Crisostomo Ev. Juan 46

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HOMILÍA XLVI (XLV)

Murmuraban de él los judíos por cuanto dijo: Yo soy el pan bajado del cielo. Y decían: ¿No es éste el hijo de José, cuyo padre y cuya madre conocemos? ¿Cómo dice que ha descendido del cielo? (Jn 6,41-42).

PABLO, escribiendo a los filipenses, dice de algunos de ellos: Cuyo dios es el vientre y ponen su gloria en lo que es su vergüenza. - Que trata ahí de los judíos, es cosa clara por lo que precede; y también por lo que ahora aquí dicen de Cristo. Cuando les suministró el pan y les hartó sus vientres, lo llamaron profeta y querían hacerlo rey. Pero ahora que los instruyó acerca del alimento espiritual y la vida eterna, y los levantó de lo sensible y les habló de la resurrección y les elevó los pensamientos, convenía que quedaran estupefactos de admiración. Pero al revés, se le apartan y murmuran.

Si Cristo era el Profeta, como ellos lo afirmaban anteriormente, diciendo: Porque éste es aquel de quien dijo Moisés: El Señor Dios os enviará un Profeta de entre vosotros, como yo: a él escuchadlo? lo necesario era prestarle oídos cuando decía: He descendido del cielo. Pero no lo escuchaban, sino que murmuraban. Todavía lo reverenciaban a causa del reciente milagro de los panes; y por esto no lo contradecían abiertamente, pero murmuraban y demostraban su indignación, pues no les preparaba una mesa como ellos la querían. Y decían murmurando: ¿Acaso no es éste el hijo de José? Se ve claro por aquí que aún ignoraban su admirable generación. Por lo cual todavía lo llaman hijo de José.

Jesús no los corrigió ni les dijo: No soy hijo de José. No lo hizo porque en realidad fuera El hijo de José, sino porque ellos no podían aún oír hablar de aquel parto admirable. Ahora bien, si no estaban aún dispuestos para oír acerca del parto según la carne, mucho menos lo estaban para oír acerca del otro admirable y celestial. Si no les reveló lo que era más asequible y humilde, mucho menos les iba a revelar lo otro. A ellos les molestaba que hubiera nacido de padre humilde; pero no les reveló la verdad para no ir a crear otro tropiezo tratando de quitar uno. ¿Qué responde, pues, a los que murmuraban? Les dice: Nadie puede venir a Mí si mi Padre que a Mí me envió no lo atrae. Aquí se levantan los maniqueos y dicen. que nada podemos nosotros por nosotros mismos. Pero precisamente por aquí se demuestra sobre todo que nuestro querer está en nuestra mano. Instan: pero si alguno viene a El ¿para qué es necesario que se le atraiga? Es que esto no nos quita nuestro albedrío, sino que pone de manifiesto que necesitamos auxilio.

Por lo demás, no se trata aquí de cualquiera que se acerque, sino de quien disfruta de un auxilio grande. Enseguida declara Cristo el modo como el Padre lo atrae. Para que no pensaran acerca de Dios algo al modo de lo sensible, añadió: No que alguien haya visto a Dios, sino sólo el que viene de Dios, éste ha visto al Padre. Pregunta el maniqueo: ¿cómo lo atrae? Ya antiguamente lo había declarado el profeta con estas palabras: Serán todos enseñados por Dios. ¿Has advertido la dignidad de la fe y cómo profetizó que no de los hombres ni por los hombres, sino por el mismo Dios serán enseñados? Y para autorizar sus palabras se remitió a los profetas.

Insisten aún: pero si se dijo que serán enseñados por Dios ¿por qué algunos no creen? Porque eso se dijo de la mayor parte. Por lo demás el profeta no se refiere a todos en absoluto, sino sólo a todos los que quieran. El Maestro se les propone a todos, dispuesto a dar su enseñanza, pues derrama su doctrina para todos. Y Yo lo resucitaré al final de los tiempos. Grande aparece aquí la dignidad del Hijo, pues el Padre atrae y El resucita. No es que se reparta la obra entre el Padre y el Hijo. ¿Cómo podría ser semejante cosa? sino que declaraba Jesús la igualdad de poder. Así como cuando dijo: El Padre que me envió da testimonio de Mí, los remitió a la Sagrada Escritura, no fuera a suceder que algunos vanamente cuestionaran acerca de sus palabras, así ahora los remite a los profetas, y los cita para que se vea que El no es contrario al Padre.

Pero dirás: Los que antes existieron ¿acaso no fueron enseñados por Dios? Entonces ¿qué hay de más elevado en lo que ahora ha dicho? Que en aquellos tiempos anteriores los dogmas divinos se aprendían mediante los hombres; pero ahora se aprenden mediante el Unigénito y el Espíritu Santo. Luego continúa: No que alguien haya visto al Padre, sino el que viene de Dios. No dice aquí esto según la razón de causa, sino según el modo de la substancia. Si lo dijera según la razón de causa lo cierto es que todos venimos de Dios. Y entonces ¿en dónde quedaría la prestancia del Hijo y su diferencia con nosotros?

Dirás: ¿por qué no lo expresó más claramente? Por la rudeza de los oyentes. Si cuando afirmó: Yo he venido del Cielo, tanto se escandalizaron ¿qué habría sucedido si hubiera además añadido lo otro? A Sí mismo se llama pan de vida porque engendra en nosotros la vida así presente como futura. Por lo cual añade: Quien comiere de este pan vivirá para siempre. Llama aquí pan a la doctrina de salvación, a la fe en El, o también a su propio cuerpo. Porque todo eso robustece al alma. En otra parte dijo: Si alguno guarda mi doctrina no experimentará la muerte; y los judíos se escandalizaron. Aquí no hicieron lo mismo, quizá porque aún lo respetaban a causa del milagro de los panes que les suministró.

Nota bien la diferencia que establece entre este pan y el maná, atendiendo a la finalidad de ambos. Puesto que el maná nada nuevo trajo consigo, Jesús añadió: Vuestros Padres comieron el maná en el desierto y murieron. Luego pone todo su empeño en demostrarles que de él han recibido bienes mayores que los que recibieron sus padres, refiriéndose así oscuramente a Moisés y sus admiradores. Por esto, habiendo dicho que quienes comieron el maná en el desierto murieron, continuó: El que come de este pan vivirá para siempre. Y no sin motivo puso aquello de en el desierto, sino para indicar que aquel maná no duró perpetuamente ni llegó hasta la tierra de promisión; pero que éste otro pan no es como aquél.

Y el pan que Yo daré es mi carne para la vida del mundo. Tal vez alguno en este punto razonablemente dudando preguntaría: ¿por qué dijo esto en semejante ocasión? Porque para nada iba a ser de utilidad a los judíos, ni los iba a edificar. Peor aún: iba a dañar a los que ya creían. Pues dice el evangelista: Desde aquel momento muchos de los discípulos se volvieron atrás, y dejaron definitivamente su compañía. Y decían: duro es este lenguaje e intolerable. ¿Quién podrá soportarlo? Porque tales cosas sólo se habían de comunicar con los discípulos, como advierte Mateo: En privado a sus discípulos se lo declaraba todo.

¿Qué responderemos a esto? ¿Qué utilidad había en ese modo de proceder? Pues bien, había utilidad y por cierto muy grande e incluso era necesario. Insistían pidiéndole alimento, pero corporal; y recordando el manjar dado a sus padres, decían ser el maná cosa de altísimo precio. Jesús, demostrándoles ser todo eso simples figuras y sombras, y que este otro era el verdadero pan y alimento, les habla del manjar espiritual. Insistirás alegando que debía haberles dicho: Vuestros padres comieron el maná en el desierto, pero Yo os he dado panes. Respondo que la diferencia es muy grande, pues esos panes parecían cosa mínima, ya que el maná había descendido del cielo, mientras que el milagro de los panes se había verificado en la tierra. De manera que, buscando ellos el alimento bajado del cielo, Jesús les repetía: Yo he venido del Cielo. Y si todavía alguno preguntara: ¿por qué les habló de los sagrados misterios? le responderemos que la ocasión era propicia. Puesto que la oscuridad en las palabras siempre excita al oyente y lo hace más atento, lo conveniente era no escandalizarse, sino preguntar.

Si en realidad creían que era el Profeta, debieron creer en sus palabras. De modo que nació de su necedad el que se escandalizaran, pero no de la oscuridad del discurso. Considera por tu parte en qué forma poco a poco va atrayendo a sus discípulos. Porque son ellos los que le dicen: Tú tienes palabras de vida eterna. ¿A quién iremos? Por lo demás aquí se declara El como dador y no el Padre: El pan que Yo daré es mi carne para vida del mundo. No contestaron las turbas igual que los discípulos, sino todo al contrario: Intolerable es este lenguaje, dicen. Y por lo mismo se le apartan. Y sin embargo, la doctrina no era nueva ni había cambiado. Ya la había dado a conocer el Bautista cuando a Jesús lo llamó Cordero. Dirás que ellos no lo entendieron. Eso yo lo sé muy bien; pero tampoco los discípulos lo habían entendido. Pues si lo de la resurrección no lo entendían claramente y por tal motivo ignoraban lo que quería decir aquello de: Destruid este santuario y en lres días lo levantaré mucho menos comprendían lo anteriormente dicho, puesto que era más oscuro.

Sabían bien que los profetas habían resucitado, aunque esto no lo dicen claramente las Escrituras; en cambio, que alguien hubiera comido carne humana, ningún profeta lo dijo. Y sin embargo lo obedecían y lo seguían y confesaban que El tenía palabras de vida eterna. Porque lo propio del discípulo es no inquirir vanamente las sentencias de su Maestro, sino oír y asentir y esperar la solución de las dificultades para el tiempo oportuno. Tal vez alguien preguntará: entonces ¿por qué sucedió lo contrario y se le apartaron? Sucedió eso por la rudeza de ellos. Pues en cuanto entra en el alma la pregunta: ¿cómo será eso? al mismo tiempo penetra la incredulidad. Así se perturbó Nicodemo al preguntar: ¿Cómo puede el hombre entrar en el vientre de su madre? Y lo mismo se perturban ahora éstos y dicen: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? Si inquieres ese cómo ¿por qué no lo investigaste cuando multiplicó los panes, ni dijiste: cómo ha multiplicado los cinco panes y los ha hecho tantos? Fue porque entonces sólo cuidaban de hartarse y no reflexionaban en el milagro.

Dirás que en ese caso la experiencia enseñó el milagro. Pues bien: precisamente por esa experiencia precedente convenía más fácilmente darle crédito ahora. Para eso echó por delante suceso tan maravilloso, para que enseñados por El, ya no negaran su asentimiento a sus palabras. Pero ellos entonces ningún provecho sacaron de ellas. Nosotros en cambio disfrutamos del beneficio en su realidad. Por lo cual es necesario que sepamos cuál sea el milagro que se verifica en nuestros misterios y por qué se nos han dado y cuál sea su utilidad.

Dice Pablo: Somos un solo cuerpo y miembros de su carne y de sus huesosJ Los ya iniciados den crédito a lo dicho. Ahora bien, para que no sólo por la caridad, sino por la realidad misma nos mezclemos con su carne, instituyó los misterios; y así se lleva a cabo, mediante el alimento que nos proporcionó; y por este camino nos mostró en cuán grande amor nuestro arde. Por eso se mezcló con nuestro ser y nos constituyó en un solo cuerpo, para que seamos uno, como un cuerpo unido con su cabeza. Esto es indicio de un ardentísimo amor. Y esto da a entender Job diciendo de sus servidores que en forma tal lo amaban que anhelaban identificarse con su carne y mezclarse a ella, y decían: ¿Quién nos dará de sus carnes para hartarnos?

Procedió Cristo de esta manera para inducirnos a un mayor amor de amistad y para demostrarnos El a su vez su caridad. De modo que a quienes lo anhelaban, no únicamente se les mostró y dio a ver, sino a comer, a tocarlo, a partirlo con los dientes, a identificarse con El; y así sació por completo el deseo de ellos. En consecuencia, tenemos que salir de la mesa sagrada a la manera de leones que respiran fuego, hechos terribles a los demonios, pensando en cuál es nuestra cabeza y cuán ardiente caridad nos ha demostrado. Fue como si dijera: Con frecuencia los padres naturales entregan a otros sus hijos para que los alimenten; mas Yo, por el contrario, con mi propia carne los alimento, a Mí mismo me sirvo a la mesa y quiero que todos vosotros seáis nobles y os traigo la buena esperanza para lo futuro. Porque quien en esta vida se entregó por vosotros, mucho más os favorecerá en la futura. Yo anhelé ser vuestro hermano y por vosotros tomé carne y sangre, común con las vuestras: he aquí que de nuevo os entrego mi carne y mi sangre por las que fui hecho vuestro pariente y consanguíneo.

Esta sangre modela en nosotros una imagen regia, llena de frescor; ésta engendra en nosotros una belleza inconcebible y prodigiosa; ésta impide que la nobleza del alma se marchite, cuando con frecuencia la riega y el alma de ella se nutre. Porque en nosotros la sangre no se engendra directamente del alimento sino que se engendra de otro elemento; en cambio esta otra sangre riega al punto el alma y le confiere gran fortaleza. Esta sangre, dignamente recibida, echa lejos los demonios, llama hacia nosotros a los ángeles y al Señor mismo de los ángeles. Huyen los demonios en cuanto ven la sangre del Señor y en cambio acuden presurosos los ángeles. Derramada esta sangre, purifica el universo.

Muchas cosas escribió de esta sangre Pablo en la Carta a los Hebreos, discurriendo acerca de ella. Porque esta sangre purificó el santuario y el Santo de los santos. Pues si tan gran fuerza y virtud tuvo en figura, en el templo aquel de los hebreos, en medio de Egipto, en los dinteles de las casas rociada, mucho mayor la tendrá en su verdad y realidad. Esta sangre consagró el ara y el altar de oro, y sin ella no se atrevían los príncipes de los sacerdotes a entrar en el santuario. Esta sangre consagraba a los sacerdotes; y en figura aún, limpiaba de los pecados.

Pues si en figura tan gran virtud tenía; si la muerte en tal forma se horrorizó ante sola su figura, pregunto yo: ¿cuánto más se horrorizará ante la verdad? Esta sangre es salud de nuestras almas; con ella el alma se purifica, con ella se adorna, con ella se inflama. Ella torna nuestra mente más brillante que el fuego; ella hace el alma más resplandeciente que el oro; derramada, abrió la senda del cielo. Tremendos en verdad son los misterios de la Iglesia: tremendo y escalofriante el altar del sacrificio. Del paraíso brotó una fuente que lanzaba de sí ríos sensibles; pero de esta mesa brota una fuente que lanza torrentes espirituales. Al lado de esta fuente crecen y se alzan no sauces infructuosos, sino árboles cuya cima toca al cielo y produce frutos primaverales que jamás se marchitan. Si alguno arde en sed, acerqúese a esta fuente y tiemple aquí su ardor. Porque ella ahuyenta el ardor y refrigera todo lo que está abrasado y árido: no lo abrasado por los rayos del sol, sino lo que han abrasado las saetas encendidas de fuego. Porque ella tiene en los cielos su principio y venero, y desde allá es alimentada.

Manan de ella abundantes arroyos, lanzados por el Espíritu Santo Paráclito, y el Hijo es medianero; y no abre el cauce valiéndose de un bieldo, sino abriendo nuestros afectos. Esta es fuente de luz que difunde vertientes de verdad. De pie están junto a ella las Virtudes del cielo, contemplando la belleza de sus alvéolos; porque todas ellas perciben con mayor claridad la fuerza de la sangre que tienen delante y sus inaccesibles efluvios. Como si alguien en una masa de oro líquido mete la mano o bien la lengua -si es que tal cosa puede hacerse- al punto la saca cubierta de oro, eso mismo hacen en el alma y mucho mejor los sagrados misterios que en la mesa se encuentran dispuestos. Porque hierve ahí y burbujea un río más ardoroso que el fuego, aunque no quema, sino que solamente purifica.

Esta sangre fue prefigurada antiguamente en los altares y sacrificios sangrientos de la ley; y es ella el precio del orbe; es ella con la que Cristo compró su Iglesia; y ella es la que a toda la Iglesia engalana. Como el que compra esclavos da por ellos oro, y si quiere engalanarlos con oro así los engalana, del mismo modo Cristo con su sangre nos compró y con su sangre nos hermosea. Los que de esta sangre participan forman en el ejército de los ángeles, de los arcángeles y de las Virtudes celestes, con la regia vestidura de Cristo revestidos y con armas espirituales cubiertos.

Pero… ¡no, nada grande he dicho hasta ahora! Porque en realidad se hallan revestidos del Rey mismo. Ahora bien, así como el misterio es sublime y admirable, así también, si te acercas con alma pura, te habrás acercado a la salud; pero si te acercas con mala conciencia, te habrás acercado al castigo y al tormento. Porque dice la Escritura: Quien come y bebe en forma indigna del Señor, come y bebe su condenación. Si quienes manchan la púrpura real son castigados como si la hubieran destrozado ¿por qué ha de ser admirable que quienes con ánimo inmundo reciben este cuerpo, sufran el mismo castigo que quienes lo traspasaron con clavos?

Observa cuán tremendo castigo nos presenta Pablo: Quien violó la ley de Moisés irremisiblemente es condenado a muerte bajo la deposición de dos o tres testigos. Pues ¿cuánto más duro castigo juzgáis que merecerá el que pisoteó al Hijo de Dios y profanó deliberadamente la sangre de la alianza, con la que fue santificado? 10 Miremos por nosotros mismos, carísimos, pues de tan grandes bienes gozamos; y cuando nos venga gana de decir algo torpe o notemos que nos arrebata la ira u otro afecto desordenado, pensemos en los grandes beneficios que se nos han concedido al recibir al Espíritu Santo.

Este pensamiento moderará nuestras pasiones. ¿Hasta cuándo estaremos apegados a las cosas presentes? ¿hasta cuándo despertaremos? ¿hasta cuándo habremos de olvidar totalmente nuestra salvación? Recordemos lo que Dios nos ha concedido, démosle gracias, glorifiquémoslo no solamente con la fe sino además con las obras, para que así consigamos los bienes futuros, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, al cual sea la gloria, juntamente con el Padre y el Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.




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HOMILÍA XLVII (XLVI)

Díjoles Jesús: en verdad os digo que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre no tendréis vida en vosotros. Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna en sí mismo (Jn 6,53-54).

CUANDO TRATAMOS de cosas espirituales, cuidemos de que nada haya en nuestras almas de terreno ni secular; sino que dejadas a un lado y rechazadas todas esas cosas, total e íntegramente nos entreguemos a la divina palabra. Si cuando el rey llega a una ciudad se evita todo tumulto, mucho más debemos escuchar con plena quietud y grande temor cuando nos habla el Espíritu Santo. Porque son escalofriantes las palabras que hoy se nos han leído. Escúchalas de nuevo: En verdad os digo, dice el Señor, si alguno no come mi carne y bebe mi sangre, no tendrá vida en sí mismo.

Puesto que le habían dicho: eso es imposible, El les declara ser esto no solamente posible, sino sumamente necesario. Por lo cual continúa: El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y Yo lo resucitaré al final de los tiempos. Había El dicho: Si alguno come de este pan no morirá para siempre; y es verosímil que ellos lo tomaran a mal, como cuando anteriormente dijeron: Nuestro Padre Abrahán murió y los profetas también murieron; entonces ¿cómo dices tú: no gustará la muerte? Por tal motivo ahora, como solución a la pregunta, pone la resurrección; y declara que ese tal no morirá para siempre.

Con frecuencia habla Cristo de los misterios, demostrando cuán necesarios son y que en absoluto conviene celebrarlos. Dice: Mi carne verdaderamente es comida y mi sangre verdaderamente es bebida. ¿Qué significa esto? Quiere decir o bien que es verdadero alimento que conserva la vida del alma; o bien quiere hacer creíbles sus palabras y que no vayan a pensar que lo dijo por simple enigma o parábola, sino que entiendan que realmente es del todo necesario comer su cuerpo.

Continúa luego: Quien come mi carne permanece en Mí, para dar a entender que íntimamente se mezcla con El. Lo que sigue, en cambio, no parece consonar con lo anterior, si no ponemos atención. Porque dirá alguno: ¿qué enlace lógico hay entre haber dicho: Quien come mi carne permanece en Mí, y a continuación añadir: Como me envió el Padre que vive, así Yo vivo por el Padre? Pues bien, lo cierto es que tienen muy estrecho enlace ambas frases. Puesto que con frecuencia había mencionado la vida eterna, para confirmar lo dicho añade: En Mí permanece. Pues si en Mí permanece y Yo vivo, es manifiesto que también él vivirá. Luego prosigue: Así como me envió el Padre que vive. Hay aquí una comparación y semejanza; y es como si dijera: Vivo Yo como vive el Padre. Y para que no por eso lo creyeras Ingénito, continúa al punto: así Yo vivo por el Padre, no porque necesite de alguna operación para vivir, puesto que ya anteriormente suprimió esa sospecha, cuando dijo: Así como el Padre tiene vida en Sí mismo, así dio al Hijo tener vida en Sí mismo. Si necesitara de alguna operación, se seguiría o que el Padre no le dio vida, lo que es falso; o que, si se la dio, en adelante la tendría sin necesidad de que otro le ayudara para eso.

¿Qué significa: Por el Padre? Solamente indica la causa. Y lo que quiere decir es esto: Así como mi Padre vive, así también Yo vivo. Y el que me come también vivirá por Mí. No habla aquí de una vida cualquiera, sino de una vida esclarecida. Y que no hable aquí de la vida simplemente, sino de otra gloriosa e inefable, es manifiesto por el hecho de que todos los infieles y los no iniciados viven, a pesar de no haber comido su carne. ¿Ves cómo no se trata de esta vida, sino de aquella otra? De modo que lo que dice es lo siguiente: Quien come mi carne, aunque muera no perecerá ni será castigado. Más aún, ni siquiera habla de la resurrección común y ordinaria, puesto que todos resucitarán; sino de una resurrección excelentísima y gloriosa, a la cual seguirá la recompensa.

Este es el pan bajado del cielo. No como el que comieron vuestros padres, el maná, y murieron. Quien come de este pan vivirá para siempre. Frecuentemente repite esto mismo para clavarlo hondamente en el pensamiento de los oyentes (ya que era esta la última enseñanza acerca de estas cosas); y también para confirmar su doctrina acerca de la resurrección y acerca de la vida eterna. Por esto añadió lo de la resurrección, tanto con decir: Tendrán vida eterna, como dando a entender que esa vida no es la presente, sino la que seguirá a la resurrección.

Preguntarás: ¿cómo se comprueba esto? Por las Escrituras, pues a ellas los remite continuamente para que aprendan. Y cuando dice: Que da vida al mundo, excita la emulación a fin de que otros, viendo a los que disfrutan don tan alto, no permanezcan extraños. También recuerda con frecuencia el maná, tanto para mostrar la diferencia con este otro pan, como para más excitarlos a la fe. Puesto que si pudo Dios, sin siega y sin trigo y el demás aparato de los labradores, alimentarlos durante cuarenta años, mucho más los alimentará ahora que ha venido a ejecutar hazañas más altas y excelentes. Por lo demás, si aquellas eran figuras, y sin trabajos ni sudores recogían el alimento los israelitas, mucho mejor será ahora, habiendo tan grande diferencia y no existiendo una muerte verdadera y gozando nosotros de una verdadera vida.

Y muy a propósito con frecuencia hace mención de la vida, puesto que ésta es lo que más anhelan los hombres y nada les es tan dulce como el no morir. En el Antiguo Testamento se prometía una larga existencia, pero ahora se nos promete no una existencia larga, sino una vida sin acabamiento. Quiere también declarar que el castigo que introdujo el pecado queda abolido y revocada la sentencia de muerte, puesto que pone ahora El e introduce una vida no cualquiera sino eterna, contra lo que allá al principio se había decretado.

Esto dijo enseñando en la sinagoga de Cafarnaúm; ciudad en la que había obrado muchos milagros; y en la que por lo mismo convenía que se le escuchara y creyera. Preguntarás: ¿por qué enseñaba en la sinagoga y en el templo? Tanto para atraer a la multitud, como para demostrar que no era contrario al Padre. Pero muchos de los discípulos que lo oyeron decían: Este lenguaje resulta intolerable. ¿Qué significa intolerable? Es decir áspero, trabajoso sobremanera, penoso. Pero a la verdad, no decía Jesús nada que tal fuera. Porque no trataba entonces del modo de vivir correctamente, sino acerca de los dogmas, insistiendo en que se debía tener fe en Cristo.

Entonces ¿por qué es lenguaje intolerable? ¿Porque promete la vida y la resurrección? ¿Porque afirma haber venido él del Cielo? ¿Acaso porque dice que nadie puede salvarse si no come su carne? Pero pregunto yo: ¿son intolerables estas cosas? ¿Quién se atreverá a decirlo? Entonces ¿qué es lo que significa ese intolerable? Quiere decir difícil de entender, que supera la rudeza de los oyentes, que es altamente aterrador. Porque pensaban ellos que Jesús decía cosas que superaban su dignidad y que estaban por encima de su naturaleza. Por esto decían: ¿Quién podrá soportarlo? Quizá lo decían en forma de excusa, puesto que lo iban a abandonar.

Sabedor Jesús por Sí mismo de que sus discípulos murmuraban de lo que había dicho (pues era propio de su divinidad manifestar lo que era secreto), les dijo: ¿Esto os escandaliza? Pues cuando veáis al Hijo del hombre subir a donde antes estaba… Lo mismo había dicho a Natanael: ¿Porque te dije que te había visto debajo de la higuera crees? Mayores cosas verás. Y a Nicodemo: Nadie ha subido al Cielo, sino el que ha bajado del Cielo, el Hijo del hombre. ¿Qué es esto? ¿Añade dificultades sobre dificultades? De ningún modo ¡lejos tal cosa! Quiere atraerlos y en eso se esfuerza mediante la alteza y la abundancia de la doctrina.

Quien dijo: Bajé del Cielo, si nada más hubiera añadido, les habría puesto un obstáculo mayor. Pero cuando dice: Mi cuerpo es vida del mundo; y también: Como me envió mi Padre que vive también Yo vivo por el Padre; y luego: He bajado del Cielo, lo que hace es resolver una dificultad. Puesto que quien dice de sí grandes cosas, cae en sospecha de mendaz; pero quien luego añade las expresiones que preceden, quita toda sospecha. Propone y dice todo cuanto es necesario para que no lo tengan por hijo de José. De modo que no dijo lo anterior para aumentar el escándalo, sino para suprimirlo. ?Quienquiera que lo hubiera tenido por hijo de José no habría aceptado sus palabras; pero quienquiera que tuviese la persuasión de que El había venido del Cielo, sin duda se le habría acercado más fácilmente y de mejor gana.

Enseguida añadió otra solución. Porque dice: El espíritu es el que vivifica. La carne de nada aprovecha. Es decir: lo que de Mí se dice hay que tomarlo en sentido espiritual; pues quien carnalmente oye, ningún provecho saca. Cosa carnal ora dudar de cómo había bajado del Cielo, lo mismo que creerlo hijo de José, y también lo otro de: ¿Cómo puede éste darnos su carne para comer? Todo eso carnal es; pero convenía entenderlo en un sentido místico y espiritual. Preguntarás: ¿Cómo podían ellos entender lo que era eso de comer su carne? Respondo que lo conveniente era esperar el momento oportuno y preguntar y no desistir.

Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida; es decir, son divinas y espirituales y nada tienen de carne ni de cosas naturales, pues están libres de las necesidades que imponen las leyes de la naturaleza de esta vida y tienen otro muy diverso sentido. Así como en este sitio usó la palabra espíritu para significar espirituales, así cuando usa la palabra carne no entiende cosas carnales, sino que deja entender que ellos las toman y oyen a lo carnal. Porque siempre andaban anhelando lo carnal, cuando lo conveniente era anhelar lo espiritual. Si alguno toma lo dicho a lo carnal, de nada le aprovecha.

Entonces ¿qué? ¿su carne no es carne? Sí que lo es. ¿Cómo pues El mismo dice: La carne para nada aprovecha? Esta expresión no la refiere a su propia carne ¡lejos tal cosa! sino a los que toman lo dicho carnalmente. Pero ¿qué es tomarlo carnalmente? Tomar sencillamente a la letra lo que se dice y no pensar en otra cosa alguna. Esto es ver las cosas carnalmente. Pero no conviene juzgar así de lo que se ve, puesto que es necesario ver todos los misterios con los ojos interiores, o sea, espiritualmente. En verdad quien no come su carne ni bebe su sangre no tiene vida en sí mismo. Entonces ¿cómo es que la carne para nada aprovecha, puesto que sin ella no tenemos vida? ¿Ves ya cómo eso no lo dijo hablando de su propia carne, sino del modo de oír carnalmente?

Pero hay entre vosotros algunos que no creen. De nuevo, según su costumbre reviste de alteza sus palabras y predice lo futuro y demuestra que El habla así porque no intenta captar gloria entre ellos, sino mirar por su salvación. Cuando dice algunos deja entender que son de sus discípulos. Pues ya al principio había dicho: Me habéis visto, pero no creéis en Mí. Aquí en cambio dice: Hay entre vosotros algunos que no creen. Porque sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que lo entregaría. Decíales también: Por esto os he dicho: Nadie puede venir a Mí si no le es otorgado por el Padre.

Con estas palabras el evangelista da a entender lo espontáneo de su economía redentora y su paciencia. Y no se pone aquí sin motivo la expresión: Desde el principio; sino para que entiendas su presciencia, y que El, ya antes de pronunciar esas palabras, y no después de que ellos escandalizados habían murmurado, tenía conocimiento del traidor: cosa propia de la divinidad. Luego añadió: Si no le es otorgado por el Padre, persuadiéndoles de esta manera que tuvieran por Padre de El a Dios y no a José; y declarando no ser cosa de poco precio el creer en El. Como si dijera: No me conturban ni me admiran los que no creen. Ya lo sabía yo antes de que sucediera. Ya sabía a quiénes lo otorgaría el Padre. Y cuando oyes ese otorgó no pienses que se trata de una especie de herencia, sino cree que lo otorga a quien se muestra digno de recibirlo.

Desde aquel momento muchos de sus discípulos se volvieron atrás, y dejaron definitivamente su compañía. Con exactitud no dijo el evangelista se apartaron, sino: Se volvieron atrás, manifestando así que retrocedieron en el camino de la virtud y perdieron la fe que antes tenían, por el hecho de volverse. No procedieron así aquellos doce. Por lo cual Jesús les pregunta: ¿También vosotros queréis marcharos? Manifestó así que no necesitaba de su servicio y culto, y que no era esa la razón de llevarlos consigo. ¿Cómo podía tener necesidad de ellos el Señor que esto les decía?

Pero ¿por qué no los alaba? ¿por qué no los ensalza? Desde luego para conservar su dignidad de Maestro; y además para demostrar que así era como debían ser atraídos. Si los hubiera alabado, pensando ellos que le habían hecho algún favor, se habrían ensoberbecido; en cambio, con declarar que no los necesitaba, más los une consigo. Observa con cuánta prudencia habla. No les dijo: ¡marchaos! pues hubiera sido propio de quien los rechazaba. Sino que les pregunta: ¿También vosotros queréis marcharos? Con esto suprimía toda violencia y coacción, y hacía que no se quedaran con El por vergüenza, sino que incluso tomaran el quedarse como un favor. Con no acusarlos públicamente sino suavemente punzarlos, nos enseña en qué forma conviene proceder en tales ocasiones. Pero nosotros procedemos al contrario, porque la mayor parte de las cosas las hacemos por nuestra gloria; y por esto pensamos que salimos perdiendo si se apartan de nosotros los siervos.

De modo que no los aduló ni tampoco los rechazó, sino solamente les preguntó. No procedió como quien desprecia, sino como quien no quiere retenerlos por violencia y coacción. Permanecer con El de este segundo modo hubiera equivalido a dejarlo. Y ¿qué hace Pedro? Dice: ¡Señor! ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído que Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo. ¿Ves cómo no fueron las palabras el motivo del escándalo, sino la desidia y pereza y perversidad de los oyentes? Aun cuando Cristo no les hubiera hecho ese discurso, ellos se habrían escandalizado y no habrían cesado de pedirle el alimento corporal y de continuar apegados a lo terreno.

Por el contrario, los doce oyeron lo mismo que los otros; pero como estaban con distinta disposición de ánimo, dijeron: ¿A quién iríamos?: palabras que declaran un grande afecto del alma. Significan que amaban al Maestro sobre todas las cosas, padres, madres, haberes; y que a quienes de El se apartan no les queda a dónde acogerse. Y luego, para que no pareciera que ese: ¿A quién iríamos? lo habían dicho porque no habría quien los recibiera, al punto Pedro añadió: Tú tienes palabras de vida eterna. Los demás escuchaban de un modo carnal y a lo humano; pero ellos escuchaban espiritualmente y poniéndolo todo bajo la fe.

Por eso Cristo les decía: Las palabras que os he dicho son espíritu. Es decir, no penséis que mis enseñanzas están sujetas a la lógica necesaria de las cosas humanas. No son así las cosas espirituales ni soportan que se las sujete a medidas terrenas. Es lo mismo que declara Pablo con estas palabras: No digas en tu corazón: ¿Quién subirá al Cielo? Se entiende para hacer descender a Cristo. O ¿quién bajará al abismo? Se entiende para hacer subir a Cristo de entre los muertos. Tú tienes palabras de vida eterna. Ya habían ellos aceptado la idea de la resurrección y todo lo demás. Pero advierte, te ruego, la caridad de Pedro para con sus hermanos, y cómo toma a su cargo todo el negocio del grupo. Porque no dijo: Yo conocí; sino: Nosotros conocimos. O mejor aún, advierte cómo penetra en las palabras mismas del Maestro y habla de un modo distinto al de los judíos. Porque ellos decían: Este es hijo de José. Pedro en cambio dice: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo; y también: Tú tienes palabras de vida eterna. Quizá lo dijo porque muchas veces había oído a Cristo repetir: Quien cree en Mí tiene vida eterna.

Demuestra de este modo que va conservando en la memoria todas las palabras de Cristo, puesto que ya El mismo las usa. Y ¿qué hace Cristo? No alabó ni ensalzó a Pedro, como en otra ocasión lo hizo. Sino ¿qué dice?: ¿Acaso no os escogí yo a los doce? ¡Y uno de vosotros es un diablo! Puesto que Pedro había dicho: Nosotros hemos creído, Cristo exceptúa a Judas. En otra ocasión nada dijo Cristo acerca de sus discípulos. Pues habiendo El preguntado: Pero vosotros ¿quién decís que soy yo? respondió Pedro: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. Ahora, en cambio, como Pedro los englobó a todos y dijo: Nosotros hemos creído, justamente Cristo exceptúa del número a Judas. Y lo hace comenzando a revelar la perfidia del traidor con mucha antelación. Aunque sabía que de nada le aprovechaba, sin embargo puso El lo que estaba de su parte.

Mira también su sabiduría. No lo descubrió, pero tampoco permitió que quedara del todo oculto, tanto para que no se tornara más impudente y obstinado, como también para que no por pensar que quedaba oculto, más audazmente se atreviera a su crimen. Por esto en lo que sigue lo reprende más claramente. Pues primero lo mezcló con el grupo cuando dijo: Hay algunos de entre vosotros que no creen, lo cual explica el evangelista diciendo: Porque desde el principio sabía bien Jesús quiénes eran los que no creían y quién era el que lo entregaría. Como Judas persistía en su incredulidad, más acremente lo punza diciendo: Uno de vosotros es un diablo; pero con el objeto de mantener a Judas aún oculto, aterroriza a todos.

Razonablemente se puede aquí preguntar por qué ahora los discípulos nada dicen, ni dudan, ni temen, ni se miran unos a otros, ni preguntan: ¿Acaso soy yo, Señor? Tampoco hace Pedro señas a Juan para que pregunte al Maestro quién es el traidor. ¿Por qué esto? Fue porque Pedro aún no había escuchado aquella palabra: ¡Apártate de mí, Satanás! y por lo mismo aún no temía. Pero después de que se le increpó y de haber él hablado con crecido afecto, no recibió alabanza alguna, sino que se le llamó Satanás, o sea, tropiezo. De modo que cuando escuchó aquella otra palabra: Uno de vosotros me va a entregar, entonces sí temió en su corazón. Por otra parte, en esta ocasión Jesús no dice: Uno de vosotros me va a entregar, sino: Uno de vosotros es un diablo. Así no comprendían lo que El decía y pensaban que únicamente reprendía la perversidad en general.

Mas ¿por qué dijo: ¿Acaso no os elegí Yo a vosotros doce y uno de vosotros es un diablo? Daba con esto a entender que su enseñanza estaba totalmente libre de adulación. Pues todos se habían apartado y sólo quedaban los doce; y por boca de Pedro confesaban a Cristo. Entonces, para que no pensaran que por esto los adularía, aleja toda sospecha. Como si dijera: nada puede impedirme que reprenda a los perversos, ni penséis que Yo porque os quedáis conmigo os tengo de adular; o que porque me seguís no voy a reprender a los perversos. Lo que más podrá doblegar a un maestro no tiene fuerza para doblegarme. Quien permanece conmigo da testimonio de su amor. Quien ha sido elegido por el Maestro se conquista la fama de loco y es rechazado por los necios. Pero ni aun esto detiene a Jesús para no reprender.

Aun ahora los gentiles lanzan contra Cristo esa acusación, aunque inútil y neciamente. Porque Dios no suele hacer buenos a la fuerza ni su elección es coacción, sino que la lleva a cabo mediante la persuasión. Y para que veas que la vocación y llamamiento no hace violencia, considera cuántos de los que han sido llamados han perecido. Queda pues claro que la salvación y la perdición dependen de nuestro Ubre albedrío. Oyendo esto, quedemos instruidos para aguardarnos y vigilar continuamente. Si aquel que se contaba en el coro santo y había recibido un don tan excelente que hacía milagros (puesto que fue enviado con los demás a resucitar a los muertos y limpiar a los leprosos), por haberse dejado coger de la enfermedad gravísima de la avaricia, traicionó a su Señor y de nada le aprovecharon los beneficios, los dones, la compañía de Cristo, ni el lavatorio de los pies, ni la mesa común, ni ser el guarda de las limosnas, sino que al revés esto mismo le fue puerta de entrada para el castigo, temamos también nosotros, no sea que alguna vez, llevados de la avaricia, imitemos a Judas.

Dirás que tú no entregas a Cristo. Pero cuando desprecias al pobre aterido de frío o consumido del hambre, te vuelves reo del mismo castigo. Cuando indignamente participamos de los misterios, vamos a la misma ruina que quienes dieron muerte a Cristo. Cuando robamos, cuando oprimimos a los necesitados, echamos sobre nosotros el máximo castigo. Y con toda justicia. Porque ¿hasta cuándo nos tendrá presos el amor de las cosas presentes, inútiles y sin provecho? Puesto que las riquezas se cuentan entre las cosas inútiles.

¿Hasta cuándo estaremos apegados a las cosas vanas? ¿hasta cuándo, por fin, levantaremos los ojos al Cielo? ¿No vigilaremos, no acabaremos por sentirnos hastiados de las cosas pasajeras? ¿No hemos experimentado ya su vileza? Pensemos en los ricos que vivieron antes que nosotros. ¿Acaso no es todo un sueño? ¿No es sombra y flor que se marchita? ¿No es una ola que pasa? ¿No es simple fábula y cuestión de palabras? Aquél fue rico. Pero ¿en dónde están ahora sus riquezas? ¡Perecieron, se corrompieron! En cambio, los pecados cometidos con semejantes riquezas permanecen y lo mismo el castigo que ellos han merecido. Aunque no hubiera castigos ni Reino, convenía respetar a los conciudadanos, amigos y parientes. Pero no, sino que en lugar de ellos alimentamos a los canes. Y muchos incluso alimentan onagros, osos y diversos géneros de fieras; y en cambio abandonamos al pobre consumido de hambre y estimamos en más el extraño linaje de las fieras que el propio nuestro.

Alegarás: ¿Acaso no es una bella acción construir espléndidas mansiones y tener muchos siervos y contemplar mientras recostados los dorados artesones? Digo que es cosa inútil y sin provecho. Mansiones hay mucho más bellas y honrosas, y valdría la pena deleitar en éstas la vista. Aparte de que no hay quien nos lo impida. ¿Quieres ver un techo bellísimo? Cuando se echa encima la noche, observa el cielo tachonado de estrellas. Dirás ¡sí! pero semejante techo no me pertenece. Respondo: es más tuyo que aquel otro que decías. Pues para ti fue construido y es techo común para ti y tus hermanos.

Aquel otro en cambio no es tuyo sino de tus herederos cuando mueras. Este te puede ser útil si con su belleza te eleva y te conduce al Creador. Aquél te puede dañar en sumo grado; y en el día del juicio será temible acusador, cuando él brille por todas partes con su oro, mientras Cristo no posee ni los necesarios vestidos para cubrirse. ¡No demos en tan grave locura! No persigamos las cosas que huyen; no huyamos de las que permanecen; no traicionemos nuestra propia salvación. Apeguémonos a la esperanza de lo futuro: los ancianos porque sabemos que ya es pequeño el currículo de la vida que r. os queda por recorrer; los jóvenes para que se persuadan de que no es largo el tiempo de vida que les queda. Porque dice la Escritura: El día del Señor vendrá como ladrón por la noche? Sabiendo estas cosas, que las mujeres exhorten a sus maridos; que los esposos amonesten a sus esposas; que enseñemos a los jóvenes y a las doncellas; que todos mutuamente nos instruyamos en el modo de despreciar las cosas presentes y anhelar las eternas; para que por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo podamos conseguirlas. Por el cual y con cual sea la gloria al Padre en unión del Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.





Crisostomo Ev. Juan 46