Crisostomo Ev. Juan 43

43

HOMILÍA XLIII (XLII)

Al atardecer, descendieron los discípulos al lago y se embarcaron y fueron hacia Cafarnaúm, en la ribera opuesta. Ya había anochecido y todavía no había venido a ellos Jesús. Y el lago, agitado por un viento redo que soplaba, se encrespaba (Jn 6,16-18).

JESÚS SE PREOCUPA de la utilidad de los discípulos no únicamente cuando corporalmente está con ellos, sino estando ausente y lejos. Como es poderoso y hábil, obra un mismo efecto por medios contrarios. Observa lo que en este caso hace. Abandona a sus discípulos y sube al monte. Ellos, estando El ausente, como ya era tarde, bajaron al lago, y ahí permanecieron esperando a que regresara. Pero, como se echara encima la noche, ya no se contuvieron de ir a buscarlo. No dijeron: Ya es tarde, la noche se echa encima ¿a dónde iremos? El sitio y la hora no dejan de ser peligrosos. Sino que inflamados por el deseo, se embarcan.

No sin motivo el evangelista indica el tiempo, sino para declarar el fervoroso amor que a Cristo le tenían. Mas ¿por qué Jesús se apartó y los dejó? ¿Por qué luego aparece El solo andando sobre las aguas? En primer lugar para enseñarles cuán duro era para ellos el dejarlos El solos, y que con esto aumentaran su anhelo. En segundo lugar, para demostrar su poder. Así como por estar revueltos con la turba no escuchaban teda la enseñanza, así tampoco veían todos los prodigios. Pero era conveniente que ellos, a quienes se había de encomendar el orbe todo de la tierra, tuvieran algo más que los otros.

Preguntarás: ¿qué milagros presenciaron ellos solos? La transfiguración en el monte, este milagro en el mar y muchos otros muy admirables después de la resurrección; y yo para mí tengo que presenciaron muchos otros además. Se dirigieron, pues, a Cafarnaúm, no porque supieran que El estaba allí, sino esperando que allá lo encontrarían, o bien durante la navegación. Esto dio a entender Juan cuando dijo que ya era tarde y Jesús no había llegado y que el mar con el viento que soplaba se iba escrespando.

Mas ¿por qué se perturban? Muchas causas había que los atemorizaban: el tiempo, pues había tinieblas; la tempestad, pues el mar se encrespaba; el sitio, pues no estaban cerca de la playa, pues dice: Habiendo remado como unos veinticinco estadios; finalmente, lo inesperado del suceso, pues: Lo ven caminando sobre las aguas. Pero El a ellos, que estaban en el colmo de la perturbación, les dijo: Yo soy, no queráis temer. Entonces ¿por qué se les apareció de esa manera? Para hacer ver que era quien amansaba las tempestades. Esto significa el evangelio al decir: Quisieron entonces entrarlo en la barca; y muy luego recaló la barca en el lugar a donde se dirigían.

De modo que les proporcionó Jesús una navegación no solamente sin riesgo, sino del todo próspera. Pero no se dejó ver de las turbas andando sobre las aguas, porque esto era un milagro superior a lo que la rudeza de ellas podía soportar. Tampoco se dejó ver así andando por mucho tiempo de los discípulos; pues casi apenas lo vieron y se apartó. A mí me parece que lo que narra Mateo es otro milagro distinto. Más aún: hay muchas razones que prueban ser distinto. Por lo demás con frecuencia Jesús repite los mismos milagros, a fin de que no les parezcan a los que los miran cosas insólitas, sino que las reciban con grande fe.

Yo soy, no queráis temer. Con una palabra les quita el temor. No sucedió así en el otro milagro, cuando Pedro le decía: Señor, si eres tú mándame ir a ti. ¿Por qué en el caso nuestro no lo recibieron en la barca, mientras que en Mateo al punto lo recibieron y creyeron? Porque en el primer caso continuaba la tempestad y sacudía la nave; mientras que en el segundo la palabra del Señor engendró la tranquilidad. Y si no es éste el motivo, lo será ciertamente el que ya anoté antes: o sea, que con frecuencia repetía Jesús los mismos milagros a fin de hacer creíbles los segundos mediante los primeros.

¿Por qué ahora no sube a la nave? Para que se verificara un milagro mayor y juntamente se demostrara con más claridad su divino poder y divinidad: y se probara de este modo que cuando dio gracias, no lo hizo porque necesitara de auxilio, sino para atemperarse a los presentas. Permitió que se desatara la tormenta para que continuamente lo buscaran; y la aplacó repentinamente para que vieran su poder. No fibió a la nave para de este modo verificar un milagro mayor.

Al día siguiente, la turba, que había quedado en la otra orilla del lago, advirtió que ahí había sólo una navecilla y que Jesús no se embarcó con sus discípulos. Y subieron los de la turba en las otras naves que habían llegado de Tiberíades. ¿Por qué Juan refiere con tantos pormenores este milagro? ¿Por qué no dijo simplemente que al siguiente día las turbas cruzaron el lago y se fueron? Alguna cosa quiere enseñarnos. ¿Cuál? Que Cristo, aunque no abiertamente, pero sí de un modo oscuro, les dejó a las turbas sospechar su partida. Pues dice: Vio la turba que no había ahí sino una sola nave, y que Cristo no se había embarcado con los discípulos. Por lo cual, habiendo subido la turba a las naves que llegaron de Tiberíades, se fueron a Cafarnaúm en busca de Jesús. Entonces ¿qué otra cosa podían sospechar sino que Cristo se había partido andando sobre las aguas? Porque no podía decirse que hubiera viajado en otra nave, pues dice el evangelista que no había sino una nave en la que subieron los discípulos. Sin embargo, tras de tan insigne milagro no le preguntan coma cruzó el lago ni se informan de tan insigne prodigio.

¿Qué es lo que le preguntan?: Maestro ¿cuándo llegaste acá? A no ser que alguno interprete ese cuándo como si dijeran ¿de qué modo? Vale la pena ponderar aquí lo voltario de sus voluntades. Los mismos que habían exclamado: Este es el Profeta; los que habían anhelado tomarlo y proclamarlo rey, ahora, en cuanto lo encontraron, ya nada de eso piensan. Yo creo que, olvidados del milagro, ya no admiran tanto a Jesús. Y aun quizá lo buscaban precisamente porque andaban ansiosos de disfrutar de aquel alimento, como el día antes.

Cruzaron los judíos el Mar Rojo capitaneados por Moisés; pero acá la diferencia fue grande. Moisés suplicaba como siervo y como siervo procedió en eso; Cristo procedió en todo con potestad absoluta y propia. Entonces se dividieron las aguas mediante el soplo de! viento Noto, de modo en que los israelitas pudieren pasar a pie enjuto. Pero acá el milagro fue mayor. Porque, el agua, sin perder su naturaleza, en tal forma llevó sobre sus espaldas a su Señor que confirmó aquello de la Escritura: Caminando sobre las crestas del mar corno sobre pavimento? Con razón, habiendo de entrar en Cafarnaúm, ciudad de dura condición y desobediente, hizo un milagro, para así ablandar el ánimo depravado de sus ciudadanos, con los prodigios obrados tanto en la ciudad como fuera, de ella. El que llegaran a la dicha ciudad turbas tan numerosas y llenas de fervor ¿cómo no había de ablandar aun a las rocas? Pero ellos no se ablandaron, sino que sólo anhelaban el alimento corporal. Por tal motivo los reprende Jesús.

Sabiendo esto, carísimos, demos gracias a Dios no únicamente por los beneficios sensibles, sino mucho más por los dones espirituales. Así lo quiere El, y por eco concede los dones sensible. Mediante éstos, atrae y amonesta a los más rudos, como a quienes aún ansían los bienes de este mundo. Pero si tras de recibirlos perseveran en sus maldades. El los reprende y los increpa. Al paralítico aquel quería concederle antes que nada los dones y bienes espirituales, pero los que se hallaban presentes se lo impedían. Porque como El le dijera: Se te perdonan tus pecados, ellos decían: Este hombre, blasfema. - Os ruego que no nos vaya a suceder algo semejante: que estimemos en más los dones espirituales. ¿Por qué? Porque si éstos están presentes, ningún daño se nos seguirá de ¡a privación de los bienes corporales. Pero si no los tenemos ¿qué consuelo nos queda? En consecuencia, conviene que los pidamos a Dios constantemente y se los supliquemos.

Cristo nos enseñó ser estos bienes espirituales los que debíamos pedir. Si examinamos ¡a oración que nos enseñó, no encontraremos en ella nada carnal, sino todo espiritual; puesto que lo poquito sensible que en ella se pide, se hace de modo espiritual. Pedir nada más que el pan sobresubstancial o sea cotidiano es propio del ánimo virtuoso y espiritual. Considera en cambio lo que precede.

Santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad, corno en el ciclo así en la tierra. Y apenas hubo puesto aquello sensible, tornó a lo espiritual diciendo: Perdónanos nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden. Puso el Señor en esta oración no principados, no gloria, no poder, sino todo lo referente al alma y su utilidad: nada terreno, sino todo celestial. Si pues se nos ordena abstenernos de las cosas de la vida presente ¿cuán míseramente nos portamos si pedimos al Señor aquello que si lo poseemos, El nos ordena rechazarlo para librarnos de cuidados; y si aun al contrario, ni siquiera nos cuidamos de lo que El nos ordenó pedir, ni lo anhelamos? Semejantes peticiones son estar hablando en vano. Y tal es el motivo de que cuando oramos nada consigamos.

Preguntarás: ¿cómo es entonces que los malos se enriquecen? ¿cómo andan en la opulencia los malos, los criminales, los ladrones? Respondo: No es que Dios les dé esas cosas ¡lejos eso! Mas ¿por qué lo permite? Ha permitido que haya ricos, pero los reserva para mayores castigos. Oye lo que se le dice a uno de ésos: Hijo, recibiste bienes y Lázaro males. Ahora, pues, él es consolado y tú eres atormentado. Para que no vayamos a oír semejante sentencia nosotros los que vivimos vanamente en placeres y añadimos pecados a pecados, busquemos la verdadera virtud, las verdaderas riquezas; y así conseguiremos los bienes prometidos. Ojalá los compartamos todos, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, por el cual y con el cual sea la gloria al Padre, juntamente con el Espíritu santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.




44

HOMILÍA XLIV (XLIII)

Jesús se puso a declararles: En verdad, en verdad os digo: me buscáis no porque hayáis comprendido las señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis hartado. Mirad de haceros no con el alimento corruptible, sino con el alimento permanente de la vida eterna (Jn 6,26-27).

No SIEMPRE resultan útiles la clemencia y la suavidad, sino que a veces el Maestro necesita usar un lenguaje más punzante. Cuando el discípulo es perezoso y rudo, hay que echar mano del aguijón para que despierte de semejante gran desidia. Con frecuencia, en este pasaje y en otros, lo hizo el Hijo de Dios. Como se le acercaran las turbas y lo adularan y le dijeran: Maestro ¿cuándo viniste acá?, El para demostrar que desprecia los honores mundanos, y solamente busca la salvación de aquellos hombres, les responde un tanto ásperamente no sólo para corregirlos, sino también para revelar sus pensamientos y ponerlos de manifiesto.

¿Qué es lo que les dice? Como quien afirma y confirma se expresa así: En verdad, en verdad os digo: me buscáis no porque hayáis comprendido las señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis hartado. Con tales palabras los hiere y los reprende. Sin embargo, no procede con excesiva violencia, sino todavía con mucha indulgencia. Porque no les dijo: ¡Glotones! ¡voraces! Tantos milagros he obrado y no me habéis seguido ni habéis admirado los prodigios. Más moderadamente y con más clemencia, les dice: Me buscáis no porque hayáis comprendido las señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saturado. Haciendo así referencia no únicamente a los milagros anteriores, sino también al presente. Como si les dijera: Para nada os movió ese milagro, sino que venís porque os habéis saturado.

Y que esto no lo dijera Jesús por meras conjeturas, muy pronto ellos mismos lo dejaron ver. Pues precisamente se le acercaron de nuevo para poder disfrutar otra vez de aquel bien. Por lo cual le decían: Nuestros padres comieron el maná en el desierto. De modo que de nuevo anhelan el alimento carnal, cosa digna de grave reprensión. Pero Jesús no se contenta con la reprensión, sino que añade la doctrina con estas palabras: Mirad de haceros no con el alimento corruptible, sino con el alimento permanente de vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre. Porque éste es a quien Dios, el Padre, acreditó con su sello.

Como quien dice: No busquéis y procuréis ese alimento, sino el otro espiritual. Mas, como hay quienes para vivir en el ocio abusan de estas palabras, como si Cristo hubiera prohibido el trabajo corporal, conviene contestarles, pues calumnian a todo el cristianismo y hacen con eso que sea burlado. Antes que nada conviene oír a Pablo. ¿Qué dice? Acordaos de la doctrina del Señor que dijo: Mayor dicha es dar que recibir. Pero ¿de dónde dará quien nada tiene? Pero ¿cómo es que Jesús le dice a Marta: Solícita andas y te inquietas por atender a muchas cosas, cuando pocas y aun una sola es la necesaria. María en realidad escogió la mejor parte?

Vale la pena responder a todo esto, no únicamente para excitar a los perezosos, si es que quieren; sino además para que no parezca que la Sagrada Escritura se contradice. Porque en otra parte dice el apóstol: Os exhortamos, hermanos, que os aventajéis aún más. Y que tengáis como punto de honra vivir sosegadamente, atender a vuestros propios negocios y trabajar con las propias manos, a fin de presentaros honorablemente a la vista de los extraños y de que nada os falte? Y también: El que hurtaba, ya no hurte; más bien fatigúese trabajando con sus propias manos en alguna labor buena, de suerte que tenga para compartir con el que sufre penuria. Ordena aquí Pablo no simplemente trabajar, sino hacerlo con tanto esfuerzo que aún se ayude a los indigentes. Y en otra parte dice: Para mis necesidades y de los que me acompañan han proveído estas mis manos. Y a los corintios les decía: Entonces ¿en qué consiste mi mérito? En que os he predicado el evangelio gratuitamente $ Y cuando fue a esa ciudad: permaneció en la casa de Aquila y Priscila y trabajaba. Pues ellos eran fabricantes de tiendas de campaña Todo esto parece contradecir la sentencia del Salvador. Pero, en fin, dése ya la solución.

¿Qué responderemos? Que no andar solícito no significa dejar el trabajo, sino no apegarse a las cosas de este mundo; es decir, no andar solícitos por la seguridad y descanso del día de mañana, sino tener eso como cosa superflua. Puede quien trabaja atesorar, pero no para el día de mañana; puede el que trabaja atesorar, pero sin preocupación. Porque preocupación y trabajo son cosas distintas. Que se trabaje, pero no para confiar en el trabajo, sino para ayudar al indigente. Lo que se dice de Marta no se refiere al trabajo ni al oficio, sino a que se ha de tener cuenta con el tiempo; y que el tiempo de los sermones no se ha de emplear en cosas temporales. De modo que no lo dijo Jesús para tener ociosa a Marta, sino para atraerla a escuchar.

Como si le dijera: Ven para que yo te enseñe lo que de verdad es necesario. ¿Andas solícita acerca de la comida? ¿Tratas de agasajarme y prepararme una mesa bien provista? Prepárame mejor otro manjar. Atiende a mis palabras. Imita el empeño de tu hermana. De modo que no prohíbe la hospitalidad ¡lejos tal cosa! ¡ni se hable de eso! Lo que enseña es que al tiempo de la predicación no se ha de cuidar de tales cosas. Y cuando dice: Haceos no del alimento que perece, no significa que se haya de vivir en el ocio, pues el ocio es sobre todo ese alimento que perece (ya que dice la Escritura: La desidia enseñó todas las maldades); sino que indica el deber de trabajar y también de compartir. Este alimento no perece.

Quien vive en ocio y se entrega a los placeres del vientre, se procura un alimento que perece. Por el contrario, si alguno mediante su trabajo proporciona a Cristo alimento, bebida, vestido, nadie que no esté loco dirá que se procura un alimento perecedero, puesto que es un alimento tal que por él se promete el reino de los cielos y también los bienes de allá arriba. Este alimento permanece para siempre. En cambio el otro lo llamó alimento que perece, tanto porque la turba ningún aprecio hizo de la fe ni se preocupó de investigar quién era el que había obrado el milagro o con qué poder, sino únicamente de llenar el vientre sin trabajar.

Como si les dijera: Nutrí vuestros cuerpos para que por este medio os buscarais otro alimento que permanece y que puede nutrir vuestras almas; pero vosotros corréis de nuevo hacia el alimento terreno. Por eso no entendéis que yo no quise llevaros a ese alimento imperfecto, sino al otro extra-temporal, que da la vida eterna y alimenta no los cuerpos sino las almas. Y luego, pues había hablado de Sí enalteciéndose y diciendo que El lo proporcionaría, para que no se sintieran ofendidos con semejantes palabras, sino que le dieran crédito, refiere el don y dádiva al Padre. Por eso, una vez que dijo: El cual os dará el Hijo del hombre, añadió: Porque éste es a quien Dios, el Padre, acreditó con su sello. Es decir, os lo envió precisamente para que os trajera este alimento. También puede explicarse de otro modo, pues en otro lugar dijo Cristo: Quien escucha mis palabras, a éste ha señalado el Padre con su sello, porque Dios es veraz. Lo ha señalado con su sello quiere decir lo ha manifestado claramente. Esto es lo que a mí me parece que se da a entender. Porque lo selló el Padre no quiere decir sino que lo manifestó, lo reveló dando testimonio de El. En realidad El mismo se manifestó; pero como hablaba a judíos, trajo al medio el testimonio del Padre.

Aprendamos, pues, carísimos, a pedir a Dios lo que es conveniente que a Dios se le pida. Las cosas del siglo, como quiera que sucedan nos acarrean daño. Si nos enriquecemos, sólo en este tiempo gozamos; si empobrecemos, nada molesto sufriremos. Ya vengan sucesos tristes, ya alegres, no tienen virtud en lo referente a la tristeza o al placer: ambos hay que despreciarlos, como cosas que velocísimamente pasan y desaparecen. Por esto con razón esta vida se llama camino, pues sus cosas pasan y no duran mucho tiempo. En cambio lo futuro, sea suplicio, sea reino, es inmortal. Pongamos pues en esto gran empeño, para que huyamos del suplicio y consigamos el reino.

¿Qué utilidad hay en los placeres presentes? Hoy son y mañana desaparecerán. Hoy son flor espléndida, mañana serán polvo que se disipa. Hoy son fuego encendido, mañana serán ceniza apagada. No son así las cosas espirituales, sino que siempre permanecen en flor y en brillo, y cada día resplandecen más aún. Estas riquezas nunca perecen, nunca cambian de dueño, jamás se acaban, jamás acarrean cuidados, envidias ni calumnias; no destrozan el cuerpo, no corrompen el alma, no traen consigo soberbia ni envidia: cosas todas que sí se encuentran en las riquezas mundanas.

Aquella gloria no se eleva en soberbia, no engendra hinchazón, jamás se acaba, jamás se oscurece. Quietud y placer en el cielo son para siempre, perennemente inconmovibles e inmortales, sin término ni acabamiento. Pues bien, anhelemos esa otra vida. Si la anhelamos ya no nos cuidaremos para nada de lo presente, sino que todo esto lo despreciaremos y lo bur-larerrfos. Aun cuando alguno nos llame al palacio (que es lo que se tiene por felicidad suma), no asentiremos, apoyados en la dicha esperanza. Quienes están poseídos del amor a lo celestial, tienen esotro por vil y de ningún precio.

Al fin y al cabo, todo cuanto se acaba no se ha de desear en demasía. Lo que cesa y hoy es y mañana perece, aunque sea lo máximo, se reputa por mínimo y despreciable. Busquemos, pues, no lo que huye y pasa, sino lo que permanece sin cambio; para que así podamos alcanzarlo, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, por el cual y con el cual sea la gloria al Padre, juntamente con el Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.




45

HOMILÍA XLV (XLIV)

Dijéronle, pues: ¿Qué debemos hacer para lograr la merced de Dios? Respondióles Jesús: Esta es la obra que quiere Dios: que creáis en el que El envió. Dícenle: pues ¿qué señal nos das para que la veamos y creamos en ti? ¿Qué obra haces? (Jn 6,28-30).

NADA HAY peor que la gula, nada más vergonzoso. Esta es la que cierra el entendimiento y lo hace rudo y vuelve carnal al alma. Esta ciega y no deja ver. Observa cómo fue eso lo que obró en los judíos. Porque ansiando ellos los placeres del vientre y no pensando en nada espiritual, sino únicamente lo de este siglo. Cristo los excitó con abundantes discursos, llenos unas veces de acritud, otras de suavidad y perdón. Pero ni aún así se levantaron a lo alto, sino que permanecieron por tierra.

Atiende, te ruego. Les había dicho: Me buscáis no porque hayáis comprendido las señales, sino porque comisteis de los panes y os habéis saturado. Los punzó arguyéndoles; les mostró cuál es el pan que se ha de buscar al decirles: Haceos no del alimento que perece; y aun les añadió el premio diciendo: sino el pan para la vida eterna. Y enseguida sale al encuentro de la objeción de ellos con decirles que ha sido enviado por el Padre. ¿Qué hacen ellos? Como si nada hubieran oído, le dicen: ¿Qué debemos hacer para lograr la merced de Dios? No lo preguntaban para aprender y ponerlo por obra, como se ve por lo que sigue, sino queriendo inducirlo a que de nuevo les suministre pan para volver a saturarse. ¿Qué les responde Cristo?: Esta es la obra que quiere Dios: que creáis en el que El envió. Instan ellos: ¿Qué señal nos das para que la veamos y creamos en ti? Nuestros padres comieron el maná en el desierto.

¡No hay cosa más necia y más estulta que eso! Cuando el milagro estaba aún delante de sus ojos, como si nada se hubiera realizado le decían: ¿Qué señal nos das? Y ni siquiera le dan opción a escoger, sino que piensan que acabarán por obligarlo a hacer otro milagro como el que se verificó en tiempo de sus ancestros. Por eso le dicen: Nuestros padres comieron el maná en el desierto. Creían que por este camino lo excitarían a realizar ese mismo milagro que los alimentaría corporalmente. Porque ¿por cuál otro motivo no citan sino ése, de entre los muchos verificados antiguamente; puesto que muchos tuvieron lugar en Egipto, en el mar, en el desierto? Pero sólo le proponen el del maná. ¿No es acaso esto porque aún estaban reciamente bajo la tiranía del vientre? Pero, oh judíos: ¿cómo es esto que aquel a quien vosotros llamasteis profeta y lo quisisteis hacer rey por el milagro que visteis, ahora, como si nada se hubiera realizado, os le mostráis tan ingratos y pérfidos, que aún le pedís una señal, lanzando voces dignas de parásitos y de canes famélicos? ¿De modo que ahora, cuando vuestra alma está hambreada, venís a recordar el maná?

Y advierte bien la ironía. No le dijeron: Moisés hizo este milagro; y tú ¿cuál haces? porque no querían volvérselo contrario. Sino que emplean una forma sumamente honorífica en espera del alimento. No le dijeron: Dios hizo aquel prodigio; y tú ¿cuál haces? porque no querían parecer como si lo igualaran a Dios. Tampoco nombran a Moisés, para no parecer que lo hacen inferior a Cristo. Sino que invocaron el hecho simple y dijeron: Nuestros padres comieron el maná en el desierto. Podía Cristo haberles respondido: Mayor milagro he hecho yo que no Moisés. Yo no necesito de vara ni de súplicas, sino que todo lo he hecho por mi propio poder. Si traéis al medio el maná, yo os di pan. Pero no era entonces ocasión propicia para hablarles así, pues el único anhelo de Cristo era llevarlos al alimento espiritual.

Observa con cuán eximia prudencia les responde: No fue Moisés quien os dio pan bajado del cielo, sino que es mi Padre quien os da el verdadero pan que viene del cielo. ¿Por qué no dijo: No fue Moisés, sino soy yo, sino que sustituyó a Moisés con Dios y al maná consigo mismo? Fue porque aún era grande la rudeza de los oyentes, como se ve por lo que sigue. Puesto que con tales palabras no los cohibió. Y eso que al principio ya les había dicho: Me buscáis no porque hayáis comprendido las señales, sino porque comisteis de los panes y os habéis saturado. Y como esto era lo que buscaban, en lo que sigue también los corrige. Pero ellos no desistieron.

Cuando prometió a la mujer samaritana que le daría aquella agua, no hizo mención del Padre, sino que dijo: Si supieras quién es el que te dice: Dame de beber, quizá tú le pedirías, y te daría agua viva. Y en seguida: El agua que yo daré; y tampoco hace referencia al Padre. Aquí, en cambio, sí la hace. Pues bien, fue para que entiendas cuán grande era la fe de la samaritana y cuán grande la rudeza de los judíos. En cuanto al maná, en realidad no venía del Cielo. Entonces ¿cómo se dice ser del cielo? Pues es al modo como las Escrituras hablan de: Las aves del cielo;1 y también: Tronó desde el cielo Dios?

Y dice del pan verdadero, no porque el milagro del maná fuera falso, sino porque era sólo figura y no la realidad. Y al recordar a Moisés se antepuso a éste, ya que ellos no lo anteponían; más aún, tenían por más grande a Moisés. Por lo cual, habiendo dicho: No fue Moisés quien os dio, no añadió: Yo soy el que os doy, sino dijo que el Padre lo daba. Ellos le respondieron: Danos de ese pan para comer, pues aún pensaban que sería una cosa sensible y material y esperaban repletar sus vientres. Y tal era el motivo de que tan pronto acudieran a él. ¿Qué dice Cristo? Poco a poco los va levantando a lo alto; y así les dice: El pan de Dios es el que desciende del cielo y da la vida al mundo. No a solos los judíos sino a todo el mundo.

Y no habla simplemente de alimento, sino de otra vida diversa. Y dice vida porque todos ellos estaban muertos. Pero ellos siguen apegados a lo terreno y le dicen: Danos ese pan. Los reprochaba de una mesa sensible; pero en cuanto supieron que se trataba de una mesa espiritual, ya no se le acercan. Les dice: Yo soy el pan de vida. El que a mí viene jamás tendrá hambre y el que cree en mí jamás padecerá sed. Pero yo os tengo dicho que aunque habéis visto mis señales, no creéis.

Ya el evangelista se había adelantado a decir: Habla de lo que sabe y da testimonio de lo que vio y nadie acepta su testimonio. Y Cristo a su vez: Hablamos lo que sabemos y testificamos lo que hemos visto, pero no aceptáis nuestro testimonio. Va procurando amonestarlos de antemano y manifestarles que nada de eso lo conturba, ni busca la gloria humana, ni ignora lo secreto de los pensamientos de ellos, así presentes como futuros. Yo soy el pan de vida. Ya se acerca el tiempo de confiar los misterios. Mas primeramente habla de su divinidad y dice: Yo soy el pan de vida. Porque esto no lo dijo acerca de su cuerpo, ya que de éste habla al fin, cuando declara: El pan que yo daré es mi carne. Habla pues todavía de su divinidad. Su carne, por estar unida a Dios Verbo, es pan; así como este pan, por el Espíritu Santo que desciende, es pan del cielo.

Pero aquí no usa ya de testigos, como en el discurso anterior, pues allá tenía como testigos los panes del milagro y los oyentes aún simulaban creerle. Acá en cambio aún lo contradecían y le argumentaban. Por lo cual finalmente ahora expone plenamente su sentencia. Ellos siguen esperando el alimento corporal y no se perturban hasta el momento en que pierden la esperanza de obtenerlo. Mas ni aun así calló Cristo, sino que los increpa con vehemencia. Los que allá mientras comían lo llamaron profeta, ahora se escandalizan y lo llaman hijo de artesano. No lo trataban así cuando estaban comiendo, sino que decían: Este es el Profeta. Y aun lo querían hacer rey. Ahora hasta se indignan al oírlo decir que ha venido del Cielo. Mas no era ése el motivo verdadero de su indignación, sino el haber perdido la esperanza de volver a disfrutar de la mesa corporal. Si su indignación fuera verdadera, debían investigar cómo era pan de vida, cómo había bajado del Cielo. Pero no lo hacen, sino que solamente murmuran.

Y que no sea aquélla la causa verdadera de su indignación se ve porque cuando Jesús les dijo: Mi Padre os da el pan, no le dijeron: Pídele que nos dé, sino ¿qué?: Danos ese pan. Jesús no les había dicho: Yo os daré, sino: Mi Padre os da. Pero ellos, por la gula, pensaban que él podía dárselo. Pues bien, quienes esto creían ¿en qué forma debieron escandalizarse cuando lo oyeron decir que era el Padre quien se lo daría?

¿Cuál es pues el motivo verdadero? Que en cuanto oyeron que ya no comerían, ya no creyeron; y ponen como motivo el que Jesús les hable de cosas elevadas. Por eso les dice: Me habéis visto y no creéis, dándoles a entender así los milagros como el testimonio de las Escrituras. Pues dice: Ellas dan testimonio de Mí; y también: ¿Cómo podéis creer vosotros que captáis la gloria unos de otros?

Todos los que me da el Padre vienen a mí; y a cuantos vengan a mí Yo no los desecharé. ¿Observas cómo pone todos los medios para salvar a los hombres? Añadió esto para que no pareciera que hablaba de ligero y que procedía en vano. Y ¿qué es lo que dice?: Todos los que me da el Padre vienen a mí y yo los resucitaré al final de los tiempos. ¿Por qué trae al medio la resurrección, como don concedido a los que creen, puesto que también los impíos la participarán? Porque habla no de la resurrección común, sino de una peculiar resurrección. Pues como al principio dijera: No los echaré fuera y no dejaré perecer a ninguno, luego añadió lo de la resurrección.

En la resurrección los hay que son echados fuera, puesto que dice: Tomadlo y arrojadlo a las tinieblas exteriores. Y los hay que perecen, como se deja entender con decir: Temed más bien al que puede arrojar el alma y el cuerpo a la gehenna. En consecuencia, lo que dice: Doy la vida eterna, quiere decir: Y saldrán resucitados para condenación los que obraron perversamente; y los que obraron bien, para vida. En conclusión, que aquí habla de la resurrección de los buenos.

Mas ¿qué significa cuando dice: Todos los que me da el Padre vienen a Mí? Púnzalos por su incredulidad y declara que quienes no creen en El traspasan la voluntad del Padre. No lo dice abiertamente, pero sí lo da a entender. Y vemos que continuamente procede así para declarar que los que no creen en El no lo ofenden a El solo sino además al Padre. Puesto que si tal es su voluntad y para eso vino al mundo, para salvar al mundo, traspasan su voluntad. Como si dijera: Cuando el Padre me envía alguno, nada le impide que se me acerque. Luego continúa: Nadie puede venir a Mí si mi Padre no lo atrae. Y Pablo dijo: Jesús los entrega al Padre: Cuando haya entregado el reino a Dios Padre. Así como el Padre cuando da no por eso se priva de lo que da, así el Hijo cuando entregó todo, no se defraudó a Sí mismo. Se dice que entrega porque por El tenemos acceso al Padre.

Ese por el cual se dice también del Padre, como en Pablo: Por el cual habéis sido llamados a la comunión de su Hijo; o sea por voluntad del Padre. Y Jesús dijo: Bienaventurado eres, Simón hijo de Juan, porque no te lo revelaron la carne y la sangre? De modo que en este pasaje viene a decir poco más o menos: La fe en Mí no es cosa pequeña, sino que necesita la gracia de arriba. Y en todas partes establece lo mismo: que el alma generosa, atraída por Dios, necesita de la fe. Quizá diga alguno: Si todos los que te da el Padre vienen a Ti; y aquellos a quienes El atrae; y si nadie puede venir a Ti si no se le concede el don de allá arriba, aquellos a quienes no hace semejante don el Padre se encuentran libres de toda culpa. Todo eso es palabrería y vanas excusas. Porque también se necesita nuestra voluntad, ya que a ella le toca el ser enseñada y creer.

Por lo mismo, con las palabras: Todos los que me da el Padre, no quiere decir sino que: no es cosa de poco precio creer en Mí, ni depende eso de humano raciocinio, sino que se necesita una revelación de lo alto y un alma piadosa que acepte semejante revelación. Y aquello otro: El que viene a Mí será salvo, significa que gozará de especial y grande providencia. Pues por esto vino Cristo y tomó carne y forma de siervo.

Luego continuó: Porque he descendido del Cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad de aquel que me envió. ¿Qué dices, Señor? ¿De modo que una es tu voluntad y otra la de tu Padre? Pues para que nadie opine semejante cosa, quita la sospecha añadiendo: Y ésta es la voluntad de aquel que me envió: que todo el que ve al Hijo y cree en El, tenga vida eterna. Pero ¿acaso no es ésta tu misma voluntad, Señor? ¿Por qué entonces en otra parte dices: Fuego vine a traer a la tierra ¿y qué otra cosa anhelo sino que se encienda? Si pues esto es lo que quieres, manifiestamente es una misma voluntad, ya que en otra parte aseguras: Así como el Padre resucita a los muertos y los hace revivir, así el Hijo da vida a quienes le place.

Y ¿cuál es la voluntad del Padre? ¿Acaso no es que de ésos no perezca ninguno? Esto mismo anhelas tú también. De modo que no es ésta una voluntad y otra aquélla. Del mismo modo en otro lugar establece la igualdad con el Padre más determinadamente cuando dice: Yo y mi Padre vendremos y haremos en él morada. ll En una palabra, como si dijera: No he venido a hacer otra cosa, sino lo que el Padre quiere; y no tengo otra voluntad sino la de mi Padre. Porque todo lo de mi Padre es mío, y todo lo mío es de El. Si pues las cosas todas del Padre y del Hijo son comunes, lógicamente dice Cristo: No he venido para hacer mi voluntad. Sin embargo, esto no lo declara aquí sino que lo deja para el fin; pues, como ya dije, oculta aún lo más sublime y lo encubre como con una sombra, para declarar con esto que, si les hubiera dicho ésta es mi voluntad, lo habrían despreciado.

Les dice que El coopera con la voluntad de su Padre con el objeto de infundirles más temor. Como si les dijera: ¿Qué es lo que pensáis? ¿que con no creer en Mí me irritáis? ¡Es a mi Padre a quien movéis a ira! Porque esta es la voluntad del que me envió, que de todos los que me dio Yo a ninguno deje perecer. Les demuestra de este modo que El no necesita del culto de ellos, y que no ha venido en busca de utilidad propia y propios honores, sino para la salvación de ellos. Es lo mismo que dijo en el discurso anterior: Yo no necesito que otro hombre dé testimonio de Mí. Y además: Os digo esto para que os salvéis. Porque continuamente se empeña en declarar que ha venido para la salvación de ellos.

Y dice que El prepara la gloria del Padre, para que no recaiga sobre El sospecha alguna. Y que por tal motivo lo haga, lo manifiesta en lo que sigue más adelante: El que busca su voluntad, busca su propia gloria. Mas el que busca la gloria de aquel que lo envió, éste es sincero y no hay en él deslealtad. Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en El tenga vida eterna, y Yo lo resucitaré al final de los tiempos. ¿Por qué menciona la resurrección con tanta frecuencia? Para que no circunscriban la providencia de Dios a sólo las cosas presentes; de manera que si acá no disfrutan de bienes, no por eso se tornen más desidiosos, sino que esperen los bienes futuros; y que si al presente no son castigados, no lo desprecien, sino que aguarden la otra vida.

Ahora bien, si ellos en nada aprovecharon, empeñémonos nosotros en aprovechar, tratando con frecuencia de la resurrección. Si nos acomete el deseo de enriquecernos, de robar, de hacer algo perverso, pensemos al punto en aquel último día e imaginemos aquel tribunal: este pensamiento reprimirá la pasión del ánimo mucho mejor que cualquier freno. Digamos a otros y a nosotros mismos continuamente: Resurrección hay y un tribunal temible nos espera. Si vemos a alguno que anda hinchado y alegre por los bienes presentes, digámosle y hagámosle ver que todo eso acá se quedará. Si a otro lo encontramos adolorido y oprimido por las fatigas, representémosle eso mismo, o sea, que las cosas tristes todas tienen acá su término. Si lo hallamos perezoso y disipado, repitámosle lo mismo, o sea, que de su desidia sufrirá el castigo.

Semejante sentencia curará nuestras almas mejor que cualquiera medicina. Porque sí hay resurrección; y a las puertas está y no muy lejana la resurrección. Pues dice Pablo: Todavía un poco y el que ha de venir vendrá y no tardará. Y también: Porque todos nosotros debemos comparecer ante el tribunal de Cristo; es decir, buenos y malos. Estos para que delante de todos queden avergonzados; aquéllos para que delante de todos aparezcan más brillantes. Así como acá los jueces públicamente castigan a los perversos y honran a los buenos, así sucederá allá; de manera que para unos la vergüenza sea mayor, y para otros la gloria sea más espléndida.

Pues bien, imaginemos esto día por día. Si continuamente lo meditamos, ninguna cosa presente y pasajera nos impedirá. Lo que se ve es pasajero; lo que no se ve es eterno. Mutuamente repitámonos unos a otros esto mismo y digámonos: ¡Hay resurrección! ¡hay juicio! ¡hemos de dar cuenta de nuestras obras! Repitan esto los que andan pensando que existe el hado y quedarán libres de semejante enfermedad muy pronto. Porque si hay resurrección, habrá juicio y no existe el hado, por más que en afirmarlo se esfuercen.

Pero… ya me está dando vergüenza el enseñar esto a cristianos y decirles que existe la resurrección; y sin embargo no se han persuadido de que no existe la necesidad fatal del hado, ni suceden las cosas al acaso: semejante hombre en realidad no es cristiano. Por tal motivo os ruego, os suplico que nos purifiquemos de todo pecado y pongamos todos los medios para obtener indulgencia y perdón para aquel día. Quizá pregunte alguno: ¿cuándo será la consumación, cuándo la resurrección? Mucho tiempo ha pasado ya y nada de eso ha acontecido. Y sin embargo, creedme: ¡acontecerá! También antes del diluvio decían lo mismo los hombres y se burlaban de Noé. Pero llegó el diluvio y ahogó a todos los que no creían en él, y solamente se salvó el que creyó y salió libre. Tampoco los contemporáneos de Lot esperaban el castigo divino, hasta que llegó el momento en que el fuego y los rayos acabaron con todos. Y ni entonces ni cuando Noé hubo señales previas de lo que iba a suceder; sino que cuando todos estaban entregados a los banquetes y a la embriaguez, descargó sobre ellos aquel daño inevitable. Por lo cual dice Pablo: Cuando digan ¡paz y seguridad! entonces de improviso los asaltará el exterminio, como los dolores de parto a una mujer encinta, y no escaparán.

¿Qué es lo que tú dices? ¿No esperas la resurrección? ¿no el juicio? Los demonios confiesan estas verdades ¿y tú no las confiesas? Porque ellos dicen: ¿Vienes ya antes de ahora para atormentarnos? 16 Sin duda quienes hablan de tormentos futuros, saben bien que hay juicio y rendición de cuentas y suplicios. No provoquemos a Dios atreviéndonos a cosas necias y no dando fe a la resurrección. Así como en las demás cosas Cristo fue nuestro principio, lo mismo será en ésta. Por tal motivo se le llama: Primogénito de entre los muertos. Pero si no habrá resurrección ¿cómo será primogénito, puesto que ninguno de los muertos iría después de El? Si no hay resurrección ¿cómo existirá la justicia divina, pues tantos malvados viven prósperamente y tantos buenos pasan su vida en estrecheces? ¿Cuándo recibirá cada cual conforme a sus merecimientos si no hay resurrección? Nadie de los que viven correctamente niega la resurrección: los buenos cada día la anhelan y lanzan aquella voz santa: ¡Venga tu reino! ¿Quiénes son los que no creen en ella? Los que van por los caminos de la iniquidad y llevan una vida perversa, como lo asegura el profeta: En todo tiempo sus caminos están manchados; muy lejos están de él tus juicios. ¡No, no hay hombre que viva virtuosamente y no crea en la resurrección! Los que no tienen conciencia de pecado, dicen, afirman, esperan, creen que resucitarán. No irritemos a Dios. Oigámoslo que dice: Temed al que es poderoso para echar el alma y el cuerpo en la gehenna, y tornémonos mejores con el santo temor; y libres de semejante ruina, hagámonos dignos del Reino de los Cielos. Ojalá todos lo alcancemos, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, por el cual y con el cual sea la gloria al Padre, juntamente con su adorable, santísimo y vivificador Espíritu, ahora y siempre y por infinitos siglos de siglos. Amén.





Crisostomo Ev. Juan 43