Crisostomo Ev. Juan 34

34

HOMILÍA XXXIV (XXXIII)

Entonces dejó la mujer su cántaro y marchó a la ciudad, a anunciar a la población: Venid, ved a un hombre que me ha dicho cuanto yo he hecho. ¿Acaso es el Mesías? (Jn 4,28-29).

NECESARIO ES ahora que tengamos mucho fervor y mucho empeño, pues de otro modo no podremos alcanzar los bienes que nos están prometidos. Significando esto Cristo, unas veces dice: Si alguno no toma mi cruz y me sigue, no es digno de mí. Otras veces dice: Fuego he venido a traer a la tierra y qué otra cosa quiero sino que se encienda ya. Con ambas sentencias nos significa un discípulo fervoroso, encendido en deseos, preparado para acometer los peligros.

Así era aquella mujer samaritana. Porque de tal manera quedó inflamada con las palabras de Cristo que abandonó el cántaro y olvidó el agua, en cuya busca se había dirigido al pozo; y corrió a la ciudad para atraer hacia Jesús a toda la población. Y les decía: Venid y ved a un hombre que me ha dicho cuanto yo he hecho. Observa su empeño al mismo tiempo que su prudencia. Había ido al pozo para sacar agua; y habiendo encontrado la fuente verdadera, despreció la fuente sensible, para enseñarnos, aunque fuera con un ejemplo mínimo, que conviene que desprecien las cosas seculares aquellos que se han de aplicar a la enseñanza de las espirituales, y no hagan caso de ellas en cuanto les sea posible.

Así lo hicieron los apóstoles; y esta mujer lo hizo con un fervor mayor. Ellos, una vez que fueron llamados, abandonaron sus redes; ésta, en cambio, espontáneamente y sin que nadie le ordenara nada, abandonó el cántaro y se dedicó al ministerio propio de los evangelistas; y el gozo le ponía alas. Y no habla con uno o con otro, como Andrés y como Felipe, sino que conmueve a toda la ciudad y lleva a Cristo un pueblo tan numeroso. Observa la manera tan prudente con que se expresa. Pues no dijo: Venid, ved al Cristo; sino que echando mano de la misma forma como Cristo se había adaptado a ella para conquistarla, los atrae. Les dice: Venid, ved a un hombre que me ha dicho cuanto yo he hecho.

No se avergonzó de proclamar: Me ha dicho cuanto yo he hecho. Pudo haberles dicho: Venid, ved a un profeta. Pero cuando el alma anda encendida en el fuego divino, ya no mira nada terreno, ni fama, ni infamia, sino solamente la mueve la llama interior. ¿Acaso es el Cristo? Advierte de nuevo la gran prudencia de esta mujer, pues ni del todo afirma ni del todo calla. No quería inducirlos por su opinión personal, sino que, una vez que hubieran conocido a Cristo y lo hubieran oído, compartieran la opinión de ella, con lo que la cosa se tornaría más probable.

Cristo no le había declarado toda la vida de ella; pero ella, por lo que Cristo le dijo, creyó que El tenía conocimiento de todo lo demás. Y no dijo: Venid y creed, sino: Venid y ved, cosa que les era más suave y podía mejor atraerlos. ¿Has advertido la prudencia de esta mujer? Sabía, lo sabía perfectamente, que si ellos llegaban a gustar de semejante fuente, les acontecería lo mismo que a ella le había acontecido. Otro menos prudente habría proclamado la corrección que se le hizo pero en forma un tanto oscura. Esta mujer en cambio publica toda su vida y la trae al medio con el objeto de ganarse a todos y conquistarlos.

Entre tanto le rogaban los discípulos: Maestro, come. Esta palabra rogaban en su idioma significa: lo exhortaban. Lo veían fatigado de la caminata y del calor y lo exhortaban. No lo hacían como petulantes, sino que lo impulsaban a comer por amor que le tenían. Yo tengo un manjar para comer que vosotros no sabéis. Los discípulos se decían unos a otros: ¿Acaso alguien le trajo de comer? ¿Por qué te admiras de que la mujer, oyéndolo hablar de agua, juzgara que se trataba de agua natural, cuando los discípulos pensaron lo mismo acerca del comer y no entendieron el sentido espiritual, sino que dudaban al mismo tiempo que demostraba su honor reverencial hacia el Maestro y hablaban entre sí sin atreverse a interrogarlo? Lo mismo procedieron en otra ocasión, en que anhelando interrogarlo, sin embargo se abstuvieron.

¿Qué hace Cristo? Les dice: Mi manjar es hacer la voluntad del que me envió y llevar a cabo su obra. A la salvación de los hombres llama aquí manjar, declarando así cuán cuidadosa providencia tiene de nosotros. Así como nosotros anhelamos el alimento. a?í anhela El nuestra salvación. Mira cómo no lo revela todo y en toda ocasión, sino que primero hace que el oyente dude para que una vez que comience a investigar qué sea lo que él dice, con trabajar en resolver su duda reciba con mayor gusto la exposición de lo que investigaba: y así más se incite a continuar buscando y a escuchar. ¿Por qué no les dijo desde luego a los discípulos: Mi alimento es la voluntad de mi Padre, lo cual si no era del todo claro, a lo menos era más que lo que primeramente les elijo? Sino ¿qué les dijo?: Yo tengo un manjar para comer que vosotros no sabéis. De manera que como ya indiqué, primeramente con ponerlos en la duda los torna más diligentes y los va acostumbrando a que entiendan las cosas aun a través de los enigmas.

Enseguida explica qué sea eso de la voluntad del Padre: ¿No decís vosotros: Cuatro meses aún y llega la siega? Pero yo os digo: Levantad vuestros ojos, y contemplad los campos ya en sazón para la siega. De nuevo, mediante comparaciones familiares, los levanta a la contemplación de misterios sublimes. Cuando dijo alimento no significó otra cosa sino la salvación de los hombres; y con el campo y la mies significa nuevamente lo mismo o sea la multitud de almas preparada ya para recibir a los predicadores. Bajo el nombre de ojos, entiende aquí los corporales y los de la mente, pues podía ya ver la turba de samaritanos que se acercaba. Y a la pronta voluntad de éstos, la llama campos en sazón. Porque así como cuando las espigas ya blanquean, están los sembrados a punto para la siega, así los samaritanos ya están preparados para la salvación e idóneos.

Mas ¿por qué no les dijo abiertamente que los hombres se acercaban ya dispuestos a recibir la fe y creer y escuchar la palabra de Dios, puesto que ya estaban enseñados por los profetas, y que por lo mismo darían frutos espirituales; sino que los llamó campos y mies? ¿Qué significaban tales comparaciones? Porque no solamente aquí, sino a través de todo el evangelio procede del mismo modo; y lo mismo hacen los profetas, de manera que muchas cosas las significan metafóricamente. ¿Cuál es el motivo? Pues no vanamente la gracia del Espíritu Santo se puso a sí misma semejante ley. En fin ¿por qué?

Por dos motivos. El primero para mayor énfasis en lo que decía; y para ponerlo como delante de los ojos. Puesto que la mente al recibir una imagen apropiada a las cosas, se activa más y viéndolas como en una pintura, queda más atraída. Este es el primer motivo. El segundo es para que la narración sea más agradable y mejor se asiente en el ánimo la memoria de lo que se dice. Cualquier sentencia no se fija tanto ni tanto persuade a muchos de los oyentes como cuando la narración se toma de las cosas mismas de que tenemos experiencia. Por eso encontramos usado muy sabiamente este modo en las parábolas.

El segador cobra su salario y recoge fruto de vida eterna. El fruto de la siega terrena no ayuda a la vida eterna, sino a la vida temporal; pero el fruto de la siega espiritual ayuda a la vida inmortal. ¿Observas cómo las palabras son de cosas sensibles, pero el sentido es espiritual? ¿Ves cómo las palabras mismas distinguen entre lo terreno y lo espiritual? Lo que dijo del agua al indicar aquella propiedad: Quien bebe de esta agua ya no padecerá sed jamás en adelante, eso mismo hace ahora al añadir que este fruto ste recoge para la vida eterna, de manera que así el que siembra como el que recoge se gocen juntamente.

¿Quién es el que siembra y quién el que cosecha? Los profetas lanzaron la semilla, pero no cosecharon ellos sino los apóstoles. Sin embargo, no se vieron privados del gozo y recompensa de sus trabajos, sino que juntamente con nosotros se regocijan y alegran, aun cuando no cosechen juntamente con nosotros. No es igual el trabajo de la sementera al de la siega. De manera que yo os he reservado para donde el trabajo es menor y el gozo es mayor. En la siega el provecho es amplio y el trabajo no tan grande, sino muy fácil. Quiere con esto significar lo siguiente: La voluntad de los profetas fue que los hombres vinieran a mí y lo mismo preparó la ley. Para eso sembraban. para producir este fruto. Al mismo tiempo da a entender que fue El quien los envió; y que entre la ley antigua y la nueva existe una gran afinidad. Todo junto lo significa mediante la parábola. Al mismo tiempo trae a la memoria un proverbio que andaba en boca de muchos, pues dice: En esto se verifica y es verdad aquel proverbio: Uno es el que siembra y otro el que siega. Era un dicho vulgar: ¿Acaso unos han de llevar el trabajo y otros han de cosechar los frutos? Y añade: este dicho resulta verdadero. Los profetas trabajaron y vosotros recogéis el fruto de sus trabajos.

Y no dijo la recompensa, puesto que también aquéllos no emprendieron sin recompensa tan graves trabajos. Así lo hizo Daniel, quien mencionó ese adagio: De los malos sale malicia. Y a su vez David llorando recordó este proverbio. Por lo cual ya antes había dicho: Para que así el sembrador como el segador se gocen a la par. Como enseguida iba a decir que uno sembrará, para que nadie fuera a pensar, como ya dije, que los profetas quedaban privados de recompensa, añade algo nuevo e inesperado, que en las cosas sensibles no acontece, pero en las espirituales es excelentísimo. En lo sensible, si sucede que uno siembra y sea otro el que cosecha, no se gozan juntamente, sino que quien sembró se duele, como quien ha trabajado para otro; de manera que solamente se gozan los que cosechan. Pero en lo espiritual no es aáí, sino que quienes no cosechan lo que sembraron se gozan igualmente que quienes cosechan. Claramente se ve que participan también ellos de la recompensa.

Yo os envié a segar lo que vosotros no habíais trabajado. Otros se afanaron y vosotros habéis entrado en su cultivo. Por aquí los exhorta mejor. Parecía en exceso laborioso recorrer todo el orbe y predicar; El les declara ser cosa fácil. Lo laborioso, lo de muchos sudores era esparcir la semilla y llevar a Dios las almas ni siquiera iniciadas. ¿Por qué habla así? Fue para que cuando los enviara a predicar no se turbaran como si los enviara a un trabajo en exceso laborioso. El oficio de los profetas fue mucho más laborioso, como lo testifican las cosas mismas; pero vosotros venís a cosas más fáciles. Así como en la siega fácilmente se recoge el fruto, y en poco tiempo la era se colma de manojos y no es necesario esperar a que cambien las estaciones, ni el invierno ni la primavera ni las lluvias, así sucede ahora, como las obras mismas lo proclaman.

Mientras tales cosas les decía, salieron los samaritanos y se recogió fruto abundante. Por eso decía Jesús: Levantad los ojos y ved los campos que ya blanquean. Dijo así y la realidad apareció y las obras siguieron al discurso. Porque dice el evangelista: De aquella ciudad fueron muchos los samaritanos que creyeron en El por el testimonio de aquella mujer que iba diciendo: Me dijo todo lo que yo había hecho. Veían que ella no lo alababa por simple oficiosidad, puesto que le había reprendido sus pecados; ni por congraciarse con otros, pues publicaba todos sus pecados.

Imitemos a esta mujer y no nos avergoncemos ante los hombres para confesar nuestros pecados; sino temamos a Dios como es lo conveniente y justo, puesto que El ahora ve nuestras faltas y después castigará a quienes en el tiempo presente no hagan penitencia. Pero nosotros procedemos al contrario: no tememos al que nos ha de juzgar y en cambio a quienes en nada pueden dañarnoá los tememos y temblamos de padecer infamia ante ellos. Por tal motivo en eso mismo que tememos sufriremos el castigo. Quien únicamente se cuida de no parecer malo ante los hombres, pero no se avergüenza de cometer pecados en la presencia de Dios, ese tal, si no hace penitencia, en aquel último día quedará infamado, no delante de uno ni de dos, sino en presencia del orbe todo.

Y que aquel día se reunirá una inmensa multitud para ver las obras buenas y las malas, que te lo enseñe la parábola de las ovejas y los cabritos; y también el bienaventurado Pablo, que dice: Porque todos nosotros debemos comparecer ante el tribunal de Cristo, para recibir cada cual la paga de cuanto hizo mientras vivía en el cuerpo, de acuerdo con sus obras buenas o malasA Y también: El cual sacará a luz lo escondido de las tinieblas. ¿Cometiste algún pecado, pensaste algo malo y lo ocultaste a los hombres? Pues a Dios no lo ocultas. Y sin embargo, de nada te cuidas y temes las miradas de los hombres. Pues piensa que en aquel día ni a las miradas de los hombres te podrás ocultar. Porque entonces todo aparecerá como en imagen delante de nuestros ojos, para que cada cual juzgue de sí mismo.

Esto se ve claro en la parábola del rico Epulón. Al pobre a quien él despreció -me refiero a Lázaro- lo vio el rico ante sus ojos. Al mismo a quien con horror había rechazado, ahora le suplica que lo consuele siquiera con uno de sus dedos. Os ruego, por lo mismo, que, aun cuando nadie presencie nuestras obras, cada cual entre en su conciencia y ponga delante de sí como juez a su propia razón y traiga al medio sus pecados; y si no quiere que en aquel día tremendo sean públicamente promulgados, ponga el remedio de la penitencia y sane así sus llagas. Porque puede, sí, puede cualquiera quedar sano aun cuando se halle cubierto de llagas sin cuento. Porque dice Cristo: Si perdonáis, se os perdonarán los pecados; si no perdonáis, no se os perdonarán.

Así como en el bautismo los pecados ya lavados no aparecen más, así estos otros se borrarán si hacemos penitencia. Y en esto consiste la penitencia: en que no volvamos a cometer esos mismos pecados. Porque quien vuelve sobre su pecado es semejante al perro que vuelve a su propio vómito. (Y también es como quien azota el fuego, según el proverbio; y quien saca de un tonel agujerado). Es pues necesario abstenerse de los pecados en la obra y en la determinación del pensamiento y usar de les remedios contrarios para cada pecado. Por ejemplo ¿robaste? ¿fuiste avaro? Abstente de las rapiñas y haz limosna y pon así remedio a tus llagas. ¿Fornicaste? Abstente de la fornicación y opón a semejante llaga la castidad. ¿Dañaste con tus palabras la fama de tu hermano y así lo heriste? Abstente de las injurias y pon el remedio de la caridad. Procedamos de igual modo en cada pecado y no los pasemos a la ligera. Porque está próximo, insta ya el tiempo de rendir cuentas.

Por esto Pablo decía: El Señor está cerca; no estéis solícitos por nada? Quizá nosotros tenemos que decir lo contrario: el Señor está cerca; estad solícitos. Porque en aquel tiempo, los que vivían en penas y trabajos y luchas, bellamente podían oír que se les dijera: No estéis solícitos por nada. Pero quienes viven en rapiñas, en placeres y tienen que dar razón de graves cosas, mejor que aquello oirían esto otro: El Señor está cerca; estad solícitos. Porque no estamos ya lejos del fin, sino que el mundo corre a su acabamiento. Así lo declaran las guerras, los padecimientos, los terremotos, la caridad extinguida. Como el cuerpo ya expirando y próximo a la muerte sufre infinitos dolores; como cuando una casa está para desplomarse despide muchas partecillas que van cayendo del techo y de las paredes, así ahora de todos lados nos invaden las desgracias, indicándonos que la consumación del siglo está cerca y a la puerta. Pues si en tiempo de Pablo estaba cerca, mucho más lo está ahora. Si Pablo al tiempo en que hablaba -de lo cual hace ya cuatrocientos años- lo llamó plenitud de los tiempos, mucho más ha de llamarse así el tiempo presente. Quizá por haber transcurrido ya cuatrocientos años muchos no lo creen; pero yo digo que precisamente por eso es más creíble. ¿Por dónde conoces, oh hombre, que el fin del mundo y lo demás que dijimos no están cercanos? Así como hablamos del fin del año no precisamente cuando es el último día, sino también cuando es el mes! último, aunque falten aún treinta días, del mismo modo no nos equivocamos si decimos que el año cuatrocientos es el último. De manera que Pablo desde entonces anunció de antemano este acabamiento. En consecuencia, refrenémonos a nosotros mismos; alegrémonos, pero en el Señor, en el temor de Dios. Porque el advenimiento del Señor sucederá de repente, mientras vivimop! en tibieza y andamos descuidados y no lo esperamos. Lo significó Cristo cuando decía: Como sucedió en los días de Noé y en los días de Lot, así sucederá en la consumación de este siglo. Y Pablo lo explica así: Cuando dijeren: ¡Paz y seguridad! entonces de improviso los asaltará el exterminio, como los dolores de parto a una mujer encintad ¿Qué significa eso de los dolores de parto de una mujer encinta? Sucede con frecuencia que las mujeres que están encintas, mientras juegan o comen o están en el baño o en la plaza, sin pensar en lo que sucederá, de repente se ven acometidas de esos dolores. Siendo, pues, lo nuestro de igual condición, estemos continuamente preparado, porque no siempre escucharemos exhortaciones como éstas: no siempre podremos prepararnos. Dice la Escritura: En el seol ¿quién te puede alabar? Hagamos penitencia en este mundo para que tengamos propicio a Dios y alcancemos pleno perdón de nuestros pecados. Ojalá todos lo logremos, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, al cual sean la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.




35

HOMILÍA XXXV (XXXIV)

Habiéndose llegado a El los samaritanos, le rogaron que se quedara con ellos. Y permaneció ahí dos días. Y fueron muchos los que creyeron en El por su predicación. Y decían a la mujer: No es ya por tu declaración por lo que creemos; pues nosotros mismos lo hemos oído hablar y sabemos que El es verdaderamente el Salvador del mundo. Y transcurridos los dos días, salió de ahí y se fue a Galilea (Jn 4,40-43).

NADA HAY peor que la envidia; nada de más mala condición que la vanagloria. Esta suele echar a perder innumerables bienes. Los judíos, teniendo un conocimiento mayor que los samaritanos y habiendo sido alimentados con los profetas, por ese defecto quedaron inferiores. Los samaritanos creyeron al testimonio de una mujer; y antes de ver milagro alguno salen a suplicar a Cristo que permanezca con ellos. Los judíos, en cambio, aun habiendo visto los milagros, no solamente no lo retuvieron consigo, sino que lo expulsaron y pusieron todos los medios para áacarlo de su región. A pesar de que por ellos había venido, lo expulsaron; mientras que los samaritanos le suplicaron que permaneciera con ellos.

¿Era acaso más conveniente no acceder a quienes le suplicaban, sino rechazar a los que bien lo querían; y en cambio ir y permanecer entre los enemigos que le ponían asechanzas? Tal cosa no habría sido digna de su providencia. Por esto, obsequiando los deseos de ellos se quedó ahí dos días. Hubieran ellos querido retenerlo consigo perpetuamente, pues así lo da a entender el evangelista con estas palabras: Le rogaron que permaneciera ahí. Pero El no accedió y estuvo ahí solamente dos días; y en ese lapso muchos creyeron en El. No era verosímil que fueran a creer en El, tanto porque no habían presenciado ningún milagro, como porque odiaban a los judíos. Mas como justipreciaron la verdad de sus palabras, nada de eso les impidió pensar de El altísimamente y mucho más de lo que semejantes óbices podían estorbarles; y a porfía más y más lo admiraban. Porque: Decían a la mujer: Ya no creemos por tu declaración, pues nosotros mismos lo hemos oído hablar y sabemos que El es verdaderamente el Salvador del mundo.

Superaron aquellos discípulos a su maestra. Con todo derecho pueden ellos acusar a los judíos, puesto que creyeron en Jesús y lo recibieron. Los judíos, en cuyo favor había El emprendido todo su trabajo, con frecuencia trataron de lapidarlo; los samaritanos, en cambio, atrajeron hacia sí al que no se les acercaba. Aquéllos, aun habiendo visto los milagros, permanecieron en su pertinacia; estos otros aun sin los milagros demuestran una gran fe en El, y pueden gloriarse de haber creído sin los milagros; mientras los judíos no cesaban de tentarlo y pedirle señales y prodigios.

Se necesita por tanto un alma bien dispuesta; de la cual la verdad, si se presenta, fácilmente se adueñará. Y ái no se adueña, no será por defecto y debilidad de la verdad, sino por obstinación del alma misma. Así el sol fácilmente ilumina los ojos sanos; y si no los ilumina, culpa es de los ojos y no de debilidad en el sol. Oye lo que dicen los samaritanos: Sabemos que éste es verdaderamente el Salvador del mundo, el Cristo. ¿Adviertes cuán pronto conocieron que El atraería al orbe todo de la tierra y que había venido para llevar a cabo la salvación común de todos; y que no había por qué limitar su providencia y encerrarla en Solos los judíos, sino que su predicación se había de extender por todas partes?

No procedieron así los judíos. Peor aún: mientras andaban procurando justificarse, no se sujetaron a la justicia de Dios. Los samaritanos, al contrario, confiesan estar todos en pecado y echan por delante el dicho del apóstol: Todos pecaron y están necesitados de la gloria de Dios, justificados gratuitamente por la gracia del mismo. Pues cuando dicen que El es el Salvador del mundo declaran que el mundo ha perecido; y que El es Salvador no así como quiera sino en las cosas de suma importancia. Muchos salvadores hubo para salvar a los hombres, como los profetas y los ángeles; pero éste es el verdadero Salvador, dicen, que trae la verdadera salvación y no una salvación temporal. Esto es una prueba de la sinceridad de los samaritanos en su fe. De manera que por ambas cosas son admirables: por haber creído y por haber creído sin necesidad de milagros; y son por lo mismo del número de aquellos a quienes Cristo llama bienaventurados, con estas palabras: Bienaventurados son los que no vieron y creyeron; y también porque sinceramente creyeron.

Oyeron a la mujer que se expresaba con cierto género de duda: ¿Acaso éste es el Cristo? Y no dijeron: también nosotros dudamos; sino: Sabernos. Y no se detuvieron aquí, sino que añadieron: Este es el verdadero Salvador del mundo. No confesaban ser Cristo uno de tantos, sino que era verdaderamente el Salvador. Pero ¿a quién habían visto salvado por El? Solamente habían oído sus palabras; y sin embargo confiesan exactamente lo mismo que si hubieran visto muchos y grandes prodigios. Mas ¿por qué los evangelistas no refieren las cosas que Jesús respondió y que debieron ser admirables? Para que conozcas por aquí cómo pasan ellos en silencio muchas y grandes cosas. Sin embargo, por lo feliz del suceso demostraron todo. Puesto que Jesús con sus palabras convirtió al pueblo entero y a toda la ciudad. En cambio, cuando los oyentes no hacen caso, entonces los evangelistas se ven obligados a referir lo que El dijo, para que nadie achaque a desidia del predicador el mal suceso.

Y pasados los dos días salió de ahí y fue a Galilea. Pues el mismo Jesús declaró que ningún profeta goza de prestigio en su propia patria. ¿Por qué añadió esto el evangelista? Porque Jesús no bajó a Cafarnaúm, sino que fue a Galilea, y en ésta a Cana. No preguntes ya por qué se detiene con los samaritanos y no con los suyos; pues pone el motivo: porque no le hicieron caso. No fue a ellos para que el castigo no fuera más duro y el juicio más riguroso. Porque yo pienso que aquí por su patria se entiende Cafarnaúm. Y que en Cafarnaúm ninguna honra se le hiciera, oye cómo El mismo lo dice: Y tú, Cafarnaúm, que te has levantado hasta los cielos, hasta los infiernos serás precipitada. Y la llama el evangelista su patria por la forma de vivir, pues ahí había Jesús permanecido más largo tiempo. Preguntarás: pero ¿acaso no hemos conocido a muchos que fueron admirados entre sus conciudadanos? Cierto que los hemos conocido. Pero por lo que raras veces sucede no se puede luego universalizar. Si algunos han sido honrados en su patria muchos más lo han sido en la ajena; porque el trato diario suele causar menosprecio.

Cuando llegó a Galilea, lo acogieron los galileos que habían visto cuanto hizo en Jerusalén en la fiesta, pues también ellos fueron a la festividad. ¿Adviertes cómo aquellos que eran despreciados son los que sobre todo buscan a Cristo? Porque este evangelista dice en una parte: ¿De Nazaret puede salir algo bueno? Y en otra dice: Escruta y ve que de Galilea no sale ningún profeta. Cosas todas que se decían para oprobio de los galileos. Porque muchos pensaban que Jesús era de Nazaret y lo insultaban como si fuera un samaritano y le decían: Samaritano eres y endemoniado. Pero he aquí que son los samaritanos y los galileos quienes creen en El, para vergüenza de los judíos. Más aún, los samaritanos parecen mejores que los galileos. Porque aquéllos por sólo el testimonio de la mujer lo aceptaron y recibieron, mientras que estos otros no creyeron hasta que vieron los milagros que hizo.

Vino pues de nuevo a Cana de Galilea, donde convirtió el agua en vino. Trae a la memoria el milagro para mayor alabanza de los samaritanos. Puesto que los de Galilea creyeron en El, pero tras de los milagros realizados en Jerusalén y también ahí en Galilea; pero los samaritanos por sola su doctrina creyeron. Narra el evangelista haber ido Jesús a Cana, pero no refiere el motivo. A Galilea se dirigió a causa de la envidia de los judíos. Pero a Cana ¿por qué? La primera vez fue allá invitado a las bodas. Pero ahora ¿por qué? Pienso yo que fue para confirmar con su presencia la realidad del milagro que ahí había obrado; y para más atraerlos, pues llegaba sin ser llamado y los anteponía a su propia patria a la que dejaba a un lado.

Había ahí un cortesano cuyo hijo estaba enfermo en Cafarnaúm. Este, en cuanto oyó que Jesús venía de Judea a Galilea, salió a su encuentro y le rogaba que bajase y sanara a su hijo, pues estaba para morir. Se le llama Régulo o porque era de linaje real o por cierta dignidad que tenía. Piensan algunos que es el mismo de que habla Mateo; pero se comprueba que era otro distinto, no únicamente por la dignidad que tenía, sino además por la fe que demostró. El de Mateo, queriendo Cristo ir a su casa, le ruega que no vaya; éste, en cambio, no ofreciéndose Cristo a ir, él lo lleva a su casa. Aquél dice: Señor, no soy digno de que entres en mi casa. Este le urge diciendo: Baja antes de que muera mi hijo. Aquél se acerca a Jesús cuando éste bajaba del monte y va a Cafarnaúm; este otro se le acerca cuando Jesús viene de Samaría no a Cafarnaúm, sino a Cana. El hijo de aquél sufría de parálisis; el hijo de éste, de fiebres.

Y se le acercó y le rogaba que bajase y sanase a su hijo, pues estaba para morir. ¿Qué le contestó Cristo? Vosotros si no veis señales y milagros, no creéis. Pero si ya el hecho de venir y suplicarle era una señal de fe. Y lo testifica el evangelista diciendo que cuando Jesús le dijo: Anda, que tu hijo vive, creyó él en la palabra que Jesús le dijo y partió. Entonces ¿qué significa aquello otro? O lo dijo Jesús admirado aún de la fe de los samaritanos, que sin necesidad de milagros creyeron, o se refiere y punza a Cafarnaúm, que parecía ser su patria. Pues cuando otro en Lucas le dijo: Creo, Señor; pero ayuda a mi je deficiente, el Señor usó de las mismas palabras. En conclusión, aunque el Régulo creía, pero no plena e íntegramente. Así lo declara con preguntar luego a qué hora dejó la fiebre al hijo, pues quería saber si la fiebre se había apartado por sí misma o por mandato de Cristo.

En cuanto supo que: ayer a la una de la tarde, creyeron él y toda su familia. ¿Adviertes cómo creyó una vez que los criados le anunciaron la mejoría y no cuando hablaba con Cristo? De modo que Jesús reprende el pensamiento con que el Régulo se había acercado, con lo que lo inducía a más firmemente creer; puesto que antes del milagro no tenía entera fe. No es admirable que a pesar de eso se acercara a Cristo, pues suelen los padres de familia, llevados del ferviente cariño, acudir no únicamente a los médicos de su confianza, sino aun a aquellos de quienes no del todo se fían, para que no parezca que algo han omitido.

Este hombre se acercó a Jesús sólo cuando se le ofreció la ocasión, o sea, cuando Jesús fue a Galilea. Si hubiera creído fervorosamente, estando su hijo para morir no habría descuidado el ir hasta Judea. Y si acaso sentía temor, ni aun eso lo excusa; porque has de considerar cuán débil fe demuestran sus palabras. Cuando convenía que, si no antes de la reprensión, a lo menos después, pensara altamente de Cristo, mira cómo aún se arrastra por tierra, puesto que le dice a Jesús: Baja antes de que mi hijo muera; como si Cristo no tuviera poder para resucitarlo aun después de muerto y como si no conociera el Señor la situación del enfermo. Por eso lo reprende y le punza la conciencia, demostrándole que los milagros se verifican sobre todo por el bien del alma.

De manera que aquí Jesús cuida no menos del padre, enfermo del alma, que del niño; y nos persuade que no tanto se ha de atender a los milagros cuanto a la doctrina. Al fin y al cabo, los milagros están destinados no a los fieles, sino a los infieles y a los más rudos. Sólo que el Régulo, por su tristeza, no atendía mucho a las palabras de Cristo, sino a lo que tocaba a su hijo. Más tarde las iba a recordar y a sacar de ellas grande provecho, como en efecto sucedió. Mas ¿por qué Cristo espontáneamente se ofrece en el primer caso a ir a la casa del enfermo y acá no fue, aun rogado? Porque en el caso del centurión la fe era perfecta; y así se ofreció para que conociéramos la virtud de ese hombre. Pero el Régulo aún era imperfecto. Y pues mucho instaba y decía a Jesús: ¡Baja!, es indudable que ignoraba poder Jesús, aun estando ausente, sanar a su hijo. Pero Jesús no baja con él, a fin de que el conocimiento que de por sí tenía el centurión, lo adquiriera el Régulo con no ir él en persona. De modo que cuando Jesús dice: Si no veis señales y prodigios no creéis, significa y es como si dijera: Todavía no tenéis la fe conveniente, sino que aún me tenéis por un simple profeta. Por tal motivo Cristo, para revelarle quién era El, y demostrarle que se le debía creer aun sin los milagros, le dijo lo mismo que más tarde a Felipe: ¿No crees que yo estoy en mi Padre y mi Padre está en mí? Pues si a mí no me queréis creer, creed a las obras!?

Y cuando El ya bajaba, le salieron al encuentro los criados para decirle: Tu hijo vive. Informóse de ellos en qué hora había experimentado la mejoría, y le dijeron: Ayer, a la una de la tarde le desapareció la fiebre. Conoció, pues, el padre que aquella era la hora en que le dijo Jesús: Tú hijo vive; y creyó él con toda su familia. ¿Adviertes en qué forma se divulgó el milagro? No sanó el niño de un modo ordinario, sino repentinamente; de modo que se viera que el suceso no pertenecía al orden natural de las cosas, sino que se había llevado a cabo por la operación de Jesús. Puesto que habiendo el niño llegado hasta las puertas mismas de la muerte, como lo declaró el padre cuando dijo: Baja antes de que mi hijo muera, éste fue curado de repente, cosa que a los criados los espantó. Quizá éstos le salieron al encuentro no únicamente para darle la noticia, sino porque además tenían ya por superflua la visita de Cristo. Estaban al tanto de que estaba para llegar y por eso le salieron al camino.

El Régulo, perdido ya el temor, creyó, para dar a entender que aquello había sido efecto de su viaje; y además procede con diligencia, para que no parezca que ha sido en vano su camino. Por lo cual investiga todo cuidadosamente, y creyeron él y toda su familia. El testimonio no daba lugar a duda alguna. Pues no habiendo ellos estado presentes, ni habiendo oído a Cristo; y no conociendo la hora en que Jesús habló con el Régulo, en cuanto supieron por su amo haber sido exactamente la hora misma de eso y del milagro, tuvieron con ello una demostración segurísima del poder de Cristo y creyeron en El.

¿Qué nos enseña todo esto? Que no esperemos milagros ni andemoá buscando prendas del poder divino. Porque yo veo aquí a muchos que después de recibir de Dios algún consuelo en las enfermedades del hijo o de la mujer, mostraron mayor piedad. Es conveniente perseverar en acciones de gracias y alabanzas a Dios aun cuando no seamos estuchados. Esto es lo propio de los buenos siervos; esto, de los que aman firmemente a Dios: el recurrir a El no sólo cuando todo va bien, sino también cuando vienen las aflicciones. Al fin y al cabo, también éstas son obra de la divina providencia: El Señor corrige al que ama y azota a todo aquel a quien cuida como a hijo. Quien lo venera únicamente cuando todo va bien, no le demuestra gran amor ni tiene un amor puro a Cristo. Mas ¿para qué hablo de la salud y de las riquezas? ¿para qué acerca de las enfermedades y de la pobreza? Así se trate de la gehenna o de otra cosa cualquiera gravísima, ni aún así has de cesar en las alabanzas de Dios, sino llevarlo todo y sufrirlo todo por amor suyo. Esto es lo propio del siervo fiel y de un ánimo dotado de constancia. Quien vive con esta disposición, fácilmente soportará los sucesos presentes y conseguirá los bienes futuros y disfrutará de gran entrada con Dios. Ojalá todos la alcancemos por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, al cual sea la gloria por loa siglos de los siglos. Amén.





Crisostomo Ev. Juan 34