Crisostomo Ev. Juan 48

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HOMILÍA XLVIII (XLVII)

Después de esto, andaba Jesús por Galilea, pues no quería andar por Judea porque los judíos lo buscaban para matarlo. Y estaba próxima la fiesta judía de los Tabernáculos (Jn 7,1-2).

NADA HAY peor que la envidia. Por ella entró en el mundo la muerte. Vio el diablo honrado al hombre, y no tolerando su felicidad echó mano de todos los medios para derrocarlo de ella. Y vemos que continuamente de semejante raíz brotan frutos semejantes. Por la envidia fue muerto Abel; por la envidia cayó David en peligro de muerte; por la envidia muchos otros justos hubieron de padecer; por la envidia los judíos dieron muerte a Cristo. Declarando esto mismo decía el evangelista: Después de esto, andaba Jesús por Galilea; pues no podía andar por Judea, porque los judíos lo buscaban para matarlo.

¿Qué dices, oh bienaventurado Juan? ¿No podía el que puede todo cuanto quiere?! ¿No podía el que dijo: ¿A quién buscáis y con sólo esto los hizo caer de espaldas? El que estando presente es invisible ¿aquí no tuvo potestad? Pero entonces ¿cómo es que más tarde, estando presente entre ellos, en el templo, en plena solemnidad, estando todos congregados, estando ahí los homicidas, les decía las cosas que más podían exasperarlos? Ellos mismos se admiraban de esto y decían: ¿No es éste al que buscan para darle muerte? He aquí que públicamente se expresa y nada le dicen.

¿Qué enigma es éste? ¡Quita allá! No dijo eso el evangelista para que se tuviera como enigma, sino para declarar que Cristo hacía obras divinas y hacía obras humanas. Cuando dice: No podía, habla de Cristo en cuanto hombre, que llevaba a cabo muchas cosas al modo humano; y cuando dice que se presentó en medio de ellos y sin embargo no lo aprehendieron, indica el poder de la divinidad. Huía como hombre; se presentaba en medio como Dios, sacando así verdaderas ambas cosas. Cuando al estar en medio de sus enemigos éstos no lo aprehendieron, declaraba su poder invencible; y cuando se apartaba hacía creíble su Encarnación; hasta el punto de que no la pueden contradecir ni Pablo de Samosata ni Marción ni los otros que padecen su misma enfermedad. El evangelista con sus palabras cierra a todos ellos la boca.

Después de esto estaba próxima la fiesta de los judíos, la de los Tabernáculos. La expresión: Después de esto no significa otra cosa, sino que se interpuso un lapso prolongado. Queda en claro porque cuando se asentó allá en el monte era la fiesta de la Pascua; aquí en cambio se habla de la fiesta de los Tabernáculos. Así que hay un lapso de cinco meses, de los cuales nada narró el evangelista, ni refirió alguna otra enseñanza, sino sólo el milagro de los panes y el discurso que enseguida hizo Jesús a los que habían comido. Sin embargo, no cesó de hacer milagros y de hablar al pueblo, no sólo durante el día sino también en las tardes y con frecuencia aun durante las noches. Así lo hizo con los discípulos como lo narran todos los evangelistas.

Entonces ¿por qué omitieron lo demás? Porque les era imposible referirlo todo. Por lo demás, procuraron referir lo que dio origen a alguna reprensión o contradicción de parte de los judíos. Y esto porque muchas cosas eran semejantes entre sí. Que curara a los enfermos, que resucitara a los muertos, que todos lo admiraran, esto con frecuencia lo escribieron. Y cuando se ofrece algo insólito o han de referir alguna acusación que contra Jesús se hiciera, nunca lo omiten. Aquí, por ejemplo, refieren que sus mismos hermanos no creían en El, cosa al parecer algo odiosa. Y es de admirar su veracidad y que no se avergüenzan de lo que parece ignominioso para el Maestro; y aun procuran referir esto con preferencia a sus demás obras. Por tal motivo Juan, dejando a un lado muchos milagros, prodigios y discursos, se apresura a referir lo que ahora comentamos.

Dice, pues: Le decían sus parientes: trasládate de aquí y dirígete a Judea, donde también tus discípulos de ahí vean las obras que haces. Pues nadie que desea ganar notoriedad, oculta lo que hace. Ya que Tú tales obras haces, manifiéstate al mundo. Porque ni sus parientes creían en El. Preguntarás: pero ¿qué clase de incredulidad es ésta, siendo así que le ruegan que haga milagros? ¡Grande, por cierto! Las palabras, la audacia, la inoportuna franqueza, están mostrando la incredulidad. Pensaban ellos que a causa de su parentesco podían hablarle con entera confianza. Y a primera vista su apostrofe parece ser de amigos; pero las expresiones redundan de acritud, puesto que lo acusan de timidez y de vanagloria.

Cuando dicen: Nadie oculta lo que hace, toman el papel de acusadores que le objetan timidez y ponen sospecha en sus obras; y cuando añaden: Que desea ganar notoriedad, le ponen sospecha de andar procurando la vanagloria. Por tu parte, considera la virtud de Cristo. Porque de esos que así se expresaban, uno fue obispo de Jerusalén, el bienaventurado Santiago,2 del cual dice Pablo: Y no vi a ningún otro de los apóstoles, excepto a Santiago, el hermano del Señor. Se dice también que Judas Tadeo, que fue varón admirable. Estuvieron presentes en Cana de Galilea, cuando Jesús convirtió el agua en vino, pero de eso no sacaron provecho.

¿De dónde les vino tan grande incredulidad? De su mala voluntad y de su envidia. Porque a los parientes ilustres suelen envidiarlos sus parientes no tan ilustres. ¿De qué discípulos se trata aquí? De la turba que seguía a Cristo y no de los doce. Y ¿qué hace Cristo? Observa la mansedumbre con que responde. Porque no les dijo: ¿Quiénes sois vosotros para darme semejante consejo? sino ¿qué?: No ha llegado mi hora. Yo pienso que con semejantes palabras les dio a entender algo más.

Quizá movidos por la envidia tramaban entregarlo a los judíos. Por lo cual, declarando eso mismo, les dice: No ha llegado mi hora, o sea, el tiempo de la cruz y de la muerte. ¿Por qué os dais prisa a matarme antes de la hora señalada? Para vosotros siempre es tiempo oportuno. Es decir, a vosotros los judíos, aun cuando os mezcléis con ellos, no os matarán jamás, puesto que pensáis como ellos; pero a Mí tratarán al punto de matarme. De modo que vosotros podéis sin peligro andar en medio de ellos; pero para Mí el tiempo oportuno será cuando sea necesario ser crucificado y morir. Y que así lo entienda El es cosa clara por lo que luego sigue.

Nada puede tener el mundo contra vosotros. ¿Cómo podría ser eso cuando queréis y buscáis lo mismo que él? Pero a Mí me aborrece porque Yo lo reprendo y desenmascaro, proclamando sus malas obras. Quiere decir: porque lo punzo y redarguyo le soy odioso. Aprendamos por aquí que la ira y la indignación se han de reprimir aun en el caso de que quienes nos aconsejan sean de baja condición. Si Cristo recibió con tan grande moderación el consejo de quienes no creían en El y le aconsejaban cosas que no decían con su dignidad y ni siquiera lo hacían con buena voluntad ¿qué perdón obtendremos nosotros, tierra y ceniza, que nos irritamos contra los que nos aconsejan, aun siendo ellos de poco precio y de nonada, porque pensamos que proceden indignamente?

Advierte con cuán grande mansedumbre rechaza Cristo la acusación. Ellos le decían: Manifiéstate al mundo. El les responde: Nada puede tener contra vosotros el mundo; pero a Mí me aborrece. Así rechaza la acusación. Como si dijera: Tan lejos estoy de buscar la gloria de los hombres que nunca ceso de corregirlos, aun sabiendo que por aquí se me prepara el odio y la muerte. Preguntarás: ¿en dónde los corrige y reprende? Pero yo te pregunto: ¿en qué ocasión o cuándo dejó de hacerlo? ¿Acaso no les decía: No penséis que Yo os voy a acusar ante el Padre; el que os acusa es Moisés? y también: Yo conozco que vosotros no tenéis el amor a Dios; y luego: ¿cómo podéis creer vosotros que captáis la gloria unos de otros y no buscáis la que viene de solo Dios?

¿Adviertes cómo por todos los caminos demostró que el odio contra El nacía de que libremente los reprendía y no de que traspasara el sábado? Mas ¿por qué los envía a la fiesta diciendo: Subid vosotros a la fiesta. Yo no subiré por ahora? Para declarar que lo que decía no era por motivo de adulación o excusa, sino para dejar a los judíos que guardaran sus ceremonias. Pero entonces ¿cómo se explica que subiera tras de decir: Yo no subiré? Es que no dijo simplemente no subiré, sino que añadió por ahora; es decir, juntamente con vosotros, porque no es aún llegada mi hora.

En la Pascua siguiente sería crucificado. Entonces ¿por qué ahora no sube? Si no sube porque aún no ha llegado su hora, lo conveniente sería que en absoluto no subiera. Es que ahora sube, mas no a padecer sino a instruir. Y ¿por qué sube de incógnito? Podía subir con publicidad y presentarse en medio de los judíos y reprimir sus violentas acometidas, como algunas veces lo hizo. Pero no quería hacerlo repetidas veces. Si hubiera subido con publicidad y nuevamente los hubiera cegado, habría hecho brillar antes de tiempo y en forma más espléndida su divinidad.

Como aquellos discípulos pensaban que se detenía por temor, les demuestra que obra sólo con prudencia, con absoluta confianza y pleno conocimiento del tiempo en que tenía que padecer. Cuando éste llegara El voluntariamente se encaminaría a Jerusalén. Por lo demás, me parece que la expresión: Subid vosotros significa: no penséis que Yo os obligo a permanecer acá contra vuestra voluntad conmigo. Y cuando añade: Aún no ha llegado mi hora quiere decir que aún era necesario hacer milagros y predicar, de modo que muchos otros del pueblo creyeran en El; y los discípulos, observando la constancia y firmeza del Maestro y enseguida los padecimientos que toleró, por todo ello quedaran más confirmados en la fe.

Aprendamos por todo lo dicho la benignidad y humildad de Jesús. Dice El: Aprended de Mí que soy manso y humilde de corazón. Echemos de nosotros toda acritud. Si alguno nos insulta, procedamos con humildad; si el otro procede en forma feroz, apacigüémoslo; si nos muerde, si nos burla, si nos mofa, no decaigamos de ánimo, no nos perdamos a nosotros mismos. La ira es una fiera; fiera vehemente y enardecida. Can temónos los versos de la Sagrada Escritura; y digámonos: Eres tierra y ceniza. ¿Por qué te ensoberbeces, tierra y ceniza? Y también: El ímpetu de la ira arruina al iracundo. Y luego: El varón iracundo no es moderado.

Nada hay tan desagradable como el aspecto del hombre furioso; nada más repugnante y feo. Y si tal es el aspecto, mucho peor es el alma. Así como si se revuelve el cieno sube el hedor, así como cuando el alma es conmovida por la ira, se engendra gran desfiguración y molestia. Dirás que no puedes soportar la injuria que te infieren tus enemigos. Pero yo te pregunto ¿por qué? Si el enemigo dice verdad, lo conveniente sería aun en presencia suya compungirse y darle las gracias. Y si miente, desprecia lo que te dice. ¿Te llama pobre? Ríete. ¿Te apoda plebeyo o necio? Llora por él. Porque quien dice a su hermano fatuo es reo de la gehenna del fuego.

En consecuencia, cuando te insulte piensa en el castigo que le espera y no sólo reprimirás la ira, sino que derramarás lágrimas. Nadie se irrita contra un febricitante o contra el que se halla acosado de una enfermedad que le produce agudos dolores, sino que a tales hombres los compadece y llora. Pues así es un ánimo irritado. Si sientes deseos de vengarte, calla, y con esto le causarás una herida saludable. Pero si rechazas la injuria con otra injuria, enciendes más el fuego. Alegarás diciendo: pero si callamos nos acusarán de cobardes. No te acusarán de cobarde, sino que admirarán tu virtud. Y si acaso por la injuria sientes que te inflamas, darás lugar a que se piense que lo que te achacan es verdadero.

Pregunto: ¿por qué se ríe un rico cuando lo llaman pobre? ¿Acaso no es porque sabe que no lo es? Pues lo mismo es acá. Si nosotros nos reímos de las ofensas, será eso argumento supremo de que no tenemos conciencia de lo que se nos acusa. Además ¿hasta cuándo andaremos temiendo las acusaciones de los hombres? ¿Hasta cuándo andaremos despreciando al común Señor de todos y lo clavaremos de nuevo en su carne? Dice Pablo: Mientras haya entre nosotros emulaciones y discusiones ¿acaso no sois carnales?

Seamos espirituales y enfrenemos esa fiera pésima. No hay diferencia entre la ira y la locura, sino que el loco de ira es un demonio y aun peor que un poseso. Porque al poseso se le perdona; mientras que el iracundo es digno de infinitos castigos pues voluntariamente se arroja al abismo de la ruina; y aun antes de la futura gehenna, ya desde acá comienza a sufrir el suplicio, puesto que día y noche es agitado y turbado con un perpetuo tumulto nada soportable causado por sus pensamientos.

En consecuencia, para vernos libres del castigo en la vida presente y en la futura de aquel otro suplicio, quitemos esa enfermedad del alma y mostremos toda mansedumbre. Así hallaremos paz para nuestras almas aquí, y después el reino de los cielos. Ojalá todos lo consigamos por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, por el cual y con el cual sea la gloria al Padre y juntamente al Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.




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HOMILÍA XLIX (XLVIII)

Este diálogo tuvo con ellos, y se quedó en Galilea. Pero cuando sus parientes hubieron subido a la fiesta, entonces subió también El, pero no con publicidad, sino de incógnito (Jn 7,9-10).

Lo QUE HACE Cristo, procediendo al modo humano, no lo hace únicamente para confirmar la verdad de su Encarnación, sino además para enseñarnos la práctica de la virtud. Si en todo hubiera procedido como Dios ¿cómo podríamos nosotros, cuando nos acontecen cosas desagradables, saber la manera de portarnos? Por ejemplo, en este pasaje. Si cuando los judíos respiraban muertes, El se hubiera presentado al punto y hubiera reprimido los furores de ellos. Si Cristo hubiera procedido continuamente de esa manera, cuando nosotros nos encontráramos en circunstancias análogas y no pudiéramos proceder como El ¿cómo conoceríamos la forma en que deberíamos obrar? ¿Si convenía que nos entregáramos a la muerte o tomáramos alguna otra providencia a fin de que el evangelio prosperara? Pues bien, por no estar nosotros adoctrinados en lo que en tales circunstancias deberíamos hacer, Cristo nos lo enseña.

Porque dice el evangelista: Este diálogo tuvo con ellos, y se quedó en Galilea. Pero cuando sus parientes hubieron subido a la fiesta, entonces subió El también, no con publicidad, sino de incógnito. La expresión: Cuando sus parientes hubieron subido, indica que no quiso El subir con ellos. Por esto se quedó en Galilea y no subió públicamente, aunque ellos se lo persuadían. Mas ¿por qué El, que siempre hablaba en público, ahora procede de incógnito? Y no dijo el evangelista ocultamente, sino de incógnito. Convenía que así lo hiciera, como ya dije, con el objeto de enseñarnos cómo hemos de manejarnos en estos negocios. Por lo demás, tampoco era conveniente que en aquellos momentos, cuando los judíos ardían en ira, El se presentara, sino una vez pasada la fiesta. Los judíos lo buscaban y decían: ¿En dónde está aquél? ¡Preclaro modo de comportarse durante la festividad! Corren al asesinato y andan en consultas acerca de cómo podrán aprehender a Jesús. Del mismo modo decían en otra ocasión: ¿Qué os parece de que no venga a la festividad? Y aquí preguntan: ¿En dónde está aquél? Por el odio extremo que le profesan ni siquiera se dignan designarlo por su nombre. ¡Vaya un insigne respeto a la festividad! ¡vaya una piedad insigne! En el propio día de la fiesta querían aprehenderlo.

Y entre las turbas todos lo traían en boca. Yo pienso que andaban locos de ira desde que hizo el milagro de los panes y que, exasperados, no tanto se indignaban por el prodigio realizado cuanto temían que acá lo repitiera e hiciera algo parecido. Pero sucedió lo contrario. De modo que contra la voluntad de ellos, lo hicieron ilustre. Y unos decían: es bueno; y otros, no, sino que engaña al pueblo. Pienso que la primera opinión era de las multitudes y la segunda la de los príncipes y sacerdotes; puesto que calumniar era lo propio de su envidia y de su perversidad.

Dicen, pues, éstos: Engaña al pueblo. Pero yo pregunto: ¿Cómo lo engaña? ¿Acaso porque sus milagros son simulados y no verdaderos? Pero la experiencia prueba lo contrario. Sin embargo, nadie se declaraba paladinamente en favor de El, por miedo de los judíos. ¿Observas cómo en todas partes los hombres principales andan corrompidos mientras que el pueblo piensa correctamente, aunque no tiene la fortaleza que convenía? Y dimidiada ya la semana de la fiesta, subió Jesús al templo y ahí enseñaba. La expectación los tornó más atentos. Los que en los primeros días lo buscaban y decían: ¿En dónde está aquél?, ahora, cuando repentinamente lo ven, advierte cómo lo rodean y lo observan mientras habla, tanto los que afirmaban que El era bueno, como los que decían que era un perverso. Sólo que aquéllos atendían para sacar algún provecho y admirarlo; estos otros, en cambio, para aprehenderlo y apoderarse de El. Por lo que mira a las expresiones que corrían, la de que engañaba al pueblo se refería a su doctrina, pues no entendían lo que decía; la otra de que era bueno se refería a sus milagros.

En cuanto a Jesús, una vez calmado el furor de los judíos, en tal forma insistió que oyeron sus palabras y no le cerraron sus oídos volviendo a su indignación. No refiere el evangelista cuál fue su enseñanza. Únicamente afirma que habló en forma tan admirable que ablandó a los judíos y les cambió su disposición de ánimo: ¡tan grande fue la fuerza de sus palabras! Y los que decían antes: Engaña al pueblo cambiaron y estaban admirados y por tal motivo exclamaban: ¿Cómo está éste tan versado en las Escrituras, si no ha frecuentado las escuelas? ¿Adviertes cómo su admiración aparece llena de perversidad? Porque no dice el evangelista que se admiraran de su doctrina ni que aceptaran sus palabras, sino únicamente que se admiraban. Es decir que estaban estupefactos y decían: ¿cómo sabe éste todas esas cosas? Precisamente por esa duda podían haber conocido que no era Jesús puro hombre. Mas como ellos no querían confesarlo, sino que únicamente se admiraban, oye lo que les dice: Mi doctrina no es mía.

Nuevamente responde a la interior objeción de ellos y los remite al Padre para ponerles por este medio silencio. Si alguno está dispuesto a cumplir su voluntad conocerá si mi doctrina procede de Dios, o si hablo de mi cosecha. Es decir, echad de vosotros la ira, la maldad, la envidia y el odio que sin motivo habéis concebido en mi contra y entonces nada impedirá que conozcáis ser verdaderamente de Dios mi palabra. Esos vicios ahora os envuelven en tinieblas y desvían de lo recto vuestro juicio. Si los quitáis ya no sufriréis esa oscuridad. Sin embargo, no les habló así tan claramente para no punzarlos en demasía.

Pero lo dio a entender todo cuanto les dijo: El que hace la voluntad de mi Padre conocerá si mi doctrina es de Dios o si yo hablo de mi propia cosecha. Es decir, conocerá si es que digo alguna novedad o cosa extraña o contraria al Padre. Porque la expresión: De mi propia cosecha siempre se refiere a que nada habla fuera de lo que agrada al Padre; sino que siempre: Lo que El quiere eso mismo quiero yo. Si alguno está dispuesto a cumplir su voluntad conocerá si mi doctrina… ¿Qué significa esta expresión: Si alguno está dispuesto a cumplir su voluntad? Es decir, si alguno ama la virtud ése alcanzará la fuerza de mis palabras; si alguno quiere poner atención a las profecías; o sea, si me conformo en mis discursos o no con ellas.

¿Cómo su doctrina puede ser suya y no suya? Porque no dijo: Esa doctrina no es mía; sino que habiendo primero asegurado que era suya, con lo que se la hizo propia, luego añadió: No es mía. ¿Cómo puede una misma doctrina ser suya y no suya? Es suya la doctrina porque no repite lo que hubiera aprendido; y no es suya ella: es de su Padre. Pero entonces ¿cómo asegura: Todas mis cosas son tuyas y las tuyas son mías? Porque si siendo de tu Padre no fuera tuya, sería falso lo que antecede. Luego debe ser tuya. La expresión: No es mía manifiesta de modo clarísimo, y de un modo mejor, que su voluntad y la del Padre son una misma y única. Como si dijera: Mi doctrina no tiene nada diverso, como si fuera de otro. Pues aun cuando la hipóstasis sea diversa, yo hablo y procedo de tal manera que no se piense ser cosa distinta de lo que el Padre quiere, sino que es lo mismo que el Padre hace.

Añade enseguida un razonamiento que no tiene réplica, apoyado en un ejemplo humano y ordinario. ¿Cuál es?: El que habla por su cuenta busca su propia gloria. Es decir: quien busca establecer su propia doctrina, no anhela otra cosa sino que de esto le venga gloria. Ahora bien, como yo no busco alcanzar gloria vana ¿por qué voy a desear establecer una?doctrina que sea exclausiva mía? El que habla por su cuenta. Es decir, el que establece una doctrina propia suya y diferente de las demás, habla para conseguir alguna gloria por ello. Entonces, si yo busco la gloria del que me envió ¿por qué voy a?enseñar una doctrina que no sea la de El?

¿Adviertes cómo indica elmotivo de que nada haga de Sí? ¿Cuál es ese motivo? Que no creyeran que andaba captando vana gloria entre el vulgo. De modo que cuando habla a lo humano y dice: Yo busco la gloria del Padre, lo dice para declararles que El jamás busca la gloria vana. Muchos motivos hay para que se abaje a hablar en esa forma humilde. Por ejemplo, a fin de que no se le crea Ingénito ni contrario y adversario de Dios; para que se dé fe a su Encarnación; para acomodarse a la rudeza de los oyentes; para enseñarnos a cultivar la modestia y huir de la jactancia. En cambio, de que hable de cosas sublimes y altísimas, no se encuentra sino una razón: lo excelentísimo de su naturaleza. Si porque una vez dijo que El era antes que Abrahán se escandalizaron, ¿a dónde no se habrían arrojado en el escándalo si continuamente les hablara de cosas sublimes?

¿Acaso no os dio Moisés la Ley? Mas ninguno de vosotros cumple la Ley. ¿Por qué tratáis de matarme? ¿Qué consecuencia lógica, qué nexo común tiene esto con las palabras que preceden? Dos crímenes le achacaban: que quebrantaba el sábado y que decía ser Dios su Padre, con lo que se hacía igual a Dios. Y que no lo afirmara por pareceres ajenos, sino por cosa personal y no en el sentido vulgar, sino como atributo propio excelentísimo suyo, es claro por esto. Muchos hubo que llamaron Padre a Dios (por ejemplo cuando dice la Escritura: ¿Acaso no un solo Dios nos ha creado y uno solo es el Padre de todos nosotros?) Mas no por esto el pueblo era igual a Dios. Y así los judíos no se escandalizaban cuando eso oían.

Pero es el caso que cuando ellos decían de El que no venía de Dios, muchas veces los corrigió; y se justificó cuando se trataba de la abolición del sábado. De modo que si fuera opinión ajena y no suya lo de que era Dios, sin duda los habría corregido y les habría dicho: ¿Por qué juzgáis que yo soy igual a Dios? Yo no le soy igual. Ahora bien, nada de eso les dijo. Más aún: en lo que sigue les demostró que verdaderamente era igual a Dios.

En efecto, aquello de: Así como el Padre resucita los muertos y les da vida, así también el Hijo; y luego: Para que todos honren al Hijo como honran al Padre; y además: Las obras que hace el Padre esas mismas igualmente las hace el Hijo; todo esto está confirmando su igualdad con Dios. Hablando de la Ley dice: No penséis que vine para abolir la Ley o los profetas. Por estos caminos acostumbra destruir las opiniones erróneas de las mentes. Y en este pasaje no sólo no suprime la igualdad con su Padre, sino que la confirma.

Por igual motivo, como ellos en otra ocasión le dijeran: Te haces Dios, no rechazó su parecer, sino que lo aprobó como verdadero con estas palabras: Pues bien, para que sepáis que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra potestad de perdonar los pecados -dice entonces al paralítico- toma tu lecho y camina. De modo que confirma lo que anteriormente se dijo, o sea, que se hacia igual a Dios; y al mismo tiempo demuestra no ser adversario de Dios, sino que dice lo mismo que dice Dios y eso mismo enseña. Y acerca de la abrogación del sábado habla al fin y dice: ¿Acaso no os dio la Ley Moisés y ninguno de vosotros cumple la Ley?

Es como si les dijera: Puso Moisés en la Ley: No matarás; pero vosotros matáis. Y luego ¿me acusáis de transgresor de la Ley? Mas ¿por qué dijo: Ninguno? Porque todos ellos maquinaban su muerte. Como si les dijera: Yo, si quebranté la Ley, lo hice para salvar al hombre; pero vosotros la traspasáis para causar mal a otros. Yo, aun cuando la abrogara, lo hago para salvación; y de ningún modo convendría que vosotros que en cosas graves la quebrantáis vinierais a acusarme. Lo que vosotros hacéis es destruir de raíz la Ley.

Luego prosigue Jesús su discusión, a pesar de que ya muchas veces había discutido lo mismo. Pero entonces lo hizo elevándose a mayores alturas; ahora lo hace conservándose más al alcance de sus oyentes. ¿Por qué? Porque no quería exasperarlos con tanta frecuencia. Y sin embargo ellos ardían en ira y aun hubieran llegado hasta el asesinato. Insiste, pues, pero en forma de aplacarlos, por esas dos maneras: les pone delante su criminal atrevimiento y les dice: ¿Por qué tratáis de matarme? Y añade modestamente: A mí, el hombre que os he dicho la verdad. Les da a entender que ellos respiran muertes y por lo mismo no tienen derecho a juzgar de otros.

Quiero yo que en este punto consideréis la humildad de la pregunta de Cristo y cuán truculenta y feroz es la respuesta. Dícenle: ¡Eres poseso! ¿Quién trata de darte muerte? Palabras son éstas repletas de ira y de furor y de ánimos que han llegado hasta la impudencia: ¡se habían sentido heridos por la forma tan inesperada de argüirles! Así como los ladrones cuando están en la emboscada cantan; pero luego proceden en silencio para acometer a su víctima descuidada, del mismo modo proceden aquí los judíos.

Jesús, dejando a un lado la reprensión, para no volverlos más impudentes aún, procede de nuevo a justificarse en lo referente a la violación del sábado y disputa con ellos tomando como fundamento la Ley. Observa cuán prudentemente. Como si les dijera: No es maravilla que no aceptéis lo que digo cuando ni siquiera a la Ley obedecéis; y siendo así que la tenéis como dada por Moisés, sin embargo la quebrantáis. De modo que no es novedad alguna el que no atendáis a mis palabras. Como ellos habían dicho: A Moisés habló Dios, pero éste no sabemos de dónde viene, les demuestra que injurian a Moisés, pues dio él una Ley pero ellos no la obedecen. Continúa: Una obra he hecho y todos estáis desconcertados. Advierte cómo cuando era necesario justificarse y refutar la acusación que se le hacía, no trae al medio al Padre, sino que El mismo les hace frente. Una obra he hecho. Quiere demostrarles que si El no hubiera hecho esa obra, entonces sí podría decirse quebrantada la Ley; y también que hay otras muchas cosas más dignas que la Ley; y que Moisés mismo recibió un mandato contra la Ley, porque ese mandato era más digno que la Ley. En efecto, más digna era la circuncisión que no la Ley; aunque no fue la Ley la que la impuso, sino los patriarcas. Pues bien, les dice, Yo he llevado a cabo una obra mejor y más digna que la circuncisión. No trajo a colación el mandato de la Ley para que los sacerdotes traspasen el mandato del sábado, como en otra ocasión lo hizo; pero aquí se expresa con mayor autoridad. La expresión: Estáis desconcertados, significa: estáis perturbados. Pues de convenir que la Ley fuera tan indestructible, la circuncisión no sería más excelente que la Ley; ni Cristo habría dicho haber llevado a cabo algo más digno que la circuncisión. En cambio los refuta con un argumento de autoridad; y les dice: Si el hombre es circuncidado en sábado… ¿Ves cómo entonces sobre todo queda en pie la Ley cuando se la quebranta? ¿Adviertes cómo el quebrantar el sábado es observar la Ley? Hasta el punto de que si el sábado no se quebranta, por necesidad la Ley queda abrogada. En conclusión, les dice: Yo he confirmado la Ley$

No les dijo: Os irritáis contra mí porque he hecho una cosa más digna que la circuncisión; sino que se limita a referir el hecho y deja que ellos saquen la consecuencia y juzguen si acaso no es más necesaria la curación del hombre íntegro que la circuncisión. Como si les dijera: Se quebranta el sábado únicamente para que el hombre reciba una señal que de nada le sirve para su salvación; y en cambio os irritáis porque se le libra de tan grave enfermedad y por eso os querelláis. No que-rráis juzgar tan a la ligera. ¿Qué significa: tan a la ligera? No porque Moisés sea mayor en vuestra estima, juzguéis las personas según su dignidad; sino atended a la naturaleza de las cosas, pues esto es juzgar con exactitud. ¿Por qué nadie acusó a Moisés? ¿por qué nadie se le opuso cuando ordenaba quebrantar la Ley para cumplir con un mandato añadido extrínsecamente a la Ley? Moisés concede que el dicho mandato es más digno que la Ley: digo ese mandato no puesto por la Ley, sino extrínsecamente añadido; lo cual ciertamente es cosa digna de admiración; y vosotros, en cambio, no siendo legisladores, andáis vindicando la Ley mucho más de lo que conviene. Puesto que resulta para vosotros más digno Moisés, que ordenó quebrantar la Ley por un precepto extralegal, que no la Ley misma.

Al decir Jesús todo el hombre declara que la circuncisión es parte de la salud del hombre. Pero ¿qué salud es ésa que da la circuncisión? Dice Moisés: Todo el que no sea circuncidado será exterminado. Pues bien, dice Jesús, yo he sanado no una parte enferma sino el todo que estaba deshecho. En conclusión: No queráis juzgar de ligero. Por mi parte pienso que esto fue dicho no únicamente para aquéllos, sino también para nosotros, a fin de que en nada corrompamos la justicia, sino que pongamos todos los medios para conservarla. No miremos si se trata de un pobre o de un rico; no atendamos a las personas, sino a la realidad de las cosas y examinemos éstas. Dice la Escritura: En el juicio no te compadecerás del pobre. ¿Qué quiere decir esto? No te quebrantes, no te doblegues por el hecho de ser pobre quien ha cometido una injusticia.

Ahora bien, si, en el caso, al pobre no se le ha de perdonar, mucho menos al rico. Y esto lo digo no únicamente para los jueces, sino para todos; para que nunca el derecho quede conculcado sino que se mantenga incorrupto. Porque dice la Escritura: El Señor ama la justicia. Y quien ama la injusticia, aborrece su propia alma? Os ruego en consecuencia que no aborrezcamos nuestras almas, ni amemos la iniquidad. De eso no sacamos lucro notable al presente; y en cambio en lo futuro nos vendrá un daño enorme. Más aún, ni acá disfrutaremos de lo que hayamos obtenido fraudulentamente. Cuando andamos entre placeres pero con mala conciencia ¿acaso no resulta más bien un tormento y castigo?

Amemos, pues, la justicia y jamás traspasaremos la ley de la justicia. ¿Qué podemos lograr en esta vida presente si no salimos de ella adornados de virtudes? ¿La amistad, el parentesco, el favor de alguno? Aunque sea Noé nuestra padre, o Job o Daniel, de nada nos servirá si no nos aprovechan nuestras obras. Una sola cosa necesitamos, que es la virtud del alma. Ella puede salvarnos y librarnos del fuego eterno. Ella nos llevará al Reino de los Cielos. Ojalá todos lo consigamos por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, por el cual y con el cual sea la gloria al Padre juntamente con el Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.




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HOMILÍA L (XLIX)

Decían algunos de los de Jerusalén: ¿No es éste el que tratan de asesinar? He aquí que habla con toda libertad y nada le dicen. ¿Acaso nuestros jefes han conocido que éste de verdad es el Cristo? Pero éste sabemos de dónde procede (Jn 7,25-27).

NADA HAY en las Escrituras puesto al acaso, pues todas son sentencias del Espíritu Santo. En consecuencia examinémoslo todo cuidadosamente. Con frecuencia por sola una expresión conocemos el sentido de todo lo que se dice, como acontece en este pasaje. Porque muchos de Jerusalén decían: ¿No es éste el que tratan de asesinar? He aquí que habla con toda libertad y nada le dicen. ¿Por qué se cita a los jerosolimitaños? Declara con esto el evangelista que sobre todo eran ellos misérrimos pues tantos milagros habían obtenido; y habiendo visto una prueba máxima de la divinidad de Cristo, a pesar de todo remitían el asunto al juicio de aquellos príncipes corrompidos.

¿No era acaso un supremo milagro que tan repentinamente se sosegaran los enfurecidos que respiraban muertes y andaban de una parte a otra tratando de asesinar a Cristo; sobre todo cuando lo tenían ahí entre sus manos? ¿Quién podría llevar a efecto cosa semejante? ¿Quién habría podido aplacar así furor tan exorbitante? Y sin embargo, a pesar de tan eximios milagros, mira su necedad y locura: ¿No es éste el que tratan de asesinar y nada le dicen? Advierte cómo ellos mismos se acusan y reprenden. Porque dicen: Al que tratan de asesinar y nada le dicen. Y no sólo nada le dicen, aunque habla con toda libertad, puesto que quien habla con absoluta libertad sin duda de modo especial los enfurece, pero nada le dicen.

¿Acaso han conocido que verdaderamente éste es el Cristo? Pero yo pregunto: ¿a vosotros qué os parece? ¿Qué juzgáis de El? Responden: lo contrario. Por esto añadieron: Pero éste sabemos de dónde viene. ¡Oh perversidad! ¡oh contradicción! No sentencian conforme a los príncipes, sino que profieren otro parecer digno de la necedad de ellos. Dicen: Sabemos de dónde proviene. En cambio, cuando venga el Mesías, nadie sabrá de dónde procede. Pues bien, preguntados vuestros príncipes, dijeron que en Belén había de nacer.

Otros decían: Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios. Mas éste no sabemos de dónde viene? Nota bien esas palabras que son propias de ebrios. Y también decían: ¿Acaso de Galilea viene el Cristo? ¿no es del pueblo de Belén? Advierte el juicio de estos hombres que hablan como ebrios. Sabemos; ignoramos; el Cristo viene de Belén; cuando venga el Cristo nadie sabrá de dónde procede. ¿Qué hay más claro que esta pugna de juicios encontrados? A lo único a que atendían era a no creer.

¿Qué responde a todos Cristo?: Decís que me conocéis y que sabéis mi origen. Ciertamente no he venido por mi arbitrio. Sin embargo, al que en verdad me ha enviado, vosotros no lo conocéis. Y también: Si me conocierais a Mí, también conoceríais a mi Padre. ¿Cómo dice que ellos lo conocen y saben de dónde procede y luego que ni a El lo conocen ni al Padre? No se contradice, ¡lejos tal cosa! Al revés, es sumamente consecuente consigo mismo. Cuando dice: No me conocéis, se refiere a otra clase de conocimiento; lo mismo que la Escritura cuando afirma: Los hijos de Eli eran malvados, que no conocían a Dios? Y también: Pero Israel no me conoció. Y Pablo dice: Hacen profesión de conocer a Dios, pero con las obras lo niegan,. De modo que puede uno que conoce no conocer.

Lo que Cristo les dice es que si lo conocieran sabrían que es el Hijo de Dios. La expresión: De dónde provengo, no indica lugar, como se ve por lo que sigue: Ciertamente he venido no por mi arbitrio. Sin embargo al que en verdad me ha enviado, vosotros no lo conocéis. Habla Cristo de una ignorancia comprobada en las obras, de la que dice Pablo: Hacen profesión de conocer a Dios, pero con las obras lo niegan. Pues al fin y al cabo, su pecado no era de ignorancia sino de presunción y mala voluntad: sabiéndolo, querían ignorarlo.

Pero ¿qué consecuencia lógica hay aquí? ¿Cómo los refuta si dice lo mismo que ellos? Porque ellos decían: Pero éste sabemos de dónde proviene. Y Jesús les dice: Me conocéis a mí. ¿Qué decían ellos? ¿acaso que no lo conocían? Todo lo contrario. Decían: lo conocemos. Sólo que cuando decían conocerlo no significaban otra cosa sino que era terreno e hijo del artesano. El, en cambio, los levantaba hacia el Cielo al decirles: Sabéis de dónde soy, pero no de donde sospecháis, sino de donde es el que me envió. Porque cuando dice: No he venido por mi arbitrio, deja entender que ellos sabían que había sido enviado por el Padre, aun cuando ellos se negaban a confesarlo.

De manera que los refuta por dos caminos: lo primero trayendo al medio y publicando lo que ellos en secreto se decían, para ponerlos en vergüenza; lo segundo, revelando lo que tenían en su pensamiento. Como si les dijera: Yo no soy un desterrado, un rechazado, uno de tantos que vienen. Pues ciertamente es veraz el que me envió, al cual vosotros no conocéis. ¿Qué quiere decir: es veraz el que me envió? Que siendo verdadero, en verdad me envió; y si es verdadero, se sigue que también es verdadero aquel a quien El envió.

Todavía prueba lo mismo por un tercer modo, concluyéndolos con las mismas palabras de ellos. Decían: Cuando venga el Cristo, nadie sabrá de dónde procede. Pues bien, por aquí les demuestra ser El el Cristo. Porque al decir ellos: Nadie sabrá, se referían a los varios lugares; pero Jesús, partiendo de aquí, les declara ser El el Cristo, pues ha venido del Padre. Y en todas partes da testimonio de que el conocer al Padre sólo a El le compete. Así dice: No que alguien haya visto al Padre, sino el que procede del Padre. Y esto era lo que los irritaba.

Cuando les decía: No lo conocéis; y luego les demostraba que en realidad sí lo sabían, pero simulaban ignorarlo, con razón los punzaba y se encolerizaban. Y buscaban cómo apresarlo, pero nadie puso en El las manos, porque aún no era llegada su hora. ¿Adviertes cómo invisiblemente se encuentran impedidos y atado su furor? Mas ¿por qué el evangelista no dijo que invisiblemente se encontraban impedidos, sino: Porque aún no era llegada su hora? Quería hablar al modo humano y en forma humilde, para que Jesús fuera tenido también como hombre. Como el evangelista siempre se eleva a lo alto, quiere interponer aquí y allá ese género y modo de hablar. Cuando dice Jesús: Vengo de Dios, no habla como profeta a quien se le haya comunicado un mensaje, sino que dice lo que El ve y está en su Padre. Afirma: Yo sí lo conozco porque de El es mi ser. Advierte cómo en todas partes lo demuestra. No he venido por mi arbitrio; el que me ha enviado es verdadero, cuidando de que no se le tenga por adversario de Dios. Observa la gran utilidad que hay en esas palabras para nosotros, dichas a lo humano y humilde.

Tras de esto, muchos decían: Cuando venga el Cristo ¿hará más milagros que los que éste hace? Tres milagros había hecho: el del vino, el del paralítico y el del hijo del Régulo: ningunos otros narra el evangelista. Queda, pues, manifiesto lo que ya he dicho en otras ocasiones: que los evangelistas pasan en silencio muchas de las obras de Jesús, mientras van refiriendo aquello que verdaderamente maquinaban por maldad los príncipes de los judíos.

Y trataban de aprehenderlo y matarlo. ¿Quiénes? No la multitud, que no ambicionaba principados ni estaba comida de envidia, sino los sacerdotes. Porque la turba lo que decía era: Cuando venga el Cristo ¿hará más milagros que los que éste hace? Pero esta fe no era firme, sino tal como suele ser la de la ínfima plebe. La expresión: Cuando viniere, no era propia de quienes ya crean que éste es el Cristo. O quizá se pueda interpretar de otro modo: que entre la concurrencia del pueblo, los príncipes procuraban con todas sus fuerzas demostrar a las turbas que Jesús no era el Cristo; pero las turbas respondían: supongamos que éste no es el Cristo, pero ¿acaso el Cristo será mejor que éste?

Como ya muchas veces tengo dicho, el vulgo es atraído no por la doctrina ni por los discursos, sino por los milagros. Oyeron los fariseos que el pueblo cuchicheaba esto acerca de él; y los sumos sacerdotes y los fariseos enviaron esbirros que le echaran mano. ¿Adviertes cómo lo de la violación del sábado no era sino un pretexto? Lo que más les punzaba era lo otro.

Porque en esta vez, no teniendo ellos nada que acusar ni en sus palabras ni en sus actos, por el murmullo de la turba querían aprehenderlo. Pero no se atrevían, porque sospechaban que correrían peligro. Lo que hicieron fue enviar algunos de los de entre ellos, ministros suyos, que lo tentaran.

¡Oh violencia! ¡oh furor! o mejor dicho locura. Muchas veces lo habían intentado ellos personalmente y no lo habían logrado; por lo cual ahora lo encargan a algunos de sus ministros, locamente entregados a su ira furiosa. Largamente predicó Cristo junto a la piscina; pero entonces nada semejante maquinaron, sino que, aun cuando lo buscaron, pero no le echaron mano. Acá no lo pudieron hacer porque sin duda la turba correría a defenderlo. ¿Qué les dice Cristo?: Estoy entre vosotros todavía un corto tiempo. Podía doblegar y atemorizar a sus oyentes, pero sólo profiere palabras de humildad. Como si les dijera: Esperad un poco, y Yo me ofreceré a ser aprehendido sin tanto esfuerzo vuestro. Y luego, para que no se sospechara que hablaba de una muerte ordinaria a causa de esas palabras, ya que ellos en ese sentido las tomaban; para quitar semejante sospecha de que una vez muerto ya nada haría, añadió: A donde Yo iré no podéis vosotros venir.

Era evidente que si había de permanecer muerto, ellos podían ir allá, puesto que todos morimos. De modo que con semejantes palabras los que en la turba eran más sencillos quedaban doblegados; pero los más feroces temían; y los más empeñosos se apresuraban a oírlo, pues les quedaba poco tiempo y no podían disfrutar perpetuamente de semejante doctrina. Y no dijo: Estoy aquí; sino: Estoy con vosotros. Como quien dice: aunque me persigáis, aunque me molestéis, ni por un momento cesaré de mirar por vosotros y predicaros lo tocante a vuestra salvación.

Y vuelvo al que me ha enviado. Esto podía aterrorizarlos y angustiarlos, pues les predice que lo necesitarán. Les dice: Me buscaréis. Es decir, no sólo no me olvidaréis, sino que: Me buscaréis y no me encontraréis. ¿Cuándo lo buscaron los judíos? Lucas refiere que las mujeres lo lloraron y es verosímil que también lo lloraran muchos otros. Y después de la destrucción de Jerusalén anhelaron su presencia, recordando sus milagros. Todo esto lo dijo para atraerlos. Porque eso de quedar ya poco tiempo, y de que lo anhelarían después que se apartara de ellos, cuando ya no podrían encontrarlo, era apto para persuadirlos a seguirlo. Si no iba a suceder que su presencia les fuera anhelada, parece que nada importante les declaraba con eso. Lo mismo que si, siéndoles anhelada su presencia, pudieran luego encontrarlo, lo dicho no los conturbaría en gran manera.

Por otra parte, si hubiera de quedarse con ellos por mucho tiempo, quizá se tornaran desidiosos. De modo que por todos lados los atemorizó y excitó. La expresión: Vuelve al que me envió, hace patente que ningún daño se seguirá de las maquinaciones de los judíos y de su Pasión, que será voluntaria. De manera que hizo una doble predicción: que poco después moriría; y que ellos no irían a El. Predecir así su muerte no fue propio de una mente puramente humana. Mira lo que dice David: Hazme saber, oh Dios, mi fin y cuál es la medida de mis días, para saber cuán frágil soyfi De manera que ese fin de la muerte nadie lo sabe.

Por mi parte, yo creo que enigmáticamente lo decía, refiriéndose a los criados de los sacerdotes, con el objeto de atraerlos; y dándoles a entender que sabía bien a qué habían ido. Como si les dijera: Esperad un poco y yo me iré. Y decían los judíos entre sí: ¿A dónde va a ir éste? Quienes tanto deseaban que se fuera y ponían todos los medios para no volver a verlo no debían haber preguntado eso, sino decirle: Nos alegramos de que te vayas. ¿Cuándo será eso? Pero las palabras de Cristo los impresionaron y entre sí neciamente se preguntaban: ¿Acaso se irá a enseñar a la dispersión de las naciones gentiles? ¿Qué significa: La dispersión de las naciones gentiles? Así llamaban los judíos a las gentes paganas; pues estaban dispersas por dondequiera y libremente se mezclaban. Esta vergüenza la sufrieron luego ellos mismos, pues también fueron dispersados. Anteriormente todo el pueblo se hallaba reunido y en ninguna parte sino en Palestina se podía encontrar un judío. Por tal motivo ellos a los gentiles los llamaban gentes dispersas, echándoles eso en cara y ensoberbeciéndose ellos.

¿Qué significa: A donde yo voy no podéis venir? Porque más tarde los judíos se iban a mezclar con las gentes de toda la tierra. Si Cristo hubiera querido segnificar a los gentiles, no habría dicho: A donde no podéis venir. Y cuando ellos preguntaron: ¿Acaso se irá a la dispersión de las gentes? no añadieron y a destruirlas, sino a enseñarlas. Hasta ese punto se habían aplacado y creído en sus palabras. Si no hubieran creído, no habrían investigado entre ellos el sentido de lo que El decía. Pero, en fin, dicho sea todo eso para ellos.

Por nuestra parte, es de temer no sea que también a nosotros nos toque. O sea, que a donde El va no podamos seguirlo por estar nuestra vida llena de pecados. Dice El acerca de sus discípulos: Quiero que a donde estoy yo, ahí estén conmigo J Pero yo temo que de nosotros se diga al contrario: A donde estoy yo vosotros no podéis venir; puesto que procedemos contrariamente a lo que está mandado. ¿Cómo podremos estar ahí? Acá en este siglo, si un soldado hace lo contrario de lo que merece la dignidad de su rey, no puede ya ver el rostro de éste, sino que se le da de baja vergonzosamente y es condenado al último suplicio.

Si robamos, si nos damos a la avaricia, si procedemos injustamente, si golpeamos a otros, si no hacemos limosnas, no podremos ir allá con El. Sufriremos el castigo que sufrieron las vírgenes necias, que no pudieron entrar a las bodas con el esposo, sino que hubieron de apartarse con sus lámparas apagadas; es decir, perdida la gracia. La gracia que recibimos del Espíritu Santo es una llama que si lo queremos la podemos hacer más vivaz; y si no la queremos, al punto la perderemos. Pero apagada ella, no quedarán en nuestras almas sino tinieblas continuas.

Así como mientras arde una antorcha, brilla una luz abundante, así, si ella se apaga, no quedan sino tinieblas. Por esto dice Pablo: No apaguéis el espíritu. Y se apaga la lámpara cuando no tiene aceite; cuando sopla un viento vehemente; cuando se comprime y aprieta la mecha. Porque de ese modo se apaga el fuego. Se comprime con las preocupaciones del siglo; se extingue con la mala concupiscencia. Pero esa luz de que habla Pablo nada la extingue como la crueldad, la inhumanidad y la riña. Pero si además de faltar el óleo le ponemos agua fría, es decir, la avaricia que mata las almas a causa de la tristeza de los que sufren la injusticia, ¿de dónde podrán de nuevo encenderse? Saldremos de esta vida llevando con nosotros abundante polvo y ceniza y humo vano que nos acusen de haber extinguido nuestras lámparas. Pues donde hay humo señal es de que hubo fuego que se apagó.

Pero ¡no! ¡lejos de nosotros que alguno oiga aquella palabra: No os conozco! Y ¿cuándo se oirá semejante palabra? Cuando al ver a un pobre nos quedamos tan insensibles como si no lo hubiéramos visto. Si nos olvidamos de Cristo hambreado, El nos ignorará como faltos de óleo en nuestras lámparas. Y con razón: pues quien desprecia a un necesitado y no lo ayuda con algo de los bienes propios ¿cómo quiere ser ayudado con los que no le pertenecen? Por lo cual os ruego que pongamos cuantos medios estén a nuestro alcance para que no nos falte el óleo. Proveamos nuestras lámparas y entremos al tálamo juntamente con el esposo. Ojalá nos acontezca a todos lograrlo por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, por el cual y con el cual sea la gloria al Padre y juntamente al Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. - Amén.





Crisostomo Ev. Juan 48