Crisostomo Ev. Juan 51

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HOMILÍA LI (L)

En el último día de la fiesta, el más solemne, Jesús, de pie y en voz alta, les decía: Quien tenga sed venga a mí y beba el que crea en Mí, como dice la Escritura. Fluirán de sus entrañas avenidas de agua viva (Jn 7,37).

QUIENES se acercan a oír la palabra de Dios y conservan la fe, conviene que lo hagan con el anhelo con que lo hacen los sedientos, y que enciendan en sí un deseo igualmente ardoroso. Así podrán retener mejor la palabra que oyen y bien guardarla. Los sedientos, en cuanto toman la copa, con suma avidez la beben, y así apagan la sed. Pues del mismo modo los que beben Jas divinas palabras: si las reciben sedientos, no cesarán de beber hasta haber agotado el contenido. Y que convenga tener hambre y sed, lo dice la Escritura: Bienaventurados los que han hambre y sed de justicia. Y Cristo dice aquí: Si alguno tiene sed, venga a Mí, y beba. Como si dijera: Yo a nadie obligo por necesidad o violencia, sino que si alguno está presto, si alguno anhela con ferviente deseo, a ése yo lo invito.

Mas ¿por qué usó de esa expresión el evangelista: En el día último, el más solemne? Porque los días más solemnes eran el primero y el último. Los días intermedios más se consumían en placeres. Pero en fin: ¿por qué dice: En el día último? Porque en él se reunían todos. Más aún: El no se presentó en el primer día, y a sus parientes les explicó el motivo. Pero tampoco dijo lo que precede en el segundo ni en el tercero, para que sus palabras no fueran en vano, ya que entonces las turbas estarían entregadas a los placeres.

Pero el día último, cuando las turbas regresaban a sus casas, les proporcionaba una viático de salud diciendo: El que crea en mí, como dice la Escritura. Fluirán de sus entrañas avenidas de agua viva. Llama entrañas al corazón, como en otra parte dice: Y tu ley en medio de mis entrañas. Pero ¿en dónde dicen las Escrituras: Fluirán de sus entrañas avenidas de agua viva? En parte alguna. Entonces ¿qué sentido tiene: El que crea en mí, como dice la Escritura? En este pasaje es necesario apuntar de manera que lo de: Fluirán de sus entrañas avenidas de agua viva, se entienda que son palabras de Cristo. Como muchos decían: éste es el Cristo; y también: Cuando venga el Cristo ¿hará más milagros que éste? declara ser necesario tener la sentencia correcta y dar mayor crédito a las Escrituras que a los milagros.

La razón es porque muchos cuando lo vieran hacer infinitos milagros, a pesar de todo no lo aceptarían como el Cristo, sino que alegarían: ¿Acaso las Escrituras no dicen que el Cristo es de la descendencia de David? Y Cristo con frecuencia lo proponía para demostrarles que no rehuía esa prueba por las Escrituras. Por lo cual también ahora los remite a ellas. Así anteriormente había dicho: Escrutad las Escrituras; y también: Está escrito en los profetas: Y todos serán enseñados de Dios; y además: Moisés es el que os acusa; y aquí: Como dijo la Escritura. Fluirán de sus entrañas avenidas de agua viva, dando a entender la abundancia y riqueza de gracias; como dice en otra parte: Fuente de agua que mana agua de vida eterna: es decir, que ese tal tendrá gracia abundante.

En otra parte había dicho: vida eterna. Aquí dice: agua viva. Llama viva a la que perpetuamente obra; pues la gracia del Espíritu Santo, una vez que ha entrado y asentado en el alma, mana mucho más que cualquier fuente; y no cesa ni se seca ni se interrumpe. De modo que para indicar a la vez que jamás cesa y que obra inefablemente, usa los términos fuente y avenidas. Es decir que no es sólo un río, sino muchos ríos. Y dijo mana para significar que inunda. Esto lo entenderá con toda claridad quien considere la sabiduría de Esteban, la elocuencia de Pedro, la fuerza enorme de Pablo; y cómo nada los detuvo, nada los contuvo: ni el furor de los pueblos, ni la violencia de los tiranos, ni las asechanzas de los demonios, ni las muertes cotidianas; sino que a la manera de ríos que con gran ímpetu corren, así todo lo arrastraron y llevaron tras de sí.

Esto lo decía refiriéndose al Espíritu Santo que habían de recibir los que creerían en El. Pues no era aún llegada la hora del Espíritu Santo. Dirás: pero entonces ¿cómo los profetas predijeron y cómo obraron incontables milagros? Los apóstoles, al ser enviados por Jesús, echaron los demonios no por virtud del Espíritu Santo, sino de Jesús, como El lo dijo: Si Yo arrojo demonios en nombre de Beel-zebul, vuestros hijos ¿en nombre de quién los arrojan? Esto lo dijo indicando que no todos antes de la cruz arrojaron demonios por virtud del Espíritu Santo, sino del mismo Jesús. Pero después, al enviarlos por todo el mundo les dijo: Recibid el Espíritu Santo; y también: Vino sobre ellos el Espíritu Santo.

En cambio, cuando los envió la primera vez, no dijo el evangelista: Les dio el Espíritu Santo; sino: Les dio poder y les dijo: Limpiad los leprosos, echad los demonios, resucitad los muertos: de valde lo recibisteis, dadlo de valde. Por otra parte es a todos manifiesto que a los profetas les fue dado el Espíritu Santo. Pero esa gracia se estrechó y se arrancó de la tierra desde el día en que se les dijo: Vuestra casa y templo quedarán deshabitados. s Pero aun antes había comenzado a ser más rara. Ya no había entre ellos profeta alguno ni la gracia atendía a sus sacrificios. Estando, pues, ya quitado el Espíritu Santo; y habiendo de suceder que se diera con mayor abundancia, don que tuvo su principio después de la cruz; ni sólo con mayor abundancia sino además con mayores carismas; puesto que el don es mucho más admirable, como lo significó cuando dijo: No sabéis de qué espíritu sois? y también: Pues no habéis recibido espíritu servil para recaer en el temor, sino que habéis recibido espíritu filial.

También los antiguos poseían el Espíritu Santo, pero no podían comunicarlo a otros. En cambio, los apóstoles llenaban de El a fieles sin número. Digo pues que porque habían de recibir más tarde ese don los apóstoles, don que aún no se les había concedido, por tal motivo el evangelista dice: No era aún llegada la hora del Espíritu Santo. De este don habla el evangelista al decir: No era aún llegada la hora del Espíritu Santo (es decir que aún no se les había dado), porque Jesús aún no había sido glorificado; llamando gloria a la cruz. Eramos pecadores y enemigos, privados de la gracia de Dios; y la gracia era un signo de reconciliación; y pues los dones no se conceden a los enemigos y odiados, sino a los amigos fieles, era necesario que primero se ofreciera por nosotros el sacrificio y que la enemistad se liquidara en la carne, y fuéramos hechos amigos de Dios, para luego recibir el don.

Si así se ejecutó en la promesa hecha a Abrahán, mucho más debía ejecutarse tratándose de la gracia. Así lo declara Pablo con estas palabras: Porque si los herederos son los de la Ley, anulada queda la fe e ineficaz la promesa, pues la Ley provoca castigo. Es decir, Dios prometió a Abrahán y a su descendencia que les daría aquella tierra; pero los descendientes se hicieron indignos, y así no pudieron aplacar a Dios con sus propios trabajos. Por lo cual hubo de entrar la fe, cosa fácil, para atraer la gracia y que de este modo no perecieran las promesas. Por lo cual, continúa Pablo, la herencia es por la fe, para que lo sea por gracia y así quede firme la promesa. Por gracia, pues ellos no podían alcanzarla con sus trabajos y sudores.

Mas ¿por qué cuando adujo la Escritura no citó el testimonio? Por el juicio erróneo que ellos tenían. Porque unos decían: Este es el Profeta; otros decían: Engaña al pueblo; otros: De Galilea no viene el Cristo, sino de la ciudad de Belén; otros: Cuando venga el Cristo, nadie sabrá de dónde proviene. Y así variaban las opiniones, como acontece con una turba alborotada. No se fijaban en lo que se les decía ni tenían anhelos de conocer la verdad. Por este motivo Cristo nada les contesta aunque le dijeron: ¿Acaso de Galilea viene el Cristo? En cambio a Natanael, que con mayor énfasis y hasta aspereza decía:

¿De Nazaret puede salir algo bueno?, lo alabó como a sincero israelita.

Estos otros y los que decían a Nicodemo: Escruta las Escrituras y verás que de Nazaret no ha salido ningún profeta, no hablaban para instruirse, sino para abatir la gloria y fama de Cristo. Natanael, como amante de la verdad y conocedor cuidadoso de todo lo antiguo, se expresaba en aquella forma; pero éstos no procuraban sino sólo una cosa: demostrar que Jesús no era el Cristo. Por tal motivo a éstos nada les reveló. Quienes hablaban cosas contradictorias, y unas veces decían: Nadie sabe de dónde procede; y otras: Procede de Belén, aun cuando supieran la verdad, sin duda que la contradirían.

Concedamos que ignoraran el sitio, o sea que había nacido en Belén; pues se había criado en Nazaret (aunque no merecía perdón que tal cosa ignoraran pues no había nacido en Nazaret); ¿acaso ignoraban también su genealogía y que era descendiente de David y de su casa y linaje? Si lo ignoraban ¿cómo podían decir: Acaso no procede et Cristo del linaje de David? Pero con semejante objeción lo que querían era encubrir esto otro; de modo que en todo procedían fraudulentamente. ¿Por qué no se acercaron para preguntarle y decirle: Admiramos todo lo tuyo, y tú nos ordenas que creamos en ti conforme a las Escrituras; dinos, pues, por qué las Sagradas Escrituras afirman que el Cristo vendrá de Belén, mientras que tú has venido de Nazaret de Galilea?

Nada de eso le preguntaron, sino que con ánimo perverso todo lo revolvían y de todo murmuraban y hablaban. El evangelista a continuación indica que no querían ser enseñados ni buscaban serlo, pues dice: Algunos de ellos trataron de prenderlo, pero nadie puso en El las manos. A la verdad, si otra cosa no, a lo menos ésta debía haberlos compungido. Pero como dice el profeta: Se disiparon y no se compungieron. Así es la malicia: a nadie quiere ceder y sólo atiende a una cosa, que es arruinar al que ella le pone asechanzas.

Pero ¿qué dice la Escritura?: Quien cava para un prójimo una fosa, caerá en ella. m Que fue lo que entonces aconteció. Porque ellos querían darle muerte para acabar con su predicación, pero sucedió todo lo contrario. Pues por la gracia de Cristo, la predicación florece, mientras que todos los intereses de ellos se arruinaron y acabaron, y ellos perdieron su patria, su culto, su libertad. Privados de felicidad, acabaron en siervos y cautivos.

Sabiendo nosotros todo esto, jamás pongamos asechanzas a nadie, conociendo que por ese camino aguzamos en contra nuestra la espada y nos causamos una más profunda herida. ¿Es que alguien te ofendió? ¿deseas vengarte? No te vengues, y de este modo quedas vengado. No pienses que esto sea algún enigma, sino una verdad. ¿Cómo es eso? Porque si tú no te vengas haces a Dios enemigo de tu ofensor; pero si tú te vengas, entonces no. Pues dice el Señor en la Escritura: A Mí me toca la venganza. Yo daré el pago merecido, dice el Señor.

Si nuestros esclavos riñen entre sí y no nos encargan la venganza y castigo, sino que ellos se la toman, luego, aun cuando repetidamente nos lo nieguen, no sólo no los vengamos, sino que por el contrario nos irritamos y los llamamos fugitivos y dignos de azotes, y les decimos: Convenía que todo lo hubieras puesto en mis manos. Pero, pues tú mismo ya te vengaste, no me molestes más. Pues bien, mucho mejor nos lo dirá Dios a nosotros, puesto que nos ha ordenado que todo se lo dejemos a El.

¿Cómo no será absurdo que exijamos de nuestros criados esta obediencia y virtud, y en cambio no tributemos nosotros al Señor lo que queremos que a nosotros nos tributen nuestros siervos? Digo esto porque nos mostramos demasiado prontos a la venganza. Al que es verdaderamente virtuoso no le está bien hacer eso, sino que ha de perdonar y no hacer caso de los pecados ajenos, aun cuando no se esperara gran premio, como es el perdón de los propios. Si condenas al que peca ¿por qué, te pregunto, tú también pecas y cometes las mismas faltas?

¿Alguien te ha injuriado? No contestes con otra injuria para que no te injuries a ti mismo. ¿Te golpeó? No lo hieras tú a tu vez, puesto que de hacerlo no reportas utilidad alguna. ¿Te entristeció? No le pagues con lo mismo, pues con eso nada ganas, si no es el igualarte con el que te entristeció. Si lo soportas todo con mansedumbre, quizá de este modo se aplacará su ira. Nadie puede curar lo malo con lo malo, sino lo malo con lo bueno. Aun entre los gentiles los hay que así proceden. Pues bien, que nos dé vergüenza de ser inferiores a los gentiles en lo tocante a esta virtud. Muchos de ellos cuando sufren injurias, lo soportan sin inmutarse; muchos hubo que en tales casos no se defendieron de las calumnias y aun hicieron beneficios a los que les ponían asechanzas. Es de temer que algunos de ésos se encuentre ser mejores que nosotros en la vida que llevan y por esto se nos prepare algún castigo.

Si nosotros, los que hemos recibido el Espíritu Santo, los que esperamos el Reino de los Cielos, los que ejercitamos la virtud por el premio que tiene en el Cielo, los que tememos la gehenna, a quienes se nos ha ordenado ser como ángeles; los que somos partícipes de los misterios, no igualamos a los paganos en la virtud ¿qué perdón podremos obtener? Si estamos obligados a mayor perfección que los judíos (pues dijo el Señor: Si vuestra justicia no sobrepasa la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos), mucho más debemos superar a los gentiles; si a los fariseos, mucho más a los infieles. Mas siendo así que no los superamos, nos estamos cerrando el Reino de los Cielos. Y si nos tornamos peores que los gentiles ¿cómo conseguiremos el Reino?

Depongamos, pues, toda ira, amargura, cólera y furor. Repetiros estas cosas a mí no me es enojoso y a vosotros os es salvaguardad También los médicos con frecuencia echan mano de una misma medicina; pues bien, tampoco nosotros cesaremos de clamar, recordar, enseñar y exhortar. Grande es la turba de asuntos seculares que hacen olvidar estas cosas, por lo que se hace necesaria la continua enseñanza. Así pues, para que no en vano nos reunamos aquí, obremos la virtud para que obtengamos los bienes futuros, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, por el cual y con el cual sea la gloria al Padre en unión del Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.




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HOMILÍA LII (LI)

Retornaron los esbirros a los sumos sacerdotes y a los escribas. Y éstos les dijeron: ¿Por qué no lo habéis traído? Respondieron los esbirros: jamás ningún hombre habló como este hombre (Jn 7,45-46).

NADA HAY más claro que la verdad, nada más sencillo si nosotros no procedemos con malicia; pero si procedemos maliciosamente nada hay más difícil. Los escribas y fariseos, que aparecían ser los más sabios y continuamente andaban con Cristo poniéndole asechanzas, aunque veían sus milagros, aunque leían las Escrituras, ningún beneficio reportaron, sino un grave daño. En cambio los esbirros, aunque no poseían ninguna de esas cualidades, con solo un discurso quedaron cautivados: habían ido para atarlo y regresaron atados por la admiración. De modo que es de admirar no únicamente su prudencia, que no necesitó de milagros, sino también que con sola la doctrina quedaron vencidos. Puesto que no dijeron: Ningún hombre ha hecho tantos milagros, sino ¿que?: Jamás ningún hombre habló como este hombre. Así, no solamente es admirable la prudencia de Jesús, sino además la franqueza y libertad para hablar, pues tal mensaje llevaron a quienes los habían enviado; es decir, a los fariseos que combatían a Cristo y ponían contra El todos los medios.

Regresaron los esbirros y los fariseos les dijeron: ¿Por qué no lo habéis traído? Fue de mucho mayor mérito que regresaran que no si se hubieran quedado, ya que en este último caso se habrían encontrado libres de las molestias de quienes los enviaron. Ahora, en cambio, se han tornado en heraldos de Cristo y demuestran una mayor confianza. Y no se excusan ni dicen que no pudieron traerlo a causa de la turba que lo escuchaba como a un profeta; sino ¿qué dicen?: Jamás nadie ha hablado así.

Ciertamente podían haber alegado aquella excusa, pero son almas rectas, pues lo que dijeron no fue únicamente a causa de la admiración, sino además en forma de reprensión a los fariseos por haberlos enviado a aprehender a tal hombre a quien lo que convenía era escucharlo. Y eso que apenas le habían oído una breve alocución. Es que la mente sincera no necesita de largos discursos. ¡Tan grande es la fuerza de la verdad!

Y ¿qué dicen los fariseos? Convenía que se hubieran compungido. Pero, al revés, recriminan a los esbirros: ¿También vosotros habéis sido embaucados? Les hablan afablemente y no echan mano de expresiones duras, temerosos de ser abandonados. Sin embargo, dejan entrever su furor aunque se expresan cautamente. Lo que debían haber hecho era investigar qué cosas había dicho Jesús y admirarlo; pero no lo hacen, sin duda porque sabían que serían redargüidos. En cambio, acometen a los esbirros con un argumento sumamente necio. Les dicen: ¿Acaso alguno de los jefes o de los fariseos ha creído en él?

¿Cómo es esto? ¿Acusáis a Cristo en esa forma y no mejor a los que no han creído en El? Pero esa turba desconocedora de la Ley son unos malditos. Pues bien, precisamente por esto se os debe acusar, pues creyendo la turba vosotros permanecéis incrédulos. El pueblo procedía como conocedor de la Ley, de modo que ¿cómo podía ser maldito? Los malditos sois vosotros, que no guardáis la Ley; no ellos, que la obedecen. Por otra parte, no convenía que lo recriminaran los que no creían en El: semejante juicio no es aceptable.

Tampoco creéis en Dios; y dice Pablo: Mas ¿qué si algunos no creyeron? ¿Acaso frustrará su infidelidad la fidelidad de Dios? ¡No, por cierto! Los profetas constantemente los acusaban diciendo: Escuchad, príncipes de Sodoma; y también: Tus príncipes no obedecen? Además: ¿Acaso no es cosa que os toca conocer en juicio? Y en todas partes los acometen con vehemencia. Y ¿qué? ¿acaso por esto acusará alguno a Dios? ¡Quita allá! ¡Eso es crimen de ellos! ¿Con qué otra señal se conocerá mejor que desconocéis la Ley que con no creer?

Una vez que afirmaron que ninguno de los príncipes de ellos creía en El, sino solamente los que ignoraban la Ley, razonablemente les arguye Nicodemo con estas palabras: ¿Por ventura nuestra Ley condena a alguno sin oírlo antes? Así les demuestra que ellos ni conocen ni guardan la Ley. Si la Ley prohíbe matar a nadie si antes no se le oye, y ellos andan maquinando la muerte de Jesús antes de oírlo, son transgresores de la Ley.

Y pues decían que ninguno de los príncipes había creído en El, por tal motivo el evangelista dice que Nicodemo era del número de los príncipes; para demostrar que aún de entre éstos algunos sí habían creído. Sin embargo, aún no lo demostraban públicamente, como hubiera sido conveniente; pero a pesar de eso eran seguidores de Cristo. Observa cuán parcamente los arguye. Porque no les dice: Vosotros queréis darle muerte y lo condenáis a la ligera como a seductor. No les habló así, sino que con su moderación reprimía la enorme excitación de ellos y su falta de consideración y su ánimo sanguinario. Por eso endereza su razonamiento a la Ley y dice: Sino después de oír diligentemente sus descargos y saber sus hechos.

Es pues necesario oírlo, y oírlo con diligencia, porque esto significa: y saber sus hechos, sus intenciones, el porqué y qué es lo que anda tramando y si acaso intenta destruir la república a la manera de un enemigo. Y como aquello de que ninguno de los príncipes de los judíos creían en El lo dijeran dudando, al fin no procedieron contra Nicodemo ni con vehemencia ni sin ella. Pero ¿qué nexo lógico hay entre decir Nicodemo: Nuestra Ley no condena a nadie, y responderle ellos: ¿Acaso también tú eres de Galilea? Lo lógico sería demostrarle que no a la ligera habían ellos enviado quienes lo aprendieran, o que a El no le tocaba entrar en el negocio; pero le dan una contestación descomedida y furiosa: Investiga y verás cómo de Galilea no surge ningún profeta. Pero ¿qué fue lo que dijo Nicodemo? ¿Acaso lo llamó profeta? Lo que dijo fue que no convenía dar muerte a Jesús sin antes oírlo y en juicio condenarlo. Ellos, en cambio, en forma injuriosa, le contestan así, como a un ignorante de las Escrituras. Como si le dijeran: ¡Anda y aprende! Porque tal significa ese: ¡Investiga y verás!

¿Qué dice Cristo? Pues ellos continuamente traían en la boca lo de profeta y Galilea, El los saca de semejante opinión y les declara no ser uno de los profetas, sino el Señor del universo. Les dice: Yo soy la luz del mundo. No de Galilea, no de Judea, no de Palestina. Y los judíos ¿qué le responden?: Tú das testimonio de ti mismo. No es fidedigno tu testimonio. ¡Ah necedad! Continuamente los remite a las Sagradas Escrituras, y ellos dicen: Tú das testimonio de ti mismo. ¿Cuál fue el testimonio que dio?: Yo soy la luz del mundo. Sentencia altísima, altísima verdad. Pero no los conmovió mucho, pues no se decía igual al Padre ni Hijo suyo, ni Dios, sino únicamente Luz.

Sin embargo, aun esto querían deshacerlo, pues eso era más que decir: El que me sigue no anda en tinieblas. Se refiere a las tinieblas del espíritu y quiere decir: no permanece en el error. Por aquí alienta y enaltece a Nicodemo, pues se había expresado éste con libertad; y también alaba a los esbirros por su comportamiento. Pues este es el sentido que encierra la palabra clamar, o sea, que quería hacerlos oír. Y de paso da a entender que los judíos le armaban asechanzas en las tinieblas, o sea, en el error, pero que no vencerían a la luz. Por lo que hace a Nicodemo, parece que aludía a él en otra ocasión cuando le decía: Todo el que obra la maldad odia la luz; y no se llega a la luz para que no se le echen en rostro ÍU!S! obrasfi

Y pues ellos decían que ninguno de los príncipes había creído en El, les dice: Quien obra maldad no viene a la luz, con lo que da a entender que esto no es efecto de la debilidad de la luz, sino de la perversa voluntad de ellos. Le respondieron: Tú das testimonio de ti mismo. Y El les contesta: Aunque yo doy testimonio de Mí mismo, es fidedigno mi testimonio, porque sé de dónde vengo y a dónde voy. Vosotros empero no sabéis de dónde vengo. Le oponen como principal afirmación hecha por El lo que ya antes había dicho. ¿Qué responde Cristo? Deshace la objeción y les hace ver que eso lo dijo exponiendo lo que ellos opinaban, al creerlo simple hombre. Les dice, pues: Aunque Yo doy testimonio de Mi mismo, mi testimonio es verdadero porque sé de dónde vengo. ¿Qué significa esto? Vengo de Dios y soy Dios e Hijo de Dios. Y Dios es por Sí mismo testigo digno de fe. Pero vosotros no lo sabéis. Procedéis llevados de vuestra perversidad, y sabiendo simuláis ignorarlo. Habláis a lo humano y no queréis entender nada de lo que supera los sentidos y se ve.

Vosotros juzgáis según la carne. Así como vivir según la carne es vivir mal, así juzgar según la carne es juzgar injustamente. Yo a nadie juzgo así; y cuando juzgo, mi juicio es verdadero. Quiere decir: vosotros juzgáis injustamente. Responden: si juzgamos injustamente, ¿por qué no nos redarguyes? ¿por qué no nos castigas? ¿por qué no nos condenas? Díceles: Porque yo no vine a eso. Esto es lo que significa: Yo no juzgo así a nadie y cuando juzgo, mi juicio es fidedigno. Si yo quisiera juzgar, vosotros quedaríais condenados.

Pero esto mismo, dice, no lo afirmo juzgando. Y cuando afirmo: No lo digo juzgando, no es porque no me atreva ni confíe en que si juzgara os cogería en culpa (pues si juzgara justamente os condenaría); pero ahora no es tiempo de ese juicio. Deja entender un juicio futuro cuando dice: Porque Yo no estoy solo, sino que el Padre que me envió está conmigo. Insinúa aquí que no sólo El los condena, sino también el Padre. Luego oscuramente dijo, trayéndolo como testimonio: Y en vuestra Ley está escrito que la declaración de dos hombres es fidedigna.

¿Qué podrán decir a esto los herejes? Si esta expresión la tomamos como suena ¿qué más tiene Cristo que los demás hombres? Entre los hombres se estableció esa Ley porque nadie, si está solo, es digno de fe; pero en Dios ¿cómo puede ser esto verdad? Porque se dijo dos ¿son acaso dos? ¿O son dos porque el Padre y El son hombres? Si porque son dos, entonces ¿por qué no recurrió al testimonio de Juan ni dijo: Yo doy testimonio de Mí mismo y también Juan testimonia acerca de Mí? ¿Por qué no recurrió a un ángel o a los profetas? Pues ciertamente podía proferir infinitos testimonios. Es que no quiere simplemente decir que son dos, sino que son de la misma substancia.

Dícenle: ¿Quién es tu Padre? Respondió Jesús: Ni me conocéis a Mí ni conocéis a mi Padre. Puesto que sabiéndolo preguntan como si no lo supieran y como quien lo pone a prueba, Jesús no se digna responderles. Más tarde hablará con mayor claridad y libertad y tomará testimonio para Sí de sus milagros, de su doctrina y de quienes lo seguían, porque ya estará más cerca la cruz. Díceles: Yo sé de dónde procedo, cosa que no los impresionó mucho; pero cuando añadió: A donde yo voy, los llenó de terror, como si les dijera que no permanecería muerto en el sepulcro.

Mas ¿por qué no les dice: Yo soy Dios; sino: Yo sé de dónde provengo? Es que continuamente mezcla lo humano con lo divino, y aun esto último lo presenta en forma velada. Pues habiendo dicho: Yo doy testimonio de Mí mismo; y habiéndolo demostrado, luego se abaja a lo humano. Como si hubiera dicho: Yo sé por quién he sido enviado y a quién vuelvo. En esta forma no podían contradecirlo cuando lo oyeran decir que había sido enviado por el Padre y que volvía al Padre. Fue como decirles: Yo nada falso he dicho. De allá vine y allá vuelvo, al verdadero Dios. Pero vosotros no conocéis a Dios, y por eso juzgáis según la carne. Puesto que tras de tantas señales y demostraciones todavía decían: No es verdadero. En cambio tenéis a Moisés por digno de fe cuando habla de sí mismo y de otros; y no hacéis lo mismo con Cristo. Esto es juzgar según la carne.

Yo a nadie juzgo así. Y también dice: El Padre a nadie juzga. Entonces ¿cómo es que aquí dice: Y cuando yo juzgo mi juicio es fidedigno, porque no estoy solo? Es que de nuevo habla según la opinión de ellos. Es como si dijera: Mi juicio es también el del Padre, y no juzgo distinto del Padre. ¿Por qué trajo a colación al Padre? Porque ellos no tenían por fidedigno al Hijo si no había recibido el testimonio del Padre; de otra manera su afirmación no tendría fuerza. Puesto que entre los hombres cuando dos coinciden en su testimonio acerca de un tercero, su testimonio se tiene como fidedigno: eso quiere decir al afirmar que son dos los que dan testimonio. Pero si uno de ellos da testimonio de sí mismo, entonces ya no son dos testigos.

¿Adviertes cómo El no dijo esto por otro motivo sino para demostrar que es consubstancial con el Padre y que por sí mismo no necesita de testimonio ajeno? Y también para probar que en nada es inferior al Padre. Pesa pues la autoridad. Yo soy el que doy testimonio de Mí mismo y da también testimonio de Mí el Padre que me envió. No habría Cristo afirmado esto si fuera una substancia inferior al Padre. Y luego, para que no creas que lo dijo solamente por razón del número, advierte el poder igual. Porque el hombre presta su testimonio cuando él mismo es fidedigno y no cuando a su vez necesita de otro testimonio ajeno; y esto lo hace cuando se trata de un tercero. Mas cuando se trata de sus propias cosas, si necesita del testimonio ajeno ya no es fidedigno. Pero en nuestro caso las cosas van al contrario. Porque testificando Jesús en sus propias cosas y afirmando que tiene además el testimonio de otro, afirma ser El mismo digno de fe y demuestra su plena autoridad. Porque ¿cuál es el motivo de que una vez dijera: Yo no estoy solo, sino que el Padre que me ha enviado está conmigo; y también: El testimonio de dos hombres es verdadero; y no se detuviera aquí, sino que añadiera: Yo soy quien doy testimonio de mí mismo? Fue para demostrar su autoridad.

Desde luego se nombró en primer lugar a Sí mismo: Yo soy quien doy testimonio de mí mismo. Declara, pues, su igualdad en el honor con su Padre. Y que de nada les aprovecha decir que conocen a Dios Padre, si no lo conocen a El. Y dice el motivo de esto, que es el no querer reconocerlo a El. Afirma, por consiguiente, que no puede ser conocido el Padre sin ser conocido El; y lo hace para ver si por aquí al menos los trae a su conocimiento. Puesto que, dejándolo a El a un lado, siempre andaban queriendo conocer al Padre, les dice: No podéis conocer al Padre sin Mí. De manera que quienes blasfeman del Hijo no blasfeman únicamente de El, sino también del Padre.

Huyamos nosotros de semejante cosa y glorifiquemos al Hijo; el cual, si no fuera de la misma naturaleza del Padre, nunca habría dicho lo que dijo. Si únicamente lo hubiera afirmado, pero no fuera de la misma substancia, podría alguno conocer al Padre ignorando al mismo tiempo al Hijo. Y quien conociera al Padre no por eso conocería al Hijo; del mismo modo que quien conoce al hombre no por eso conoce al ángel.

Insistirás diciendo: pero ¡vaya! el que conoce las creaturas conoce a Dios. ¡De ningún modo! Muchos conocen las creaturas, y aun todos los hombres las ven, y sin embargo no conocen a Dios.

Glorifiquemos al Hijo de Dios no únicamente con la confesión de su gloria igual a la del Padre, sino además con nuestras obras. Pues sin esta glorificación aquella otra de nada sirve. Por esto dice Pablo: Tú que te enorgulleces de llamarte judío y confías en la Ley y te glorías en Dios; y más adelante: ¿Cómo es que tú que enseñas a otros, a ti mismo no te enseñas? Tú que te glorias en la Ley, deshonras a Dios con traspasar la LeyJ Atended, no sea que nos gloriemos de la pureza de nuestra fe y deshonremos a Dios por no llevar una vida conforme a la fe, y seamos causa de que El sea blasfemado. Quiere El que el cristiano sea maestro del orbe y fermento y sal de la tierra y luz. ¿Qué es ser luz? Es llevar una vida brillante y sin mancha. Lía, luz no es útil para sí misma, ni tampoco la sal ni el fermento, sino que son para utilidad de otros. Pues del mismo modo Dios a nosotros nos exige no únicamente nuestra propia utilidad, sino también la de otros. Si la sal no sala no es sal. Pero además se sigue otra consecuencia, y es que si nosotros vivimos bien también los otros vivirán bien. Hasta que no vivamos correctamente no podremos hacer bien a los demás. En resolución, que no haya entre vosotros fatuidad ni molicie alguna.

Fatuidad y molicie son las cosas de este mundo; y por tal motivo fueron llamadas fatuas aquellas vírgenes, pues se entregaban a las fatuidades de este mundo, congregaban para esta vida y no atesoraban en donde se debía atesorar. Hay que temer no nos suceda lo mismo y vayamos a presentarnos con las vestiduras manchadas allá en donde todos las tienen espléndidas. Nada hay más sórdido que el pecado, nada más sucio. Por lo cual el profeta, describiendo su naturaleza, exclamaba: Mis llagas son hedor y putridez.

Si quieres conocer la hediondez del pecado, considéralo cuando ya estás libre de la concupiscencia y no ardes en su fuego: entonces verás lo que es el pecado. Piensa en la ira cuando estás tranquilo; en la avaricia cuando no la experimentas y te hallas libre de esa pasión. Nada hay más torpe, nada más feo que la rapiña y la avaricia. Os repetimos esto con frecuencia, no con ánimo de molestaros sino para obtener una grande y admirable ganancia. Pues quien no se corrige oyendo esto una vez, quizá se corrija a la segunda, o quizá cuando por tercera vez se le amoneste. Ojalá que todos, libres de todas las pasiones, seamos buen olor de Cristo, al cual sea la gloria en unión con el Padre y el Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.




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HOMILÍA Lili (LII)

Este discurso pronunció Jesús en el gazojilacio, mientras enseñaba en el templo; y nadie puso en El las manos porque no era aún llegada su hora (Jn 8,20).

¡OH LOCURA de los judíos! Antes de la Pascua lo buscaban; y luego, cuando estuvo en medio de ellos, muchas veces, aunque en vano, intentaron aprehenderlo, ya por sí mismos, ya por medio de otros. Pero a pesar de todo, no admiraron su poder, sino que perseveraron en su malicia y no se arrepintieron. Que con frecuencia lo intentaran lo indica la frase: Este discurso pronunció Jesús en el gazojilacio, mientras enseñaba en el templo y nadie puso en El las manos. Hablaba en el templo como Maestro, cosa que debía excitarlos más aún; y hablaba de cosas que los escandalizaban; y lo acusaban de hacerse igual al Padre. Porque la expresión: el testimonio de dos hombres tiene ese sentido.

Sin embargo, dice el evangelista: Este discurso pronunció Jesús en el templo, como Maestro, y nadie puso en El las manos porque no era aún llegada su hora. Es decir que no era aún el tiempo oportuno en que quería ser crucificado. De manera que no porque no lo tuvieran en su poder ellos no sucedió sino por providencia de El. Ellos, de su parte, hacía ya tiempo que querían proceder a matarlo, pero no pudieron; ni aun a su tiempo habrían podido si El no lo hubiera permitido.

Yo me voy y me buscaréis. ¿Por qué les repite esto con frecuencia? Para mover sus ánimos y ponerles terror. Observa cuán grande miedo les ponía esta amenaza. Como ellos quisieran darle muerte y así librarse de El, le preguntan a dónde va: ¡tan grande importancia concedieron a esto! Quería además enseñarles que el asunto no se llevaría a cabo violentándolo ellos, sino que así estaba profetizado ya mucho antes en las figuras. También con esas palabras les predijo su propia resurrección. Ellos comentaban: ¿Acaso se suicidará? Y ¿qué les dice Cristo? Para declararles que es falsa semejante opinión y que el suicidio es pecado, les dice: Vosotros sois de aquí abajo. O sea: nada hay de admirable en que vosotros, siendo hombres carnales, penséis de esa manera, pues nada espiritual concebís. Mas por mi parte nada de eso que decís haré, porque: Yo soy de allá arriba; pero vosotros sois de este mundo. De nuevo se refiere a los pensamientos carnales y mundanos.

Por aquí se ve claramente que la frase Yo no soy de este mundo no quiere decir que no se haya encarnado, sino únicamente que está lejos de la perversidad de ellos. Y lo mismo afirmó de sus discípulos, a pesar de estar ellos revestidos de carne. Así como cuando Pablo dice de ellos: No sois carnea-no entiende que sean incorpóreos; así, que no sean de este mundo lo testifica su virtud. Os he dicho que si no creéis que Yo soy, moriréis en vuestros pecados. Si vino Jesús a quitar el pecado del mundo, y el pecado no puede quitarse sino mediante el bautismo, necesariamente los que no crean mantendrán en sí mismos el hombre viejo. Quien no quiera entregarse a la muerte y ser sepultado, morirá llevando consigo al hombre viejo y pasará a la otra vida a recibir el castigo.

Por tal motivo les decía: El que no cree ya está condenado, no únicamente porque no cree, sino además porque sale de este mundo con la carga de sus pecados pretéritos. Ellos le decían: ¿Quién eres tú? ¡Oh locura! Después de tanto tiempo y tantos milagros y enseñanzas, todavía le preguntan: ¿Quién eres tú? Y ¿qué les responde Cristo?: Precisamente el que os estoy declarando. Como si les dijera: Indignos sois de escuchar mis palabras, cuánto más de saber quién soy. Vosotros habláis continuamente para tentarme, pero no atendéis a mis palabras; y ahora puedo yo argüiros de todo eso. Porque esto significa: Podría yo decir mucho y censurar acerca de vosotros; y no sólo reprenderos, sino aun castigaros. Pero el que me envió, es decir, mi Padre, no lo quiere. Porque: No he venido al mundo para condenarlo sino para salvarlo. Pues no envió Dios a su Hijo para condenar al mundo, sino para salvar al mundo?

Si pues para esto me envió y El es veraz, con razón yo no condeno a nadie ahora. Hablo lo que sirve para la salvación y no para reprender y condenar. Lo dijo para que no pensaran que tras de oír tantas y tan grandes cosas, no podía castigar por debilidad o porque no conocía sus burlas y sus pensamientos. Pero ellos no entendieron que les hablaba del Padre. ¡Oh necedad! Continuamente les hablaba del Padre y no lo entendían. Finalmente, como no los hubiera atraído ni con tantos milagros ni con su doctrina, les habla de la cruz con estas palabras: Cuando levantéis al Hijo del hombre en alto, entonces conoceréis que yo soy y que no hablo de Mí mismo, sino que trasmito el mensaje que me confió el Padre. Y el que me ha enviado está conmigo y el Padre no me ha dejado solo. Declara ahora cómo con toda razón les dijo: Precisamente el que os estoy declarando. ¡Hasta tal punto no atendían a lo que les decía!

Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre. ¿Acaso no es lo que vosotros estáis esperando, o sea, que una vez quitado yo de en medio ya no os cause molestia? Pues bien, yo os digo: Entonces, sobre todo, conoceréis que Yo soy, por mi resurrección, por los milagros, por vuestra ruina. Porque todo esto les demostraría su poder. Y no les dijo: Entonces conoceréis quién soy; sino cuando viereis que nada me sucede con la muerte, entonces conoceréis que soy Yo. O sea, el Cristo, el Hijo de Dios que todo lo hago y que no soy contrario al Padre.

Por esto añade: Y que trasmito el mensaje que me confió el Padre. Conoceréis ambas cosas: mi poder y mi conformidad con el Padre. Porque la expresión: Yo no hablo de Mí mismo, sino que trasmito el mensaje que me confió, denota que tienen la misma substancia y que El nada habla fuera de lo que el Padre piensa. Como si dijera: cuando perdáis vuestro culto y no podáis ya darlo a Dios según vuestras antiguas costumbres, entonces conoceréis que me estoy vengando, indignado contra quienes no me oyeron. Si yo fuera extraño y contrario a Dios, El no habría concebido contra vosotros una ira tan grande.

Lo mismo dice Isaías: Castigará a los impíos por su sepultura. Y David dice: Luego en su favor les hablaráA Y el mismo Jesús: Vuestra casa y templo quedará desierta. Lo mismo se indica en las parábolas: ¿Qué hará el dueño de la viña con aquellos agricultores? Como a perversos los hará perecer cruelmente. Advierte cómo siempre se expresa porque ellos no creían. Pero si afirma que los va a hacer perecer, como en efecto lo hará, pues dice: Traedlos acá y degolladlos en mi presencia? ¿por qué les dice que será obra no suya, sino del Padre? Para acomodarse a la rudeza de los judíos y al mismo tiempo honrar al Padre. Por esto no dijo: Yo dejo desierta vuestra casa y templo; sino que habló en forma impersonal diciendo: Será abandonada. Y cuando dice: ¿Cuántas veces he querido congregar a tus hijos, y no quisisteis?). luego añade: Será abandonada. Con lo cual está indicando ser El el autor de la ruina. Como si les dijera: Pues no os dejasteis persuadir para creer mediante los beneficios, por el castigo vendréis a conocer quién soy Yo.

Y mi Padre está conmigo. Para que no pensaran que con decir: El que me ha enviado se declaraba menor que el Padre, añadió enseguida: Está conmigo. Lo uno pertenece a la Encarnación; lo otro, a la divinidad. Y no me ha dejado solo porque yo hago siempre lo que le es grato. De nuevo baja a lo humano y otra vez se refiere a lo que decían de El, que no venía de Dios y que violaba el sábado. Por tal motivo dice: Yo hago siempre lo que le es grato, indicando de esta manera que la abolición del sábado era grata a su Padre.

Del mismo modo, cuando era llevado a la crucifixión, decía: ¿Pensáis que no puedo pedir a mi Padre? Y con una sola frase: ¿A quién buscáis? los postró de espaldas en tierra. Entonces ¿por qué aquí no dice: Pensáis acaso que yo no puedo arruinaros?, siendo así que luego lo demostró con sus obras. Se atempera a la rudeza de ellos. Tenía sumo cuidado de mostrar que El nada hacía contrariando a su Padre. De modo que también aquí hablaba al modo humano. Así pues, tienen el mismo sentido la frase: No me ha dejado solo y la otra: Yo llago siempre lo que le es grato.

Esto dijo y creyeron en El muchos. Apenas no con palabras clama el evangelista: Tú que oyes no te conturbes si escuchas a Cristo decir algo al modo humano. Quienes después de tan excelente enseñanza y tan abundante, no se persuadieron de que El vino del Padre, con razón escucharon ahora de El fórmulas más humanas, para que creyeran. Y valga esta razón para lo que luego diría en el mismo sentido humano. Creyeron, pues, muchos, pero no con la fe recia que convenía, sino sólo en cierta manera, pues se detuvieron plácidamente y con agrado en las palabras que El dijo hablando a lo humano.

El evangelista demuestra que la fe de ellos no era perfect-en lo que sigue: puesto que injurian a Jesús. Y que fueran ellos mismos lo indica el evangelista con estas palabras: Decía Jesús a los judíos que habían creído en El: Si vosotros perseveráis en mi doctrina. Demuestra, pues, que ellos no acababan de aceptar la doctrina y se quedaban en la corteza de las palabras. Por tanto, Jesús les habla con mayor vehemencia. Antes les dijo sencillamente: Me buscaréis; pero ahora añade: Y moriréis en vuestros pecados. Y les declara cómo se verificará eso. Porque cuando lleguéis a ese paso, no podréis rogarme. Estas cosas hablo estando en el mundo. Declara con esto que se volverá a los gentiles. Y como ellos anteriormente no entendieron que les hablaba del Padre, otra vez les habla de El, y el evangelista añade la razón de que se atempere y les hable a lo humano.

Pues bien, si queremos en esta forma ir examinando las Escrituras cuidadosamente y no a la ligera, podremos alcanzar la salvación. Si así continuamente las estudiamos, quedaremos instruidos en la doctrina verdadera y en la forma correcta de vivir. Y aun cuando alguno sea duro y áspero; aun cuando en el tiempo anterior nada haya lucrado, ahora al menos aprovechará y sacará algún fruto y utilidad, aunque no se dé cuenta de ello. Si alguien entra en una perfumería y permanece ahí por algún tiempo, algo de aroma se lleva. Pues bien, mucho más le sucede así a quien frecuenta la iglesia. Pues así como de la desidia nace nueva desidia, así del trabajo y acción nace la presteza del ánimo. Aun cuando estés repleto de males, aun cuando seas un impuro, no dejes de frecuentar las reuniones.

Preguntarás: pero ¿qué, si nada entiendo? No es poca la ganancia, a pesar de todo, con tal de que confieses ser miserable. Semejante temor no es inútil, semejante miedo no es inoportuno. Si solamente gimes porque no entiendes lo que digo, alguna vez finalmente te decidirás a las obras. Puesto que es imposible que quien habla a Dios no logre alguna ganancia, ya que al punto nos recogemos y lavamos nuestras manos cuando queremos tomar algún libro sagrado. ¿Observas cuán grande piedad sientes aun antes de leer? Pues si con diligencia recorremos el libro, sacaremos grande utilidad. Es un hecho que si no tuviéramos piedad en el alma, no nos lavaríamos las manos. La mujer, si no viene cubierta, al punto toma el velo: señal de su interior piedad. Y el hombre, si está cubierto y puesto el sombrero, al punto se descubre.

¿Adviertes cómo la exterior compostura es señal de la piedad interior? Y luego, una vez que te has sentado para oír, gimes con frecuencia y condenas tu vida anterior. Apliquemos, pues, el ánimo a las Sagradas Escrituras, carísimos. Por lo menos revolvamos los evangelios empeñosamente. Al punto en que abras el libro, verás el nombre de Cristo y oirás al evangelista que dice: La concepción de Cristo fue así: Estando desposada su Madre María con José, se halló estar encinta por obra del Espíritu Santo? Quien esto oiga, al punto quedará prendado de la virginidad de semejante parto y se elevará de la tierra al cielo.

Y no se ha de tener en poco si a lo menos de paso y a la ligera adviertes cómo la Virgen recibió el don del Espíritu Santo y cómo le habla el ángel. Todo esto está en la superficie. Pero si perseveras en escrutar hasta el fondo, rechazarás al punto todo lo del siglo y te burlarás de todo lo terreno. Si eres rico, tendrás en nada las riquezas en cuanto oigas que esa Virgen fue Madre del Señor en la casa de un humilde artesano. Si eres pobre, no te avergonzarás de la pobreza en cuanto sepas que el Creador del universo no se avergonzó de su humildísimo hogar.

Si esto meditas, ya no robarás, no serás avaro, no te echarás sobre los bienes ajenos; sino al revés: amarás la pobreza y despreciarás las riquezas, y por aquí echarás lejos de ti todos los males. Y cuando veas a Jesús, que yace en un pesebre, ya no cuidarás en adelante de adornar a tu hijo con doradas vestiduras ni de preparar para tu esposa un lecho ornado de argentería. Y una vez que hayas desechado esos cuidados, ya no te empeñarás en la avaricia ni en la rapiña. Y muchas otras ganancias se seguirán de esto, tales que no podemos recorrerlas una por una, al presente: las conocerán quienes por la experiencia las aprendan.

En consecuencia, os ruego que os procuréis los Libros santos y penetréis el sentido de ellos y lo escribáis y grabéis en vuestra mente. A los judíos, porque no les hacían caso, se les ordenó que los trajeran pendientes de sus manos. Pero nosotros no los traemos en las manos, sino que los abandonamos allá en el hogar, cuando convenía grabarlos y burilarlos en nuestros corazones. Si lo hacemos así, limpios de las horruras de la vida presente, conseguiremos los bienes eternos. Ojalá todos los alcancemos, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, por el cual y con el cual sea la gloria al Padre, juntamente con el Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.





Crisostomo Ev. Juan 51