué otro modo habría podido declarar mejor la superioridad de los discípulos de Cristo, si dejaba de bautizar? Al contrario: habría parecido que cesaba por envidia o por estar airado; mientras que continuando en bautizar establecía más firmamente lo que de Cristo aseguraba.

El Bautista no buscaba su propia glorificación, sino que llevaba a sus oyentes a Cristo; de manera que con esto ayudaba no menos que los discípulos, y aún más que ellos. Pues cuanto menos sospechoso era su testimonio tanto más valía en la opinión de todos que el de los discípulos. Lo da a entender el evangelista diciendo: Se desplazaban de Jerusalén y de toda Judá y la comarca del Jordán y eran bautizados. Al mismo tiempo que bautizaban los discípulos de Jesús, muchos no cesaban de acudir al Bautista. Si alguno pregunta: ¿qué tenía de más el bautismo de los discípulos que el de Juan? le responderemos que nada. Pues ambos bautismos carecían de la gracia del Espíritu Santo. Ambos tenían el mismo motivo, que era llevar a Cristo a los que se bautizaban. Con el objeto de no tener que andar yendo y viniendo para reunir a los que habían de creer (como a Simón lo trajo su hermano y a Natanael Felipe), determinaron ponerse a bautizar y así atraer a todo el mundo sin tanto trabajo, abriendo el camino a la fe que luego vendría.

Y que de estos bautismos no valiera uno más que el otro, lo deja ver lo que sigue. ¿Qué es lo que sigue?: Tuvieron un altercado los discípulos de Juan con un judío acerca del bautismo. Porque continuamente había envidias entre los discípulos de Juan y los de Cristo; y viendo aquéllos que éstos bautizaban, comenzaron a hablar a los bautizados en el sentido de que valía más el bautismo que ellos administraban que el de los discípulos de Jesús. Y tomando en particular a uno de los bautizados se esforzaron en persuadirlo de aquello, pero no lo lograron. Y que fueran ellos y no el judío que atraparon quienes movían la discordia, oye cómo lo da a entender el evangelista. Pues no dice que cierto judío les preguntara, sino que los discípulos del Bautista movieron la discusión acerca de la purificación y del bautismo.

Deseo que medites en la mansedumbre del evangelista, pues no se desfoga contra los adversarios, sino que cuanto le es posible les disminuye su culpa; y se contenta con decir que hubo una discusión. Que ésta naciera de envidia, y que por envidia hablaran aquellos discípulos del Bautista, lo deja ver lo que luego siguió, cosa que también refiere el evangelista con moderación. Porque dice: Y se fueron, a decir a Juan: Rabbí, sabe que aquel que estaba contigo al otro lado del Jordán, de quien til diste testimonio, bautiza; y todos acuden a él. Es decir aquel a quien tú bautizaste. Porque esto: Del que tú diste testimonio, lo significa. Como si dijeran: Ese a quien tú tornaste esclarecido, se está atreviendo a hacer lo que tú haces.

No dijeron: Aquel a quien tú bautizaste, porque se habrían visto obligados a recordar aquella voz del cielo y aun la bajada del Espíritu Santo. Sino ¿qué dicen? Aquel que estaba contigo al otro lado del Jordán, de quien tú diste testimonio. Como si le dijeran: Ese que estaba en el número de los discípulos y no era mayor que nosotros, se ha separado de ti y anda bautizando. Y pensaron que podrían moverlo a ira no sólo por este medio, sino advirtiéndole además que su obra en adelante sería menos conspicua y brillante. Pues le dicen: Y lodos acuden a él.

Por aquí aparece claro que ni al judío aquel con quien habían discutido pudieron convencerlo. Hablaban así porque aún eran un tanto imperfectos y no carecían del todo de ambición. En consecuencia ¿qué hace Juan? Tampoco él los reprende ásperamente, no fuera a suceder que lo abandonaran a él y cometieran alguna otra falta. Sino ¿qué les responde?: Nadie puede atribuirse lo que no le ha sido dado del Cielo. No te espantes si se expresa de Cristo en forma más baja y humana, pues a quienes estaban en semejante disposición de ánimo no podía declararles al punto la doctrina completa. Quiere por de pronto atemorizarlos y demostrarles que se oponen nada menos que a Dios, al impugnar a Cristo. Que es lo que decía Gamaliel: No podréis disolver ese proyecto; y no sea que se os encuentre entre los que combaten a Dios.

Veladamente lo afirma el Bautista; pues cuando dice: Nadie puede atribuirse lo que no le ha sido dado del Cielo, no significa otra cesa, sino que sus discípulos acometen un proyecto imposible, y que por este camino se encuentran hechos adversarios de Dios. Pero dirás: ¿qué? ¿acaso Teudas no se había atribuido a sí mismo la misión divina? Sí se la atribuyó, pero prontamente fue derrotado. No van por ese camino las cosas de Cristo. Sin embargo, el Bautista por este medio los consuela suavemente al declararles que aquel que los superaba en gloria era no sólo hombre, sino Dios. Y por esto no era de admirar que sus cosas fueran brillantes y que todos corrieran a El. Porque así son las cosas divinas y es Dios quien las va disponiendo, ya que de otro modo jamás habrían cobrado tan gran vigor. A las cosas humanas fácilmente se les encuentra el lado fallo y son perecederas: rápidamente se van y desaparecen. No así las cosas de Dios, pues no son humanas. Advierte cómo cuando dicen: Al que tú diste testimonio, pensando que esto serviría para echar por tierra a Cristo, eso mismo el Bautista lo vuelve contra ellos. Puesto que, tras de haberles demostrado que Jesús no se había tornado glorioso por el testimonio que dio de El, por aquí mismo los abate al decirles: Nadie puede atribuirse lo que no le ha sido dado del Cielo. ¿Qué significa esto? Es como si les dijera: si en absoluto aceptáis mi testimonio y lo juzgáis verdadero, por ese mismo testimonio tened entendido que no es a mí a quien se ha de tener por mejor, sino a El.

Y ¿qué es lo que yo he testimoniado? Os lo traigo a la memoria y os pongo por testigos de lo que dije. Y por esto añade: Vosotros mismos sois testigos de lo que dije: Yo no soy el Cristo, sino que he sido enviado como heraldo suyo delante de El. En consecuencia, si apoyándoos en mi testimonio me objetáis y decís: Aquel de quien diste testimonio, advertid que El, según mi testimonio, no sólo no quedó inferior a mí, sino grandemente exaltado. Por lo demás, no fue testimonio mío, sino de Dios. De manera que si os parezco digno de fe, recordad que también dije esto, entre otras cosas: que yo fui enviado como heraldo delante de El.

¿Adviertes cómo poco a poco declara haber sido divina su voz? Porque eso es lo que quiere decir: yo ministro soy, y hablo lo que me ha encargado el que me envió; yo no busco en eso adular al modo humano, sino únicamente hago servicio al Padre de El, que fue el que me envió. Así que no por favoritismo he proferido aquel testimonio mío, sino que no he dicho otra cosa sino aquello para lo que se me envió. En consecuencia, no me tengáis en gran estima por esa causa; pues eso solamente indica la grandeza de Dios, dueño de todas las cosas. Y lo mismo significa con las palabras que luego añade: Es el esposo quien tiene a la esposa. Pero también el amigo del esposo, que está con él y lo oye hablar, rebosa de gozo al oír su voz.

Mas ¿por qué el mismo que dijo: No soy digno de desatar la correa de su sandalia ahora se llama su amigo? No lo dice por ensalzarse y alabarse, sino para demostrar que su mayor cuidado es dar ese testimonio; y que no lo hace forzado y contra su voluntad, sino con sumo anhelo y empeñosamente; y que ese y no otro ha sido el motivo que lo ha empujado: todo con grandísima prudencia lo expresó con la palabra amigo. Al fin y al cabo, nunca los criados del esposo se alegran ni se gozan en esa forma en las cosas de él.

De modo que no se atribuye un honor igual ¡lejos tal cosa! Sino que para declarar la magnitud de su gozo, y para atemperarse a la debilidad de sus discípulos se llama amigo. Por lo demás, al decir que fue enviado como heraldo delante de él, dejó entender un misterio. Pensando que ellos llevaban pesadamente sus palabras, a sí mismo se llama amigo del esposo, con lo que demuestra que por su parte no lleva pesadamente eso, sino al revés, se goza sobremanera. Como si les dijera: Puesto que yo he venido para llevar esto a cabo, estoy tan lejos de dolerme de los sucesos, que por el contrario grandemente me dolería si así no acontecieran. Si la esposa no se acercara al esposo, entonces sí me dolería; ahora, en cambio, no, puesto que mi obra está completa. Prosperamos nosotros ahora que las cosas de Cristo van bellamente. Lo que anhelábamos se ha realizado. Ya la esposa reconoce a su esposo. Vosotros mismos dais testimonio de ello cuando decís: Todos corren hacia él. Esto es lo que yo procuraba y por lo que llevé a cabo cuanto hice. Por lo cual, viéndolo ya realizado, me gozo y doy saltos de placer.

¿Qué significa: El que está con El y lo oye hablar, rebosa de gozo, al oír su voz? Aplica la semejanza al asunto de que está tratando. Pues hizo mención del esposo y la esposa, declara ahora el modo de los esponsales; o sea que son mediante la palabra y la doctrina, pues así es como se desposa la Iglesia con Dios. Por lo cual decía Pablo: La fe nace de oír el mensaje; y el mensaje es el anuncio de Cristo. Y yo, dice el Bautista, me gozo con esa voz. Y no sin motivo puso la expresión: El que está con El, sino para declarar que su oficio ha terminado, y que ahora le toca estar al lado de Cristo y escucharlo y entregar la esposa al esposo; y que él no es sino ministro y siervo; y que ya se han cumplido su buena esperanza y su gozo.

Por eso continúa: Por lo cual colmada está mi dicha. Es decir: mi obra está completa y nada más me queda por hacer. Enseguida, reprimiendo el exceso de dolor presente y también del futuro, anuncia lo que luego confirmará con palabras y obras, diciendo: Menester es que El crezca y yo mengüe. Como quien dice: Lo nuestro ha terminado mientras que lo suyo va en crecimiento. De manera que eso que vosotros, discípulos míos, teméis no sólo se realiza ahora, sino que día por día será mayor. Precisamente ese crecer de Cristo es lo que hace más brillante mi obra. Para eso vine yo, y me gozo de tan gran acrecentamiento de la obra de Cristo; y de que acontezca aquello para lo que precisamente vine y para lo que precedió mi trabajo.

¿Adviertes en qué forma tan delicada y suave curó la llaga de sus discípulos y apagó su envidia; y les demostró que andaban intentando lo imposible? Porque de ese modo y con esos motivos es como más fácilmente se aplaca la perversidad. Proveyó Dios que esto sucediera mientras Juan aún vivía v bautizaba, para que así los judíos tuvieran un tan gran testigo y no les quedara excusa alguna si no obedecían. No impulsó al Bautista su propio ánimo a dar semejante testimonio sin que otros se lo preguntaran, ya que unos mismos eran los que lo oían y los que le preguntaban; ni le hubieran dado tanta fe si espontáneamente hubiera proferido el testimonio, como se la dieron a lo que decía, preguntándole ellos y respondiendo él. Fue precisamente al revés de lo sucedido a los judíos, pues por haber enviado a interrogarlo, y sobre todo por esto, aunque oyeron las mismas cosas no le dieron crédito y se cerraron todos los caminos de perdón.

¿Qué se nos enseña en este paso del evangelio? Que la causa de todos los males es la vanagloria. Esta hizo envidiosos a los discípulos del Bautista. Esta los empujó a presentarse a Jesús y decirle: ¿Por qué tus discípulos no ayunan? En consecuencia, carísimos, huyamos de semejante vicio. Si de él huimos nos libraremos de la gehenna. Porque éste es el que sobre todo enciende para los tales aquel fuego; éste ejerce su imperio por todas partes c impone su tiranía sobre todas las edades y sobre todas las dignidades. Este es el que destruye las iglesias, derrumba las repúblicas, arruina los hogares, las ciudades, los pueblos y las naciones. Y ¿por qué te admiras de que llegue hasta los desiertos y de que haya demostrado ahí su inmenso poder? Los que habían abandonado las riquezas; los que habían rechazado todo el fausto humano y todos los humanos modos de vivir; los que habían superado las violentas pasiones del cuerpo, esos mismos con frecuencia, cautivos de la vanagloria, todo lo perdieron. Por semejante vicio el que mucho había trabajado fue superado por quien había trabajado poco y había cometido muchos pecados: el fariseo fue superado por el publicano.

Pero, en fin, ningún trabajo nos cuesta reprender semejante vicio, pues todo el mundo está de acuerdo en ello; mas lo que se busca es el modo de superarlo. ¿En qué forma podremos vencerlo? Si oponemos una gloria a otra gloria. Porque así como despreciamos las riquezas terrenas cuando ponemos los ojos en las celestiales; así como despreciamos la vida presente cuando pensamos en la otra, que es mucho mejor; del mismo modo podremos despreciar la gloria de este mundo si ponemos los ojos en la otra mucho más brillante que ésta y que lo es de verdad. Porque la mundana es vana y loca y nombre sin contenido. La celeste es verdadera y tal que tiene como ensalzadores no a los hombres sino a los ángeles, los arcángeles y al Señor de los arcángeles; y aun a los mismos hombres.

Si vuelves tus ojos a la celeste reunión, si aprecias aquellas coronas, si piensas en aquellos aplausos, jamás te cautivarán las cosas terrenas, ni tendrás por grandes las cosas presentes, ni anhelarás las que te faltan. Allá en aquel palacio, nadie hay entre los guardias regios que, descuidando al que lleva la diadema y se sienta en solio real, se ponga a imitar los chillidos de los grajos ni el zumbido de las moscas y los mosquitos que vuelan en torno: que al fin y al cabo no son mejores que eso las voces de los hombres que acá alaban. Conocida, pues, la vileza de las cosas humanas, pongamos todo lo nuestro en aquellos segurísimos tesoros; y busquemos aquella gloria perenne e inmortal. Ojalá todos nosotros la consigamos por gracia y benignidad del Señor nuestro Jesucristo, por el cual y con el cual sea la gloria al Padre en unión con el Espíritu Santo, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.





Crisostomo Ev. Juan 28