Crisostomo Ev. Juan 59

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HOMILÍA LI. (LVIII)

Y lo echaron fuera. Y supo Jesús que lo habían excomulgado; y habiéndosele hecho encontradizo, le dijo: ¿Crees tú en el Hijo de Dios? El le respondió: ¿Quién es, Señor, para que crea en El? etc. (Jn 9,35).

QUIENES por confesar a Cristo sufren algún mal o injuria, son los más honrados por Dios. Así como el que ha perdido sus dineros por amor de Dios, sobre todo ése los encontrará después; y quien aborrece su vida es sobre todo quien la ama, así el que es injuriosamente tratado por amor de Dios, por Dios es él colmado de honores. Fue lo que le aconteció al ciego. Lo arrojaron del templo los judíos y le salió al encuentro Jesús, el Señor del templo. Libre ya del grupo de los maleantes, alcanzó la fuente de la salud. Lo deshonraron los que a Cristo deshonraban y fue honrado por el Señor de los ángeles.

Tales son los premios de la verdad. Y lo mismo nos acontecerá a nosotros. Si por Dios perdemos nuestros dineros, alcanzaremos grande confianza en los Cielos. Si aquí damos limosnas a los necesitados, en el Cielo tendremos descanso. Si por Dios se nos injuria, alcanzaremos aquí y allá honras. Al que fue arrojado del templo lo encontró Jesús. El evangelista da a entender que Jesús fue al templo precisamente para salirle al encuentro al ciego. Considera el premio que le da: lo que es el resumen de todos los bienes. Se dio a conocer al que antes lo ignoraba y lo contó en el número de sus discípulos.

Considera además cómo el evangelista pone de manifiesto la presteza de ánimo del ciego. En cuanto Cristo le dice: ¿Crees en el Hijo de Dios? responde: ¡Señor! ¿quién es? Pues aunque ya sanó, aún no lo conocía; porque antes de acercarse el benefactor él estaba ciego; y apenas recibió la vista, aquellos canes lo traían y lo llevaban. De manera que Jesús, a la manera de un presidente de los certámenes, recibe y acoge al atleta coronado tras de incontables trabajos.

Y ¿qué le dice? ¿Crees en el Hijo de Dios? ¿Qué es esto? Tras de tan grande discusión con los judíos; tras de tantos discursos, ¿todavía le pregunta si cree? No lo hace porque lo ignore, sino porque quiere darse a conocer y hacer público el gran aprecio que tiene de la fe del ciego. Como si le dijera: el pueblo tan numeroso me ha injuriado, pero no me cuido de eso. Mi anhelo es que creas. Porque mejor es uno que hace la voluntad del Señor que un millar de pecadores.

¿Tú crees en el Hijo de Dios? Le pregunta como quien está presente y va a recibir la contestación. Y comienza por desterrar en él el anhelo de conocerlo. Porque no le dijo inmediatamente: cree, sino que le preguntó. Y ¿qué responde el ciego?: ¿Quién es, Señor, para que crea en El? Palabra es ésta de quien anhela y vehementemente desea. No conoce quién es aquel en cuyo favor tan grandes cosas aseveró, para que veas cuánto amaba la verdad. Pues aún no lo había visto. Dícele Jesús: Lo has visto ya. Es el mismo que te habla. No le dijo: Yo soy, sino más oscuramente: Lo has visto ya. Todavía esto era un tanto oscuro, por lo cual más claramente añade: Es el mismo que te habla.

Respondió el ciego: Creo, Señor. Y lo adoró al punto. No le dijo Cristo: Soy yo el que te ha sanado; el que te dijo: Anda, lávate en Siloé; sino que pasando eso en silencio, le dice: ¿Crees en el Hijo de Dios? Y el ciego, demostrando crecido afecto, al punto lo adoró, cosa que pocos de cuantos curó Jesús hicieron, como aquellos leprosos y algún otro. Cristo manifiesta por aquí su divino poder. Pues para que no se creyera que sus palabras eran sólo palabras, añadió la obra. Y mientras el ciego lo adoraba El dijo: Yo he venido a este mundo para discriminación, para que los ciegos vean y los que ven se tornen ciegos.

Es lo mismo que dice Pablo: ¿Qué diremos, en conclusión? Que los gentiles que no iban en busca de la justicia, alcanzaron la justicia; la justicia que nace de la fe en Jesús. Pero Israel, que iba en busca de una Ley de justicia, no alcanzó esta

Al decir Cristo: Yo he venido a este mundo para discriminación, hizo al ciego más firme en la fe, y excitó a la fe a los que le seguían, que eran los fariseos. Para discriminación significa para mayor suplicio; y así declaró que quienes a El lo condenan quedan condenados; y quienes lo llaman Un pecador serían reos de pecado. Alude aquí a una doble ceguera y a una doble restitución de la vista: la sensible y la espiritual.

Entonces le dijeron algunos de los que lo seguían: ¿Acaso también nosotros somos ciegos? Así como en otra ocasión le dijeron: Nosotros no somos esclavos de nadie; y también: Nosotros no somos hijos de fornicación, así ahora no respiran sino cosas sensibles, y por esto les daba vergüenza aquella clase de ceguera. Enseguida Jesús, demostrándoles ser mejor que estuvieran ciegos y no que vieran, les dice: Si fuerais ciegos no tendríais pecado. Como ellos tenían la ceguera por ignominia, eso mismo lo echa Cristo sobre sus cabezas diciendo: eso os tornaría más suave el castigo. Continuamente por estos modos corta las interpretaciones sensibles y eleva a sublimes y admirables pensamientos.

Ahora en cambio decís que veis; como cuando afirmaban: Del cual decís que es vuestro Dios, así ahora: Pero vosotros decís que veis, pero no veis. Les declara con esto que se les convertirá en castigo precisamente aquello que ellos pensaban ser su mayor gloria. Consuela al ciego de nacimiento de su anterior ceguera y habla luego de la ceguera de los fariseos. Para que no alegaran: No es por ceguera nuestra por lo que no nos acercamos a ti, sino que nos apartamos de ti como engañador, todo su discurso lo centra en la ceguera de ellos.

No sin motivo refiere el evangelista que algunos de los fariseos que con Jesús estaban, fueron los que eso le oyeron y eso le resporkiieron: ¿Acaso también nosotros somos ciegos?, sino para traerte a la memoria que son los mismos que anteriormente se habían apartado de Jesús y lo querían lapidar. Eran pues algunos que con ligereza superficial lo seguían y fácilmente se tornaban en contrario. ¿Cómo les demuestra Jesús no ser engañador sino Pastor? Poniéndoles delante las señales del engañador y del pastor, con lo que al mismo tiempo les da una oportunidad de conocer la verdad.

Desde luego les demuestra por las Escrituras quién sea engañador y ladrón, pues con estos nombres lo designa diciendo: En verdad, en verdad os digo: quien no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que lo asalta por otro lado, es un ladrón y un bandido. Observa los indicios que da del ladrón. En primer lugar, no entra francamente; en segundo lugar, no lo hace como lo han anunciado las Escrituras, pues esto significa el no entrar por la puerta. Alude aquí a los anteriores y a los futuros, como el Anticristo, a los falsos Cristos, a Judas, Teudas y otros semejantes.

Llama puerta a las Escrituras, porque ellas nos introducen a Dios y nos abren el conocimiento de Dios; ellas forman las ovejas; ellas las guardan; ellas vedan la entrada a los lobos. A la manera de una puerta segura impiden y apartan a los herejes, y a nosotros nos dan la seguridad que anhelamos y no dejan que caigamos en error. Si esta puerta no la abrimos, jamás seremos fácil captura de nuestros amigos. Y por aquí además conoceremos a los que son verdaderos pastores y a los que no son verdaderos.

¿Qué significa: Entrar al redil? Es decir, entrar a donde están las ovejas y tener providencia de ellas. El que no echa mano de las Sagradas Escrituras, sino que entra por otro lado al redil, o sea, que toma por un camino que no es el señalado, ese es ladrón. ¿Observas cómo por el hecho de citar las Escrituras está de acuerdo con el Padre? Por lo mismo decía a los judíos: Escrutad las Ecrituras y citó a Moisés como testigo y también a todos los demás profetas. Pues dice: Todos los que creen a los profetas vendrán a mí; y también: Si oyerais a Moisés, creeríais en mí? Es lo mismo que dice aquí, aunque metafóricamente.

Y cuando dice: Asalta por otro lado, indica a los escribas que enseñaban prescripciones y doctrinas humanas, y traspasaban la Ley. Así, echándoles esto en cara les decía: Ninguno de vosotros cumple con la Ley. Con exactitud dice: asalta; y no entra, con lo que indica al ladrón que trata de escalar la pared y se expone a peligro. ¿Adviertes cómo ha descrito al ladrón? Pues considera ahora las señales del buen pastor. ¿Cuáles son? El que entra por la puerta es el pastor de las ovejas. A éste el portero le abre y las ovejas atienden a su voz, y llama a sus ovejas, a cada una por su nombre propio; y una vez que las ha sacado, camina delante de ellas. Ha puesto ya Jesús las señales del pastor y del ladrón. Veamos cómo aplica a los judíos lo que sigue. Dice: A éste el portero le abre. Insiste en la metáfora para hablar con mayor colorido y fuerza. Y si quieres examinar la parábola palabra por palabra, verás cómo nada impide que aquí por el portero entendamos a Moisés. A él se le entregó la palabra de Dios, y las ovejas oyen su voz.

Y llama a cada una por su nombre propio. Puesto que con frecuencia lo llamaban engañador y confirmaban eso con el hecho de no haber ellos creído en El, pues decían: ¿Acaso al guno de los jefes ha creído en El? ahora asevera Jesús que la incredulidad de ellos no lo demuestra engañador a El, sino que ellos mismos debían ser llamados engañadores perniciosos, ya que no cuidaban de sí mismos; y por esto con toda justicia ha bían sido excluidos del redil. Si es propio del pastor entrar por la puerta señalada, y El ha entrado por ella, cuantos lo sigan podrán ser sus ovejas. Pero quienes se han apartado, no han dañado al pastor por eso, sino que ellos son los que han dejado de pertenecer al rebaño.

Y que nadie se extrañe si luego El mismo se llama puerta, pues también se llama, ya pastor, ya oveja, según los diversos modos de su providencia. Cuando nos ofrece al Padre se llama puerta; y cuando cuida de nosotros se llama pastor. Pues para que no vayas a pensar que su única obra es ofrecernos al Padre, se llama también pastor. Y las ovejas oyen su voz. Y llama a sus propias ovejas, y las saca y camina delante de ellas. Pero ¿cómo es esto? Al contrario, los pastores siguen detrás de las ovejas. Jesús sigue una costumbre contraria a la de los pastores para declarar que El a todos los llevará a la verdad. Y lo mis mo, una vez que las sacó del redil no las echó al campo libre, sino que las saca de en medio de los lobos. Porque este oficio y cuidado de nosotros es más admirable que el de los pastores.

Me parece que aquí Jesús alude al ciego, al cual llamó de en medio de los judíos, y el ciego oyó su voz y lo siguió. En cambio: A un extraño no lo siguen pues no conocen la voz de los extraños. Se refiere a Teudas y Judas y sus seguidores (pues dice la Escritura: Cuantos creyeron en ellos se disgregaron) ;6 o también a muchos seudocristos que más tarde habían de engañar a muchos. Para que no lo confundieran con ésos se muestra muy diferente de ellos.

Y la primera diferencia la toma de la Escritura y de su doctrina, puesto que El por aquí los conducía, mientras que los otros los arrastraban por otros medios. La segunda es la obediencia de las ovejas, pues creyeron en El no sólo mientras vivía, sino aun después de muerto; mientras que a los fariseos al punto los abandonaron. Podemos añadir otra y no pequeña diferencia: que aquéllos, Judas y Teudas, procedían como tiranos y todo lo hacían para separación y disensión; mientras que El tan lejos estaba de semejante sospecha que cuando lo quisieron proclamar rey, huyó; y cuando le preguntaron si era lícito pagar el tributo al César, ordenó que se le pagara; y El mismo pagó la didracma.

Añádase que El vino para salvación de las ovejas y para que tuvieran vida y la tuvieran más abundante; mientras que aquellos otros a sus secuaces aun de la vida presente los privaban. Además, aquéllos traicionaban a quienes de ellos se habían confiado y se dieron a la fuga; mientras que Cristo se mantuvo con una fortaleza tan grande que dio la vida por sus ovejas. Aquéllos padecieron contra su voluntad, obligados y rehuyéndolo; Jesús, en cambio, todo lo soportó voluntariamente y con gusto.

Esta parábola les propuso Jesús, mas ellos no comprendieron el sentido de lo que les decía. ¿Por qué les hablaba oscuramente? Para volverlos más atentos. Pero una vez que lo logró, les habló más claramente diciendo: Yo soy la puerta. El que entre por mí entrará y saldrá y hallará pastos. Quiere decir que vivirá en libertad segura (llama aquí pastos al alimento de las ovejas y a la potestad y dominio), es decir: Permanecerá dentro y nadie lo echará de ahí; que fue lo que les aconteció a los apóstoles, los cuales con absoluta libertad se movían, como dueños y señores del orbe entero; y nadie pudo echarlos.

Todos los que vinieron antes de Mí eran ladrones y salteadores, pero las ovejas no los escucharon. No se refiere aquí a los profetas, como afirman los herejes (puesto que a ellos sí los oyeron y por su medio creyeron todos los que en Cristo creyeron), sino a Teudas y a Judas y a los otros sediciosos. Y lo otro: No escucharon su voz lo dice en alabanza de las ovejas. Pero nunca alaba a quienes no oyeron a los profetas. Al revés, a éstos grandemente los reprende y reprueba. De modo que por aquí se ve claro que lo de: No los oyeron, se dijo por los sediciosos.

El ladrón no viene sino para robar y matar y destruir, como sucedió con los sediciosos, pues todos fueron destrozados y muertos. Pero yo vine para que tengan vida y la tengan sobreabundante. Pregunto yo:, ¿qué hay más sobreabundante que la vida? El Reino de los Cielos; aunque aquí no lo nombra, sino que dice vida como cosa conocida de ellos. Yo soy el buen pastor. Finalmente, aquí trata de su Pasión y declara que será para la salvación del mundo y que no sufrirá contra su voluntad. A continuación vuelve al ejemplo del pastor y el mercenario. El buen pastor expone su vida. El asalariado, que no es el pastor, de quien no son propias las ovejas, ve venir al lobo y abandona a las ovejas y huye y viene el lobo y las arrebata. Se muestra aquí con el mismo poder que el Padre, puesto que El es el Pastor a quien pertenecen las ovejas.

¿Adviertes cómo mediante las parábolas se expresa con mayor sublimidad? Es porque siendo el lenguaje oscuro, no da a los oyentes ocasión clara de criticarlo. Y ¿qué hace el asalariado?: Ve venir al lobo y abandona las ovejas y huye, y viene el lobo y las arrebata. Esto fue lo que aquéllos hicieron; pero El procede de un modo contrario. Así, cuando fue aprehendido, dijo: Dejad marchar a éstos para que se cumpliera la profecía de que no perecería ninguno de ellos. Puede esto entenderse también del lobo espiritual, al cual El no le permitió que le arrebatara sus ovejas. Y por cierto que éste no es solamente lobo, sino además león. Pues dice la Escritura: Nuestro adversario el diablo da vueltas en derredor como león que ruge. Y también es dragón y serpiente: Caminad sobre serpientes y escorpiones.

Os ruego, pues, que permanezcamos bajo el cuidado del Pastor, y permaneceremos si escuchamos su voz, si lo obedecemos, si oímos su voz, si no seguimos a un extraño. Y ¿cuál es su voz? ¿Qué es lo que dice?: Bienaventurados los pobres de espíritu; bienaventurados los limpios de corazón; bienaventurados los misericordiosos. Si eso hacemos, permaneceremos bajo la guarda del Pastor, y el lobo no podrá entrar en el redil. Y aunque acometa, lo hará para daño suyo. Tenemos un Pastor que nos ama en tal manera que dio su vida por nosotros. Si pues es tan poderoso y tanto nos ama ¿qué impide para que consigamos la salvación? ¡Nada! A no ser que nosotros mismos fallemos.

¿Cómo fallaríamos? Escuchad lo que dice: No podéis servir a dos señores, a Dios y a la riqueza!(r) Si pues servimos al Señor, no caeremos en la tiranía del dinero. Porque la codicia de riquezas es más dura que cualquier tiranía. No lleva consigo placer alguno, sino solicitudes, envidias, asechanzas, odios, falsas delaciones y mil impedimentos para la virtud, y pereza, lascivia, avaricia, embriaguez: vicios todos que a quienes son libres los sujetan a la esclavitud y los hacen peores que los esclavos; puesto que los constituyen esclavos no de hombres, sino de la enfermedad espiritual más grave de todas.

El así esclavizado se atreve a infinitas cosas que desagradan tanto a Dios como a los hombres, por el temor de que alguien los despoje y libre de su esclavitud. ¡Oh esclavitud amarga! ¡oh poder diabólico! Esclavitud la más pesada de todas, pues hace que enredados en males infinitos, en ellos nos deleitemos y abracemos nuestras cadenas y que, habitando en tenebrosa cárcel, huyamos de la luz y nos ciñamos de males y nos gocemos en la muerte. Por lo cual nos es imposible librarnos y nos encontramos en peor condición que los condenados al trabajo de las minas. Porque quebrantados a fuerza de trabajos y miserias, ningún provecho sacamos de eso. Y lo peor que todo es que si alguno quisiera librarnos de cautividad semejante, no lo soportamos; lo llevamos mal; nos airamos; y nos hallamos en una disposición de ánimo no mejor que la de los locos; y aun peor que la de ellos, pues no queremos que se nos libre de semejante locura.

¿Acaso para esto viniste al mundo, oh hombre? ¿Para esto fuiste hecho hombre? ¿Para trabajar semejantes minas y amontonar oro? No fue esa la finalidad que Dios tuvo al crearte a su imagen, sino que cumplieras su voluntad y consiguieras la vida futura y convivieras con los coros de los ángeles. ¿Por qué te derribas de semejante nobleza y te arrojas al extremo de la ignominia y de la infamia? El otro, nacido del mismo parto que tú, digo del mismo parto espiritual, muere de hambre, y tú revientas con la abundancia de haberes. Tu hermano lleva consigo un cuerpo desnudo, y tú añades vestidos a vestidos, y preparas semejante amplitud para pasto de gusanos. ¡Cuánto mejor sería cubrir con ella los cuerpos de los pobres! Así no la consumiría la polilla, te libraría de todo cuidado y te prepararía la vida futura. Si no quieres que la consuma la polilla dala a los pobres. Ellos sabrán muy bien sacudir esos vestidos.

El cuerpo de Cristo es más precioso que cualquier arcón y más seguro. Y no solamente los conserva incorruptos, sino que los toma más espléndidos. Con frecuencia el robo del arcón con todo y tus vestidos, te causa un daño; pero esa otra arca ni la muerte puede destruirla. Puesto que para ella no necesitamos ni puertas ni cerrojos ni criados que vigilen, ni otra alguna aseguración. Libre está en absoluto de asechanzas, como conviene que estén los bienes que se han colocado en el Cielo. Allá no puede alcanzar ninguna injusticia.

Nunca cesamos nosotros de deciros estas cosas, pero vosotros no nos obedecéis. Y la causa es nuestra pequeñez de ánimo y que anhelamos las cosas terrenas. Pero lejos de mí condenaros a todos por igual, como si todos estuvierais enfermos desahuciados. Pues aun cuando aquellos que se embriagan de riquezas cierren sus oídos para oír, pero los otros que viven en pobreza pueden atender a lo que se dice.

Dirás: pero ¿qué utilidad se sigue de que los pobres oigan esto? Ellos no poseen oro ni vestidos tales. Cierto es, pero tienen su pan y agua fresca, tienen dos óbolos y pies con que visitar a los enfermos; tienen lengua y palabras con que consolar a los desdichados, tienen casa y techo en donde recibir en hospedaje. No pedimos a los pobres tantos más cuantos talentos, sino a los ricos. Si el Señor llega a la puerta de un pobre, no se avergonzará de recibir de limosna aunque sea un óbolo, sino que estimará haber recibido mucho más que de los otros que mucho le dieron.

¡Cuántos hay ahora que desearían haber vivido en el tiempo en que Cristo en carne mortal recorría la tierra, para poder hablar con El y ser participantes de su mesa y sus comensales! Pues bien: esto se puede ahora. Podemos invitarlo a la comida, comer con El y con mayor ganancia. Puesto que de aquellos que con El se sentaban a la mesa, muchos perecieron, como Judas y los a él semejantes. Pero cuantos ahora lo inviten a su casa, y lo hagan participante de su mesa y su techo, gozarán de amplísima bendición. Pues dice El: Venid, benditos de mi Padre. Tomad posesión del reino preparado para vosotros desde el principio del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; fui peregrino y me acogisteis; estuve enfermo y me visitasteis; encarcelado y me asististeis. A fin de que también nosotros escuchemos estas palabras, vistamos al desnudo, recibamos en hospedaje, alimentemos al hambriento, demos de beber al sediento, visitemos al enfermo y al encarcelado, para que así alcancemos confianza ante Dios y perdón de nuestras culpas, y consigamos aquellos bienes que superan todo discurso y todo entendimiento. Ojalá todos los alcancemos por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, al cual sean la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.




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HOMILÍA LX (LIX)

Yo soy el buen pastor; y conozco a mis ovejas y mis ovejas me conocen a Mí. A la manera que el Padre me conoce, también Yo conozco al Padre, y entrego mi vida por mis ovejas (Jn 10,14-15).

GRAN COSA, por cierto, gran cosa es estar al frente de la Iglesia y necesita esto de eximia virtud y fortaleza; tanta como dijo Cristo; de tal manera que dé su vida por las ovejas y jamás las abandone; y haga frente esforzadamente a los lobos. En esto difiere el pastor de los mercenarios. Estos, despreciando el rebaño, continuamente miran por la propia salud; en cambio, aquél, despreciando su salud, cuida únicamente la de las ovejas. Cristo, tras de haber indicado las señales del buen pastor, declara dos clases de hombres dañinos al rebaño: una es la del ladrón que mata y arrebata las ovejas; la otra es la del que no hace el daño personalmente, pero no aleja al ladrón ni lo estorba. Por el primero significa a Teudas; por el otro a los doctores judíos que para nada cuidaban de las ovejas que se les habían encomendado. De esto los acusaba ya antiguamente Ezequiel diciendo: ¡Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos! ¿no deben los pastores apacentar al rebaño?! Pero ellos hacían todo lo contrario, lo cual es un género de malicia grandísima y causa de los demás males. Por lo cual! continúa el profeta: No volvían al redil las ovejas descarriadas ni buscaban las que se habían perdido ni ligaban las que se habían quebrado ni curaban a las enfermas; porque no apacentaban a las ovejas, sino a sí mismos. Y lo mismo dice Pablo con diversas expresiones: Todos buscan sus propios intereses y no los de Jesucristo? Y también: Nadie busque su propio interés, sino el bien del prójimo? De ambas clases de perniciosos se aparta Jesús. De los que se llegan para matar cuando dice: Yo he venido para que tengan vida y la tengan sobreabundante; y de los que de nada cuidan, aun cuando el lobo arrebate las ovejas, pues El no las abandona, sino que da su vida para que no perezcan.

Cuando los judíos pensaron en darle muerte, no desistió de enseñar ni traicionó a los creyentes, sino que estuvo firme y sufrió la muerte. Por lo cual repetía: Yo soy el buen pastor. Y luego, como no había testimonio alguno de ello, pues lo de Doy mi vida sucedió hasta poco después; y lo de Para que tengan vida y la tengan sobreabundante acontecería hasta después de su muerte ¿qué hace? Confirma lo uno con lo otro; o sea, con dar su vida confirma que también dará la vida a sus ovejas. Así decía Pablo: Pues si cuando éramos enemigos fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más una vez reconciliados ya, seremos salvos en su vidaA Y en otro sitio: El que a su propio Hijo no perdonó, sino que lo entregó por todos nosotros ¿cómo no nos dará benévolo a una con El todas las cosas?

Mas ¿por qué ahora no lo acusan, como antes, diciéndole: Tú das testimonio de ti mismo; tu testimonio no es fidedigno? Porque ya muchas veces les había cerrado la boca, y a causa de los milagros podía usar de mayor franqueza en expresarse y hacerles frente más confiadamente. Luego, pues anteriormente había dicho: Y mis ovejas oyen mi voz y la siguen, para que: alguno no objetara y le dijera: Bueno, pero ¿los que no creen?, oye lo que sigue. Y conozco a mis ovejas y mis ovejas me conocen a Mí. Pablo lo dijo también: No rechazó Dios a su pueblo, al cual conoció de antemano y lo eligió para El. Y Moisés, por su parte: Conoció el Señor a los suyosJ

Y para que no creyeran ser igual el modo de conocer, oye cómo lo corrige en lo que sigue. Dice: Conozco a mis ovejas y ellas me conocen a Mí. Pero no con igual conocimiento. ¿En dónde sí es igual? Entre el Padre y el Hijo. Pues dice: Así como me conoce el Padre, también yo conozco al Padre. Si no era la desigualdad de conocimiento lo que intentaba probar ¿para qué habría añadido esa última frase? Como con frecuencia se coloca en el mismo orden y nivel que los demás hombres, para que nadie pensara que El conocía al Padre con un conocimiento como el humano, añadió: Así como me conoce el Padre, así también yo conozco al Padre. Tan perfectamente lo conozco como El a Mí. Por lo cual había dicho: Nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni al Padre sino el Hijo,8 indicando un modo particular de conocimiento, tal que nadie más puede alcanzarlo.

Yo doy mi vida. Frecuentemente lo repite, declarando que no es engañador. Lo mismo que el Apóstol, para demostrar que era verdadero Maestro y para distinguirse de los falsos apóstoles, recurría a los peligros de muerte y por ellos se recomendaba y decía: En azotes, sin número; en peligros de muerte, muchas veces? Cuando Jesús decía Yo soy la luz, Yo soy la vida, les parecía a los necios que hablaba así por orgullo; pero cuando decía quiero morir no se atraía envidias. Por tal motivo aquí no le objetan: Tú das testimonio de ti mismo; tu testimonio no es fidedigno. Además, con sus palabras demostraba sumo cuidado de ellos, puesto que se quería entregar a la muerte por los que lo lapidaban.

En consecuencia, oportunamente introduce su discurso acerca de los gentiles: Porque Yo tengo otras ovejas que no son de este aprisco. Y conviene que también a éstas yo las traiga. De nuevo echó mano de la palabra conviene, que no implica ninguna necesidad; y es como si dijera: De hecho así sucederá. ¿Por qué os admiráis de que estas ovejas me hayan de seguir y de que mis ovejas hayan de escuchar mi voz? Cuando veáis a las otras siguiéndome y escuchándome, más os espantaréis.

Y no te burles porque diga: Que no son de este aprisco. Pues solamente existe una diferencia legal, como dice Pablo: La circuncisión nada es y la incircuncisión nada vale. Y conviene que yo las atraiga. Declara con esto que gentiles y judíos andan dispersos y mezclados y sin pastores, porque aún no había llegado aquel buen Pastor. Luego profetiza que se unirán: Y habrá un solo rebaño. Es lo mismo que Pablo significa al decir: Para crear en sí mismo de los dos un solo hombre nue Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida, bien que para recobrarla de nuevo. ¿Habrá cosa más humilde que este lenguaje? El Señor nuestro es amado por causa de nosotros, pues por nosotros va a la muerte. Pero dime: ¿es que anteriormente no era amado sino que ahora comienza el Padre a amarlo y somos nosotros la causa de ese amor? ¿Adviertes en qué forma se adapta a nuestra debilidad? Pero ¿qué es lo que aquí intenta demostrar? Pues lo llamaban ajeno al Padre y engañador, y decían que había venido para ruina del hombre, El asevera: Si otra cosa no, a lo menos ésta me ha atraído a amaros: que vosotros, como Yo, sois amados del Padre; y que El os ama porque Yo doy mi vida por vosotros. Quiere además demostrar que no va a la muerte contra su voluntad; pues si su muerte fuera involuntaria ¿cómo podría ser vínculo de amor? Y también que ella es voluntad de su Padre. No te espantes de que diga esto, hablando en cuanto hombre; pues ya muchas veces hemos explicado la causa de esto y resulta superfluo y molesto repetirla.

Yo entrego mi vida, bien que para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita, sino que Yo voluntariamente la entrego. Tengo el poder de entregarla y tengo el poder de recobrarla. Puesto que muchas veces se habían confabulado para matarlo, dice: Si yo no quiero, vuestro empeño será en vano. Confirma con lo primero lo segundo, es decir, la resurrección con la muerte. Cosa admirable es ésta y que espanta; porque ambas cosas fueron nuevas y fuera de costumbre. Atendamos con diligencia a lo que dice: Tengo el poder de entregar mi vida. Pero ¿hay alguno que no tenga poder de quitarse la vida? Todos pueden darse la muerte. Pero no en ese sentido en que El habla. Entonces ¿cuál es ese sentido? Como si dijera: De tal modo tengo potestad de entregar mi vida que nadie puede quitármela si Yo no quiero. No sucede así en los demás hombres. Nosotros no podemos dejar nuestra vida si no es dándonos la muerte. Si caemos en manos de quienes nos ponen asechanzas, ya no está en nuestra mano entregar o no nuestra vida, ya que ellos pueden matarnos: nos la quitan contra nuestra voluntad.

En cambio, Cristo no va por esos caminos; pues aun cuando otros le pusieran asechanzas, podía El no entregar su vida. Por tal motivo, habiendo dicho: Nadie me la quita, añadió: Tengo poder de entregar mi vida. Es decir: Sólo Yo puedo entregarla y vosotros no tenéis poder para quitármela. Muchos hay que pueden quitarnos la vida. Pero Cristo no dijo eso al principio, pues no se le habría creído, sino cuando ya tenía el testimonio de sus obras. Pues como ellos con frecuencia le pusieran asechanzas, sin embargo no pudieron poner en El las manos, sino que muchas veces se les fue de entre ellas. Ahora finalmente les dice: Nadie me quita la vida.

Si esto es verdad se sigue de aquí que voluntariamente vino al mundo para eso; y por esto mismo se confirma que puede cuando quiera recobrar su vida de nuevo. Puesto que si el morir de ese modo es algo más allá de lo humano, en lo demás ya no puedes poner duda. Siendo El dueño de entregar su vida, con el mismo poder la recabará cuando le plazca. Mira, pues, cómo por lo primero confirma lo segundo; y por el modo de su muerte demuestra su indudable resurrección.

Este es el mandato que he recibido de mi Padre. ¿Cuál? Que yo muera por el mundo. ¿Esperó acaso hasta escuchar el precepto y entonces obedeció? ¿o siquiera tuvo necesidad de escucharlo? Pero ¿quién que no esté loco lo afirmaría? Así como cuando anteriormente dijo: Por eso me ama el Padre, demostró su libre voluntad y quitó toda sospecha de lo contrario, así ahora cuando dice haber recibido el mandato de su Padre, no significa otra cosa sino que agrada al Padre lo que El hace. Y lo dijo para que no sucediera que una vez muerto creyeran que el Padre lo había abandonado y traicionado; ni a El lo recriminaran como en efecto luego lo recriminaron diciéndole: A otros salvó y a Sí mismo no puede salvarse. Y también: Si eres el Hijo de Dios, baja de la cruz. Precisamente porque era el Hijo de Dios no descendió de la cruz.

Y para que al oír: Este mandato he recibido de mi Padre, no fueras a pensar que la obra redentora era de otro, ya de antemano dijo: El buen pastor da su vida por sus ovejas, demostrando así que las ovejas son suyas, y que toda la obra llevada a cabo es suya y que no necesitaba mandato alguno. Si hubiera necesitado mandato ¿por qué habría dicho: Yo voluntariamente entrego mi vida? Quien voluntariamente la entrega no necesita mandato. Añade luego el motivo por el que lo hace. ¿Cuál es? Porque es El el Pastor y buen Pastor. Y el buen pastor no necesita que otro lo exhorte a dar su vida. Y si esto es así entre los hombres, mucho más lo es en Dios. Por lo cual Pablo decía: Se anonadó a Sí mismo. De modo que aquí al decir mandato sólo quiere significar su concordia con el Padre. Y si lo dijo en forma tan humana y humilde, debe atribuirse a la debilidad de los oyentes.

Se produjo, pues, el desacuerdo entre los judíos a causa de este discurso. Unos decían: Está poseso y delira. ¿Por qué lo escucháis? Otros decían: Este discurso no puede ser de un endemoniado. ¿Puede acaso el demonio abrir los ojos de los ciegos? Como lo que Jesús decía sobrepasaba lo humano y acostumbrado, lo llamaban endemoniado, y ya cuatro veces así lo habían llamado. Pues anteriormente decían: Tienes demonio: ¿quién busca matarte? Y luego: ¿No decimos bien que eres sa-maritano y tienes demonio? Y aquí: Está poseso y delira. ¿Por qué lo escucháis? Más aún: no sólo cuatro veces. Consta que otras muchas oyó el mismo dicterio. Pues por la forma en que se expresan: ¿No decimos bien que tienes demonio? confirman que eso se le dijo no una, dos ni tres veces, sino muchas más.

Otros decían: Este discurso no puede ser de un endemoniado. ¿Puede acaso el demonio abrir los ojos de los ciegos? No pu-diendo éstos acallar a los otros con solas palabras, recurren a las obras. Ciertamente las obras no son propias de un endemoniado; de modo que si por las palabras no os convencéis, a lo menos tened respeto a las obras. Y si éstas son sobrehumanas y no de endemoniado, es manifiesto que proceden de un poder divino.

¿Adviertes el razonamiento? Que las obras fueran sobrehumanas era cosa clara, pues decían de El aquellos otros: Tiene demonio. Que no tuviera demonio lo demostraban los milagros que había hecho. Entonces ¿qué dice Cristo? A esto nada responde, porque ya antes había respondido: Yo no tengo demonio. Ahora nada dice. Calló porque ya mediante las obras había dado la demostración de su aserto. Por otra parte, no eran dignos de una respuesta quienes lo llamaban endemoniado a causa de obras por las que debían admirarlo y tenerlo por Dios. ¿Qué necesidad había de refutarlos El cuando ellos mismos entre sí no concordaban sino que altercaban? Por tal motivo Jesús callaba y lo sufría tranquilo.

Pero no era la causa única, sino también para enseñarnos mansedumbre y longanimidad. En consecuencia, imitémoslo. Pues no solamente guardó silencio, sino que de nuevo se presenta ante ellos; y preguntado, les responde y da pruebas de su providencia. Llamado poseso y loco por los mismos hombres a quienes había hecho inmensos beneficios, y esto no una ni dos veces solamente, sino muchas, no sólo no se vengó, sino que no desistió de seguir haciéndoles beneficios. Pero ¿qué digo hacerles beneficios? Dio su vida por ellos, y ya crucificado, todavía habla en favor de ellos al Padre. Imitémoslo. Esto es ser discípulos de Cristo, ser mansos y humildes.

¿Pero cómo llegaremos a esa mansedumbre? Si con frecuencia pensamos en nuestros pecados, si los lloramos, si derramamos lágrimas. El alma que en semejante dolor se ejercita, no se aira. En donde hay dolor no puede haber ira; en donde hay contrición no puede haber indignación. El alma afectada por el llanto no tiene tiempo de exacerbarse, sino que amargamente gime y más amargamente llora. Bien sé que muchos al oírme se burlan; pero yo no me cansaré de llorar a esos que ríen. Porque el tiempo presente es de llanto y de gemidos. Mucho pecamos en las palabras y en las obras. Pero a quienes así se portan les espera la gehenna, y el ardiente río de fuego de márgenes de llamas y la pérdida del Reino de los Cielos, lo que es más grave que todo eso. Y todavía, dime, ¿tras de semejante conminación continúas riendo entre placeres? Y mientras tu Señor está irritado y te conmina ¿tú perseveras en tus caídas y no temes prepararte por ese camino aquel horno ardiente?

¿No escuchas lo que cada día clama?: Me viste hambriento y no me diste de comer; sediento y no me diste de beber. Apartaos al juego preparado para el diablo y sus ángeles. Esto es lo que cada día nos conmina. Dirás: Ya le di alimento. ¿Cuándo? ¿Durante cuántos días? ¿Por diez o por veinte? No se contenta El con eso, sino que lo anhela por todo el tiempo que pasas acá en la tierra. También las vírgenes necias tenían óleo, pero no el suficiente para salvarse. También ellas encendieron sus lámparas y sin embargo quedaron excluidas del tálamo nupcial, y con toda justicia, porque sus lámparas se apagaron antes de la llegada del esposo.

Necesitamos, pues, abundante óleo y gran liberalidad. Oye lo que dice el profeta: Compadécete de mí, oh Dios mío> según tu gran misericordia. Conviene, pues, que también nosotros nos compadezcamos del prójimo con cuanta misericordia nos sea posible. Como nos portemos con los prójimos, así hallaremos que se porta el Señor con nosotros. Y ¿cuál es la misericordia grande? Cuando damos no de lo que nos sobra sino de lo que necesitamos. Pero si no damos ni siquiera de lo superfluo ¿qué esperanza nos queda? ¿cómo nos libraremos del castigo? ¿A dónde nos acogeremos para ser salvos?

Si aquellas vírgenes tras de tan graves trabajos no lograron consuelo alguno ¿quién podrá patrocinamos cuando oigamos aquellas terribles palabras del Juez que nos echará en cara: Hambriento, no me alimentasteis? Y también: Lo que no hicisteis con uno de estos pequeñuelos, tampoco conmigo lo hicisteis. No habla aquí Cristo únicamente con sus discípulos y con los monjes, sino con todos los fieles. Pues quien así se porte, aun cuando sea un esclavo o un mendigo de la plaza, con tal que crea en Dios, con derecho goza de toda benevolencia. Y si a ése lo desechamos, desnudo y hambriento, oiremos aquellas palabras y con plena justicia.

¿Qué cosa grave o pesada nos exige Cristo? ¿Cuál que no nos sea facilísima? Porque no dijo: Estaba enfermo y no me sanasteis, sino: No me visitasteis. No dijo: Estaba encarcelado y no me librasteis, sino: No vinisteis a verme. Pues bien, cuanto más fáciles son los preceptos, tanto mayor será el castigo para quienes no los cumplen. Pregunto: ¿Hay cosa más fácil que visitar la cárcel? ¿Hay algo más dulce? Cuando veas ahí a unos encadenados, a otros pálidos y consumidos, crecidos los cabellos, andrajosos; a otros acabados por el hambre y que se acurrucan a tus pies a la manera de los perros; a otros con los costados destrozados; a otros que llegan del foro atados, y que mendigando todo el día íntegro no lograron ni siquiera el alimento completo; y luego durante la tarde los veas obligados a desempeñar oficios pesados y crueles, entonces, aun cuando seas de piedra, saldrás de ahí con muy humanos sentimientos. Entonces, aun llevando una vida muelle y disoluta, saldrás de ahí habiendo reflexionado sobre la condición de la vida humana y haberla confrontado en las ajenas desgracias.

Ahí te vendrá a la mente aquel día tremendo y aquellos variados castigos. Y meditando en eso, echarás de ti la ira, el placer y el amor de las cosas de este siglo; y aquietarás tu ánimo encrespado con las olas pasionales, mejor que en cualquier puerto. Meditarás entonces en el juicio, pensando en que si acá entre los hombres hay tan grande orden y terror y amenazas, mucho más los habrá delante de Dios. Pues no hay poder que no venga de Dios. Aquel que dio poder a los de acá para imponer así el orden, mucho más lo impondrá El. En verdad que si semejante temor no existiera, todo quedaría destruido, pues aun amenazando tan graves castigos, todavía muchos se entregan a la maldad.

Si en estas cosas meditas, te hallarás más presto para hacer limosna y tendrás gran placer en ello, mucho mayor que el de quienes bajan a los teatros. Porque los que salen del teatro van ardiendo en concupiscencia. Cuando en la escena observan a las mujeres aquellas resplandecientes de adornos, se tomarán, atravesados de mil heridas, al modo de mar hirviente. El ánimo se encontrará abrumado por el aspecto de ellas, sus posturas, sus palabras, sus movimientos y todas las demás circunstancias.

En cambio, los que salen del espectáculo de la cárcel, nada de eso experimentan, sino que gozan de suma tranquilidad. La compunción nacida de la vista de aquellos encadenados apaga todo aquel otro fuego. Si al que sale de la cárcel se le presenta una meretriz provocativa, ella no le hará daño alguno; pues hecho en cierto modo insensible a los afeites, no quedará cogido en las redes de aquel aspecto, sino que, al revés, contra semejante aspecto se le pondrá delante el temor del juicio.

Por esto Salomón, experimentado en toda clase de deleites, decía: Más vale ir a la casa de luto que a casa de festín. Quien acá siga ese procedimiento, al fin escuchará aquellas dulcísimas palabras. Por lo mismo, no descuidemos esa obra de misericordia. Aunque no podamos llevar a la cárcel alimentos ni plata, pero podremos consolar los ánimos decaídos con nuestras palabras y ayudarlos de muchos modos, ya sea hablando a quienes los metieron en la cárcel, ya volviendo más mansos a los guardianes; y así algún auxilio les llevamos. Si alegas que ahí no hay hombres probos ni buenos ni útiles para nada, sino homicidas y violadores de sepulcros y ladrones y lascivos y cargados de infinitos crímenes, precisamente me demuestras más aún la necesidad de visitarlos.

Porque no se nos manda compadecemos de los buenos y castigar a los malos, sino ser misericordiosos para con todos. Porque dice el Señor: Sed semejantes a vuestro Padre celestial, que hace nacer su sol sobre malos y buenos y llueve sobre justos y pecadores. Por lo mismo no acuses acremente a esos otros, ni seas juez con excesivo rigor, sino sé manso y humano. Nosotros, aun cuando no seamos adúlteros ni violadores de sepulcros, pero somos reos de otros vicios dignos de infinitos castigos. Quizá hemos llamado fatuo a nuestro hermano y nos hemos hecho reos de la gehenna; o hemos visto a la mujer con ojos impúdicos, lo cual es pleno adulterio; y aun quizá, lo que constituye un gravísimo pecado, hemos participado indignamente de los sagrados misterios y nos hemos hecho reos de la sangre y cuerpo de Cristo. En consecuencia, no nos hagamos escrutadores acerbos de los demás, sino pensemos nuestras obras y así aplacaremos nuestra cruel inhumanidad.

Sin embargo, debemos añadir que en las cárceles encontraremos cantidad de hombres probos, que valen tanto como una ciudad entera. La cárcel en donde estaba José encerraba muchos malvados; y sin embargo ese justo cuidaba de todos y andaba oculto entre ellos. Valía más que todo Egipto; y a pesar de todo, en la cárcel era desconocido de todos. Pues también ahora, verosímilmente hay en las cárceles muchos hombres de bien y honrados, aunque no todos los conozcan. El cuidado que de ellos tengamos compensa con abundancia los servicios hechos a los demás.

Pero aun en el caso de que no hubiera ninguno bueno, a ti te está reservada una magnífica recompensa. Por cierto que el Señor tuyo no hablaba únicamente con los justos y esquivaba a los impuros, pues recibió con mucha benevolencia a la Cana-nea y a la impura y pecadora samaritana y también a la otra meretriz la acogió y la sanó, cosa que los judíos le echaron en cara. Toleró que las lágrimas de la mujer impura regaran sus pies, para enseñarnos a recibir con mansedumbre a los pecadores. Porque ésta es la suma mansedumbre.

¿Qué dices? ¿Que ladrones y violadores de sepulcros llenan la cárcel? Pues yo te pregunto: ¿Acaso todos los que habitan en la ciudad son justos? ¿No hay acá por desventura muchos que son peores y que más desvergonzadamente roban? Porque aquéllos por lo menos alegan y echan por delante la soledad y las tinieblas de la noche y proceden a ocultas; mientras que estos otros sin disfraces y con la cabeza erguida perpetran sus robos y son violentos, raptores, avaros. Al fin y al cabo es cosa difícil encontrar a alguien del todo inocente.

Si no robamos oro, si no arrebatamos tantas más cuantas yugadas de terreno, pero según nuestros posibles hacemos lo mismo en cosas menores con el hurto y el fraude. Cuando en el comercio, al comprar o vender, nos esforzamos en pagar menos de lo justo y tomamos todos los arbitrios para ello ¿no es acaso un latrocinio? ¿No es un robo y una rapiña? No me digas que no has arrebatado una casa o un esclavo, porque la injusticia se mide no por el valor de lo robado, sino por la mala voluntad del que roba. Al fin y al cabo, justicia e injusticia tienen la misma fuerza en lo grande y en lo pequeño. Yo llamo ladrón lo mismo al que descerraja el cofre y roba el oro como al que compra, pero defrauda algo del precio de la cosa. Yo llamo taladrador de muros no únicamente al que perfora las paredes y roba algo del interior de la casa, sino también al que, traspasando el derecho, le quita algo a su prójimo.

En resumen: no nos convirtamos en jueces de las cosas ajenas, olvidados de las propias; ni andemos escrutando la ajena malicia cuando es tiempo de misericordia; sino que meditando en lo que anteriormente hemos sido, finalmente nos tornemos mansos y misericordiosos. ¿Cómo hemos sido anteriormente? Oye a Pablo que lo dice: Porque éramos también nosotros en otro tiempo insensatos, rebeldes, descarriados, esclavos de pasiones y malicia más refinada, abominables y odiándonos mutuamente. Y también: Eramos por naturaleza hijos de ira. í Pero Dios, al vernos como encarcelados y reos de infinitos suplicios, nos extrajo de ahí y nos introdujo en el Reino y nos tornó más resplandecientes que el cielo, para que nosotros, según nuestras fuerzas, procedamos del mismo modo.

Cuando el Señor dijo a sus discípulos: Si pues Yo que soy el Maestro y Señor he lavado vuestros pies, también vosotros debéis unos a otros lavaros los pies. Porque os he dado ejemplo para que como yo lo he hecho con vosotros, así vosotros lo hagáis,22 no estatuyó esta ley únicamente acerca del lavatorio de los pies, sino también acerca de todo lo demás que hizo con nosotros. ¿Hay en la cárcel un homicida? Pues nosotros no dejemos de hacerle beneficios. ¿Es un violador de sepulcros o un adúltero? Compadezcámoslo, no de su malicia, sino por su calamidad. Por lo demás, como ya dije, muchas veces se encontrará ahí un hombre que vale por muchos otros; y si con frecuencia visitas a los detenidos, lograrás una buena pieza de caza. Abrahán recibió a toda clase de peregrinos y así topó con los ángeles. También nosotros, si frecuentamos esta práctica, toparemos con varones eximios.

Si se nos permite una paradoja, diremos que no es tan digno de alabanza el que acoge a un varón eximio, como el que acoge a un infeliz y miserable. Puesto que aquél consigo lleva un no pequeño motivo para que se le atienda, como es su género de vida; mientras que este otro, rechazado de todos y miserable, no tiene ya sino un solo puerto a donde acogerse, que es la misericordia del que le otorga el beneficio. De modo que esto es pura y simple misericordia. El que ejerce este ministerio con un hombre esclarecido, con frecuencia procede por ostentación; pero quien acoge a un hombre despreciado y abyecto lo hace únicamente por el precepto divino.

Por tal motivo, si preparamos un banquete, se nos ordena invitar a los cojos y a los ciegos; si damos limosna, se nos manda darla a los más pequeños y últimos, porque dice el Señor: Cuanto hicisteis con uno de estos pequeños, conmigo lo hicisteis. Sabiendo, pues, que hay ahí un tesoro oculto, vayamos allá con frecuencia, y ahí negociemos, y hacia allá orientemos nuestros anhelos, que ahora son por el teatro. Si otra cosa no tienes que llevar a los encarcelados, llévales el consuelo de tus palabras: Dios recompensa no únicamente al que los alimenta, sino también a quien solamente los visita.

Si vas allá y confortas al temeroso y lleno de pavor, exhortándolo, animándolo, prometiéndole auxilio en la virtud, recibirás por ello una no pequeña recompensa. Muchos de los no encarcelados, muchos de los que viven entre placeres se burlarán de ti, al ver que así hablas con los presos; pero los que sufren ahí la desgracia atenderán con ánimo contento y con suma modestia a tus palabras y te alabarán y se tornarán mejores. También a Pablo cuando predicaba con frecuencia lo burlaban los judíos; pero los encarcelados lo escuchaban con gran silencio. Porque nada dispone al alma para la virtud como la desgracia, la prueba, los sufrimientos.

Pensando estas cosas, o sea, cuán grandes bienes haremos a los encarcelados y a nosotros mismos si frecuentamos el visitarlos, convirtamos en esto esas otras ocupaciones y amistades inoportunas del agora, para ganar, por este camino, las almas de los presos y alcanzar para nosotros el gozo y alegría. Procurando de este modo la gloria de Dios, conseguiremos los bienes eternos, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, por el cual y con el cual, sea al Padre la gloria, juntamente con el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.



Crisostomo Ev. Juan 59