Crisostomo Ev. Juan 41

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HOMILÍA XLI (XL)

Escudriñad las Escrituras, pues creéis hallar en ellas vida eterna. También son ellas las que dan testimonio en mi favor. Mas vosotros no queréis venir a Mí para obtener la vida (Jn 5,39-40).

CARÍSIMOS, estimemos en gran manera las cosas espirituales; pero no creamos que nos baste para la salvación el ocuparnos de ellas de cualquier modo. Pues ni aun en los negocios seculares se encuentra alguno que logre una notable ganancia si procede con ligereza. Y mucho más acontecerá esto en las cosas del espíritu, porque en éstas se hace necesaria una mayor vigilancia y diligencia. Por tal motivo, Cristo, al remitir a los judíos a las Escrituras, no los remite a una lectura por encima, sino a un examen cuidadoso. Pues no les dice: Leed las Escrituras, sino: Escrutad las Escrituras. Es porque lo que en ellas se dice acerca de El, necesita una investigación profunda, porque no pocas cosas quedaron ocultas a los antiguos bajo el velo de las figuras. Tal es el motivo de que les ordene ahondar cuidadosamente para que puedan descubrir lo que yace en sus profundidades. Semejantes cosas no están en la superficie y a la vista, sino que, a la manera de un tesoro, están ocultas allá en lo interior,. Y quien busca lo que yace en lo profundo, si no inquiere con diligente trabajo, nunca encontrará lo que busca. Por tal causa, una vez que dijo: Escrutad las Escrituras. añadió: Pues vosotros creéis hallar en ellas vida eterna. No dijo halláis, sino: creéis hallar, demostrando de este modo que ninguna notable ganancia les venía, mientras siguieran pensando que con sola la lectura sin la fe podían alcanzar la salvación. Como si les dijera: ¿Acaso no admiráis las Escrituras? ¿Acaso no pensáis ver en ellas la fuente de la vida? Pues también Yo en ellas me. apoyo. Ellas dan testimonio de Mí. Pero vosotros no queréis venir a Mí para tener vida eterna. Por lo cual les decía: Vosotros creéis, porque en realidad no querían sujetarse a ellas, sino que se gloriaban de su simple lectura.

Y para que no fueran a sospechar por el excesivo cuidado que de ellos mostraba, que lo hacía por vanagloria; ni tampoco, a causa de exigirles que creyeran en El, pensaran que andaba buscando su propio provecho, puesto que les había puesto delante el testimonio del Bautista y el testimonio de Dios y el de las propias obras, y había prometido la vida eterna, echando mano de todo eso para atraerlos; pues para que tal no pensaran, repito, ya que era verosímil que abundaran los que creyeran que andaba El procurando su propia gloria, oye lo que añade: Yo no busco la gloria de los hombres; es decir, no la necesito.

Es como si dijera: No es tal mi modo de ser ni de tal naturaleza que necesite la gloria de los hombres. Si el sol no recibe aumento alguno en su luz por la luz de unas antorchas, mucho menos necesito yo la gloria de los hombres. Pero, Señor: si no la necesitas ¿para qué dices todas esas cosas? Para que vosotros seáis salvos. Lo dijo antes y ahora lo da a entender con estas palabras: Para que obtengáis la vida eterna. Pone también otro motivo. ¿Cuál? Pero yo he conocido que no hay amor de Dios en vosotros. Lo dice porque con frecuencia lo perseguían pretextando amor a Dios; porque se hacía igual a Dios y sabía que a El no le habían de creer.

Para que nadie le dijera: ¿Por qué dices eso? se les adelanta y dice: Para reprenderos, pues no me perseguís por amor de Dios, puesto que Dios testimonia en mi favor por las obras y por las Escrituras. Así como antes, por pensar que yo era contrario a Dios, vosotros me rechazabais, así ahora, una vez que os he dado estas demostraciones, convenía que os apresurarais hacia Mí, si amarais a Dios; pero ciertamente no lo amáis de verdad. Por tal motivo me he expresado así, para probaros que os guiáis por soberbia y jactancia y que andáis encubriendo vuestra envidia.

Pero no prueba esto únicamente por lo dicho, sino además por lo que luego sucederá. Yo he venido en nombre de mi Padre y no me recibís. Si otro viene en su nombre propio, a ése lo recibiréis. ¿Observas cómo continuamente afirma haber venido para esto, y haber recibido del Padre la potestad de juzgar, y que nada puede hacer de sí mismo, todo con el objeto de quitar toda ocasión de malicia? Mas ¿a quién se refiere al decir que vendrá otro en nombre propio? Deja aquí entender al Anticristo y con un argumento irrebatible les demuestra su perversidad. Como si les dijera: Si como amantes de Dios me perseguís, mucho más os convendrá perseguir al Anticristo. Porque éste no demostrará de sí nada semejante, ni se dirá enviado por el Padre, ni afirmará que viene por voluntad del Padre, sino que, por el contrario, a lo tirano y por la violencia, se arrogará lo que no le pertenece y Se proclamará Dios de todos, como dice Pablo: El que se yergue contra todo lo que lleva el nombre de Dios o es adorado, hasta penetrar en el santuario y sentarse en el trono de Dios, exhibiéndose él mismo como Dios! Porque esto significa venir en su propio nombre. Pero yo no vine así, sino en nombre de mi Padre.

También por aquí podía haberles demostrado que no amaban a Dios, pues no recibían al que se decía enviado de Dios. Pero demuestra la impudencia de ellos por el camino contrario, o sea que al Anticristo sí lo recibirían. Puesto que no recibían al que se decía enviado de Dios, y en cambio más adelante adorarían a otro que no conocería a Dios, sino que, lleno de jactancia se diría él mismo ser Dios, quedaba manifiesto que la persecución tenía como origen la envidia y el odio de Dios. Y así les señala dos motivos de sus afirmaciones. El primero, que echa por delante por serles más útil, es: Para que os salvéis y para que tengáis vida. Pero como de esto se burlarían, les propone el segundo, más fuerte; y les declara que si no oyen y no obedecen, Dios procederá en todo como quien es.

Pablo, hablando del Anticristo proféticamente, dice: Les enviará Dios toda suerte de seducciones perversas para que acaben condenados, pues no creyeron en la verdad, al paso que se complacían en la injusticia. Cristo no afirma que el Anticristo vendrá, sino que dice: si viniere, para acomodarse a los oyentes, pues aún no llegaba a su colmo completo su perversidad. Por esto guardó silencio acerca de la causa de su venida. En cambio Pablo a fieles que ya lo comprendían, claramente se la descubrió; y es Pablo quien quita a los judíos toda excusa. Enseguida pone Cristo los motivos de la incredulidad de los judíos: ¿Cómo podéis creer vosotros que recibís la gloria unos de otros, y renunciáis a la gloria que viene del único Dios? Declara de nuevo por aquí que ellos no buscaban solamente los intereses de Dios, sino que querían justificar esa propia pasión bajo aquel pretexto. Tan lejos estaban de proceder en aquella forma por la gloria de Dios que más bien buscaban para sí la gloria humana que no la divina. ¿Cómo era posible que acumularan tan gran odio por motivo de la gloria de Dios, dado que la despreciaban hasta el punto de anteponerle la gloria humana?

Tras de haber afirmado que ellos no tenían amor a Dios y haberlo demostrado con aquella doble razón (o sea, por lo que con El harían como por lo que harían con el Anticristo); y tras de haberles demostrado en forma más clara que no merecían perdón, luego los redarguye, trayendo como acusador a Moisés: No penséis que voy a ser yo vuestro acusador ante el Padre. Vuestro acusador es Moisés, en quien vosotros tenéis puesta vuestra confianza. Porque si creyerais a Moisés, creeríais en Mí, pues él escribió de Mí. Mas, si no creéis en sus escritos ¿cómo vais a creer en mis palabras?

Como si les dijera: antes que a Mí, es a Moisés a quien injuriáis en lo que hacéis contra Mí. Puesto que más bien negáis fe a Moisés que no a mí. Observa cómo por todos lados les impide la defensa. Cuando me perseguíais, alegabais que era por amor a Dios. Ya os demostré que lo hacíais por odio a Dios. Me acusáis de abrogar el sábado y traspasar la ley: ya me defendí de semejante acusación. Afirmáis confiaros de Moisés y darle fe, precisamente por lo que contra mí os atrevéis. Yo os demuestro que precisamente esa es la prueba de que no creéis a Moisés. Pues estoy tan lejos de quebrantar la ley, que precisamente el que os acusará y juzgará será ese mismo que os dio la ley y no otro.

Así como de las Escrituras dijo: En las cuales creéis hallar vida eterna; así de Moisés afirma: En el cual vosotros esperáis, confundiéndolos continuamente con las propias palabras de ellos. Preguntarán los judíos: pero ¿cómo sabremos que Moisés nos va a acusar, y que no es una vana jactancia tuya? ¿Qué tienes que ver tú con Moisés? Quebrantaste el sábado que él había ordenado observar. Entonces ¿cómo nos acusará?

Por otra parte ¿cómo demostrarás que nosotros vamos a creer en otro que venga en su nombre propio? Todo eso lo afirmas sin testigos. Respondemos: todo se prueba por lo que precede. Pues quedando en claro que Yo he venido de Dios, así por las obras como por el testimonio del Bautista y la voz del Padre, que testifica de Mí, queda también en claro y con certeza que Moisés será vuestro acusador.

¿Qué fue lo que dijo Moisés? ¿Acaso no dijo que si alguno viniere haciendo milagros (Dt 13,1) y llevando hacia Dios y dando verdaderas profecías sobre lo futuro, a ése se le debe creer? ¿Y Cristo no ha hecho todo esto? Hizo verdaderos milagros, a todos los atrajo a Dios, hizo profecías que se realizaron. Pero ¿cómo se demuestra que ellos creerán a otro que vendrá? Pues por el hecho de que odian a Cristo. Quienes odian a quien vino por voluntad de Dios, sin duda que aceptarán a un adversario de Dios.

No te admires de que ahora traiga Cristo el testimonio de Moisés, tras de haber dicho: Yo no necesito que un hombre testifique en mi favor; porque en realidad no es a la persona de Moisés a la que los remite, sino a las Sagradas Escrituras. Pero como las Escrituras los espantaban menos, les presenta como acusador al propio Legislador, para ponerles por aquí mayor miedo y refutar una a una sus opiniones.

Pon aquí atención. Afirmaban ellos que por amor de Dios lo perseguían y El les demuestra que lo hacen porque odian a Dios. Decían que seguían a Moisés, pero El les prueba que lo persiguen porque no creen en Moisés. Si estaban llenos de celo por el cumplimiento de la ley, lo necesario era recibir al que cumplía con la ley. Si amaban a Dios, lo conveniente era amar al que llevaba hacia Dios. Si creían en Moisés, menester era que adoraran al que Moisés profetizó. Si antes que a Mí, a Moisés le negáis fe, nada tiene de admirable que a Mí, profetizado por él, me echéis de vosotros. De modo que así como a los admiradores del Bautista les demostró que despreciaban al Bautista, por las obras que hicieron en contra de él mismo, así ahora a los mismos que piensan creer en Moisés, les demuestra que no creen en Moisés: retuerce contra ellos todo lo que afirmaban en propio favor.

Como si les dijera: tan lejos estoy de apartaros de la ley, que incluso alego contra vosotros al mismo Legislador. Les dice que la Escritura testifica en favor suyo, pero no les dice en dónde lo testifica, para ponerles mayor temor y excitarlos a preguntar e investigar. Si hubiera El alegado y citado el testimonio sin que se lo preguntaran, tal vez se lo habrían recusado; mientras que si hubieran atendido a lo que les decía, antes que nada convenía que ellos preguntaran y aprendieran. Por tal motivo con tanta frecuencia usa no sólo de demostraciones, sino también de sentencias y amenazas con el objeto de volverlos al buen camino, a lo menos por el temor. Pero ellos guardan silencio. Así es la perversidad: ante cualquier cosa que se haga o se diga, no se levanta y contesta, sino que guarda silencio en su propio veneno.

En consecuencia, es necesario quitar de nosotros toda perversidad y no poner asechanza alguna. Pues dice la Escritura: Dios a los malvados les deja malos caminos. Y también: El Espíritu Santo que nos educa, huye de la doblez y se aleja de los pensamientos necios. Pues nada hay que así cierre el entendimiento como la perversidad. El doblado, perverso, ingrato (pues estos son los géneros de malicia), si ofende sin que nadie lo hiera, si pone asechanzas ¿acaso no da señales de suma demencia? En cambio nada hay como la virtud para volver prudente al hombre.

La virtud hace agradecidos, probos, benignos, mansos, suaves, modestos: en fin, que la virtud suele engendrar todos los bienes. ¿Quién habrá más prudente que el hombre dotado de semejantes cualidades? La virtud es la verdadera raíz y fuente de la prudencia; pero la malicia nace de una locura verdadera. El arrogante, el iracundo, carentes de la prudencia caen en esas enfermedades. Por lo cual decía el profeta: No hay parir sana en mi carne. Mis llagas son hedor y putridez a causa de mi locura. Dando así a entender que todo pecado es una locura y nace de una locura; y que, por el contrario, el temeroso de Dios y virtuoso es el hombre más sabio del mundo. Por tal motivo cierto sabio dijo: El principio de la sabiduría es el temor de Dios.

Si pues el temor de Dios ya es tener sabiduría, el que se halla privado de la verdadera sabiduría es el más necio de los hombres. Muchos hay que admiran a los malvados porque pueden hacer injusticias y dañar, no entendiendo que más bien se les ha de tener por los más miserables, puesto que, pensando ellos dañar a otros, contra sí misinos tornan la espada: cosa propia de una extremada locura. Sin darse cuenta, a sí mismos se hieren; y mientras creen que están dañando a otros, a sí mismos se degüellan. Por lo cual Pablo, sabedor de que cuando queremos herir a otros, a nosotros mismos ms causamos la muerte, decía: ¿Por qué no más bien toleráis las injurias? ¿por qué no más bien soportáis el fraude?

Al fin y al cabo no queda injuriado quien no hace a su vez injuria, ni sufre mal alguno quien a otro no hace mal. A muchos tal cosa les parecerá enigma, porque no quieren ejercitar la virtud. Sabiendo esto nosotros, no llamemos míseros ni lamentemos como desdichados a los que sufren daño o son injuriados, sino a quienes injurian. Estos sobre todo salen dañados, pues hacen guerra a Dios, abren las bocas de mil acusadores, en esta vida se cargan de mala fama y para la futura se preparan un enorme castigo. Todo lo contrario sucede a quienes toleran las injusticias: tienen propicio a Dios y todos los compadecen y los alaban. Estos en la vida presente se toman eminentemente célebres, porque dan un eximio ejemplo de virtud; y luego en la vida futura gozan de los bienes eternos. Ojalá nos acontezca a todos lograrlos, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, al cual, juntamente con el Padre y el Espíritu Santo, sea la gloria, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.




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HOMILÍA XLII (XLI)

Después de esto marchó Jesús al otro lado del mar de Galilea o de Tiberiades. Y lo seguía un gran gentío, porque veían los milagros que obraba en los enfermos. Subió Jesús al monte, y ahí se sentó con sus discípulos. Estaba próxima la Pascua de los judíos (Jn 6,1-4).

No NOS mezclemos, carísimos, con los perversos y dañinos; pero mientras no hagan daño a nuestra virtud, procuremos ceder y no dar ocasión a sus dolos y asechanzas. De este modo se les quebrantan todos sus ímpetus. Así como los dardos cuando dan sobre un objeto duro y firme, rebotan con gran impulso centra quienes los dispararon; pero, si una vez lanzados con violencia, no encuentran objeto alguno duro ni resistente, muy luego pierden su fuerza y caen al suelo, del mismo modo los hombres feroces por su audacia, si les presentamos resistencia más se enfurecen; pero si cedemos a su furia, pronto apagamos sus ímpetus.

Así procedió Cristo. Cuando los fariseos oyeron que juntaba más discípulos que Juan y que bautizaba a muchos más. El s apartó a Galilea, para apagar así la envidia de ellos y suavizar con su retirada el furor que aquel buen suceso les causaba; furor que era verosímil que habrían concebido. Y vuelto a Galilea, no fue a los mismos sitios que antes. Porque no se retiró a Cana, sino al otro lado del mar. Y lo seguían grandes multitudes, porque veían los milagros que hacía. ¿Qué milagros fueron ésos? ¿Por qué no los narra el evangelista? Porque este evangelista dedicó la inmensa mayor parte de su libro a los discursos. Mira, por ejemplo, cómo en el término de un año completo, y aun en la fiesta de la Pascua, no refiere otros milagros, sino la curación del paralítico y la del hijo del Régulo. Es que no intentaba referirlo todo (cosa por lo demás imposible), sino que de entre los muchos y brillantes prodigios, seleccionó y refirió unos pocos.

Dice: Y lo seguía un gran gentío porque veían los milagros que obraba. No lo seguían aún con ánimo muy firme, pues antes que tan eximias enseñanzas, más bien los atraían los milagros: cosa propia de gente ruda. Porque dice Pablo: Los milagros son no para los fieles, sino para los no creyentes. En cambio Mateo no pinta así ese pueblo, sino que dice: Y todos se admiraban de su doctrina, pues los enseñaba como quien tiene potestad. Mas ¿por qué ahora se retira al monte y ahí se asienta con sus discípulos? Porque va a hacer un milagro. Que sólo los discípulos subieran con El, culpa fue del pueblo que no lo siguió. Pero no fue ése el único motivo de subir al monte, sino además para enseñarnos que debemos evitar el tumulto de las turbas y que la soledad se presta para el ejercicio de la virtud. Con frecuencia sube solo al monte a orar y pasa la noche en oración, para enseñarnos que quien se acerca a Dios debe estar libre de todo tumulto y buscar un sitio tranquilo.

Preguntarás: ¿por qué no sube a Jerusalén para la festividad, sino que mientras todos se dirigían a Jerusalén, El se retiró a Galilea; y no va solo, sino que lleva a los discípulos, y luego baja a Cafarnaúm? Poco a poco va abrogando la ley, tomando ocasión de la perversidad de los judíos. Y como hubiese levantado la mirada y viera la gran turba. Por aquí declara el evangelista que Jesús nunca se asentaba con sus discípulos sin motivo, sino tal vez para enseñarlos y hablar con mayor cuidado y para más unirlos consigo. Vemos por aquí la gran providencia que de ellos tenía, y cómo a ellos se acomodaba y se abajaba. Y estaban sentados, quizá mirándose frente a frente.

Luego, habiendo explayado su mirada, vio una gran turba que venía hacia El. Los otros evangelistas refieren que los discípulos se le acercaron y le rogaron y suplicaron que no la despidiera en ayunas. Juan, en cambio, presenta al Señor preguntando a Felipe. A mí ambas cosas me parecen verdaderas, aunque no verificadas al mismo tiempo; sino que precedió una de ellas; de manera que en realidad se narran cosas distintas. ¿Por qué pregunta a Felipe? Porque sabía muy bien cuáles de los discípulos estaban más necesitados de enseñanza. Felipe fue el que más tarde le dije: Muéstranos al Padre y esto nos basta. Por tal motivo es a él a quien primeramente instruye. Si el milagro se hubiera realizado sin ninguna preparación, no habría brillado en toda su magnitud. Por lo cual cuida Jesús de que previamente Felipe le confiese la escasez; para que con esto, el milagro le pareciera mayor.

Observa lo que dice a Felipe: ¿De dónde obtendremos tantos panes como para que éstos coman? Del mismo modo en la Ley Antigua dijo a Moisés antes de obrar el milagro: ¿Qué es lo que tienes en tu mano? 4 Y como los milagros repentinos suelen borrar de nuestra memoria los sucesos anteriores, en primer lugar ató a Felipe con la propia confesión de éste, para que no sucediera que después, herido de estupor, se olvidara de lo que había confesado; y para que por aquí, mediante la comparación, conociera la magnitud del milagro. Como en efecto sucedió.

A la pregunta contestó Felipe: Doscientos denarios de panes no bastarían para que cada uno tomara un bocado. Esto se lo decía a Felipe para probarlo, pues El sabía bien lo que iba a hacer. ¿Qué significa: para probarlo? ¿Acaso ignoraba Jesús lo que Felipe respondería? Semejante cosa no puede afirmarse. ¿Cuál es pues el pensamiento que encierra esa expresión? Podemos conocerlo por la Ley Antigua. También en ella leemos: Sucedió después de estas cosas que Dios tentó a Abrahán y le dijo: Toma a tu hijo unigénito, al que amas, Isaac. No se lo dijo para saber si obedecería o no el patriarca, pues Dios todo lo ve antes de que acontezca; sino que en ambos pasajes habla al modo humano. Lo mismo, cuando la Escritura dice: Dios escruta los corazones de los hombres no significa ignorancia, sino un conocimiento exacto. Igualmente cuando dice: tentó, no significa otra cosa sino que El con exactitud ya lo sabía.

Podría entenderse en este otro sentido; o sea que tuvo mayor experiencia de ellos, cuando a Abrahán entonces y ahora a Felipe los lleva a un más profundo conocimiento del milagro. Por lo cual el evangelista, para que no dedujeras algo absurdo, a causa de la sencillez de la palabra, añadió: Sabía bien El lo que iba a hacer. Por lo demás, bien está observar cómo el evangelista, siempre que hay lugar a una opinión torcida, al punto cuidadosamente la desbarata. De modo que, para que los oyentes en este pasaje no imaginaran algo erróneo, aprontó esa corrección: Sabía bien El lo que iba a hacer.

De igual modo, en el otro pasaje, cuando dice el evangelista que los judíos perseguían a Jesús: No sólo porque traspasaba el sábado, sino también porque decía que su Padre era Dios, haciéndose igual a DIOS, si no hubiera sido este mismo el pensamiento de Cristo, confirmado con las obras, también habría añadido el evangelista esa corrección. Si en las palabras que Cristo habla, teme el evangelista que alguno pueda caer en error, mucho más lo habría temido en las que otros decían acerca de Cristo, si hubiera notado que no se tenía de El la verdadera opinión. Pero nada dijo, pues conocía el pensamiento de Cristo y su decreto inmutable. Por lo cual, una vez que dijo: Haciéndose igual a Dios, no añadió la corrección porque en esto la opinión de los judíos no andaba errada sino que era verdadera y estaba confirmada con las obras de Cristo.

Habiendo, pues, el Señor preguntado a Felipe: Respondió Añares, el hermano de Simón Pedro: Hay aquí un niño que tiene arico panes de cebada y dos pececillos. Pero ¿qué significa esto para tantos? Más altamente piensa Andrés que Felipe; y sin embargo, no llegó al fondo del asunto. Por tal parte, pienso que no sin motivo se expresó así: sino que teniendo noticia de los milagros de los profetas, como el de Elíseo sobre los panes, por aquí elevó su pensamiento a cierta altura, pero no llegó a la cima.

Aprendamos por aquí los que nos hemos entregado a los placeres cuál era el alimento de aquellos varones admirables, cuán pobre, de qué clase; e imitémoslos en la condición y frugalidad de su mesa. Lo que sigue demuestra una extrema rudeza y debilidad en la fe. Porque una vez que hubo dicho: Tiene cinco panes de cebada, añadió: Pero ¿qué significa esto para tantos? Le parecía que quien hacía milagros de pocos panes los haría de otros pocos y quien los hacía de muchos panes los haría de muchos otros. Pero iban las cosas por otros caminos. Puesto que a Jesús lo mismo le daba de muchos panes o de pocos preparar una cantidad inmensa, ya que no necesitaba de materia previa. Para que no pareciera que las criaturas estaban fuera del alcance de su sabiduría, como erróneamente afirmaban los marcionitas, usó de la criatura para obrar el milagro; y lo obró cuando ambos discípulos menos lo esperaban. De este modo obtuvieron mayor ganancia espiritual, habiendo de antemano confesado lo difícil del negocio: para que, llevado a cabo el prodigio, reconocieran el poder de Dios.

Y pues iba a obrarse un milagro ya antes obrado también por los profetas, aunque no del mismo modo; y lo iba a verificar Jesús comenzando por la acción de gracias, para que la gente ruda no cayera en error, observa cómo todo lo que hace va levantando las mentes y poniendo de manifiesto la diferencia. Cuando aún no aparecían los panes, ya El tenía heno el milagro; para que entiendas que tanto lo que ya existe como lo que aún no existe, todo le está sujeto, como San Pablo: El que llama lo que no existe a la existencia como si ya existiera. Pues como si ya estuviera la mesa puesta, mandó que al que al punto se sentaran a ella; y de este modo levantó el pensamiento de los discípulos.

Como ya por la pregunta anterior habían logrado provecho espiritual, al punto obedecieron v no se conturbaron ni dijeron: ¿Qué es, esto? ¿por qué ordenas sentarse a la mesa cuando aún nada hay que poner en ella?, modo que aún antes de ver el milagro comenzaron a creer, los que al principio no creían y decían: ¿De dónde compraremos panes? Mas aún: activamente dispusieron que las turbas se sentaran. Mas ¿por qué cuando va a sanar al paralítico, a resucitar al muerto, a calmar el mar no ruega, y ahora en cambio cuando se trata de panes sí lo hace? Es para enseñarnos que antes de tornar es alimento se ha de dar gracias a Dios. Por lo demás acostumbra El hacerlo en cosas mínimas para que entiendas que no lo hace porque le sea necesario. Pues si le hubiera sido necesario. Mas bien era en las grandes en las que lo habría hecho. Pero quien en las grandes procedía así con autoridad propia, sin duda que lo otro lo hace abajándose al modo de ser humano.

Por otra parte, estaba presente una turba inmensa a la cual era necesario persuadir de que El había venido por voluntad de Dios. Por esto cuando obra un milagro estando solo y en privado, no procede así; pero cuando lo hace en presencia de muchos y para persuadirlos de que El no es contrario a Dios, ni adversario del Padre, con dar gracias suprime toda sospecha errónea y acaba con ella. Y los distribuyó entre los que estaban sentados. Y se saciaron. ¿Adviertes la diferencia entre el siervo y el Señor? Los siervos, porque tenían solamente cierta medida de gracia, conforme a ella hacían los milagros; pero Dios, procediendo con absoluto poder, todo lo hacía y disponía con autoridad. Y dijo a los discípulos: recoged los fragmentos. Y ellos los recogieron y llenaron doce espuertas. No fue vana ostentación, sino que se hizo para que no se creyera haber sido aquello obra de brujería; y por este mismo motivo trabaja el Señor sobre materia preexistente. ¿Por qué no entregó los restos a las turbas para que los llevaran consigo, sino que los dio a los discípulos? Porque sobre todo a éstos quería instruir, pues habían de ser los maestros del orbe.

La multitud no iba a sacar ganancia grande espiritual de los milagros; y, en efecto, rápidamente lo olvidaron y pedían un nuevo milagro. Por lo demás, a Judas le sobrevino gravísima condenación del hecho de llevar su espuerta. Pues que el milagro se haya obrado para instrucción de los discípulos, consta por lo que se dice al fin; que tuvo Jesús que traérselo a la memoria y decirles: ¿Aún no comprendéis ni recordáis cuántos canastos recogisteis? Y el mismo motivo hubo para que el número de las espuertas fuera doce. O sea, igual al de los discípulos. En la otra multiplicación, como ya estaban instruidos, no sobraron tantos canastos, sino solamente siete espuertas. Por mi parte yo me admiro no únicamente de la abundancia de panes, sino además de la multitud de fragmentos y de lo exacto del número; y de que Jesús cuidara de que no sobraran ni más ni menos, sino los que El quiso, pues sabía de antemano cuántos panes se iban a consumir; lo que fue señal de un poder inefable.

De modo que los fragmentos confirmaron ambos milagros y demostraron que no era aquello simple fantasmagoría, sino restos de los panes que habían comido. En cuanto al milagro de los peces, en esa ocasión se verificó con los peces preexistentes; pero después de la resurrección se verificó sin materia preexistente. ¿Por qué? Para que adviertas cómo también ahora usó de la materia como Señor; no porque la necesitara como base del milagro, sino para cerrar la boca a los herejes.

Y las turbas decían: verdaderamente éste es el Profeta. ¡Oh avidez de la gula! Infinitos milagros mayores que éste había hecho Jesús y nunca las turbas le habían hecho semejante confesión, sino ahora que se hartaron. Pero por aquí se ve claramente que esperaban a un profeta eximio. Allá con el Bautista preguntaban: ¿Eres tú el Profeta? Acá afirman: Este es el Profeta. Pero Jesús, en cuanto advirtió que iban a venir para arrebatarlo y proclamarlo rey, se retiró de nuevo El solo a la montaña. ¡Por Dios! ¡cuán grande es la tiranía de la gula! ¡cuán inmensa la humana volubilidad! Ya no defienden la ley; ya no se cuidan del sábado violado; ya no los mueve el celo de Dios. ¡Repleto el vientre, todo lo han olvidado! Tenían consigo al Profeta e iban a coronarlo rey; pero Cristo huyó.

¿Por qué lo hizo? Para enseñarnos que se han de despreciar las dignidades humanas y demostrar que El no necesita de cosa alguna terrena. Quien todo Jo escogió humilde -madre, casa, ciudad, educación, vestido- no iba a brillar mediante cosas terrenas. Las celestiales, eximias y preclaras eran: los ángeles, la estrella, el Padre clamando, el Espíritu Santo testimoniando, los profetas ya de antiguo prediciendo; mientras que en la tierra todo era vil y bajo. Todo para que así mejor apareciera su poder. Vino a enseñarnos el desprecio de las cosas presentes y a no admirar las que en esta vida parecen espléndidas; sino que todo eso lo burlemos y amemos las cosas futuras. Quien admira las terrenas no admirará las del cielo. Por eso decía Cristo a Pilato: Mi reino no es de este mundo. Para no parecer que para persuadir echaba mano de humanos terrores y poderes. Pero entonces ¿por qué dice el profeta: He aquí que viene a ti tu rey, humilde y montado en un pollino rúa de asna? Es que el profeta trataba del reino celeste y no del terreno. Por lo cual decía también: Yo no acepto gloria del hombre.

Aprendamos, pues, carísimos, a despreciar los humanos honores y a no desearlos. Grande honor poseemos, con el cual comparados los honores humanos son injurias y cosa de risa y de comedia; así como las riquezas terrenas comparadas con las celestiales son verdadera pobreza, y esta vida comparada con la otra es muerte. Dice Cristo: Deja a los muertos que entierren a sus muertos. De modo que si esta gloria con aquella otra se compara, es vergüenza y burla. No anhelemos ésta. Si quienes la proporcionan son mis viles que h sombra y el ensueño, mucho más lo es ella: La gloria del hombre como flor del heno. Pero aun cuando fuera duradera ¿qué ganancia sacaría de ella el alma? ¡Ninguna! Al revés, daña sobremanera y hace esclavos de peor condición que los que en el mercado se venden, puesto que han de servir no a un señor, sino a dos, a tres, a mil que ordenan mil cosas diversas. ¡Cuánto mejor es ser libre que no esclavo! Libre de la servidumbre de los hombres y siervo del Señor Dios que ordena. Pero en fin, si de todos modos has de amar la gloria, ama la gloria inmortal. Su esplendor es de más brillo y mayor es si: ventaja.

Los hombres te ordenan darles gusto con gustos tuyos; mientras que Cristo, por el contrario, te devuelve el céntuplo de todos tus dones y además añade la vida eterna. Entonces ¿qué es mejor? ¿Ser admirable en la tierra o ser en el Cielo? ¿Ser admirable delante de Cristo o delante de los hombres? ¿Serlo con ganancia tuya o con tu dañe? ¿Ser coronado por un día o por siglos eternos? Haz limosna al necesitado, no al bailarín, para que no pierdas juntamente tu alma; porque tú, por andarte entregando empeñosamente, pero bajamente, a los teatros, resultas causador de la ruina de aquél.

Si esos que se ocupan de los bailes supieran que de su arte no van a lograr ganancia alguna, ha ya tiempo que habrían cambiado de oficio. Pero cuando te ven aplaudiendo, corriendo al teatro, derrochando dineros, agriando recursos, aun cuando ellos no quisieran continuar en el oficio, tú los obligas por la codicia de la ganancia. Si supieran que nadie alabaría sus gracejos, muy pronto dejarían semejante trabajo, en cuanto cesara el lucro. Pero al ver que causan admiración a muchos, las alabanzas les sirven de anzuelo. Cesemos ya de hacer gastos inútiles; aprendamos en qué y cuándo conviene gastar, no sea que disgustemos a Dios por un doble camino: amontonando de donde no conviene y gastando en lo que no conviene. ¿De qué castigo no eres digno cuando pasas de largo al pobre y en cambio vas a gastar en las meretrices? Pues aun cuando las pagaras de bienes bien adquiridos ¿no sería un crimen dar recompensa a la perversidad y en vez de! debido castigo concederle honores?

Pero si además despojáis a los pupilos, desnudáis a los ancianos, pero alimentáis a los lascivos, pensad cuán terrible fuego está preparado para semejante crimen tan grande. Oye lo que dice Pablo: No únicamente los que eso hacen, sino también los que ciaban a quienes lo hicieron. ¡Tal vez hemos acometido un tanto severamente en demasía! Pero si nosotros no os acometemos, allí están los suplicios para los que nunca se enmiendan. ¿Qué aprovecharía el hablar para congraciarnos con vosotros si en la realidad tendríais que sufrir las penas debidas a vuestras obras?

Alabas al baile lo celebras, lo admiras. Pues te has convertido en un hombre peor que él. Porque a él parece que la pobreza lo excusa, aunque no carece da culpa; pero tú ni esa defensa tienes. Si a él le pregunto: ¿por qué has abandonado y ofreces artes y ejerces ésta, impura y execrable? me responderá: Porque con pequeño trabajo puedo ganar mucho. Pero si a ti te pregunto: ¿por qué admiras a ese lascivo que lleva una vida tal que arruina a otros muchos? no podrás responderme ni acudir a esa defensa, sino que te verás obligado a bajar con vergüenza el rostro.

Ahora bien, si cuando nosotros te pedimos cuentas no puedes ni abrir la boca, cuando se constituya y aparezca aquel formidable e inevitable tribunal de Dios, ante el cual hemos de dar razón de nuestros pensamientos y de nuestras obras ¿cómo podremos mantenernos en pie? ¿Con qué ojos veremos al Juez? ¿Qué le diremos? ¿cómo nos defenderemos? ¿qué excusa apta o inepta tendremos? ¿Que lo hacemos por gastar y derrochar? ¿por deleite o para perdición de los demás, a los cuales, mediante tal arte, causamos la ruina?

Nada podremos alegar, sino que necesariamente seremos castigados con eterno suplicio, suplicio que nunca se acaba. Procuremos con sumo empeño ya desde ahora que semejante cosa no nos suceda, para que saliendo de este mundo con buena esperanza consigamos los bienes eternos. Ojalá a todos nos acontezca alcanzarlos, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, por el cual y con el cual sea la gloria al Padre juntamente con el Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.





Crisostomo Ev. Juan 41