Crisostomo Ev. Juan 85

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HOMILÍA LXXXV (LXXXIV)

Entonces se lo entregó para que fuera crucificado. Ellos se apoderaron de Jesús. Y llevando El su cruz salió hacia el lugar llamado de la calavera, que en hebreo se denomina Gólgota. Y ahí lo crucificaron (Jn 19,16).

LA PROSPERIDAD fácilmente puede derribar y echar por tierra a quienes no ponen atención. Así, los judíos que al principio gozaban del favor y auxilio de Dios, después anhelaron un reino al modo de los gentiles; y también en el desierto, tras del maná, suspiraban por las cebollas de Egipto. Pues bien, lo mismo aconteció acá a los judíos: rehusaron el Reino de Cristo y aclamaron para sí como rey al César. En consecuencia, Dios les dio un rey tal como ellos lo querían.

Pilato, habiendo escuchado aquellos clamores, les entregó a Jesús para que lo crucificaran: ¡cosa excesivamente injusta! Debía Pilato haber averiguado si era verdad que Jesús anhelaba el reino. Pero llevado únicamente del miedo, sentenció conforme a lo que ya Cristo le había amonestado que no creyera, cuando le dijo: Mi reino no es de este mundo. Pero él se entregó totalmente en manos de los que lo rodeaban y no quiso levantar más alto sus pensamientos. Debía al menos haberlo espantado el sueño de su mujer. Mas con nada de eso se mejoró. No alzó sus miradas al Cielo, sino que les entregó a Jesús.

Los judíos, como a reo ya condenado, le pusieron sobre los hombros la cruz. Ellos abominaban de aquel madero y no querían ni aun tocarlo. Lo mismo había sucedido con la figura, pues Isaac cargó sobre sí la leña para el sacrificio. Sólo que en su caso, todo se redujo a la determinación que Abrahán tenía en su voluntad, porque sólo se trataba de una figura. En cambio, acá se llega hasta la ejecución, pues era ya la verdad.

Y llegó al sitio llamado de la calavera. Afirman algunos haber muerto ahí Adán y estar ahí sepultado; y que en consecuencia Jesús levantó el trofeo de victoria en el mismo sitio en donde había reinado la muerte, puesto que Jesús cargaba con la cruz, trofeo contra la tiranía de la muerte, y a la manera de los vencedores llevaba El sobre sus hombros el símbolo de la victoria.

¿Qué importa que los judíos ordenaran la crucifixión con otros intentos? Lo crucificaron juntamente con otros dos, ladrones, y así, sin quererlo cumplieron con una profecía. Lo que ellos practicaban como una injuria, eso mismo servía a la verdad, para que conozcas cuán grande es la fuerza de ésta. Porque ya antiguamente el profeta había predicho: Y fue contado entre los malhechores. Quiso el demonio oscurecer el hecho, pero no pudo. Tres fueron los crucificados, pero solamente Jesús resplandeció: todo para que veas que fue su poder el que realizó la obra entera. Ya puestos los tres en las cruces, sucedieron varios prodigios; pero a ninguno de ellos le fueron atribuidos, sino sólo a Jesús: tan débiles eran las maquinaciones del demonio y todas retacharon sobre su cabeza.

Pues de los dos ladrones, por lo menos uno alcanzó la salvación. De manera que aquello no sólo no quitó nada a la gloria de Cristo crucificado, sino que le añadió no poco; ya que no fue menor milagro convertir al ladrón que estaba en la cruz y darle entrada al paraíso, que el conmover las rocas.

Y Pilato escribió el rótulo, tanto para vengarse de los judíos como para justificar a Cristo. Lo habían ellos condenado como criminal, y procuraban confirmar eso mediante la compañía de los ladrones. Pues bien, para que nadie más tarde acusara a Pilato de malvado o débil, cerrándoles la boca, lo mismo que a cuantos quisieran acusarlo después; y declarando cómo ellos se habían levantado contra su propio rey, puso aquel título, como se hace con las inscripciones en los trofeos; y fue un ti tulo tal que emitiera de sí una clara voz y proclamara la victoria y reino de Cristo, aunque no toda la amplitud de su reino.

Y lo declaró no en un solo idioma, sino en tres. Y pues parecía creíble que a causa de la solemnidad habría muchos hombres de otros países mezclados con los judíos, para que nadie ignorase su defensa, hizo manifiesto en todos los idiomas el furor de los judíos. Pero los judíos, aun viéndolo crucificado, lo odiaban. ¡Oh judíos! ¿en qué os dañaba Cristo? ¡En nada! Si se trataba de un simple mortal que era débil y moriría ¿por qué temblabais de unas letras que afirmaban ser rey de los judíos? Y ¿qué es lo que le dicen a Pilato?: Escribe que él se llamaba así a Sí mismo; pues tal como está el título, parece como si fuera sentencia común de todos; mientras que con añadir que él se llamaba así a Sí mismo quedará declarada su petulancia y soberbia. Pero Pilato persistió en lo que había escrito y no cambió de parecer.

Y no fue esto pequeña providencia, sino muy grande. Porque el leño de la cruz luego fue enterrado y a causa del miedo nadie se atrevió a desenterrarlo; aparte de que los fieles andaban ocupados en otras cosas más urgentes. Y sin embargo, iba a suceder que tiempo más adelante se buscara la cruz y se encontraran las tres cruces; y para que no se ignorara cuál había sido en la que estuvo el Señor, se la reconociera en primer lugar por estar en medio de las otras dos, y en segundo lugar por el rótulo, ya que las cruces de los ladrones ninguno tenían.

Los soldados se dividieron los vestidos del Señor, pero no la túnica. Advierte de nuevo cómo por medio de las maldades de aquellos hombres se iban cumpliendo en todas sus partes las profecías. Pues también esto estaba predicho ya de antiguo. Tres eran los crucificados, pero sólo en Cristo se cumplían las profecías. ¿Por qué los soldados no procedieron lo mismo con los otros dos crucificados, sino sólo con Jesús? Considera además lo exacto de las profecías. Pues no dice el profeta solamente qué fue lo que los soldados se repartieron, sino también qué fue lo que no se repartieron: se dividieron los otros vestidos, pero no la túnica, sino que ésta la sortearon.

Y no sin motivo se anota: Tejida de arriba abajo en una pieza. Hay quienes asientan que se trata de una alegoría, pues el crucificado no era simple hombre, sino que poseía la divinidad. Otros aseveran que el evangelista hace referencia a cierto género de vestidos. Como en Palestina tejen sus vestidos cosiendo dos paños, Juan, para significar que la túnica de Jesús no era de esta clase, escribió: Tejida de arriba abajo en una pieza. A mí me parece que lo dice para indicar la pobreza de la túnica, y que, como en las demás cosas, también en el vestido cuidó Jesús de la pobreza. Y esto hicieron los soldados.

Por su parte el crucificado encomienda su Madre al discípulo, para enseñarnos que hasta el último aliento hemos de procurar principalmente el cuidado de nuestros padres. Cuando su Madre inoportunamente se le acercó, le dijo El: ¿Qué nos va a ti y a mí, Mujer?; y más tarde: ¿Quién es mi madre? En cambio, ahora le muestra sumo amor y la deja encargada al discípulo amado. Nuevamente Juan oculta su propio nombre. Si hubiera querido gloriarse, habría indicado el motivo de ser especialmente amado, motivo que sin duda debió ser grande y admirable. Pero ¿por qué nada dijo Jesús a Juan y no lo consoló en su tristeza? Porque el tiempo aquel no era tiempo de consuelos. Por lo demás no era de poca monta el que se le concediera aquel honor y recibiera así el premio de su constancia. Considera además cómo Jesús estando crucificado, procede en todo sin perturbarse. Habla al discípulo acerca de su madre; llena y cumple las profecías; da al ladrón la buena esperanza; y todo esto tras de habérsele visto antes de la crucifixión sudar sangre y entrar en agonía y temor.

¿Por qué sucede esto? Nada hay dudoso, nada no claro. Allá se manifestó la debilidad de la naturaleza humana, acá la grandeza de su poder. Y con ambas cosas nos amonesta que aún cuando nos sintamos perturbados antes de que descarguen sobre nosotros los males, no por eso los hemos de rehuir; y que una vez puestos en la lucha y certamen, juzguemos que todo?es cosa fácil y ligera. Y en consecuencia no temamos la muerte. Tiene la naturaleza un amor innato a la vida; pero está en nuestra mano o romper ese vínculo y disminuir ese amor o, al jevés, apretarlo más y hacerlo más vehemente.

Así como tiene el hombre la fuerte inclinación al coito, pero si nos damos a la virtud podemos cohibir su tiranía, lo mismo sucede con la vida. Pues así como la concupiscencia de la carne se ha puesto en el hombre con miras a la conservación de la especie, y es Dios quien ha instituido la propagación del género humano; y sin embargo, no por eso nos ha impedido seguir un más alto y perfecto camino, como es el de la continencia, del mismo modo ha puesto en nosotros el amor a la vida y ha prohibido el suicidio, pero sin impedirnos el desprecio de la vida presente.

Sabiendo esto, conviene usar de moderación y no arrojarnos espontáneamente a la muerte, aun cuando miles de males nos opriman; pero tampoco, si la tempestad nos arrebata por motivos que Dios aprueba, debemos temer ni temblar ni rehusarnos a morir, sino confiadamente hacerles frente y anteponer a la vida presente aquella otra futura. Estaban junto a la cruz las mujeres. Entonces el sexo más débil aparece ser el más fuerte : ¡así se invertían entonces todos los valores! Y Jesús, encomendando a su Madre, dijo: He ahí a tu hijo. ¡Válgame el Cielo! ¡cuán grande honor se le concede al discípulo! Teniendo Jesús ya que partirse, la encomienda al discípulo, y a éste le dice: He ahí a tu Madre. Lo dijo, y así los unió en común caridad. Y como esto entendiera el discípulo, la tomó consigo.

Mas ¿por qué el evangelista no hizo mención de ninguna otra mujer siendo así que se hallaba presente otra? Para enseñarnos que debemos anteponer el cuidado de nuestra madre. Así como a los padres, si impiden el bien espiritual incluso se les ha de desconocer, así cuando no lo impiden se les ha de prestar todo servicio y se les ha de anteponer a otras personas, puesto que ellos nos engendraron, nos educaron y por nosotros afrontaron infinitos padecimientos. Por aquí reprimió Cristo el error de Marción. Pues si Cristo no hubiera nacido según la carne, no habría tenido madre. Pero entonces ¿por qué tan especial providencia y cuidado tiene de ella?

En seguida, consciente Jesús de que todo quedaba cumplido. Es decir que nada faltaba ya a la economía de la Encarnación. Pues continuamente procuraba hacer ver que era aquel un nuevo género de muerte, puesto que todo estaba en manos del mismo que moría. La muerte no se llegó a su cuerpo antes de que El se lo permitiera; pero quería antes cumplir todo lo que estaba de El profetizado. Por esto había dicho: Tengo potestad para entregar mi vida y tengo potestad para volver a tomarla? Consciente, pues, de que todo estaba cumplido, dijo: Tengo sed. Y también en esto cumplió una profecía.

Por tu parte, considera el ánimo de los que se encontraban presentes. En consecuencia, aun cuando tengamos infinitos enemigos y hayamos padecido de ellos intolerables padecimientos, si vemos que se les condena a muerte, los lloramos. Pero aquí los enemigos de Cristo no se conmovieron en su favor ni se amansaron a pesar de verlo cómo sufría; sino que se volvieron más feroces y se les acrecentó la cólera y le ofrecieron vinagre en una esponja para que lo bebiera. Se lo daban como se les da a los condenados a muerte, pues para eso se les acerca la caña con la bebida.

Como lo hubiera gustado Jesús, dijo: Todo está consumado. ¿Adviertes cómo en todo procede sin perturbarse y siendo totalmente dueño de Sí? Lo mismo se ve en lo que sigue. Pues consumado así todo, habiendo inclinado la cabeza entregó su espíritu; es decir, expiró. No expiró después de haber inclinado la cabeza. Sucedió lo contrario. No inclinó la cabeza después que hubo expirado, como solemos nosotros hacerlo, sino que después de haber inclinado la cabeza expiró. Con todos esos pormenores declaró el evangelista ser Cristo el Señor de todos. Pero los judíos, que se tragaban el camello y colaban el mosquito, tras de haberse atrevido a crimen tan grave y horrendo, entraron en consulta acerca de aquel día: Los judíos, viendo que era la Parasceve, para que no quedaran en la cruz los cuerpos, rogaron a Pilato que se les quebrantaran las piernas.

¿Observas cuán fuerte es la verdad? A causa de los empeños de los judíos se cumple otra profecía, se realiza otra predicción. Porque habiendo ido los soldados, quebraron las piernas de los otros dos, pero no las de Cristo. Lo que hicieron fue por darles gusto a los judíos: así le traspasaron el costado con una lanza y causaron al cadáver una injuria. ¡Oh hazaña criminal! ¡oh crimen execrable! Pero, carísimo, no te conturbes, no pierdas el ánimo. Con lo que ellos, por mala voluntad hacían, con eso defendían la verdad. Porque estaba profetizado: Mirarán al que traspasaron. Ni sólo esto, sino que semejante suceso sirvió de prueba a los que más tarde no querían creer, como le sucedió a Tomás, y a otros como él.

Por otra parte, ahí se llevaba a cabo un inefable misterio. Porque: Manó sangre y agua. No sin motivo y razón brotaron estas fuentes, pues de ambas se constituye la Iglesia. Lo saben los ya iniciados que han sido regenerados con el agua y son alimentados con la carne y sangre. De ahí tomaron su principio nuestros misterios; para que cuando te acerques al cáliz tremendo, de tal manera te llegues, como si hubieras de beber del costado mismo del Salvador. Y el que vio dio testimonio. Y su testimonio es fidedigno. Quiere decir que no lo oyó de otros, sino que personalmente estuvo presente y lo vio y su testimonio es verdadero. Y con razón. Narra la injuria hecha al cadáver, cosa que no es tan grande ni tan admirable como para que la pongas en duda. El evangelista, cerrando la boca a los herejes y prediciendo misterios futuros y considerando los tesoros en ellos encerrados, va pormenorizando todo lo sucedido.

Y se cumplió la profecía que dijo: No le será quebrantado ninguno de sus huesos. Pues aunque esto se dijo del cordero pascual de los judíos, sin embargo ese cordero era figura que precedía a la verdad, y figura que ahora acá se realizó. Por esto el evangelista adujo el testimonio del profeta. Y como poniéndose a sí mismo por testigo no parecía fidedigno, trae al medio a Moisés para asegurar que no fue acaso el suceso, sino que antiguamente se predijo en la Escritura. Esto significaba la predicción: No le será quebrantado ninguno de sus íiuesos. Y luego el evangelista hace por sí mismo fidedigno al profeta, como si dijera: Esto he dicho para que conozcáis la gran afinidad que existe entre la figura y la realidad. ¿Adviertes el sumo cuidado que pone para que se dé fe a ese hecho que de suyo parece torpe y vergonzoso? Ser así injuriado el cadáver era mucho peor que ser crucificado. Y sin embargo, dice, lo he referido, y lo he referido con grandes pormenores para que creáis. En consecuencia, que nadie le niegue fe ni por vergüenza dañe nuestra piedad. Lo que parece suma injuria, es lo más venerando de nuestros bienes.

Después de esto llegó José de Arimatea, que era discípulo. No por cierto de los doce, pero sí quizá de los setenta. Pensando que con la crucifixión se habría aplacado ya el furor de los judíos, se acercaron sin temor y cuidaron de los funerales. Y José se acercó a Pilato y le pidió el cadáver, y Pilato se lo concedió. ¿Por qué se lo iba a negar? A José le ayudó también Nicodemo, y lo sepultaron con magnificencia. Todavía lo tenían por puro hombre. Y llevaron aromas tales que pudieran conservar incorrupto el cadáver por mucho tiempo, para que no se descompusiera rápidamente. Mostraban con esto que aún no pensaban de El gran cosa, aunque sí le tenían muy grande cariño.

¿Por qué no se acercó ninguno de los doce? Ni Juan, ni Pedro ni otro alguno de los notables. Tampoco esto lo calla el evangelista. Si alguno lo achacara a temor de los judíos, también aquellos dos temían. De uno de ellos dice Juan que: era discípulo oculto por miedo a los judíos. Y no dirás que éste se acercó y procedió así porque despreciara el miedo, sino que, aunque temeroso, se acercó. Juan mismo, que había estado presente y había visto a Jesús expirar, no les ayudó para nada. Entonces ¿qué diremos? Yo pienso que el de Arimatea era uno de los más insignes, como se desprende de la solemnidad del funeral e incluso conocido de Pilato; y que por tal motivo alcanzó del pretor lo que pedía y dio sepultura a Jesús, no como a un ajusticiado, sino como era costumbre sepultar entre los judíos a un varón grande y admirable.

Y como el tiempo les urgía (pues sin duda entre que Jesús murió a la hora de nona y fueron ellos a ver a Pilato y luego a descolgar el cuerpo de la cruz, se iba llegando la tarde en que ya no se podía hacer nada), colocaron el cadáver en un sepulcro cercano. Y fue providencia de Dios que se le depositara en un sepulcro nuevo en donde nadie antes había sido sepultado: todo para que no se fuera a creer que el resucitado era otro, colocado ahí juntamente con El; y para que los discípulos fácilmente pudieran acercarse y ver lo sucedido, ya que el sitio estaba cercano; y para que fueran testigos de la resurrección no sólo ellos, sino también los enemigos.

Que se sellara el sepulcro y que se pusieran guardias ante él, era testimonio de que en realidad había sido sepultado. Así cuidó Cristo de que quedaran bien claras las pruebas de haber sido sepultado, lo mismo que de su resurrección. Los discípulos cuidan de comprobar su muerte. Por lo demás el mismo Jesús iba a confirmar su resurrección en el tiempo siguiente. En cambio, si su muerte hubiera quedado dudosa y no perfectamente manifiesta, esto habría luego puesto sombras en lo de la resurrección. Pero no sólo por esos motivos fue sepultado ahí cerca, sino para que se demostrara ser falso el rumor de que había sido ocultamente robado el cuerpo de Cristo.

El primer día de la semana, o sea, el domingo, muy de mañana, aún oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la losa había sido removida del sepulcro. Pues Jesús había resucitado, quedando la losa y los sellos intactos. Pero como convenía que también los demás tuvieran certeza del hecho, después de la resurrección se abrió el sepulcro y de este modo se confirmó lo que había sucedido. Y movió a María Magdalena a ir al sepulcro el grande amor que tenía sobremanera a Jesús. Y como ya había pasado el sábado, no se quedó quieta, sino que muy de mañana fue allá, buscando algún consuelo en aquel sitio. Y vio el lugar y la losa removida, pero no entró, no inspeccionó, sino que corrió en busca de los discípulos, llena de ardoroso anhelo. Lo primero que quería saber era qué habría sucedido con el cadáver: así lo demuestra en su prisa y en sus palabras.

Han quitado a mi Señor y no sé en dónde lo pusieron. Observa cómo aún no tiene idea clara de la resurrección, puesto que pensaba que el cadáver había sido llevado a otra parte. Y sin embargo, todo lo comunica a los discípulos. El evangelista no defraudó a esta mujer de tan excelsa alabanza, ni le pareció indecoroso el que de ella, que había ido de noche al sepulcro, recibieran ellos las primeras noticias. Hasta tal punto brilla en todo su veracidad. Habiendo, pues, ella ido y anunciado esto a los discípulos, en cuanto éstos la oyeron al punto corrieron al sepulcro y vieron los lienzos ahí colocados, lo cual ya era una señal de la resurrección. Puesto que si alguno hubiera trasladado el cadáver no lo habría previamente desnudado y si los ladrones lo hubieran robado, tampoco se habrían cuidado de quitarle los lienzos, doblarlos y colocarlos en determinado lugar, sino que se habrían llevado el cadáver tal como estaba en el sepulcro.

Por esto Juan se adelantó a decir que había sido sepultado con abundante mirra, la cual adhiere los lienzos al cuerpo no menos que el plomo; para que cuando oigas decir que los lienzos estaban puestos aparte, no soportes a quienes afirmen haber sido hurtado el cadáver. No habría sido tan necio el ladrón como para cuidarse tanto de una cosa superflua. ¿Por qué habría abandonado ahí los lienzos, ni cómo, si los dejara, podía ocultarse? Porque para disponerlos así era necesario tardarse bastante, y tardándose habría sido aprehendido.

¿Por qué estaban los lienzos puestos aparte del sudario? Para que por aquí entiendas que no fue hecho atropelladamente y a toda prisa eso de que los lienzos estuvieran separados y aparte del sudario, y éste doblado: todo fue para que creyeran en la resurrección. Hasta después de eso es cuando Cristo se les aparece; o sea, cuando ya tienen las pruebas por lo que han visto. Advierte cuán lejos está el evangelista del fausto y cómo testifica el cuidadoso examen llevado a cabo por Pedro. Pues habiendo él llegado antes al sepulcro y habiendo visto los lienzos así colocados, ya nada más investigó, sino que se apartó enseguida. En cambio, el fervoroso Pedro entró al sepulcro y lo investigó todo con diligencia y vio algunas cosas más que Juan; y enseguida llamó a éste a contemplar semejante espectáculo. De manera que habiendo entrado en pos de Pedro, Juan vio los lienzos y el sudario depositados cada cual en su sitio. Por cierto que el haberlos separado y haberlos doblado y colocado aparte, era propio de alguno que había procedido con cuidado y no apresurado.

Y tú, cuando oyes que Cristo resucitó desnudo, deja ya ese lujo en los funerales. ¿De qué sirven esos gastos superfluos y necios, que a los dolientes les causan grave daño y al difunto no le acarrean ninguna ganancia, o por mejor decir le traen gran detrimento? El lujo en las sepulturas con frecuencia ha sido causa de que los ladrones arrojen de ellas el cadáver y lo dejen desnudo e insepulto. ¡Oh gloria vana! ¡cuán grave tiranía del lujo en medio del duelo! ¡cuán grave y manifiesta demencia! Muchos hay que, con el objeto de que por dos razones les sean inútiles a los ladrones esas cosas, rasgan las delicadas sábanas y las empapan en abundantes aromas, y así entierran al difunto. Pero éstas ¿no son cosas de locos? ¿No son propias de dementes? ¡Mostrar tan gran aparato y al punto inutilizarlo! Alegarás que lo hacen con el objeto de que todo aquel fausto quede seguro con el difunto. Pero ¿acaso si los ladrones no lo hurtan, tampoco lo consumirá la polilla y los gusanos? Y si lo perdonan los gusanos y la carcoma ¿acaso no lo destrozan el tiempo y la podredumbre?

Pero, en fin, supongamos que ni los gusanos, ni la carcoma, ni el tiempo ni otra cosa alguna lo destrocen, sino que el cadáver permanezca intacto hasta la resurrección y que todo ese lujo se conserve nuevo, reciente, suave: ¿qué bienes se les derivan de eso a los difuntos, puesto que los cuerpos han de resucitar desnudos, mientras semejante lujo queda en el sepulcro y para nada les ayuda en la cuenta que tienen que dar? Preguntarás: entonces ¿por qué se usó con Cristo? No confundas esto con las cosas humanas, pues también la meretriz ungió los pies sagrados. Pero si hemos de entrar en esa materia, desde luego has de saber que aquéllos nada sabían aún de la resurrección, por lo cual dijo el evangelista que dispusieron el cadáver: Como era costumbre de los judíos sepultar. No eran de los doce los que así sepultaban a Cristo; y sin embargo, no era excesivo el honor que tributaban a Cristo. Los doce no lo honraban de esa manera, sino sufriendo por El degüellos y muertes y peligros. El de Arimatea y Nicodemo algún honor era; pero mucho menor era que el que los discípulos en la forma dicha le tributaban.

Por lo demás, como ya dije, aquí ahora tratamos de los hombres, mientras que allá en aquel sepulcro aquellos lujos eran tributados a Dios. Y para que veas que El de nada de eso se cuidó, óyelo que dice: Me visteis hambriento y no me disteis de comer; sediento y no me disteis de beber; desnudo y no me vestísteis. Pero en parte alguna dice: Me visteis muerto y no me sepultasteis. Y no lo digo prohibiendo la sepultura ¡lejos tal cosa! sino para cortar el lujo y excesivo boato.

Dirás que el afecto, el dolor, la compasión con el difunto piden esas cosas. No es eso compasión, sino ostentación y vana gloria. Si quieres compadecerte voy a mostrarte otro modo de funerales; y a enseñarte en qué forma podrás cubrirlo con vestiduras que con él resucitarán, y lo tornarán resplandeciente: vestidos que no consumen ni el tiempo ni los gusanos, ni los roban los ladrones. ¿Cuáles son esos vestidos? Los lienzos de la limosna. Estos resucitarán con él, y él llevará el sello de la limosna. Con semejantes lienzos brillarán entonces cuando oigan que se les dice: Estuve hambriento y me alimentasteis. Esos los harán distinguidos y hermosos y los pondrán en seguro.

En cambio, los gastos que ahora se hacen no son sino gastos para las arañas y mesa para los gusanos. No digo esto prohibiendo los funerales, sino prohibiendo los excesos: basta con cubrir el cuerpo y no entregarlo desnudo a la tierra. Si a los vivos se les ordena no poseer sino su vestido, mucho más a los muertos; puesto que el muerto no necesita de vestidos tanto como el que vive. Mientras vivimos el frío y el pudor exigen que nos vistamos, pero los muertos ya no necesitan de eso. Se hace únicamente para que en los funerales no esté el cuerpo enteramente desnudo. Al fin y al cabo el primero y bellísimo cobertor es la tierra; cobertor aptísimo dada la naturaleza de nuestro cuerpo. Pues si acá, en donde tantas necesidades existen, no debemos buscar nada superfluo, mucho más inoportuno será el lujo ahí en donde no existen tan graves necesidades.

Instarás diciendo que los espectadores se reirán. No conviene cuidarse de quienes tan locamente se ríen. En cambio, muchos otros habrá, que se admirarán y alabarán nuestra virtud. No es esa parvedad en los gastos lo digno de risa, sino lo que nosotros hacemos llorando, gimiendo enterrándonos juntamente con los que mueren. Esto sí que es digno de risa y de castigo. Mostrarnos virtuosos en eso y en la modestia de los lienzos mortuorios nos alcanza alabanzas y coronas, y todos nos aplaudirán; y admirarán la virtud de Cristo y dirán: ¡Ah, cuán grande es el poder de Cristo! Ha persuadido a los que mueren de que la muerte no es muerte, puesto que no proceden como quien atiende a personas que perecen, sino solamente transmigran y van delante de nosotros a un sitio mejor. El los ha persuadido de que este cuerpo perecedero y terreno se vestirá de la incorrupción, lienzo más precioso que las telas de seda y oro.

Esto será lo que digan si nos ven proceder así virtuosamente. En cambio, si nos ven quebrantados y que vamos rodeados de coros de plañideras y afeminados, entonces se burlarán y se reirán de nosotros y nos acusarán de infinitas cosas, insultándonos; y murmurarán de semejantes gastos inútiles y cosas superfinas.

Todos los oímos acusarnos de eso; y tienen razón. Porque ¿qué excusa tendremos cuando al cuerpo que se corrompe en gusanos y podre así lo adornamos, y en cambio a Cristo sediento lo despreciamos y lo mismo cuando pasa desnudo y pidiendo hospedaje? Echemos ya a un lado esos vanos cuidados y sepultemos a nuestros difuntos en la forma que conviene a nosotros mismos y a la gloria de Dios. Hagamos en sufragio de ellos muchas limosnas y aprontémosles este excelente viático.

Si la memoria de quienes han sido excelentes varones es útil para los vivos (pues dice la Escritura: Protegeré a esta ciudad por Mí y por mi siervo David), mucho más lo será la limosna. Esta, ésta es, lo repito, la que resucitó a los muertos cuando las viudas rodearon al apóstol y le mostraban las limosnas que les había hecho su compañera Dorcas. Cuando alguno esté a punto de muerte, que su pariente más cercano prepare los funerales y persuada al enfermo de que en su testamento deje algo para los pobres de Cristo. Mándelo con semejantes lienzos al sepulcro. Si los reyes, cuando designan a sus herederos, dejan una parte de los bienes asegurada para sus familiares, quien deja a Cristo de coheredero con sus hijos piensa cuán grande benevolencia se atrae para sí y para todos. ¡Esos son bellos funerales! ¡Estos aprovechan a los vivos y a los difuntos!

Si en esta forma disponemos nuestros funerales, el día de la resurrección estaremos resplandecientes; pero si por andar ahora atendiendo al cuerpo desatendemos al alma, padeceremos entonces muy graves consecuencias y suscitaremos grandes burlas. Porque no es pequeña ignominia salir de este mundo desnudo de virtudes. No aparece tan deshonrado un cadáver insepulto y abandonado, como un alma desnuda de las virtudes. Pues bien, a ésta sobre todo vistámosla, a ésta adornémosla continuamente. Si sucede que durante la vida la hemos descuidado, a lo menos a la hora de la muerte seamos sabios y procuremos por medio de la limosna ser ayudados de nuestros prójimos. Multiplicados así nuestros mutuos auxilios, tendremos grande confianza, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, con el cual sean al Padre, en unión del Espíritu Santo, la gloria, el poder y el honor, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.




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HOMILÍA LXXXVI (LXXXV)

Tras de esto los discípulos se volvieron a su morada. Pero María permanecía junto al sepulcro, fuera, llorando (Jn 20,10-11).

EL LINAJE de las mujeres es inclinado a la compasión. Lo digo para que no te admires de que María llore amargamente junto al sepulcro, cosa que no hace Pedro. Pues dice el evangelio: Tras de esto los discípulos se volvieron a su morada. Pero María permanecía junto al sepulcro, juera, llorando. Es que ella era débil de naturaleza y aún no tenía ideas claras acerca de la resurrección, como los discípulos; los cuales, después de ver los lienzos, creyeron y se marcharon conmovidos en su interior.

Mas ¿por qué no se fueron inmediatamente a Galilea, como se les había ordenado antes de la Pasión? Quizá esperaban a que se reunieran los demás. Por otra parte andaban muy perplejos. En fin, éstos se fueron a su morada, pero María permaneció en aquel sitio. Como ya dije, sentía gran consuelo con la sola vista del sepulcro. ¿La ves cómo para mayor consuelo se inclina a contemplar el sitio en donde había estado el cadáver? De lo cual recibió una no pequeña recompensa, por su mucha diligencia. Lo que no vieron los discípulos fue ella la primera en contemplarlo: es decir, a unos ángeles sentados uno a los pies y el otro a la cabecera, revestidos de blancas vestiduras: de manera que el vestido mismo demostraba el gozo y la alegría. No teniendo aún María pensamientos tan levantados que por los sudarios conjeturara la resurrección, sucede algo más. Ve a unos ángeles sentados, vestidos de fiesta. De modo que aquella vista le levantó el ánimo y la consoló.

Sin embargo, nada le dicen de la resurrección, sino que poco a poco es ella conducida al conocimiento de esta verdad. Vio visiones festivas y no acostumbradas. Vio las vestiduras resplandecientes y oyó la voz que la consolaba. ¿Qué le dice esa voz?: ¡Mujer! ¿por qué lloras? Por aquí, como una puerta que se abre fue introducida al discurso sobre la resurrección. Por el hecho mismo de estar los ángeles sentados quedaba inducida a interrogarlos, puesto que parecían estar conscientes de lo sucedido. Por lo mismo no se sientan juntos sino un tanto separados.

Como no parecía verosímil que ella se atreviera a preguntar, ellos, con su modo de estar sentados y con la pregunta que le hacen la invitan a dialogar. ¿Qué dice ella? Fervorosa y amante, les declara: Se han llevado a mi Señor y no sé en dónde lo han puesto. ¿Qué dices? ¿Aún no piensas en la resurrección, sino que imaginas aún la sepultura? ¿Adviertes cómo todavía no había recibido las sublimes enseñanzas? Dicho esto se volvió para mirar a sus espaldas. ¿Qué conexión tiene esto? ¿Conversando con los ángeles y cuando ellos aún le están hablando, pero nada le han descubierto, les vuelve las espaldas?

Yo pienso que mientras ella respondía a los ángeles, Cristo apareció allá detrás; y los ángeles quedaron estupefactos; y que ellos mismos, a la vista del Señor, al punto por la postura y el aspecto y la inclinación de cabeza, dejaron entender que veían al Señor, lo que hizo que María se volviera para mirar a sus espaldas. Sin duda a ellos Jesús así se les dejó ver; pero no a María, para no atemorizarla desde luego; sino que se le mostró en hábito de hombre del pueblo y con vestidos más ordinarios. Esto parece claro, puesto que ella juzgó que era el hortelano. En forma tan humilde no era posible elevar a María repentinamente a pensamientos más sublimes; de manera que Jesús procedió poco a poco.

Desde luego, le preguntó otra vez: ¡Mujer! ¿por qué lloras? ¿a quién buscas? Esto manifiesta haber conocido Jesús que ella quería interrogarlo, y de este modo la indujo a responderle. Y como María así lo entendiera, no interpuso el nombre de Jesús, sino que como si ya el aparecido supiera por quién preguntaba, ella le dice: Si tú te lo llevaste dime en dónde lo pusiste, y yo lo recobraré. Nuevamente dice puesto, llevado, como tratando de un cadáver.

Es como si le dijera: si por temor de los judíos lo sacaste de aquí, dímelo, y yo lo recobraré. Grande benevolencia, grande cariño el de esta mujer! Y sin embargo, aún no comprende el misterio sublime. Por tal motivo Jesús, ya no por el sentido de la vista, sino además por el del oido se le da a conocer. Así como para los judíos aun estando presente unas veces era conocido y otras desconocido, así procedió ahora; de modo que cuando hablaba era conocido solamente cuando El quería. Cuando les dijo a los judíos: ¿A quién buscáis? no fue conocido ni por el rostro ni por la voz, hasta que El quiso.

Lo mismo sucede aquí. Y no hizo Jesús sino llamarla simplemente por su nombre, como si la reprendiese por pensar así de quien estaba vivo. Mas ¿cómo es que el evangelista dice: Ella volviéndose a El, ya que Cristo estaba hablando con ella? Yo pienso que ella cuando dijo: En dónde lo pusiste se volvió hacia los ángeles, para preguntarles por qué estaban estupefactos; y que fue en ese momento cuando Cristo la llamó hacia sí y se le dio a conocer por la voz. Pues cuando El la llamó por su nombre: ¿María! ella lo reconoció. Así que el conocimiento le vino por la voz y no por la vista.

Y si preguntas de dónde consta que los ángeles se quedaron estupefactos y que por eso la mujer se volvió hacia ellos, lo mismo podrías preguntar de dónde consta que ella lo palpó y lo adoró cayendo en tierra. Porque así como esto consta por lo que El le dijo: No me toques, así lo otro consta por el hecho de decir que ella se volvió hacia su espalda. ¿Por qué le dijo Cristo: No me toques? Dicen algunos que ella le suplicaba cierta gracia espiritual, pues había oído a los discípulos decir de El: Si me fuere a mi Padre Yo le rogaré y El os dará otro Consolador. Pero ¿cómo pudo oír ella tal cosa de Jesús, pues no estaba con los discípulos? Por otra parte tales imaginaciones andan muy lejos del sentido de este pasaje. ¿Cómo pedía ella semejante gracia cuando Jesús aún no subía a su Padre? Entonces ¿cuál es el sentido? Yo pienso que se trata de que ella anhelaba entretenerse más en conversar con Jesús, y conversar con El como anteriormente lo hacía; y que a causa del gozo no acababa de elevar sus pensamientos, a pesar de que Jesús estaba, según la carne, en un estado mucho mejor.

Corrigiéndole, pues, el pensamiento y la excesiva libertad de hablar con El (pues vemos que ni con los discípulos conversa así), la levanta en sus ideas a fin de que lo trate con más reverencia. Si le hubiera dicho: No te acerques a Mí como antes, pues ya las cosas han cambiado y en adelante ya no conversaré con vosotros del mismo modo, esto habría parecido fausto y arrogancia. En cambio con decirle: Aún no he subido a mi Padre, significa lo mismo, pero con mayor suavidad. La expresión: Aún no he subido, declara que El tiende y se apresura a ir al Padre. Ahora bien, a quien ha de subir allá y no estará ya más con los hombres, no convenía en adelante tratarlo del mismo modo que antes.

Que éste sea el sentido, lo declara lo que sigue: Ve a decir a mis hermanos: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios. Ciertamente no iba a subir al punto, sino después de cuarenta días. Entonces ¿por qué dice esto? Para levantarle el pensamiento y persuadirla de que El subiría a los Cielos. Lo de: a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios, lo dice en referencia a la encarnación. Igualmente lo de subir lo dice como cosa propia de la carne. Habla de este modo a María porque ella aún no elevaba sus pensamientos. Entonces Dios ¿de un modo es Padre de Jesús y de otro lo es nuestro? Sí, por cierto. Pues si de un modo es Padre de los justos y de otro lo es de los pecadores, mucho más lo será de diferente manera de Dios Hijo y de nosotros.

Cuando dijo: Di a mis hermanos, para que nadie fuera a imaginar una exacta igualdad, indicó El mismo la diferencia. El tenía que asentarse en el solio paterno, mientras que a los demás sólo se nos concede estar presentes. De modo que aún cuando según la substancia de su carne se hizo hermano nuestro, pero en el honor inmensamente se diferencia y es indecible cuánto difiere. Y María se marchó a comunicar esto con los discípulos. Tanto vale la constancia y perseverancia en el bien obrar.

Pero los discípulos ¿por qué no se dolieron de que Jesús tenía que separarse? ¿Por qué no exclamaron como anteriormente lo habían hecho? Porque entonces lo lloraban porque iba a morir, mientras que ahora, cuando El ya había resucitado ¿por qué habían de dolerse? María les comunicó la visión y las palabras de Jesús, cosas que podían consolarlos. Y como era verosímil que ellos al oír aquellas cosas o no creyeran a la mujer o que si le daban fe llevarían a sentimiento que no se les hubiera aparecido a ellos primeramente, aunque les prometía que se les aparecería en Galilea, para que pensando en esto segundo no llevaran a mal lo anterior, no quiso el Señor dejar pasar ni siquiera un solo día sin notificárselo; además de que habiéndoles ya infundido el anhelo de verlo con la noticia de la resurrección y la narración de María, estando ya ellos encendidos en aquel anhelo, que se les acrecentaba por el temor que tenían de los judíos, finalmente llegada la noche se presentó ante ellos, y por cierto de un modo admirable.

¿Por qué se les apareció en la noche? Porque era creíble que en esa hora sobre todo tuvieran temor. Pero lo que causa admiración es que no lo tuvieran por fantasma. Pues al fin y al cabo, entró estando cerradas las puertas y repentinamente. A la verdad, ya María adelantándose les había puesto grande fe; aparte de que El les mostró un rostro resplandeciente y suave. No se presentó durante el día, para que todos estuvieran congregados, pues andaban llenos de temor. No llamó a la puerta, sino que repentinamente se puso en medio de ellos y les presentó sus manos y su costado, y juntamente con sus palabras y el tono de su voz les sosegó los oleajes de sus pensamientos, y les dijo: ¡Paz a vosotros! O sea: no os perturbéis. Así les trajo a la memoria lo que ya antes de la crucifixión les había dicho: Mi paz os dejo; y también: En mí tened paz; en el mundo tendréis tribulaciones.

Se gozaron los discípulos al ver al Señor. ¿Observas cómo con los hechos se confirman las palabras? Pues lo que les dijo antes de la crucifixión: De nuevo os veré y se alegrará vuestro corazón y vuestro gozo nadie os lo arrebatará/ ahora se cumpie en los hechos. Todo el conjunto los llevó a una fe firmísima. Y como de parte de los judíos tenían una guerra interminable, les repite muchas veces: La paz a vosotros, dándoles un consuelo equivalente que los compensara de la guerra. Fue esta la primera palabra que habló después de la resurrección, por lo cual también Pablo en todas partes repite: Gracia a vosotros y paz. A las mujeres les anuncia alegría porque estaban tristes; y fue esta la primera alegría que tuvieron. Congruentemente anuncia a los hombres la paz a causa de la guerra, y a las mujeres alegría a causa de la tristeza.

Consolados ya todos, les proclama los preclaros frutos de la cruz que consisten en la paz. Y pues todos los obstáculos quedan ya removidos, Cristo establece una victoria brillante y queda llevado a cabo todo con toda perfección. Luego les dice: Así como me envió mi Padre, así os envío Yo a vosotros. Ya no tendréis dificultad alguna, tanto por lo que Yo he obrado, como por la autoridad mía con que os envío. Por eso les dice esas palabras y les levanta el ánimo y hace sumamente creíbles sus palabras, con tal de que ellos se decidan a tomar la empresa que El les propone. Ya no ruega al Padre, sino que con su propia autoridad los envía y les comunica el poder. Porque: Sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados les quedan perdonados. Y a quienes se los retuviereis les quedan retenidos. Así como el rey, cuando envía sus prefectos les da potestad de encarcelar y de librar de las prisiones, así Cristo al enviar a los apóstoles les da esa potestad.

Mas ¿por qué dijo: Si Yo no me fuere El no vendrá; y en cambio ahora les da el Espíritu Santo? Hay quienes afirman que en realidad no les dio el Espíritu Santo, sino que con haber soplado sobre ellos los hizo idóneos para recibirlo. Si Daniel con la vista de un ángel quedó fuera de sí ¿qué no habrían sufrido los apóstoles si hubieran recibido gracia tan grande, sin que primeramente Cristo los hubiera preparado como a quienes aún eran discípulos? Y por lo mismo no les dijo: Ya habéis recibido, sino: Recibid el Espíritu Santo.

Sin embargo, no andará fuera de la verdad el que sostenga que entonces recibieron ellos cierto poder espiritual y gracia, pero no tal que resucitaran los muertos e hicieran otros milagros, sino solamente perdonaran los pecados; pues los carismas del Espíritu Santo son muy varios. Por lo cual Cristo añadió: A quienes les perdonareis los pecados les quedan perdonados, declarando así el género de gracia que se les comunicaba. Ahí mismo, a los cuarenta días, recibieron la gracia de hacer milagros. Por lo cual dice Cristo: Recibiréis la virtud del Espíritu Santo, que vendrá a vosotros; y seréis mis testigos tanto en Jerusalén como en toda Judea.

Testigos fueron por los milagros, porque la gracia del Espíritu Santo es un don inefable y múltiple. Y se verificó así, para que entiendas que se trata de un don del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y de un solo poder; pues las operaciones que parecen ser del Padre se encuentra que son las mismas del Hijo y del Espíritu Santo. Pero entonces ¿cómo es que nadie viene al Hijo si el Padre no lo atrae? Sí, pero se demuestra que esto mismo también lo hace el Hijo, porque dice: Yo soy el camino. Nadie viene al Padre sino por Mí. Y puedes ver que esto mismo lo hace el Espíritu Santo, pues dice Pablo: Nadie puede confesar: Jesús es el Señor, sino por el Espíritu Santo. Y con frecuencia se asegura que los apóstoles fueron concedidos a la Iglesia: unas veces por el Padre, otras que por el Hijo y otras que por el Espíritu Santo; y vemos que la distribución de las gracias es obra del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Pongamos pues todos los medios para tener en nosotros al Espíritu Santo y ayudemos con mucho empeño a la gracia de hacer buenas obras que se nos ha concedido. Porque la gracia sacerdotal es grande. Dice el Señor: A quienes perdonareis los pecados les quedan perdonados. Por lo cual dijo Pablo: Obedeced a vuestros pastores y mostradles sumisión, para que los tengáis en grande honor. Cuida tú de tus intereses; y si los manejas correctamente, no tienes por qué cuidar de los ajenos. En cambio el sacerdote, si correctamente ordena su vida, pero no cuida con diligencia de la tuya y de la de los otros que tiene a su cuidado encomendados, irá a la gehenna juntamente con los pecadores y malvados. Con frecuencia se arruina no por lo personal, sino por lo ajeno, si no pone todo lo que está de su parte.

En consecuencia, cayendo nosotros en la cuenta de tan grave peligro, mostrémosles una gran benevolencia, como lo dejó entender Pablo al decir: Pues ellos velan por vuestras almas; y no sencillamente, sino como quien ha de dar cuenta de ellas. Por lo mismo debemos tenerles gran reverencia. Si los insultáis lo mismo que a los demás, mal andarán vuestras cosas. Puesto que mientras el patrón de la nave tiene buen ánimo, en seguridad están los pasajeros. Pero si procede míseramente porque éstos lo injurian y hostilizan, no puede estar atento ni ejercitar su arte, y contra su propia voluntad los arrojará a males sin cuento.

Lo mismo es con el sacerdote. Si goza entre vosotros de los debidos honores, podrá administrar de modo correcto también vuestros intereses espirituales; pero si le causáis tristezas, dejará caer las manos y os expondréis juntamente con él a ser absorbidos por las olas, aun cuando él sea de ánimo alentado. Piensa en lo que dijo Jesús a los judíos: En la cátedra de Moisés se asentaron los escribas y fariseos. Haced, pues, todo lo que os dijeren S Claro es que ahora ya no hay que decir que en la cátedra de Moisés se asentaron los sacerdotes, sino en la cátedra de Cristo, puesto que de él recibieron la doctrina que enseñan. Por lo cual dice Pablo: Traemos un mensaje en nombre de Cristo, como si Dios os exhortara por medio de nosotros (Mt 23,2-3).

¿No advertís cómo todos se sujetan a los príncipes seculares? Y con frecuencia lo hacen quienes son superiores a ellos en nobleza, en costumbres, en prudencia. Pero por reverencia al que los constituyó príncipes no piensan en tal superioridad, sino que acatan las órdenes reales, sea quien fuere el que en aquella dignidad fue constituido. Pues bien, en donde es el hombre quien constituye en dignidad, tan gran temor reverencial existe; pero acá en donde Dios es quien constituye, nosotros despreciamos al que El ha constituido y lo injuriamos y lo cubrimos de infinitas afrentas; y siendo así que se nos prohíbe juzgar a nuestros hermanos, nosotros aguzamos nuestras lenguas contra el sacerdote. Pero ¿cómo puede esto merecer perdón, pues no vemos la viga en nuestro ojo y andamos escrutando amargamente la paja en el ajeno?

¿Ignoras que te preparas un juicio más duro cuando así juzgas? Y no digo esto porque yo apruebe a quienes indignamente desempeñan el sacerdocio. A tales hombres yo en absoluto los deploro y lamento. Pero no por eso han de ser juzgados por los súbditos; y mucho menos por los que son más rudos y sencillos. Aun cuando su vida aparezca difamada, tú atiende a ti mismo y no recibirás daño alguno del ministerio que Dios les ha encomendado. Si cuidó El de que una asna emitiera palabras y por medio de un adivino impartió sus bendiciones espirituales; si por la boca de un animal irracional y por la lengua impura de Balaam obró en favor de los judíos pecadores, mucho más lo hará en favor vuestro, que vivís con buenas costumbres, aun cuando los sacerdotes fueran en sumo grado criminales: él llevará a cabo su obra y enviará al Espíritu Santo.

Al fin y al cabo, no es por su pureza por lo que la mente pura atrae al Espíritu Santo, sino que todo ahí lo hace la gracia. Pues dice Pablo: Todo es por vosotros: Sea Pablo, sea Apolo, sea Cefas. Todo lo que el sacerdote ha recibido es don de solo Dios; y por más que adelante en la humana virtud, siempre se mostrará inferior a semejante gracia. No digo esto para que nos entreguemos a una vida de ocio, sino para que si alguna vez algunos de vuestros prepósitos espirituales proceden con negligencia, vosotros no os procuréis por eso un daño espiritual.

Pero ¿qué digo un sacerdote? Ni el ángel, ni el arcángel en lo que Dios les ha encomendado pueden hacer algo por sí mismos: el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo son los que todo lo administran. El sacerdote apenas presta su lengua y alarga su mano. Pues no habría sido justo que por la maldad ajena, los que han abrazado la fe recibieran daño en los sacramentos de nuestra salvación.

Pensando todo esto, tengamos temor de Dios y veneremos a sus sacerdotes y tributémosles todo honor, para que tanto por nuestras buenas obras como por el respeto que les habremos mostrado, recibamos de Dios la recompensa, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, con el cual sea al Padre juntamente con el Espíritu Santo, la gloria, el poder y el honor, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.





Crisostomo Ev. Juan 85