Crisostomo Ev. Juan 39

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HOMILÍA XXXIX (XXXVIII)

Mi Padre no juzga a nadie, sino que el juzgar lo ha encomendado totalmente al Hijo, a fin de que honren todos al Hijo como honran al Padre (Jn 5,22-23).

MUCHA DILIGENCIA necesitamos, carísimos, en todo; puesto que tenemos que dar estrecha cuenta así de las palabras como de las obras. Porque nuestras cosas no están circunscritas a los límites de la vida presente, sino que nos espera otra condición de vida y hemos de presentarnos a un juicio temible. Pues dice Pablo: Todos nosotros debemos comparecer ante el tribunal de Cristo, para recibir cada uno la paga de cuanto hizo mientras vivió en el cuerpo, de acuerdo con sus buenas o malas obras. ! Pensemos continuamente en este tribunal, y así podremos ejercitarnos en la virtud. Así como acontece que quien hecha de sí la memoria de ese día, a la manera de un caballo sin freno se arroja al precipicio -pues dice la Escritura: En todo tiempo se profanan sus caminos; y da la razón: Tus juicios se quitan de delante de él; así quienes están poseídos continuamente de este temor, proceden con templanza. Pues dice también: Acuérdate de tus novísimos y nunca jamás pecarás. El que ahora perdona nuestros pecados, se sentará entonces como Juez. El que murió por nosotros ahí se mostrará juzgando a toda la humana naturaleza. Porque dice también: Abolido ya el pecado, se manifestará segunda vez para glorificación de los que aguardan su advenimiento.

Por eso en este pasaje dice: Mi Padre no juzga a nadie, sino que el juzgar lo ha encomendado totalmente al Hijo, a fin de que todos honren al Hijo como honran al Padre. Preguntarás: entonces ¿al Hijo lo llamaremos Padre? ¡Lejos tal cosa! Por eso echa mano de la palabra Hijo, para que permaneciendo El Hijo, lo honremos como al Padre. Ahora bien, quien al Hijo lo llama Padre, ya no honra al Hijo como al Padre, sino que todo lo revuelve. Pero como acontezca que los hombres, una vez recibidos los beneficios, en ninguna otra forma tornen a su deber como siendo castigados, Cristo anunció cosas terribles, para atraerlos a lo menos por el miedo a darle el honor que se le debe.

Con la palabra totalmente significa que tiene potestad para castigar y para honrar y para usar de ellas a su voluntad. La expresión lo ha encomendado se puso para que no vayas a pensar que el Hijo no es engendrado, ni tampoco pienses que hay dos Padres. Lo que es el Padre, eso mismo es el Hijo, permaneciendo engendrado el Hijo. Y para que veas que lo ha encomendado significa lo mismo que engendrado, óyelo declarado un poco más adelante: Así como el Padre tiene vida en sí mismo, así otorgó al Hijo el tener vida en sí mismo. ¿Cómo es eso? ¿Primero lo engendró y luego le dio vida? Pero quien da algo, lo da a quien ya existe. ¿Fue acaso engendrado sin vida? Semejante cosa ni los demonios la opinan, pues lleva juntamente con la impiedad una locura. De modo que así como: otorgó al Hijo tener vida, es lo mismo que lo engendró Vida, del mismo modo: el juzgar lo ha encomendado totalmente al Hijo quiere decir que lo engendró Juez. Para que al oír que procede del Padre no vayas a pensar en diversidad de substancias y en honor inferior, viene El mismo a juzgar, demostrando con esto la igualdad con el Padre. Pues ciertamente el que tiene potestad para castigar y honrar a su voluntad a quienes quiera, posee una potestad igual a la del Padre.

Si no fuera así, sino que después de engendrado hubiera recibido esa potestad ¿qué motivo hubo para que no fuera inferior en el honor? O ¿cómo adelantó tanto que logró recibir semejante dignidad? Y ¿no os avergonzáis de atribuir cosas tan viles y propias del hombre a la substancia inmortal e incapaz de recibir ningún aumento en perfección? Preguntarás: entonces ¿qué motivo tuvo Cristo para usar de semejantes expresiones? Fue para que más fácilmente se les dé crédito y preparen ellas el camino a cosas más altas: por tal motivo Cristo mezcla unas cosas con otras. Pero advierte cómo lo hace, pues vale la pena observar esto desde el principio. Dijo: Mi Padre en todo momento trabaja y Yo también trabajo: palabras con que declara su igualdad y el honor igual que se les debe. Y procuraban los judíos acabar con El. ¿Qué hace luego? Atempera las palabras, pero manteniendo el mismo sentido: El Hijo no puede hacer cosa alguna de Sí mismo. Vuelve enseguida a lo sublime y dice: Lo que ve hacer al Padre El también igualmente lo hace. Y torna de nuevo a lo humilde: El Padre ama al Hijo y le manifiesta cuanto El hace. Y le mostrará obras mayores que éstas. Sube otra vez a las alturas diciendo: Así como el Padre resucita a los muertos y los hace revivir, así el Hijo da vida a quienes le place. Enseguida, toca juntamente lo humilde y lo sublime: A la verdad el Padre no juzga a nadie, sino que el juzgar lo ha encomendado totalmente al Hijo. Finalmente de nuevo se eleva: Para que todos honren al Hijo como honran al Padre.

¿Adviertes en qué forma va variando su discurso, mezclando palabras y expresiones sublimes con otras humildes, tanto para que los oyentes más fácilmente las admitieran, como para que los venideros no fueran a recibir daño; sino que éstos, apoyándose en las expresiones sublimes, formaran de las otras el juicio que era conveniente? Porque si esto no es así, ni aquellas expresiones se han dicho por modo de atemperación, ¿qué razón tuvo Cristo para ir así mezclando lo humilde con lo sublime? Al fin y al cabo, el que ha de declarar de sí cosas eximias, si dice algo más humilde, da ocasión de pensar que lo hace por condescendencia y por cierta prudencia especial. En cambio, quien ha de declarar de sí cosas humildes, si dice algo eximio ¿con qué razón dice cosas que están por encima de lo que pide su naturaleza? Esto ya no sería condescendencia ni prudencia especial, sino suma impiedad.

Podemos pues nosotros alegar un motivo justo y conveniente a Dios de que use palabras y expresiones humildes; como es el motivo de enseñarnos abajándose a proceder modestamente y proveer así a nuestra salvación. Y él mismo lo declara más adelante diciendo: Os digo esto para que os salvéis. Había recurrido al testimonio de Juan, omitiendo el propio, cosa no digna de su grandeza; por lo cual añadió el motivo de haber usado expresiones más humildes: OÍ digo esto para que os salvéis.

Y vosotros, los que afirmáis que no tiene el mismo poder ¿qué responderéis cuando lo oigáis decir que tiene la misma fuerza, el mismo poder, la misma gloria que el Padre? ¿Por qué exige el mismo honor, si, como vosotros decís, le es muy inferior? Porque no se contentó con decir eso, sino que añadió: El que no honra al Hijo, no Iionra al Padre que lo envió. ¿Adviertes cómo está unido el honor del Hijo con el honor del Padre? Dirá alguno: Y ¿eso, qué? También lo vemos en los apóstoles, pues les dice: El que a vosotros recibe, a mí me recibe. Respondo: es que en ese pasaje trata de las cosas de sus siervos como propias, por lo cual se expresa así. Acá, en cambio, lo hace porque se trata de una sola substancia y una sola gloria. Por lo demás, ahí no ordena a los apóstoles que presten ningún honor.

Bellamente dijo: El que no honra al Hijo, no honra al Padre. Puesto que de dos reyes si al uno se le injuria, la injuria recae también sobre el otro, en especial si el injuriado es hijo del otro. Más aún: si se injuria a uno de sus soldados, el rey queda injuriado, aunque no del mismo modo, pero sí por medio de un intermediario. En nuestro caso, por el contrario, directamente se injuria al rey. Por esto se apresuró Cristo a decir: A fin de que honren todos al Hijo como honran al Padre. Y así cuando dice: El que no honra al Hijo no honra al Padre, entiendas que es uno mismo el honor. Porque no simplemente el que no honra, sino el que no honra corno he dicho, no honra al Padre.

Pero dirás: ¿cómo puede ser una misma substancia el que envía y el enviado? Otra vez interpretas a lo humano y no piensas que todo esto se dijo para que conozcamos la causa y no incurramos en el error de Sabelio; y además se cure la enfermedad de los judíos y que no piensen ser Cristo adversario de Dios. Porque los judíos decían: Este no viene de Dios; éste no es de Dios. Para suprimir ese error, Cristo usaba expresiones no tan sublimes, sino más bien humildes. Por lo cual con mucha frecuencia afirmaba ser enviado; no para que de aquí dedujeras que se decía inferior a su Padre, sino para cerrarles la boca. Por lo mismo, con frecuencia recurre a su Padre, pero interponiendo la propia autoridad.

Si siempre y en todo hubiera hablado según lo que a su dignidad correspondía, los judíos no le habrían admitido lo que decía; ya que aún por esas pocas palabras lo perseguían muchas veces e intentaban lapidarlo. Y si por atender a los judíos hubiera hablado siempre a lo humano, más tarde habrían salido perjudicados muchos. Por lo cual va exponiendo la doctrina de tal modo que cuando habla humildemente y a lo humano, les impone silencio a los judíos; y cuando echa mano de expresiones convenientes a su dignidad, excluye el concepto menos digno, a lo menos entre los de entendimiento sano, demostrando de esta manera que lo otro no le competía con plena exactitud.

Ser enviado significa un movimiento translaticio; y Dios está en todas partes. Entonces ¿por qué dice Cristo que fue enviado? Usa de un término más bajo y grosero al declarar el pleno acuerdo entre El y su Padre; y por lo mismo, atempera su lenguaje en lo que sigue: En verdad, en verdad os digo: el que escucha mis palabras y cree en el que me envió, tiene vida eterna. Observa la frecuencia con que repite esto, para quitar aquella otra suposición; y aquí y en lo que sigue, ya por el temor, ya por las promesas, aleja toda querella; y luego aquí de nuevo baja a lo humilde y humano. Porque no dijo: Quien escucha mis palabras y cree en mí, ya que esto lo habrían juzgado como palabras de soberbia y fastuosas.

Si tras de tan largo lapso y de tantos milagros verificados, cuando se expresó en ese forma, así lo supusieron, mucho más lo habrían pensado en esta ocasión. Por eso le decían: Abrahán murió e igualmente los profetas. ¿Y tú dices: Quien guardare mi doctrina no experimentará la muerte jamás? Pues para que en esta ocasión no se enfurecieran, mira lo que dice: El que escucha mi palabra y cree en aquel que me envió, tiene vida eterna. Esto podían ellos con facilidad admitirlo, entendiéndolo en el sentido de que quien escuchara a Jesús creía en el Padre. Y una vez admitido esto de buena gana, sin duda más fácilmente aceptaría lo demás. De modo que cuando se expresaba en forma más humana, preparaba el camino para cosas más altas.

Una vez que hubo dicho: Tiene vida eterna, añadió: Y no le amenaza la condenación, pues ha pasado de la muerte a la vida. Se concilia la fe con ambas cosas: con decir que es necesario creer en el Padre, y con prometer grandes bienes al obediente. La expresión: No será condenado quiere decir que no será castigado. Y no se refiere a la muerte temporal, sino a la eterna, del mismo modo que habla de la vida inmortal.

En verdad, en verdad os digo: Llega la hora, y es ahora, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y cuantos la oigan recobrarán la vida. Con las obras comprueba la veracidad de sus palabras. Pues habiendo dicho: Así como el Padre resucita a los muertos y los hace revivir, así el Hijo da la vida a quienes le place, para que no pensaran ni pareciera que esto lo decía por fausto y jactancia, lo demuestra con las obras, y dice: Llega la hora. Y para que no creas que habrá que esperarla mucho, añade: Y es ahora, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios y los que la escuchan recobrarán la vida. ¿Observas aquí la autoridad y el poder inefables? Dice: como en la resurrección así sucederá ahora. Porque entonces, al escuchar la voz del que ordena, resucitaremos. Porque afirma: Al mandato de Dios, los muertos resucitarán.

Preguntarás quizá: ¿dónde consta que no se dijo eso por mera fastuosidad? Por lo que se añade: Y es ahora. Si lo hubiera dicho sólo como quien anuncia cosas futuras, podía de ahí nacer la dicha sospecha. Pero les da la demostración. Como si les dijera: Y sucederá estando todavía Yo con vosotros. Ciertamente si no hubiera tenido ese poder, nunca habría hecho semejante promesa, para no caer en público ridículo. Y luego explica lo dicho con estas palabras: Así como el Padre tiene vida en sí mismo, así otorgó al Hijo tener vida en sí mismo. Advierte en qué forma establece la igualdad, poniendo únicamente esta diferencia: que una es la persona del Padre y otra la del Hijo. Pues la palabra otorgó, solamente lleva consigo la tal diferencia, mientras que en todo lo demás los manifiesta en absoluto iguales. Por donde se ve que El obra todo con la misma potestad y poder que el Padre; y que no ha recibido semejante poder de algún otro lado. Puesto que tiene vida igual que el Padre. Y así añadió lo que luego sigue, para que por aquí entendamos lo que precede. ¿Qué es lo que precede?: Y le dio potestad para juzgar.

Mas ¿por qué con tan grande frecuencia trae al medio la resurrección y el juicio? Así como el Padre resucita a los muertos y los hace revivir, así el Hijo da la vida a quienes le place. Y también: Tampoco el Padre juzga a nadie, sino que el juzgar lo ha encomendado totalmente al Hijo. Y nuevamente: Así como el Padre tiene vida en sí mismo así otorgó al Hijo tener vida en sí mismo. Y luego: Los que oigan la palabra del Hijo de Dios recobrarán la vida. Y en este sitio: Y le dio potestad para juzgar. Pregunto, pues: ¿por qué con tanta frecuencia trae al medio el juicio, la vida, la resurrección? Porque tales motivos son los que sobre todo pueden conmover a un corazón obstinado. Quien cree que resucitará y será castigado por sus crímenes, aun cuando no vea algún milagro, con sólo este motivo correrá sin duda a hacerse propicio al Juez.

Porque es el Hijo del Hombre. No os maraville esto. Pablo de Samosata no lee así, sino ¿cómo? Y le dio autoridad para juzgar porque es el Hijo del hombre. Pero leído en esta forma no fluye lógicamente. Porque no recibió el Hijo la autoridad de juzgar por ser hombre. Si así fuera ¿qué impediría que todos los hombres fueran jueces? Es juez porque es Hijo de aquella inefable substancia. De modo que ha de leerse: Puesto que es el Hijo del hombre, no queráis admiraros. Como pareciera a los oyentes que Jesús se contradecía, y pensaran que era puro hombre y nada más; y que en cambio sus expresiones lo hacían superior al hombre e incluso a los ángeles y dignas eran únicamente de Dios, por eso añadió: No os admiréis de esto, porque es el Hijo del hombre. Pues ha llegado la hora en que todos los que están en los sepulcros, oirán su voz; y saldrán resucitados para vida los que obraron bien; empero los que obraron mal resucitarán para condenación.

¿Por qué no dijo: ¿No os admiréis, que es el Hijo del hombre? Porque también era Hijo de Dios. Pero ¿hizo mención de la resurrección? Ya antes había dicho: Oirán la voz del Hijo de Dios. No te admires de que ahora lo calle. Pues habiendo indicado lo que era obra propia de Dios, dejó aquí que los oyentes por sí mismos dedujeran que El era Dios e Hijo de Dios. Si esto lo hubiera repetido con frecuencia los habría excitado a rechazarlo. Pero una vez demostrado esto mediante los milagros, ya su doctrina se hacía menos odiosa. Los que construyen silogismos, tras de establecer las proposiciones de prueba, no añaden con frecuencia la consecuencia; sino que por ese medio tornan al oyente más benévolo y alcanzan sobre él una más espléndida victoria, pues obligan a su adversario a sacar la consecuencia que ellos quieren; de modo que quienes se hallan presentes, al punto la abrazan.

Cuando recordó la resurrección de Lázaro, no habló del juicio, porque no resucitó a Lázaro con ese objeto; pero al tratar de la resurrección universal, sí añadió: que los que obraron bien resucitarán para vida y los que obraron mal resucitarán para condenación. En esta forma excitaba Juan a sus oyentes, trayendo al medio el juicio y clamando que quienes no creen en el Hijo de Dios, no verán la vida, sino que permancerá sobre ellos la ira de Dios. Y a Nicodemo le dijo Jesús: El que cree en el Hijo del hombre no es condenado. Mas quien no cree, queda ya condenado. Del mismo modo habló aquí del juicio y del castigo establecido para las obras malas. Pero como antes había dicho: El que escucha mis palabras y cree en el que me envió tiene vida eterna, para que nadie piense que basta con esa fe para la salvación, añadió la necesidad de la vida virtuosa diciendo: Los que obraron bien para resurrección de vida; empero los que obraron mal para condenación.

Y pues había dicho que todo el orbe tendría que rendirle cuentas, y que todos a su mandato resucitarían, cosa nueva y no esperada, y tal que aún muchos no la creían, ni aun de los que parecía que ya creían en su doctrina, y mucho menos los judíos, oye en qué forma lo declara, acomodándose a la rudeza de los oyentes: Yo no puedo hacer algo de Mí mismo. Según oigo así transmito. Y mi veredicto es fiel, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Y ya les había dado una buena prueba con sanar al paralítico. Ni habló de la resurrección, sino hasta después de este milagro que distaba ya poco de una resurrección. Y dio a entender el juicio, después de la curación corporal, con estas palabras: Mira que ya has recobrado la salud. No quieras pecar ya más, no sea que te acontezca algo peor.

Pero además predice en esto la resurrección, así la de Lázaro como la de todo el orbe. Y pues predice estas dos resurrecciones -la de Lázaro que luego vendría y la del orbe que tardaría mucho en venir- con la curación del paralítico deja entender la de Lázaro que se verificará muy luego, puesto que dice: Llega la hora, y es ahora; y enseguida predice la del orbe todo por la de Lázaro. Pone ante los ojos lo que aún no se ha verificado mediante lo que ya se ha verificado. Y vemos que en todas partes procede del mismo modo: propone dos o tres predicciones, y luego con las obras las hace creíbles, siendo aún futuras.

Sin embargo, aun habiendo dicho y hecho todo eso, como los oyentes eran rudos, no se contentó, sino que reprimió la audacia pertinaz de los judíos con otras proposiciones, y dijo: Yo no puedo hacer nada de Mí mismo. Según oigo, así transmito. Y mi veredicto es fiel, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. Parecería que los profetas afirmaban cosas distintas y diversas. Pues decían que es Dios quien juzga la tierra toda, es decir al género humano. Y David continuamente lo proclama diciendo: Juzgará a los pueblos con equidad?(r) y también: Dios es juez justo, fuerte y paciente. Y lo mismo se expresan los demás profetas y Moisés. En cambio Cristo afirmaba: El Padre a nadie juzga, sino que el juzgar lo lia encomendado totalmente al Hijo. Como esto podía perturbar a los oyentes, y llevarlos a sospechar que Jesús fuera un adversario de Dios, aquí en gran manera se abaja, o sea tanto cuanto pedía la rudeza de ellos. Y para arrancar de raíz semejante opinión, les dice: Yo no puedo hacer nada de Mí mismo.

Quiere decir: nada ajeno, diverso, que el Padre no quiera me veréis hacer ni oiréis que lo haya dicho. Y como anteriormente afirmó ser el Hijo del hombre, porque ellos pensaban que era puro hombre, por tal motivo añadió lo otro. Y así como antes, al decir: Hablamos lo que sabemos y testificamos lo que hemos visto; y Juan a su vez: Testifica lo que vio pero nadie acepta su testimonio, hablaban de un conocimiento pleno en ambas cosas y no de solo el oído y la vista simplemente, así aquí por oído no significa otra cosa, sino que no puede querer nada distinto de lo que su Padre quiere. Aunque no lo dijo tan claramente, porque no lo habrían podido soportar si así lo dijera. Sino ¿en qué forma? En una forma excesivamente humilde y humana: Como oigo así transmito.

No se trata aquí de la doctrina, puesto que no dice: Como soy enseñado, sino: como oigo. Y no es que necesite de oídos; pues no sólo no necesitaba de oídos, pero ni de doctrina. Lo que indica es la plena concordia y la identidad de juicio. Como si dijera. Yo juzgo en tal forma como si el Padre juzgara. Luego añadió: Y mi veredicto es fiel, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. ¿Qué es lo que dices? ¿Entonces tienes tú una voluntad distinta de la del Padre? Pero en otro sitio aseguraste: Como Yo y Tú somos uno; y también, hablando de la voluntad y concordia: Concédeles que sean también ellos en nosotros una misma cosa, es decir en la fe que nos tengan. ¿Observas cómo aun lo que parece más bajo y rudo tiene ocultos sublimes sentidos? Lo que deja entender es como sigue: declara no ser distinta de la suya la voluntad del Padre. Pero de tal modo es una sola, mía y del Padre, como en un alma o ánimo hay una voluntad única.

No te espantes de que afirme semejante unión; pues Pablo a su vez usa de la misma expresión y ejemplo, hablando del espíritu: ¿Quién de los hombres sabe lo que hay en el hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? De igual modo nadie conoce las cosas de Dios sino el Espíritu que está en El. En conclusión, no dice otra cosa sino ésta: Yo no tengo otra voluntad distinta y propia, sino la del Padre; si El algo quiere, yo también; y si algo quiero Yo, El también. Y así como nadie puede reprender al Padre cuando juzga, así tampoco a Mí, pues la sentencia es una misma y conforme a ella se pronuncia el voto. Y no te admires de que El diga estas cosas, abajándose al modo humano, pues los judíos lo creían puro hombre. Por tal motivo en semejantes pasajes es necesario tener en cuenta no únicamente las palabras, sino también la opinión de los oyentes; y tomar las respuestas en el sentido en que fueron dadas, según esa opinión. De lo contrario se seguirían muchos males y absurdos.

Te ruego que adviertas cómo dijo: No busco la voluntad mía. Entonces hay en El otra voluntad, y muy inferior por cierto; ni sólo inferior, sino también no tan útil. Ya que si fuera saludable y tan acoplada con la voluntad del Padre ¿por qué no la buscas? Los hombres con razón diríamos eso, pues tenemos muchos quereres que no van de acuerdo con el beneplácito divino. Pero tú ¿por qué te expresas así, siendo en todo igual a tu Padre? Nadie diría que semejante palabra es propia de un hombre que habla con exactitud y que fue crucificado. Si Pablo en tal manera se une a la voluntad de Dios que llega a decir: Vivo, mas ya no yo; es Cristo quien vive en mí ¿cómo puede el Señor de todos decir: No busco mi voluntad sino la del que me envió, como si fuera distinta? ¿Qué es, pues, lo que significa? Habla en cuanto hombre y conformándose con la opinión de los oyentes. En lo anterior se demuestra que unas cosas las dijo hablando como Dios y otras hablando como hombre. Aquí de nuevo habla como hombre y dice: Mi veredicto es fiel.

¿Cómo queda esto en claro? Porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. Así como a un hombre desapasionado no se le puede acusar de que ha juzgado injustamente, así tampoco a Mí me podéis ya reprender. Quien intenta salir con la suya, quizá con razón puede caer en sospecha de haber destruido la justicia por ese motivo. Pero quien no busca su propio interés ¿qué motivo hay para que no dé con justicia el veredicto? Pues bien, bajo este punto de vista examinad lo que a Mí se refiere. Si yo dijera que no he sido enviado por el Padre; si no refiriera a El la gloria de mis obras, quizá alguno de vosotros podría sospechar que Yo me jactaba y no decía la verdad. Pero si lo que hago lo refiero a otro ¿por qué ponéis sospecha en lo que digo? Observa a dónde ha llevado el discurso y por qué motivo afirma que su veredicto es fiel. Toma el motivo que cualquiera tomaría para su defensa.

¿Observas cuán claramente brilla lo que muchas veces he dicho? Y ¿qué es lo que he dicho? Que ese abajarse tanto en sus expresiones, precisamente persuade a todos los que no estén locos a no rebajar sus palabras a lo simplemente humano, sino más bien a entenderlas en un sentido altísimo. Más aún: quienes ya se arrastran por la tierra, por aquí fácilmente, aunque poco a poco, son llevados a cosas más altas.

Meditando todo esto, os suplico que no pasemos a la ligera por las sentencias, sino que todo lo examinemos cuidadosamente y en todas partes tengamos atención a los motivos por los que así se expresa Cristo. No pensemos que nos basta como excusa nuestra ignorancia y sencillez. Cristo no nos ordenó únicamente ser sencillos, sino además prudentes. Seamos, pues, sencillos, pero con prudencia, así en la doctrina como en las obras; juzguémonos a nosotros mismos, para que en aquel último día no seamos condenados con el mundo. Mostrémonos con nuestros criados tales como queremos que se muestre con nosotros nuestro Señor. Pues dice: Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden.

Yo sé bien que el alma no soporta de buen grado las ofensas; pero si pensamos que sobrellevándolas, no favorecemos precisamente al que nos causa daño, sino a nosotros mismos, presto arrojaremos lejos el veneno de nuestra ira. Aquel que no perdonó a su deudor los cien denarios, no hizo daño a su consiervo sino a sí mismo se hizo reo de infinitos talentos que antes se le habían condonado. De modo que cuando a otros no perdonamos, a nosotros mismos no nos perdonamos. En consecuencia, no digamos al Señor únicamente: No te acuerdes de nuestros pecados; sino digámonos a nosotros mismos: No nos acordemos de las ofensas de nuestros consiervos. Ejerce tú primero en ti la justicia y luego seguirá la obra de Dios. Tú mismo redactas la ley del perdón y del castigo y tú mismo eres el que sentenciará. De modo que en tus manos está que Dios se acuerde o no se acuerde de tus pecados. Por lo cual Pablo ordena perdonar si alguno tiene algo contra otro; y no sólo perdonar, sino hacerlo en tal forma que no queden ni reliquias de lo pasado.

Cristo no sólo no trajo al medio ni sacó al público nuestros pecados, pero ni siquiera quiso recordarlos. No dijo: Has pecado en esto y en esto otro; sino que todo lo perdonó, y borró el documento, y no tuvo en cuenta las culpas, como lo dice Pablo. Pues procedamos nosotros de igual modo: ¡olvidémoslo todo! Únicamente tengamos en cuenta el bien que haya hecho aquel que nos ofendió; pero si en algo nos molestó, si algo odioso hizo en contra nuestra, borremos esto de nuestra memoria y arrojémoslo lejos: que no quede ni rastro. Y si ningún bien nos ha hecho, tanto mayores serán las alabanzas y recompensas para nosotros que perdonamos.

Otros expían sus culpas con vigilias o durmiendo en el suelo y con mil maceraciones; pero tú puedes por un camino más fácil lavar tus pecados todos; o sea con el olvido de las injurias. ¿Por qué, a la manera de un loco furioso, mueves en tu contra la espada y te excluyes de la vida eterna, siendo así que convendría poner todos los medios para conseguirla? Si la vida presente resulta tan deseable ¿qué dirás de aquella otra de la cual ha huido todo dolor, tristeza y gemidos? ¿En la que no hay temor de la muerte, ni se puede temer que los bienes tengan acabamiento?

Tres veces y muchas más bienaventurados los que gozan de suerte semejante; así como tres veces y muchas más son míseros los que se privan de semejante bienandanza. Preguntarás: pero ¿haciendo qué gozaremos nosotros de esa vida? Pues oye al Juez que dice a cierto adolescente que le preguntaba eso mismo: ¿Qué haré para poseer la vida eterna? Cristo le dice y pone delante los mandamientos; y vino a encerrarlos todos y a terminar con el amor al prójimo. Quizá alguno de los oyentes diga como el rico aquel: Esto lo he guardado, porque yo no he robado, no he asesinado, no he fornicado. Una cosa sin embargo no puedes afirmar: que amaste al prójimo como convenía. Porque o fuiste envidioso o lo ofendiste con palabras o bien no lo auxiliaste cuando se le hacía injusticia o no compartiste con él tus bienes: no lo amaste.

Mas Cristo no ordenó solamente eso, sino también otra cosa. ¿Cuál?: Vende todo lo que tienes, dalo a los pobres y ven y sigúeme. Significa y quiere decir: seguir a Cristo; imitar a Cristo. ¿Qué aprendemos de aquí? En primer lugar que quien tal amor no tiene, no puede conseguir aquella suerte bienaventurada entre los más eximios. Pues como el joven respondiera: Todo eso lo he hecho; como si aún le faltara algo grande para la perfección, Jesús le dice: Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que posees, dalo a los pobres y ven y sigúeme. Esto es, pues, lo primero que tenemos que aprender. La segundo es que aquel joven en vano se lisonjeaba de todo aquello que habia hecho; pues teniendo tan gran abundancia de riquezas, despreciaba a los pobres. ¿Cómo podía decirse que los amaba? En eso no había dicho verdad.

Por nuestra parte, hagamos ambas cosas: derrochemos acá abundante y diligentemente todo lo nuestro para adquirirlo en el cielo. Si ha habido quien por alcanzar una dignidad terrena ha derrochado todos sus haberes; por una dignidad, digo, que sólo puede poseer en esta vida y eso no por mucho tiempo (pues muchos han perdido sus prefecturas antes de morir y otros por causa de ellas han perdido la vida; pero aun sabiendo todo esto, dan todos sus haberes por poseerlas); pues si por una tal dignidad, repito, llevan a cabo tantas y tan notables cosas ¿qué habrá más mísero que nosotros, pues por la vida que para siempre permanece y nadie puede quitarnos, no damos ni siquiera un poco, ni gastamos para eso aquello mismo que poco después tenemos que perder?

¿Qué locura es esta de no querer dar voluntariamente lo que contra nuestra voluntad se nos quitará; y no querer mejor llevarlo con nosotros a la eternidad? Si alguien nos fuera llevando a la muerte; pero luego nos preguntara si queríamos redimir nuestra vida a cambio de todos nuestros bienes, hasta le quedaríamos agradecidos. Ahora, en cambio, cuando ya condenados a la gehenna se nos propone liberarnos dando a los pobres la mitad de nuestros haberes, preferimos ser llevados al suplicio y conservar inútilmente nuestros bienes, que ni son nuestros, y perder lo que sí nos pertenece.

¿Qué excusa tendremos? ¿qué perdón merecemos, si estando patente un tan fácil camino, nos arrojamos por los precipicios y tomamos una senda que a nada conduce; y así nos privamos de los bienes todos de acá y de allá, pudiendo libremente disfrutar de unos y de otros? Pues bien, si antes no, a lo menos ahora volvamos en nosotros mismos; y procediendo razonablemente repartamos como conviene nuestros haberes, para conseguir con facilidad los bienes futuros, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, al cual sea la gloria, juntamente con el Padre y el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.




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HOMILÍA XL (XXXIX)

Si yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio no es fidedigno. Es otro quien da testimonio acerca de mí, y sé que su testimonio es digno de crédito (Jn 5,31-32).

Si ALGUNO se aplica al laboreo de una mina, en el caso de que sea imperito no logrará oro, sino que todo lo mezclará y confundirá; y su trabajo será inútil; más aún, nocivo. Del mismo modo los que ignoran el lógico enlace de las Sagradas Escrituras y no examinan sus leyes y modos propios de proceder, sino que aprisa y por igual recorren todas sus páginas, mezclan el oro con la tierra, pero jamás encuentran el tesoro en ellas contenido. He dicho esto porque el pasaje que ahora se nos propone mucho oro contiene, pero no a la vista, sino envuelto en gran oscuridad. Se hace, por lo mismo, necesario ahondar y expurgar para llegar al auténtico sentido.

Porque ¿quién será aquel que no se perturbe en cuanto oye a Cristo que dice: Si Yo doy testimonio de Mí mismo, mi testimonio no es digno de fe, cuando vemos que con frecuencia da testimonio de Sí mismo? Así a la samaritana le decía: Yo soy, contigo hablad Y al ciego, igualmente: El que habla contigo, ése es. Y tratando con los judíos, los increpa diciendo: Vosotros decís: Tú blasfemas} porque dije: soy Hijo de Dios. Y con frecuencia en otros pasajes dice lo mismo. Pero si todo esto fuera mentira ¿qué esperanza de salvación nos quedaba? ¿Por dónde encontraríamos la verdad, cuando la Verdad misma dice: Mi testimonio no es fidedigno? Ni aparece únicamente esta contradicción, sino además otra no menor.

Porque en seguida dice: Aunque Yo doy testimonio de Mí mismo, mi testimonio es fidedigno. Entonces ¿cuál de las dos afirmaciones aceptaré? ¿cuál de ambas juzgaré ser falsa? Si esto lo tomamos prescindiendo de las personas, causas y demás adjuntos, sin más investigar, ambas proposiciones resultarán falsas. Puesto que si su testimonio no es fidedigno, tampoco este mismo es fidedigno, pero tampoco el anterior ni el siguiente. Entonces ¿qué es lo que quiere decir? Necesitamos estar muy alertas, o mejor dicho, necesitamos mucha gracia de Dios para no detenernos en las palabras tal como suenan. Por eso yerran los herejes: porque no examinan ni la finalidad que persigue el que habla, ni la disposición psicológica del oyente. Si no añadimos estas circunstancias y aun las otras de tiempo, lugar y ánimo de los oyentes, se seguirán abundantes absurdos.

Pero, en fin: ¿qué significa la sentencia aludida? Los judíos iban a decir: Si tú das testimonio de ti mismo, tu testimonio no es fidedigno. El se les adelanta, como si les dijera: Me diréis: A ti no te damos fe; puesto que entre los hombres a nadie que dé pronto testimonio de sí mismo se le concede crédito. Por consiguiente, no debemos leer de prisa y a la ligera la expresión: No es fidedigno, sino que se hace necesario entenderla como dicha según la opinión de los judíos, como si les dijera: Para vosotros no es fidedigno. Habla, pues, Cristo no contra su propia dignidad, sino contra la opinión que de él tenían los judíos. Y así, cuando dice: Mi testimonio no es fidedigno, redarguye la opinión de ellos y aun la objeción que sin duda le iban a oponer. Y cuando dice: Aunque Yo doy testimonio de Mí mismo mi testimonio es fidedigno, declara la realidad de su dignidad; o sea que a El, como Dios que es, y por consiguiente fidedigno, es necesario creerle, aunque hable de Sí mismo.

Pues había hablado de la resurrección de los muertos y del juicio y de que quien cree en El no es condenado, sino que viene a la vida, y que El se sentará como Juez para oír las cuentas de todos, y que tiene el mismo poder y virtud que el Padre, era necesario que demostrara todo esto. Por lo cual, necesariamente comienza por deshacer esa primera objeción. Gomo si dijera: Yo he afirmado que: Como el Padre resucita a los muertos y los hace revivir, así el Hijo da la vida a quienes le place; yo he afirmado que: El Padre no juzga a nadie, sino que el juzgar lo ha encomendado totalmente al Hijo; Yo he afirmado que el Hijo debe ser honrado igualmente que el Padre; Yo he afirmado que: El que no honra al Hijo, tampoco honra al Padre; Yo he afirmado que: El que escucha mis palabras y las cree no verá la muerte, pues ha pasado de la muerte a la vida; Yo he afirmado que mi voz resucitará a los muertos ahora y al fin de los tiempos; Yo he afirmado que exigiré cuenta y razón de todos los pecados; Yo he afirmado que me sentaré a juicio y juzgaré con justicia y daré recompensa a todos los que hicieron el bien.

Ahora bien, como todas esas sentencias las había pronunciado y eran de gran peso, pero aún no se había dado una demostración clara de ellas, sino muy oscura, Jesús echa por delante la objeción para venir luego a dar razón de sus palabras y afirmaciones. Es como si dijera, aunque no con estas mismas palabras: Quizá me diréis: Todo eso tú lo afirmas, pero tú como testigo no eres fidedigno, pues que das testimonio de ti mismo. Por el camino de resolver primero la objeción que le iban a proponer, adelantándose a decir lo que ellos habían de decirle; y manifestándoles al mismo tiempo que conocía los secretos de los corazones; y presentándoles esta primera demostración de su poder, finalmente, una vez que El mismo ha propuesto la dificultad, añade otras claras e irrefutables demostraciones; y apronta tres testigos que son sus obras, el testimonio del Padre y la predicación del Bautista.

Comienza por el testimonio de menos valor, o sea el del Bautista. Pues habiendo dicho: Es otro quien da testimonio de Mí; y sé que el testimonio que da de mí es digno de crédito, añadió: Vosotros enviasteis una embajada a Juan, y él dio testimonio a favor de la verdad. Pero, Señor: si tu testimonio no es fidedigno ¿cómo aseguras que el testimonio de Juan es verdadero y que él dio testimonio en favor de la verdad? ¿Observas cuán claramente se deduce por aquí que aquella expresión: Mi testimonio no es fidedigno, fue dicha contra la sospecha de los judíos?

Objetarás: ¿y qué si el Bautista dio testimonio por congraciarse cen Jesús? Para que los judíos no objetaran esto, advierte en qué forma deshace semejante sospecha. Porque no dijo: Juan dio testimonio de Mí; sino que antepuso: Vosotros enviasteis una embajada a Juan. Sin duda que no la habríais enviado si no lo hubierais tenido por fidedigno. Y lo que es más: no la enviaron para preguntarle acerca de Cristo, sino acerca de sí mismo, juzgando que si de sí daba un testimonio fidedigno, mucho más lo daría fidedigno acerca de otro. Puesto que solemos los hombres no dar tanta fe a quienes hablan de sí mismos, como a quienes hablan de otros. Pero ellos a Juan lo tenían por tan veraz que, aun hablando de sí mismo, no necesitara de ajeno testimonio.

Los que fueron enviados a Juan no le preguntaron: ¿Qué dices de Cristo?; sino: ¿Tú quién eres? ¿qué dices de ti mismo? Tan admirable lo juzgaban. Pues bien, todo eso dejó entender Jesús cuando les dijo: Vosotros enviasteis una embajada a Juan. Y por tal motivo el evangelista no dijo simplemente que los enviaron, sino expresamente que los enviados eran de los sacerdotes y de los fariseos, y no del vulgo ni tales que se les pudiera corromper y engañar, sino que entenderían perfectamente lo que Juan les dijera. Yo, empero, no necesito que un hombre testifique en favor mío. Entonces ¿por qué aceptas el testimonio de Juan? Porque su testimonio no era el de un hombre; pues dice el Bautista: Aquel que me envió a bautizar en agua, El fue quien me dijo. De modo que el testimonio de Juan era testimonio de Dios, puesto que de Dios había aprendido lo que decía. Y para, que no le preguntaran: ¿De dónde consta que lo aprendió de Dios? y por este camino lo atacaran, con fuerza les cierra la boca y todavía les habla conforme a la falsa opinión de ellos. Porque es verosímil que muchos no habían caído en la cuenta de esto, sino que escuchaban a Juan como si hablara a lo humano y de sí mismo. Por eso les dice: Yo no necesito que un hombre testifique en mi favor.

Pero, Señor: si no habías de aceptar ni echar mano de un testimonio de hombre ¿por qué trajiste al medio el testimonio de Juan? Para que no le objetaran esto, advierte en qué forma sale al paso a esa objeción. Habiendo dicho: Yo empero no necesito que un hombre testifique en favor mío, añadió: Esto os lo digo para que os salvéis. Como si dijera: Yo no necesitaba de ese testimonio humano, pues soy Dios. Pero como todos mirabais hacia Juan y lo creíais más fidedigno que todos y corríais hacia él de todas las ciudades (pues toda Jerusalén se volcaba hacia el Jordán); y en cambio a Mí, ni aun haciendo milagros me creísteis, por eso os alego ese testimonio. Juan era una antorcha que ardía y brillaba; y a vosotros os plugo regocijaros momentáneamente con su llama. Para que no dijeran: ¡Bueno, y qué! Nosotros no aceptamos su testimonio, El les demuestra que sí lo aceptaron. Puesto que no le enviaron en embajada unos hombres cualesquiera, sino sacerdotes y fariseos. Tanto admiraban a Juan y no podían oponerse a su predicación. La palabra momentáneamente indica la excesiva volubilidad de ellos, pues tan pronto se le apartaron.

Pero Yo tengo un testimonio superior al de Juan. Como si dijera: si hubierais querido aceptar la fe, siguiendo el verdadero orden natural de las cosas, sin duda que os habría yo inducido a ello con más fuerza mediante mis obras. Mas como no queréis, os llevo al Bautista. No porque yo necesite su testimonio, sino porque en todo procedo buscando únicamente vuestra salvación. Tengo yo un testimonio mayor que el de Juan, que es el de mis obras. Pero yo no miro únicamente a ser recomendado ante vosotros por el testimonio de hombres fidedignos, sino de hombres que conocéis y tenéis como admirables.

En esta forma, tras de haberlos punzado con aquellas palabras: Y a vosotros plugo regocijaros momentáneamente en su llama; y de haberles demostrado que aquel primer empeño de ellos había sido cosa pasajera y sin firmeza; luego al llamar a Juan antorcha, declaró que éste no tenía luz propia, sino que la tenía por la gracia del Espíritu Santo. Sin embargo, aún no les declaró en qué se diferenciaba El del Bautista; puesto que El era el Sol de justicia; sino que, apenas se lo había dejado entender, los ataca con vehemencia y les demuestra que ellos, con la misma disposición de ánimo con que despreciaron a Juan con esa misma se negaron a creer en El. A Juan lo admiraron sólo momentáneamente; pero si no hubieran procedido en esa forma, muy pronto Juan los habría llevado a El.

Una vez que por todos lados los mostró indignos de perdón, añadió: Pero Yo tengo un testimonio mayor que el de Juan. ¿Cuál es? El de las obras. Porque dice: Las obras que el Padre me otorgó llevar a cabo, estas obras que Yo realizo, son testimonio a favor mío de que el Padre me ha enviado. Hace referencia al paralítico sanado y a otros muchos milagros. Pudiera suceder que alguno dijera que semejantes palabras magníficas las dijo Jesús para congraciarse con el Bautista; aunque ellos no podían alegar ni aun eso respecto de Juan, tan dado a la virtud y a quien tanto admiraban. En cambio las obras para nadie, ni aun de los más necios, estaban sujetas a sospecha. Por lo cual Jesús añade este segundo testimonio y dice: Las obras que el Padre me otorgó llevar a cabo, estas obras que realizo, son testimonio en favor mío de que el Padre me ha enviado.

Rechaza con esto la acusación de haber violado el sábado. Puesto que ellos decían: ¿Cómo puede ser de Dios quien no guarda el sábado? les dice: Que el Padre me otorgó llevar a cabo. Aunque Cristo obraba por propia autoridad, mas para demostrarles con mayor fuerza que él nada hacía contrario al Padre, dijo lo que era mucho menos. Preguntarás: ¿por qué no les dijo: Las obras que el Padre me ha otorgado llevar a cabo dan testimonio de que soy igual al Padre? Ciertamente por sus obras ambas conclusiones podían sacarse: que El nada hacía contrario al Padre, y que El era igual al Padre, como en otra parte lo demuestra diciendo: Si no me creéis a mí, creed en las obras, para que así sepáis y conozcáis que el Padre está en Mí y Yo en el Padreé De modo que si les hubiera dicho como quiere éste que pregunta, repito, les habría testificado ambas cosas: que El era igual al Padre y que nada hacía contrario al Padre.

Entonces ¿por qué no les habló así, sino que dejando a un lado lo que era más afirmó solamente lo que era menos e inferior? Porque precisamente acerca de eso era la primera cuestión. Pues aun cuando es mucho menos creer que El ha venido de Dios, que creer que es igual a Dios, puesto que lo primero lo habían anunciado ya los profetas, pero no lo segundo; sin embargo, Jesús mucho cuida de eso primero, sabiendo que si eso se admite, lo otro con facilidad será también admitido. De modo que, dejando a un lado lo que es más, propone lo que es menos, para que mediante esto menor admitieran también lo otro que es mayor.

Cerrado ese discurso, continúa: También el Padre que me ha enviado ha dado personalmente testimonio de mí. Pero ¿en dónde dio el Padre semejante testimonio? En el Jordán cuando dijo: Este es mi hijo muy amado: a El oídlo. Pero esto necesitaba de cierta preparación. Lo tocante a Juan era cosa manifiesta, puesto que ellos mismos habían enviado embajada y no podían negarlo. Además los milagros eran claros y ellos también habían visto los prodigios y habían sabido del paralítico sanado y lo habían creído y por ello lo acusaban. Sólo faltaba traer el testimonio del Padre; y para presentarlo añade: Vosotros jamás habéis oído mi voz.

Mas ¿cómo es esto, pues Moisés dice: Dios hablaba y Moisés le respondía? ¿Cómo dice David: Oyó una lengua que nunca había oído?! Y además afirma Moisés: Si hay alguna nación tal que haya oído la voz de Dios$ Pero su rostro no la habéis visto. Y sin embargo, se dice que lo vieron Isaías, Jeremías, Ezequiel y otros muchos. Entonces ¿qué es lo que quiere decir Cristo? Poco a poco los va llevando a reflexionar y discurrir demostrándoles que Dios no tiene voz ni figura, sino que está muy por encima de semejantes sonidos y figuras. Así como al decir: No habéis oído su voz, no quiere decir con eso que Dios emita voces ni que sea materialmente oído, así cuando dice: No habéis visto su figura, no quiere decir que Dios tenga figura, pero que ésta no pueda ser vista. Sino que entiende que Dios nada de eso tiene.

Para que no fueran a decir: Vanamente te jactas. Solamente a Moisés habló Dios; puesto que alegaban: Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios, pero éste no sabemos de dónde viene? les habló así, dándoles a entender que en Dios no hay voz ni figura. Pero ¿qué digo? No solamente no habéis oído su voz ni visto su figura y rostro, sino que aún eso de que grandemente os gloriáis sobre todo lo demás, y por lo que os mostráis hinchados, o sea de poseer los mandamientos dados por El y de El recibidos, ni aun eso lo podéis asegurar. Puesto que: No dais acogida en vosotros a su palabra, o sea a sus leyes, preceptos y profetas.

Aun cuando Dios haya dado tales preceptos, pero en vosotros no permanecen, pues no creéis en Mí. A pesar de que las Escrituras a cada paso y en todos sitios afirman que se me ha de creer, vosotros no creéis; y así es manifiesto que su palabra se ha apartado de vosotros. Por lo cual añade además: Ya que vosotros no creéis a quien El envió. En seguida, para que no alegaran: ¿cómo es eso de que ha dado testimonio en tu favor, si nosotros no hemos oído su voz?, les dice: Escudriñad las Escrituras. Son ellas las que dan testimonio en mi favor, declarándoles así que Dios por medio de ellas dio testimonio de El. Ciertamente en el Jordán y en el monte dio testimonio. Pero esa voz Cristo no la trae al medio, pues quizá no le iban a dar crédito. La voz en el monte ellos no la habían oído; y la otra la oyeron, pero no la entendieron.

Tal es el motivo de que los remita a las Escrituras, mostrándoles que de ellas ha de tomarse el testimonio del Padre; pero tras de haberles quitado aquellas cosas antiguas de que se gloriaban, o sea de haber visto a Dios y de haber oído su voz. Mas como era verosímil que no dieran crédito a la voz del Padre, pensando e imaginando que había de manifestarse como se manifestó en el Sinaí, corrigió primero la sospecha que acerca de esto podía nacer; y les dio a entender que en aquel entonces procedió así el Padre, por un abajamiento de la divinidad; y finalmente los remite al testimonio de la Escritura.

Conviene que también nosotros, cuando nos armamos para combatir a los herejes, nos proveyamos de armas tomadas de las Sagradas Letras. Pues dice Pablo: Cuanto dice la Escritura, por ser inspirado por Dios, es también útil para enseñar, para argüir, para corregir, para instruir en la justicia; a fin de que sea cabal el hombre de Dios, dispuesto para toda obra buena. Es decir que no tenga unas cosas, pero carezca de otras; pues un hombre así no sería perfecto. Por ejemplo: ¿qué utilidad hay, os ruego, en orar continuamente, pero no hacer limosnas generosamente? ¿O en dar generosamente, pero ser rapaz y violento? ¿O si se hace por ostentación y vanagloria? ¿o en dar generosamente y conforme a la voluntad de Dios, pero exaltarse y ensoberbecerse por semejante motivo? ¿O en ser humilde y ejercitarse en ayunos, pero al mismo tiempo ser avaro, usurero, apegado a las cosas terrenas; y llevar en el alma la avaricia, madre de todos los males?

Porque la avaricia es madre de todos los males. Temámosla, huyamos de semejante pecado. Ella destroza todo el orbe; ella todo lo revuelve; ella nos aparta de todo servicio de Cristo; puesto que dice El: No podéis servir a Dios y a las, riquezas; mientras que éstas disponen todo lo contrario a Cristo. Cristo dice: Da a los pobres. Ellas dicen: roba a los pobres. Cristo dice: Perdona a quienes te ponen asechanzas y te ofenden. Ellas dicen lo contrario: pon trampas a quien te ha hecho mal. Cristo dice: Sé benigno y manso: ellas dicen lo contrario: Sé cruel e inhumano y ten en nada las lágrimas de los pobres. Y todo para que en el último día encontremos adverso al Juez.

Porque en aquel día quedará patente todo lo que hicimos; y aquellos a quienes ofendimos y despojamos nos impedirán toda defensa. Si Lázaro, a quien el rico no había dañado y solamente no le había prestado auxilio alguno, se constituyó en severo acusador, y no permitió que alcanzara perdón alguno, pregunto yo: ¿qué defensas tendrán quienes arrebatan lo ajeno, en vez de hacer limosna, y deshacen los hogares de los huérfanos? Si quienes no alimentaron a Cristo hambreado, atrajeron sobre sus cabezas fuego tan intenso, los que roban lo ajeno, promueven querellas y se apropian de los bienes de todos ¿de qué consuelo podrán disfrutar?

En consecuencia, echemos lejos la codicia. Y la echaremos, si pensamos en los hombres que antes de nosotros fueron avaros e injustos. ¿Acaso no son los extraños quienes disfrutan de sus dineros y de sus trabajos, mientras ellos son castigados con suplicios, tormentos y males intolerables? ¿Acaso no sería propio de una extrema locura pasar todo el tiempo en ansiedades y molestias, de tal modo que en toda esta vida andemos destrozados a fuerza de trabajos, para que luego que salgamos de aquí seamos atormentados con intolerables suplicios y sufrimientos, pudiendo y siendo conveniente que vivamos aquí llenos de gozo (pues nada produce un gozo mayor que dar limosna y tener una conciencia limpia de culpa), y tras de la muerte estar libres de todos los males y alcanzar bienes sin cuento?

Porque así como la perversidad, aun antes de la gehenna, suele castigar a quienes a ella se entregan, así la virtud, aun antes del reino, procura deleites a quienes la ejercitan y les confiere la buena esperanza y un continuo placer. Pues bien: para que esto consigamos acá en la vida presente y luego en la venidera, dediquémonos a las buenas obras. Así lograremos las coronas futuras. Ojalá las consigamos todos, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, por el cual y con el cual sea la gloria al Padre, en unión con el Espíritu Santo ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.





Crisostomo Ev. Juan 39